ACTO TERCERO


Sale un ejército de soldados en orden de guerra, y el parche tocando adelante, detrás dos CAPITANES
CAPITÁN 1: ¡Rimbombe el son del sonoroso parche, publicando el motín que se ha movido! CAPITÁN 2: El ejército quiere que elijamos emperador que ampare nuestra iglesia. CAPITÁN 1: Desnúdase la púrpura Mauricio y muera en su vejez su infame vicio.
Tocan cajas, y sale LEONCIO vestido de pieles con una rueca
LEONCIO: Romanos, capitanes del ejército, los que siempre mostrasteis vuestros ánimos en caso de fortuna adversa o próspera, soldado valerosos que el Impérïo tenéis en vuestros hombros, conservándole contra las fuerzas de naciones várïas, mirad de la Fortuna el espectáculo, que las entrañas de los montes ásperos enternecer podrán, causando lástimas; contemplad la rüina y la misérïa de un hombre que se vio en los Elíseos y resbalando por los aires lóbregos al abismo bajó, profundo y cóncavo; estimado me he visto entre los césares que sólo me faltó vestir la púrpura, y agora entre las bestias más selváticas alimentos me dan silvestros árboles; Leoncio soy, si duran las relíquïas de este nombre infelice en las memórïas; miradme, si podéis, no dando lágrimas; contemplad de mi vida el caso trágico. Yo fui el que vencí los medos y árabes, yo puse el yugo a la cerviz indómita de los partos feroces y los vándalos, y del imperio dilaté los límites; un segundo Jasón del mar de Océano me llamaron a mí los fuertes húngaros, y vosotros, un Hércules católico, que al mundo daba vueltas, hecho un émulo del sol, que vueltas da por los dos trópicos; mas ya después que el infinito número de los persas venció nuestros ejércitos, lloro mi afrenta triste y melancólica; veis aquí el premio de mis nobles méritos. Éste es el triunfo raro y honorífico,
Saca la rueca
éste es el galardón que dan los príncipes, y aqueste el corazón, que con espíritu pensaba de imitar a los elíopos. Con esta débil rueca se vio en público. Capitanes invictos y magnánimos, ¿qué premios esperáis de un rey colérico? Agravio es vuestro y yo muero llorándolo; si aunque el mundo venzáis del Austro al ártico, y de nuevo ciñáis a los antípodas, discrepando una vez de casos prósperos, mi afrenta habéís de ver en vuestros ánimos. ¿No os lastima mi mal? ¿No os causa cólera? ¿No altera vuestra sangre esta ignomínïa? ¿No lloran vuestros ojos, apiadándose? ¿No late el corazón sus alas próvidas? En vuestros pechos fuertes, ya tan fáciles, si ya el Emperador es otro Cómodo, e imita con sus vicios a Heliogábalo, ¿qué esperáis, capitanes, defendiéndole? Elegid, elegid otro pacífico, justiciero, clemente, afable y próspero. Mauricio en el gobierno está decrépito, aunque en la vida sigue a los sobérbïos. Mírenme todos ya, compadeciéndose, vestido de unas pieles, como sátiro, huyendo de las gentes, más que un bárbaro. Eximid, eximid nuestra república del tirano poder de aqueste sátrapa que a Roma desampara y al pontífice. ¡Viva la gloria del eterno artífice! CAPITÁN 1: ¡Viva Leoncio! ¡Désele el Imperio, la púrpura se vista! TODOS: ¡Viva, viva! CAPITÁN 2: Mauricio es avariento y no nos paga; un soldado queremos que gobierne el Imperio de Oriente. TODOS: ¡Viva, viva! LEONCIO: Ejército romano, yo no pido que carguéis esa máquina en mis hombros; no soy Hércules yo, no soy Atlante, que sufra tanto peso en mis espaldas. TODOS: A Leoncio queremos. CAPITÁN 1: El ejército da voces, eligiéndote. Corona tus sienes de laurel. Púrpura viste.
Pónenle una corona de laurel y levántanle en hombros
LEONCIO: ¿En efecto el ejército me elige? TODOS: Sí. LEONCIO: ¿Soy Emperador? TODOS: ¡Viva Leoncio! LEONCIO: Pues que ya de común consentimiento el Imperio me dais, y yo lo acepto, lo primero que mando es que Leoncio no viva ya afrentado, y a mi cargo tomo su agravio y honra; su persona por leal al Imperio le declaro, y pues no tuvo culpa en ser vencido, bastón de General le restituyo. ¿Venís en ello? CAPITÁN 2: Siendo tú Leoncio, y siendo Emperador, venga tu agravio. LEONCIO: No es bien que Emperador y alto Monarca satisfaga el agravio de Leoncio, y ya que General honrado vivo, el Imperio, la púrpura renuncio, porque el mundo entienda que no pretendo riqueza ni interés, sino el bien público. Mi nombre, pues, venció mi ánimo altivo.
Quítase la corona
CAPITÁN 1: ¿Quién lo ha de ser? SOLDADO 1: Justino. CAPITÁN 1: Es muy cobarde. SOLDADO 2: Filipo, el general. CAPITÁN 1: No querrá serlo. CAPITÁN 2: Germano Quinto sea. SOLDADO 2: Es avariento. CAPITÁN 2: Persio Cuarto. SOLDADO 2: Es loco. LEONCIO: Demeterio. CAPITÁN 1: Es muy crüel. SOLDADO 1: Sea Liberio. SOLDADO 2: Es viejo. LEONCIO: Tómense votos, llámese a consejo.
Tocan cajas, y viene una águila volando y trae una espada en los pies, y déjala caer en el tablado
¿Quién ha visto prodigio semejante? Una águila caudal entre las uñas una espada se lleva. Ya la deja en medio del ejército, y ligera, la lóbrega región del aire corta, oponiéndose al sol con ojos firmes. La espada levantemos. CAPITÁN 2: Letras de oro al pomo de la espada están grabadas. LEONCIO: ¿Y dicen? CAPITÁN 2: "Tenla y reina sólo un día". LEONCIO: ¡Temeroso portento! La cuchilla, ¿qué tal es? CAPITÁN 1: En la vaina está aferrada; que mi fuerza no basta a desasirla. CAPITÁN 2: Pruebo a sacarla yo. ¡Difícil caso! LEONCIO: Dámela a mí también; es imposible. Capitanes, ya entiendo este prodigio; esta espada se cuelgue de este árbol y todos los soldados uno a uno a quitarle la vaina lleguen luego, y aquel que desnudarla mereciere, es el dueño, sin duda, a quien el cielo esas letras escribe, y quien conviene que el Imperio gobierne. CAPITÁN 1: Bien has dicho; pongámosla en los ramos de este árbol, y a recoger se toque porque lleguen los soldados al campo no vencido.
Tocan cajas y cuelgan la espada
¡Oh, Fortuna mudable! Ayuda agora aqueste corazón, brazos y pecho.
Tira fuertemente
¡Mal haya mi desdicha! No la arranco. SOLDADO 1: Brazos y manos, yo seré Cósroes, un Escévola he de ser y he de quemaros si no la desnudáis.
Tira
¡Oh, voto a Cristo! SOLDADO 2: Hoy pienso renegar de mi fortuna si no la desenvaino.
Tira
¡Voto al cielo, que es arrancar un monte! Hoy reniego mil veces de mí mismo y de mi fuerza. CAPITÁN 2: Aguila parda, que en tus uñas negras diste la espada, si eres algún diablo, vuelve por mí si no la desenvaino.
Tira
Mas ya puedes volver, que soy un puto.
Sale FOCAS, desnudo, con un cordel
FOCAS: Inconstante Fortuna, cielo airado, ¿qué pretendes haber de un miserable que en el mundo no cabe su desdicha? Soberbio mar, ¿por qué me anegaste en las hinchadas olas, que crïaban tus espumas azules y salubres, cuando de ti nací, como otra Venus? Fieras del monte, ¿cómo me negastes el funesto sepulcro en las entrañas cuando lecho me disteis desabrida? Nunca sintiera tanto la miseria en que agora he venido, y no me viera aborrecido del linaje humano. Arboles verdes, sustentad mi cuerpo; tú, lazo estrecho, aprieta mi garganta. Ciega el órgano ya, por donde expira el pulgón de este cuerpo desdichado.
Pone el cordel en la rama y échasele al pezcuezo
CAPITÁN 1: ¡Oh, bárbaro sin fe, espera! ¿Qué intentas? FOCAS: Dar desdichado fin a mis desdichas. Rematar una vida lastimosa que aborrecen los hombres y los cielos. CAPITÁN 2: ¿Por qué pierdes agora la paciencia? FOCAS: Porque naciendo, no conozco padres. Porque viviendo, nunca tengo gusto. Porque estando en los montes con pobreza, el pasado bochorno del estío y la nevada escarcha del enero, a los palacios de Mauricio vine, y siendo de su mano regalado, el Príncipe, envidiando mi desdicha, aun los pobres sayales me ha quitado y me escapé huyendo de la muerte. LEONCIO: Dinos tu nombre. FOCAS: Yo me llamo Focas. LEONCIO: Un hombre que nació tan infelice algún suceso no pensado espera. Llégate a desnudar aquella espada. SOLDADO 1: ¿Un bárbaro que está desesperado, y que casi le quitan de la horca, también ha de probar y entrar en suerte?
Desenvaina FOCAS la espada y suena dentro un trueno
LEONCIO: ¡Válgame Dios, qué prodigio extraño! ¡Focas, Emperador! CAPITÁN 1: El cielo quiere que Emperador tengamos prodigioso. SOLDADO 1: ¡Focas, víctor! CAPITÁN 1: Corónense sus sienes del precioso laurel que Roma estima. ¡Víctor es Focas! TODOS: ¡Viva, viva Focas!
Levántanle en hombros
FOCAS: Soldados, capitanes valerosos, ¿burláis de mí? CAPITÁN 1: Si tuyo es el imperio, de púrpura te viste, y con diadema adorna la cabeza, que es del mundo. De la silla quitemos a Mauricio. Focas la ocupe y acometa al campo a los muros que honró Constantinopla. FOCAS: Cielos eternos, ¿cómo tenéis juntos los extremos mayores de este mundo? ¡Ah, rueda de Fortuna varïable, vueltas extrañas das! Tente, Fortuna. ¿Emperador soy ya? TODOS: Sí, ¡viva Focas! FOCAS: Mauricio, ¿no lo es? TODOS: ¡Muera Mauricio! FOCAS: Yo acepto; acometamos al palacio porque quiero emprender la monarquía aunque me dure sólo un breve día.
Llévanle en hombros los soldados
LEONCIO: Aunque a Mauricio persigo, me desmaya y desatina su riguroso castigo; que al bien nacido lastima el daño de su enemigo. Dejar pienso descuidado el ejército alterado, y todo lo que es mal hecho, aunque venga en su provecho, le aborrece el que es honrado.
Sale HERACLIO
HERACLIO: ¿Quién gobierna en el real? LEONCIO: Yo. ¿Hete parecido mal? HERACLIO: Tu persona, no tus pieles. En ejércitos crüeles una fiera es general. LEONCIO: ¿Qué quieres? HERACLIO: Ser alistado. LEONCIO: ¿Cansóte el ser labrador? HERACLIO: Siento en mí un ánimo honrado y aspiro a más. LEONCIO: Es valor. Sígueme, nuevo soldado.
Vanse. Salen el Emperador MAURICIO y el Príncipe TEODOSIO
TEODOSIO: [De] emperador inhumano y no de padre piadoso es tu amor. MAURICIO: Es cortesano. No vivas tan envidioso de Filipo y de un villano; porque dar algún favor a un soldado, a un labrador, es premio y es regocijo; no por eso para el hijo me ha de faltar el amor. Mis regalos no merece tu perversa condición, pues cuando el hijo parece que sigue su inclinación, aún el padre le aborrece. TEODOSIO: ¿Yo soy tu hijo? MAURICIO: Te crío por tal, y en tu madre fío. Si la Emperatriz no fuera tu propia madre, creyera que no era tú hijo mío. Y ella es santa y te parió, pero a tu padre pareces porque soy muy malo yo. TEODOSIO: Un hijo al fin aborreces que siempre te aborreció. MAURICIO: ¿Me aborreces? TEODOSIO: Sí, y desea mi corazón... MAURICIO: ¿Qué? TEODOSIO: Tener [tu mismo imperio. MAURICIO: ¡Así sea!] Pero si malo has de ser, hecho pedazos te vea.
Tocan a rebato. Sale FILIPO, alborotado
FILIPO: César invicto, tu peligro nota, que eres hombre, aunque Rey; teme la muerte, que el ejército infame se alborota, y el vulgo novelero ha de ofenderte, perdida la vergüenza y la fe rota. ¿Quién puede resistirlos? Huye, advierte, que el animoso, prevenido tarde, hace al valiente tímido cobarde. El confuso tropel desordenado al que tiene tu voz derriba y mata; el erario común ha despojado, que es prodigio el amor de ajena plata. Con cólera y furor desenfrenado alcázares derriba y desbarata. En efecto, señor, sus viles bocas callan tu nombre y apellidan Focas. El vulgo, como toro, en voz del Papa te viene a acometer. No son eternos los reyes. Si no es Dios, nadie se escapa. Sacude por los hombros los gobiernos, el mundo universal sirve de capa. Has dejado el Imperio entre los cuernos; correr podrás sin carga [nutrida], que el más dulce reinar es tener vida. MAURICIO: Ampara a el que te engendró, templa esas entrañas fieras. TEODOSIO: Fénix soy, "César o no"; que he menester que tú mueras para que empiece a vivir yo. MAURICIO: Hijo, en tu amparo me fundo. TEODOSIO: Soy un Hércules segundo, tú, viejo Atlante, y por eso te quiero quitar el peso de la máquina del mundo. Sin duda el vulgo desea que Emperador venga a ser. MAURICIO: Plega al cielo que así sea; pero si malo has de ser, hecho pedazos te vea.
Vase TEODOSIO
Filipo, pues me tuviste siempre, como noble, amor, el ejército resiste. FILIPO: Escóndete ya, señor, que tus palacios embiste.
Vase el Emperador y tocan al arma. Salen a la puerta algunos soldados y FILIPO los detiene
Pueblo ciego y atrevido, ¿no veis que traición ha sido? SOLDADO 1: La libertad se desea. FILIPO: el Rey, aunque malo sea, ha de ser obedecido. ¿Por qué la espada se toma contra nuestro Emperador? SOLDADO 2: Porque con tributo doma la gente, y no dio favor al Pontífice de Roma. FILIPO: Ya le dio, volvéos atrás.
Sale el Emperador y retírales
Señor, ¿adónde te vas? MAURICIO: Aunque huyendo así me fui, confuso me vuelvo atrás. FILIPO: Vete, no te hallen aquí.
Vase el Emperador
SOLDADO 1: Prenderle tenemos. FILIPO: Antes con sangre habéis de ablandar esos pechos de diamantes. SOLDADO 2: Servirános de incitar que somos como elefantes. FILIPO: Tente, ejército crüel; que he de morir antes que él.
Retíralos y sale MAURICIO
Huye, ¿no ves lo que pasa? MAURICIO: Es laberinto mi casa que no acierto a salir de él. Huyo y vuelvo turbado al mismo puesto. ¡Ay de mí! ¡Pecador y desdichado!
Vase el Emperador
FILIPO: Soldados, vengo yo así porque es de Dios sólo el dado. Y aquel rigor y malicia con máscara de justicia os ha cubierto los ojos. Quebrad en estos despojos
Vales dando la capa y la ropilla, una cadena, las sortijas y la bolsa
la cólera y la codicia. Templad, templad vuestros [hechos]; saquen estos eslabones lumbres de fe en vuestros pechos.
Torna a salir el Emperador MAURICIO
¿En el peligro te pones? Escóndete en [estos techos]. Huye, señor, de palacio mientras que yo los regracio. Tomad. Tomad. SOLDADO 2: Vuelta al juego.
Vanse los soldados con las prendas
MAURICIO: Hüí de prisa, mas luego aquí me vuelvo despacio. La majestad ofendida de mi Dios me causa asombros. FILIPO: Sube en mi espalda atrevida, que Atlante serán mis hombros de los cielos de tu vida. Aunque me huelles y pises, a la parte que ir deseas, será con que me avises que soy como católico Eneas de un viejo y cristiano Anquises. Tu libertad así fundo, huyendo iremos los dos, pues soy Cristóbal segundo, y tú pareces a Dios porque pesas más que un mundo. Mover no puedo la planta.
Prueba andar con el Emperador a cuestas y no puede
¡Quién fuera agora Atalanta o Dédalo en el andar! MAURICIO: A quien Dios quiere humillar, en vano el hombre levanta. FILIPO: Montes sustento pesados y el dejarte me lastima entre bárbaros soldados. MAURICIO: Bien dices, que traes encima el monte de mis pecados. Poco importa tu servicio si la mudable Fortuna me derriba, si es su oficio, y no basta una coluna por tan bajo edificio. ¿Qué confusos sobresaltos son estos? De mal tan fuerte no estamos los reyes faltos, que es como el rayo la muerte que rompe edificios altos.
Sale la Emperatriz AURELIANA y la Infanta TEODOLINDA
¡Ay, hija amada!, quisiera que el ejército tuviera benignidad de elefante para ponerte adelante como inocente cordera; mas el lobo hace la presa en el cordero mejor. Llévalas, Filipo, apriesa, y vivan por tu valor la Emperatriz y Princesa. AURELIANA: Huyamos, aunque primero, por si vives y yo muero, digo, señor, que temiendo el caso que estamos viendo, he guardado tu heredero; a Teodosio no parí; Heraclio es el que he parido, que está en los montes; y así, porque sea conocido tu sortija real le di, y Heraclïano le cría. Perdona y guárdete Dios. MAURICIO: Extrañas nuevas me envía. Procurad vida a los dos y mejor que fue la mía. AURELIANA: Vete, señor, a esconder.
Abraza la Emperatriz AURELIANA al Emperador MAURICIO
MAURICIO: No es posible lo que dices. Soy árbol que en mal hacer eché en el mundo raíces y no me puedo mover. TEODOLINDA: Abrazos y alma pretendo darte, siempre agradecida.
Abraza MAURICIO a su hija
MAURICIO: Los brazos estás haciendo puntales, porque es mi vida pared que se está cayendo. Llévalas, Filipo, luego que en lágrimas las anego. FILIPO: Salgamos a las montañas. TEODOLINDA: Bañando van mis entrañas montes de nieve y de fuego. MAURICIO: La muerte habéís de temer, que es toro que está en la plaza, y yo la capa he de ser que mientras me despedaza en cobro os podéis poner.
Vanse la Princesa TEODOLINDA, la Emperatriz AURELIANA y el General FILIPO. Salen FOCAS, los Capitanes y Soldados, HERACLIO y el Príncipe TEODOSIO y tocan cajas
CAPITÁN 1: Todo el palacio rendido tienes ya. FOCAS: Verme deseo de la púrpura vestido, ya que en la rueda me veo de la Fortuna subido. CAPITÁN 2: ¿Cómo Mauricio no muere? SOLDADO 1: Deja esa ropa, que quiere vestirla el Emperador. MAURICIO: Si la merece mejor, Dios le guarde y prospere. Cabeza he sido de Europa; mas a quitármela viene el ejército de tropa y hombre que cuerpo no tiene. Bien podrá pasar sin ropa. SOLDADO 2: Déjanos, señor, ponerte esta ropa. TEODOSIO: ¡Feliz suerte! MAURICIO: Pues venís a desnudarme, bien cerca estoy de acostarme en la cama de la muerte. FOCAS: Para quitar la ocasión de que se me atrevan otros, acabe la pretensión de aqueste, y a cuatro potros le ligad. TEODOSIO: Sucesos son y admiración de soldados; pero los cielos pretenden que mueran despedazados hijos que la madre ofenden, soberbios y mal crïados. FOCAS: Pues que el Imperio procura, désele esta muerte dura, que estando así dividido vendrá a ser su sepultura. MAURICIO: Hijo, si mueres, advierte que a Dios lágrimas le des; que quien muere de esta suerte, cisne de esta margen es, que da música a la muerte. TEODOSIO: Si sus obsequias cantando muere el cisne, yo hombre soy, que nace y muere llorando.
Llévanle al Príncipe
FOCAS: Mi tapete has de ser hoy, porque quiero pisar blando. No quiero alfombra ninguna, que en tu vejez importuna quiero que estriben mis pies en señal de que ésta es la rueda de la Fortuna. MAURICIO: Soberbio en tu trono estuve y Dios, que es investigable, hoy me derriba y te sube, antídoto saludable de la soberbia que tuve. Un soberbio emperador tenga la pena y molestia de Nabucodonosor; que es bien que padezca bestia el hombre que es pecador.
Échase a los pies de FOCAS
FOCAS: Si un Alejandro esculpido el mundo en el pie ha tenido, a ser más eterno vengo; que el mundo en las manos tengo y a los pies quien le ha regido. ¡Oh, tragedia nunca oída! ¡Fortuna desconocida! ¡Confusión de Babilonia! Basta ya esta ceremonia. Quitadle la vieja vida. Atravesadle en el pecho ésta.
Dale la espada
MAURICIO: Labrador bizarro, ¿por qué tanto mal me has hecho? Pero, como soy de barro, fácilmente me has deshecho. Con regalos, con terneza, tu extraña naturaleza traté, bien puedes decillo; mas, ¡ay!, que afilé el cuchillo para cortar mi cabeza . FOCAS: Ten paciencia; Dios lo ordena por sus secretos jüicios. MAURICIO: Su madre, de gracias llena, alcance de él, que mis vicios se purguen con esta pena.
Llévanle
HERACLIO: (Su muerte está recelando Aparte mi triste imaginación; los ojos están llorando, pulsando está el corazón, los brazos están temblando. ¿Qué es aquesto? ¿Ajeno mal me lastima de esta suerte? ¿O es el temor natural con que acobarda la muerte el ánima racional?) SOLDADO 2: ¿Cómo lloras tú, criatura? HERACLIO: El no llorar ni gemir, mirando una sepultura o viendo a un hombre morir, no es valor sino locura. FOCAS: Con un aplauso pomposo publicad que soy del suelo Emperador prodigioso, y si espada me da el cielo conviene ser religioso.
Sacan a MAURICIO, atravesado con la espada
SOLDADO 2: Ya está el pecho atravesado. FOCAS: Muera, sólo porque sea hasta en morir desgraciado, y sólo su muerte vea ese villano o soldado.
Vanse y quedan el Emperador MAURICIO y HERACLIO
MAURICIO: Gracias a Dios podré dar, pues debiéndole esta muerte, hoy la ha venido a cobrar porque no hay dolor más fuerte que es deber y no pagar. Vida a censo le he pedido, porque más que pobre he sido; mas, pues eres liberal y te pago el principal, hazme suelta en lo corrido. Y si quieres ser pagado por entero, dame luz para buscarlo prestado en el banco de la cruz donde estoy acreditado. HERACLIO: Viendo su sangre vertida, y con lastimosas penas, la que a mi cuerpo da vida siento alteradas las venas, aunque no soy su homicida. MAURICIO: ¿Qué es aquesto, muerte airada, que siendo tú tan impía, asombras imaginada y con verte cada día te tenemos olvidada? Eres cierta, eres dudosa, soberbia, fuerte animosa, al mismo Dios atrevida, y el que viviendo lo olvida, te halla más peligrosa. HERACLIO: Señor, a vuestra flaqueza sirva de ánimo mi pecho, de consuelo mi tristeza, mis brazos sirvan de lecho, de almohada mi cabeza. En tal ansia y agonía tened en mí compañía; no muráis solo, señor, que es la desdicha mayor que Dios en la muerte envía. MAURICIO: Yo quisiera agradecerte este favor que me has dado. ¿Quién eres, que en sólo verte, parece que me has dorado la píldora de la muerte. Compadécete de mí, que soy viejo y mozo fui, y una residencia espero; que he sido Rey, aunque muero tan pobre como nací. ¿Quién eres? HERACLIO: Soy un villano labrador. MAURICIO: Cualquier cristiano un labrador de Dios es, y las otras son las mies, una es paja y otra es grano. ¿Cuál tendré de aquestas dos? Paja podrá decir Roma. HERACLIO: También tendréis grano vos, en que pique la paloma del espíritu de Dios. MAURICIO: Dime ya tu nombre, hermano. HERACLIO: Heraclio. MAURICIO: ¿Quién te crïó? HERACLIO: El famoso Heraclïano. MAURICIO: ¡Válgame Dios! ¿Quién te dio la sortija de esta mano? HERACLIO: La Emperatriz, mi señora. MAURICIO: Calla, Heraclio, calla agora; en el alma me ha desmayado este gusto demasiado.
Desmáyase
HERACLIO: ¡Qué tiernamente que llora! Y por más me lastimar quedó del hablar ya falto. MAURICIO: Viendo la muerte tardar, ha llamado al sobresalto para acabar de matar. ¿Qué dices, Heraclio? Calla, porque breve vida siento. La muerte quiere quitalla, y la defiende el contento, y están los dos en batalla. ¿Tú eres Heraclio? HERACLIO: Yo soy. MAURICIO: ¡Que así a conocerte vengo, mi Heraclio! Muy pobre estoy; una hora de vida tengo, en albricias te la doy. Ya he de morir, no me aflijo. Abrázame. HERACLIO: ¡Qué afición! MAURICIO: Tú sin duda eres mi hijo, que lo dice el corazón con último regocijo. Como en mi pecho te pones y junto los corazones, de sentir sus movimientos conozco tus pensamientos y sé tus inclinaciones. ¿No sientes que eres mi hijo? HERACLIO: Muéstraslo, a mi parecer, en morir con regocijo, y yo lo doy a entender en lo mucho que me aflijo. MAURICIO: ¿Tu sangre, Heraclio, no siente la alteración de mi pecho, siendo tu imagen presente? Dame ya un abrazo estrecho para morir dulcemente. La muerte me martiriza, que en desdicha fénix soy, y en ti mi fe se eterniza porque has venido a ser hoy gusano de mi ceniza. Por librarte y defenderte, entre montes te han crïado; vive encubierto y advierte que aborrezcas el pecado, que fue causa de mi muerte. Si el Imperio pretendieres y la púrpura vistieres, ampara como cristiano al Pontífice romano cuando en peligro le vieres, que es la llave que abrir sabe el arco en que Cristo cabe, y así guardarle conviene, porque, si guardarnos tiene, ¿cómo puede abrir la llave? Nunca tengas olvidada la muerte y eterno abismo, pues tu principio no es nada, y has de volver a ese mismo en el fin de la jornada. El mundo es mar que anegando anda aquel que a Dios no halla; no peques pues, y en pecando, la penitencia es la talla en que has de salir nadando. Toma siempre el buen consejo, honra al clérigo y al viejo; reparte a pobres tus bienes, y por si soberbia tienes, pobre y humilde te dejo. Infeliz puedes llamarme, y en la desdicha imitarme, que un mundo te pude dar ayer, y hoy has de buscar limosna para enterrarme. HERACLIO: Señor, bendición te pido, ya que en la voz y en el tacto por Jacob me has conocido. MAURICIO: Dios te bendiga. HERACLIO: ¡Qué acto para un pecho endurecido! MAURICIO: Abrázame ya, que entiendo que con el grave dolor el alma se va saliendo. En vuestras manos, Señor, este espíritu encomiendo.
Abrázanse y queda muerto el Emperador MAURICIO, y tocan dentro flautas o la música que hubiere
HERACLIO: ¡Ay, años bien fenecidos! ¡Cuerpo helado y sin sentido! Voces te he de dar; perdona, que pienso, como leona, resucitarte a bramidos. Dísteme el ser de criatura, y yo quisiera pagarte, mas tal es mi desventura que lo más que puedo darte es la pobre sepultura.
Vase, llevando el cuerpo. Salen MITILENE y HERACLIANO
HERACLIANO: ¡Gran mal! MITILENE: ¿Si es nueva dudosa? HERACLIANO: La fama de nuevas malas tiene ligeras las alas y es la del bien perezosa. MITILENE: Llegaremos a los muros. HERACLIANO: Como padre y como viejo, ni lo mando ni lo aconsejo, que no estaremos seguros.
Salen FILIPO, la Emperatriz AURELIANA y la Infanta TEODOLINDA
FILIPO: ¿Vienes cansada? TEODOLINDA De suerte que me ha faltado el aliento. AURELIANA: Y yo mil desmayos siento. FILIPO: ¿Son de hambre? AURELIANA: Son de muerte. TEODOLINDA: Filipo, ¿dónde nos llevas? Que pasar de aquí es gran yerro. FILIPO: En la falda de este cerro hay, señora, algunas cuevas. En ella podéis estar recatadas y escondidas, para conservar las vidas que el mundo os quiere quitar. HERACLIANO: ¡Oh, mi señora! TEODOLINDA: (Los cielos Aparte a Mitilene han traído porque matarme han querido con hambre, temor y celos.) HERACLIANO: ¿Adónde vas? AURELIANA: Voy temiendo el ejército alterado. ¿Y mi Heraclio? HERACLIANO: A ser soldado se me ha venido huyendo; que sigue su inclinación. MITILENE: Dame tus manos. AURELIANA: Los brazos te he de dar. MITILENE: Serán los lazos de mi amorosa prisión. Bien os podéis esconder de una escuadra desmandada. AURELIANA: Filipo, voy desmayada. FILIPO: Yo buscaré de comer.
Vanse todos menos FILIPO
No sé si acertado sea ir por ello a la ciudad. No, porque es temeridad; mejor será a alguna aldea. Pero, ¿cómo, si he quedado sin dinero ni vestidos, que todo lo he repartido en el motín? Cielo airado, ¿qué mudanza es la que miro? ¿En una hora tanto mal? ¡Ya Alejandro liberal, ya más pobre que [Piro].
Salen LEONCIO y dos soldados
LEONCIO: Que me aflige el alma, os digo, y no es de hombre el corazón que no tiene compasión viendo muerto a su enemigo. FILIPO: ([Viene Leoncio, mi amigo], Aparte bastón trae de General. No dudo que en el real sus cargos antiguos tiene. Tal estoy, y a tiempo viene que puede ser liberal; pero mil vueltas ha dado en su estado, y yo no sé si la amistad y la fe se mudan con el estado. Quiero llegar embozado porque el que pide importuna, y no hay miseria ninguna a que ya puede venir, pues la mayor es pedir a rueda de la Fortuna). Caballero, mi esperanza es teatro en quien le fundo; representé su mudanza yo, el personaje segundo de la comedia Privanza. Luego un capitán triunfando y después un general, venciendo y desbaratando, y ya estoy representando un pobre a lo natural. Fui leal porque serví; vencí por llegar a tiempo y triunfé porque vencí, y en un minuto de tiempo muy rico y pobre me vi. Representé un vencedor en la primera jornada, [luego me vi con honor], y aquésta, que es la postrera, representé lo peor. Si muero de esta caída, será mi vida tragedia en desgracia fenecida. Quiera Dios hacer comedia del discurso de mi vida. Hoy tengo a quien sustentar; aunque es justo el recibir, tanto en el dar suelo hallar, que, con ser muerte el pedir, vengo a pedir para dar. Dio siempre y jamás pidió la familia que alimento, y así soy cigüeña yo, que quiero darle sustento al mismo que me le dio. Y si es pedir un estrecho que la sangre hace sudar, un pelícano me ha hecho, pues que quiero alimentar con la sangre de mi pecho. Sólo el mundo es un tablero en que no hay persona alguna que no juegue y sea tercero, el naipe, que es la Fortuna, me dijo muy bien primero. Pude al principio ganar; no me quise levantar. Perdí todo el resto junto y estoy esperando punto para poderme esquitar. LEONCIO: Mucho tu desdicha siento, que en el teatro violento de este mundo y sus locuras, hice tus mismas figuras y yo también represento. Jugué, ganaba, perdí; otro mi resto ganó, mas barato le pedí. Y así, con lo que me dio al juego otra vez volví. Suertes he empezado a hacer aunque, temiendo perder el naipe de la Fortuna, no quise parar a una que emperador pude ser. Quíseme al fin levantar y de barato he de dar lo mismo que recibí cuando otra vez lo pedí para volverme a jugar. Yo recibí buena obra, y Dios me la dio en empeño; pagar quiero, tú la cobra, porque el hombre pobre es dueño de lo que al rico le sobra.
Dale un bolsillo
Aunque nos parecen dadas las limosnas, son prestadas; como arcaduces vivimos que damos y recibimos, y andan las suertes trocadas. (Este tiene calidad, Aparte y a Filipo me parece; saber tengo si es verdad, que una industria se me ofrece para probar su lealtad.)
Vase LEONCIO
FILIPO: Las prendas mismas me ha dado que en las montañas di yo; él fue sin duda el soldado que limosna me pidió, o mejor diré, prestado. En todo lo he de imitar, en el dar y en el recibir, en el subir y bajar; él me ha enseñado a pedir, yo le he enseñado a dar.
Salen HERACLIO, la Emperatriz AURELIANA, la Infanta TEODOLINDA y MITILENE
AURELIANA: Llamar quiero a Heraclïano, que vaya a comprar comida. HERACLIANO: Mejor estás escondida; no salgas, que es muy temprano. FILIPO: ¡Ah, señora! ¿Dónde vais? ¿No advertís que no es cordura siendo secreta y segura esta cueva donde estáis? MITILENE: Viéndola en tantos temores de su lado no me aparto. AURELIANA: Soy como mujer de parto, que me inquietan los dolores. TEODOLINDA: Yo consuelo sus enojos llorando; que al alma vuelvo la razón y la resuelvo en lágrimas de mis ojos.
Salen LEONCIO y dos soldados con alabardas
LEONCIO: ¿Venís ya bien advertidos? SOLDADO 1: Sí, señor. LEONCIO: Yo he de esperar y el suceso he de mirar entre estos sauces crecidos.
Escóndese LEONCIO
SOLDADO 2: Filipo, el Emperador tu vida y honra perdona, y has de elegir la persona que quisieres. HERACLIANO: Gran error fue salirnos de las cuevas. SOLDADO 2: Escoge, pues, si ha de ser vida de alguna mujer de ésas que contigo llevas. FILIPO: Y cuando yo haya elegido, ¿has de morir las demás? SOLDADO 2: Sin cabezas las verás. FILIPO: ¡Oh, qué riguroso ha sido! Pero de esta vez intento defenderlas con mi muerte. SOLDADO 2: No es posible defenderte. Somos muchos, somos ciento. Mira la que has de elegir; que ésta es rueda de la Fortuna. FILIPO: ¿Que ha de vivir sola una y las dos han de morir? Confuso el alma me tiene, que la una es mi señora, otra me estima y adora, y yo adoro a Mitilene. ¡Oh, qué extraña confusión! ¿Cuál de ellas he de elegir? Mejor me será morir que llegar a esta ocasión. MITILENE: Filipo, ¿ qué te suspendes? Pues que las armas tenemos lo que quieres haremos. FILIPO: No es cierto lo que pretendes. La obligación natural por la Emperatriz alega, por Mitilene me ruega el amor, que es liberal; humano agradecimiento defender quiere a la Infanta, que nunca de mí se levanta los ojos del pensamiento. Aquí mis ojos están como inciertos peregrinos que han hallado tres caminos sin saber adónde van. De mi confusión me admiro. ¿Qué he da hacer? Dios me resuelva: no sé a qué parte me vuelva, cuando a todas tres las miro. TEODOLINDA: Si en el alma que te adora hay fuerza alguna que cuadre, Filipo, yo tengo madre, y advierte que es tu señora. La Emperatriz tenga vida, y tú, que en su amparo vienes, has de elegirla si tienes honra y alma agradecida. Muera yo y mi madre viva; ¿qué dudas en la elección? Si no es que alguna afición del ser racional te priva. FILIPO: Dices, señora, verdad. Su vida libre ha de ser. Viva, porque ha de vencer a la afición la lealtad. Mas, ¿podré librar a dos aunque yo venga a morir? SOLDADO 2: Dos vidas has de elegir. Haz tu gusto. FILIPO: ¡Santo Dios! Otra confusión me viene, que a la razón tiene presa; yo no quiero a la Princesa porque quiero a Mitilene. Si la Princesa me adora, Mitilene me aborrece. ¿Cuál vida de éstas merece que muera por ella agora? De ambas estoy obligado sin inclinarme a ninguna, agradecido con una, y con otra enamorado. ¡Y qué dudosa carrera! ¡Qué confuso mar inquieto donde el hombre más discreto casi anegado se viera! Los ojos y corazón Mitilene me arrebata; hallo luego el alma ingrata y me llama a la razón. Yo me voy determinado, y por sólo agradecer, he de morir y perder a la que estoy adorando. Ya, Mitilene gallarda, me resuelvo en lo mejor; y aunque me anima el amor la ingratitud me acobarda. Viva la Infanta y perdona, que contigo he de morir. MITILENE: Has acertado a elegir como noble.
Sale LEONCIO
LEONCIO: Una corona merecerá tu lealtad, y la vida que yo tengo es de todos, y así vengo humilde a Tu Majestad. Mauricio es muerto, mas tanto su muerte se ha de estimar, que se puede celebrar pues que murió siendo santo. Tras la noche del morir salió el alma con el alba, rióse el cielo, y con salva Dios le salió a recibir. Mártir ha sido, y prometo que en mí no ha caído culpa; que el ejército disculpa mi buen celos. AURELIANA: ¿Que en efeto el Emperador murió? ¡Ay, extraña desventura! ¿Cómo podré estar segura? LEONCIO: Sí, podrás, viviendo yo. Moriré en vuestra defensa. AURELIANA: Mis prodigios se cumplieron; secretos misterios fueron de la majestad inmensa.
Sale CÓSROES, caballero
CÓSROES: Soldados y capitanes del ejército romano, los que sujetáis al mundo desde el Antártico al Austro; los que bárbaras naciones estáis siempre conquistando, egipcios, tártaros, medos, calibes y garamantos, y otros godos, indios negros, alarbes, persas y partos, masejetes y argatisos, scitas, armenios y francos; los que tenéis todo el orbe lleno de vuestros soldados, de los campos averinos hasta los Elíseos Campos; pues sois señores del mundo, eligiendo con aplauso Emperadores de Oriente y del Occidente echarlos, escuchadme: yo soy persa, y vengo desafïando a Leoncio, General. Del ejército gallardo de Persia vino vencido, que la fuerza de mis brazos no pudieron resistir el poderoso contrario. Robónos el sol hermoso del ejército persiano, que el Príncipe de aquel reino Aquiles fue de sus rayos. La gallarda Mitilene a los persas ha faltado, y a la pérdida no iguala la victoria que alcanzaron. Restitúyanos la dama que ya el orbe ha eternizado, o yo quiero conquistarla cuerpo a cuerpo. ¡Salga al campo! Si no acepta el desafío, toma el rescate, que traigo valor y precio por ella, que un reino no vale tanto: doce caballos famosos que en Libia los engendraron en doce tártaras yeguas los vientos desenfrenados; bozales de plata y oro mas no jaeces bordados que en sus espaldas desnudas suben los persas bizarros; diez mil romanos cautivos, que cuando fue desdichado perdió su adversa Fortuna aunque su valor mostraron; traigo púrpura de Tiro, telas de Persia y Damasco, y vuestros césares muertos traigo vivos de alabastro; entrégueme la cautiva que sol en Persia llamamos; reciba el rico rescate o salga desafïado. MITILENE: Déjame a mí responder. Oye, persa temerario, que al General desafías, siendo un crüel Estebano; si a Mitilene ha traído, vencióla como soldado, y como noble le hizo que no recibiese agravio; si Persia tanto la estima, estimada está aquí en tanto que es miserable el rescate que prodigio estás llamando. No se acepta el desafío porque el General romano, si no es con príncipe o rey, no puede salir al campo. CÓSROES: Pues yo, que le desafío, bien puedo desafïarlo, que soy el Príncipe persa. MITILENE: ¡Gran señor, querido hermano! El alma triste me alegras, y ya te esperan mis brazos. CÓSROES: ¡Oh, famosa Mitilene! Voy a dejar el caballo.
Vase. Salen los Capitanes tras HERACLIO
CAPITÁN 2: Muera, muera capitanes el atrevido villano que a Focas ha dado muerte, y ya le lleva arrastrando. CAPITÁN 1: Si se esconde en esos montes, se ha de librar y es gallardo. que el ánimo y el temor son alas y vuelan tanto.
Súbese HERACLIO a un montecillo
LEONCIO: ¿Qué es esto que pretendéis? CAPITÁN 2: Dar a un mozo temerario mil muertes. LEONCIO: ¿Qué ha cometido? CAPITÁN 2: Un delito extraordinario. En el palacio imperïal pudo entrar y con un lazo puesto en el cuello de Focas, salió del mismo palacio; muerte le dio y su fortuna lugar y ocasión le ha dado para escaparse ligero del rigor de nuestras manos. HERACLIO: Soldados y capitanes, que el orbe habéis conquistado, ¿no es deshonra que os gobierne un hombre desesperado, un bárbaro en las costumbres, monstruo en las obras y trato enemigo riguroso de nuestro linaje humano? Que le di muerte confieso, porque en ella he vengado la de Mauricio mi padre. Su hijo soy, no os dé espanto; hasta aquí viví encubierto en casa de Heraclïano. La madre tenéis presente de este corazón hidalgo; por propia naturaleza al Imperio soy llamado. Vida quiero, no el Imperio, que es miserable teatro. HERACLIANO: Ejército valeroso, la verdad os dice Heraclio. La Emperatriz, mi señora, le ha tendido disfrazado temiendo de la Fortuna aquestos sucesos varios que en su infeliz nacimiento los cielos pronosticaron. Verdadero César nuestro es, sin duda, y está claro que la sangre generosa venga al padre desdichado.
Híncase de rodillas al ejército la Emperatriz AURELIANA y la Infanta TEODOLINDA
AURELIANA: Si con los hombres piadosos pueden las mujeres algo, y las lágrimas enternecen los corazones de mármol, una huérfana y vïuda agora os piden llorando piedad y vida de un hijo y de un infeliz hermano. A mi esposo me quitasteis, y ya el cielo está pisando, pues que pagó con su muerte sus descuidos y pecados. Ejército riguroso, capitanes y soldados, sargentos y centuriones, General, Maestro de campo, Heraclio es mi propio hijo. Sed clementes, sed humanos. LEONCIO: Entre el aire suenan voces.
Dentro
VOCES: ¡Viva Heraclio! ¡Viva Heraclio! LEONCIO: Si ya su nombre celebran con voces los cielos santos, Heraclio es Emperador. CAPITÁN 1: ¡Viva Heraclio! CAPITÁN 2: ¡Viva Heraclio!
Desciende HERACLIO del monte al tablado
LEONCIO: [El reino fue, que de Focas] estaba pronosticado. Rija Heraclio nuestro Imperio. ¡Viva Heraclio! TODOS: ¡Viva Heraclio!
Corónanle. Sale CÓSROES
CÓSROES: Mi gallarda Mitilene, ¿dónde estás? Dame tus brazos. MITILENE: Estoy, Príncipe famoso, tu venida deseando. CÓSROES: ¿Quién es el Emperador? MITILENE: El que agora han coronado. CÓSROES: Dale al Príncipe de Persia las manos. HERACLIO: ¡Felice caso! Los brazos tengo de darte y a Mitilene la mano de esposo. LEONCIO: No puede ser, porque la suya me ha dado. MITILENE: Leoncio, ¿qué estás diciendo? LEONCIO: Con esta sortija hablo. Por ella me prometiste, entre esos altos peñascos, cuando una vez te di vida, Que pidiese ya ha llegado el tiempo a la condición; que no pierdes y yo gano. MITILENE: ¿Tú fuiste? ¡Válgame el cielo! Obligada estoy y callo; digo que sí. LEONCIO: Pues agora, serás esposa de Heraclio; vencerme quiero a mí mismo. El es señor, yo crïado, y él merece solamente ser tu esposo. AURELIANA: ¡Leal vasallo! Filipo, dale a la Infanta la mano, pues has ganado la honra que es de gozar. FILIPO: Dasme honor. TEODOLINDA: Vivas mil años. Y la historia prodigiosa aquí tiene fin, senado, pero no la rueda de la Fortuna, porque siempre está rodando.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002