ACTO SEGUNDO


Salen JORDÁN y NABAL bien vestido
JORDÁN: Agora sí es ocasión de ir a pedir por esposa, supuesto que estás tan rico, a tu Abigaíl hermosa. NABAL: En mi pensamiento estás. JORDÁN: (Más quisiera yo en tu bolsa.) Aparte Sólo una cosa me espanta; el ver cuán a poca costa tienes cantidad de hacienda, de ganados tanta copia. Ajustemos, señor, cuentas que no he de esperar una hora si al instante no me pagas. Señor, mis raciones todas. NABAL: Linda flema es la que gastas. JORDÁN: Dime, ¿no quieres que coma? ¿Soy camaleón crïado que al aire he de abrir la boca? Servir y no manducar nunca, señor, se conforman. ¿En qué mis tripas te ofenden? Ten de ellas misericordia. Mira que pueden prenderlas por vagamundas y ociosas. Toda la hambre de Egipto en mí considero agora porque estando, aquesto es cierto, soñando anoche esta historia, fui el intérprete yo mismo: pues, hallé tan a mi costa al imaginar las vacas que al rey Faraón congojan ser las flacas para mí pero para ti las gordas. Tu bolsa es, señor, sin duda Argel en cuya mazmorra para cautiverio eterno todo el dinero aprisionas sin que rescatarle puedan piedad ni misericordia, que falta la redención cuando no hay en ti limosna. NABAL: Cansado, Jordán, estás. No me aprietes, pues no ignoras que unas tierras de labor en esa vaga espaciosa compré, y ganado también con que es imposible cosa poder pagarte tan presto. JORDÁN: Pues que no quieres que coma, ¿posible es que cuando amor al más avaro transforma en liberal avariento, tú, que a Abigaíl adoras, ni lo miserable olvides, ni lo pródigo conozcas? Yo no he de estar más contigo. Tú como una vaca engordas; yo me enflaquezco y me voy a la muerte por la posta.
Saca un papel
Ésta es la cuenta, señor. Escucha atento y perdona; que entré a servirte ha diez años tres semanas y una hora, con ración y quitación. La quitación es forzosa que ya me la hayas pagado; pero nada en mí se logra porque es Argos de cien ojos tu avaricia en su custodia. Fue dos reales el concierto cada día, con las sobras de tu mesa, mas ningunas habrá, ni ha habido hasta agora. Si te pones en la mesa, te incorporas de tal forma que piensas que han de quitarte los manjares de la boca. Y, si hay de vino algún frasco, aunque sea de una arroba, brindándote tú a ti mismo, no me dejas una gota. Si cualquier manjar te sacan, quedan los platos de forma, limpios, que no han menester estropajo ni fregona. Y, finalmente, los dos estamos a cualquier hora, yo con el ojo tan largo, tú con la hambre tan gorda. Las raciones, bien lo sabes, me las debes casi todas, y por no perderlas voy aumentando unas con otras. NABAL: Calla y vete, que ya sale Abigaíl como aurora imán, que mi alma sigue, sus dos estrellas hermosas. JORDÁN: ¿En fin no tiene remedio? NABAL: No le tiene por agora. JORDÁN: Mucho quieres el dinero. (En los infiernos lo comas.) Aparte
Salen ABIGAÍL y JOSÉ
ABIGAÍL: ¿A qué venís? JOSÉ: A deciros, sin acción que admite engaños, que me costáis en dos años infinidad de suspiros. El alma vengo a pediros. Dádmela, que prenda ajena ni aun para mirada es buena; que sin alma y con amor, en custodia de temor, habré de guardar mi pena. ABIGAÍL: No soy mía. NABAL: ¡Airados cielos! ¿Qué estarán los dos hablando? ¿Qué haré?, que muero rabiando entre celosos desvelos. No me aflijáis tanto, celos. No me atormentéis, congojas. Envidia, ¿por qué me arrojas? La indomable furia enfrena; mas, ¡ay!, que tiene mi pena más hidras que un árbol hojas. JOSÉ: Amada prima... ABIGAÍL: ¡Oh, Nabal! ¿En mi casa? NABAL: Sí, señora, que quien tu hermosura adora está en otra parte mal; y más cuando liberal de esperanza me enriquece el cielo y me favorece en darme riquezas tantas para ofrecer a tus plantas, pues mi amor te lo merece.
Sale LÁZARO
LÁZARO: Sin licencia y sin llamar, en vuestra casa me entré porque asegura mi fe los temores del dudar. NABAL: Si otra rosa le has de dar, ya está aquí. LÁZARO: Ni yo he venido por ella ni la he merecido. NABAL: Pues, ¿qué tu intento procura? LÁZARO: Adorar esta hermosura que imagen de Dios ha sido. NABAL: ¿Y amar puedes sin deseo belleza tan celestial? LÁZARO: La del alma es inmortal y ésa estimo y ésa creo; que la hermosura que veo es breve y no satisface. JOSÉ: Luego, ¿del cielo no nace la hermosura exterior? LÁZARO: Sí, mas con menos valor porque el cielo la deshace. ¿No suele pintar el arte una imagen y figura en quien forma la hermosura y los colores reparte, proporcionando la parte con el todo hasta quedar con perfección y dejar naturaleza ofendida? Y, al fin, le falta la vida que el pincel no puede dar. ABIGAÍL: La hermosura dulce y grata de la mujer más famosa es una fábrica hermosa que a la vejez desbarata. El oro convierte en plata y en violetas el clavel; porque su belleza infiel del tiempo no la asegura. Sólo en Dios hay hermosura; que eterna ha de ser en Él.
Sale BALTASAR
BALTASAR: Oye, señor, si no niegan el sentimiento y congoja las palabras y la lengua y el suceso a la memoria. Preven montes de paciencia en el alma generosa, porque abismos de desdichas con menos lágrimas oigas. En los campos idumeos, que de palmas se coronan y de tu adversa fortuna significan la victoria, dichosos se apacentaban tus ganados, y en dos horas los que en número excedían del mar las arenas hondas, los que con la sed solían minorar las blancas ondas del Tigris y del Jordán, de una peste lastimosa yacen muertos; que las hierbas de Tesalia venenosas tu desdicha han trasladado a Sïón para que coman su misma muerte con ellas. O ya en las fuentes hermosas los áspides africanos venenaron su ponzoña. ABIGAÍL: Bien dicen que la Fortuna tiene el pie sobre una bola, porque no hay firme edificio fundado en basa redonda. Lázaro, mucho perdiste. Si en prosperidad dichosa te dan modestia los cielos, paciencia te den agora. Sabe Dios lo que me pesa. NABAL: El alma tengo gozosa. ¡Vive el cielo que me huelgo! Caiga ya la vanagloria y soberbia de este rico y la pobreza conozca. LÁZARO: Baltasar, ¿cómo no sabes que los trabajos son obras del mismo Dios, y que el darlos es usar misericordia? ¿De paciencia me previenes al referirme una cosa de que yo debo alegrarme? Muera el ganado. ¿Qué importa? ¿Dios no es señor de la vida? ¿Y a los brutos y personas los reparte y quita Él mismo? ¿Tiene el hombre cosa propia? ¿No es todo de Dios? Pues, ¿cómo te lastiman y alborotan nuestros sucesos? Advierte que entre las débiles hojas de los árboles sustenta las avecillas que cortan la esfera del aire, y tiene su providencia memoria del pececillo pequeño que entre los mariscos y ovas del mar está sumergido. Luego su mano piadosa bien me puede sustentar sin ganados si soy obra y hechura suya más bella que el ave más caudalosa.
Sale JORDÁN
JORDÁN: Señor, señor, ¡buenas nuevas! NABAL: ¡A tu humor antiguo tornas! ¿Qué hay de nuevo? JORDÁN: Dame albricias si quieres saber agora tu ventura. NABAL: Necio estás. Acaba. JORDÁN: Señor, perdona; que esta vez no he de decirlas si con mano generosa no me das algo primero. Sea una vez manirota tu condición ya que siempre de avarísima blasona. NABAL: Vete, loco, y dejamé. JORDÁN: Pues siquiera alguna cosa a cuenta de mis raciones me has de dar. ¿Qué te alborotas? NABAL: Ya no intento que me digas nueva que feliz pregonas, porque no quiero saberlas si es que ha de ser a mi costa. Nunca me pidas albricias que aunque ha sido ceremonia usada, soy yo excepción de regla tan perniciosa. JORDÁN: En fin, ¿por no darme nada no escuchas el bien que ignoras? Pues yo quiero referirlo para que cuando me oigas adviertas de dichas tuyas en atenciones gustosas que soy pródigo en hablar cuando avaro en dar te nombras. Sabrás que todas tus mieses ya con las espigas tocan en los ramos de las plantas tan fecundas y copiosas que darán ciento por una. Las ovejas, aunque pocas, cristal del Jordán bebieron, ya con sus vellones doran los campos, que multiplican con prisa maravillosa. Benigno el cielo te mira con favor, riqueza y pompa. Obligarte quiere a amar el camino de su gloria. Simeón vino a decirlo. LÁZARO: Siento el alma más gozosa con estas nuevas, Nabal, que si fueran mías propias. Doyte alegre el parabién. JORDÁN: ¿No me das alguna cosa? ABIGAÍL: ¡Con qué modesta paciencia Lázaro el pecho conforma con el cielo! JOSÉ: ¡Aún eso agrada! ABIGAÍL: ¡Qué locura tan celosa!
[Sale un CRIADO de LÁZARO]
[CRIADO]: Señor, si desdichas dejan la prudencia y la memoria del hombre con fuerza y vida, bien has menester agora valerte de ellas oyendo que innumerable langosta va entrando en tus verdes mieses y la tierna espiga cortan. Plaga de Egipto parece pues las ranas y las moscas que a Faraón afligieron no fueron tantas. LÁZARO: No pongas nombre de fiera desdicha a la voluntad notoria del cielo, ni sientas tanto las mudanzas de las cosas. ¿No es muy poderoso Dios? ¿No son secretas sus obras? Él la langosta crïó. Hechura es suya. Pues coma en hora buena las mieses; que al hombre todo le sobra.
Sale [ELIÁZAR] un criado de NABAL
ELIAZAR: ¡Dame albricias! JORDÁN: ¿Cómo dar? Bien su condición ignoras. De las mías que me ha dado tomarás las que te tocan que para los dos habrá; que son de una data todas. ELIAZAR: En la heredad que compraste, surcando la tierra agora con los bueyes, un tesoro de cantidad tan preciosa hallamos que maravilla; metales, piedras y joyas. ¡Las riquezas de Sïón! ¡El oro de Arabia! Roban las entrañas de la tierra que compraste humilde y poca. ABIGAÍL: En dos balanzas están bien distintas y remotas. Allí pesan la justicia y aquí la misericordia. LÁZARO: Vuelvo otra vez a alegrarme. ¡Oh, qué nueva tan gustosa! NABAL: Abigaíl, la más bella del mundo, la más hermosa, riquezas me ha dado el cielo. Agora serás mi esposa. ABIGAÍL: Con la de mi viejo padre mi voluntad se conforma. Hija obediente he de ser. Para nada hay "sí" en mi boca. NABAL: Pedírsela [he] a su padre. Voy a guardar las preciosas riquezas que justamente con mis méritos conforman. JORDÁN: En eso no te embaraces que es civilidad notoria. Como mayordomo tuyo lo haré yo si no te enojas; que es grandeza de señores no ocuparse en esas cosas cuando [les] sirven crïados que de tan fieles blasonan. NABAL: ¡Para robarme mi hacienda! JORDÁN: Seguirle pretendo agora su humor, porque si le aprieto, yo apostaré que se ahorca.
Vanse NABAL y JORDÁN
LÁZARO: Vengan de mano de Dios mis trabajos, que memoria tiene de mí pues me envía tantos bienes, tantas honras. ABIGAÍL: El cielo te dé consuelo. JOSÉ: Lázaro, mi hacienda toda es tuya. LÁZARO: Yo la agradezco. ABIGAÍL: Y yo, aunque no soy señora de los bienes de mi padre, la parte que a mí me toca te la ofrezco liberal. LÁZARO: Dios os haga tan dichosa como mi amor lo desea.
Vase [LÁZARO]
ABIGAÍL: Mucho siento sus congojas. JOSÉ: De sus desdichas me pesa. ABIGAÍL: Adiós, José. JOSÉ: Adiós, señora.
Vanse. Salen NABAL y el PADRE de ABIGAÍL
NABAL: Ya mi riqueza has sabido. Agora, señor, quisiera (pues a ocasión he venido, Aparte si me amor se considera), ser de Abigaíl marido. Del tribu de Judá soy como tú, noble nací, y rico ya ves que estoy. Lo que tengo escucha aquí; que esto le ofrezco y le doy: El Tigris, que el muro besa de Babilonia, me baña la más famosa dehesa que corona esa montaña de antiguos robles espesa. Luego una viña al volver que se mira desde allí con su casa de placer que a las viñas de Engadí competencia puede hacer. De mis espigas doradas a cualquier parte que vuelvas verás parvas levantadas en agosto, y esas selvas cubiertas de mis vacadas, que a competencia del cielo llueven leche sobre el suelo haciendo sierpes de plata como cuando se desata por las montañas el hielo. Y de tanta leche llenas están, que en toda ocasión a las dulces Filomenas, las que verdes hierbas son, engañan por azucenas. Y en una granja adornada una casa noblemente a mi traza fabricada con un pensil excelente de abril eterna posada, cuya hermosa variedad aventajan los deseos de la humana voluntad y los jardines hibleos vencen en fertilidad, por cuyas plantas y flores, cuando el agua se desata, los arroyos corredores parecen franjón de plata sobre felpa de colores. Que hasta mirar la beldad de tu hija, no es jardín; que es sombra de esta verdad, y mi corazón, al fin, jardín de mi voluntad. PADRE: Nabal, estimo el deseo de hacerme merced, y creo, por lo que gano este día, su voluntad fuese mía que es dichosísimo empleo. Yo quisiera darle dote tal, que envidiarlo pudiera rey o sumo sacerdote; mas la común muerte fiera que fue de Israel azote, me dejó no con riqueza. No está mi casa sobrada. Esto me causa tristeza; pero está privilegiada de cantidad de nobleza. Mas mi hija hallarás, Nabal, cuanto tú le das; y si entre los hechos llenos de honor, la hacienda es lo menos, yo te vengo a dar lo más. Que te pienso enriquecer con una prenda que el cielo para ti quiso escoger; que no hay riqueza en el suelo como la buena mujer. Que aquél que mujer halló sabia, honrada y virtüosa, a la Fortuna venció, porque es en el mundo cosa que a pocos se concedió. Y no hay cosa al parecer más difícil de emprender; dos cosas, que son hallar un amigo y acertar a elegir buena mujer. Que la mujer escogida para alivio de la vida ha de entrar, no tengas duda, como la Verdad, desnuda, y de su fama vestida. Mas, pues tú parte me has dado, Nabal, de tu hacienda, quiero, a tu amistad obligado, de los que en mi hija espero darte, hacerte un fiel traslado. Todo el oro del Arabia llevarás en su cabello, que al sol en rayos agravia y quiso con él vencello la naturaleza sabia. El africano marfil está más fino en su frente, y en sus mejillas abril, enseñándose en su oriente la primavera gentil. Ventas son de cristal de la casa de esta huerta sus ojos, luz celestial, y su boca hermosa puerta con umbrales de coral. En aquesta casa vive un alma hermosa de quien nobleza inmortal recibe, dotada de mayor bien que el mundo discreto escribe. Tiene joyas estimadas del oro de su opinión con su virtud esmaltadas, que las guarda la razón con mil llaves encerradas. Una margarita es, su memoria siempre en Dios engastada, y de interés famosas potencias dos que se le siguen después. Éste es todo su caudal y el mío. No soy ingrato en ser, Nabal liberal; mas si escuchaste el retrato contempla el original.
Sale ABIGAÍL muy alegre
NABAL: ¡No llega al balcón dorado del sol a llamar el día más bella el alba! ¡Qué agrado! ABIGAÍL: El corazón me decía que aquí estabas, padre amado. Dame tu mano. PADRE: El Señor te bendiga, Abigaíl NABAL: ¡Qué belleza y resplandor! ¡Qué entendimiento sutil! El Amor mata de amor. PADRE: Nabal ha venido aquí a pedirte por esposa. Yo la palabra le di. NABAL: Como la purpúrea rosa se quedó. PADRE: ¿Qué dices? Di. Es rico y de calidad y de nuestra tribu, y tiene este intento. NABAL: Es gran verdad. ABIGAÍL: Si tú ves que me conviene, yo sigo tu voluntad. Tan ajustada nací que puedes saber de ti lo que puedo responder. PADRE: Nabal, ya es vuestra mujer. NABAL: Doyme el parabién a mí. ABIGAÍL: Y tanto imito a tu amor siempre, que tu pensamiento, como ha de ser en mi honor, es el primer movimiento de mi voluntad, señor. PADRE: Eso conozco, hija mía, y agradezco juntamente. Nabal, llega. NABAL: Hoy es el día más feliz que eternamente gozó amorosa porfía. PADRE: Llega, Abigaíl es tuya. NABAL: Ya gracias le doy al cielo. La vida que tengo es tuya. No hay mayor dicha en el suelo. Haz que aquesto se concluya. PADRE: Cuando tú quisieres sea. NABAL: Luego imagino que es tarde, pero para quien desea un bien, no hay plazo que aguarde bien cuando tal bien se emplea. PADRE: Dios, en lo que procuramos mire nuestra voluntad de quien la paga aguardamos. Vamos, hijos. NABAL: ¡Qué beldad! PADRE: ¿No venís? ABIGAÍL: Ya, señor, vamos.
Vanse. Salen JORDÁN y ANA, criada
JORDÁN: Ana ilustre, así te vea ara de un tapiz famoso y ansina en tu rostro hermoso no haya lunares de fea. Así tu errática estrella haga su virtud persona del título de fregona al estado de doncella. Así el tiempo a quien se humilla cuanto encuentra y cuanto roba, lo que agora en ti es escoba haga después almohadilla. Y tus manos que difuntas están por lo flaco, en vez de la mano de almirez mires bolillos de puntas; que cases a mi señor. ANA: ¿Pues soy yo casamentera? JORDÁN: Mira, has sido cobertera y emplastadora de amor. Esto que llaman unir voluntades discordantes, no es oficio de ignorantes. Maestros se han de decir de capilla, el que acomoda los desdenes más feroces, pues une distintas voces en el compás de una boda. La voz del bajo se encuentra con el reino de Plutón, la del tiple es un punzón que en el alma se nos entra. Una al infierno le envía, otra sube a las estrellas y el maestro forma de ellas con la unión dulce armonía. Así puedo decir yo que en contrabajo mi amo está diciendo: "Yo amo", y ella responde: "Yo no". Entra tú, linda maestra, concuerdas el no y el sí. Haces su boda y así se va ordenando la nuestra. ANA: Padre tiene Abigaíl. JORDÁN: Ya entró mi amo a pedilla; mas puede una palabrilla, dicha acaso y con sutil ingenio hacer cosas graves. Di bien de Nabal. ANA: ¿Qué bien? JORDÁN: Yo te lo diré también para que tú se lo alabes. Dile que antípoda ha sido del hijo pródigo. Infiero que es infierno del dinero pues de él ninguno ha salido. Que era malo le dirás para reloj, y no miento pues viviéramos a tiento sin saber hora jamás. ANA: Luego, ¡nunca da? JORDÁN: Le igualo al mayor señor en eso. Es muy cuerdo, tiene seso. ANA: Al fin, ¿para todo es malo? ¿Ninguna cosa le salva? JORDÁN: Sólo para calvo es bueno porque es descortés. ANA: ¡Qué bueno! JORDÁN: Y no le verán la calva. No será nada perdido que no da, ni aun esperanzas. ANA: ¿Y con estas alabanzas le ha de querer por marido? JORDÁN: Si, le querrá, porque en fin se guardan, si bien se nota, la mujer y la bellota para el puerco más rüín. ¿Qué elección de hombre bizarro supiera jamás hacer, si es animal la mujer que come carbón y barro? Las que tienen tan mal gusto, ¿en qué pueden acertar? ANA: Esto, Jordán es hablar a lo malo. JORDÁN: Y a lo justo.
Sale JOSÉ
JOSÉ: Ana dichosa y más bella que los campos del abril, pues del sol de Abigaíl eres alba, eres estrella, tú que mereces tener por dueño y bien sin segundo la mejor mujer del mundo si es que un ángel es mujer, alienta mis esperanzas. Dile a tu dueño dichoso que merezca ser su esposo. Tú que de su pecho alcanzas tal parte, sé intercesora con sus ojos soberanos. ANA: Yo voy. JORDÁN: Nacéis a dos manos. Vos sois linda embarradora.
Vase ANA
JOSÉ: ¿Eres Jordán el crïado de Nabal? JORDÁN: Jordán seré. Su crïado no. JOSÉ: ¿Por qué? JORDÁN: Su enemigo no excusado. JOSÉ: ¿Tanto dinero tenía que campo y vacas compró? JORDÁN: Cierta partida cobró que Lázaro le debía. JOSÉ: ¿Y es cantidad la del oro que halló? JORDÁN: Por darle pesar se lo tengo de contar. Alto, pues, ¡Va de tesoro! Hay riquezas infinitas. JOSÉ: Gustaré de ellas, contaldas. JORDÁN: Dos hanegas de esmeraldas y cuatro de margaritas. Un juego de bolos hay que las bolas son dos perlas que se holgarán de verlas los reyes de Girlinbay. Los bolos son filisteos de oro de grande fineza y que tienen por cabeza cama hermosos camafeos. Un grande mortero vi de piedra como un gigante. El mortero es un diamante y la mano es un rubí. Cuando se maja con él se forma tan dulce son que sin cuenta ni razón bailamos todos con él. Muchas riquezas verás y no quiero ser prolijo pues por aquesto se dijo y trescientas cosas más. Doblones hay de dos caras tan grandes como un harnero. JOSÉ: Dime, Jordán, ¿estás cuero? JORDÁN: Y más de siete mil varas de oro, de plata y de estaño sin otras cosas muy ricas, y, si mucho me replicas, perlas hay de mi tamaño.
Sale ANA
ANA: Tú eres, Jordán, desgraciado que Nabal llegó primero. JORDÁN: Sonó sin duda el mortero y a su música han bailado. ANA: A su padre la ha pedido y a este punto se la entrega, porque la Fortuna ciega ya la dicha ha repartido. JORDÁN: El alba será esa boda de mi gusto, tigre mía, y la nuestra será el día. ANA: Quiéreme bien y me apoda. No se verá en ese bien. JORDÁN: Triste el pésame te doy. ANA: Y al uso del mundo voy a darles el parabién.
Vanse los dos
JOSÉ: Pues ya no tengo esperanza, no quiero estar más aquí. Gócela Nabal, y a mí el cielo me dé venganza. No os gocéis en paz los dos, pues yo no la he de tener. ¿Qué no causa una mujer? Remédieme sólo Dios.
Salen cantando los MÚSICOS y NABAL y ABIGAÍL, de las manos. [Salen] ANA, JORDÁN y el PADRE de ABIGAÍL
MÚSICOS: ¡Viva mil años Nabal, y también viva otros mil la discreta Abigaíl! Nunca conozcan el mal. NABAL: Felice, esposa, has de ser pues vivirás siendo mía con honra y con alegría más que ninguna mujer. En esta casa has de ver tantas riquezas unidas que exceden a las de Midas como las sepas guardar; que ya las empieza a dar el cielo, autor de las vidas. A tu padre agradecida estarás mientras viviere, pues tanto te estima y quiere que te entrega a tal marido. También yo dichoso he sido pues Fortuna con largueza a hacerme próspero empieza y a un tiempo vengo a tener la riqueza y la mujer que me guarde la riqueza. PADRE: La bendición del Señor te alcance. ¡Ay, hija querida! ABIGAÍL: Y Él guarde, señor, tu vida. ¿Lloras? PADRE: Es llanto de amor, no de pena ni dolor, [cuando así te alegrarás]. Pienso no te he de ver más porque pienso retirarme a Betulia. ABIGAÍL: ¿Para darme penas y tristezas vas? JORDÁN: (Aun no le dijo el cobarde Aparte que su riqueza conoce, "Tengo mujer que la goce" sino "mujer que la guarde".) ABIGAÍL: Aunque la Fortuna tarde en darte prosperidad, con gusto y con humildad tendrás una esclava en mí. De mi padre fue hasta aquí, tuya es ya mi voluntad. JORDÁN: La gente que a acompañar se ha venido, está allá fuera sin irse, a comer; que espera que la hemos de convidar como es uso. Mas no tienes prevención y estoy confuso. NABAL: Quebrar la pierna al mal uso, dice el refrán. Necio vienes. JORDÁN: Haz que algunos dulces traigan y entre todos los reparte. NABAL: Convídales de mi parte. JORDÁN: ¿A qué diré? NABAL: ¡A que se vayan! Así el pobre satisfaga; que el rico con su poder basta que lo pueda hacer. No es menester que lo haga. Los ricos eso tenemos; que nos han de acompañar porque los podemos dar, pero no porque les demos. JORDÁN: Ése es un gentil amparo. NABAL: Muy pródigo estás, Jordán. Despídelos. JORDÁN: ¿Qué dirán? NABAL: Que soy discreto. JORDÁN: ¡Y avaro! NABAL: Así como así lo dicen del rico no se contentan. Si lo han de decir, no mientan. ¿No vas luego? JORDÁN: Hoy se eternicen tus hechos en el infierno. No doy por tu salvación un cornado. ¡Qué ambición! NABAL: De esta suerte me gobierno. ¿Qué haces? JORDÁN: A despacharlos voy al momento.
Vase JORDÁN
NABAL: Señora, no he querido darte agora cuidado en el regalarlos. Huéspedes hartan, y olvidan al momento el beneficio, y los hombres de mi juicio ni prestan ya ni convidan.
Sale JORDÁN
JORDÁN: Ya que a nadie has convidado, pobres, si a piedad te mueves, esperan a los relieves de la boda y se han juntado. ¿Dales algo? NABAL: ¡Qué indiscreto! De tu ignorancia me pesa, necio. Si la causa cesa, ¿no ves que cesa el efecto? Si convite no hay, ¿qué quieres? Nada sobra. Dales nada. JORDÁN: ¡Qué regla tan acertada! ¡Qué jurisperito eres! Y estos músicos, ¿qué harán? Pobres son; ya los conoces. NABAL: No me dieron ellos voces. Dales voces tú, Jordán. ¿No basta haberlos oído cantando mal? JORDÁN: ¿Y es razón? NABAL: Si les he dado atención ya pagué lo que he debido. JORDÁN: Ya cantaron. Piedad haya. NABAL: Diles que si oí cantar, que también les oí templar, que uno por otro se vaya. JORDÁN: Jamás avaricia vi tan puesta en razón y en arte. Alto, a contar a otra parte; que estamos sordos aquí.
Sale LÁZARO vestido pobremente y los MÚSICOS se van
LÁZARO: Sálveos Dios, que no podía esperar humano bien sin daros el parabién en medio de esta alegría. Vivan vuestras voluntades en paz tan larga y unida que le quede vuestra vida por años, no por edades. En dulce amor y sosiego vuestra lengua a Dios invoque y a vuestra hacienda no toque peste, langosta ni fuego. No lleguéis los dos a ver en fortuna singular ni la cara del pesar ni la espalda del placer. Tú, Nabal, cuanto deseas logres sin mudanza alguna. La Ocasión y la Fortuna a tus pies se inclinen. Veas hijos de nietos, que así al año parecerías con sus meses y sus días. ABIGAÍL: Lástima tengo de ti. A llanto me has provocado. No te quisiera escuchar pues no te puedo pagar el parabién que me has dado. Y ya envidio el mal que tienes pues que con paciencia tal, cuando has de sentir tu mal te alegran ajenos bienes. Y así, Lázaro, prevengo que, pues lástima me das, valen tus trabajos más que las dichas que yo tengo; porque, si en la dicha mía llego a sentir tu pesar y te puedes alegrar de mi gusto y mi alegría, claro está que valen más los trabajos que tuviste pues yo dichosa, estoy triste y tú tan alegre estás. JORDÁN: Pobre de él, a comer viene por una tablilla, di, ¿hoy no convidan aquí aunque ya puesta la tiene tu fama? NABAL: ¡Bárbaro, calla! JORDÁN: Sólo consejos me has dado. PADRE: Lázaro, ¿cómo has quedado de la sangrienta batalla que la Fortuna te dio? LÁZARO: Señor, ya todo es violento, y así me dejó contento, pues con salud me dejó. Para pagar mis crïados hasta el vestido vendí, porque todo lo perdí pero quedé sin cuidados. Cualquier hombre que no deba se puede llamar felice, y como el proverbio dice, "No tengo cosa en que llueva el cielo, pero tendré esperanzas y consuelo", que son las lluvias del cielo más seguras. ABIGAÍL: ¡Grande fe! Dueño, esposo, convidemos a Lázaro, que quizá para comer no tendrá. NABAL: Buen envidioso tendremos a nuestra mesa. Es forzoso que tengan antipatía la pobreza y la alegría, el desdichado y dichoso. Esposa, convites tales entre iguales han de ser, porque el brindis y el placer puedan también ser iguales. PADRE: Estando enfermo, me ha hecho muchos bienes en su vida. ABIGAÍL: Pues yo quiero, agradecida, quitarme aquésta del pecho. Toma, Lázaro, por paga
Dale una joya
aquesta joya, y podrás vestirte mejor. LÁZARO: Me das el remedio. Dios te haga tanto bien como deseo. No al quitar, seguro y firme, porque así podré vestirme sin ser fábula y trofeo de la Fortuna. NABAL: ¡Mujer, que apenas te viste mía cuando luego al primer día me has comenzado a ofender! ¿Tú puedes, sin mi licencia, dar cosa ninguna ya? ¿Sabes del modo que está la mujer en la obediencia del marido? A no mirar; que es el tálamo primero. Más colérico y más fiero te llegaré a castigar. Y tú, necio codicioso, que la tomaste, ¿no ves que sólo su dueño es la voluntad de su esposo? Dame, loco. PADRE: ¡Qué arrogancia! LÁZARO: Tienes, amigo, razón; pero la buena intención en ella, en mí la arrogancia, disculpa nos puede dar. Tómala pues, sin enojos.
Dásela
ABIGAÍL: (¿Qué bodas son éstas, ojos? Aparte Empecemos a llorar).
Vase ABIGAÍL
PADRE: ¡Oh, avaro!, aunque más te sobre y el pródigo esté perdido, rico, el pródigo habrá sido y tú siempre serás pobre.
Vase el PADRE
ANA: ¡Pesadumbres al entrar! ¡Éstos los regalos eran!
Vase ANA
JORDÁN: Diluvios de hambre me esperan. ¡Ea, aprender a nadar!
Vase JORDÁN
LÁZARO: No te enojes tú, yo voy. Unid vuestras voluntades. NABAL: No quiero estas humildades; que colérico estoy.
Salen el DEMONIO en traje de pobre, y CUSTODIO
CUSTODIO: ¿Dónde vas, opuesto a Dios? DEMONIO: Donde me lleva el destino, por si por este camino hago pecar a los dos.
[A NABAL]
Dame limosna, pues dijo un filósofo moral que el hombre es tan liberal cuando tiene regocijo. El que su boda celebra franco tendrá el corazón. NABAL: ¿Qué regla hay sin excepción? ¿Qué costumbre no se quiebra? ¿Qué fe duró en los amigos? ¿Qué esperanzas no hay inciertas? ¡Hola! Cerrad esas puertas, que van lloviendo mendigos.
Vase NABAL
DEMONIO: El primero soy que pide que huelga que no le den. CUSTODIO: Pide a Lázaro también. Veremos si te despide. DEMONIO: Una limosna procura uno que cautivo ha estado. LÁZARO: A mal tiempo habéis llegado. ¡Oh, criador de la criatura! ¡Oh, quién tuviera qué dar! El corazón me traspasa. El alma en fuego se abrasa. Bien me puedes perdonar. Amigo, piadoso vengo a ver tu necesidad, sólo puedo dar piedad que sólo lágrimas tengo. Si este vestidillo fuere bastante a tu mal, no dudo de quedar por ti desnudo como el hombre nace y muere. Ayer, amigo, podía con tal huésped regalarme. Hoy no tengo donde entrarme cuando se nos vaya el día. Ya no habrá, según estoy, quien me pueda conocer. Llamábanme "el rico" ayer y "el pobre" me llaman hoy. Pero con pobreza tal, sano estoy, gracias a Dios, y os podré llevar a vos en hombros al hospital si estáis enfermo. DEMONIO: Impaciencia es la enfermedad que veo, y soy tal que apenas creo que tiene Dios providencia. ¿Por qué tan mudos estamos en miserias tan feroces? ¿Y por qué no damos voces y del cielo nos quejamos? Vos tan pobre y yo tan pobre, ¿esto habemos de sufrir, destinados a vivir de lo que a otros les sobre? LÁZARO: Amigo, amigo, no os den así impulsos de impaciente. Dios es pródigo y consiente nuestro mal por nuestro bien. Aunque en riqueza me vi, tantos males me cercaron que los que allí me envidiaron hoy se lastiman de mí. Mas no por eso, a Dios gracias, blasfemias al cielo digo, pues son piedad o castigo lo que llamamos desgracias. Pecado podré decir, que oprimen hoy nuestros cuellos. Arrepintámonos de ellos. DEMONIO: No me puedo arrepentir. LÁZARO: Tal decir, sólo se entiende del demonio. [Eso es] pecar, porque no puede olvidar lo que una vez aprehende. DEMONIO: ¿Qué sabes tú si lo soy? LÁZARO: (Dejarlo es mayor prudencia Aparte pues que le da mi paciencia los consejos que le doy. Mi consuelo este hombre ha sido, mi Dios, más pobre le tienes, pues si yo perdí mis bienes, la paciencia no he perdido).
Vase LÁZARO
CUSTODIO: ¿Ves, enemigo del hombre, como pobre y provocado, humilde Lázaro ha estado? DEMONIO: ¡Qué milagro! ¿No te asombre? Porque si tiene salud y la riqueza es la vida, ¿qué pasión habrá que impida la fuerza de su virtud? Dame tú que le faltara y echaras luego de ver lo que puede mi poder; que luego desesperara. CUSTODIO: Pues yo licencia te doy de parte de Dios que quites su salud. DEMONIO: Si lo permites, a darle una lepra voy; que asco y horror dé a la gente. No estuvo Job tan llagado como él será. CUSTODIO: Ni habrá estado el mismo Job tan prudente.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El rico avariento, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002