ACTO TERCERO


Salen CONRADO, FEDERICO y CAMILO
CONRADO: Si hay en Sicilia quien diga que vos no sois el marqués, ¿qué gusto ni qué interés a estar con ella os obliga? ¿Ya no estáis desengañado? ¿Tenéis acaso otro indicio? La reina está sin jüicio; el reino está lastimado. Su locura es que veneno le han dado nuestras violencias; y aunque tiene intercadencias su mal, nunca está sereno su rostro. De esta verdad sois testigo. FEDERICO: Verdad es. CONRADO: Volved a Nápoles, pues. Dad cuenta a su majestad que aunque la reina está ansí de su autoridad desdice, y que sois el rey se dice. No conviene estar aquí.
Vase CONRADO
FEDERICO: Harélo, señor Conrado; que ya el desengaño he visto. Loco soy pues que conquisto sol hermoso inanimado. Loco volveré si estoy más en Sicilia, Camilo. Una vez con cuerdo estilo escucho a la reina y doy fe a lo que el alma desea; otra, a dudar me provoca. Ya está cuerda, ya está loca. ¡Vive Dios, que me marea! CAMILO: ¿Qué locos no tienen eso? No es en ellos cosa extraña; cualquier loco nos engaña hablando a ratos en seso. Mas ya, señor, no podemos irnos de Sicilia. FEDERICO: Pues, ¿qué tenemos? CAMILO: Soy marqués, y otra pretensión tenemos. E irme de aquí no me mandes; que soy persona más alta. Para señor, ¿qué me falta? Ya traigo las uñas grandes. Al guardar modelo doy; no doy al pobre ni enfermo; de noche ando, de día duermo; según esto, señor soy. En España no son tales; en ellos hay excepción. Allá estuve, y todos son bizarros y liberales.
Sale CARLOS
CARLOS: Señor marqués (callo el nombre Aparte porque lo manda la reina), de Sicilia no os partáis, su majestad os lo ruega. A solas te quiso hablar, pero no pudo, y apenas pude entenderla, que dijo: "Di al marqués que no se vuelva hasta que le desengañe, y mis desdichas entienda". Yo, señor, que atentamente conozco la conveniencia de este reino, a Federico verle su dueño quisiera. Y cuando a la reina miro con ansias y con tristezas que mi discurso imagina, que mi malicia penetra, pésame de que en Sicilia asistáis, viendo que es fuerza que os dé llanto la desdicha que os dé cuidado la pena; pero yo osara afirmar que Margarita está cuerda; si no, fuera en este caso temeraria una sospecha. No os vais, señor, hasta ver si algún misterio se encierra en esta melancolía, que mil desvelos me cuenta. Yo sé que ama a Federico su majestad, y que piensa favorecer sus deseos. No será razón que crea que está loca una mujer que en el ingenio y belleza es ángel, y una hermosura tan bizarra y tan discreta que fatigar sabe montes, que sabe diversas lenguas, que la política sabe como si en Roma y Atenas pudiera haberla aprendido de Aristóteles y César. Haced que estos casamientos felices efectos tengan, para que las dos Sicilias cuellos de un Aguila sean. FEDERICO: (Mis pretensiones se animan, Aparte mis esperanzas se alegran, si ella me manda que espere, y éste la tiene por cuerda). CAMILO: Hijo es éste de Conrado. ¿Quién duda que no pretende descubrirte la intención?) FEDERICO: Ha sido aguda advertencia, y no tengo ya en Sicilia negocios que me detengan con la reina, cuando a todos su locura es manifiesta. Bien Federico la sabe. Pero amor, a cuyas flechas no hay exención de albedrío, no hay humana resistencia, verme obligó a Serafina para no dejar defensa a los ojos cuando al alma refiriesen su belleza. Esto, Carlos, me detiene. Si vuestro padre me diera a Serafina, esas ondas de espuma pálida llenas, para mi curso dichoso, y para mi alegre vuelta, ya fueran cielos de flores, ya fueran campos de estrellas. CARLOS: (¿Qué es lo que oigo? No sin causa Aparte dijo lo mismo la reina. El competidor es grande; cierta es mi muerte. ¿Qué esperan mis ojos? ¿Más desengaño? ¿Mi corazón más paciencia? Haré que no le conozco). Marqués, por cosa muy cierta me han dicho que Federico a Margarita desprecia; después de haber deseado su casamiento, que fuera blasón en los otros siglos de la romana soberbia. Que ama en otra parte dicen menos deidad y belleza. ¡Que ésta es bastante ocasión para ser mayor la ofensa! Siendo ansí, no es maravilla que yo los agravios sienta de mi reina; y ya que el cetro y la majestad reservan al rey la soberanía y la rara preeminencia para que no le igualemos los demás mortales, sepa que hay en Sicilia vasallo que le retara y dijera que hace mal en ser mudable, si la majestad depuesta pudiera ser. No es posible, pues como a dioses venera a sus monarcas el mundo. Humanas leyes exceptan a las personas reales de este duelo; competencias no sufren las majestades, que todo es sagrado en ella. Y ya que esto es imposible, con la espada y con la lengua sustentaré de él abajo que merece más mi reina que toda mortal criatura, y no hay otra que merezca al rey de Nápoles tanto, y el ser mudable con ella es delito, es sacrilegio. Vos y yo en esa ribera podemos averiguar si esto es verdad, pues con ésta, que asombro del Asia ha sido, os defenderé que es cuerda, que es hermosa, que es divina, que es soberana y discreta Margarita de Sicilia, fénix sin segundo. ¡Venga el que quisiere tras mí y lo contrario defienda!
Vase CARLOS
FEDERICO: Mal podrá contradecirte quien eso mismo desea. CAMILO: ¡Por Dios, que te desafían! Quiera el cielo que no tengan veneno aquellas palabras, malicia aquellas finezas. ¡A embarcarnos, a embarcarnos! Hagan la seña de leva en ese pobre bajel que ha días que nos espera. FEDERICO: Es rémora amor; no puedo. ¿Pero qué burla fue aquella de decir que eres marqués? CAMILO: Yo la diré: Porcia piensa que soy Marqués de Pescara y tú Federico, y lleva tragado que ha de ser mía. FEDERICO: Agora el alma penetra lo que la reina me dijo. Amor tiene la que cela; seso tiene la que siente. ¡Ea, desengaños, ea! Salgamos ya de estas dudas. CAMILO: ¿Otra? ¿Luego ya te quedas? ¡Vive Dios!, que eres gitano que juega a la corregüela. Ya está fuera, ya está dentro; ya te vas, ya te ausentas; y por ti ha de decirse: "Ir y quedar y con quedar partirse".
Sale OCTAVIO
OCTAVIO: Vos, señor embajador, tenéis a Sicilia puesta en confusión y cuidado. ¿Qué detención es la vuestra? Desengañaros pretendo. De que Federico quiera a Margarita resulta el estar triste y enferma. De extraño esposo no gusta; y mi dicha es quien espera este reino con su mano. Su voluntad manifiesta está al mundo: sólo Octavio ha de ser quien la merezca. Con esto podéis partiros y no causar más tristeza a sus ojos. FEDERICO: Esto sí que fue tirana violencia; esto sí que fue desdicha; esto sí que fue tragedia; esto sí que fue morir. ¡Aquí, aquí, mortal paciencia! ¡Aquí, aquí, que con los celos fueron minas que revientan mis confusiones y dudas! CAMILO: Quizá es mentira, no temas. FEDERICO: Verdad es; y por locura tuve estas razones mesmas, oyéndolas de su boca. OCTAVIO: La reina sale; no os vea, que le dais melancolía. FEDERICO: Suceda lo que suceda, ¡vive Dios, que he de escuchar mi rigurosa sentencia!
Retíranse [FEDERICO y CAMILO] y sale MARGARITA
MARGARITA: Triste vengo, primo mío. Sabe que me da cuidado lo que esta noche he soñado. OCTAVIO: ¿Qué, señora? MARGARITA: Que mi tío, por heredarme, me daba una muerte rigurosa. Mas desperté pavorosa, y acordándome que amaba a Octavio, cobré valor; dejé el miedo; y han quedado la tristeza y el cuidado compitiendo con mi amor. Haz que no me maten, primo, ni que veneno me den, pues que yo te quiero bien, pues sabes lo que te estimo, que ya voy estando cuerda, y verás lo que te quiero. OCTAVIO: ¿A ti la muerte? ¡Primero mi vida y honra se pierda! La muerte que en sueño ves no ha de ofenderte inconstante sin hallarme a mí delante, para que mueras después. Pierde, señora, el recelo; porque el pálido terror de los mortales valor no tendrá contra ese cielo. MARGARITA: ¡Qué buen primo, qué leal, qué galán, y qué avisado! ¡Lo que le quiero! OCTAVIO: Obligado a mostrarse liberal es amor. Dame la mano que me tienes prometida. MARGARITA: Larga es, Octavio, la vida. Tiempo habrá, que aun es temprano. Yo te la daré muy buena. OCTAVIO: Amenaza y no favor es ése. MARGARITA: (Pierdo el temor). Aparte ¿Lo que digo te da pena? Huérfano tengo ese guante después que el otro te di. Tómalo entretanto. OCTAVIO: Ansí vive glorioso un amante. FEDERICO: (Y otro morirá ofendido. Aparte Favor le ha dado, y lo vi. No hay disculpas. ¡Ay de mí, los celos me han embestido! No hay humano sentimiento que los pueda resistir. Sin paciencia ha de morir quien ama sin escarmiento).
Sale [FEDERICO]
Esta villana traición pide venganza a los cielos. Agravios son y no celos los que arroja el corazón. Por los ojos y la boca diga este trance fatal que la reina es desleal, y no digan que está loca. ¿De Federico se ofende cuando pide confïado, cuando sirve enamorado, y cuando cortés pretende? ¡Vive Dios!, que este favor más villano y cruel que rico, ha de ser de Federico premio, no de tanto amor pero señal de venganza.
Quítale el guante a [OCTAVIO]
OCTAVIO: ¿Celos sientes por tu rey? FEDERICO: ¡Vasallo de buena ley estos enojos alcanza! OCTAVIO: Volvedme el guante, marqués, u os daré la muerte aquí. FEDERICO: ¡Volverélo, pero ansí!
Rómpelo y arrójale el guante
Dirá el favor a tus pies que desprecio justo ha sido de un escudero cansado lo que un rey ha deseado, lo que un rey ha merecido.
Levántalo
OCTAVIO: Pues yo vengaros prometo y mostrar que os merecí. Marqués, seguidme, que aquí perderemos el respeto a la reina.
Vase [OCTAVIO]
FEDERICO: Ya te sigo, aunque igual tuyo no soy. Falsa, si el alma te doy, ¿usas desprecio conmigo? MARGARITA: ¿Fuése? Sí. Federico, rey y señor, ¿hasta cuándo, sin entender mis querellas, habéis de estar engañado? Si por diversos caminos cuenta os di de mis agravios, acabad ya de entenderme. Haced que vengan surcando esas ondas vuestras velas. Sabréis que no quiero a Octavio, ni estoy loca. Federico es, sólo, el dueño bizarro de mi voluntad. Amor da atrevimiento a mis labios. Perdonad si os manifiesto mi corazón sin recato. Ayer os dije lo mismo, pero luego entró Conrado y detrás de vos estuvo; forzoso fue disfrazarlo. FEDERICO: ¡Qué cuerda estáis, mi señora! MARGARITA: Sí, por vuestra vida; y tanto que por dueño os he elegido. FEDERICO: ¡Oh, felices desengaños! Pensando que estaba preso, el reino napolitano cubre ese mar de bajeles hermosos y bien armados. MARGARITA: Saldré ansí de cautiverio; ansí saldré de tiranos. FEDERICO: Y yo de las confusiones con que amor me dio cuidados. MARGARITA: No dudéis más. FEDERICO: Pues, señora, fingid delirios no tantos que deis a Octavio favores. MARGARITA: Yo os obedezco. FEDERICO: Yo os amo. MARGARITA: Gracias al cielo que pude satisfaceros y hablaros. FEDERICO: Adiós, Margarita cuerda. MARGARITA: Adiós, rey desengañado.
Vanse y salen CAMILO y PORCIA
CAMILO: Doña Porcia, ¿no sabremos de los rubíes de esa boca de qué está la reina loca? PORCIA: Muchas sospechas tenemos. Mucho Sicilia murmura; nadie piensa la verdad. CAMILO: ¿Y cuándo a mi voluntad dirás la buena ventura? ¿Cuándo un favor me darás? PORCIA: De veras, ¿sois el marqués? CAMILO: Sí, por la vida de los tres. PORCIA: Y estamos los dos no más. CAMILO: El otro es mi grande amor. PORCIA: Yo os quiero favorecer; con esta cinta ha de ser. CAMILO: ¡Qué menino es el favor! Una cadena mohosa, una sortijilla vieja es favor que al alma deja con achaques de dichosa; pero una cinta, un cabello, un ramillete, una flor, es melindre, no es favor. PORCIA: Traiga, vueselencia, al cuello ésta.
Dale una cadenilla
CAMILO: Muy de buena gana. Aunque mucho mayor fuera, yo ingrato la recibiera de una dueña y de una enana. Cadena sutil y bella, una verdad te confieso; que si igualaras en peso la del puerto de Marsella, me parecieras mejor, porque se viera mi pena amarrada a una cadena en las cárceles de amor. Pero retorno ha de haber a tan amorosos lazos, ¡A mis brazos, a mis brazos! ¡Ea, Porcia! Acometer esta dicha importa agora. No pierdas esta ocasión; brazos de un marqués no son para desechar, señora. ¿Cómo? No seas ingrata; tú subirás muy apriesa de la cámara a marquesa. No sube tanto la plata. PORCIA: Pienso que burlas. CAMILO: No hay tal. ¿Levántasme testimonios? ¡Mal me quieran los demonios si yo te quisiere mal!
[Vanse CAMILO y PORCIA, y salen CONRADO, CARLOS y OCTAVIO]
CARLOS: Solos estamos. La puerta he de cerrar esta vez, haciendo al cielo jüez de que la intención acierta, si la acción errare. CONRADO: Di. CARLOS: No es decir. Hacer intento un leal atrevimiento y un discreto frenesí. En Sicilia se murmura que los dos sois ocasión de la tristeza y pasión de la reina. Esto asegura saber que un destilador sacó un agua que bebida priva de seso; homicida de la porción superior del alma. Por orden vuestra Serafina se la ha dado. ¿De qué nación se ha contado desdicha como la nuestra? ¿Cuándo halló la tiranía, cuándo halló humana ambición, tal linaje de traición, tal modo de alevosía? ¿Cómo el cielo iluminado sus ejes no ha estremecido? ¿Cómo la tierra ha sufrido? ¿Cómo ese mar ha callado? ¿Cómo no se trastornó el mundo a un acto tan fiero? Si puede ser, degenero del padre que ser me dio. Hijo no soy de Conrado; bien lo presumo y arguyo que no sea hermano tuyo. Cierto fue; no se ha dudado. De la razón impelido, a matarte vengo aquí para castigar en ti al que por padre he tenido. Pero si acaso lo es, que ya no habrá quien lo crea, primero su muerte vea, y él me matará después; que con esto la ambición verá su castigo en él; que de un padre tan crüel no ha de quedar sucesión.
Pone mano
¡Rayos vienen sobre ti; tu fin tremendo ha llegado! OCTAVIO: ¿Vienes loco? CARLOS: Vengo honrado. CONRADO: ¿Piérdesme el respeto? CARLOS: Sí.
Acuchíllanse
Pues a la reina y a Dios lo perdéis. Respeto es el que miramos los tres, siendo crüeles los dos.
Cáesele la espada a OCTAVIO
CONRADO: ¡No le mates! ¡Oye, espera, mira que tu padre soy! CARLOS: No le mataré; y te doy ejemplo de esta manera de que al rey, cuadre o no cuadre, debe respetar el hombre, pues que yo respeto el nombre de padre sin ser mi padre.
Dentro
SERAFINA: Abrid aquí. ¿Qué es aquesto? ¿Armas en palacio? CONRADO: Octavio, abre allí. OCTAVIO: Verá este agravio la satisfacción muy presto. Seré rey y vengaré la infame injuria que vi.
Abre y éntrese SERAFINA
SERAFINA: ¿Voces y espadas aquí? ¿Qué es aquesto? CONRADO: Nada fue. Hijo ven. Deja ese loco hazañero y presumido desleal.
Vanse CONRADO
OCTAVIO: Desvanecido, ¿yo soy traidor? CARLOS: ¡Y no poco! Eres rey de los tiranos; y no es dichosa suerte que se dilate su muerte, porque morir a mis manos honra fuera, y ha de ser sin honor y sin piedad. OCTAVIO: Rey me llamaste. Es verdad, que rey tuyo me has de ver.
Vase OCTAVIO
SERAFINA: Carlos, envaina el acero; porque en palacio desnudo traidor parece. CARLOS: No dudo que tú lo temas primero; porque siempre al delincuente sigue cual hombre el temor; y como tiembla la flor que soplos del austro siente, de miedos y sobresaltos se ve siempre combatido. ¡Cuántos el miedo ha abatido de los lugares más altos! SERAFINA: Ya te he dicho que te engañas. CARLOS: No hay negar. SERAFINA: Pues sí, hay negar. Más me tienes de estimar, si acaso te desengañas. Más que tú seré leal. CARLOS: ¡Ojalá tanto lo fueras! Pues eres de dos maneras a la reina desleal. Federico te ha mirado y a la reina despreció por tus ojos. ¿Qué sé yo si tú la ocasión le has dado? Porque ya su voluntad a tus favores aspira. SERAFINA: ¡Carlos, mentira, mentira! CARLOS: ¡Ingrata, verdad, verdad! Yo de sus labios lo oí; él mismo no lo negó. SERAFINA: Son tus quimeras. ¡No, no! CARLOS: Son tus traiciones, ¡Sí, sí! SERAFINA: Ya sé que de haber fingido la reina que amor te tiene, porque esta ficción conviene, tus mudanzas han nacido. CARLOS: Ya sé que de haber pensado que serás reina proceden tus esperanzas; y pueden haberte quizá burlado. SERAFINA: Ingrato, rey no serás. CARLOS: Reina no has de ser, ingrata. SERAFINA: ¡Qué mal tu ambición te trata! CARLOS: ¡Y tú, qué engañada estás! SERAFINA: Yo no he fingido. ¡Ah, tormento! CARLOS: Yo tus mudanzas no sigo. SERAFINA: Verdad es lo que yo digo. CARLOS: ¡Verdad es lo que yo siento!
Sale CONRADO
CONRADO: Agora sí que convienen tus soberbias y arrogancias. Cubiertas tiene Sicilia de soldados estas playas y esas ondas de bajeles; que en las azules espaldas de ese mar, napolitanos espanto dan a las aguas y maravilla a esos montes, que arrojan de sus entrañas abismos de fuego. Carlos, si presumes que tu espada tiene pujanza invencible, hoy es tiempo de mostrarla.
Vase CARLOS. Salen MARGARITA y PORCIA
MARGARITA: ¿Qué es esto, gobernador? ¿Qué gente nos amenaza? ¿Qué bajeles enemigos son los que producen armas contra nosotros? CONRADO: Señora, el que marqués se llamaba era Federico; y vos, con las tristezas pasadas, lo mandastes prender. De esto llegó a Nápoles la fama, y por librar a su rey vienen con velas hinchadas de soberbia y viento agora. MARGARITA; Dadme un bastón y una espada; que tengo valor y brío para salir a campaña.
Salen OCTAVIO y CAMILO
OCTAVIO: Señora, si estás mejor, muéstrate en esto bizarra; que Federico pretende ganar por punta de lanza tu hermosa mano; y en viendo las velas napolitanas, a sus bajeles se fue a recibir sus escuadras de lucida gente. Sólo un loco que le acompaña pudimos prender. CONRADO: Merece que le den la muerte airada. CAMILO: ¡No merezco, vive Dios, que soy hombre de importancia! PORCIA: Advierta, su majestad, que es el marqués de Pescara, y de ser esposo mío me ha dado muchas palabras. MARGARITA; ¿No te digo que eres necia? CAMILO: ¿Qué blanca no es mentecata? No te creas de ligero; ten alma, nieve, ten alma. Ésta es barba de marqués.
Sale CARLOS
CARLOS: Manda que toque al arma; que ya en las fértiles islas, como en las selvas troyanas, caballos arrojan gentes, naves producen venganzas; y ya Federico llega con una bandera blanca, señal de paz. OCTAVIO: (Llega en vano Aparte si no padece mudanza mi fortuna). Reina mía, sepan todos que me llamas dueño tuyo. Muestra agora que a majestad me levanta tu mucho amor.
Sale FEDERICO y gente
FEDERICO: Margarita, reina y señora gallarda de Sicilia, no te espante ver que Nápoles desata las áncoras de sus puertos, que por tus islas marcha ese ejército copioso. Mi libertad intentaba pensando que estaba preso; mas ya, rendido a tus plantas, sólo servirte desea. Libres dejarán las aras de tus palacios, que son inmunidades sagradas. MARGARITA: Rey de Nápoles, Sicilia a tus pies está humillada, y sólo aspira a gozar los aplausos de tu gracia. Bien venido, señor, sea, no como antes, disfrazada tu majestad, a mi reino. CONRADO: Mira, señor, que te engaña el intervalo del mal que la aflige. En sus palabras hallarás después delirios; y aunque loca, está enojada, porque ha pisado tu gente las arenas de esta playa. OCTAVIO: Y si por dicha entretiene tu voluntad esperanzas, Margarita tiene dueño; rey estas islas aclaman. MARGARITA: Ya que tu gente guarnece esas riberas, ufanas de que las pise tal rey, a las bodas celebradas de mi dicha asistirá. FEDERICO: Dichoso el hombre que alcanza tanta gloria. OCTAVIO: Tuyo soy. MARGARITA: Mi reino postro a tus plantas. Napolitanos, prended a estos dos. CONRADO: Aun no le falta el accidente. ¡Locura lastimosa y desdichada! Todo su tema es prender. Todo es decir que la matan. Bien te acuerdas de lo mismo cuando prenderte mandaba. MARGARITA: Hoy, Conrado, con tu muerte, verás que es cuerda, que es sabia, la que por vivir dejó que tu malicia reinara. "No hay reinar como vivir" dice un verso del Petrarca. En mí se cumplió. Viví; tú reinaste, mas ya pagas el delito que intentaste. SERAFINA: Tirano viejo, ¿pensabas que era yo tan desleal que a mi reina soberana diera a beber tu veneno? Su locura ha sido falsa, y mi lealtad verdadera. OCTAVIO: ¿Tú nos has vendido? ¡Ingrata! CARLOS: ¡Oh, a mí me ha dado la vida saber que lealtad alcanzas! MARGARITA: Y que tu mano merece, porque la lealtad premiada debe ser. Dale tu mano. CARLOS: ¡Dichoso yo! MARGARITA: Los dos vayan desterrados de mi reino. Carlos es quien les ampara las vidas. FEDERICO: Mi Margarita, ya la gloria deseada de tu mano el alma espera. MARGARITA: Dices bien, que sola un alma nuestros dos pechos anima. FEDERICO: Al Amor daré las gracias de que ya cuerda te escucho sin el temor que ocupabas. MARGARITA: "No hay reinar como vivir", señores, en esto acaba; feliz suceso, si suplen vuestras mercedes las faltas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002