ACTO TERCERO


Salen el INFANTE y don SANCHO
INFANTE: ¿El conde, al fin, enojado no permite que le vea? SANCHO: No, señor. INFANTE: En esta aldea pienso vivir retirado de su ejército, hasta dar una disculpa común de la muerte de Fortún, muerte que yo he de llorar mientras viviera, pues fue el hombre que más quería. SANCHO: Todos llaman tiranía tu rigor. INFANTE: Dime por qué. SANCHO: Piensan que alguna ocasión secreta de enemistad dio fuerza a tu crueldad. INFANTE: ¿No ha de haber satisfacción? SANCHO: Con el tiempo, sí la habrá. INFANTE: Y Blanca, ¿siéntelo mucho? SANCHO: Sólo lástimas escucho. A los elementos da con voces y con querellas, con suspiros y con llanto, más fuerzas. INFANTE: Y yo entre tanto espero aquí las estrellas de unos ojos peregrinos. Soy entre estos horizontes atalaya de esos montes; Argos soy de esos caminos. La francesa más gallarda que abrasó los pirineos me está robando deseos. Con alborozo le aguarda un amor que rayo ha sido en presteza. Por aquí hoy ha de pasar, y así a esta aldea me he venido con grande gusto, por ser camino de Santïago, ya que a este amor satisfago sólo con amar y ver. SANCHO: Ya que apartados estamos de esa aldea y de la gente, porque ilustrando esa frente nos cubren zarzas y ramos, señor infante, atended a lo que me trae aquí. De ilustres padres nací, que por honra y por merced de los reyes de León con ellos emparentaron. De León me desterraron envidias; que siempre son las sombras declaraciones ilustres, no es maravilla. Pasé a servir a Castilla, donde he ganado blasones que pudieran conquistar vuestra gracia. Y he entendido que muerto Fortún ha sido queriéndome a mí matar; y el error fue de mi suerte felicidad inconstante, pues por ir Fortún delante tropezó en mi misma muerte. No deservía vuestra alteza, ni morir he merecido, pero ya que deservido se juzga de mi nobleza, intente la muerte mía como caballero godo; que matarme de otro modo o es traición o es tiranía. Solos en el campo estamos. Dé mi sangre al prado ameno, máteme de bueno a bueno. ¡Saque la espada, riñamos! Si dice que no se debe a un soberano señor y que el vasallo es traidor cuando al príncipe se atreve, a fuer de Castilla yo renuncio el sueldo que gano; vuélvome al solar anciano que ilustre sangre me dio. Desenvaine su cuchilla, que en esta renunciación natural soy de León, no vasallo de Castilla. Si fui tan mal caballero que ofendí a un infante a quien era deuda servir bien con la vida y este acero, no me iguale a sí, ni dé tanto honor al pecho mío matándome en desafío.
Saca la espada y arrójesela
Rendida a sus pies esté esta espada. Y así digo que, si es justa su querella, me dé la muerte con ella, y será justo el castigo que da un señor soberano a quien servirle debía, y excuse la alevosía de buscar ajena mano que me mate, y de esta suerte, si su alteza está injuriado, quedará de mí vengado y yo alegre con la muerte. INFANTE: Toma, don Sancho, la espada, y dame esos fuertes brazos, que serán eternos lazos de una amistad laureada. Por insigne, ni me ofendes, ni tu agravio solicito, la de Pílades imito.
Toma su espada [don SANCHO] y abrace al INFANTE
SANCHO: Hacerme esclavo pretendes.
[Sale] MIRABEL de peregrino ridículo
MIRABEL: Déme, su alteza, los pies, para hartarme de besar, pero si tienes que andar, gran señor, no me los des. INFANTE: ¡Mirabel! MIRABEL: ¡Infante mío! INFANTE: ¿Llega ya Argentina? MIRABEL: Di si llega el sol. INFANTE: ¡Ay de mí! Que amo mucho, y desconfío. SANCHO: ¿Cómo tú sin mi licencia te fuiste en esta romería? MIRABEL: ¡Bueno estás por vida mía! Ganas tienes de pendencia; yo la pedí y me la diste. SANCHO: ¿Y esto quieres porfïar? MIRABEL: No me obligues a jurar; que vengo un santo. Y dijiste: "¡Vete, vete y no te pago!" SANCHO: ¿Siempre humor, o siempre vino? MIRABEL: ¿Ves aquel santo camino que llaman de Santïago?
Señala al cielo
Juramento puedo hacer por sus ventas o ventillas, donde nos dan las cabrillas por el anisa comer, donde el signo del escorpión nos suelen vender a veces por el signo de los peces; que todas las ventas son de un modo, que así se medra. No hagas visajes ni espantos. Juro a los relinchos santos que da el caballo de piedra el que a Santïago vi en su famosa portada, que a esta romera jornada con licencia tuya fui. Por este santo bordón y esta santa calabaza, que ni pesa ni embaraza en esta santa estación... INFANTE: ¿Dístele el papel? MIRABEL: Mejor. INFANTE: ¿En tu poder le vería? MIRABEL: Mejor. INFANTE: ¿Te le pediría? MIRABEL: Mejor. INFANTE: ¿Luego tiene amor? Dime el suceso. MIRABEL: Y aun es mejor y más acertado. Aquí le tengo guardado para que tú se lo des.
Saca el papel
INFANTE: ¿Estás loco? MIRABEL: De tu mano lo tomará más süave, cuanto más que ella no sabe el lenguaje castellano. Otro escribe en mal francés y dásele cuando venga, y a mi cuenta. INFANTE: ¡Que éste tenga mal humor! MIRABEL: Si cuantas ves te enamoran, ¿qué sé yo si cuando llegue a Argentina, querrás otra peregrina? Esto, señor me obligó a no darle tu papel, mas si tu amor no se ausenta dásele tú, y a mi cuenta.
Dale el papel
INFANTE: Más loco que Mirabel es aquél que de él se fía. ¿Para aquesto te envié? ¿Para aquesto te mandé que le sirvieses de guía? MIRABEL: En el traje de romero nunca bien se alcahuetea. ¡Que haya un infante que sea cuantas veo tantas quiero! ¡Ah, señor! ¿Y qué persona por ese camino viene? Belleza extranjera tiene, que también es borgoñona. Pues una armenia verás venir de esta romería, que fuera la luz del día a venir un poco más limpia y aliñada. Empero, pues te agradan extranjeras, al ver dos turcas romeras te pasmaras. SANCHO: El lucero, la aurora, el resplandor que te suspende y admira llega ya. Contempla y mira esos caminos, señor. INFANTE: A esa fuente quiere dar con su hospedaje hermosura, para que corra más pura, negando tributo al mar. ¿Qué fuente se vio tan bella? ¿Cómo entenderá mi fe? MIRABEL: Habla en francés. INFANTE: No sé. MIRABEL: Pues déjame a mí con ella. Intérprete y lengua soy de tu amor, pues he aprendido bien francés. INFANTE: Di que he venido solo por verla. MIRABEL: A eso voy. INFANTE: Aquí estaré retirado, porque su padre no vea que estoy en aquesta aldea, rendido y enamorado. MIRABEL: He aquí que tu amor le cuento, y ella se va. ¿Qué tenemos? INFANTE: Sepa los altos extremos de mi amor, y estoy contento.
Salen ARGENTINA y su PADRE
PADRE: Pues no quieres la litera, descansa un rato, Argentina, a la beldad cristalina de esta fuente lisonjera. INFANTE: Descansar quieres por ser luz de estas flores y yerbas. Trae búcaros y conservas por si quisiera beber.
Vase SANCHO
ARGENTINA: Las plantas que a sus cristales sirven de sombra y doseles, y esos rústicos claveles que alfombras dan naturales, bien convidan al sosiego. INFANTE: Llega y mi amor le dirá. MIRABEL: No sé si me entenderá, porque le he de hablar en griego. INFANTE: ¿Griego sabes? MIRABEL: Para ti es griego hablar en francés. Beso, Argentina, los pies. PADRE: Entretén un rato aquí, Mirabel, a la condesa, como has hecho en el camino.
Vase el PADRE
MIRABEL: Junto al licor cristalino de esta fuente, que no cesa, me pienso sentar, señora. ¿Has llegado muy cansada? ¿Cuál provincia más te agrada? ARGENTINA: Ésta en que estamos agora. MIRABEL: ¿Mi gallega patria no es mejor que Castilla? ARGENTINA: No. MIRABEL: ¿Oyes? Dice que ya vio que estás aquí.
Saca un papel ARGENTINA y lee
INFANTE: Dile, pues, cómo es mi luz soberana. MIRABEL: ¡Oh, si oyeras mis razones! ¿Allá en Francia hay lamparones? No los habrá, si los sana el rey con su bendición. ARGENTINA: Virtud de las lides es. .................... [ -es] .....................[ -ón]. MIRABEL: Si yo fuera rey de Francia como gallego peor ................. [ -or] ................. [ -ancia]. no tomara esta virtud. ¿No fuera mejor sanar de vejez?
Está escondido el INFANTE
ARGENTINA: Y fuera dar un Jordán en la salud. MIRABEL: Dice que tu voluntad ha entendido, y dulce halago, mas que hizo en Santïago cien votos de castidad. INFANTE: Dile que me dé licencia para acompañarla a Francia. MIRABEL: Perdóname esta ignorancia. Con perdón y reverencia, ¿qué llaman en vuestra tierra la paz de Francia? ARGENTINA: Al cortés beso del rostro. MIRABEL: ¿Eso es? ¡Nunca el cielo me dé guerra, monsiura! INFANTE: ¿Qué responde? MIRABEL: Nones. Dice en francés que ya ve que sois para andar a pie enfermo de sabañones, y para andar a caballo de almorranas, que así os podéis quedar aquí. INFANTE: ¡Calla, bárbaro! MIRABEL: Ya callo. ¿Pero cuándo mereció tu airada riguridad la suma legalidad con que soy tu lengua yo? INFANTE: ¿Con locuras me entretienes? ARGENTINA: ¿Con quién hablas, Mirabel? MIRABEL: A un amigo cascabel, un poco busco de sienes. ARGENTINA: Mis labios están brindados de estas ondas de sabidas. MIRABEL: Pues bien, ¿qué quieres? ARGENTINA: Que pidas un búcaro a mis crïados. INFANTE: Más silencio no consiente mi temor; hablarla puedo. MIRABEL: Viene como anillo al dedo. Ésta es copla de repente. Sírvele la copa, pues, y tu dolor le dirás, y Ganímedes serás de este Júpiter francés.
ARGENTINA mirando un papel
ARGENTINA: Una vez y muchas leo, mi Ricardo, tu papel. Que vienes, dices en él. ¡Oh, cómo verte deseo! ¿De mi padre recatado, me piensas acompañar? ¿Señales me quieres dar de que estás enamorado? No importa, no, mi señor. Que como viva en mi pecho, él está muy satisfecho de su firmeza y amor.
Saque SANCHO un búcaro y una salvilla, y un criado con una caja, y toma el búcaro el INFANTE y llegue de rodillas
INFANTE: Si descorteses agravios del camino sed os dan, dulces y barros están esperando que esos labios, coral del arco de amor, les den, con pompa y beldad, más púrpura y suavidad, más néctar y más color. ARGENTINA: Mirabel, ¿qué es esto? MIRABEL: ¿Qué? ¿No lo ves? Es un infante tan rendido y tan amante que sin qué ni para qué de beber te quiere dar. ARGENTINA: No esté vuestra alteza así. MIRABEL: Es muy devoto. INFANTE: No vi belleza tan singular. A la admiración del día debo humildad, rendimientos, corteses atrevimientos y asomos de idolatría. ARGENTINA: No escucharé a su alteza si está así.
Levántese
MIRABEL: Arriba, señor. INFANTE: Cuando el peso de mi amor a los pies de tu belleza me derriba, mal podré estar de otra suerte yo. Argentina, amor me dio tantas penas como fe.
Sale el PADRE al paño
Fuerza es amar si te veo, que tu beldad peregrina arrebata, fuerza, inclina el alma, el gusto, el deseo. A rendirme fui obligado, viendo que con luces bellas vences, quitas, atropellas libertad, vida, cuidado. ¿Te ofende mi cortesía? Bebe sin tomar enojos, pues dan manos, labios y ojos gloria, favor y alegría. Tuyo soy, libre no quedo cuando dan al pecho mío discreción, belleza y brío, esperanza, amor y miedo.
[Sale el PADRE]
PADRE: Señor infante, Argentina debe oír como prudente a su esposo solamente esas razones. Si inclina o si fuerza el albedrío el que su esposo ha de ser, lo ha de decir y saber. MIRABEL: Quede en este desvarío un chorlito, y vive Dios, que es boba la que desea, con dos pestañas de fea, dos de fría y otras dos de qué sé yo. PADRE: En vuestra tierra no esperé descortesía. ¡Vamos, hija! INFANTE: (Amor porfía, Aparte y, con doméstica guerra, entre sus afectos lucha al alma. ¿Qué debo hacer? ¿Qué? ¡Resolverme y vencer!) ¡Conde Ludovico, escucha! De Argentina soy esposo; honra con su sangre gano. Manda que me dé la mano. PADRE: Eres, español, famoso. Dale la mano, Argentina. SANCHO: Señor, ¿qué haces? INFANTE: ¡Amar! SANCHO: ¿Así se debe casar Garci Fernández? INFANTE: Inclina poderosamente Amor. SANCHO: Llámala facilidad. INFANTE: Rendida la voluntad, no hay defensa. SANCHO: (No hay valor). Aparte PADRE: Ea, hija, esta ventura a la ocasión maravilla. ¡Condesa sois de Castilla sólo por vuestra hermosura! Dad la mano. ARGENTINA: Señor, advierte. PADRE: ¿Qué he de advertir? ARGENTINA: (¡Ay, Ricardo!) Aparte PADRE: ¡Dásela! INFANTE: Tu mano aguardo. ARGENTINA: Y yo el rigor de mi muerte. PADRE: No pierdas esta ocasión. SANCHO: ¡Mira, infante! INFANTE: No me digas, Sancho, más, porque me obligas a más priesa y afición. SANCHO: No he de consentir tu intento, vive Dios, sin que este error sepa el conde mi señor. INFANTE: Villano, ¿qué atrevimiento es el vuestro? SANCHO: Conde, advierte, que si pasas adelante con permitir que el infante se case, buscas tu muerte.
Vase don SANCHO
ARGENTINA: (Al menos busca la mía). Aparte PADRE: Español, aunque soy viejo y extranjero, tu consejo digo que es descortesía. INFANTE: Déjale, conde, y permite que goce mano tan rica. MIRABEL: (En otra parte le pica, Aparte pues que no quiere el envite). PADRE: Da la mano a quien honor con la suya te ha de dar. ARGENTINA: (Fuerza es morir y callar, Aparte la fuerza vence al amor).
Danse las manos
INFANTE: Inmensa gloria me das. Dichoso el tálamo sea la sencillez de esa aldea. (Fortuna, no quiero más. Aparte Tenga disgusto o no el conde si mi gusto se acomoda).
Vanse el INFANTE, ARGENTINA y su PADRE
MIRABEL: ¡Boda "me fecit," y boda sin saber cómo ni dónde.
Vase MIRABEL. Sale el CONDE, VIOLANTE y BLANCA
CONDE: Cese el diluvio de perlas, ya que el alba hermosa y fría se ausentó cuando quería o adorarlas o cogerlas. Todo Blanca, tiene fin; téngale el llanto también, donde en claveles le ven llover hojas de jazmín. Murió tu hermano, y tus ojos no corren su hermoso velo, persuadidos al consuelo, ni mansos a mis enojos. VIOLANTE: Ya el infante desterrado, cuando muerto a Fortún vio, satisfacciones nos dio y venganzas nos ha dado. Templa, Blanca, los enojos, y encubrirlos no presumas, pues que lo dicen las plumas cuando lo callen los ojos. Ellos tristes y ellas negras, mal podrán disimular. BLANCA: Hay mucho que consolar. Señora, en vano me alegras.
Sale SANCHO
SANCHO: Conde ilustre, a quien han dado tributos montes y mares, escucha nuevos pesares. El infante se ha casado esta noche, que salió oscura por la tristeza del gran error de su alteza; tu casa se oscureció. Advirtiéndole la injuria de sangre tan ilustrada, contra mí empuñó la espada; los ojos armó de furia. Ni mis ruegos le movieron, ni mis voces le templaron. Mis razones le incitaron; mis consejos le ofendieron. CONDE: Dime, ¿con quién se casó? Aunque sé que mal ha sido, por lo mucho que he temido su liviandad. BLANCA: (Ya llegó Aparte la desdicha última en mí; castigo del cielo fue, porque la muerte intenté de don Sancho). VIOLANTE: Osorio, di, ¿con quién se casó el infante? SANCHO: Con Argentina, señora. Desde que la vio la adora; cuando pasó fue su amante, y cuando volvió su esposo. CONDE: ¡Ah, nunca su loco error goce el fruto de su amor en el tálamo dichoso! ¡Nunca llegue su deseo a ser feliz ni logrado! ¡Hágale amor desdichado Tántalo de su himeneo! ¡Que no la goce y la mire! ¡Plegue a Dios, mozo imprudente, que dé historias a la gente tu casamiento, y admire a la luz de los planetas desde el oriente al ocaso! ¡Hagan tragedia del caso los castellanos poetas! Cuando el retrato te di de Elvira, bien recelaba que este error le amenazaba.
Vase el CONDE
VIOLANTE: Ya, don Sancho, te creí. BLANCA: (¡Véngueme tu ciego amor, --oh, crüel--de tu mudanza! Ya no me queda esperanza. Todo es desdicha y dolor).
Vase doña BLANCA
VIOLANTE: ¡Qué fáciles, qué inconstantes, sois los hombres! De esta suerte aman la luz y la muerte mariposas ignorantes. SANCHO: No todos aman su daño. No todos con ciego amor se arrojan tras un error, se pierden tras de un engaño. Unos remontan el vuelo, de merecimientos faltos, y adoran sujetos altos, compitiendo con el cielo. Otros, mereciendo más, le abaten. Amando así, no somos unos. VIOLANTE: Pues di, ¿en cuál de esos dos estás? ¿Cuál extremo de esos sigues? SANCHO: Ni dudes en mi lealtad, ni confundas mi verdad, ni a más soberbia me obligues. Ya sabes que soy Faetón, que al sol hermoso me atrevo. Cuando pensamientos llevo, o a mi misma perdición o al bien eterno y glorioso, que satisfecho pretendo, pues, cayendo o no cayendo, me pienso llamar dichoso. VIOLANTE: Errar en cualquier extremo, bajo o alto, no es errar. SANCHO: El que se quiere abrazar a la luz del sol supremo, un error comete honroso, que altas cosas ha comprendido. Tócale el ser atrevido, no le toca el ser dichoso, porque eso no está en su mano., VIOLANTE: De espacio quiero que hablemos, acerca de estos extremos, al silencio oscuro y vano de esta noche que ha venido alegre para el infante. SANCHO: ¿Dónde he de verte, Violante? VIOLANTE: En mi tienda.
Vase VIOLANTE
SANCHO: ¿Quién ha sido tan dichoso como yo? ......................... ......................... ..................... [ -ó]. ¡Ah, noche hermosa aunque oscura, cuando tus sombras despliegas, ¿cómo el silencio no niegas? Infundir sueño procura en los hombres, si atrevida das para el sosiego humano el sueño, que es un tirano de la mitad de la vida.
Sale el INFANTE, de noche
INFANTE: ¿Es don Sancho? SANCHO: ¿Quién llamó? INFANTE: Un infeliz. SANCHO: ¿Quién ha hablado? INFANTE: Si digo que un desdichado, ¿quién puede ser sino yo? SANCHO: ¿Es tu alteza? INFANTE: Es mi bajeza esta vez podrás decir. Consejo viene a pedir mi desdicha en la tristeza más profunda que se vio entre mortales enojos. Amor me vendó los ojos. Mi juventud me engañó. Amé a Argentina y le di la mano de esposo; y luego que a nuestro humano sosiego convidó la noche, fui a prevenir en la aldea tálamo, que tumba fue de mi honor. SANCHO: Dime, ¿por qué? INFANTE: ¿Hay quien nos oiga o nos vea? SANCHO: No, señor. Prosigue. INFANTE: En tanto que amando me prevenía de regalos y alegría, ella, a la sombra del manto que la noche desplegó sobre esos montes amenos, dada a cuidados ajenos, a mis ojos se negó. Su padre y yo no la hallamos. Busqué, llamé, voces di; temí, pensé, discurrí montes, selvas, plantas, ramos. Y en la manga de una ropa quemado topé un papel, y se colige por él que fue Júpiter de Europa un francés que la seguía, amante, que ella adoró. Argentina me ofendió. Ésta es la desdicha mía. ¿Qué he de hacer? SANCHO: ¡Vamos siguiendo sus pasos! ¡Toma venganza! INFANTE: Tu valor me da esperanza. ¡Males que estoy padeciendo con razón, Osorio amigo! SANCHO: ¡Y mal que con maravilla es agravio de Castilla! INFANTE: Ven, don Sancho. SANCHO: Ya te sigo. (Esta vez perdí a Violante; Aparte nuevas sospechas la doy. Mas perdóneme si soy buen vasallo y mal amante).
Vanse don SANCHO y el INFANTE. Salen RICARDO y ARGENTINA
RICARDO: Coman los caballos luego, que no habemos de parar hasta Francia. Ni el amar ni el huír piden sosiego. ARGENTINA: Amante y agradecida seré siempre, pues viniste tan a tiempo que me diste, Ricardo, una nueva vida. Si forzada di la mano al infante, bien lo ves. RICARDO: Argentina, no me des a entender el soberano favor que me maravilla. Bien sé tu mucho valor, pues te ha negado tu amor ser infanta de Castilla. Amaba, y tu sol seguí. Llegué cuando te previno violante estado el destino. Júpiter de Europa fui. Llévote a Francia con gusto. Dejas burlado al infante. Seré tu esclavo y tu amante a costa de su disgusto. Él, en guerras ocupado, a Francia no ha de pasar, y no tiene qué vengar; sólo la mano te ha dado.
Sale MIRABEL maniatado
MIRABEL: Monsiur, ilustre madama, déjenme, que no es razón que afrente yo la nación de más nabos y más fama. ¿Es bien que llamen traidor a un gallego tan honrado? Hasta aquí me traen atado, ¿para qué tanto rigor? ARGENTINA: Como me viste atrever a venir con seis franceses, porque no nos descubrieses nos fue forzoso el traer tu persona aquí. RICARDO: Ya estás con libertad de volverte. MIRABEL: Ya tragaba yo la muerte; bésote los pies, y aun más. RICARDO: Fuera de camino vamos. Descanso tus ojos tomen, mientras los caballos comen. Seguros, señores, estamos; que seis franceses valientes nos harán escolta y guarda. ARGENTINA: Nada el amor acobarda. RICARDO: Si fatigada te sientes, reposar has menester. Tú, gallego, no te has de ir hasta verme a mí partir.
Vanse ARGENTINA y RICARDO
MIRABEL: ¿Y por medio había de ser que un bubas, un mal francés, en un rocín que no para, vuelta a la cola la cara, me trujo puesto al revés? De Mirabel, ¿qué dirán los lacayos castellanos?
Salen don SANCHO y el INFANTE acechando
SANCHO: No son mis discursos vanos; franceses son los que están dando cebada, y por eso se apartaron del camino a esta aldea. INFANTE: Bien previno tu discurso este suceso. MIRABEL: Irme quisiera al real del conde luego, mas veo quien impida mi deseo. Franceses son por mi mal estos bultos, centinelas del latrocinio español. Noche oscura, pide al sol que salga, o que encienda velas para ver por dónde voy.
Vase MIRABEL
SANCHO: Reconoce ese aposento, porque yo guardar intento esta puerta donde estoy de los franceses que vienen en escolta de Argentina. INFANTE: Mi venganza se encamina. Aquí están; descuido tienen. SANCHO: Mata al Paris de tu Elena, porque con su mano el sabio venga semejante agravio; que no es bien por mano ajena. INFANTE: Famoso honor castellano, en tu valor me encomiendo.
Vase el INFANTE
SANCHO: Cuando acudan en oyendo las voces, socorro vano será el suyo. ¡Por mi espada han de entrar para ayudallos! ¡Hasta los mismos caballos han de pagar su jornada con la vida, vive el cielo!
Dentro RICARDO
RICARDO: ¡Traición! INFANTE: ¡Mentís, Galalón, que en vos está la traición! RICARDO: ¡Carlos! ¡Enrique! ¡Marcelo! ¿Cómo nos dejáis así? ¿Dónde están tan descuidados?
Salen el INFANTE y RICARDO
INFANTE: Velan más los agraviados. ¡Muere, cobarde! RICARDO: ¡Ay de mí! Que mal podré defender a Argentina de esta suerte.
Éntrale acuchillando
INFANTE: No perdonará la muerte la traición de esa mujer.
Sale ARGENTINA, huyendo a la puerta en la que queda SANCHO
ARGENTINA: Huyendo podré escapar de este riguroso trance. ¡Plega a Dios que no me alcance! SANCHO: Adentro puedes tornar. ARGENTINA: ¿Dónde me podré esconder? Voces oigo de Ricardo.
Vase ARGENTINA. Salen dos CRIADOS
CRIADO: ¡Cierra, cierra! SANCHO: ¡Mientras guardo la puerta, humano poder no entrará dentro, villanos! ¿Qué pretendéis, si prevengo vuestra furia, cuando tengo rayos del cielo en las manos? ¡Infames, volveos adentro!
Dentro
ARGENTINA: ¡Toda falta al desdichado!
Sale el INFANTE
INFANTE: ¡De los dos estoy vengado! SANCHO: Pues, agora cuanto encuentro es mi venganza también. ¡Morid, traidores! ¡Pagad con una justa crueldad vuestro delito!
Vase don SANCHO tras todos los criados
INFANTE: ¡Hoy no ven valor igual los mortales! Cuanto encuentra, hiere y mata. Una furia se desata de los orbes celestiales.
Sale MIRABEL metido en una silla y SANCHO tras él
SANCHO: ¡Muere, quienquiera que seas, amparado de esa silla! MIRABEL: Don Sancho, honor de Castilla, ¿con los amigos peleas? Tu Mirabel soy, a fe. SANCHO: Ni me mientas ni te humilles. MIRABEL: ¡Señor, no me desensilles, porque sudo, y me aguaré! SANCHO: ¡Muera! MIRABEL: ¿Nada me aprovecha? ¡Mirabel soy, vive Cristo! ¿Cuándo gallego se ha visto que haga una cosa mal hecha? Para que no te avisase, maniatado me han traído. Ni pequé ni he consentido. ¡Miserere! INFANTE: Sancho, pase esta vez por disculpado. MIRABEL: No hay en gallegos malicias. INFANTE: Dale la vida en albricias de que vengo ya vengado.
Vanse todos. Salen el CONDE, MENDO, VIOLANTE y BLANCA
MENDO: ¡Toquen al arma! Ordena la batalla, conde famoso, que los moros vienen, talando campos y robando aldeas. Viste tu pecho de invencible malla, si renombre deseas. Los cielos te previenen el trance más crüel y riguroso. En escuadrón copioso, como nunca se vio en tu noble tierra, te prometen la guerra. CONDE: ¡Toquen a recoger, y en la campaña luzcan las armas de la ilustre España! Tú, gallarda Violante, o a Burgos te retira o a la batalla mira desde este monte, que remata a Atlante. VIOLANTE: Si sangre tuya tengo, el corazón magnánimo prevengo para ser tu soldado. No tengo de apartarme de tu lado. BLANCA: Y yo quiero la muerte, para acabar mi desdichada suerte. CONDE: Consuela tu tristeza; no des eclipse eterno a la belleza. A Sancho Osorio llamen. MENDO: Está ausente. Con el infante está. CONDE: Lleve en mi gente con Beltrán la vanguardia; yo iré en la retaguardia. El cuerpo del ejército debía gobernar el infante, mas no debe su nombre repetir la lengua mía; Fernán Ruiz lo lleve. Y espero en el patrón de nuestra España, de ver morisca sangre en la campaña formando rojos ríos. ¡A fuerza del valor, soldados míos! MENDO: A treinta mil excede el número que traen. CONDE: Santiago puede más números vencer. En esa ermita, que a Monserrate imita y en las ásperas peñas se divisa, diga el obispo misa y a Dios nos encomiende; que el moro no me espanta ni me ofende.
Sale SANCHO, con rodela y banda al rostro
SANCHO: Dos soldados, señor, casi a la posta venimos a la fama que por esas campañas se derrama. CONDE: Y el otro, ¿dónde está? ¿Quién es? SANCHO: No quiere hasta dar la victoria besar tu mano. CONDE: Afliges mi memoria. Será Garci Fernández. ¡Qué ignorancia! ¡Camine, vaya a Francia! ¡Llévese a su mujer, no esté en mi tierra! SANCHO: Cuando acabes la guerra, sabrás que libre está y mujer no tiene. CONDE: ¿Qué dices? SANCHO: Que es suceso que pide más espacio. CONDE: Bueno es eso. BLANCA: (Si libre está del matrimonio agora, Aparte mi suerte, o mi esperanza, se mejora). CONDE: Prevéngase el ejército y no estemos un punto descuidados. ¡Toquen a recogerse mis soldados!
Tocan cajas, y vanse el CONDE y doña BLANCA
SANCHO: ¿Das licencia, señora, que me ponga tu banda en la batalla? VIOLANTE: Sí, doy.
Vase doña VIOLANTE
SANCHO: ¡Dichoso el hombre que te adora! Pues suelto he de servir de aventurero, en tanto que se forman escuadrones, en esta hermita quiero cumplir con mis antiguas devociones oyendo misa, y luego al moro esperaré con más sosiego. Tiempo tengo sin duda; que aun la hueste morisca no ha llegado.
Va subiendo por la escalera del monte, hasta el primer alto, donde estará una puerta, en la misma parte donde se fingió el castillo, y se quedará en la puerta de rodillas con su rosario, y la rodela a las espaldas
No faltará mi ayuda, sirviendo como noble y buen soldado; que desde aquí veré cuando acometa, y, bajando cual rayo o cual cometa, al moro embestiré. A tiempo he llegado; que la misa el obispo no ha empezado y ya vestido espera. Oír la misa entera al cielo prometí. Desde este puesto miro el altar y miro la campaña, donde se abrevia ya la flor de España.
Sale el INFANTE
INFANTE: No quiero, no, que me vea el gran conde de Castilla hasta dar en la batalla o la victoria o la vida. Borrar pienso sus enojos hoy con la sangre morisca, si las luces del vivir no se turban o se eclipsan. Mendo amigo, tú y don Sancho iréis en mi compañía, acometiendo a los moros que a España nos tiranizan. Llevando al lado a don Sancho, no recelaré que embistan los africanos leones que vienen, montes de Libia. MENDO: Pienso, señor, que ya asoman las huestes bárbaras. Mira entre aquellos dos collados, donde el cielo se termina, tremolar lanzas de plata, y, temblando plumas rizas, a los reflejos del sol formar aves de Fenicia. INFANTE: Haces ordenadas son, y a pasos largos caminan presentándonos batalla. Ya nuestro ejército avisa, tocando al arma.
Tocan al arma
INFANTE: ¡Ah, don Sancho! ¿Dónde estás?
Sale un ÁNGEL, con rodela y banda, como SANCHO
ÁNGEL: Aquí. INFANTE: ¿Podía faltar aquí tu valor? ÁNGEL: Infante, aunque maravillan esas huestes africanas en el número y milicia, ¡confïanza en Dios y embiste! Porque he de ser este día a tu lado asombro humano de esta nación fugitiva. INFANTE: Amigo don Sancho Osorio, tu valiente voz incita al arma. ¡Cierra Santiago!
Vase el INFANTE
ÁNGEL: Oíd, Sancho Osorio, misa; que yo pelearé por vos, porque a devoción tan pía corresponde Dios así.
Vase el ÁNGEL
SANCHO: ¡Ay de mí! ¡Con cuánta prisa el enemigo acomete! Su vanguardia se avecina y la misa va de espacio. ¿Qué he de hacer porque no digan que en el trance riguroso ha temblado mi cuchilla? Si la misa dejo, pierde el ánimo y la alegría de mi pecho. ¿Qué valor tendré para que resista esta morisca nación? Pues quedarme les obliga a decir, como otra vez, que cuando me desafían o se dan batallas, duermo. A ser yo bueno, podía, cual otro Moisés, orando pelear, pero en mi vida tuve virtud si no es ésta de oír misa cada día. Divertido me ha mirado la campaña; y, divertida el alma, ni misa veo ni peleo. ¿Si sería posible no echarme menos? Si será, porque la grima, la confusión, polvo, muertes la atención humana quitan. Dios los ayude; que yo, con la fe más recogida al altar quiero atender mientras durare la misa.
Tocan al arma. Salen peleando moros y cristianos, y pasan; y luego el ÁNGEL, entre todos los moros, y el INFANTE detrás
INFANTE: ¡Ea, famoso don Sancho! Los moros van de vencida. Con tu valor solamente, hoy tu renombre eternizas. ÁNGEL: ¡Síguese, Infante! ¡No temas! INFANTE: ¿Cómo ha de haber cobardía en mi pecho y a tu lado? ÁNGEL: ¡África tema a Castilla!
Si pareciere que, entrándose el INFANTE, el ÁNGEL se vuele en una apariencia, será bueno
SANCHO: De cuando en cuando los ojos se me van a la milicia. ¡Vive Dios, que van venciendo los cristianos! ¡Qué reñida, qué sangrienta es la batalla! ¡Ay, obispo! Bien podías decir misa más aprisa, mas está contemplativa y devota tu alma. ¡Agora en ocasión tan precisa!
Dentro
VOCES: ¡Victoria, victoria! SANCHO: ¡Ay, cielos! Ya la victoria publican los castellanos, y yo en confusas agonías siento el honor y la fama. ¡Y por Dios! Que a una hora misma batalla y misa acabaron. Ya no ha de haber en qué sirva mi espada. Los moros huyen, los nuestros regocijan. Yo corrido y temeroso no sé qué haga ni diga.
Dentro "¡Victoria, victoria!" Salen todos menos el CONDE
INFANTE: No se ha alcanzado victoria tan breve después que lidian españoles y africanos. VIOLANTE: Apenas la determina el discurso. ¿Un hombre solo puede tanto? INFANTE: No repitan las historias más el nombre de César, que en este día Sancho Osorio le aventaja.
Sale el CONDE
CONDE: ¿Dónde está la fuerza altiva del mismo Júpiter? ¿Dónde está Osorio, el que vencidas deja bárbaras naciones? MENDO: Si no me engaña la vista, por ese monte desciende. CONDE: Habrá subido a la hermita a dar las gracias al cielo.
Baja SANCHO
SANCHO: (Ya me han visto, ya me miran Aparte con atención y cuidado. ¡Qué rigurosa desdicha!) CONDE: ¡Desciende, Osorio, que esperan el laurel y las insignias de triunfador esa frente, para que siempre la ciñan. SANCHO: (¡Ay, cielo! No se encubrió Aparte mi ausencia; el conde porfía con su burla a darme afrentas). VIOLANTE: ¡Baja, blasón de Castilla! ¡Vencedor de África, llega a que te aclamen y digan el español Cipïón! SANCHO: (Todo es burla, todo es risa, Aparte cuanto escucho y cuanto veo. ¡Perdí a Violante!) INFANTE: ¿Qué albricias podré darte, Sancho amigo? SANCHO: (Todos burlando porfían. Aparte No hay disculpa que convenga). MIRABEL: ¡Cuerpo de Dios! Si te brindan estos señores con honras, haz la razón y camina! SANCHO: (No burlara, Mirabel. Aparte ¿Si hay en esto maravilla o algún secreto del cielo?) CONDE: ¿De qué suspenso te admiras? ¿De qué callas? SANCHO: (He notado Aparte que están mis armas teñidas de sangre y en la rodela mil cuchilladas se miran. Quiero alentarme y llegar, pues disculpa conocida tengo en aquesta ocasión).
Acaba de descender
CONDE: Dame los brazos que imitan a los rayos que abortó la nieve cándida y fría. El laurel que puedo darte es, Sancho Osorio, mi hija. Honrarme quiero contigo, pues honras das a Castilla. Dale la mano, Violante. SANCHO: (¿Hay afrenta cual la mía?) Aparte Conde, escucha. VIOLANTE: Él no me quiere. Bárbaro, ¿por qué replicas? CONDE: Dale la mano, don Sancho. VIOLANTE: Tuya soy.
Danse las manos
SANCHO: (¡Violante es mía! Aparte ¡Vive Dios y no lo creo!) VIOLANTE: Ya vimos tu bizarría en la batalla, don Sancho. SANCHO: (¿Qué es esto? A creer me obligan Aparte que Dios volvió por mi honra). INFANTE: Si está templada la ira, dame tu mano, señor. SANCHO: Y don Sancho te suplica que le perdones y des ya tus brazos. CONDE: ¿Argentina no está viva? INFANTE: No, señor; después sabrás su desdicha.
Híncase de rodillas el INFANTE
CONDE: Levanta, pues. SANCHO: Y aquí tenga lo que puede el oír misa su ejemplo, según lo cuentan las historias de Castilla.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002