LO QUE PUEDE UNA SOSPECHA



ACTO PRIMERO


Salen doña INÉS, FENISA, y doña ISABEL con mantos
INÉS: La dicha de conoceros hace mi suerte mayor. ISABEL: Fïanzas os da mi amor de saber corresponderos. INÉS: Estoy tan aficionada a vuestro ingenio y belleza que de la naturaleza. Con razón vivo enojada de que me hiciera mujer cuando os crió tan hermosa; que es victoria poco [dichosa], no peligrar al vencer. Pues no importa que el agrado y brío me haya rendido si mi ser está impedido de poderos dar cuidado. ISABEL: Ved que vuestras perfecciones piden alabanza igual y que me hacéis mucho mal con tantas ponderaciones; pues cuando restituíros quiero el favor que me dais, como todos los gastáis, no me dejáis qué deciros. Y os suplico, mi señora, me hagáis merced de decirme casa y nombre. INÉS: Prevenirme quise a ese cuidado agora. Doña Inés de Portugal soy, de don Carlos hermana, cuya estirpe soberana debo a la casa real. ISABEL: ¡Qué sois hermana de Carlos! INÉS: Y muy vuestra servidora. ISABEL: Vuestros favores agora de nuevo vuelvo a estimarlos. Pues en mí vuestro decoro, por quien sois, aplausos gana. (Y porque os llamáis hermana Aparte del dueño que firme adoro). ¡Fenisa! FENISA: ¿Señora mía? ISABEL: Desde luego me agradó como el alma adivinó que algo de Carlos tenía. FENISA: Pues, advierte, si te agrada por si tu estado mejoras, que buenas son pocas horas las que tiene una cuñada. INÉS: Las ferias del nombre espero. ISABEL: Agradecidas las doy: Hija de don Diego soy de Meneses cuyo acero asombro fue y maravilla grangeando igual decoro en Ceuta ya contra el moro ya en los campos de Castilla. INÉS: No sin ocasión parece que de vos me aficionaba cuando vuestro ser me daba a entender lo que merece; pues vuestra casa y la mía --los tiempos son buenos jueces-- emparentaron más veces que el sol da rayos al día, y así tenemos de ser muy amigas. ISABEL: Está llano que el gusto que en vos gano no le procuro perder.
Salen don ÍÑIGO y don ALONSO
ÍÑIGO: El resto de la hermosura se vio esta tarde mi bien. ALONSO: Y el imperio de un desdén que rendir mi amor procura. ÍÑIGO: ¿Tenéis ya nuevo cuidado? ALONSO: Y que es milagro de amor; mas me trata con rigor. ÍÑIGO: Muy al tiempo estáis templado. ALONSO: ¿Cómo? ÍÑIGO: Porque cada día elección nueva tenéis. ALONSO: Una de las dos que veis es el norte que me guía. ÍÑIGO: (¿Si será doña Inés? ¡Cielos! Aparte Decid, ¿cuál de las dos? ALONSO: La más hermosa. ÍÑIGO: ¡Por Dios! ¡Que me habéis causado celos! ALONSO: La de a man derecha es. ÍÑIGO: Ya me habéis desahogado, porque temió mi cuidado que era el vuestro doña Inés. ALONSO: Ya supe que sus despojos dan a nuestro amor desvelos, y antes que os causaran celos, me sacara yo los ojos. ÍÑIGO: De vuestra amistad lo creo. ALONSO: Pues estamos dos a dos, no pagará al ciego dios tributo nuestro deseo. ÍÑIGO: Lleguemos. Tras del aurora madrugar dos soles vimos. La novedad advertimos y como la causa ignora, de mirarle duplicado el día, venga a saber si el cielo en amanecer el orden común ha errado. INÉS: ¿Responderémosles? ISABEL: No. INÉS: Pues, ¿no siendo conocidas? ISABEL: Hay muchas honras perdidas por pensar que nadie vio.
Habla aparte INÉS con don ÍÑIGO
INÉS: Por estar acompañada, Íñigo, hablarte no puedo. [ÍÑIGO]: Parece que tenéis miedo, señora, de esotra tapada.
A doña ISABEL se llega [don ALONSO]
ALONSO: Sed, señora, más piadosa vos que vuestra compañera, o, desdeñando siquiera, abrid en voces la rosa. Para quien está rendido sobrado rigor mostráis. ÍÑIGO: Mirad, que celos me dais de no ser favorecido. ISABEL: Respóndeles tú, pidiendo que se vayan. ALONSO: ¡Qué rigor! Ciego pintan al Amor y mucho en vos le estoy viendo. ÍÑIGO: Mira, que tu amor se queja de tu desdén, prenda mía. INÉS: La noche se sigue al día, y mi casa tiene reja. FENISA: Caballeros, yo os suplico que os vais, y que nos dejéis, que hay a quien cuidado deis en la calle. ÍÑIGO: No replico. Obedezco el mandamiento. FENISA: ¡Mi señor! ALONSO: ¿De qué os turbáis? FENISA: Bastante causa nos dais viendo vuestro atrevimiento con tan poca cortesía. ISABEL: Por aquí quiero volverme, que si llega a conocerme mi padre, tendré mal día. INÉS: Vamos. ÍÑIGO: ¿Siguiéndolas vais? ISABEL: Suplícoos que nos dejéis. ALONSO: ¿Rémora me detenéis cuando acero me llamáis?
Vanse las tres y sale don DIEGO, padre de doña ISABEL
DIEGO: Aunque ayuda mi sospecha el serle tan parecida, queda su virtud vencida la sospecha satisfecha. ALONSO: Por su padre era el recato que con los dos han tenido. ÍÑIGO: Parece que ha anochecido. ALONSO: Si se ausentó el sol ingrato que me abrasa, claro está que la noche ha de venir. ÍÑIGO: ¿Pensáis rondar o dormir? ALONSO: ¿Quién con amor dormirá?
Vanse
DIEGO: Bien se puede en mí perder esa celosa inquietud; que de su mucha virtud liviandad no he de creer. Ya está agonizando el sol en cristalinos abismos, y en lucientes parasismos va expirando su arrebol. Donde suelo entretenerme quiero un poco retirarme; que luego vendré a acostarme que la vejez tarde duerme.
Vase y salen CARDILLO, lacayo, y CARLOS
CARDILLO: Desde que al jardín entraste ayer, no he tenido yo rato para poder preguntarte lo que pasó, que aunque me hallo con el nombre de Cardillo, ......................... [ -a-o] suele haber a los cardillos también casos reservados. CARLOS: Fue tan grande la aventura tan sin alma me ha dejado que fuera mucha desdicha no perderla en tal encanto. CARDILLO: Por lo que ha que te conozco, y a fe que eres desalmado sin ser de los que bostezan por señas lo temerario, pero sólo te suplico que me refieras lo raro de esa aventura, pues todos los que estamos escuchando, mosqueteros, ballesteros, homes buenos y fidalgos, escuderos, ricos hombres, que de todo hay en el patio, querrán saber el suceso, pena que si lo callamos, habiendo dicho algo de él habrá silbo de contado. ¿A qué te llevó Fenisa? CARLOS: Escucha, pues, y sabráslo: Bien viste que ayer mañana Fenisa me fue a decir que feriarme pretendía la ventura más feliz. Y que en fe de esta esperanza órdenes obedecí suyas, esperando atento en la puerta del jardín de Isabel. Y también sabes que Fenisa vino a abrir y que en el jardín entré pues escucha desde aquí. Llegué, siguiendo sus pasos, donde me pude encubrir entre unas murtas adonde el cristal se vio ceñir entre muros de alabastro formando espejo al pensil, tienda del campo en que Flora las siestas suele dormir tan defendida del sol cuando le viste el abril, que ignora por donde pueda sus rayos introducir. Ciudadana de su margen era Isabela gentil si no sol de aquella esfera, Flora era de aquel país. Parecióme que quería, tan escondida la vi, templarle, que ella a su fuego aún no pudo resistir. Era la estación del día en que el sol llega a rendir el espíritu fogoso en túmulo carmesí, cuando haciendo confïadas treguas, llegó a descubrir sin velo tanta deidad, sin velo tanto feliz incendio como encubría; que abochornado salir pretendió a desahogarse el caluroso marfil. Dejó para lo decente de holanda el velo sutil, que agradecía lo delgado lo que quiso permitir. Pues crepúsculo a su día y nube también la vi que dando del sol noticias no le dejaba lucir. La sustancia que el gusano hiló que bañó el añil, y formó juego de campo con movimiento sutil. se quitó, habiendo primero hurtado al breve jazmín de su hermoso pie el coturno no sabe a qué discernir el alma, si es mayor gloria el gozar que el advertir porque en tanta perfección como ostentó serafín la atención toda es sentirlos, y el apetito es civil. En pie se puso, y mirando el uno y otro chapín con mil donaires les dijo, "Corchos, nada me añadís porque a darme perfección fuera forzoso que aquí o no os pudiera dejar o me dierais qué sentir". Complacida de sus partes la vio mi atención reír, y como estudiaba en ella cuidados, lince aprendí en la primera lección cuanto amor supo escribir pues todo, de sus acciones cuando se rio, leí dos renglones de jazmines en dos hojas de carmín. Fióse el agua después que la salió a recibir con abrazos cristalinos siendo lo inquieto perfil. Al bañarse padecía que llegándose a ceñir cristales sobre los cristales y a lo que más atendí fue a quien el agua le decía, "Viene a engañarse de mí si entra; que me abrasas sin poderte resistir". ¡Ay, dije, si tú te quejas siendo incapaz de sentir, ¿qué hará quien con el alma mira hermosura tan gentil? Señoreando el estanque en pie, le adornó feliz porque ninfa de alabastro fuente se quiso mentir. Teniendo piedad del agua de ella comenzó a salir sudando para enjuagarse gota a gota, perlas mil, que a su bulto detenidas se quisieron añadir; pero el lienzo codicioso las bebía con ardid, porque el agua por hurtarlas no se las llegue a pedir. Cuando se mudó camisa, la que entró en el baño vi que por no ser despojada se llega, ni a resistir, dando abrazos pegadizos al animado marfil. Pero viéndose arrojada como en señas de sentir, el agua que hurtó al estanque toda la lloró infeliz. Después que al hermoso adorno se volvió a restitüír, la vi más hermosa, no, pero más honesta, sí. Tan en su lugar las galas puso, que llegó a esparcir para hacer amor travieso que con razón presumí, que de memoria traía el arancel de vestir, pero cuando la trocara, ¿qué atención pudo advertir? Que lo estuviera si todo dice perfección ansí. Del jardín me desterró Fenisa, a quien advertí que lo que creyó lisonja fue tormento para mí. Porque para enamorarme no era menester venir donde mayores incendios me abrasaran de feliz. Aquéste el suceso fue llega agora a discurrir si por ocasión más dulce, el juicio perdió Amadís cuando advierte mi desvelo que es tan forzoso sentir, no tiene Amor más que dar ni el deseo que pedir. CARDILLO: De tal manera la pintas que pudieras de barato darme un raro demijón pues la envidia me das tanto. Pero ¿cómo no llegaste a hablarla? CARLOS: Porque, avisado de Fenisa, di palabra de obedecer no pasando a licencias de atrevido mi amor. CARDILLO: Fue grande recato así te pudiera dar cien palabras, que en llegando a ver, dejara de hablar con esta boca de a palmo. CARLOS: Ya sabes lo que me cuesta de desvelos, pues entrambos seguimos los devaneos de mis pensamientos altos, pues que para introducir mis deseos apresurados solicito que sirvieses en su casa, con que al cabo hecho Sinón de esta Troya, en cuyo fuego me abraso por otra más bella Elena, hallé en tu industria sagrado pues por ti merezco ser en las rejas escuchado de aquel serafín que adoro, de aquel ángel que idolatro. ¡Dichoso yo muchas veces que al fin de tormentos tantos tienen segura esperanza, el alma alegre descanso. CARDILLO: ¿Para qué la llamas dicha supuesto que se han quedado en ayunas los deseos? CARLOS: Mejores fines aguardo. CARDILLO: Haces paciente de coro que ella ha de saber el caso y te dejará por tibio. Mas esto aparte dejando en la tal Fenisa yo hallé pues mi regalo, si no una deidad en culto, una diosa en estropajo. En tan dulce pasatiempo divierto ratos hurtados al tercio de tus quimeras... CARLOS: ¿Quimeras las llamas cuando es la ventura más cierta que vio Amor en triunfos tantos como autorizado su templo? CARDILLO: Como de tu templo abajo es mi amor, no sé de triunfos amorosos que me enfado desque se nace Lucrecia haciendo su gesto amargo y que Marco Antonio dé a su pecho airado necio amor y prueba necia de la que lo fue de tantos. ¿Por qué piensas que al Amor los antiguos le pintaron sin ojos? CARLOS: ¿Por qué? CARDILLO: ¿Por qué? Es porque habiendo gozado, se gloria de asistente sin mirar que el gusto vario es el más bien recibido. CARLOS: Sólo admitiera tu estado esas bajezas, que amor en sujetos soberanos más desea, si más goza. CARDILLO: Deseos llenos de manos quiero, he querido y querré pero deseando esto a enfado para mejor ocasión, digo, señor, que mi amo Eneas, de aquellas doncellas de Dios lo sabe, está dando a su mocedad castigos y a su vejez desengaños, hasta las doce y la una suele entretenerse hablando. Yo voy, que él,... mas primero, prevenir quiero un buen rato a sus soledades. CARLOS: ¿Cómo? CARDILLO: Mi señora está esperando. Aviso que aquí estás para hablarle y yo aguardo una vez. CARLOS: Daréte el alma. CARDILLO: Ésa es comparsa del diablo seguir los pasos que llevas. CARLOS: Albricias yo te las mando. No me dilates el bien. Ve, y avísala. CARDILLO: En los pasos tus deseos llevaré.
Vase
CARLOS: La mayor ventura alcanzo; que al fin de siglos de penas firmes amantes gozaron. ¡Dichoso el hombre mil veces que en tan honesto recato deidad adora a quien deben más que a Venus simulacros.
Sale CARDILLO con una hacha apagada
CARDILLO: Señor, ya queda avisada. Goza tus glorias despacio, y para que nos conozcan cuando a casa nos volvamos, llevo esta hacha. Su luz te avisará si llegamos. Quédate a Dios, que me voy y cuenta con lo mandado. CARLOS: Un vestido te prometo. CARDILLO: Guárdete el cielo mil años.
Vase y sale doña ISABEL al balcón
ISABEL: ¡Ce! ¿Quién es? CARLOS: Quien adora del sol injurias bellas, quien, solo, dos estrellas ve nacer al aurora, quien al sol ve dormido, y sin venda el Amor de vos vencido. ISABEL: Yo, pues, modos no hallo que digan mi contento callando lo que siento sintiendo lo que callo. CARLOS: Si explicación no hallas, lo que siento me dice lo que callas. ISABEL: Cuando el cielo divino querrá. No digo nada. CARLOS: Si mi intento te agrada prosigue. ISABEL: A un desatino que llevó mi deseo no es nada. CARLOS: Aunque lo dudas, ya lo veo. ISABEL: ¡Quiera Amor... CARLOS: ¿Qué te atreves? ISABEL: ...que mi padre... CARLOS: Él lo haga. ISABEL: ...en glorias satisfaga lo que en penas me debes. CARLOS: En hablándole, creo que ha de galardonar nuestro deseo. ISABEL: Si en esas confïanzas mi amor no entretuviera, segundo Tisbe fuera malogrando esperanzas. CARLOS: ¿Jesús, qué necio engaño! El perderte, ¿no fuera mayor daño? Mi voluntad estima y espera la del cielo. ISABEL: Pues me das el consuelo más el alma se anima. CARLOS: En tus ojos el aliento. ISABEL: Pagas mi amor constante. CARLOS: La luz siento.
Salen con [hachas encendidas] CARDILLO y don DIEGO
CARDILLO: (Por más que al viejo he traído Aparte dos mil calles rodeando porque no los halle hablando, estorbarlo no he podido. Aunque no lo habrán dejado, como yo se lo previne a don Carlos cuando vine, pues, la luz le ha avisado). ISABEL: ¡Mi padre es ése que veo! ¡Mucho a padecer me obligo! Adiós, y vuelve. CARLOS: Conmigo te imagina mi deseo.
Éntrase ISABEL y vase CARLOS
DIEGO: Cardillo, esa hacha apaga porque no forme querella de mí aquesta dama bella mi vecina a quien le paga don Alonso obligaciones de famosa voluntad, que es pesada necedad estorbar sus pretensiones. CARDILLO: (¡Vive Dios, que se ha engañado! Aparte Que eran Carlos e Isabel, porque si no fuera él ¿cómo se hubiera apartado?) DIEGO: Apaga esa hacha, pues. CARDILLO: Ya lo hago. Así hablarán, pues con la luz no los dan.
Sale don ALONSO, de ronda con broquel
ALONSO: ¿Dónde vais, turbados pies? Pensamientos atrevidos, decid, ¿dónde camináis para que al cielo arrojáis? ¿Queréis, si no tiene oídos? DIEGO: Abre. CARDILLO: ¿Si es que hablando están? DIEGO: Deja el terrero seguro que dar pena no procuro a los que tantos tendrán.
Éntranse CARDILLO y don DIEGO, y sale don ÍÑIGO
ÍÑIGO: De don Alonso el cuidado a buscarte me ha traído temiendo que de atrevido dé causa a ser desdichado. Sigue un loco pensamiento imposible en sus porfías, aborreciendo los días [amando] de noche atento. A Hipólita en esa casa un tiempo adoró por dueño; y ya en más hermoso empeño toda el alma se le abrasa. ¡Don Alonso! ALONSO: ¿Quién me llama? ¿Es don Íñigo? ÍÑIGO: Yo soy; que acompañándoos estoy. Siendo tan hermosa dama Hipólita, ¿por qué así le quebráis la fe jurada a su amor? ALONSO: Como me enfada, y vive Isabel en mí. ÍÑIGO: Hipólita es principal y es agraviar su valor hacer burla de su amor. ALONSO: Don Íñigo, estoy mortal. Dichoso vos que tenéis cuidado tan bien nacido y os miráis correspondido de Inés, en que poseéis todo un cielo soberano. Dejadme a mí pretender gloria que me puede hacer tan dichoso con su mano.
Sale ISABEL a la ventana
ISABEL: Como es demencia amor, que vele el alma me ordena. ALONSO: La ocasión, amigo, es buena. ÍÑIGO: No puede haberla mejor. La belleza soberana, la más honesta clausura con desenfado procura asistencia en la ventana. Yo os fío que no es por vos. ALONSO: Hablarála mi cuidado en lugar del esperado, y ayúdeme Amor si es dios.
Llega don ALONSO a la ventana. ÍÑIGO se aparta a un lado
ALONSO: ¡Ce! ¿Sois vos, señora mía? ISABEL: Yo soy. ¿He tardado? ALONSO: A mí parecido me ha que sí; que sin vos no vive el día.
Sale CARDILLO
CARDILLO: Fenisa quiere agraviar mi valor según entiendo y, pues con razón me ofendo, con brío me he de vengar. Pues con cólera española, si a su vil lacayo encuentro, le he de abollar hasta el centro los cascos de golpe en bola. Don Carlos debe de estar hablando con Isabel. Quiero llegar cerca de él donde los pueda escuchar; que son bien entretenidos ratos, cuando lugar dan, oír a amantes que están dando muestras de entendidos.
Llega CARDILLO hacia don ALONSO y él viene a reconocerle
ALONSO: ¿Azares ha de tener siempre quien dicha no tiene? Retiraos, que un hombre viene que me importa conocer. ¿Quién va? CARDILLO: ¿Ya no me conoces? El viejo queda encerrado. Hablar puedes descuidado, que a darle voy veinte coces a un lacayo gallina, que en mi desprecio procura llamar suya la hermosura de Fenisa, y en mohina. ¡Qu&eacut;e tenga brío el bribón para que celos me dé y que enterado no esté! Y conviene a mi opinión el irle agora a matar. ALONSO: (Éste, de Carlos ha sido Aparte crïado, y he presumido que para poder lograr con más sazón su deseo, sirve a don Diego en su casa pues de lo mismo que pasa con evidencia lo creo. Y, pues, mi designio ayuda, del nombre me he de valer que por no echarlo a perder hablaba con lengua muda; mas, pues, la ocasión me vale, mi engaño le vencerá). Vete, que aguardando está el sol que en mi oriente sale.
Vase don ALONSO a la ventana
CARDILLO: ¡Por Cristo, que ha de decir el que a mi fregona adora, que espere un tema agora. ¡Qué don te daré! Sufrir no puedo cólera tanta. ¡Pero allí he visto un disfraz!
Mira a ÍÑIGO
Llegaré a hablarle de paz. ¡Mas no; que nadie me espanta! ÍÑIGO: ¿Quién será que hablando ha estado con don Alonso y a mí se llega? Sabrélo así. CARDILLO: ¡Por Dios que se ha reformado su airosa temeridad! En mí ha hecho efecto vario porque el serlo del contrario quita al valor la mitad. ÍÑIGO: ¿Quién va? CARDILLO: El valor se acabó, la cólera está difunta porque con esta pregunta la otra mitad se huyó. ÍÑIGO: ¿Quién va? ¿No responde? CARDILLO: ¡Bien! Quien ha de ir. ¿Si estoy parado? ÍÑIGO: ¡Ah, don Alonso, cuidado! Temo que las voces den y excusarlas es forzoso.
Retírase
CARDILLO: Parece que se acabó en él el brío y entró en su lugar lo medroso de don Alonso. Sin duda es el lacayo, y aquí quiero que conozca en mí el valor que de él se muda. ¿Quién es? ¿No respondéis? ÍÑIGO: Amigo. CARDILLO: Bien el miedo se le entabla. El nombre diga. ¿No habla? ÍÑIGO: (A mucho empeño me obligo. Aparte Si se fuera no modero, pues don Alonso le habló quiero decir que soy yo de don Alonso escudero porque no le he conocido y descubrirme no es bien). Tanto cuidado no os den amigos. CARDILLO: Su nombre pido. ÍÑIGO: De don Alonso crïado soy. CARDILLO: También a ser venís quien a mis celos pedís un cierto paloteado. ÍÑIGO: Pues, vos ¿de quién los tenéis? CARDILLO: De ver que a Fenisa habláis. ÍÑIGO: Gracioso lance. CARDILLO: ¿Me dais palabra que no hablaréis con ella más? ÍÑIGO: (Como puedo Aparte quietarle no sé, ¡por Dios!) CARDILLO: Porque si no la dais vos la pediré a vuestro miedo. ÍÑIGO: (¿Hay quimera más donosa? Aparte Buen humor debe tener y me quiero entretener). Hame parecido hermosa y estando el gusto empeñado primero ha de ser mi gusto. CARDILLO: (Por Dios que me halla de susto Aparte el coraje que ha sobrado; mas con esto se remedia.) ¿Eso me habéis de decir? Si os atreveréis a salir de aquí dos leguas y media... ÍÑIGO: ¿Para qué es tanto alejarse si hay sitios a menos costa? CARDILLO: Es reñir muy por la posta y de repente acuchillarse. ÍÑIGO: Oíd. CARDILLO: No concedo treguas. ÍÑIGO: Pues aquí luego ha de ser. CARDILLO: ¡Qué resuelto parecer! No puedo hasta andar tres leguas. ÍÑIGO: (Si éste da voces aquí, Aparte la calle ha de alborotar y a don Alonso estorbar podrá en su intento y así llevarle de aquí pretendo. Vamos, que os quiero probar, aún más que a reñir, a andar si he de ir tres leguas. CARDILLO: Yo entiendo que, como yo, disimulas el miedo, pero hemos de ir --si salimos a reñir-- a buscar primero mulas. ÍÑIGO: ¿Para qué? CARDILLO: ¡Gracioso enfado! Porque a merendar no voy sino a reñir, y no estoy de parecer de ir cansado.
Vanse y sale don CARLOS
ISABEL: Sin causa medroso estás. ALONSO: (En mi amor todo es temor Aparte para no echarme a perder). Concede o niega no más mi voz. CARLOS: Porque sin recelos pudiera a Isabela hablar, me he detenido por dar lugar que sosieguen, ¡cielos!...
Mira como hablan
ALONSO: En mis afectos, señora, mi verdad conoceréis. CARLOS: (Ojos, ved. No os engañéis. Aparte Pero, ¿qué dudaba? Traidora es Isabel. ¡Ah, liviana! ¡Que es tu amor tan mal nacido! ¡Yo estoy perdiendo el sentido! ¡Salió mi esperanza vana! ¡Qué desdicha tan crüel ahora que no esté conmigo! ¡Qué yo llegue a ser testigo de que es liviana Isabel! ¡Qué puede ser infïel! ¡Qué se atreve a ser de dos! Es ciego Amor aunque es dios. ¡Si por ciego se ha engañado! ¡Si el alma el daño ha dudado! Ojos, decídselo vos. Confieso que es muy hermosa, y que la quise confieso. Fui loco, ya tengo seso; que no es pretensión honrosa la que fue tan peligrosa. Mujer que a dos ha querido ya tiene al uno ofendido y yo bien puedo temer que de los dos venga a ser afrentado, si escogido. ¡Mas qué dilatan mis celos el llegarle a conocer y a matar, viéndome arder en fogosos Mongibelos?) ALONSO: Perded, mi bien, los recelos. ISABEL: Siempre cela quien más ama. CARLOS: (Aunque me abrasa la llama, Aparte que hace en mi rabioso efeto, he de mirar el respeto que se le debe a su fama. Su padre me he de fingir.) ALONSO: Adiós, hermosa Isabela, que parece que en la calle hay quien escucharnos pueda. CARLOS: Caballero, de esta casa yo os hallo en ella, contra mi honor atrevido, infamando. ¡Ay! Es fuerza o que os mate o que os conozca; porque de esta suerte tenga o dándoos muerte venganza o conocido, si llegan vuestras partes a ser tales, satisfacción menos fiera. ALONSO: No hallo qué responder en ocasión como aquésta. ISABEL: (¿Quién será aquél que ha llegado? Aparte Temerosa el alma espera alguna desdicha en Carlos, por ser la fortuna incierta. Y así, porque en paz los pongan, daré voces aunque sienta que en mi padre contra mí se acrecientan las sospechas.)
Retírase ella
CARLOS: Pues no queréis descubriros, el mataros será fuerza. ALONSO: ¡Esperad! (Para mi intento Aparte esta ocasión es tan buena que la pudiera pagar con el alma, pues si llega a saber de mí su padre que mi amor la galantea, me la ha de dar porque así satisfecho sólo queda.) Señor don Diego, es verdad que con voluntad honesta fuera... ¡mas, ¿quién sale agora? CARLOS: ¿Quién sufrió mayores penas? ¡Oh, qué aprisa las desdichas para matar se conciertan!
Sale don DIEGO, con la espada desnuda, y un criado con luz, y los dos se apartan
DIEGO: (¡Cuchilladas en la calle Aparte cuando Isabel en las rejas da voces! No me parece, honor, buena consecuencia. Reconocer a los dos me importa agora; pues queda lugar después en qué hacer que aquél que más dueño sea de mi deshonor le borre tomándole por su cuenta.) ALONSO: (¿Don Diego no es el que miro? Aparte ¡Él es! Luego don Carlos era quien me llegó a conocer.) CARLOS: (Muy mala ocasión es ésta Aparte para dejar que su padre me reconociera a sus puertas.) DIEGO: Caballeros, pues afuera, dejada ya la pendencia, razón será que os conozca para que con esto tengan sin vuestras enemistades, porque mal contado fuera que habiéndoos visto reñir mi valor, sin dejar hechas con los dos las amistades a entrarme en mi casa vuelva. ALONSO: (Si aquí le digo a don Diego Aparte que yo soy el que festeja a Isabela, desmentirme podrá don Carlos. Más cuerda resolución tomar quiero, pues después es cosa cierta que el honrado lo averigüe y yo de amante lo advierta). DIEGO: Puesto que la cortesía con vosotros no aprovecha, apelando a mi valor os conoceré por fuerza. ALONSO: Por esta calle pasaba sin tener cuidado en ella, y vi que este caballero a reconocerme se acerca; y así del poder saber qué causa obligarle pueda a que ningún hombre pase por la calle, y lo que espera... DIEGO: Está bien. Decidme vos, ¿por qué vuestra espada inquieta con alborotos la calle? ALONSO: (Yo me voy mientras él queda Aparte haciendo a Carlos preguntas, y para mañana apela mi cuidado a merecer a la divina Isabela, que de traidor me disculpa ser tan grande su belleza).
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DIEGO: ¿No me queréis responder? CARLOS: (El que mis celos engendra Aparte se fue, dejándome el riesgo cuando los gustos se lleva, y pues que no me está bien que quién soy don Diego sepa, cuando de Isabel perdida está la opinión honesta, y él de vernos sospechoso de la misma estratagema que se valió mi contrario mis desvelos se aprovechan). Caballero, aquese hidalgo hizo información siniestra, pues él en la calle estaba y aun asistiendo en las rejas quien le pudo hacer dichoso. Cuando yo pasar por ellas quise, y por tocarme a mí de vuestro honor la defensa porque el agravio de un hombre obliga a los que lo sean, y preciándome de tal, quise conocer quién era. Vos salisteis a este tiempo, y pues en la calle espera, donde está vuestro valor, el mío deja la empresa que el amigo sólo riñe del amigo las ausencias.
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DIEGO: Antes que el otro se vaya le tendrá mi diligencia. ¡Pero ya se fue también! ¿Quién ha de haber que esto crea? Pues aunque más os huyáis, mi cólera que revienta el pecho os sabrá buscar, pero ¿de qué me aprovecha el dar voces si no puedo remediar nada con ellas? Antes es mayor infamia, pues pregoneros vocean lo que siento sólo yo. Para que todas lo sientan, sin duda que las que hablaban esta tarde fueron ellas que bien hablará en la calle quien da lugar en las rejas y que son dueños traidores ¡Ay, hijos! ¿Quién os desea? ¡Don Íñigo y don Alonso! ¡No, no hay duda que ellos sean! Así yo hubiera acudido a mi casa, entonces viera si estaban fuera de casa y cotejara las señas para salir de estas dudas. Mas es merecida pena que al descuido en honra propia le den los ojos afrenta. Pero yo averiguaré quién da causa a mis querellas o me costará la vida puesto que el honor me cuesta. ¡Qué no quisisteis, villanos, dejarme que os conociera! Pero quisisteis sin duda que mi honor en duda muera. Pues, sin conocer al uno ambos ignorados quedan, el remedio más dudoso y más crecida la ofensa. Pero pues sé que no guarda secreto en nada la tierra, en conocerlos veré lo que puede una sospecha.
Vase

FIN DEL PRIMER ACTO

Lo que puede una sospecha, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002