LAS DESGRACIAS DEL REY DON ALFONSO EL CASTO

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en la edición príncipe, FLOR DE LAS COMEDIAS DE ESPAÑA DE DIFERENTES AUTORES, QUINTA PARTE (Barcelona: Cormellas, 1616). Fue editado en forma electrónica por Vern G. Williamsen en 1986 como parte de sus investigaciones.


Personas que hablan en ella:


LOA


Sale la LOA diciendo:
Queriendo la hermosa Dido que aquel padre de troyanos le refiriese la historia de sus lamentables llantos, le dice de aquesta suerte: "Eneas fuerte y gallardo, cuéntame, si acaso gustas, aquel desastre pasado que entre ti y los griegos hubo". Él dice: "Quiero contarlo, con tal que me des silencio". Concediólo. Yo me espanto poderlo acabar consigo; que las mujeres son diablos. Yo salgo a pedir silencio, no a los hombres, porque es llano, que tienen de conocerlo. Sólo con mujeres hablo; que tienen tan largos picos que pretendiendo gastarlos, están parlando continuo, sentadas, corriendo, andando, en sus casas, en la iglesia, en el sermón, en los autos, y aun me dicen que hay algunas que están durmiendo y hablando. Y, porque vengo mohino de un caso que me han contado, referiré algunos males de los muchos que han causado para que se eche de ver que las mujeres son diablos. Ya saben que la primera causa de nuestro pecado fue mujer, y de mujer la forma en que le engañaron. Mil males causó la Cava a España, pues que duraron sus reliquias hasta que el cielo envió a Pelayo. Y también los causó Elena a atenienses y troyanos y a griegos, pues que dos veces a dos príncipes la hurtaron. La primera a Teseo, rey de Atenas a quien Castor y Apolux en campal guerra de su poder la sacaron; y la segunda, fue Paris; que era lo de [los] troyano[s]. Príamo, aquéste la hurtó a otro rey, que es Menelao. Ningún bien causó tampoco Clitimnestra, pues dando a su marido la muerte fue causa de tantos daños. Pero, ¿qué me maravillo? ¡Que las mujeres son diablos! La cautelosa Semíramis, estando un tiempo reinando con su marido, el rey Nino, le pidió por solo espacio de cinco horas su poder, y apenas se le hubo dado cuando le mandó matar por quedar con todo el mando. Mil más pudiera decir; pero déjolo, mirando que vengo a pedir y el pobre nunca ha de ser porfïado, y también me mueve a ello ver que de allí me han mirado dos mujeres que por señas me dicen que calle, y callo; que me lo mandan mujeres, que las mujeres son diablos. Mas, si me fuera yo agora con el cabello así largo a meterme entre mujeres, ¡cómo saliera pelado! Más quiero volver la hoja y deshacer el agravio y en lo que toca a ser Eva, causa de nuestro pecado, yo digo que Adán lo fue y sábese de San Pablo cuando dice que en Adán mueren, y resucitamos. Y Cristo, nuestro maestro nos dice aquesto bien claro, que mujer nos dio el remedio si por mujer fue el pecado. Y así mal dice el que dice que las mujeres son diablos. Si algún mal causó la Cava a España, sólo [Juliano] la forzó, y donde hay fuerza nunca interviene pecado. Si Semíramis mató a Nino, fue porque estando en sus reinos, no quisieron amplificar sus estados. Después de muerto quedó por reina, y en un caballo, de todas armas vestida, con sus gentes salió al campo sujetando muchos reinos: Etíopes, Egipcianos. La valerosa Cenobia, de Palmirenos espanto, es quien rindió a Capodacia y a Persia, y está enseñando a dos hijos que tenía el latín, griego y hebraico. Las invictas amazonas dieron poderío y mando a dos mujeres que fueron las que España han envïado reliquias de aquellos godos que se han ido prolongando hasta el tercero Filipo que Dios guarde muchos años. Y así mal dice el que dice que las mujeres son diablos. Bien las he vuelto su honra. A fe que me deben harto; que lo que dije al principio era que venía enojado, y agora lo iré también si no dan lo que demando, que es el silencio que dio Dido a Eneas, y gustando oirán la mejor comedia que se haya visto en tablado. Y también doy la palabra de que aquí y en cualquier cabo, desmentiré al que dijere que las mujeres son diablos.

BAILE DEL AMOR Y DEL INTERÉS


Salen los MÚSICOS
MÚSICOS: Entre apacibles vergeles que adornan flores vistosas y cantan los ruiseñores entre los lirios y rosas, y las cristalinas fuentes riegan hierbas olorosas, y hace fértiles labores y aljófar sus hojas brotan haciendo el céfiro manso en el jazmín y amapola, un sonoroso rüido al menear de las hojas andaba a caza Cupido.
Sale Cupido con arco y aljaba y flechas, vendado los ojos
Entre contento y congoja, por negarle la obediencia las damas bellas, graciosas, miran que es obedecido del pastor a la real pompa rindiéndosele a sus pies cuanto de este mundo gozan. Siente que mujeres flacas le quieren quitar la gloria, y se la den a interés entre preseas y joyas, quítase el arco y aljaba y entre la hierba lo arroja cuando vio entrar a Interés con gran majestad y pompa.
Sale Interés, muy galán con cadena y sortijas de oro
Cadena de oro en el cuello, sortijas, preseas y aljorcas, alegre en ver que le estiman el mundo y naciones todas, paséase ante Cupido y con meneos se entona. No le hace acatamiento de que Cupido se enoja. Quítase la venda Amor, y dícele: "Cómo osas parecer en mi presencia, siendo invencibles mis obras?" Interés le ha respondido: "Como han sido cautelosas conociendo sus afectos, se han acogido a mi sombra. Los dos hacemos el juego y porque es cosa notoria, escucha aquesta razón y conocerás mi gloria". Obras son amores, hermano Polo, obras son amores que no amor sólo. Cupido replica: "Aqueso es porque mi fuerza afloja cuando el amor es fingido, y dádivas le sobornan". A aquesta razón responde Interés aquesta nota: "Dos amorosos galanes quieren a una dama hermosa. Pregúntanla a quién más ama. Y ella dice melindrosa, --Fulano me quiere mucho mas Zutano me hace obras--. Da el uno amor y palabras, el otro da amor y doblas". Interés es cosa firme y Amor un jerigonza. Si no, mira aquesta letra que tu mismo nombre nombras, y por verse atropellado de sus entrañas te arroja.
Danzan al son de la letra
"Las damas de hogaño, Blas, que visten sedas y galas, querránte bien si regalas y más cuando dieres más". Dice Amor, "Es cierta cosa; que no les diera su hacienda, luego más parte me toca". Quiso Interés replicar mas Amor con voz sonora dice que es cosa muy justa que esté por igual la gloria. Interés no lo consiente; que el premio da la victoria. Declaren por ser sentencia Belisa y la bella Flora.
Salen Belisa y Flora en traje aldeano
Salen las pastoras bellas como al salir de la aurora; salen los rayos de Febo haciendo ricas alfombras. Las dos hacen reverencia y ellos que los campos bordan con luces de sus reflejos, con su mesura se adornan. Amor les propone el caso y con razones exhorta a que sentencien por él; que es cosa que les importa. E Interés descubre el hecho y su gran cadena toca mostrando preseas y anillos y otras riquezas y joyas. Las dos entran en acuerdo y en sentenciar se conforman que lleve sólo Interés el lauro de la victoria. Oyendo Amor la sentencia a voces dice, "¿qué importa que en los jardines del Chipre tengo yo mi trono y pompa, y allá en los campos Elíseos suene mi sonora trompa, y en el monte del Parnaso que su publique mi gloria si soy de Interés vencido?" E Interés dice, "Aquí os toca que hagáis lo que yo os mandare". Y callando, Amor otorga, "¿Por qué razón un bastardo, hijo de una mujer loca, conmigo se ha de igualar; que soy quien el mundo asombra? Seamos, Amor, amigos, y con mudanzas graciosas los dos quiero que bailemos con estas damas hermosas".
Bailan al son de esta letra
Amor, pues quedáis vencido, no tiréis, porque os arrepentiréis. Ya vuestras flechas, Amor, que están de tormento y lloro, Interés las vuelve de oro que se reciben mejor. Aplacad, luego, el rigor y no tiréis porque os arrepentiréis. Amansad un poco el brío en tirar a los amantes; que con perlas y diamantes tiene Interés señorío, lo demás es desvarío. No tiréis, porque os arrepentiréis. Bueno es Interés y Amor, si los dos corren parejas; que se entra por las orejas este süave licor. Mas Interés es mejor. No tiréis porque os arrepentiréis.

ACTO PRIMERO


Suena música y salen al tablado [tres] tambores, uno con un pendón levantado y en él un león, otro con una fuente de plata con una corona, otro con otra fuente con una espada. Después en orden, todos los que pudieren y corriendo una cortina aparece en un tribunal el rey don ALFONSO, armado el pecho, galán y descubierta la cabeza. Arrímanse todos a los dos lienzos del vestuario
ALFONSO: Hidalgos asturianos reliquias y sucesión de godos y de romanos, fortaleza de León que he de regir con mis manos; por el valor sin segundo que tenéis, máquinas fundo para dar a España asombros, y he puesto sobre mis hombros el mayor peso del mundo. Los reinos y majestades suelen tener por grandeza lisonjas y falsedades, y así pongo en mi cabeza montes de dificultades. Poca paz y mucha guerra son columnas de reinar; que el hombre que en rey se encierra entre las sirtes del mar y volcanes de la tierra, siempre ha de vivir velando. La vida le van gastando los cuidados con que lidia, y los linces de la envidia sus obras le están mirando. Desde la gallega sierra hasta la andaluz nevada me está llamando la guerra. Mirad si es carga pesada para un hombre hecho de tierra. En efecto a mi persona el cuidado no perdona; que a todo estaré ofrecido desde oí que habrá ceñido mis sienes esta corona. SANCHO: Seas, Alfonso, de hoy más para los moros un rayo que abrase, y sí lo serás; que eres nieto de Pelayo y vas dejándole atrás. Ya que es hecho la elección, falta la coronación. Permita, pues, tu persona ponerle espada y corona en señal de posesión. De Pelayo es esta espada, que el mundo causaba espanto en su brazo levantada, y si viviera otro tanto viera a España restaurada. Ármate, señor, con ella, serás sol de la milicia y hemos de jurar en ella; tú de guardarnos justicia, nosotros de obedecella. Con aquesta un león se doma, de tus vasallos la toma, que darte quisieran ellos el águila de dos cuellos con el imperio de Roma. Y si en aqueste estandarte, por insignia un león te han dado, ellos gustarán de darte el fuego del scita helado, del tracio el armado Marte, las águilas del romano, arco y flechas del persiano, los leones del inglés, los tres lirios del francés, las lunas del otomano. Y en tanto, señor, que vienes a estos pomposos trofeos, ciñe con ésta tus sienes, que aumenta nuestros deseos esta majestad que tienes.
Toma la corona y sube a coronar el REY
La corona te asegura del reino la envestidura, como a los pasados reyes; pero de guardar las leyes sobre esta espada jura.
Ponen la espada junto al rey [ALFONSO] y llegan todos a feudar
ALFONSO: Pues ha de ser de esa suerte en su cruz; que en la malicia de muchos ha sido muerte, juro de guardar justicia. TODOS: Nosotros de obedecerte. ANCELINO: De ti la reina conciba más hijos que tuvo Egisto. TODOS: ¡Viva Alfonso el Casto! ALFONSO: ¡Viva! Para que la fe de Cristo en su defensa reciba. Aunque hay hombres que son hechos nobles por naturaleza, libres de tributo y pechos, la verdadera nobleza se adquiere con nuestros hechos; Tener la familia llena de nobles, nobleza es buena; mas ser solamente honrados con hechos de los pasados es buscar nobleza ajena. Supuesto, pues, lo que digo, si en España rica y bella fue desdichado Rodrigo, procuremos echar de ella al africano enemigo; que en los reales pendones espero ver dibujadas águilas, quinas, leones, castillo, barras, granadas, y otros famosos blasones. Y espero dejar tal lauro, si las Españas restauro, que este león que celebro beba del Turia, del Ebro, del Tajo, Betis y Dauro. SANCHO: Rey eres de las montañas. Ensancha, Alfonso, tu tierra. ALFONSO: Con vuestras grandes hazañas.
Tornan a tocar las cajas
TODOS: ¡Guerra, Alfonso, guerra, guerra! ¡Restauremos las Españas! SUERO: Pues ya con tanto valor te han jurado por señor, los españoles cristianos te hemos de besar las manos o los pies será mejor.
Tocan la música y llegan de dos en dos al rey humillándose. Luego hacen otra reverencia al pendón real y suben a besar la mano al rey. Levántese el rey a tomar el pendón [y] cáesele la corona de la cabeza
ALFONSO: La corona se ha caído de mi frente, ya he tenido prodigio adverso. SANCHO: Eso no; que a caso rey se cayó.
Vuélvesela a poner
ALFONSO: Plegue a Dios que así haya sido.
Toma el rey el pendón y tres veces le levanta y abaja, y la última vez se quiebra el asta del pendón, y cae en el suelo, quedándose el rey con el pedazo de él
SANCHO: Rota el hasta, ya me asombra. ALFONSO: Mi Dios, que eterno se nombra, dice que no me asegure porque no hay reino que dure; que esta vida es humo y sombra. Los reinos y monarquías de cualquiera rey o reina son las olas del mar frías; sólo Dios por siglos reina, que el hombre reina por días. Ningún rey seguro viva, que el imperio que celebra es de vidrio o flor altiva; que entre las manos se quiebra o que el aire la derriba.
Levanta el pendón don SANCHO y dale al rey
SANCHO: Esos agüeros desprecia; tu corona estima y precia porque sangre no ha llovido el cielo como se vido cuando entró Filipo en Grecia. Como en la guerra de Dario no han hablado las murallas, la región del aire vario no ha visto entre sí batallas como en el tiempo de Mario. En las nubes inconstantes no has visto armados gigantes, ni has visto como otros reyes hablar los perros y bueyes y ladrar los elefantes. Junto al sol de luz eterna no se ha visto una persona, ni bramar una caverna. ¿Qué es caerse una corona y quebrarse una hasta tierna? Vive, señor, muy seguro; pon el pendón en el muro. Muestra el corazón más ancho. ALFONSO: Bien me aconsejáis, don Sancho. SANCHO: Tu vida y honra procuro. ANCELINO: Ya León su rey te ha hecho, acaba esta ceremonia; que es de fuero y de derecho. ALFONSO: La confusa Babilonia llevo dentro de mi pecho.
Vanse en orden de dos en dos, y el rey detrás, tocando la MÚSICA. Salen doña JIMENA, con una carta abierta y un pañuelo a los ojos, y doña ELVIRA
ELVIRA: Lágrimas das en despojos; la carta te da pasión. Sin duda dándote enojos te ha deshecho el corazón, pues lo destilan los ojos. JIMENA: Siempre he sido desdichada y como mis ojos vieron una carta que me agrada, con sus lágrimas quisieron dejar la letra borrada. ELVIRA: ¿Luego, lloras de placer? JIMENA: Los gustos suelen hacer que esté a veces afligida porque gustos de esta vida sin amargo han de tener. Sigue el resplandor del día la oscura noche que asombra, la muerte pálida y fría la vida al cuerpo, su sombra, y el disgusto al alegría. Y como tal pensamiento hasta el alma me penetra, y en la carta gusto siento temo que de cada letra ha de nacer un tormento. ELVIRA: Será mi dicha muy corta sin ese gusto, y te importa contarlo porque es doblado el gusto comunicado, y el mal contado se acorta. JIMENA: Son cosas para callar. ELVIRA: Por fïel merezco lauro. Más muda tengo de estar que grulla pasando el Tauro, y que pez cortando el mar. De tu recato me admira, mi amistad advierte y mira al deudo y obligación. JIMENA: Dices bien, tienes razón. Oye, pues, mi doña Elvira. Hízome el cielo piadoso hermana de Alfonso el casto, que a imitarle no borrara estas letras con mi llanto. Aunque viven en el mundo los reyes idolatrados, que apenas tienen deseos porque de nada están faltos. Aunque entre púrpura y telas, y en camarines dorados adulan sus majestades lisonjeros cortesanos; aunque gobiernan el mundo en sus soberbios palacios cuyos chapiteles de oro escalan el cielo santo; aunque dan blasones y honras, no tienen seguro estado, que también pueden los reyes ser a veces deshonrados; pies tiene torpes y feos el pavón bello y ufano, calentura el león, y frío el elefante gallardo; así los reyes del mundo, aunque ricos, tienen algo que refrene su potencia, que en efecto son humanos. Y como está de una suerte sujeto el fino brocado a la mancha negra y fea, como la jerga y el paño, suele caer en los reyes, aunque son oro acendrado, la escoria del deshonor y la mancha del agravio. Cayó por flaqueza mía en la sangre que heredamos; que como es vidrio la honra quiebra por lo más delgado. Por mis pecados, al fin, quizá no por mis pecados que es Dios incomprehensible y son secretos sus casos, hubo una justa en León donde los godos hidalgos quebraron lanzas al rey, y entre ellas su honor quebraron. Entre los nobles de Asturias salió a la justa don Sancho, digo el conde de Saldaña, aunque bastaba nombrarlo. Salió, con armas azules y con azules penachos, hecho un cielo en el color y un infierno en mi descanso, en un overo andaluz que al margen del Betis claro se crió dejando atrás los vientos desenfrenados. Corto el cuello, el rostro alegre, de caderas fuerte y ancho, no era potro ni era viejo aunque estatua remendado. De estas razones, mi Elvira, podrás colegir de espacio si olvidará al caballero quien se acuerda del caballo. Como ligera saeta que disparada del arco por el arrogante persa, sin ser vista, llega al blanco. Y como desde las nubes girando bajan los rayos hasta romper con su furia los edificios más altos, tal fue Sancho en su carrera que de él fuimos derribados, yo de toda libertad, del caballo su contrario. Tras sí llevó el corazón de este pecho y corrió tanto que me he quedado sin él porque no pude alcanzarlo. Al fin, desde aquellas justas quedo con algún cuidado de ver el que yo tenía en oírlo y en mirarlo. Son los ojos lenguas mudas, son parleros secretarios, del alma son vidrïeras y del corazón retratos. Ellos, al fin, le dijeron lo que callaron mis labios, con la grana de vergüenza encendidos y encarnados. Amor, con las flechas de oro, para que no fuese ingrato hirióle el pecho de acero y así me sirvió dos años. Al fin, para no cansarte, de esposo le di la mano y por ella me ganó el resto de mi recato. Correspondí a sus deseos y a diez meses desdichados tras los dolores de amor me afligieron los de un parto. Un niño grande y hermoso el fruto fue de este árbol; que por dar fruto sin tiempo merece ya ser cortado. Lleváronle a las montañas, su nombre ha sido Bernardo, y con orden de su padre ha sido en ellas crïado. Mil prodigios vide entonces. Los edificios temblaron; tronaron los aires densos, aunque era invierno erizado. Soñé que de mis entrañas nació un león africano, que a los franceses comía y a los moros daba espanto. Sospecho que ha de ser hombre que a España sirva de amparo; porque a veces saca Dios grande bien de un gran pecado. Ya hemos visto en este mundo buen fin de principios malos, y aunque aborrezca mi culpa el suceso será honrado. Hoy supe de su salud; que me escribió don Gonzalo, el que en su casa le tiene, y esto ha causado mi llanto. ELVIRA: Si tu afición no me engaña, yo no te puedo culpar; que tu culpa fuera extraña con hombre particular, no con Sancho, el de Saldaña. JIMENA: Temo por muchos respetos que mis esperanzas borre, y que con pasos inquietos el tiempo que aprisa corre descubrirá mis secretos. Las culpas no se encubrieron, que aún las piedras las dijeron y siempre lo que es mal hecho aún no les cabe en el pecho a los mismos que lo hicieron. ELVIRA: Yo me voy; que el conde viene y quizá te querrá hablar algo que a los dos conviene. JIMENA: Tu discreción singular aficionada me tiene.
Vase doña ELVIRA y sale don SANCHO
SANCHO: ¡Mi Jimena! JIMENA: ¡Mi don Sancho! Ya mi corazón ensancho por recibirte en mi pecho aunque es aposento estrecho y era menester más ancho. SANCHO: Si he vivido dentro de él, ¿ya es estrecho? JIMENA: Si, señor, que siendo a mi amor fïel tanto has crecido en amor que ya no cabes en él. Aunque si tienes de entrar en mi pecho, es ancho mar en constancia y en valor. Aunque entren ríos de amor, todos hallarán lugar. SANCHO: ¿Y no podrá suceder que mengüe? JIMENA: Sí, puede ser; mas saliendo amor de mí, como ha de ser para ti a su centro ha de volver. SANCHO: Dices bien. ¿Qué carta es ésta? JIMENA: De venta de mi virtud; que hoy la he tenido por fiesta, mensajera es de salud que está esperando respuesta. Don Gonzalo, vuestro tío, de quien mi honra confío, y no como en pecho ajeno, me escribe como está bueno aquel hijo vuestro y mío. SANCHO: ¿Por eso habéis de llorar? Antes la nueva merece quitaros todo pesar. JIMENA: Es verdad; mas me entristece el no poderlo gozar.
Dicen dentro
ANCELINO: ¿Sabes que soy Ancelino? SUERO: Ni pedirlo determino porque le eres muy molesto. JIMENA: Acude, don Sancho, presto pon en paz a tu sobrino.
Vanse. Salen SUERO y ANCELINO
SUERO: Doña Elvira no consiente tu amor, ni he de consentir tu loco y necio accidente. ANCELINO: Yo la merezco servir con mucha razón. SUERO: ¡Él miente!
Ponen mano a las espadas
ANCELINO: Sin duda quieres, traidor, que esta espada con rigor el infame pecho te abra de quien nació la palabra que me ha quitado el honor.
Sale don SANCHO
SANCHO: Quien la corte ha alborotado merece ser castigado aunque mi sobrino sea. Apartad.
Entre el rey, JIMENA, RAMIRO, primo de ANCELINO, y gente
ALFONSO: Luego se vea quién de los dos es culpado. ANCELINO: De mi misma boca fía; que te diré la verdad. A tu cámara venía, díjome una necedad, respondíle que mentía. SUERO: ¿Hay tal maldad? ¿Tal permito y la vida no le quito? ALFONSO: En eso ofendes mi pecho; que confesar lo mal hecho es preciarse del delito. SUERO: Escucha, señor, advierte que yo fui... SANCHO: Calla, cobarde, pues no le diste la muerte. [..................... -arde] [..................... -erte]. ALFONSO: ¡Prendedlo ya!
Prenden a ANCELINO y llévanle
SUERO: ¿Hay tal afrenta? ALFONSO: ¿Suero Velázquez consienta que sin campo ni batalla le satisfaga? SUERO: Antes... SANCHO: Calla, la lengua tu agravio sienta. ALFONSO: ¡Ah, don Sancho! SANCHO: ¿Señor? ALFONSO: Mira, ¿quién provocó el corazón de Ancelino a tener ira? SANCHO: Sospecho que celos son y amores de doña Elvira. ALFONSO: Llamadla; que hoy determino casarla con tu sobrino.
Vase un criado
SANCHO: Será paz el casamiento. RAMIRO: (Nueva será de tormento Aparte para mi primo Ancelino).
Vase RAMIRO
SANCHO: (¡Ay, honra, como eres vida Aparte del corazón principal, si una vez estás perdida, nunca tarde, poco o mal le será restitüida. Aquél que con honra nace, mire en guardarla, qué hace, porque un edificio labra tan frágil, que una palabra lo derriba y lo deshace. Gran vigilancia conviene que el honor por valer más tan hecho espíritu viene que no se siente jamás hasta que ya no se tiene.)
Sale doña ELVIRA
ELVIRA: ¿Qué manda tu majestad? ALFONSO: Darle dueño a tu beldad, a tu pecho fortaleza, a tu cuerpo otra cabeza, a tu honor seguridad, darle a tu casa gobierno, un freno a tu voluntad, prudencia a tu ingenio tierno, imperio a tu libertad, a tu cuello un yugo eterno, un descuido a tu cuidado, a tu edad honroso estado, para tus dudas consejo, para tus ojos espejo, y en efecto un desposado. ELVIRA: (Si será don Suero, sí, Aparte mi ventura será inmensa). SUERO: (¡Qué aquél que desmentí Aparte me atribuyese su ofensa, pues vivo, no la sentí! ¡Ah, rigurosa Fortuna, ayer dos almas tenía y hoy he perdido la una!) ALFONSO: (Trocar quiero en alegría Aparte esa tristeza importuna). Hoy quiero dar galardón a tu amorosa pasión, a tus padres alegría, a tu lecho compañía, regalo a tu corazón, canas a tu poca edad, a tu hacienda nueva parte, aumento a tu calidad, y otro tú imagino darte para mayor igualdad. SANCHO: (¡Qué seis letras han deshecho Aparte la nobleza de este pecho; mas las obras han de ser las que habrán de deshacer lo que palabras han hecho!) ALFONSO: Una esposa te doy. Mira, que serla tuya merece; porque es un cielo que admira, es un sol que resplandece, y en efecto es doña Elvira. ELVIRA: (Si es verdad que me ha querido, Aparte ¿cómo no muestra don Suero que contento ha recibido?) SUERO: (Yo le desmentí primero; Aparte mas, ¡ay, que a solas ha sido! ¡Y él con gente cortesana! Mi deshonra al fin es llana; que es la honra la opinión del pueblo, y los hombres son con quien se pierde o se gana. ¡Abriré el pecho inhumano!) ELVIRA: (Que me aborrece es muy llano Aparte el que me adoraba ayer).
Está divertido don SUERO y llega el rey y tírale del brazo
SUERO: (Su amigo no pienso ser). Aparte ALFONSO: Deisle, don Suero, la mano. SUERO: ¡La mano? (Su majestad Aparte me obliga a no obedecello. ¡No, afrenta mi calidad! Tuerza, si gusta, este cuello pero no esta voluntad). ALFONSO: Dadle la mano, don Suero. SUERO: No está bien a un caballero tal amistad ni tal mano. ELVIRA: ¡Ah, traidor, falso, villano, tal oigo y no desespero! ALFONSO: ¡Ah, don Suero! ¿Habéis oído lo que os he dicho? SUERO: Señor, lo que dices he entendido; mas no conviene a mi honor. ELVIRA: (¿Él ha estado divertido?) Aparte SUERO: (¿Yo su amigo? No haré tal Aparte aunque me venga más mal que hasta aquí, si esto es posible.) ALFONSO: Aspero estás y terrible. SUERO: Por ser noble y principal. ELVIRA: (¿Y yo no lo soy, traidor? Aparte ¿A esto me ha llamado el rey?) SUERO: Que obedezco a mi señor, [.................. ley], en lo bueno y justo es rigor. Su majestad no lo pida; que la honra amortecida en sí es posible tornar, pero no resucitar si pierde toda la vida. Aunque mi agravio repara llegarla ya con mi mano; mas ha de ser en la cara.
Vase don SUERO
ELVIRA: (¿A mí bofetón, villano? Aparte ¡Quién la vida le quitara!) ALFONSO: (O está loco o no ha entendido.) Aparte ELVIRA: (Estará loco fingido.) Aparte ALFONSO: Suero Velázquez, espera. SANCHO: ¡Vuelva, aguarda! ELVIRA: No quisiera. (¡Qué esto hubiera sucedido!) Aparte
Vanse todos y queda sola ELVIRA
ELVIRA: ¿Quién vio tal deshonor en quien ayer era piedra en firmeza y en valor y en quien ha sido la hiedra de los muros de mi amor? Mas el tiempo de esta suerte derriba el muro más fuerte, el agua gasta la piedra, el sol marchita la hiedra, y todo tiene su muerte. El sol fui de sus amores, y él jardín en quien decía que como con sus favores el alba perlas vertía, era yo perlas y flores. Pero viene tiempo en fin que el hielo quema el jardín, el alba aljófar no ofrece, la luz del sol se oscurece, y todo tiene su fin. Pero mi mal no remedio sintiéndolo de esta suerte, quiero buscar otro medio, que, si en todo hay fin y muerte, todo mal tiene remedio.
Vuelve don SUERO
SUERO: Ya, León, no me verás hasta que venga... ¿Aquí estás, mi Elvira, mi bien , señora? Dame tu licencia agora para no verte jamás. Un hidalgo deshonrado no merece la presencia de este rostro que he adorado. Muera a manos de tu ausencia para ser más desdichado. ELVIRA: Loco, falso, necio, infame, que así es justo que te llame. ¿Cómo a mi presencia has vuelto? ¿O acaso vienes resuelto a que tu sangre derrame?
Vase doña ELVIRA
SUERO: Ya con desdenes me mata quien me dio vida sin ellos. Trueque el tiempo, ¡oh falsa ingrata!, el oro de tus cabellos en blancas hebras de plata. Pecho y cuello transparentes del cristal con que me alegro hallen ébano las gentes, granos de azabache negro el aljófar de tus dientes. A tus manos de mosquetas cristalinas y perfetas, haga el tiempo mil agravios; los corales de tus labios vuelva en moradas violetas. Arrugue tu tez serena en cárdenos lirios trueque; tus mejillas de azucena tus años floridas seque... ¡Pero no! ¡Qué es darme pena! Hoy me matan con rigor tu desdén y mi deshonra, y no sé cuál es mayor si la falta de mi honra o la falta de tu amor. Infame al fin me llamaste, bien el nombre me acertaste; que sólo ese nombre tengo en tanto que no me vengo de aquél que sin duda amaste. Pero hago voto al cielo a mi ofensor y a mi dama de estar al calor y al hielo sin entrar en blanda cama durmiendo en el duro suelo, de no mudar el vestido, ni el cabello más crecido cortar, ni tratar con gente hasta que ofenda y afrente al mismo que me ha ofendido.
Vase don SUERO. Salen RAMIRO y ORDOÑO, el uno con papel y tinta
RAMIRO: Sin duda lo habrá sabido. ORDOÑO: Holgara que lo supiera. RAMIRO: La mala nueva es ligera y es mala la de un olvido. Ya lo sabrá, y en su llama más calor habrá imagino. ORDOÑO: Bueno quedará Ancelino con enemigo y sin dama. RAMIRO: Aún vale que el agraviado no fue mi primo. ORDOÑO: Es verdad, pero no hay seguridad con un ofendido honrado. RAMIRO: El tiempo cura las cosas con el amistad y el favor. ORDOÑO: Heridas en el honor son heridas peligrosas. Las del honor quebradizo son heridas de alacrán, que curarse no podrán sin el mismo que las hizo. Como la abeja atrevida es quien afrenta a un honrado porque en habiendo picado, le dura poco la vida. RAMIRO: Deja agora esos temores. Si acaso parece, mira y sepa como su Elvira fue precio de otros amores.
Asómase ANCELINO al balcón
ORDOÑO: Ancelino. ANCELINO: ¿Quién me llama? ORDOÑO: Quien trae nuevas de disgusto y el gusto sin algún gusto. ANCELINO: Luego serán de mi dama. RAMIRO: No es bien que la llames tuya, ni aún suya ha de ser llamada, porque es la mujer casada de su marido y no suya. ANCELINO: ¿Doña Elvira se ha casado? RAMIRO: Agora el rey la casó, porque aplacar procuró a tu enemigo agraviado. Luego la pendencia ha sido de la honra y el amor. Don Suero perdió el honor y tú la dama has perdido. ANCELINO: ¡Ay, amigos! ¿De qué suerte tales nuevas he escuchado y en albricias no os he dado las de mi temprana muerte? Digo que quisiera ser --y nadie, amigos, se asombre-- ofendido de tal hombre a trueco de tal mujer. RAMIRO: ¡Oh, primo! No digas más esa razón; que te infama. Hallar podrás otra dama y otra honra no hallarás. Y aun esa mujer liviana que te ha dejado, si fuera agora tuya, pudiera dejarlo de ser mañana. ANCELINO: Yo me pienso resolver en darle rienda a mi amor; que quien le quitó el honor le ha de quitar la mujer. Pues al rey se la he pedido y habiéndomela negado, a don Suero se la ha dado. El rey me tiene ofendido. Ya no podré refrenar mi cólera, que estoy loco. El rey me ha tenido en poco pues no me la quiso dar.
Vase quitando las ligas y atándolas al balcón
Vengarme, amigos, conviene. ORDOÑO: ¿De quién vengarte has querido? ANCELINO: De uno que en nada he tenido y otro que en nada me tiene. Dejar quiero la prisión. RAMIRO: No desciendas. Vuelve arriba. ANCELINO: No, abajo; que me derriba el peso de mi pasión.
Desciende
RAMIRO: Lo que hacer quieres ignoro. ANCELINO: Quebrar de honrado la ley con quitar al reino a un rey que me quitó la que adoro. ORDOÑO: Ni es justo ni hacerlo puedes. No tengas tal pensamiento; que a voces dirán tu intento aquestas mudas paredes. ANCELINO: La reprobada traición que al hidalgo no conviene, dos partes iguales tiene que hacerla y pensarla son. Y siendo aquesto verdad ya, amigos, estoy culpado, porque en haberlo pensado tengo hecho la mitad. Esos papeles, ¿qué son? ¿Para qué pluma traías? RAMIRO: Para si acaso querías escribir en la prisión. ANCELINO: Dame, pues escribiré cosas que al rey den temor. RAMIRO: Ciego estás. ANCELINO: Con el amor y con agravios cegué. Sólo me puede ofender don Sancho en mi pretensión, y con aquesta invención le he de quitar el poder. Mientras puede averiguar el rey aquesta mentira, por librar mi doña Elvira el reino le he de quitar.
Escribe ANCELINO
RAMIRO: Paréceme que Ancelino delira con este humor. ORDOÑO: Ya tiene para traidor andado el medio camino. ¿Qué será su pretensión? RAMIRO: Será buscar con recato al valiente Mauregato y hacerle rey de León. ANCELINO: Hoy intento una hazaña con que nombre me darán de segundo Julián para los reinos de España. Hoy, si este reino persigo, Alfonso el casto ha de ver que merecí la mujer que el ofreció a mi enemigo. La atrevida pretensión que hoy Ancelino procura, ha de ser la calentura que derribe a este león. Mi corazón sólo basta, montañeses caballeros, para cumplir los agüeros de la corona y el hasta. De gallo mis voces son; que velo en mi honra y así haré que tiemble de mí este gallardo león.
Escribe
Quiero dejar esta carta,
Ata el papel que escribió en la liga que colgó del balcón
donde el rey la puede ver, y el que más quiere valer, sígame, tras mí se parta. RAMIRO: Tu sangre me está llamando. ORDOÑO: Y a mí tu mucha amistad. ANCELINO: Perdona, noble ciudad, que tus males voy buscando.
Vanse. Salen ALFONSO y el conde TIBALDO
ALFONSO: Muéstrase el reino feroz para que el horror y miedo lleve la fama velos a los moros de Toledo, de Córdoba y Badajoz. Gástese en vencer al moro ese pequeño tesoro que hay en Oviedo y León, y el valor del corazón supla la falta de oro.
Sale un CRIADO
CRIADO: Ancelino ha quebrantado la prisión. ALFONSO: ¿Cómo lo sabes? ¿A quién las llaves han dado? CRIADO: No abrió la torre con llaves. Por la ventana ha saltado. ALFONSO: Si los vasallos mayores que tienen cargo y honores pierden al rey el temor, o en él ven poco valor o empiezan a ser traidores. Pues no me tuvo temor que de él le tengo os prometo; que quien al rey su señor pierde una vez el respeto, mucho tiene de traidor. TIBALDO: Atado dejó un papel del pendiente tafetán que le sirvió de cordel. ALFONSO: Sus intentos se sabrán sabido lo que hay en él. Conoceré sus intentos que las letras son retratos de los mismos pensamientos. ¡Ah, cortesanos ingratos! [................. -entos].
Lee el REY la carta
"A los criados que pidieren a vuestra majestad, mereciéndola como yo a doña Elvira, no se le niegue, pues los ha menester quien tiene pretensores de su reino, como son el valiente Mauregato, hijo bastardo del primer Alfonso, y su tío, y así mismo el conde de Saldaña, habiendo [un hijo] en doña Jimena, hermana de vuestra majestad, como ya lo sabe. Ancelino" ¿Hijo? ¿Jimena? ¿Qué espero? Pero creerlo no quiero que el hombre más principal dejando de ser leal deja de ser verdadero. En Ancelino hay pasión por causa de doña Elvira, y al infierno de traición descendió por la mentira que es el primer escalón. Venir a Jimena veo. Salid todos. La verdad saber agora deseo para más seguridad pero no porque lo creo.
Vanse todos. Quédase en la puerta TIBALDO y sale por otra JIMENA
ALFONSO: Por hacer más extendido, Jimena, el árbol real te caso con un marido que aunque en sangre no es tu igual en los méritos lo ha sido. Con Tibaldo has de casarte. JIMENA: (¡El corazón se me parte! Aparte ¡Ay, mi Dios! ¿Qué trance aguardo? ¡Ay, mi Sancho! ¡Ay mi Bernardo! Recibid de éste mal parte; mas ya sé qué responder). Si, de casto y limpio, nombre has procurado tener, más conviene a la mujer este título que al hombre. Hónrame con él, señor. ALFONSO: De sucesor estoy falto; esto conviene. JIMENA: (¡Ay, dolor!) Aparte ALFONSO: (Con el nuevo sobresalto Aparte se ha trocado el color. Ella sintió la alteración. ¡Qué buenos indicios son de flaquezas, si se ampara con la sangre de la cara, el temido corazón. Si su color natural tiene el rostro, indicios siento; mas no, que sospecho mal porque es muerte el casamiento y vuelve el rostro mortal. Pero un engaño he de hacer que ella misma haya de ser quien me diga la verdad). Tibaldo, con brevedad me trae...
Sale TIBALDO que ha estado a la puerta y háblale al oído
JIMENA: (¿Qué podrá querer? Aparte ¿Con qué tormento infinito, con qué antojos y pasión sospecha y miedo maldito, vive siempre el corazón, que ha cometido un delito?)
Vase TIBALDO
ALFONSO: ¿Qué has de hacer? JIMENA: Lo que quisieres. ALFONSO: Casarte. JIMENA: Mientras vivieres, no será razón dejarte. ALFONSO: Conde don Sancho has de casarte pues a Tibaldo no quieres. (Ya se alegra y le comienza Aparte a hacer el rostro rosado, el brasil de la vergüenza; que el cómplice del pecado al delincuente avergüenza). ¿Qué quieres? JIMENA: Tu gusto trata. ALFONSO: Tu maldad está entendida. Mejor será, falsa ingrata, un engaño que da vida que un desengaño que mata. Todo se sabe. JIMENA: Señor, no me causes tal dolor. Tu sangre en mis venas vive. ALFONSO: Para morir la apercibe. (Así lo sabré mejor). Aparte JIMENA: ¿Para qué? ALFONSO: Para morir. JIMENA: ¡Ay, Dios! ¡Qué extraño accidente! Mal me podré apercibir si me matas de repente. Hermano, torna a decir para qué. ALFONSO: Para la muerte, este monstruo torpe y fuerte. (Si es verdad que ella lo ha hecho, Aparte del laberinto del pecho lo sacaré de esta suerte). JIMENA: Alfonso, si hablas de veras, de Dios culpado has de ser. ALFONSO: ¡Ojalá tu no lo fueras! JIMENA: Culpa quisiera tener porque tú no la tuvieras. ¿La muerte me das en fin? ALFONSO: Sí, porque importa tu fin. JIMENA: ¿De qué te sirve, crüel, ser casto como un Abel si eres también un Caín? Fueras otro Salomón y otro David penitente con tu manso corazón, y no un José continente con entrañas de Absalón. Mira, Alfonso, que haces mal. Fue blanco y puro cristal que a castidad te ha dado, hoy lo tiñes de encarnado con esta sangre real. ¿En qué te ofendí, señor?
Sale TIBALDO con un vaso de vino
ALFONSO: Dame el vaso y vete luego.
Toma el vaso el REY y vase TIBALDO a la puerta
Confiesa ya sin temor. JIMENA: Eres mozo y eres lego para ser mi confesor. ALFONSO: Tengo, aunque lego, tal ciencia que entendiendo tu pecado, sin encargar mi conciencia antes de haber confesado, te he de dar la penitencia. Aquesta purga te ordeno porque soy médico bueno para curar mi deshonra; que enfermedades en honra se purgan bien con veneno. Pues que no has tenido cuenta con mi honor y el tuyo, ingrata, bebe hidrópica, sedienta; que con veneno se mata la sed que te tienes afrenta.
Toma el vaso JIMENA
JIMENA: Ya, señor, quiero beber, si éste tu gusto ha de ser; pero dirá mi virtud que me purgas en salud y me brindas sin comer. Mi vida quieres quitar no mi sed, y así no digas que te he querido afrentar aunque si tú me castigas culpada debo de estar.
Bebe un trago
Poco a poco iré muriendo; crecerá mi mal notorio; y pues que tanto te ofendo, sírvame de purgatorio [el vaso que voy bebiendo].
Bebe
Ya, señor, está bebida. ALFONSO: La causa tendrás sabida. JIMENA: No la sé; mas la sospecho. ALFONSO: Confiesa, pues, lo mal hecho mientras te dure la vida. JIMENA: Ya que mi Dios fue servido que este veneno me quite la vida que le ha ofendido, con la purga es bien vomite las culpas que he cometido. Veinte años ha, señor, que le cobré grande amor a un caballero, y después me casé con él. ALFONSO: ¿Quién es? JIMENA: ¡Estás con mucho rigor! Serás con él muy crüel aunque tan querida fui de su corazón fïel; que en darme una muerte a mí, dos muertes le das a él. ALFONSO: Darle una largo confío. Deja el necio desvarío. Díme su nombre. JIMENA: Es [sin] nombre, que no le supe otro nombre sino esposo y señor mío. De él tengo en esa montaña un hijo hermoso y gallardo. ALFONSO: (Ancelino no me engaña). Aparte ¿Cómo se llama? JIMENA: Bernardo. ALFONSO: ¿Fue el conde de Saldaña?
Túrbase ella
JIMENA: No, señor. ALFONSO: ¿Quién fue su padre? JIMENA: El saberlo no te cuadre. Sólo pido, si ser puede, que aqueste hijo no herede las desdichas de su madre. Hijo y madre natural, del padre un espejo son, pues por mi culpa y mi mal le rompes la guarnición. No le quiebres el cristal. Ya que el árbol has cortado, conserva el fruto, señor, quizá sabrá ser honrado. ALFONSO: No me dará buen olor fruto tan mal sazonado. Muerte te di sin saber tu culpa, y has de tener la vida ya que se sabe. JIMENA: Mi muerte ha sido süave, pues me la diste a beber. ALFONSO: No fue veneno. Levanta; que yo cobrar mi honra quiero, ya llena de infamia tanta. JIMENA: ¡Ay, mi Dios! Que vida espero con el alma en la garganta. ALFONSO: El vino te hizo hablar. JIMENA: Luego bien podré alegar que el vino, como era fuerte y el engaño de mi muerte, me hicieron desvarïar. ALFONSO: No; que la verdad ha sido, y por ella has merecido ser monja de Santa Clara para que cubras la cara que honestidad no ha tenido. Viste de jerga crüel ese cuerpo mal regido, [................... -el] deja el mundo inadvertido [................... -el]. Castigada no estarás, pues en pago de tu pena a vida del cielo vas. Anda, imita a Magdalena ya que a Clara no podrás.
Vase doña JIMENA
¿Así Sancho mi honra guarda? Presto le verán difunto. Él es, su muerte no tarda). Don Tibaldo, ten a punto toda mi gente de guarda.
Sale don SANCHO y vase don TIBALDO
Conde, llamarte quería en este infelice día para ser aconsejado en un caso que ha causado la muerte y deshonra mía. Tú eres médico [que allana] mi deshonra. ¿Qué haré para dar muerte inhumana a un vasallo que hoy hallé abrazado con mi hermana? (Así sabré la verdad). Aparte SANCHO: ¿Qué dice tu majestad? ALFONSO: Digo, porque más te asombre que hoy vi a Jimena y a un hombre sin ninguna honestidad. SANCHO: ¿A quién, señor? ALFONSO: A mi hermana. SANCHO: ¿Y con quién? ALFONSO: Con un crïado. SANCHO: Dime, ¿cuándo? ALFONSO: Esta mañana. SANCHO: (¡Ay, don Sancho, desdichado! Aparte ¡Ay, mujer falsa y liviana!) ¿Y ella, señor, le quería? ALFONSO: Mil requiebros le decía. SANCHO: (Pues, el rey, siendo agraviado Aparte su deshonra ha confesado, también es cierta la mía). Su vida, señor, acaba y quita al que te ofendía los ojos con que miraba, los oídos con que oía y la lengua con que hablaba. Dime, quién es el traidor que nos quitó nuestro honor... Digo como a hermano a ti y como a vasallo a mí, honrado de su señor. Muerte les daré a los dos que su vida y honra gastan en tu ofensa y la de Dios. ALFONSO: Conde, vuestros celos bastan; no tengáis celos de vos. Delincuente sois de amor; que ha descubierto los cielos. Y confesáis vuestro error en el potro de los celos que es el tormento mayor. El consejo tomaré que me dais. ¡Ah, de mi guarda! Prended al conde. SANCHO: ¿Por qué? ALFONSO: Porque el precepto no guarda de Dios, del rey y su fe. Porque, siendo mi hechura, igualárseme procura sin prudencia ni consejo y porque siendo mi espejo no me enseña mi figura. Porque habiéndolo querido, a mi amor ha sido ingrato, porque me tiene ofendido, porque siendo mi retrato, en nada me ha parecido. Encerradlo en esa torre. SANCHO: El tiempo que aprisa corre borró cualquiera delito. ALFONSO: Soy bronce y está en mí escrito: "No has miedo que se borre."
Vanse

FIN DEL PRIMER ACTO

Las desgracias del rey don Alfonso el casto, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 28 Jun 2002