ACTO TERCERO


Salen RICARDO y BLANCAFLOR, con vaquero y sombrero
RICARDO: Altos son tus pensamientos, hija, mira que te engañas. Las fieras de las montañas y las aves de los vientos sigues, y con ansias tales, que has pretendido igualar del correr y del volar a todos los animales. BLANCAFLOR: No soy, padre, inobediente. Sólo a obedecerte aspiro; pero al monte me retiro porque me cansa la gente. RICARDO: (El rey viene cada día Aparte a estos montes. No quisiera que alguno me conociera). Voyme a pescar, hija mía. Queda en paz.
[Vase]
BLANCAFLOR: Si calidad --¡oh, cielos!-- me habéis negado, ¿Por qué no me habéis quitado la soberbia y vanidad?
Salen BLANCA, con un tabique de flores, y SILVIO
SILVIO: Sólo agradecerme puedes el secreto; que hay también respetos de hombres de bien entre los barcos y redes. Esta Dïana, a quien tienes afición, te está esperando. Quiero dejaros hablando.
Vase
BLANCAFLOR: ¡Oh, [Diana], a qué tiempo vienes! Sin tu alegre compañía triste es el sol, seco el prado, pena el gusto, el bien prestado, muerte el vivir, noche el día. Y tras esto no me quieres porque, oyendo murmurar que no eres de este lugar, nunca me has dicho quién eres. Sangre tienes principal si no es villana malicia. BLANCA: Escucha, tendrás noticia de mi bien y de mi mal. En ese río que ves, mi esposo, al rey obediente... Pero agora viene gente, ya lo contaré después.
Sale la INFANTA
INFANTA: Ve, labrador, haz salir las serranas a este prado, que de un pesar y un cuidado me pretendo divertir. BLANCA: (¡Nuevamente soy perdida! Aparte Que es la infanta viva historia que me trae a la memoria las desdichas de mi vida. Es un espejo en que veo cifradas muchas congojas, y es un libro en cuyas hojas abismos de penas leo. Inmortal debe de ser, pues no me acaba el pesar. Segura puedo llegar. Mal me podrá conocer). BARTOLA: ¿Su reverencia ha llamado? PASCUALA: ¿Qué quiere su señoría? INFANTA: Parecer serrana un día en las flores que a este prado hacen rústicos tapetes. ¿De qué, serranas, vivís? BARTOLA: Todas llevan a París a vender sus ramilletes. INFANTA: Llegaos, porque mi tormento a voces ha de salir del alma, o he de morir porque si callo, reviento. Hoy en ese monte daba sus quejas el alma mía. Ni la fiera respondía ni el ave me consolaba. Los ecos las escucharon y consuelo no me dieron, que, como las repitieron, el tormento me doblaron. BLANCA: ¿Quién duda que tenga amor su merced, como solía? INFANTA: No es esa pasión la mía. BLANCA: Doyle albricias. Esta flor tome por eso, que yo que a nadie amara, quisiera, y que un reino la flor fuera. INFANTA: Mi voluntad la estimó. ¿Quién dirá que puede ser lo que mi alma padece mirar a quien aborrece? BLANCA: ¿A quién puede aborrecer la que tiene tal marido? INFANTA: A ése mismo tan villano que en sólo darme la mano ser mi esposo ha parecido. BLANCA: ¿A villanas cuenta así si misma pena y pasión? INFANTA: Sí, porque públicas son y es alivio para mí. Sentaos, porque entretenerme quiero mirándoos hacer ramilletes.
Siéntanse
BARTOLA: Bien decía su reverencia, porque es desdicha tener marido a disgusto. Siempre habré de experiencia, porque Gil es una bestia, y ayer la desdicha me mató un asno que era el joyel, y el marido me ha dejado. Si la muerte ha menester un pollino grande y bueno, ¿por qué me dejó, por qué, el marido?
Sale GIL
GIL: Porque ha de ir delante la burra, y si es Gil malo y Bartola buena, los dos mentimos a fe. BARTOLA: ¡Ay de mí, que me ha escuchado! INFANTA: ¡Vete, necio! GIL: No están bien sin gallo tantas gallinas. INFANTA: Divertidme. Cantad, pues.
Cantan haciendo ramilletes
[TODAS]: "En las selvas de París sigue las fieras el rey, Adonis es de los montes, Marte de los campos es".
Salen el REY y el MARQUÉS, y quédanse a la puerta
MARQUÉS: Con las serranas está. REY: Y aún una de ellas, Marqués, es la que vengo siguiendo y es la beldad que el pincel de Malgesí dibujó con su mágico saber en el fantástico espejo y en mi mente conservé casi tres lustros. Y agora pienso que mis ojos ven trasladado del cristal el rostro en que imaginé, con tal afecto y memoria que al volar o que al correr de los años, no he podido apartarme un punto de él. MARQUÉS: Sabré quién es. ¡Ah, villano! GIL: ¡Ah, jodío! MARQUÉS: Siempre fue descortés vuestra malicia. Decidme, amigo, ¿quién es la serrana de las plumas? GIL: Es, señor, una mojer. MARQUÉS: ¿Qué mujer? GIL: Mojer del mundo. MARQUÉS: ¡Calla, bestia! GIL: ¿Había de ser del cielo? ¿Todas no son de este mundo? Llevensé si se han de llevar alguna la que está [cabe] ella. MARQUÉS: ¿Quién es ésa? Di. GIL: Mi velada, con perdón de su mercé, y grande gusto me hacían. REY: ¿Quién es la hermosa? GIL: No sé más de que salta por montes, como una cabra montés, tras los conejos y gamos. Su marido pienso ser. MARQUÉS: ¿No eres casado? GIL: Señor, que me forzó alegaré, una abuela que tenía, y catadme vïudo, que es el remedio. REY: ¡Oh, quién pudiera hablarla de espacio y ver desde cerca su hermosura que en la memoria copié! MARQUÉS: Retírate. REY: ¡Amor, no flechas tan osado y descortés tus flechas sin ver la mano que vibra el arco crüel!
Vase
VOCES: ¡Ataja, ataja! Que un gamo se va despeñando al río. BLANCAFLOR: Éste es ejercicio mío, nueva Dïana me llamo.
Vase. Levántanse todas
INFANTA: El rey sin duda sería quien hirió en el monte gamos. PASCUALA: Vamos, pues, a verle. BARTOLA: Vamos. GIL: Hartos vemos cada día.
Vanse
BLANCA: El conde viene. ¡Ay de mí! ¡Cuánta envidia y cuánto amor me ha renovado el temor! Escucharlos quiero aquí.
Sale el CONDE por la puerta de la INFANTA y ella se vuelve, y BLANCA se esconde entre unos ramos
CONDE: No tienes que retirarte, espera. Daréme muerte porque yo no vengo a verte, infanta, para adorarte, sino a morir con mirarte; porque esto mismo es decir que te aborrezco, y vivir no debe aquél que perdió a Blanca. Y por esto yo te busco para morir. INFANTA: Ya se ha visto. Y pudo ser que alguna de amores muera, mas yo seré la primera que muere de aborrecer. Y por no darte placer, verme no pienso dejar. Si el verme te ha de matar, por matarte, no te mato, y por esto quiero, ingrato, que viva a mi pesar. Nunca has borrado del pecho la que primero adorabas, y una espada atravesabas entre los dos en el lecho. Y con esta espada has hecho que en mí haya sido mayor el olvido que el amor; porque es, si da la mujer que quiso en aborrecer, quinta esencia del rigor. CONDE: Si una espada atravesé en tu lecho, no soy mío, ni tengo libre albedrío después que a Blanca miré. Murió, mas no la olvidé. Tu esposo ni tu galán puedo ser, y así dirán que es bien que una espada fiera nuestros cuerpo dividiera como las almas están. La mano te di, forzado; no te he dado el corazón porque es el tuyo león que dos vidas me ha quitado. Hija y mujer me has robado. Mi deudora eres, y así, queriendo hallarlas en ti can soy de fe singular, que voy y vengo al lugar donde mi dueño perdí. BLANCA: (Cualquier pesar me divierta, Aparte como yo no tenga celos. ¡Al fin me han hecho los cielos dichosa después de muerta!) INFANTA: En quererte mal acierta como el alma es racional, que eres traidor desleal. BLANCA: (Miente, Infanta, tu mal gusto, Aparte que le quieras mal es justo, mas no que le trates mal). INFANTA: ¿Viste cuánto han amado los mortales? ¿Viste cuánto dictó cada elemento del hermoso zafir del firmamento, abismo de los rayos celestiales? Arenas, flores, plantas, animales, comparados al odio que yo siento, son átomos del sol, puntas del viento, en número y grandeza iguales. Tal es mi aborrecer, que ni lo creo ni lo puedo explicar porque es de suerte que vida y muerte veo si te veo; y aunque es verdad que yo para no verte apetezco morir, también deseo la vida para más aborrecerte. CONDE: Más te aborrezco yo, pues en el prado donde nacen tal vez hermosas flores no introducen espinas ni rigores como en aquél que abrojos ha llevado. Los dos somos así, tu pecho airado campaña ha sido que produjo amores, y mis desprecios han de ser mayores que estérilmente fui mármol helado,. Forma no se introduce fácilmente donde otra alguna vez se ha introducido, tarde el amor aborrecer consiente. No quise, aborrecí. Tú me has querido. Ser tuvo lo que fue y es evidente que nunca tuvo ser lo que no ha sido. INFANTA: La muerte del amor no es el olvido pues yo siento por ti... CONDE: Yo por ti siento... INFANTA: ¡Penas! CONDE: ¡Desdichas! INFANTA: ¡Mal! CONDE: ¡Rabias! INFANTA: ¡Tormento!
Vanse
BLANCA: Aliente mi confïanza y no del todo se aflija, pues quien me mató una hija me da vida a una esperanza.
Vase y salen el REY, [BLANCAFLOR] y el MARQUÉS
REY: Detén el curso; que igualas al viento de más rigor y parece que mi amor te va prestando sus alas. BLANCAFLOR: De Dïana, que es luz pura, tengo el hombre y condición; esquivos mis ojos son. REY: También tienes la hermosura. Sólo decirte pretendo el amor más singular. BLANCAFLOR: ¡Qué le tengo de escuchar si habla en lengua que no entiendo! ¿Qué es amor? REY: Una verdad que nos roba el corazón, oscurece la razón y ciega la voluntad. BLANCAFLOR: Enigmas son para mí. (Presto el amor le ha vencido). Aparte REY: Aún antes de haber nacido pienso que tu rostro vi. Años ha que a la razón el uso estás usurpando, y siempre estuve adorando mi propia imaginación.
Sale el CONDE
CONDE: Señor, un montero avisa que puedes ir a tirar. REY: ¡Vete, conde! Porfïar debe el alma, y es precisa su defensa. Tuyo soy. Quitarte pienso la rosa del cabello, ingrata hermosa. BLANCAFLOR: ¿Qué importa si no la doy? CONDE: (¡Qué extraordinaria hermosura! Aparte Con atención me ha llevado tras los ojos el cuidado. Honesto amor y fe pura le he cobrado. Efectos son ocultos de las estrellas, porque siempre nos dan ellas impulsos de inclinación). ¿Qué haces, señor? ¿Corresponde a rey cristiano, a rey justo? REY: ¿Nunca sabéis darme gusto? Mi gracia perdisteis, conde. BLANCAFLOR: Quiérate el cielo guardar, y nunca te deje ver las espaldas del placer ni la cara del pesar.
Vase
REY: Su amante me ha parecido. MARQUÉS: De él mismo lo has de saber, que el modo de responder dirá si celos han sido. REY: Conde, prometo a los cielos que son vuestras demasías o locuras y porfías del amor. ¿Estos son celos? Decid.
Sale BLANCA por las espaldas del REY sin que la vean el MARQUÉS ni el REY
BLANCA: (Al conde deseo Aparte ver o hablar si solo está). CONDE: Prometo, señor, que ya quise vencer... (¿Mas qué veo? Aparte ¡Oh, soberana ilusión! ¡Oh, celestiales antojos! Todo el corazón es ojos, toda el alma es corazón!) REY: ¿Cómo impides sin temor mi gusto? CONDE: Señor.. (¡Ay, cielos! Aparte Blanca es viva). REY: ¿Fueron celos? CONDE: No... Sí... mas yo... REY: Esto es amor. BLANCA: (Agora no hay ocasión). Aparte
Vase
CONDE: (¡Ay, si es ella!) Aparte REY: ¡Qué bien toco, que estás celoso y aún loco! CONDE: Señor, si fuese ilusión debió de ser de mi pena. REY: Tus celos fueron extraños. CONDE: (¡Oh, dulcísimos engaños!) Aparte REY: Tu mismo amor te condena, pues con celos ha perdido mi respeto tu osadía. La serrana ha de ser mía. CONDE: Yo, señor, no la he querido ni la he visto sino aquí. Un secreto impulso fue, quizá nacido... REY: ¿De qué? CONDE: De estimarte tanto a ti, que todas las ocasiones he procurado estorbar en que pudieras manchar tus católicas acciones. REY: Cuando vuelto en sí se halla sin turbación el sentido, lo niegas. Amor ha sido, no lealtad. CONDE: ¡Gran señor! REY: ¡Calla! Marqués, sabedme quién es padre de aquella hermosura. No es leal quien no procura servirme como el Marqués. Por esto y por la aspereza con que a la infanta tratáis, cada día mi obligáis a que os corten la cabeza.
Vase
CONDE: Pluguiera a Dios ya acabaran tantas desdichas, supuesto que en el sepulcro o en esto las pompas del mundo paran. Seguir quiero la villana que mi Blanca parecía. Mas... ¡Oh, loca fantasía! ¡Imagen del sueño vana! ¿Tales errores percibo? ¿Tales imposibles creo? Engaños son que el deseo causa al hombre pensativo.
Canta GIL dentro
GIL: "De amores del conde Alarcos pensativa está la infanta, y a su mujer mata el conde porque el rey se lo mandara." CONDE: ¡Caigan sobre mí desdichas! ¿Mi mal los villanos cantan? [. . . . . . . . . . . . .] ¡Rústico villano, calla!
Canta
GIL: "El conde temiera al rey. Pusiérala en una barca. A las aguas la encomienda, y con otra se casara." CONDE: ¡Calla, villano!
GIL asómase al paño y vuélvese a entrar
GIL: No quiero porque es mía la garganta, y las coplas son del cura.
Canta
"Pensativa está la infanta, a su mujer mata el conde, porque el rey se lo mandara..." CONDE: ¡Calla o daréte la muerte!
Vuélvese GIL a asomar y sale, y da una vuelta al tablado con el último verso, cantando
GIL: Yo no digo mal de nada, sino de este conde Alarcos, y del rey y de su hermana, y de todo el mundo. Deje que sin perjüicio vaya holgándome por el campo. "...porque el rey se lo mandara".
Vase
CONDE: ¡Vive Dios, que pues me acuerdas mi desdicha que esta daga te he de tirar!
Vuélvese GIL a asomar tres o cuatro partes, cantando "porque el Rey se lo mandara"
GIL: ¡Guarda el loco! CONDE: ¡Sí lo estoy, que no me infamas! ¿Hasta cuándo he de vivir? Tiempo viene y años pasan, desdichas y más desdichas, y ninguna de ellas mata.
Sale BLANCA
BLANCA: (Aquí está el conde. ¿Qué temo Aparte pues aborrece a la infanta? Temo que el mucho placer el corazón sobresalta; no he de llegar de repente, y así quiero entre estas ramas atender a sus tristezas y mirar en lo que paran).
Escóndese
CONDE: ¡Que no tenga yo consuelo! Que siempre la muerte tarda cuando un triste la desea. Estos montes y campañas, mudos testigos un tiempo de mis glorias soberanas, serlo debieran agora de muerte tan deseada. Por allí siguió una vez mi bellísima Dïana las fieras de esa espesura con hermosura bizarra. Intrincado monte, ¿dónde está la luz que adoraba cuando en ti me dio favores, cuando en ti me robó el alma? Quien con veneno se cría, nunca muere de veneno, mal podrá, pues siempre peno, matar mi melancolía; porque sólo a la alegría mi veneno he de decir. Luego no puedo morir porque no me han de matar las desdichas ni el pesar y el placer no ha de venir. Cuando en esta fuente vio Blanca su rostro divino, no andaba yo peregrino también me miraba yo; que como amor nos unió Blanca en mí, yo en Blanca estaba. Y así, cuando se lavaba, el cristal de perlas puras no mostraba dos figuras pero dos almas mostraba.
[Sale BLANCA]
¡Válgame Dios! ¿Quién diría que tantas las fuerzas son de vana imaginación, de loca melancolía, de mi propia fantasía, de mi amante desatino, que al espejo cristalino con ilusiones y antojos estén mirando mis ojos el mismo bien que imagino.
Escóndese BLANCA
Bruto o niño quiero ser, buscando lo que he mirado. Por aquí no la he topado; por acá la pienso ver. ¿Qué loco pudo creer que esté viva una deidad en aquesta soledad, al cabo de tantos años? Volvamos a los engaños; no busquemos la verdad.
Duérmese el CONDE y sale la INFANTA con venablo
INFANTA: Todo cansa. Mas, ¿qué mucho que el cazar me haya cansado, si me cansó lo que he amado y con mi memoria lucho para olvidar? Aquí veo el objeto aborrecido, y pienso que está dormido. Quien tiene amor y deseo, quien a Blanca muerta adora, ¿puede dormir fácilmente? ¿Ojos dormidos consiente loco amor? Sólo está agora. Nadie me ve; mi venganza y mi libertad consigo si doy muerte al enemigo que adoré sin esperanza. Así mis desprecio vengo y mi desdicha.
Sale BLANCA
BLANCA: ¡Ah, traidora! No puede morir agora, porque yo inmortal le tengo. ¡Despierta, conde, despierta! INFANTA: ¡Villana, morir mereces! BLANCA: No me ha de matar dos veces su merced, que ya estoy muerta. ¡Ah, conde, esta tigre quiso darte la muerte!
[Vase la INFANTA escondiéndose al paño, y] despiértase el CONDE sin mirar a BLANCA
CONDE: (Y lo creo. Aparte Fingir quiero amor, pues veo mi peligro en este aviso). Villana, mientes. Si yo amo y adoro a su alteza, ¿me ha de matar? INFANTA: (La villana Aparte me da mayores sospechas y cuidado. Aquí la escucho). CONDE: No en la fuente, no, en la idea parece que estoy mirando desatadas las potencias de mi alma, y que eres tú la voluntad. BLANCA: No lo creas. CONDE: ¿Quién eres? BLANCA: Un alma soy que anda celosa y en pena. CONDE: ¿Celos tienes? BLANCA: Sí, que siento que amor a la infanta tengas. CONDE: ¿Eres Blanca? BLANCA: Quien podía amarte después de muerta. CONDE: ¿Y, en efecto, vives? BLANCA: Sí. CONDE: ¿Cómo escapaste? BLANCA: No sepas mis dichas. CONDE: ¿Por qué, señora? BLANCA: Porque causas mis tristezas. CONDE: ¿Con qué? BLANCA: Con una palabras que me matan. CONDE: ¿Cuáles eran? BLANCA: "¡Villana, mientes! Que yo amor y adoro a su alteza". Pues esto escuché, no quiero confesar que vida tenga. Fantasma soy; pero no, vida tengo. Infanta, vuelva tu rigor a darme muerte. Blanca vive. ¡Blanca muera! CONDE: ¡Calla, señora! BLANCA: No quiero. CONDE: Mi bien, calla. BLANCA: Infanta, espera. Las ondas me perdonaron. No me perdone tu fiera condición. CONDE: ¡Oyeme, escucha! BLANCA: ¡Déjame pasar y puedan seguirla mis pasos! CONDE: Dime... BLANCA: ¿Qué he de decir? Otra senda buscaré para seguirla. CONDE: Tendréte también en ella. BLANCA: ¿Qué me quieres? CONDE: Adorarte. BLANCA: ¿Hablas, mi dueño, de veras? CONDE: Agora sí, pues que vives. BLANCA: Pues callo, y tengo paciencia. CONDE: ¡Dame tus brazos! BLANCA: No puedo que estás casado. CONDE: ¿Me niegas la vida? Pues yo seré quien con voces y querellas llame [a] la infanta. ¡Ah, crüel! ¡Mátame! ¿Por qué me dejas vivir, cuando a Blanca adoro? BLANCA: Ella lo hará cuando duermas. CONDE: Pues si no te obligo así... Querida infanta, ya esperan mis brazos favores tuyos. ¡Vuelva! BLANCA: Calla, que atormentas con eso mi vida más. CONDE: Tuyo soy, infanta. Deja que pase. BLANCA: ¡No la has de ver! CONDE: ¡Ah, infanta! ¡No me detengas! BLANCA: ¡Calla! CONDE: ¡Pues denme tus brazos albricias y enhorabuenas de tu vida! BLANCA: Eres ajeno. CONDE: Pues sigo a la infanta. BLANCA: ¡Espera! CONDE: Déjame pasar! BLANCA: No quiero. CONDE: Déjame dar voces. BLANCA: Sean para llamarme. CONDE: Sí, haré, como tú me favorezcas. BLANCA: En efecto, ¿no la adoras como dices? CONDE: No. BLANCA: Pues, llega. Dame los brazos. CONDE: Y el alma. BLANCA: Vida es nueva. CONDE: Y gloria es nueva.
Sale la INFANTA
INFANTA: Y nueva envidia la mía. No son celos sino tema. ¡Muere, villana! CONDE: ¡Ah, crüel!
Sale el REY
BLANCA: ¡Téngala, tío! Que tiembla de ella esta pobre villana. REY: ¿Qué es aquesto? BLANCA: Que su alteza mataba a este hombre durmiendo. INFANTA: ¡Sacarte pienso la lengua! BLANCA: ¡Ténganla, tíos! REY: Promete esto tu mucha crueldad. INFANTA: ¡Miente! BLANCA: Yo digo verdad. INFANTA: ¡Ah, villana! BLANCA: ¡Ah, matasiete!
Salen todos y RICARDO da un papel a BLANCA
RICARDO: Ya, Blanca, os he conocido. Por si la infanta crüel me da muerte, este papel vuestra dicha os ha advertido. MARQUÉS: Aquí tienes a Dïana y a su padre, y entendiendo que le mato o que le prendo, no hay en la selva villana que no la siga. REY: Yo aguardo saber quién eres. RICARDO: Señor, soy un pobre labrador. REY: ¡Vive Dios, que eres Ricardo! RICARDO: Sí, lo soy. REY: Pues di verdad: ¿quién es la luz soberana de la que llaman Dïana? RICARDO: Dígalo Blanca. BLANCA: Escuchad: En un barco sin remos, navegando esa corriente de cristales fría, mis desdichas y yo nos vimos. Cuando el nombre de mi esposo repetía al peso de mis males vi temblando las ondas. Su rigor no me ofendía, y cuando al barco su cristal llegaba, el fuego de mi amor las abrasaba. Vencido ya mi pecho de sí mismo, el líquido cristal tragó a pedazos, cuando en ansia mortal de un parasismo topé de un pescador redes y lazos que por sacarme del undoso abismo puentes formó de sus piadosos brazos por quien pasó mi alma agradecida del margen de la muerte al de la vida. Tiene una aldea, pues, de esta ribera por dosel ese monte y por espejos el río, y su muralla en tiempos era un soto de sabinas y de tejos; y como están sus casas en ladera, apartadas y pocas, desde lejos parecen con el sol y a su vislumbre peñascos que han rodado de la cumbre. Allí viví en un tiempo disfrazada y, cuando no temí ser conocida, muerta y, después de muerta, enamorada. Vivir y amar osé en Selva Florida en quien de mis vasallos ignorada el renovar memorias fue mi vida. Aquí vi al conde, allí me dijo amores; aquí me dio una mano, allí unas flores. Salió a estos montes, como aurora bella, Dïana, que les dio perlas y risa, y ya por la virtud de alguna estrella si despacio la vi, la amaba aprisa. Agora sé que Blancaflor es ella. Este papel sin lenguas me lo avisa, que a decírmelo así lenguas que hablaran, el sobresalto y gusto me mataran. La piedad de Ricardo, al acto fiero usurpó su piedad esta garganta, y el corazón y sangre de un cordero expuso a los rigores de la infanta. Si yo triste viví, alegre muero, pues hallo en tanto mal ventura tanta, y en dos muertes lloradas y creídas tres almas, una fe, un amor, tres vidas. CONDE: Dame los brazos, Blancaflor. REY: ¿Detente! A tu reina no pierdas el decoro.
A [BLANCAFLOR]
Dame la mano, porque ya en tu frente hermosos se han de ver los lirios de oro. BLANCAFLOR: Yo con la gloria que mi alma siente, la invicta mano de mi rey adoro. CONDE: Yo vuelvo a tu favor como solía. BLANCA: Y yo al dueño primero que tenía. INFANTA: El cielo os da su favor; no pretendo haceros daño. Rey, yo fingí aquél engaño. No me debe el conde honor. CONDE: Demos fin a una tragedia que resulta en mayor gloria, y si os agrada la historia, dad perdón a la comedia.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002