ACTO TERCERO


Salen doña MAYOR, ELVIRA y criados
ELVIRA: Al campo me habéis traído, Mayor, y mucho cuidado vuestra prevención me ha dado. Decid, ¿a qué hemos venido? Si son vuestras impacientes ansias de celos o amores, no es bien lo rían las flores, o lo murmuren las fuentes. Y si a nuestras amistades consejos queréis pedir, no era menester venir buscando las soledades. MAYOR: Son tan grandes los rigores de mis males inclementes, que han de enternecer las fuentes la soledad y las flores. Y así, porque mis cuidados con lástima os ablandaran, quisiera que nos dejaran a solas esos crïados. ELVIRA: Junto a esa fuente aguardad, o todos volved a casa mientras que la tarde pasa.
Vanse los criados
MAYOR: Hermana Elvira, escuchad: Vuestra dicha y mi desgracia que las dos parejas corren, una en los bienes que logra, otra en los males que escoge, os dio a Enrique, me quitó a Enrique. Mil años goce de la dicha de ser vuestro, sin que la envidia lo estorbe. Hizo el rey de su elección una justicia. Envióle a Francia para que a Carlos detenidamente informe de sus piadosos intentos, y unido sus escuadrones con los de Froilo, al moro soberbio, de España arrojen. Perdonad si es que mi amor declaro, pues está en orden que le declare por firme, sin que mi opinión desdore. Vi partir a Enrique yo; mas él, que de mí conoce que aun entre muestras cenizas centellas vivas se esconden, fue sin despedir de mí. Fuése por fin y dejóme con sus confusos desvelos como suele cuando oye la piadosa madre a un hijo a quien poderosos golpes del tiempo y de la Fortuna agravios y sinrazones del hado esquivo contrastan que a morir ya le disponen. Un año, un mes, cuatro días ha que partió de la corte Enrique, y aun los minutos con ser las partes menores de las horas he contado con sollozos y clamores. Ya, pues, de los Pirineos los muy elevados montes atraviesa cuando vuelve de Francia, pero en un bosque la traición le salió al paso. Bien pienso que sabéis donde está. Cautivo le tienen entre bárbaras prisiones, sin que el rey sepa de Enrique sin que, para que se compre su libertad, sepa el oro que parte o lugar le esconde. Vos sabéis de él y el infante. No son cifras, no son motes oscuros. Ya me declaro, que por encubrir errores, que ya el tiempo manifiesta, que por afrentas no aborten, del hurto que el vientre encierra y os da tan bajo nombre, hacéis que Enrique padezca. ¡Qué agravio! ¡Maldad enorme! ¿No había otro modo, señora, no había otro medio que corte diese a tan grande desdicha, sin que a bárbaros traidores le entregarais? Esto es hecho. Ya sé en fin que un moro noble prevenido del infante tiene a Enrique en una torre, hasta que vivas afrentas hagan parto, agravios doblen. Hoy de una crïada vuestra, sin que alguna cosa ignore, supe toda la verdad, y mi amor que reconoce el peligro que os aguarda, la industria imposibles rompe. Pedí licencia a la reina y antes que a palacio torne, no por Enrique, por mí --que ya por mi cuenta corre su opinión porque le quise-- no he de sufrir que se borre su fama publicamente. Vuestra casa no es conforme al secreto de este caso. La industria y recato ahoguen, cubran, sepulten, desmientan los ya esparcidos rumores, que si se acredita más, que si en viles intenciones crece la fama en tu lengua de afrentosos detractores, el de Enrique y vuestro honor veréis vender a pregones. Y temed que Enrique es rayo y éste lo más fuerte rompe. ELVIRA: Para decirme pesares, para vengaros de mí, para avergonzarme así, para hacer mis ojos mares, ¿tanto me habéis prevenido? ¿Tanto lo habéis dilatado, y al campo me habéis sacado? Decís bien. Traición ha sido. Que en mi afrenta descubierta, llegándose ya a saber, quereros vos atrever a abrir al dolor la puerta, darme aquí pesar tan fuerte y sin otra prevención cogerme el alma a traición es querer darme la muerte. MAYOR: Elvira, señora, amiga, el llegarme a declarar, no es para daros pesar y esta diligencia obliga al que agora recibís. Sólo he venido a serviros. ELVIRA: ¡Crüel sois! MAYOR: Sólo advertiros el gran riesgo en que vivís. ELVIRA: Si vuestro pasado amor pretende tomar venganza de mí, la mayor alcanza con el castigo mayor. MAYOR: No es venganza, antes piedad. Bien podéis de mí fïaros. ¿Quién podrá mejor guardaros que yo secreto y lealtad? ELVIRA: Vuestras razones--¡ah, cielos!-- mi muerte vienen a ser. Ya en tierra veréis caer la planta. MAYOR: ¡Tristes desvelos! ELVIRA: Ya dando el infame fruto veréis deshacer su pompa cuando las entrañas rompa y pague el torpe tributo.
Abrázase con ella
MAYOR: Elvira... ELVIRA: Amparo en vos tenga quien tal pena os ha debido. MAYOR: Mira. ELVIRA: ¡Oh, Enrique ofendido, mi propia culpa te venga!
Vanse y salen ENRIQUE y GONZALO
ENRIQUE: Partí sin alma. Encomendé la vida a una sospecha fiera a la partida, y tratóla de suerte, que a cada paso daba con mi muerte. Las honras, las mercedes y favores que recibí de Carlos, en rigores mi pena los trocaba. En nada alivio mi desvelo hallaba, sólo el volverme aprisa prometía algún consuelo, y cuando ya volvía --¡ah, Gonzalo!--contigo descansé el alma, hallé mayor castigo. GONZALO: Partí, señor, también con mi cuidado, que de su gracia el rey me ha desterrado por mis burlas, que no es razón que en veras ni burlas con el rey se partan peras. Iba huyendo, señor, de Juan de Diego, de mí mismo, y fui a dar con mayor fuego, pues a poca distancia después de andar en fin ruta la Francia, cien galgos nos echaron, que como a liebres viles nos trataron llevándonos cautivos. Milagro ha sido el escaparnos vivos, y que el perrazo Hamet tan noble fuese que libertad nos diese, habiendo él sido quien nos la ha quitado. ENRIQUE: No fue sin prevención, no sin cuidado, nuestra prisión. Más causa tuvo, advierte, de la que muestra mi enemiga suerte si bien no he conocido quien de tanta traición el dueño ha sido. Más piadoso fue el moro pues no estimando el oro que por nuestro rescate le ofrecía, compadecido de la pena mía, tan liberal conmigo se ha portado. GONZALO: Es un moro de bien; aunque he notado que el mejor moro nueve faltas tiene como mujer que a estar preñada viene. ENRIQUE: ¿Y cuáles son, Gonzalo? GONZALO: Es la primera no tener nuestra fe que es verdadera. La segunda es ser perros, y perros, como dicen, can cencerros. La tercer falta de estos moros viles es comer cabra y no comer perniles. La cuarta falta es ver que estos podencos sean maridos mostrencos para toda mujer, y que con siete o con setenta case allí un Hamete, sin que se halle el perrazo embarazado, cuando una sola da tanto cuidado. ENRIQUE: Bueno está, no prosigas. GONZALO: Fáltame por decir. ENRIQUE: Pues, no lo digas. GONZALO: Hasta la falta nueve que un moro que agua bebe... ENRIQUE: Que calles digo. GONZALO: Digo que callo; pero pues no he de hablar, ponte a caballo, y pues quieres de noche hacer la entrada, lleguemos a tu casa deseada, que ya es noche. ENRIQUE: Gonzalo, si pudiera yo mismo de mí mismo, me encubriera. No sé qué desconsuelo aflige al mal con mortal desvelo. Un año, pues, Gonzalo, y aun más días ha ya que lucho con desdichas mías y a mi esposa no veo. GONZALO: Cerca estás de cumplir ese deseo; pero, ¿por qué con tal secreto vienes? ¿Por qué, señor, previenes y rehusas que sepan que has venido? ENRIQUE: Causa tiene el haberlo prevenido.
Dice ELVIRA dentro
ELVIRA: Tú me has de quitar la vida.
Dice MAYOR entre unos ramos, sin que vean a ELVIRA
MAYOR: ¡Qué desdichada a ser vienes! ENRIQUE: Gonzalo, oye. ELVIRA: ¡Tú me has muerto! ENRIQUE: ¿Quién se queja? GONZALO: Alguien que duerme a falta de colchón blando sobre el duro campo verde. ELVIRA: Yo muero con justa causa. ENRIQUE: ¿Oyes? GONZALO: Sí. ELVIRA: Cierta es mi muerte. ENRIQUE: Entre estos árboles llega, y escucha la voz. GONZALO: ¿Quién muere? ¿Quién pena? ¿Quién va? MAYOR: ¡Ay, amigo, llégate por Dios! GONZALO: ¿Qué gente? ENRIQUE: ¡Quita! ¡Apártate! ¿Quién son? MAYOR: Dos afligidas mujeres.
Salen las dos. ELVIRA acelerada
ELVIRA: Señor, quienquiera que seáis, la causa y mi triste suerte más lugar no me permite. De este diamante que tiene algún valor os servid, y a Nuño Ordóñez se entregue aquesa prenda del alma. Ven, amiga, no me dejes.
Dale un envoltorio
ENRIQUE: ¿A quién se ha de dar? ELVIRA: A Nuño, y puede ser que no os pese, que tiene padre muy noble.
Vanse las dos
ENRIQUE: Sueño el suceso parece. Llega, Gonzalo. GONZALO: No es nada lo que entre flores se envuelve. Seor Chicote. No responde, ni habla, ni llora, ni siente. ¿Eres infante o infanta? Niño es. ¿Qué te suspende? El nació muerto. ENRIQUE: ¿Qué dices? GONZALO: Que al Limbo el alma desciende. ENRIQUE: Aparta. GONZALO: No hay que apartar. Él no vive. ENRIQUE: Así conviene que muerto a Nuño le demos. (Mi temor mis penas crecen). Aparte Llévale, Gonzalo. GONZALO: Ya, le llevaré aunque me pese. ENRIQUE: Todo es pasiones, desdichas, todo confusiones, muerte, todo asombros --¡ay de mí!-- ¡Cielos piadosos, valedme!
Vanse los dos. Salen el infante BIMARANO y NUÑO
NUÑO: Público tu amor está. BIMARANO: Nuño, aconséjasme en vano. Confieso que soy tirano con Enrique; pero ya cuando la vida y honor de Elvira se pone en medio, el más seguro remedio es usar de este rigor. Ninguno debe culparme porque en tan triste suceso el tener a Enrique preso sólo puede asegurarme. NUÑO: El rey le estima, y si llega a saber que la ocasión has sido de su prisión... BIMARANO: Ya, Nuño, la causa niega. Cuando la razón me advierte que como a Elvira importara si el mismo rey lo estorbara, al mismo rey diera muerte.
Salen el REY y RAMIRO
REY: ¿Cómo? ¿Darme muerte a mí? ¿Haslo, Ramiro, escuchado? NUÑO: El rey viene. BIMARANO: ¿Qué cuidado? REY: Disimular quiero aquí; que aunque averiguado tengo su delito, su pasión con más segura prisión, Ramiro, fundar prevengo. RAMIRO: Mira, primero. BIMARANO: ¡Señor! REY: Infante, aparte me escucha. Oye. (Mi paciencia es mucha Aparte cuando sé que fue traidor). Parece que siempre opuesto a mi gusto, Bimarano, olvidas que eres mi hermano, y que libre y descompuesto sólo te acuerdas de darme un pesar y otro pesar, sin temer, sin recelar que podré, infante, enojarme. A prevenirte he llegado que de mi favor no abuses, y aplausos del pueblo excuses, y tú, imprudente, llevado de tu loca inclinación, dejando lisonjearte, haces consultas aparte. No entiendo con qué intención. Hete mandado también que moderes el salir de noche, y dejes de ir de Nuño al jardín, si bien de todo disculpa das; mas con estar advertido, sales de noche atrevido, y en casa de Nuño vas. Tira la rienda al deseo, míralo, hermano, mejor que esto es amor, no rigor, porque despeñarte veo. También, oye, me informaron que Enrique vive en prisión y que eres tú la ocasión. No lo creo. Me engañaron. BIMARANO: Disculpar, señor, pudiera vuestra alteza desvaríos de loca edad, por ser míos sin que otro nombre les diera. Ya es rigor y aun tiranía fïar tan poco de mí, reñirme y tratarme así, y es mucha paciencia mía. REY: Decís bien. Muy necio estoy. No os lo diré, infante, más. Idos, pues. Idos. BIMARANO: Jamás causa a tus disgustos doy. (Mi pena, Elvira querida, Aparte tu cielo en gloria convierte, que no he de dejar de verte aunque me quiten la vida. Justa venganza prevengo. ¡Que a un hermano trate así! Tema y guárdese de mí; que amigos y valor tengo.)
Vanse BIMARANO y NUÑO
REY: Más su disculpa me ofende, Ramiro, que esta respuesta. Su libertad manifiesta. No hayas miedo que se enmiende. Sus pasos he de atajar si se despeñan. RAMIRO: Advierte. REY: Yo mismo le he de dar muerte si no se quiere enmendar. RAMIRO: Nacer su inquietud podría de algún empeño amoroso. REY: De ese indicio sospechoso nace mi melancolía porque hay lengua que publique que el no saberse de Enrique es causa... RAMIRO: No se publique tu pasión. REY: La sombra oscura de la noche ha de ayudarme a salir de este cuidado. Ven. Yo mismo disfrazado he de ir a desengañarme.
Vanse el REY y RAMIRO. Ponen luces sobre un bufete. Salen ENRIQUE, MAYOR, ELVIRA y CONSTANZA. ELVIRA turbada
ELVIRA: ¡Señor, bien tan deseado tan de repente venido! (¡Ay Mayor, ángel has sido Aparte pues de casa me has sacado!) ¿Sin avisarme, señor? ENRIQUE: Yo solo quise ganar las albricias. MAYOR: (¡Qué pesar!) Aparte ENRIQUE: ¿Vos en mi casa Mayor? No fue entero el placer si esta dicha no tuviera. MAYOR: (A tardarnos más, ¿qué fuera?) Aparte ENRIQUE: (Grande mal puedo temer. Aparte ¡Dentro en mi casa Mayor! ¡Y Elvira turbada! ¡Cielos! Todo es confusos desvelos. Vamos más de espacio, honor. Todo a destrüirme aspira.)
Mira la sortija que le dieron
(Que esta sortija --¡ay de mí!-- al tiempo que me partí puse yo en su mano a Elvira).
Habla ELVIRA en secreto a CONSTANZA
ELVIRA: Haz que avisen al infante, Constanza, como ha venido Enrique. MAYOR: (Desdicha ha sido Aparte que en ocasión semejante viniese). CONSTANZA: Iréle a avisar.
Vase CONSTANZA. Salen NUÑO y GONZALO
GONZALO: Aquí está Nuño, señor. ENRIQUE: Nuño. ELVIRA: (¡Qué fiero rigor!) Aparte NUÑO: (Confuso le llego a hablar). Aparte Señor Enrique, si hubiera vuestra venida sabido, antes hubiera venido a serviros, sin que fuera menester llamarme. ELVIRA: (¡Ah, cielos!) Aparte NUÑO: ¿Qué me mandáis? ENRIQUE: Un cuidado, sin saber quién me la ha dado. (Creciendo van mis desvelos). Aparte A llamaros me obligó. Perdonad el no ir yo allá que bien disculpado está quien de camino llegó. NUÑO: Agraviaréis mi amistad si me habláis, Enrique, así. Ved en lo que os servís de mí.
Quiere hablar ELVIRA a NUÑO, turbada
ELVIRA: Nuño... (¡Ay, Dios! ¡Qué crueldad!) Aparte ENRIQUE: Entre esa arboleda umbrosa de esta casa no muy lejos que se mira en dos espejos cristal de una fuente hermosa, cuando ya la sombra oscura los primeros pasos da, y la noche triste ya sus tinieblas apresura, llegué con este crïado... ELVIRA: (¡Ah, Mayor! Que me has vendido). Aparte ENRIQUE: ...a escuchar el dulce ruido de esa fuente. MAYOR: (¡Qué cuidado!) Aparte ENRIQUE: No de este lugar distante confusas voces oí. Llegué y dos mujeres vi que me pusieron delante una flor, con quien la muerte mostró tirano rigor; pues al nacer esta flor... ELVIRA: (¡Ah, traidora!) Aparte MAYOR: (¡Trance fuerte!) Aparte ENRIQUE: ...sin vida luego quedó. Mandóme su infelice madre no que la diera a su padre, que a vos os la diera yo. Gonzalo os entregará la prenda que os he confïado. Para esto os he llamado. GONZALO: Vámonos, Nuño. NUÑO: Voy ya. Si el mayor castigo hubiera la desdicha prevenido, ninguno hubiera escogido que menos que éste no fuera.
Vanse NUÑO y GONZALO
ENRIQUE: A mí me dio este diamante. ¿Conocéislo vos, señora? ELVIRA: Mi traición, mi muerte agora os da venganza bastante.
Demáyase
MAYOR: ¡Nuño! ¡Ay, cielos! Pues, ¿así dejas sola una mujer sin quererla defender? ¿Qué he de hacer? No sé de mí. ¡Ah, qué desdichada suerte! ¿No hay quién este daño impida? ¿No hay quién ampare una vida? ¿No hay quién estorbe una muerte? ENRIQUE: Enrique, agora el valor es cuando más se acredita. A mayor golpe, a mayores injurias que el hado envía; mayor pecho, más constante, el alma noble resista. Pero, ¿a quién le sucedió que al tiempo cuando porfían mis agravios contra mí, cuando dudas enemigas empezaban a nacer, que así llegué a advertirlas. Mi propio rey, mi obediencia a Francia entonces me envía, y allí mi afrenta también sin que me pierda de vista. Me sigue, pues cuando vuelvo, como estaba tan crecida mi infamia, al paso me sale y ella propia me cautiva. A encontrarme se adelanta que aun no aguardó--¡suerte impía!-- a que llegase a mi casa. Mas sí aguardó, pues me avisa. Señora, volved en vos. Responded a Enrique Elvira. ¿Si está muerta? ¡Santos cielos! Responded a Enrique, Elvira. Oye, esposa--¡oh lengua infame!-- injusto nombre la aplicas. ¡Ah, Elvira! Vuelve a vivir, vuelve a su prisión antigua el alma, porque la muerte ejercerá la afrenta mía. Vuelve a vivir, que otra pena mi venganza determina. ELVIRA: ¡Infante! ENRIQUE: ¡Aleve! ¿Aun le nombras? Mi venganza ya consiga la gloria que espera el alma. ¡Muere desdichada Elvira!
Dala de puñaladas y ella misma se entra arrastrando. Salen el REY y RAMIRO
REY: ¡Qué desgraciado suceso! Bien este caso temía. Id tras él, Ramiro. Haced que le prendan, que le sigan.
Ruido de dentro
RAMIRO: Desde un balcón a la calle el cadáver precipita.
Dentro
ENRIQUE: Aguarda, Nuño alevoso, y cuantos mi agravio animan. Temed, temed mi castigo; que mi furor rayos vibra.
Sale MAYOR
MAYOR: Señor... REY: ¿Tú en casa de Enrique? Corre el velo, la cortina a la luz del desengaño. Esta confusión descifra. MAYOR: Si ya sabes que quise bien a Enrique, no es razón que publique las penas que me cuesta cuando a morir por él estoy dispuesta. En esta ausencia suya, Bimarano el infante, su hermano, y mi señor, rendido a las doradas flechas de Cupido, a su pasión postrado, ciego mira a la infeliz Elvira, que de esta mal incierta a la mayor desdicha abrió la puerta. Dentro de sus entrañas --¡dura suerte!-- encerraba su muerte, y una afrenta crecía que la infamia de Enrique descubría. Yo a su opinión, como al remedio atenta, Argos fui de esta afrenta, y el modo previniendo, para encubrir el mal que iba creciendo, licencia te pedí. A palacio dejo con seguro consejo. ¡Qué prevención tan loca! A Elvira saqué al campo. De mi boca escuché--¡Qué imprudencia!--su delito. Su agravio la repito, y el dolor de escucharle. Mi intento era encubrirle y ocultarle por el honor de Enrique. Hace que se publique más aprisa la afrenta pues del dolor cual víbora revienta. Llegó a este tiempo Enrique desdichado, hora infeliz del hado, y en sus brazos recibe su propia afrenta allí; aunque ya no vive. De la desgracia fue el mayor exceso, que su mismo suceso, como primero pasa. Enrique refirió, en llegando a casa, y de escucharlo se culpa a su esposa, a pena tan forzosa dejó el alma rendida; y yo también, señor, quedé sin vida, pues al pesar en vano aquí resisto. Lo demás tú lo has visto; pues no avisa este suceso injusto del mal que causa el no casarse a gusto. REY: Mayor pesar no he tenido.
Salen criados y el infante BIMARANO, furioso con la espada desnuda
¡Infante! BIMARANO: ¡Señor!
Humíllase y pone la espada a los pies del REY
REY: ¿Qué es esto? BIMARANO: La causa he sido de esta desdichada muerte. REY: Cuando sirviéndome está y el honor de Enrique ya me toca, ¿vos de esta suerte su valor así ofendéis, y os atrevéis a su honor? Ya no piedad, fuera error aguardar que os despeñéis; mas sin daros el castigo si Enrique os ha de matar. Yo su honor quiero vengar; que soy su rey y su amigo.
Dale de puñaladas, quiere tomar la espada y cae sobre una silla
Vos, infante, me ofendéis, vos lealtad no me guardáis, vos a ser rey aspiráis, vos mi muerte pretendéis, yo lo escuché. Yo lo oí. Mi reino habéis sublevado. De todo estoy informado. Mi vida aseguro así.
Dale
BIMARANO: Ved, señor, que con mi muerte cobráis nombre de tirano. REY: Sangre de quien es mi hermano sólo mi acero la vierte. BIMARANO: Dejadme morir, Ramiro, y dadme la muerte vos.
Muere. Sale ENRIQUE
REY: ¡Enrique! ENRIQUE: ¡Válgame Dios! ¡Envuelto en su sangre miro al infante! REY: Enrique, a mí como a tu rey la defensa me ha tocado de tu ofensa. Yo muerte al infante di. ENRIQUE: Más afrenta viene a ser. REY: A quien es a un rey hermano, no se ha de atrever tu mano. Yo solo me he de atrever. Seguro queda tu honor, pues yo mismo le he vengado. Tú quedas, Enrique, honrado; yo sin hermano. Mayor es tu esposa verdadera. Elvira supuesta fue. Yo por fuerza te casé. ENRIQUE: ¿Cuándo su venganza fiera en mi afrenta se fundó...? REY: Basta, Enrique. Yo he sabido lo que a Mayor has debido. Ella tu honor defendió. Dala la mano. MAYOR: La vida perdiera por defenderte. ENRIQUE: En las aras de la muerte, sobre esta sangre vertida, tu boda se celebró. MAYOR: No temo señales fieras que mujer que ama de veras nunca a su esposo ofendió. ENRIQUE: Dices bien. Ya mi disgusto con tu mano se ha acabado; aunque el nombre se ha trocado pues ya me caso a mi gusto.
Vanse

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002