LA HIJA DE CARLOS QUINTO

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en la edición príncipe, una edición suelta (sin fecha sin lugar) consultado por medio de una copia fotográfica en la biblioteca de la Ohio State University. Fue editado por primera vez en "An edition with introduction and notes of LA HIJA DE CARLOS QUINTO, COMEDIA FAMOSA DEL DOCTOR MIRA DE AMESCUA," tesis sin publicar de Karl Ludwig Selig (M.A., Ohio State University, 1947). Fue editado en forma electrónica por Vern G. Williamsen en 1988 como parte de sus investigaciones.


Personas que hablan:

ACTO PRIMERO


Salen don DIEGO y el CONDESTABLE
DIEGO: ¡Notable sentimiento! CONDESTABLE: ¡Es en Castilla el amor de sus reyes tan notable! DIEGO: Su lealtad y su celo maravilla. CONDESTABLE: Y es el César también príncipe amable; con clemencia engrandece lo que humilla. DIEGO: Es porque tiene en vos gran condestable. CONDESTABLE: Señor don Diego de los Cobos, eso gana en tanta prudencia tanto seso. DIEGO: Tres pedazos del alma se dividen hoy en Juana, en Felipe y en María, que de los orbes la distancia miden, pasando a diferente monarquía. CONDESTABLE: Los negocios de Italia al César piden, donde hoy se parte a Portugal y a Hungría Juana y María, con la misma priesa donde una es reina ya y otra princesa. DIEGO: Felipe se nos queda, que Dios guarde, en el gobierno sólo. CONDESTABLE: Sí, que ha hecho de su prudencia y su valor alarde. DIEGO: Postra el valor a su invencible pecho, que si la sangre en las entrañas arde, es forzoso el sentir. CONDESTABLE: En él sospecho que es bronce el corazón. DIEGO: Mucho de él tiene quien le resiste tanto. CONDESTABLE: El César viene.
Sale [el EMPERADOR], Carlos Quinto
EMPERADOR: Don Diego de los Cobos, Condestable, ya el plazo se llegó, ya llegó el día en que el gozo mayor el alma entabla; triunfan Bohemia, Portugal y Hungría. ¿Qué es aquesto?
Pónese el CONDESTABLE el pañuelo en los ojos
CONDESTABLE: Señor, es tan notable el común sentimiento. EMPERADOR: ¿Mi alegría con llanto celebran? Dios da en los hijos los pesares así, y los regocijos suyos son. Él los da, y pensar debemos los padres que los hijos son preciosos cristales, que estimamos y queremos, siempre de que se quiebren cuidadosos; en ellos los espíritus bebemos, transparentes, purísimos y hermosos, mas con la prevención de efectos tales, que hay poca eternidad en los cristales. Yo apenas conocí a los padres míos, pues Felipe, mi padre, de mí ausente, postró a la muerte sus gallardos bríos en lo purpúreo de su hermoso oriente. A la aprehensión de tantos señoríos de trece años subí gloriosamente, y tantos sus cuidados me obligaron que de mi madre siempre me apartaron. Perdí a la Emperatriz, faltóle al nido del águila imperial la mitad de ella, y así de sus tres pollos dividido, quiero ganar lo que he perdido en ella; y aunque debiera hacerlo enternecido, el pesar en el gusto se atropella, siendo hoy en resignar a Dios mi gusto, César más soberano y más augusto. Decidme de la suerte que ha quedado dispuesta la jornada. CONDESTABLE: Deuda es mía, a vuestra majestad siempre obligado, ofrecer el caudal con bizarría; y así el gusto me toca y el cuidado del rey Maximiliano y de María, joya preciosa con que el cielo premia las coronas de Hungría y de Bohemia. Gran parte de la nobleza me acompaña, a quien honrosamente ilustra y [apuña] la espada de rubí, que el patrón [daña], que al moro postra, aunque en diamantes bruña, hasta que en el cristal que calza y [apaña] de coturnos de plata la Coruña se engolfan los fuertes galeones, vanagloria del sol, del mar pavones. EMPERADOR: Ya, don Pedro Hernández, desde hoy quedo más deudor al Velasco. CONDESTABLE: Deuda es mía, donde doy lo que valgo y lo que puedo. EMPERADOR: Miradme por el alma que os confía. CONDESTABLE: Dudar de mi fe es eso. EMPERADOR: Éste es miedo de padre, y como padre desconfía. ¿Y a Portugal, quién va? DIEGO: ¡Con tal grandeza gloriosa parte a Portugal su alteza! El duque de Escalona, acompañado de don Pedro de Acosta, justamente de Osma señor, dignísimo prelado, como lucido en la facción presente. En Yelves, como está capitulado, o en la pequeña y líquida corriente, línea de plata que los reyes parte, tálamos ha de hacer tronos de Marte. Allí la ha de entregar con soberana majestad al de Abeiro, que la espera. Siendo la portuguesa y castellana nobleza de estos campos primavera, con ellos serenísima mañana hará su sol traspuesto a nuestra esfera, donde teja mortal entre los brazos, donde teja mortal entre los lazos. EMPERADOR: Dios os oiga, don Diego, y logre en nietos lo que pierdo en dos almas, viendo España por unos esos bárbaros sujetos, y por otros la parte que Rin baña. CONDESTABLE: Si de tan alta causa son efetos, heredando el valor que os acompaña, serán la majestad de todo el mundo. EMPERADOR: Ésa goza Felipo en el segundo. ¿Qué damas lleva la princesa? DIEGO: Doce, que por signos el sol dorar pudiera, número que aun a Borja reconoce. EMPERADOR: ¿Llegó ya [el] de Gandía? DIEGO: Aún hoy le espera ........................... [ -oce] ........................... [ -era] su alteza y va sin ella disgustada. EMPERADOR: Soledad la ha de hacer en la jornada. ¿Y está la prevención de mi partida concluída también? CONDESTABLE: Ya el duque de Alba madura edad en juventud florida, nuncio de vuestro sol, de Italia es alba. Los espera la armada prevenida monarquía del mar, del viento salva. DIEGO: Difunta queda España. EMPERADOR: Viva queda, que don Felipe mi justicia hereda.
Sale don GARCÍA
GARCIA: Ya vienen a despedirse sus majestades y alteza. EMPERADOR: Aquí de su fortaleza el ánimo ha de vestirse; porque si llega a rendirse el grave dolor que siento, culparán el sufrimiento, y así será en tanto amor en mí la hazaña mayor resistir al sentimiento. Salidlos a recibir en tanto que me prevengo para la ocasión que tengo que temer y resistir; lo que resta de morir --tan poco, ¡qué suerte dura!-- por más que se la asegura la vida al bien que está ausente, para no ser, solamente le falta la sepultura.
Vanse
Agora que solo estoy, majestad dejadme ser, padre en sentir y temer pues siendo rey, piedra soy. Lágrimas, licencia os doy a que del alma salgáis. ¿En qué anegándome estáis? Que en un César es bajeza; mas pienso que con certeza de padre me disculpáis. Salid, porque padre sea y piedra deje de ser; salid antes que el poder y la majestad se vea. Procurad que el amor crea, alma, que llorar sabéis; pues si aquí me enternecéis, veréis en tantos enojos que monarquía en los ojos de los césares tenéis.
Salen don FELIPE, doña JUANA, doña MARÍA, MAXIMILIANO, el CONDESTABLE y acompañamiento
Mis hijos vienen aquí, y es recibirlos razón. ¡Ea, llegue la ocasión en que he de vencerme a mí! Para trabajos nací, no hay que rehusar los vaivenes de la Fortuna. Aquí tienes dolor, Amor, sin segundo, que bien sé yo que da el mundo pago de todos sus bienes. ¿Está en el solio dispuesto lo que ordené? CONDESTABLE: Sí, señor. EMPERADOR: Pues alto, embista el Amor; que ya le aguardo en el puesto. CONDESTABLE: Lo soberano y modesto mezcla tan grave y ufano, que en él, sin afecto humano, tanto sus astros mejora, que lo modesto enamora y espanta lo soberano.
Híncanse de rodillas los príncipes
FELIPE: Dénos vuestra majestad su mano y su bendición. EMPERADOR: ¡Ay, prendas del corazón! Reina, alzad. Príncipe, alzad. Llegad al pecho, llegad al alma. Dios os bendiga, y en versos David os diga que veáis, reina y princesa, ceñir los hijos la mesa, como renuevos de oliva. Hija, Felipe, sobrino, Maximiliano, escuchad. MAXIMILIANO: ¿Qué manda su majestad? CONDESTABLE: ¿Hay tal caso? DIEGO: ¡Peregrino! JUANA: Él nos enseña el camino con que le hemos de imitar. EMPERADOR: Ojos, dejad el llorar. ¡Ay, queridas prendas mías, qué largos serán los días! ¡Qué grande será el pesar!
Siéntanse
Hijos, no os espante en mí tan notable prevención, que de todas mis hazañas ésta es la hazaña mayor. El Amor me saca al campo, y es tan valiente el Amor que, siendo rey soberano, aquí temiéndolo estoy. César quise ser, vestido de majestad y valor, mas la terneza en mis ojos me dice que padre soy. Vencióme la fortaleza si la majestad me armó. Mas, ¿qué mucho si soy cuerpo que pierdo tres almas hoy? Hoy me hace sol de la Italia la precisa obligación de César, y hoy mis estrellas me quitan el resplandor. Pero si a esferas extrañas os llevan, y yo me voy donde jamás he de veros, ¿para qué quiere ser sol? Felipe queda en España, yo paso a Italia, y los dos a postrar en Alemania tan infame religión. Doña Juana a Portugal donde su madre nació, va a ser prenda de don Juan su príncipe y su señor. Dios le haga dichosa en él, siendo el alarbe feroz alcatifa de su trono, mármol de su panteón. Oh, hijo, Josué segundo, tierno y generoso estoy repartiendo entre mis tribus la tierra de promisión. Todo os adore y bendiga con gloriosa aclamación; que el amor de sus vasallos hace el príncipe mayor. No deis a herejes oídos, que en el golfo de su error son sirenas del infierno que emponzoñan con la voz. Dejen Juanus y Lutero la Alemania superior; que lo que empecéis vosotros, iré a conclüirlo yo. La fe estableced en ella, porque conozcan que sois espíritu de mi celo, y parte de mi toisón. Y sobre todo os encargo... mas, ¿aquí el poder llegó de Emperador a mandaros lo que es digna obligación? Y así os mando como César católico, defensor de la iglesia que hoy ampara un pontífice León, que el santísimo inefable sacramento, en quien obró con la mayor providencia Dios al portento mayor, celebréis con tal decoro y con tal veneración, que tiemblen los dogmatistas, en nubes de pan el sol. Sepan confusos y ciegos que el pan que ven pan es Dios, siendo en Él los accidentes cortinas de su pasión. Conozcan que está realmente en la hostia, que asistió en virtud de las palabras, ley de la consagración. Vivid con esta verdad, perded por esta facción las vidas. Mas si sois Austrias, ¿por qué esta advertencia os doy? Herencia es vuestra por sangre, con la feliz sucesión de aquel glorioso archiduque, de esta verdad precursor. Pues dándose su caballo al sacerdote, dejó la majestad del imperio por ser lacayo de Dios, sin perder hacha ni rienda. No a su pueblo, como Aarón, libró, sino a Dios, por mares de una tempestad atroz. Vosotros, pues, a su ejemplo y a su sacra imitación, confundid los que a Dios niegan en el pan por el sabor. Decid que el gusto se engaña, como la vista se erró, siendo así los accidentes ministros de la razón. Postrad a los relicarios la majestad. Dad favor a la fe sin permitir en su verdad opinión; porque esto es ser fe, y monarcas tan justos darán temor a los bárbaros que dejan la luz por la confusión. Yo soy, al fin, Carlos Quinto, señor del mundo y señor de todas las voluntades, que es el más alto blasón. La tierra me viene estrecha, aunque en la parte que halló, con nuevos mundos pretende darme una ensancha Colón. Mas en tanta majestad, esta urna y aquél son os digan lo que he de ser, si os he dicho lo que soy. Y pues salís a imitarme, sea con tal prevención pues veis que a esto se reduce la monarquía mayor.
Suenan cajas destempladas, aparécese una tumba con una calavera, una corona y un estoque, y desaparécese el EMPERADOR en la misma tramoya
FELIPE: Para ver en lo que para la majestad que os contemplo, de vuestra vida el ejemplo sólo, señor, me bastara. Él me advierte y me declara desengaños que advertir para regirme y regir los reinos que he de mandar, porque se aprende a reinar con aprender a morir. MAXIMILIANO: Aunque está la majestad tan incierta de este daño, admitiendo el desengaño, amaré en vos la verdad. Reinad a siglo, reinad edades de tiempo incierto, que en el reinar os advierto, a pesar del tiempo esquivo que en el cielo reináis vivo, si en la tierra os juzgo muerto. JUANA: Padre y señor, yo os prometo vivir siempre prevenida de mi vida en vuestra vida, que reverencio y respeto. Vos seréis siempre mi objeto, y mi vida seréis vos, para que el mundo en los dos vea, en llegando a mi reino, y que vos reináis por vos.
Salen el CONDESTABLE y don DIEGO de los Cobos
DIEGO: Ya hay literas prevenidas. FELIPE: ¿Mi padre? CONDESTABLE: Ya se ha partido. MAXIMILIANO: ¿Quién pondrá en tan triste olvido, consuelo a tan tristes vidas? JUANA: Nuestras almas divididas muestren aquí la terneza, las leyes de la grandeza. FELIPE: ¡Oh, fieras, oh, ingratas leyes! CONDESTABLE: ¡La carroza de los reyes! DIEGO: ¡La litera de su alteza!
Vanse. Salen ARNESTO y JAIME, y saquen en los brazos a doña ISABEL de Borja
JAIME: ¡Desjarretadle! ¡Muera quien tal crueldad de su valor creyera! ARNESTO: ¡Oh, animal portentoso, de la mujer imagen en lo hermoso! Maldito sea el primero que te ajustó a república de acero.
Sale el duque [de GANDÍA]
GANDIA: ¿Muerta mi hermana? ¡Ah, fieros! ARNESTO: Etnas de luz nos dan sus dos luceros. GANDIA: ¿Pues qué ha sido? ARNESTO: Locura del palafrén, soberbio en su hermosura... GANDIA: ¡Nunca a Castilla fuera a ser de la princesa camarera! ¡Doña Isabel, hermana! Violeta es el jazmín, oro la grana. ¡Perdió Borja su día! JAIME: Voces en vano das. ARNESTO: ¡Señora mía! GANDIA: Echémosle en la cara destroncado cristal en agua clara.
Vuelve en sí
ISABEL: ¡Ay, Dios, sólo pudiera Clara mostrar mi juventud primera! GANDIA: ¡Oh, maravilla rara! ¡Doña Isabel! ISABEL: Señor, ¿dónde está Clara? GANDIA: ¿Qué Clara? ISABEL: Hermano, aquella siempre abismo de luz y siempre estrella. Cuando el bruto espantoso, desmintiendo su instinto generoso, de las riendas opreso, quiso en mi vida rendirme el peso, Clara me dio la mano. La misma copia de la santa, hermano, que las Descalzas tienen en el altar, a quien deidad previenen. Ésta, cuando caía, me pareció que afable me decía: "Yo, para levantarte quiero de ese caballo derribarte. Caída es amorosa. Pablo has de ser, porque has de ser esposa de aquel blando cordero, que tu culpa le puso en un madero; y la que hoy verte espera su mayor y más digna camarera, te verá virgen rosa, siendo por tu ocasión ella gloriosa." GANDIA: Bien pudo en ansia tanta esas ideas trasladar la santa así en tu entendimiento. ISABEL: Sentí su voz, como la tuya siento. GANDIA: Pues en mi nombre trata darle al milagro lámpara de plata. ISABEL: Déme vuestra excelencia esa mano a besar, y la licencia de volver a Gandía. GANDIA: En sus huertas te ves. ISABEL: Ya presumía que en Portugal estaba, y a la princesa de vestir le daba. GANDIA: Su alteza por agora te puede perdonar, si no mejora tu salud. ISABEL: Vamos, luego, que el alma en vivo fuego se abrasa ya por veros, que quiere esta piedad agradeceros sin salir de Gandía. GANDIA: Haz, Arnesto, que vuelvan este día prevención y crïados, ...................... [ -ados]. Ve en mis brazos fïada. JAIME: ¡Que deshaga un caballo una jornada!
Vanse. Salen el PRÍNCIPE de Portugal y el duque de ABEIRO y acompañamiento
PRINCIPE: Como quien sois servís. ABEIRO: Dame tu mano que es para mí el favor más soberano. PRINCIPE: A don Juan de Alencastro, como a primo los brazos doy. ABEIRO: Ese favor estimo. PRINCIPE: ¡Llega la princesa! ABEIRO: ¡Gloria ilustrada! PRINCIPE: Decid, duque de Abeiro, la jornada. ABEIRO: La princesa doña Juana, serenísima señora, gloria y honra de Castilla y tu dignísima esposa, con la mayor majestad, mayor aparato y pompa que hasta hoy se ha mirado en libro ni encarecido en historias, servida de la grandeza castellana, que era en tropas pedazos de primaveras con que los campos se adornan, al breve ambiguo cristal, muro excelso y raya poca que a los dos reinos divide, prodigios de Babilonia, llegó, modesta y divina, gallarda, altiva y hermosa, con majestades de sol y con imperios de aurora. Un melado palafrén, bañado de negras moscas, --o de abejas, que acreditan los néctares de la boca-- cuya gualdrapa, anegada ya por las piedras y aljófar, la tela ver no permite ni que el color se conozca. Breve nube de aquel Alba, era de aquel sol carroza, altar de aquella deidad, y de aquel ángel custodia. Don Diego López Pacheco, marqués, duque de Escalona, de la rienda le traía, a quien don Pedro de Acosta, por sus virtudes y letras dignísimo obispo de Osma, acompañaba, que en él Carlos sus poderes copia. A éstos los nobles seguían, en los bordados y joyas, si no ostentación bizarra, cortesana vana gloria. El portentoso animal, dando en el crin y la cola golfos de oro, que atrevido el aire desparce en ondas, si águila no parecía, que otra Ganímedes roba, Júpiter se hace caballo en la castellana Europa, y tan soberbio y tan vano los escarceos informan, que la majestad se finge que en sus espaldas se asoma. Vieras entonces los campos fingir turquescas alfombras, con las soberbias libreas y con las galas costosas, que en los colores y plumas parecen valles y rocas, almendros, por ser del marzo, que en un día se malogran. Unos aquí mieses fingen pespuntadas de amapolas, cuando en océanos verdes son de los vientos lisonjas. No se han visto eternamente confusiones tan hermosas, ni jamás tan bien lograda primavera de dos horas. Llegué, llevando conmigo la ilustrísima persona del obispo de Coímbra, don Fray Juan Suárez, gloria de la observancia agustina, y piedra de su corona; y hechas en la real entrega las dispuestas ceremonias, nunca con mayor grandeza ni jamás con tal concordia, el duque me dio la rienda, donde un Faetón me transforman los rayos del sol que guío por precipicios de sombras. Aquí tumultos oyeras, y aquí vieras, en discordias de las dos lenguas mezcladas alegrías y congojas; porque "¡Viva la princesa!" dijo Portugal, y en roncas voces Castilla, de envidia o de sentimiento, llora. Soberana me pregunta, como quedaba en Lisboa el príncipe mi señor, y aguarda a que le responda concediéndome la sangre y púrpura vergonzosa, porque no le profanaran cortinas que al rostro corran. Tras mí en el limpio viril todas las reliquias dora siendo el obispo el postrero, que por prelado le toca. Con real grandeza entró en Yelves, donde su alteza reposa aquella noche, por ver, soberbia arrogancia y loca, ganar aplausos de día con privilegios de antorcha. Proseguimos las jornadas, siendo los caminos copias de abejas, cuando en sus cuadras unas tropiezan en otras, los piquillos iluminan con las flores que destrozan. Llegamos así a la villa de Estremoz, donde se apoyan los aparatos y triunfos de las romanas colonias, donde aguardándola estaba el rey, mi señor, con toda la gloria de Portugal, lisonjera de su gloria. En sus brazos la recibe, y ella a sus plantas se postra, quedando en tanta humildad la majestad más gloriosa. No me detengo en las fiestas por referirte que en Cogna se ha embarcado en un jardín, que sobre el Tajo se forma, prevención porque no vea, que crespos cristales corta, pasadizo de tres leguas, dispuesto en leños que brotan fugitivas primaveras en las cristalinas ondas. Es un corriente pensil, que es un milagro que a Roma, Efeso y la insigne Egipto da admiración, que con todas las maravillas del mundo puede competir heroica; pero ser de Portugal para encarecerlo sobra. De este, ceñida de oliva, cándida y mansa paloma, el águila de Austria sale a ser sacra precursora en tus reinos de la paz y de la misericordia. Plega a Dios que entre sus brazos vivas edades notorias, sin pedir siglos al fénix ni incendios a sus aromas, dándole a Portugal Juana, a tus quinas vencedoras Alfonsos, a la fe espadas, a la majestad memorias, a los soberbios castigos, a los humildes coronas, nietos a tu heroico abuelo, al César triunfantes glorias, remedo de sus hazañas y amagos de sus victorias. PRINCIPE: Y a vos, don Juan de Alencastro, plega a Dios que el cielo os oiga. ABEIRO: Oiráme el cielo, señor. Su alteza a la puerta asoma; la artillería hace salva al castillo con gran pompa. PRINCIPE: Y él le paga en consonantes que en preñados versos copia. Ya mi armada la recibe. ABEIRO: Sólo pudiera Lisboa hacer tal demostración. PRINCIPE: Mis deseos la provocan.
Salen delante bailando a la princesa [doña JUANA] y a una esquina del tablado el PRÍNCIPE, y después de haber cantado se llega uno a otro. Cantan
MUSICOS: "Venga [ya] muito en buen hora la princesa doña Juana, ainda que es castellana, y las almas enamora." PRINCIPE: La mano me dé a besar vuestra alteza. JUANA: Vuestra alteza no esté así. PRINCIPE: ¡Rara belleza!
Luciendo cortesía y entrambos hincándose de rodillas
JUANA: Señor, éste es mi lugar. Así estaremos los dos, señor. PRINCIPE: Así estoy triunfando. Y así estoy venerando la omnipotencia de Dios. JUANA: Dejad, gran señor, los pies. PRINCIPE: Portugués me considero. JUANA: Aunque portugués os quiero, no os quiero tan portugués. PRINCIPE: La mano os vengo a pedir. JUANA: La vuestra me da a mí honor. PRINCIPE: Esto es premio. JUANA: Esto es amor. PRINCIPE: Esto es amar. JUANA: Esto es sentir.
Los MUSICOS [se] van cantando la misma copla y todos éntranse; y salen el CONDESTABLE y don DIEGO
CONDESTABLE: Aumente el cielo los años eternidades de siglos hoy en los años del César que cumple cincuenta y cinco. DIEGO: Bruselas se descompone, todo es fiesta y regocijo. Victoria de tantos años honran con risas y gritos. De él se han derivado en Carlos las suertes y los prodigios. Mas ya se sale vistiendo el máximo Carlos Quinto.
Sale [el EMPERADOR] Carlos
EMPERADOR: Mucho a Bruselas le debo. CONDESTABLE: Eres su monarca. EMPERADOR: He sido siempre su padre piadoso. Bien en tu favor lo he visto; el primer César te llaman. EMPERADOR: Fuera esto ofender al Quinto. Yo pagaré tanto amor. CONDESTABLE: Mis músicos he traído y en la antecámara están. EMPERADOR: Siempre os veo en mi servicio y en mis gustos diligente. Canten, que gusto de oírlos. CONDESTABLE: ¡Hola, cantad! Que ya os oye su majestad. EMPERADOR: De mí mismo hoy como el fénix renazco, que aún no me faltan los bríos.
Salen los MÚSICOS
MUSICOS: "De trece años Carlos Quinto bajó a Castilla de Flandes, y con majestad en ella venció las Comunidades". CONDESTABLE: Llegad. EMPERADOR: Denles cien escudos por cada triunfo que canten, que aunque es tan modesto el precio, la cantidad será grande si aquí los refieren todos y aún espero acrecentarles, Conde, desde hoy otros muchos. CONDESTABLE: Mil años el cielo os guarde. MUSICOS: "Vence Carlos en Pavía al rey Francisco de Francia, más facción de su fortuna que del marqués de Pescara". EMPERADOR: Dicen verdad, que en mí estuvo el valor y la constancia. De aquel triunfo canten más que de buen gusto los cantan. MUSICOS: "Desafió Carlos Quinto desde Viena a Celín, cuerpo a cuerpo en la campaña y no se atrevió a salir". EMPERADOR: ¡Y cómo que fue verdad, y cómo que pasó así! No estuve, Conde, en mi vida con más gana de reñir que entonces, y lo matara, según bizarro me vi. No he sentido, ¡vive Dios!, cosa tanto como allí no pelear cuerpo a cuerpo con él; pero vióme en fin. MUSICOS: "A los pies de Carlos Quinto está [Lansgrave] y Sajonia, medrosos de su justicia pidiendo misericordia". EMPERADOR: Siempre fui con los rendidos piadoso, que las historias, si con el valor se adquieren, con la clemencia se adornan. MUSICOS: "Ya Barbarroja soberbio, sangriento y vencido en Túnez, entre los brazos del César piedad a voces le pide".
Canta dentro ANDRÉS de Cuacos
ANDRES: "Pobre nací y pobre me vi, y pobre me estoy; y dáseme un cornado del emperador". DIEGO: ¿Hay mayor atrevimiento? CONDESTABLE: ¿Hay desvergüenza mayor? DIEGO: La posta es. CONDESTABLE: ¡Hola, matadle! EMPERADOR: ¡Terrible resolución! No le ofendáis, que hoy no es día de fiereza ni rigor. CONDESTABLE: Ha sido gran desacato. EMPERADOR: Interrumpir lo peor a vuestra música ha sido, Conde, con tan mala voz. ¿Qué no se le da un cornado de mí dijo, como oyó cantar mis triunfos? Merece mi clemencia y mi perdón. Traedle, que quiero verle. CONDESTABLE: ¿Hay tal hombre? Entre el cantor, que le quiere ver el César.
Sale ANDRÉS
ANDRES: No ha sido el cantar error. CONDESTABLE: Ha sido gran desvergüenza .................. [ -ó]. EMPERADOR: Dejadle. ¿Qué hacéis la posta? ................. [ - ó]. ANDRES: Yo, señor, sí... porque... cuando... EMPERADOR: Sosegaos. ANDRES: Como estoy, cuando me juzgáis culpado, en vuestra presencia, y vos estáis, como dicen todos estáis en lugar de Dios... EMPERADOR: No temáis, decidlo, amigo. ................... [ -ó]. ANDRES: Del mundo desengañado, que es enemigo mayor, viendo que da los pesares como los bienes nos dio, hago burla del cantado y digo aquesta canción. EMPERADOR: Decidla, que yo os perdono, y ha de ser en alta voz. ANDRES: Soy músico muy novicio. EMPERADOR: Para mí sois el mejor.
[Canta]
ANDRES: "Pobre nací, pobre, viví, y pobre me estoy; y dáseme un cornado del Emperador". EMPERADOR: ¿Cómo, juzgándoos tan pobre, de mí no se os da un cornado? ANDRES: Señor, porque cuando muera serán menester mis cargos, y en un cornado no estimo, si allá habéis de ser juzgado como el más pobre, el más vil, el más humilde, el más bajo, vuestros imperios. EMPERADOR: ¡Bien dice! ¿Mas el ser pobre es ser santo? ANDRES: No, señor; antes los pobres somos impacientes, vanos, envidiosos, fementidos, viles, crüeles, ingratos, y humanamente demonios, no siéndolo voluntarios. Mas yo, señor, siendo pobre, sólo de salvarme trato, que al fin se canta la gloria, y esto advierte en lo que canto. EMPERADOR: ¿Cuánto ha que soldado sois? ANDRES: Pienso que diez y seis años. EMPERADOR: ¡Diez y seis años! ¡Qué bien! ........................ [ -a-o]. ANDRES: Y tanto, que de los quince, vuestras glorias acompaño. EMPERADOR: ¿Treinta y un años tenéis? ANDRES: Señor, sí, que tantos años tres mil setenta y dos meses, y en semanas dilatados son cuatro mil y trescientas y cuarenta. Éstas sumando en días son dos millones y ciento y treinta y si paso a reducirlas a horas, son las que por mí han pasado cuarenta y nueve millones de horas. Si a medios o cuartos las reduzco, vendrá a ser el número imaginado infinito; si tú tienes de dar cuenta de tus años, meses, semanas y días, horas, medias horas, cuartos, y el menor espacio de estos contener puede un pecado, que los delitos y ofensas salen en tan breve espacio, ¿por qué no quieres que diga que no se me da un cornado del Emperador? EMPERADOR: ¿No oís lo que dice? ¡Castigadlo! ANDRES: Porque sepas, gran señor, como mi remedio trato, quiero que veáis un libro que en mi fardellito traigo. Lea vuestra majestad.
Saca un libro de un fardel viejo
CONDESTABLE: Ciérralo allá. EMPERADOR: No hagáis caso jamás de la guarnición del libro, conde. Mirarlo por lo escrito es lo que importa, que no está en lo encuadernado lo que viene. ANDRES: La letra es mala.
Lee [el EMPERADOR] Carlos
EMPERADOR: "Breve sumario del tiempo que Dios me dio para ver como le gasto". ANDRES: Años, meses, días, horas, desde que discurso alcanzo, tengo en ese libro escritas, donde no se me ha pasado el instante más pequeño ni el pensamiento más vario. Vedlo bien. EMPERADOR: ¡Extraña cosa! CONDESTABLE: ¡Cuenta estrecha! EMPERADOR: ¡Hombre extraño!
Lee
"Ano de mil quinientos, lunes catorce de mayo, día de San Valentín, llegaste..." Adelante paso. "Jueves a veinte de enero del años de treinta, estando el imperial escuadrón sobre Lasartas, el cuarto de la modorra me cupo; éste le pasé rezando el Rosario de la Virgen y por las ánimas cuatro. Llovió y nevó sin cesar, y de impaciente di al diablo al César y al de Alba..." ANDRES: Es cierto.
Lee
EMPERADOR: "Dejé la posta y mojado llegué al cuartel, donde estuve a la lumbre murmurando de mi alférez; recostéme a reposar sobre un banco; recordé, y dando las ocho fuimos a tomar un trago mis camaradas y yo, en que media hora gastamos en conversación honesta y en porfía de los campos. Hasta las nueve estuvimos en misa, y nos apartamos..." ANDRES: ¿Hay tan gran puntualidad y cansancio? EMPERADOR: Es buen cansancio.
Lee
"Año de nueve en Amberes. Herido de un mosquetazo en el hospital entré". ANDRES: Señor, con ese cuidado está todo. DIEGO: ¿Hay mayor flema? ANDRES: La cólera es todo agravios; y desde que razón tengo, esta cuenta y razón guardo, que en este reloj de arena cuento las horas por granos. EMPERADOR: Este hombre no es el que habla. Matías mueve sus labios, y en su día y en mi día me advierte estos desengaños. Y si juzgado he de ser, no como un hombre ordinario, sino como un César loco, ¿qué me detengo? ¿Qué aguardo? ¿De dónde sois? ANDRES: Extremeño. EMPERADOR: ¿Habéís sido buen soldado? ANDRES: Pienso que sí. EMPERADOR: Pues, decid, ¿cómo oficio en tantos años no habéis tenido? ANDRES: Señor, porque no le he procurado. EMPERADOR: Mucha modestia es la vuestra. ¿Tenéis papeles? ANDRES: De asaltos y de facciones honrosas, de hechos extraordinarios, tengo mis fes, y otras tantas certificaciones traigo. EMPERADOR: Pues sed desde hoy capitán. ANDRES: Vivas, soberano Carlos, mil siglos en que te sirva, mas sin oficio ni cargos. Perdóname, que no quiero trocar a ajenos cuidados los míos; antes quisiera retirarme a ser donado a un convento. Esto procuro; ................... [ -a-o] temo el no me recibir y así quiero suplicaros me hagáis merced de una carta, gran señor, facilitando este impedimento. EMPERADOR: ¿Y dónde imagináis retiraros? ANDRES: En Yuste, que es un convento que está muy cerca de Cuacos, aldea donde nací, y porque, señor, me llamo Andrés de Cuacos. EMPERADOR: ¿Convento hay allí? ANDRES: Puedo llamarlo cielo, paraíso, donde bebe en naturales cuadros la tierra el aura apacible de diamante y topacios. Reino es de la primavera, jerarquía de hermitaños jerónimos. EMPERADOR: En este hombre los cielos me están hablando. Escribir quiero a Felipe. Vea su sitio y si acaso es a propósito, quiero darme en él a Dios en cambio de tan malogrados días, de tan perdidos años. ¡Andrés de Cuacos! ANDRES: ¿Señor? EMPERADOR: La vuelta de España trato. Conmigo iréis, y en ella veremos juntos los claustros de Yuste, donde podrán vernos donados a entrambos. Conde, desde hoy en mis libros asienten por mi crïado a Andrés de Cuacos. CONDESTABLE: ¿Y en qué oficio han de ocuparlo? EMPERADOR: De músico ha de servir de mi cámara. ANDRES: Yo canto como veis. EMPERADOR: Por lo que he visto, amigo, músico os hago de mi cámara; que quiero que siempre me estéis cantando esa canción, que por ella veré que vale un cornado más que una imperial corona. Pero es oro, y ella es barro. DIEGO: El César se ha enternecido. CONDESTABLE: Pues, tratemos de alegrarlo, y a aguardar los parlamentos y las fiestas. EMPERADOR: ¿Dónde vamos, que hoy es el día que triunfo, pues que de mí voy triunfando? ANDRES: Y yo la alabarda dejo, si vuestro cantor me llamo. EMPERADOR: Andrés, con tan mala voz cantar tan bien es milagro. Desde hoy el mundo ha de ver la mayor victoria en Carlos.

FIN DEL PRIMER ACTO

La hija de Carlos Quinto, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 30 Jun 2002