ACTO SEGUNDO


Salen LUCRECIA con manto, ALDONZA con tocas, GÓMEZ por una puerta y por otra doña ANA
LUCRECIA: Esta visita te debo. ANA: Y en nuevas deudas me pones. LUCRECIA: Las demás obligaciones a pagarlas no me atrevo. ANA: Pienso que vienes huyendo de algún pretendiente mío. LUCRECIA: Por lo menos de mi tío; que me cansa persuadiendo y con don Sancho me casa. ¡Pero no ha de ser así! ANA: ¿Aldonza con tocas? LUCRECIA: Sí; que autorizan una casa. Quiero que de tocas use; que es autoridad y honor y las he cobrado amor después que yo me las puse. ANA: ¿Habemos de ver las fiestas que a Baltasar el Primero hace el Rey? LUCRECIA: Tu gusto quiero. GÓMEZ: En ocasiones como éstas... ¡Por acá! ¿Qué amante viene? ANA: Cuando alguno me pasea, hago que luego me vea y así por otra me tiene y se va. GÓMEZ: Pues, don Fernando el fin de su seso entabla. Ya con bordoncillos habla y dice que está esperando ser tuyo; que eres su centro. ANA: Yo fuera entonces la necia. Tu tío viene, Lucrecia. LUCRECIA: Retirémonos adentro.
Vanse las dos
GÓMEZ: Yo me quedo a ver qué manda. No estarás tan zahareña pasando plaza de dueña. Tocas ese traje ablanda.
Sale ALBERTO leyendo un papel
Pero leyendo un papel viene Alberto. Aun no me ha visto. Éntrome; pues que conquisto a Inés que es menos crüel.
Vase GÓMEZ y sale el Capitán ALVARADO
ALVARADO: Señor Alberto, siguiendo vuestros pasos he venido. Sospecho que habéís sabido quién soy y lo que pretendo en esta corte. ALBERTO: Ya sé que de las Indias venís. ¿Por qué causa lo decís? ALVARADO: Mis intentos propondré. Lucrecia, vuestra sobrina tiene en casa una crïada con tocas de dueña honrada y de beldad peregrina. Casarme quiero con ella sin mirar inconvenientes. ALBERTO: No le faltan pretendientes. ALVARADO: Todo el Amor lo atropella. A mis ojos es hermosa. Para mí es bastante prenda. Tendré quien guarde mi hacienda, y no mujer caprichosa y vana que la destruya. Ella tendrá esposo rico. Resuelto estoy y os suplico que hoy se trate o se concluya. ALBERTO: A la vuelta de esa esquina un breve rato esperad y sabré su voluntad; que aquí está con mi sobrina. ALVARADO: En buen hora amor tan justo me disponga la respuesta.
Vase el Capitán ALVARADO
ALBERTO: ¿Quién vio pretensión como ésta? ¿Quién vio tan extraño gusto? Lucrecia, Aldonza, doña Ana, salid todas acá fuera.
Salen todas
LUCRECIA: (¿Con qué vejez y quimera Aparte vendrá mi tío?) ALBERTO: (Ella gana Aparte en este indiano un marido cuerdo, noble, rico, honrado.) Sabe Aldonza, que he buscado tu remedio; que has servido bien a Lucrecia y así te tengo casada y bien. No hay preguntarme con quién. Basta que me agrade a mí. Yo sé que está bien casada. Sigue, sigue tu ventura. ALDONZA: Replicar fuera locura; su esclava soy, no crïada. Deja que tu mano bese. LUCRECIA: Todos parabién te damos y agradecidas estamos a mi tío. GÓMEZ: (¡Que tuviese Aparte hombre en Madrid tan mal gusto! Huélgome porque temí no me achacasen a mí este trato. ¡Oh, necio adusto, cualquiera que tú hayas sido, serpientes de Libia son su cara y la condición! Honrado serás marido.) ALBERTO: Luego la boda ha de ser. GÓMEZ: ¡Colérico desposado! ALBERTO: Ponla, doña Ana, en tu estrado. Idla luego a componer. LUCRECIA: Ven, doña Ana. Si esto pasa, ¿qué tenemos que esperar? GÓMEZ: Eso sí. Empiecen a entrar las bodas en esta casa.
Vanse todos menos ALBERTO
ALBERTO: Mal hace quien desconfía. ¿Quién dijera que guardada una mísera crïada esta ventura tenía?
Sale el Capitán ALVARADO
ALVARADO: ¿Qué tenemos? ALBERTO: Que ya están previniendo porque sea la boda esta noche. ALVARADO: Vea esa vejez a quien dan plata por canas los cielos un siglo asombro español, y tu edad detenga el sol por azules paralelos. Voy a prevenir también mi casa para venir a este cielo a recibir de su mano tanto bien.
Vase el Capitán ALVARADO
ALBERTO: Loco está de puro amor, y loco de agradecido. ¡Qué dichosa Aldonza ha sido! ¡Oh, señor Comendador!
Salen el COMENDADOR y don SANCHO
COMENDADOR: Señor Alberto, quisiera poner a Sancho en estado y en esta corte no he hallado mejor mujer para nuera que Lucrecia.
Don SANCHO está retirado
ALBERTO: Yo traté con ella ese casamiento. Mostró al principio contento; mas después, no sé por qué, ha mudado de opinión. COMENDADOR: ¿Vio algún defecto en mi hijo? ALBERTO: Nunca la causa me dijo. COMENDADOR: Sabedme, pues, la razón por qué a este mozo desprecia. ALBERTO: Yo lo pienso disponer. COMENDADOR: Llega, Sancho, a agradecer que te casa con Lucrecia Alberto. SANCHO: Yo agradeciera más que no tratara de eso. COMENDADOR: ¿Qué mudanza o qué suceso te ha puesto de otra manera? ¿No lo deseabas? SANCHO: Sí, pero la Naturaleza sólo a un monte dio firmeza. Hombre y no monte nací. COMENDADOR: ¡Ambos se han arrepentido!
Hablan en tanto los viejos
SANCHO: (Amor, mi muerte dispones; Aparte nuevo linaje de arpones son éstas que me han herido. Naturaleza indignada, ya piadosa o ya crüel, pienso que arrojó el pincel, y en una humilde crïada dio con todos los colores y sin saber lo que hacía quedó hermosa más que el día para matarme de amores. O la Fortuna envidiosa de ver que Naturaleza al repartir tu belleza se mostró tan generosa con una pobre crïada, dijo con ansias extremas, como siempre andan a temas, "Yo te hago desdichada". ¡Qué envidie yo con desvelos todos los hombres que son de menos obligación y calidad! ¡Que los cielos pundonor, sangre y riqueza rara en mi daño me den. El primero soy a quien embarazó su nobleza). COMENDADOR: ¿Por qué eres tan desigual que, habiendo amado, después a Lucrecia olvidas? SANCHO: Es noble, honrada y principal. No hay, [no], mujer que sea de más garbo y bizarría. Por hermosa la tenía pero es en extremo fea. ALBERTO: ¿Lucrecia fea? Es error. No hay más hermosa mujer. Esta noche la ha de ver el señor Comendador; que se casa una crïada y ocasión la boda ha dado para entrar allá embozado. SANCHO: ¿Acaso es la desposada la que trae tocas de dueña? ALBERTO: La misma. SANCHO: (Muerte me dan.) Aparte ¿Y el novio? ALBERTO: Es un Capitán de las Indias. SANCHO: (No soy peña. Aparte No soy escollo del mar. Déjame, fiero tormento, recibir algún aliento con qué poder respirar. Matadme de amores, cielos, no de envidioso rigor. Si son hijos del amor y de la envidia los celos, ¿por qué con tan noble padre no son dulces, no son bellos? ¿Por qué prevalece en ellos lo villano de la madre? Mal el alma se reporta si los celos la han herido.) COMENDADOR: Parece que los has sentido. A ti, Sancho, ¿qué te importa? SANCHO: [........... -eses] Yo la veré si eso pasa. ALBERTO: La boda es en esta casa de doña Ana de Meneses.
Vanse y ha salido don JUAN y oye los dos versos
JUAN: Teneos, vanas sospechas, y no paséis de recelos a ser envidia, a ser celos. Amor, no trueques las flechas. Tu matar es dulce y bueno si cuando a doña Ana adoro me abrasas con rayos de oro. No me mates con veneno.
Sale GÓMEZ
GÓMEZ: Póngale ese moño rizo a la novia aunque es enano. JUAN: ¿No es aquéste el escribano que las escrituras hizo? ¿Cuándo es la boda? (Yo muero.) Aparte GÓMEZ: Esta noche, ¿no lo ves en mi alborozo? JUAN: ¿Y quién es el novio? GÓMEZ: Un gran majadero, y ya le van a avisar.
Vase por otra puerta
JUAN: ¡Don Fernando de [Moncada] ha tenido destinada belleza tan singular! ¡Un hombre necio, un figura goza prendas celestiales! Pero, ¿quién, si no los tales, son dueños de la ventura? Y yo a ser más necio vengo, pues cuando por varios modos le tienen lástima todos, yo solo envidia le tengo. Helo aquí. ¡Qué necio y grave viene al puesto destinado! ¡Qué presto le han avisado! Sólo que es dichoso sabe.
Sale don FERNANDO
FERNANDO: Vos, señor don Precursor, digo don Juan de Vellido, andáis sin duda herido. JUAN: ¿Qué es Vellido? FERNANDO: El autor; que siendo bello Cupido, y como Dolfos aleve, con razón llamarse debe bello, bellaco y Vellido. Sí, esto pasa, porque pasa de raya un paso pequeño. Esta casa tiene dueño; no paseéis esta casa, porque en ella --así--yo fui con amor --así--escogido y amor --así-- me ha tenido. JUAN: (También es de los de así.) Aparte Bien, don Fernando, he sabido la ventura que gozáis, que esta noche os desposáis, y que a avisaros han ido; mas no me habéis de pedir que por la calle no pase, y que en celos no abrase. Doña Ana lo ha de decir; de ella lo quiero saber. FERNANDO: Salga Anarda a la ventana que el albor de la mañana su paraninfo ha de ser. Su luz salga a lucidar los nebulosos vapores de nuestras dudas y amores. Clandestino he de aguardar. Quede el aire verberado de sus labios en mi oído. Aquí espero submergido en ondas de mi cuidado. Interrogadla, don Juan; que aquí me eclipso en saudades.
Escóndese donde oiga
JUAN: Con tan raras necedades envidia y celos me dan. Señora, doña Ana.
Sale doña ANA a una reja baja
ANA: ¿Quién llama a doña Ana? JUAN: No os quiero, señora, a vos. Aquí espero con riguroso desdén la que ya no será mía. Decid que llama don Juan. ANA: (¡Lindo aseo de galán!) Aparte
Vase doña ANA
JUAN: Gentil fea respondía.
Sale LUCRECIA
LUCRECIA: ¿Qué es lo que queréis? JUAN: En fin, señora, doña Ana, ¿es la boda esta noche? LUCRECIA: Pues, ¿qué os importa? FERNANDO: (Un serafín Aparte muy melífluo y sonoroso siento parlar.) JUAN: En efeto, ¿negáis a un hombre discreto por un necio? FERNANDO: (¡Qué envidioso!) Aparte LUCRECIA: Señor don Juan, no os canséis pues ya estás desengañado. Discreto os habéis llamado y pienso que lo seréis porque es propio el desaliño de hombres de ingenio. FERNANDO: Por eso soy yo muy limpio y profeso de santo oficio y armiño. LUCRECIA: Al novio estoy esperando. Basta, don Juan, lo que he dicho.
Vase doña LUCRECIA
JUAN: ¡Oh, plega a Dios, enemiga, que éste que tuyo se nombra como fantástica sombra la luz de tus rayos siga. Tú vivirás sin amor; que si el tormento más cierto es atar un vivo a un muerto por fuerza ha de ser mayor la unión de discreta y necio; mas, ¿cómo ha de ser discreta la que a un necio se sujeta? Cólera fue, no desprecio. Perdona si te he agraviado y en tu boda me he de hallar porque viéndote casar, quedaré de ti vengado.
Vase don JUAN. Salen GÓMEZ e INÉS con sillas
GÓMEZ: Saca esas luces, Inés; que la noche viene apriesa aunque el novio viene a espacio y en ello pienso que acierta. Alégrate que otro día, como dicen en mi tierra, llegará tu San Martín pues ves a Aldonza de fiesta. Échate en remojo tú. INÉS: ¿Para qué? GÓMEZ: Para estar tierna. Algún día dirás "sí" con esa boca de perlas y labios de cochinilla. INÉS: Eso es decirme de puerca. GÓMEZ: De grana quise decir. Doña Ana y doña Lucrecia sacan a la novia ya.
Salen ALDONZA de novia, LUCRECIA y ANA
LUCRECIA: ¡Que no sepamos quién sea el desposado! GÓMEZ: Señora, cuando el desposado venga, haré lo que un cortesano. INÉS: Bufón estás. Cuenta, cuenta. GÓMEZ: Fue a visitar dos casados ella vieja, flaca y tuerta, y él era calviantojado; jugaban a la primera y preguntó el visitante: --Vuestras Mercedes, ¿qué juegan? Respondió el marido, --Besos. Fuése el cortesano apriesa diciéndoles: --Yo me huyo para que darme no puedan, barato.
Sale don SANCHO embozado
SANCHO: Celoso vengo. ¡Oh, rigurosas estrellas! ¿Envidioso he de mirar bodas que son mis obsequias? ¿Tumba y tálamos se juntan para que los hombres vean la inconstancia de la vida? ¿Qué maravilla que tenga por el un lado el arpa música y sonoras cuerdas, y que por otro ataúd a nuestros ojos parezca? Si es símbolo de la vida donde se juntan y mezclan risa y lágrimas a un tiempo, vida y muerte, gusto y pena.
Sale por una puerta don JUAN embozado sin valona, con capote y medias de invierno y con lodo
ALDONZA: ¡Embozados han entrado! ¡Ah, gómez, cierra las puertas! GÓMEZ: Yo pensaba que venía embozado el novio a verla porque quien hace un delito procura que no lo vean. Voy a cerrar.
Vase. Sale don JUAN
JUAN: ¿Hasta cuándo reprimiré la tristeza? ¡Que quiera el alma sanar con lágrimas y con quejas! ¡Que venga a ver su desdicha un hombre cuerdo!
Sale GÓMEZ
GÓMEZ: ¡Gran fiesta! Banquete nos hace el novio; una gallina muy vieja, reflaca, por quien se dijo, --¡Oh, más dura que mármol a mis muelas!-- un cuarterón de confites envïó para la cena el tal novio. LUCRECIA: ¡Pobre de él! Haced, Gómez, que lo vuelvan. GÓMEZ: Pero ya son dos las aves; una gallina que pelan y otra que he visto en la sala que pone y no cacarea. Don Sancho es aquél, señora. LUCRECIA: Ya lo sé.
Don FERNANDO dentro
FERNANDO: ¿No manifiestan las puertas? Hacen patente la interior circunferencia. Decid: "Atolite portas". Dan ingreso. GÓMEZ: ¿Quién vocea? FERNANDO: El consorte. GÓMEZ: No entendemos. FERNANDO: ¿He de hablar lengua plebeya? ¡El novio! GÓMEZ: ¡Gracias a Dios! ¡Alerta, señores, que entra!
Entra de gala ridícula y con un criado alumbrándole con una hacha
FERNANDO: Cuando el noruego falcón cerúleos vientos pasea, se ve garzas en plural. Dicen que luego penetra a cual ha de estropear. La comparación es recta: halcón soy, y garzas veo. ¡Tres garzas, garzas y bellas!
Hay cuatro sillas. Siéntase junto a LUCRECIA
Aquí me siento, sentido de que el amor no me sienta; que sentado en este asiento sentir con sentidos sepa. GÓMEZ: ¡Oigan quién el novio ha sido! JUAN: ¡Que esto sufra, que esto vea! SANCHO: ¡No es el novio el Capitán! Deshaz, Amor, tus quimeras. FERNANDO: Los desposados; --así-- a la palabra primera, --así-- se turban, --así--. Y esto --así-- que me suceda --así-- no es --así-- milagro si es tanta --así-- su belleza. LUCRECIA: Bien dijiste. Bordoncillos le faltaban, él no deja estilo de mentecatos que no toque y que no encienda. Sólo el de culto le falta. FERNANDO: No faltan purpúreas hebras en ese, ensarzan, cabello, [ni] rubicundas planetas. Muy, me parece, hermosa. No, tan mujer, se vio bella. LUCRECIA: Pues, halcón que alozanías luciente, aun agora, esfera, altiva-, volveréis, --mente garza, pretendiendo, aquesta. A la blanca, llegad, nieve de la hermosamente perla, y --así-- veréis vuestra --así-- novia --así-- que si os alegra --así--seréis destrozado que --así--gran desdicha tenga.
Levántase LUCRECIA
FERNANDO: ¿Dónde va la fugitiva? ¿Dónde la ola fuese arredra? LUCRECIA: ¡Ah, dejaos esa silla junto a la novia! FERNANDO: Estupenda figura ha constitüido en el orbe de mi idea. Espantádome ha su efigie si espanto es Pantasilea.
Adentro el Capitán ALVARADO y ALBERTO
ALVARADO: Abran aquí al desposado. ALDONZA: Abran muy en hora buen[a]. Poco por medio ha de ser. No hay desposado allá fuera; que ya le tenemos dentro. ALBERTO: Abrid, Gómez. GÓMEZ: La voz suena de mi señor. En la voz sólo falta su presencia.
Salen los dos
ALBERTO: Señor Capitán, ocupe este asiento. ALVARADO: ¡Qué belleza! Aunque sea humilde y pobre me caso alegre con ella. JUAN: ¡Ah, ingrata, que has de casarte! LUCRECIA: ¿Qué figura es esta nueva? Desembócese, galán. ¿A esta boda no viniera con una valona? JUAN: Quise. [.......... -e-a]. LUCRECIA: Viniera, pues, aseado y así no le conocieran. ¡Qué bellacos pies que trae! JUAN: Son los zapatos y medias de invierno y vengo de noche. ¿Hasta cuándo has de ser piedra? Deja de casarte, ingrata. ¿Cuándo sentirás mis penas? LUCRECIA: Mira qué imposibles digo cuando él en la corte sea el más airoso y galán. JUAN: Aun esperanza me dejas. ALBERTO: Dense los novios las manos, ¿qué aguardan? ALVARADO: Esa licencia. FERNANDO: Ese benévolo fïat, ese pláceme se espera.
Levántanla los dos
ALVARADO: Dame, señora, la mano. FERNANDO: El carcaj de cinco flechas espera vuestro consorte. LUCRECIA: ¿Estáis loco? ¿No es aquélla la desposada? ALVARADO: Otra es. Es mi dueño y es mi prenda. FERNANDO: Mi tálamo conyugal es doña Ana. ALBERTO: Pues, ¿qué intentan? Doña Lucrecia de Castro, mi hermosa sobrina, es ésta. GÓMEZ: Deshízose la maraña. SANCHO: Déte el cielo alegres nuevas. Si aquí espero, estoy en riesgo; que esto parará en pendencia. ¡Oh, qué alegre me rehuyo!
Vase don SANCHO
ALVARADO: Yo adoraba esa belleza. ¿Qué importa que yerre el nombre? FERNANDO: Tu objeto borró las nieblas a mis especies visivas. No me place otra diversa. JUAN: Dichoso engaño fue el mío.
Vase don JUAN
LUCRECIA: Capitán, yo seré vuestra cuando seáis liberal. (Imposible es la promesa.) Aparte FERNANDO: ¿Y mía? LUCRECIA: Cuando discreto seáis, hablando la lengua castellana lisamente sin metáforas ni arengas. FERNANDO: Pues sois vos común de dos. Más os valiera ser neutra.
Vase don FERNANDO
LUCRECIA: Ea, despejad la sala. GÓMEZ: Esta novia salió güera. LUCRECIA: Ea, despejad. GÓMEZ: Pareces alabardera tudesca. ALVARADO: Así tomaré venganza. Gómez, pues la boda cesa, dé la gallina a mi negro y cómase la grajea. GÓMEZ: ¿La del negro? ALVARADO: Los confites. GÓMEZ: Nunca tan pródigo seas; que te perderás. ALVARADO: Amor suele hacer magnificencias.
Vase el Capitán ALVARADO
ANA: Vuélvete, Aldonza, a tus tocas. ALDONZA: A mí, por Gómez, me pesa que andará fisgando siempre.
Vanse doña ANA y ALDONZA, y sale por otra puerta don SANCHO embozado
GÓMEZ: Un embozado nos queda. Don Sancho es, que vuelve a ver si dura la competencia aunque también soy rüín el refrán dice que venza acometiendo primero.
Embózase
¿Quién va? ¿Qué gente? ¿Quién es? Sálgase luego allá fuera. SANCHO: Sosiéguese, caballero. De paz soy. GÓMEZ: Yo soy de guerra. SANCHO: A ver si dura la boda volví a esta casa. GÓMEZ: Pues vuelva el perro de muchas bodas, ya que son carnestolendas, con esta maza.
Pone mano y dale
SANCHO: Señores, ¿tantos a uno? GÓMEZ: ¡Mal cuenta! SANCHO: ¡Que matan a un caballero! GÓMEZ: No mataran si él lo fuera. LUCRECIA: ¿Qué es esto, Gómez? GÓMEZ: No es nada. Desollad esa liebre, Luis Quijada. LUCRECIA: (Don Sancho es éste. ¡Que Amor Aparte con este objeto me embista aunque el discurso resista con prudencia y con valor! No ha de salir vencedor. La razón nos ponga en paz; que si en el fuego eficaz de ese amor mi pecho se arde también seré yo cobarde pues que me vence un rapaz.) SANCHO: (A Lucrecia adoro y muero Aparte sin merecer su favor; que me falte a mí valor siendo un noble caballero. Que un lacayo, un escudero se me mostrase atrevido pero ni noble he nacido ni he adorado su belleza; que el amor y la nobleza siempre valientes han sido. LUCRECIA: (Divertido está y confuso.) Aparte Don Sancho. SANCHO: (¡Que siempre temo Aparte poder pasar a otro extremo con la prudencia y el uso!) LUCRECIA: ¡Ah, don Sancho! SANCHO: (¡Que dispuso Aparte tal defecto en mí mi estrella!) LUCRECIA: Fuerte es la memoria. ¿En ella estáis hoy arrebatado?
Ve a LUCRECIA
SANCHO: Fuerza es que esté deslumbrado a rayos de luz tan bella. Los objetos excelentes suelen turbar los sentidos, sordos dejan los oídos las despeñadas corrientes del Nilo, que en siete fuentes tiene su cuna primera. El sol, que en su ardiente esfera forma líneas de amatista suele eclipsarnos la vista si en un cristal reverbera. LUCRECIA: ¿Quién os enseñó, señor, tan altas sofisterías? SANCHO: Como el tiempo con sus días suele el retórico amor enseñar, y aun es mujer maestro de la verdad. LUCRECIA: ¿Luego amáis? SANCHO: Esa beldad. LUCRECIA: ¿Y es grande Amor? SANCHO: Extremado. LUCRECIA: Al Amor vi yo pintado en este emblema, escuchad: Volaba amagando el suelo gavilán que al sol se empina, por robar a una gallina algún tímido polluelo. Ella espantada del vuelo, a morir antes dispuesta, el pico y alas apresta y en sudor vertiendo espumas iba erizando las plumas, iba moviendo la cresta. Vanos círculos hacía aquel pájaro rapante y la gallina constante en sus alas recogía los hijos que ajenos cría con una cólera ardiente y estaba escrito en su frente un mote que dice así: "Símbolo del miedo fui, pero Amor me hizo valiente". SANCHO: El propósito no entiendo. Más es enigma que emblema. LUCRECIA: El que tiene amor, no tema. SANCHO: ¿Decíslo porque pretendo con temor? Si no os ofendo, ¿cuándo de vuestro favor he de ser merecedor? LUCRECIA: Tarde. Cuando sin espanto sepáis hacer otro tanto. SANCHO: Pues, milagros hace Amor.
Vanse y salen el COMENDADOR y ALBERTO
COMENDADOR: No quise ver a Lucrecia hasta saber la ocasión del enojo y la pasión con que a don Sancho desprecia. ALBERTO: Dice, y creerla no quiero, que en algunas ocasiones falta a las obligaciones, don Sancho, de caballero. COMENDADOR: ¿En qué materia? ¿En qué acción? ALBERTO: En las que mostrar debía con la espada bizarría. COMENDADOR: Tener yo esa presunción me causa gran descontento. Mientras en Flandes he estado con su madre se ha crïado en mucho recogimiento. ALBERTO: ¿Cómo mujeres? Hizo mal que el joven ha menester salir de noche y vencer el recelo natural. COMENDADOR: Su madre tuvo cuidado que discreto y galán fuese don Sancho, no que tuviese espíritu denodado. Pienso que mi corrección le ha de enmendar ese vicio. La sangre ha de hacer su oficio. Hijos legítimos son el valor y bizarría de la nobleza. A escuadrones dan ánimo las razones del capitán que los guía. ALBERTO: Consolado pienso verte.
Sale don SANCHO
SANCHO: En la voz te he conocido, y a acompañarte he venido que es hora de recogerte. COMENDADOR: Alberto, adiós. ALBERTO: Él te guarde
Vase ALBERTO
COMENDADOR: (Noche, que de estrellas gozas, Aparte ¿en sangre de los Mendozas vive espíritu cobarde?) SANCHO: Padre y señor, ¿ya no es hora de ir a casa? COMENDADOR: Vos mentís cuando padre me decís. En la sombra burladora os engendró el torpe miedo. Hijo no puede ser mío hombre sin valor ni brío y aun sin honra decir puedo. ¿Vos tenéis atrevimientos de tener mi mismo nombre no siendo hombre o siendo un hombre de cobardes pensamientos? El hijo que como debe no corresponde al honor del padre, al padre es traidor y a su misma sangre aleve.
Vase el COMENDADOR
SANCHO: Padre y dama de una suerte mi honra dejan ofendida. ¿Para qué es buena la vida? Estoy por darme la muerte. Pero el darse muerte impía de pusilánimos es. No incurramos, alma, pues en la mayor cobardía.
Salen don FERNANDO y GÓMEZ
FERNANDO: Antes que se devanezca la morena noche, tengo prevenida una armonía, unos sonoros acentos, una consonancia dulce con gorgoritas de Orfeo. GÓMEZ: Música quiere decir. SANCHO: (¿Música ha de haber? Yo quiero Aparte para no ser conocido, ir por otra capa y luego oírla pues que se viste nuestros humanos afectos. Al triste entristece más y al alegre alegra.
Vase don SANCHO
GÓMEZ: (Pienso Aparte que yerra el buen don Fernando.) FERNANDO: Ya me llamo don Lucrecio. Lucrecia me vivifica. GÓMEZ: Si cuando sea discreto dijo que lo ha de querer, mire, tome mi consejo. Retírese a alguna aldea y lleve un docto maestro. Aprenda filosofía y el lenguaje casto y bueno de Castilla. FERNANDO: No me incumbe. GÓMEZ: Lleve libros, aunque en esto hay engaños, porque algunos están en romance griego y le echarán a perder. Dese a la lección de versos de los poetas que escriben alto, claro y con ingenio. FERNANDO: No me incumbe. GÓMEZ: Oiga comedias; que en los teatros oyendo un vocablo que disuena, lo ponen al margen luego un silbo en lugar de un ojo.
Sale don JUAN y escucha
FERNANDO: No me atañe. GÓMEZ: Será necio in seculá seculorum. FERNANDO: Haré esta noche terrero. Por mis anfïones voy.
Vase don FERNANDO
JUAN: ¿Qué dice ese majadero, Señor Gómez? GÓMEZ Darnos quiere una música. JUAN: Lo mesmo pienso hacer. GÓMEZ: Señor don Juan, nací para consejero. Mejor música será andar con gala y aseo. Tenga cuidado de sí pues es rico y es bien hecho. Busque un sastre de buen gusto que le vista bien en viendo con alguna buena gala. O señor o caballero imite. Aprenda a danzar Para andar con aire. JUAN: Acepto sus consejos y esta noche daré esta música.
Vase don JUAN
GÓMEZ: Quiero avisarlas. ¡Ah, señora!
Por la ventana que es la reja
No se recoja tan presto pues se queda acá esta noche, porque música tenemos de don Juan y don Fernando.
Salen doña LUCRECIA y doña ANA
LUCRECIA: Consentirla será yerro. ANA: Escucha, Gómez. GÓMEZ: Yo, mis señoras, ¿como puedo? LUCRECIA: Si nos han de dar rüido, en la calle le queremos de espadas, no de guitarras y así he pensado el remedio.
Pasa don SANCHO embozado con capa de color y en ella un hábito como el de su padre
¿Quién es ése que ha pasado? ANA: Buen talle de caballero me parece. LUCRECIA: ¡Ah, gentilhombre! SANCHO: ¿Qué mandáis? LUCRECIA: Estoy temiendo una música importuna y así os suplico y os ruego que no permitáis que canten. SANCHO: Harélo así. Cumplirélo o moriré en la demanda.
Devíase
(Aquí espero en este puesto. Aparte Una capa de mi padre tomé y agora lo advierto que en el hábito reparo. Noche es. No importa. GÓMEZ: Yo entiendo que es don Sancho, mi señora. LUCRECIA: Yo también. ANA: A gentil puerto llegamos con la demanda. GÓMEZ: Véanle venir huyendo.
Vase a él
SANCHO: (Éste viene para mí, Aparte y es, sin duda, el escudero de Lucrecia. ¡Vive Dios que la emblema me da aliento! Honra y amor, ¿qué no harán? GÓMEZ: Gentilhombre, deje el puesto porque yo le he menester.
Saca la espada y dale
SANCHO: De esta manera le dejo. GÓMEZ: Yo no lo digo por tanto. Tente, paladín moderno. ¿Comes hígado de Aquiles?
Vase retirando
ANA: Engañámonos en ello. Don Sancho no puede ser.
Sale el COMENDADOR con rodela
COMENDADOR: A Sancho vine siguiendo para ver con la experiencia si aprovechan mis consejos. Éste es, sin duda. SANCHO: Éste viene la calle reconociendo para dar música. COMENDADOR: Amigo, deje ese puesto. SANCHO: Grosero y villano, ¿de este modo vos tenéis atrevimiento de esa acción?
Acuchíllale
COMENDADOR: Ésa me alegra. (Agora sí te confieso Aparte que eres, don Sancho, mi hijo.)
Vase el COMENDADOR
LUCRECIA: Saca luz. Conoceremos este hombre. INÉS: Esta noche puedes dejar muy bien satisfecho tu capricho de pendencias.
Llega don SANCHO a la ventana y cúbrese mostrando el hábito
LUCRECIA: Sola la música os ruego que estorbéis. SANCHO: Bastan los rayos de ese sol y humano cielo. No saquéis más luz agora. LUCRECIA: Hábito tiene, ya empiezo a quererle bien, doña Ana. SANCHO: Ya suenan los instrumentos; voy a hacer lo que mandáis.
Apártase
LUCRECIA: ¡Qué bizarro caballero!
Sale don FERNANDO con músicos
FERNANDO: Ruiseñores bautizados, gorgead aquí. SANCHO: Si dejo pluma en ellos. FERNANDO: Filomenas, romped nocturnos silencios. SANCHO: Cisnes son. Muriendo cantan.
Acuchilla
FERNANDO: Hombre argólico, teneos. Desmesurado gigante... [.......... -e-o]
Vanse don FERNANDO y los músicos. Salen por otra puerta don JUAN y el Capitán ALVARADO con músicos
JUAN: Señor, Capitán, aquí pienso que están defendiendo la calle. ALVARADO: ¿Qué importa? Así desocuparla podemos.
Ponen mano
JUAN: Gentilhombre, a su pesar una música traemos. SANCHO: Esta noche no ha de ser a mi pesar, sino al vuestro.
Retíralos
LUCRECIA: ¡Quién conocerle pudiera! Es un César, es un Héctor. SANCHO: La campaña está por mía, [............... -echo] LUCRECIA: El hábito de ese pecho os da tanta bizarría, con afecto espero el día. SANCHO: ¿Por qué? LUCRECIA: Para conocer, hombre, a quien debemos ser agradecidas las dos. SANCHO: Vos misma sois. Sólo a vos os tenéis que agradecer. Amo yo por solo amar, y el sol que el mundo rodea no importa que a nadie vea. Basta dejarse mirar. Siendo su luz singular, nunca ha visto las estrellas con ser imágenes bellas de su divino pincel; que es forzoso al nacer él apagarse y morir ellas. LUCRECIA: ¿El amar sin esperar es amor y entero? No, pues la mitad le faltó con que yo pudiera amar. No dejándoos ver ni hablar, no sois perfecto amador, pues pudiendo ser mayor vuestro amor, no habéis querido; que siendo correspondido era fuerza el ser mayor. SANCHO: Amo, pues, y amando espero. LUCRECIA: Ésta os dará la esperanza.
Dale una banda
SANCHO: Gran amor gran premio alcanza. LUCRECIA: Pues, ¿es grande? SANCHO: Y verdadero. LUCRECIA: Decid quién sois, caballero. SANCHO: Amante que en penas anda. LUCRECIA: Amor decíroslo manda. SANCHO: Caballero fue hasta hoy del milagro; mas ya soy Caballero de la Banda. LUCRECIA: Pues, adiós. SANCHO: Iré penando. LUCRECIA: ¿Pretenderéis? SANCHO: Mereciendo. LUCRECIA: ¿Dejaréis de amar? SANCHO: Muriendo. LUCRECIA: ¿Cómo viviréis? SANCHO: Amando. LUCRECIA: ¿Nos veremos más? SANCHO: Sí. LUCRECIA: ¿Cuándo? SANCHO: Siempre me tenéis presente. LUCRECIA: Ya siente el alma. SANCHO: ¿Qué siente? LUCRECIA: Pena. SANCHO: Yo, fe. LUCRECIA: Yo, temor. SANCHO: Pues, adiós. LUCRECIA: Gracias a Amor que encontré un galán valiente.
Vanse todos

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Cuatro milagros de Amor, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Jun 2002