ACTO TERCERO


 
                         Salen CARLOS y ÁNGELA 
 
ÁNGELA:       Al amor que vive en mí
           es imposible que llegues.    
           Mira Carlos, no me niegues
           pues yo he negado por ti
              a mi patria la presencia,
           a mi lengua la verdad,
           al alma la libertad,         
           y a mi madre la obediencia.
              Ella quiere que al sosiego
           dé el pecho libre y sencillo.
           Amé y no puedo encubrillo
           porque el mismo amor es fuego.    
              Rico marido quisiera
           para darme, y yo, no avara,
           por un Midas te juzgara
           si rico de amor te viera.
              ¿Hay más bien? ¿Hay más riqueza    
           que fe de eterno valor,
           que el oro puro de amor,
           que las piedras de firmeza?
CARLOS:       Es inmensa mi afición,
           y fuera no amar ansí       
           faltar méritos en ti
           o en mí el uso de razón.      
              Si sobra merecimiento
           en tu rostro singular,
           por fuerza tengo de amar          
           o estar sin entendimiento.
              Y amándote, y siendo amado,
           ¿qué bien de más excelencia
           que rica correspondencia
           del objeto deseado?               
              Con tu cabello que agravios
           da al sol de rayos ardientes,
           con las perlas de tus dientes
           y los rubíes de tus labios,
              con la flor de tu hermosura    
           y el fruto de mi esperanza,
           ¿qué rey, qué príncipe alcanza
           más riqueza y más ventura?
 
                            Sale ALEJANDRO 
 
ALEJANDRO:    No es amor el que me obliga
           venir aquí satisfecho,          
           que amor no cabe en el pecho
           donde reina la fatiga.
              Es mostrarme agradecido
           a doña Ángela y a ver,
           por milagro, una mujer       
           que de veras ha querido).
ÁNGELA:       Toma, que amor no consiente
           que yo te niegue la mano.
 
                    Danse las manos CARLOS y ÁNGELA 
 
CARLOS:    Es un favor soberano;
           tuyo seré eternamente.
ALEJANDRO:    (El que vive muchos años
           tiene verdadera ciencia,
           porque es madre la experiencia
           de dichosos desengaños.
              Tal he visto; mas, ¿qué espanto   
           concibo de esto que pasa,
           si en mi desdichada casa
           sospecho que hay otro tanto?
              Aquí y allí, sin sosiego,
           mi desdicha cruel porfía.
           ¡Mal haya el hombre que fía     
           en la mujer ni en el juego!)
ÁNGELA:       Entra, a mi madre visita,      
           porque su estado acomoda
           y a la sombra de su boda          
           la dulce nuestra permita.
CARLOS:       Entro pues.
 
                          Vase CARLOS 
 
ALEJANDRO:               (No es hombre sabio
           el que a esto puede callar.
           La venganza he de ensayar
           de mi doméstico agravio.        
              Conozca y eche de ver
           mi honra dudosa y mi fama;
           que quien no sufre a su dama,
           mal sufrirá [a] su mujer).
              Ingrata a la humana suerte,    
           sirena de nuestra edad
           cuya voz es la beldad,
           cuyo engaño es nuestra muerte,
              áspid que en el campo ameno
           entre hierbas y entre flores 
           de lisonjeros amores
           tienes oculto el veneno,
              basilisco que en extrañas
           riberas vomitas ira,
           que matas a quien te mira    
           y a cuantos miras engañas,
 
                          Sale CARLOS a la puerta 
 
              basilisco, áspid, sirena
           que regalas los sentidos,
           ojos, narices, y oídos,
           en agua, flores y arena,          
              ¿qué te hice, --di crüel--
           para que engañes mi pecho?
           O di, ¿Carlos, qué te ha hecho
           porque le engañes a él?
ÁNGELA:       ¡Jesús, y qué sobresalto!  
           Hombre, ¿qué dices, qué quieres?
           ¿En qué te ofendí?  ¿Quién eres?
           O, ¿vienes de seso falto?
ALEJANDRO:    Falto de seso venía
           cuando tu voz me engañaba, 
           cuando tu beldad amaba
           y cuando tu amor creía.
              Cuerdo estoy si este amor pierdo;
           que tú, víbora malina,
           das la llaga y medicina.          
           Loco vine y vuelvo cuerdo.
ÁNGELA:       ¡Hombre, vete de esta casa;
           que no entiendo tus razones!
ALEJANDRO: Cenizas son y carbones
           de aquella pasada brasa.          
              No son celos, porque ha sido
           relámpago nuestro amor
           que queda sin resplandor
           cuando apenas ha nacido.
              No son locuras las mías 
           causadas de tu mudanza,
           sino una justa venganza
           de la intención que tenías.
              Tú me quisiste engañar
           y en breve tiempo fingiste
           mucho amor.  Sirena fuiste;  
           yo no te quiero escuchar.
 
                           Vase [ALEJANDRO] 
 
ÁNGELA:       ¿Hay locuras semejantes?
           ¿Cómo sufrís esto, cielos?
CARLOS:    ¿Locuras llamas los celos    
           de los míseros amantes?
              Mujer falsa, sin piedad,  
           cuya alma está sin temor,
           cuyo pecho sin amor,
           cuya lengua sin verdad...    
              ¿Qué disculpa ni qué excusa
           tendrás ya para tu daño,
           si es evidente el engaño
           y uno de los dos te acusa?
              O yo el engañado soy         
           o Alejandro, esto es ansí.
           Pues, si me engañas a mí,
           desobligado me voy;
              si la verdad es la mía,
           también te dejo infïel,         
           que quien le ha engañado a él,
           me engañará a mí otro día.
ÁNGELA:       Oye, espera.
CARLOS:                    Entre sus penas
           Alejandro te llamó
           sirena.  ¡Bien dijo!  Y yo   
           no quiero escuchar sirenas.
 
                         Vase [CARLOS] 
 
ÁNGELA:       ¿De qué infiernos ha salido
           este hombre tan porfïado,
           que en mis ojos ha turbado
           la paz y amor que han tenido?     
              ¿Qué Alejandro liberal,
           en furia y en desatino,
           es el que a mi casa vino
           por mi desdicha y mi mal?
 
                        Salen GÓMEZ y la MADRE 
 
MADRE:        ¿Qué tienes, niña?
ÁNGELA:                          ¿Esto pasa? 
           ¡Venganza pienso tener!
           El enfadoso de ayer
           ha vuelto otra vez a casa
              más loco y desatinado.
MADRE:     ¿Alejandro?
ÁNGELA:                Sí.
MADRE:                      ¿Quién es 
           este Alejandro?
GÓMEZ:                        ¿No ves
           que es hijo del desposado?
MADRE:        ¿De Marcelo?
GÓMEZ:                      Sí, y recelo
           que gran hacienda ha perdido.
ÁNGELA:    ¡De eso quedó sin sentido!
GÓMEZ:     A casa viene Marcelo.
MADRE:        Vete adentro.
ÁNGELA:                      ¿Qué se pierde
           que me vea?
MADRE:                   Es buen consejo
           que el caballo, y más si es viejo,
           no quiere paja si hay verde. 
 
                              Vase ÁNGELA 
 
              Déme un libro, Gómez.
GÓMEZ:                             ¿Cuál?
MADRE:     Cual quisiere puede ser,
           porque es por bien parecer.
           Ya sabe que leo mal.
 
                         Salen MARCELO y ROQUE 
 
ROQUE:        Digo que le vi salir      
           de esta casa agora.
MARCELO:                      Puedo     
           de esa suerte entrar sin miedo
           y con cólera reñir.
ROQUE:        ¿Es tu casa?
MARCELO:                    Halo creído
           como agora lo verás.       
 
                   Dale [GÓMEZ] un libro a la MADRE  
 
ROQUE:     Y tú el primero serás         
           que pinta viejo a Cupido.
MARCELO:      ¿Siempre tan bien ocupada?
           ¿Siempre leyendo, señora?
MADRE:     Doy a los libros una hora.
MARCELO:   ¿Quién es?
MADRE:                   Fray Luis de Granada.
ROQUE:        (Estas dueñas son traidoras.
           Una vi yo el otro día
           que en San Martín se ponía
           a rezar la[s] unas horas          
              con ademanes y gestos,
           y ya estirando las cejas          
           en medio de cuatro viejas
           más graves que cuatro cestos.
              Después entré de repente   
           en su casa y la hallé
           aprendiendo el abecé       
           de un sacristán, su pariente).
 
    Siéntanse los dos, y ROQUE, junto a la silla de MARCELO 
 
MARCELO:      Mal, señora, habéis cumplido
           lo que me ofrecéis a mí.      
           ¿Qué quiere Alejandro aquí?
           Y don Diego, ¿qué ha querido?   
              No deis, señora, lugar
           que la vecindad murmure.
           Procurad que se asegure      
           de vuestro honor singular.
MADRE:        Es vuestro hijo importuno,     
           y coléricas nos tiene,
           porque a dar enfados viene
           sin que le llame ninguno.    
 
                              [A MARCELO] 
 
ROQUE:        ¿Es muy sorda?
MARCELO:                      Mucho.
ROQUE:                                  ¿A vieja
           acortar queréis la toca?
MARCELO:   ¡Que haya creído esta loca
           que enamorado me deja!
MADRE:        (¡No seáis sorda!  Esto me huele
           a burla).
ROQUE:              Dile ternezas.
 
                                 [A ella] 
 
MARCELO:   Dándome celos empiezas,         
           pero amor hacerlo suele.
 
                       [A MARCELO] 
 
ROQUE:        Mamando está tus engaños.
           Mujer de cuatro sentidos,    
           vaya al Jordán por oídos
           y déjese allá cien años.
MADRE:        (Pagarme tienen escote
           de la burla, ambos a dos). 
 
              Por detrás de la silla vio el libro ROQUE 
 
ROQUE:     Señor, señor, ¡vive Dios!,    
           que es el libro Don Quijote.
MARCELO:      ¡Ah, embustera!  ¿Y no sabrá 
           conocer qué letras son?
ROQUE:     Yo le quiero dar lección.
           ¡Ea, niña!  "Be...a..., Ba."
MADRE:        (¿Esto escucho?  ¡Y que me viese
           el libro este otro bellaco!) 
 
                               [A ella] 
 
MARCELO:   Si los celos me traen flaco,
           razón será que me pese
              que aun mi hijo os venga a ver 
           y sienta aquí regocijo.
MADRE:     (Éste, por guardar su hijo,     
           mi honor intenta perder.
              Pagarámelo, si puedo...)
           Después, mi señor, que os vi, 
           sólo vos vivís en mí,
           y por vuestra esclava quedo. 
 
                              [A MARCELO] 
 
ROQUE:        Si en ella vives, tú estás
           allá en Castilla la Vieja.
MADRE:     ¿Qué habláis los dos a la oreja?   
           ¿Murmuráis de mí?
MARCELO:                      Jamás
              supe qué era murmurar.  
           cuanto más de quien adoro.
 
                              [A MARCELO] 
 
ROQUE:     Eso fuera ser tú moro,
           pues venías a adorar       
              el zancarrón de Mahoma.
MADRE:     (¡No seáis sorda!  Por mi vida, 
           que la venganza está urdida.
           Miren pues con quién se toma).
ROQUE:        Pregunta cuándo ha de ser    
           la boda.
MARCELO:            Casi no creo
           que de mi ardiente deseo          
           el dulce fruto he de ver.
              Con gran alborozo estoy.
MADRE:     Aunque a bellacos les pese,  
           quisiera que luego fuese.
           (Y no seré yo quien soy
              si por las mismas heridas
           no hago que sea verdad
           su burla).
MARCELO:               Con brevedad     
           uniremos nuestras vidas,
              pero con tal condición  
           que visitaros no tiene
           mi hijo.
MADRE:              (A eso va y viene,
           como es esa su intención). 
              Ansí, señor, ha de ser.
           Y en fe de esto, antes que os vais,
           quiero que a Ángela veáis.
           ¡Mira, que te quiere ver
              tu padre!  ¡Sal acá, niña!
MARCELO:   Ya la he visto y me ha agradado.
ROQUE:     ¡Una hija te ha pegado!
           Ella es de casta de tiña.
 
                             Sale ÁNGELA  
 
ÁNGELA:       ¿Qué me mandas?
MADRE:                        Reconoce
           a tu padre y tu señor.
ÁNGELA:    Es para mí gran favor.
MARCELO:   Sus años con gusto goce.
              Angel es en la hermosura
           como lo es en el nombre.
           Dichoso, dichoso el hombre   
           que espera tanta ventura.
ÁNGELA:       Lisonjas son, cortesanas.
MADRE:     (El cebo le he puesto ya.
           Si pica, él se acordará
           muy bien de las sevillanas).
MARCELO:      (¡Qué tez hermosa y serena!
           En su color soberana
           derrama Amor nieve y grana
           a la clavel y azucena.
              En el sol resplandeciente 
           de sus ojos, vivir pudo
           Amor, que como desnudo
           busca la región ardiente.
              Su edad verde es de manera
           que mayo en sus ojos vive.   
           porque las flores recibe
           de esta humana primavera).
              Roquillo, ¿qué te parece?
ROQUE:     Casi, casi tan hermosa
           como mi dama.
MARCELO:                 ¿No es cosa    
           de admiración?
MADRE:                     (El padece.
              A propósito le tengo
           la red; que es muchacha y bella.
           Si cae esta vez en ella,
           yo le doy con la de Rengo).  
              ¿Qué te parece, señor?
MARCELO:   Un árbol lleno de flores,
           y que en él mata de amores
           su hermosura al mismo Amor.
 
                 [La MADRE y MARCELO pasan a un lado] 
 
 
MADRE:        Escucha, Marcelo, aparte. 
           Algo sorda y algo vieja
           soy, y la edad no me deja
           valor para regalarte.
              Esta muchacha es hermosa,
           hija de padres honrados,          
           honestos son sus cuidados,
           que es modesta y virtüosa.
              Cásate con ella, y yo, 
           que bien te quiero, Marcelo,
           viviré alabando al cielo        
           por la dicha que le dio.
MARCELO:      (Más apacible beldad
           jamás en mis años vi.
           Un Jordán es para mí,
           que ha renovado mi edad.          
              Si es como rayo el amor,
           que en un brevísimo instante
           rompe el mármol más constante
           con su violento furor,
              ¿qué mucho que la hermosura  
           de una mujer peregrina
           cause tan presto rüina
           en una edad ya madura?
              Rico soy; ella me agrada.
           Murmuren de mí esta vez;        
           que he de pasar mi vejez
           en juventud regalada).
              Señora, tu yerno soy.
MADRE:     ¿No te quieres informar
           de su virtud singular?
MARCELO:   Por informado me doy.
MADRE:        Pues, de esta manera sea
           porque conviene el secreto;
           que quiero guardar respeto
           a un señor que la desea:        
              dale a un amigo poder,
           desposaráse con ella,
           vendrás tú después a vella,
           y llevarás tu mujer
              sin gastos y sin rüido.
MARCELO:   Dices bien, y escribir quiero
           en este libro primero,
           padres, nombre y apellido
              para que el poder se haga.
 
        Saca un libro de memorias y va escribiendo 
 
MADRE:     (Él ha venido al reclamo.  
           Ángela también me llamo.
           La burla esta vez me paga).
MARCELO:      ¿Ángela de qué?
MADRE:                        De Heredia.
           (Ella Mendoza se llama
           como su padre.  ¡Qué trama 
           para urdir una comedia!)
MARCELO:      ¿Y su padre?
MADRE:                       Don Andrés
           de Heredia.  (Mi padre fue).
MARCELO:   ¿Su madre?
MADRE:                 (El nombre diré
           de mi madre).  Doña Inés      
              de Soria.  ¿Ya no lo sabes?
MARCELO:   Preguntélo por no errar.
MADRE:     (Vos veréis qué es engañar
           mujeres nobles y graves).
MARCELO:      Hecho está el apartamiento.  
           Con el poder vendrá luego
           un notario.
MADRE:                   Es mi sosiego
           este noble casamiento.
MARCELO:      Yo te prometo, señora,
           grandes albricias.
MADRE:                        No mandes 
           a tu hechura albricias grandes.
MARCELO:   ¿Por qué no, si eres Aurora
              de aquel sol que tú me das?
           Roque, vamos.
ROQUE:                      ¿Es delito
           preguntar lo que has escrito?
MARCELO:   Eso después lo sabrás.
 
                Vanse haciendo cortesía a ÁNGELA 
 
MADRE:        ¡Oh, cómo tiene embelecos
           la corte en su confusión!
           Estatuas los hombres son
           que fantásticos y huecos,  
              sin sustancia y sin bondad,
           no tienen más que apariencia,
           y ansí la sabia experiencia
           es crisol de la verdad.
ÁNGELA:       ¿Cómo, madre?  ¿Ya no quiere 
           desposarse?
MADRE:                   ¿Ha de querer
           que el ardid de la mujer
           al de los hombres prefiere?
              Luego salgo. 
 
                             Vase la MADRE 
 
ÁNGELA:                     Dulce Amor,
           que al alma vas por los ojos,     
           traeme a Carlos sin enojos;
           afloja el arco al rigor.
 
                              Sale GÓMEZ 
 
GÓMEZ:        Ya lo traigo, en que me vi
           de persuadirle rogando.
ÁNGELA:    Buenas albricias te mando.   
 
                         Sale CARLOS y vase GÓMEZ 
 
CARLOS:    Con violencia vuelvo aquí.
ÁNGELA:       Carlos, aquél que se llama
           verdadero enamorado
           no ama bien si no ha estimado
           la autoridad de quien ama.   
              De estimar suele nacer
           no dar crédito al engaño,
           procurar el desengaño,
           y escuchar para saber;
              que hay engaños aparentes,   
           y de amorosos recelos
           nacen obstinados celos
           y opiniones diferentes. 
              Alejandro estaba loco
           porque se ve sin hacienda.
CARLOS:    Al fin, ¿quieres que no entienda
           lo que con las manos toco?
              Este tiene la mujer
           que contra la luz del día
           niega rebelde, y porfía.        
           ¡Y, en efecto, ha de vencer! 
 
                            Sale don DIEGO 
 
DIEGO:        (Si habrá el amor mitigado
           los favorables enojos
           de aquellos hermosos ojos
           de quien flechas ha tomado.  
              La cólera del amante
           es como nube de mayo
           que llueve, truena y da un rayo,
           y se serena al instante.
 
                             Ve a los dos 
 
              Confïanza tan incierta,   
           ¿cuándo en el mundo se ve?
           No me han visto; dicha fue
           no estar cerrada la puerta).
ÁNGELA:       ¿Rompí, en efecto, los lazos
           de tus engaños?
CARLOS:                      Ya creo    
           las verdades que deseo.
ÁNGELA:    Toma en albricias los brazos.
 
                           Abrázanse 
 
DIEGO:        (¡Qué sea tan bestia yo
           que creyese a esta mujer!)
ÁNGELA:    Háblal[e], que puede ser        
           que no te diga de no.
 
                              Vase CARLOS 
 
DIEGO:        Lindamente se ha vengado
           de los celos que le di,
           sierpe libia, que hay en ti
           veneno disimulado            
              entre labios de claveles.
 
                       Vuelve CARLOS a la puerta 
 
           ¿Cuándo traidor cocodrilo
           lloró en el margen del Nilo
           con engaños más crüeles?
              ¿Ayer quejas en los labios,    
           ayer lágrimas y amor;
           hoy abrazos, hoy rigor,
           hoy desdenes, hoy agravios?
              No me quejo que faltase
           en ti amor, que en la mujer  
           ordinario suele ser.
           Quéjome de que empezase...
ÁNGELA:       ¿Qué infernal persecución
           es la que en mi daño pasa?
           ¡Es Babilonia mi casa,       
           es abismo, es confusión!
              ¿De qué Nuncio de Toledo,
           de qué hospital de Valencia
           se han soltado, con violencia,
           tantos locos?  Ya no puedo   
              resistir los golpes fieros
           de mi fortuna.
DIEGO:                   ¿Y querrás
           disculparte, y negarás
           tus abrazos lisonjeros?
              Brazos traidores y bellos 
           diste a Carlos con amor,
           y aun es la culpa mayor;
           que le rogaste con celos.
ÁNGELA:       ¿Qué te importa, hombre o demonio
           sin ley ni buena crïanza?
DIEGO:     Luego, ¿dirás que es venganza,
           pues, llamarlo testimonio
              no puedes?
ÁNGELA:                  Vete de aquí.
           ¿Qué?  ¿No tuviese cerrada
           yo mi puerta?
DIEGO:                   A mi pasada    
           dulce libertad volví.
              Voyme, y dejo tu galán
           con quien de mi amor te ríes,
           pero advierte que me envíes
           esas memorias que están         
              neciamente en tanto olvido.
ÁNGELA:    ¿Qué me dices, monstruo fiero?
DIEGO:     (Bien verá que ya no quiero,
           pues mi cadena le pido).
 
                           Vase [don DIEGO] 
 
ÁNGELA:       ¿Hay tan oscura quimera?  
           Ya se fue, gracias a Dios.
CARLOS:    ¿Dos veces, Ángela?  ¿Dos?
           ¿Y de una misma manera?
              ¿A ver esto me has traído?
           ¿Fue lo pasado tan poco?          
           ¿También don Diego está loco?
           ¿También su hacienda ha perdido?
              ¿No fue éste su caso, acaso?
           Tú, crüel, lo pretendiste
           porque sin duda creíste         
           que con tus celos me abraso.
              ¡Que vale para quien eres!
 
            Acomete a irse y ásele de la capa ÁNGELA 
 
ÁNGELA:    Mira que aquéste don Diego
           anda por mí sin sosiego,
           pero yo...
CARLOS:                  Engañarme quieres.     
              "¡Ayer quejas en los labios!
           ¡Ayer lágrimas y amor!
           ¡Hoy abrazos!  ¡Hoy rigor!
           ¡Hoy desdenes!  Hoy agravios!"
              ¿No te dijo?  Aquéstas son   
           palabras de pretendiente
           o de quien agravios siente
           porque está en la posesión.
 
                        Tira de la capa y vase 
 
ÁNGELA:       ¿Qué?  ¿No me quieres oír
           satisfacción a tu agravio? 
           ¡Muero!  ¡Desespero!  ¡Rabio!
           ¡Oh, cómo cansa el vivir!
 
          Vase [ÁNGELA].  Salen MARCELO, ALBERTO y un NOTARIO 
 
MARCELO:      Haráse este poder de la manera
           que he dicho, y yo lo otorgo;
           que en efecto me caso porque tengo     
           un hijo, y hele inquieto.
           Quizá sosegará viendo casado
           al que heredar espera.
ALBERTO:   No eres tan viejo tú que andes errado,
           Marcelo, en esa acción.
MARCELO:                         Advierte, Alberto,    
           que aunque eres novio sólo de prestado,
           no te turbas.  La madre está algo moza
           y pudieras errar, pero trae tocas
           de viuda, y fácilmente
           conocerás su hija, sol de oriente.
ALBERTO:   Advertido estoy.  Bien, vamos notario.
MARCELO:   Secreto es necesario.
NOTARIO:   Sabrémosle tener.      
 
                     Vanse [ALBERTO y el NOTARIO] 
 
MARCELO:                      ¡Dichoso día!
 
                            Sale ALEJANDRO 
 
ALEJANDRO: Nació de mi crüel melancolía
           horrendo monstruo, al fin.  Nació mi daño.   
           ¡Dichoso el que en extraño
           imperio o mar se aleja,
           y aquel paterno amor pone en olvido!
           ¡Dichoso el que se deja
           la patria y varios reinos peregrina    
           sin ley ni disciplina!
MARCELO:   Alejandro, ¿qué tienes?
ALEJANDRO: Una joya que yo, mísero loco,
           con un vestido di (mi amor confieso),
           y también la cadena de diamantes     
           hallé en un escritorio
           de Isabela. ¡Ay, honor!  ¿Por dónde vino?
           Mi agravio aquí es notorio.
MARCELO:   Investiguemos, pues, ese camino.
           El caso es grave; disimula, hijo. 
           Toma dineros por si te conviene
           hacer más diligencias.
 
                              Dale una bolsa 
 
           Yo, por mi parte, voy sin regocijo;
           que el caso melancólico me tiene.
           (Buscando esta experiencia   
           agora pienso ver si el sentimiento
           le olvida de su juego y mocedades).
 
                            Vase [MARCELO] 
 
ALEJANDRO: ¡Salid, salid verdades,
           salid a plaza ya!  ¿Si no dio Roque
           la rosa de diamantes a doña Ángela   
           y a Isabela la dio?  No es verosímil.
           Y la cadena de diamantes, ¿cómo
           a Isabela volvió si fue don Diego
           aquél que la ha ganado?
           Mi muerte sabré de él o mi cuidado.     
 
                              Sale ROQUE 
 
ROQUE:     De don Pedro un recado
           te espera.
ALEJANDRO:           Di, ¿qué quiere?
ROQUE:                                  Que en su casa
           hay agora, señor, un grande juego,
           y esquitarte podrás.
ALEJANDRO:                        Vete, demonio.
           Demonio tentador, ¿juego me nombras    
           entre las negras sombras
           del dolor que me trae arrepentido?
ROQUE:     (¿El juego da al olvido
           con dineros?  ¡A fe que está trocado!)
ALEJANDRO: Ven acá, Roque.  ¿Diste...
ROQUE:                              ¿Qué?
ALEJANDRO:                                ¿...la rosa
           de diamantes a aquella sevillana?           
           ¡La verdad, la verdad!
ROQUE:                            ¿Pierdes el seso?
           ¿Cómo sales con eso?
           ¿Tú mismo, no dijiste que alababa
           el vestido y la flor cuando te hablaba?
ALEJANDRO: Vete, bien dices.
ROQUE:                       (Ya la rosa ha visto.
           Al fin hacen los celos
           que mude inclinación).
 
                              Vase ROQUE 
 
ALEJANDRO:                      ¡Ah, santos cielos!
           ¿Don Diego, no será quien le ha envïado
           la cadena?  Esto es cierto.  
           Alguno la ha ganado
           en mi deshonra pródigo.  Soy muerto.  
 
                              Sale ROQUE 
 
ROQUE:     Señor.
ALEJANDRO:          ¿Otro recado?
ROQUE:     Doña Ángela te ruega
           que la vayas a ver.
ALEJANDRO:                     Demonio, vete;     
           que ya no ama ni juega,
           ni jugará jamás hombre tan necio.
           Ni la estimo ni precio.
ROQUE:     (Bueno va esto, a fe).  Don Diego viene.
 
                      Sale don DIEGO y vase ROQUE 
 
ALEJANDRO: (Su lengua ha de ser la que condene    
           o absuelva mis agravios.
           Mi desdicha o mi bien está en sus labios).
DIEGO:     Alejandro, un negocio de importancia
           a tu casa me trae.
ALEJANDRO:                    (Decirme quiere
           mi deshonra, sin duda).  Aquí me tienes.
DIEGO:     Mi amigo fuiste siempre, y me confío.
ALEJANDRO: (Ya llega el dolor mío).
DIEGO:     Acuchillar tenemos, esta noche,
           un hombre que me enfada.
ALEJANDRO:                         En hora buena.
           ¿Y quién es él?
DIEGO:                   Es Carlos.
ALEJANDRO:                         (¡Qué camino 
           para no darme pena!)
           Toma de mí venganza.
DIEGO:     Amaba a Ángela yo, con esperanza
           de su boca nacida;
           mas ya su fe, su vida,       
           adora a Carlos, y aun le da, sin duda,
           lo que estafa a los otros.  La cadena
           que perdiste y gané, como no es muda,
           diciendo que era buena,
           ya que no dada, me sacó prestada.    
           Cobraréla esta tarde
           y después buscaremos
           al andaluz cobarde.
ALEJANDRO: En este mismo puesto nos veremos.
DIEGO:     Adiós.
 
                           Vase [don DIEGO] 
 
ALEJANDRO:          Averiguados         
           mis agravios están y mis cuidados.
           Carlos anoche suspiró a mi puerta,
           y Carlos en mi calle está de día.
           Ángela quiere a Carlos.  Cosa es cierta.
           Testigo de ella ha sido el alma mía. 
              Pues si ella le regala, ella le ha dado
           la joya y la cadena,
           y a mi casa infelice la ha envïado.
           ¡Oh, casa de tahur, casa bien llena
           de agravios, deshonor, melancolía,
           cuán poco duró en ti nuestra alegría!
 
                             Sale ISABELA 
 
ISABELA:      Como al enfermo agrada
           el alba alegre y luz resplandeciente
           de su cara rosada,
           y el líquido cristal de clara fuente
           alegra al peregrino     
           fatigado del áspero camino,
              ansí, señor, me alegra
           vuestra venida a casa, aunque es aurora
           que absconde nube negra.          
           No os he visto, señor, alegre una hora
           en aquestos dos días.
           No eclipsen nuestro amor melancolías.
ALEJANDRO:    Como al enfermo enfada
           la noche oscura, que del sol ausente,  
           a mí la luz templada;
           y como en el estío el sol ardiente
           fatiga al peregrino     
           en su prolijo y áspero camino,
              ansí me dan enfado      
           tus lisonjas, tu voz y tus amores.
ISABELA:   Blanca miel ha sacado
           la solícita abeja de las flores
           en el pradillo ameno,
           y la araña en la flor halla veneno.  
              La flor, ¿qué culpa tiene
           si el daño está en el pecho y no en su hoja?
           Amor cándido viene.
           Si amo, me alegra amor; y amor te enoja.
           Condena tus errores.         
           No culpes a mi voz ni a mis amores.
ALEJANDRO:    ¡Qué ejemplos tan vulgares!
           ¡Qué argumentillos necios y cansados
           para aumentar pesares!
ISABELA:   Comunícame ya tantos enfados.   
           Si es público el efeto,
           ¿por qué a la causa das tanto secreto?
ALEJANDRO:    En su principio es fuente
           dormida entre esmeraldas aquel río
           que en su espalda consiente  
           la máquina admirable de un navío.
           Mi agravio es hoy infante.
           Si más vida le doy, será gigante.
              ¡Hola!
ROQUE:              ¿Señor?
ALEJANDRO:                    La puerta
           con vigilancia guarda, ya que ha estado     
           a mi desdicha abierta.
           Salga del pecho mi dolor callado,
           y en confusos desvelos
           la honra y el amor paran sus celos.
              Isabela, yo estimo        
           en mucho tu valor, tu virtud creo.
           En el alma la imprimo;
           mas debo sujetarme a lo que veo
           porque el discurso halla
           al crédito y la vista en cruel batalla.   
              La controversia es fuerte.
           Escoge, pues, con ánimo sencillo,
           la verdad o la muerte.
           En tus labios están la vida y cuchillo.
           O entrega la garganta,       
           o dime la verdad piadosa y santa.
ISABELA:      Si tú quieres verdades,
           ¿cómo las pides con rigor y pena?
           ¿Con muerte persüades
           que diga la verdad a la que es buena?  
           Pregunta, dulce amigo,
           que si quieres verdad, verdades digo.
 
                            Asela del brazo 
 
 
ALEJANDRO:    ¿De quién has recibido
           la rosa y la cadena de diamantes
           que yo, ¡ay de mí!, he perdido?
ISABELA:   A preguntas, oh infiel, tan ignorantes,
           no debe dar respuesta
           una mujer tan noble y tan honesta.     
 
                   Suéltase del brazo con ira 
 
              Pregúntalo a Marcelo,        
           tu padre y mi señor.
 
                     [Sale MARCELO] 
 
MARCELO:                      Hijos, ¿qué es esto?
ALEJANDRO: Salir ya de un recelo,
           laberinto crüel, dolor molesto.
 
                       Apártalo a un lado 
 
MARCELO:   Si sereno tus ojos,
           tus celos, tus sospechas, tus antojos,
              ¿qué me prometes?
ALEJANDRO:                       Amo    
           tanto a Isabela, y su beldad adoro,
           aunque ingrata la llamo,
           que, pues no puedo dar montañas de oro,
           te juro y le prometo
           de no entregarme más al juego inquieto.   
              Su luz me niegue el cielo
           y la tierra sus frutos diferentes;
           su blando y dulce hielo
           vuelvan en mármol para mí las fuentes;
           iguale con porfía               
           a la pena de Tántalo la mía;
              con vanas ilusiones,
           con fantástico horror y devaneos,
           perturbe mis acciones
           el pálido temor, y mis deseos   
           en tierna flor cortados
           hallen por fruto míseros cuidados;
              incierto peregrino
           por varios campos, mares extranjeros,
           a fuerza del destino         
           pase los años de mi edad ligeros,
           si a liviandad ni a juego
           las dulces horas del vivir entrego.
MARCELO:      Deseo tuvo un santo
           de ver, si bien de lejos, el infierno, 
           lugar de eterno llanto.
           Entre sueños le vio y el pecho tierno
           de miedo quedó helado
           como si vivo fuera y no soñado.
              Yo quise, oh hijo mío,  
           que vieses el infierno de un agravio
           y el loco desvarío
           de tu vida, enmendases como sabio;
           que a ver este mal llega
           quien no honra a su mujer y amor le niega.  
              El vestido y la rosa
           a Isabela entregó este fiel crïado,
           y con burla graciosa
           la cadena a doña Ángela ha sacado,
           y yo rondé tu puerta       
           por darte celos yo.
ALEJANDRO:                    Mi dicha es cierta.
              Los celos del amante,
           como disgusto dan y no deshonra,
           no es mal tan importante;
           mas como tocan en el gusto y honra     
           celos de hombres casados,
           ¡vive Dios!, que aun en burlas son pesados.
              Perdóname, Isabela,
           si la razón fue esclava de los ojos.
 
                              De rodillas 
 
           No aborrece quien cela,      
           dudé mas no creí vanos antojos,
           y sujetos a errores
           están nuestros sentidos exteriores.
ISABELA:      Señor, señor, levanta;
           esas palabras y esta acción ignoro.
ALEJANDRO: Eres noble, eres santa.
ISABELA:   Soy quien siempre te amó.
ALEJANDRO:                         Yo quien te adoro.
ROQUE:     Y yo la culpa toda,
           y ansí seré la vaca de la boda.
ALEJANDRO:    No serás.  Bien te quiero.
MARCELO:   Pues, yo, para un paterno regocijo,
           hoy convidaros quiero.
           Me caso en conclusión.  Perdona, hijo,
           que la vejez convida
           a sosiego y a paz la humana vida.
ALEJANDRO:    A tu gusto sujeto
           viviré eternamente.
ISABELA:                      Y yo a tu esposa
           tendré amor y respeto.
ALEJANDRO: Dínos, señor, quién es.
MARCELO:                           Moza y hermosa.
ROQUE:     (Con la sorda te casas.      
           En tiempo de uvas frescas comes pasas).
 
                    Vanse.  Salen ÁNGELA y su MADRE 
 
MADRE:        ¿Qué graves melancolías
           son las que ya te congojan?
           ¿Este necio amor de Carlos
           es tu pena y es tu gloria?   
           No te agradan mis consejos,
           y ansí, pobre, triste y sola
           pasarás mísera vida
           si con Carlos te desposas.
           Toma ejemplo en mi esperanza,     
           ejemplo en mi industria toma;
           pues me caso ricamente
           más vieja y menos hermosa.
ÁNGELA:    ¡Oh, mal haya la avaricia!
           Por ella mis ojos lloran          
           los favores que a don Diego
           di, del oro codiciosa.
           Ya Carlos, lleno de celos,
           falsa y mudable me nombra,
           y en aparentes razones       
           mezcla quejas rigurosas.
MADRE:     De esa suerte viuda estás.
           Ángela, ponte estas tocas
           que ya me cansan a mí;
           que parecer quiero moza.          
           Prueba la viudez un día;
           quizá con ella gozosa,
           no querrás el otro estado.
           Ya aborrecerás las bodas.
ÁNGELA:    ¿Tan de gusto estoy que quieres   
           hacer máscara y chacota?
MADRE:     Hermosa estarás con ella,
           y tu cara será rosa;
           que en la nieve sale más
           la púrpura de las hojas.   
 
     Quítase las tocas la MADRE y póneselas la hija 
 
ÁNGELA:    Si para mí Carlos muere,
           viuda quiero ser una hora.
           En tanto que sé si tiene
           vida su amor...
MADRE:                     Linda cosa.
 
                              Sale GOMEZ 
 
GOMEZ:     Un notario está a la puerta.
MADRE:     Aquí comienza mi historia).
ÁNGELA:    Las tocas me quito...
MADRE:                           Calla,
           que, a fe que no te conozcan...
                                        
                      Salen ALBERTO y el NOTARIO 
 
ALBERTO:   Marcelo Gentil me envía
           a vuestra casa, señoras,        
           con un poder y un notario.
           Bien sabréis a qué.
MADRE:                        (Yo sola
           puedo saber la ocasión).
ALBERTO:   Vos, pienso que sois su esposa.
 
                               A ALBERTO 
 
NOTARIO:   Harto mejor es la viuda,          
           y aun me parece más moza.
ALBERTO:   Madrastra será, no madre,
           y me río de una cosa:
           que nos encargó Marcelo
           no trocásemos las novias        
           y eligiésemos la viuda.
           Más valiera errar.
NOTARIO:                      La otra
           es un ángel.
ALBERTO:                 Gustos son.
NOTARIO:   Concluyamos, pues, que es hora.
           ¿Quién es doña Ángela Heredia?     
           Sin duda sois vos.
MADRE:                        La propia.
NOTARIO;   ¿Vuestro padre?
MADRE:                        Don Andrés.
NOTARIO:   ¿Vuestra madre?
MADRE:                     Inés de Soria.
ALBERTO:   Pues, en nombre de Marcelo
           os doy la mano.
MADRE:                      Y lo otorgan     
           también mi palabra y mano.
NOTARIO:   Viváis edades no cortas.
           De ellos doy fe, y esto es hecho.
ALBERTO:   Voy a dar nuevas gozosas
           a Marcelo.
 
                      Vanse ALBERTO y el NOTARIO 
 
MADRE:              Y yo le espero;     
           que ya el alma se alboroza.
           Quiera Dios que bien lo lleve.
ÁNGELA:    Alza, Gómez, estas tocas,
           que he estado con gran vergüenza.
GOMEZ:     Todo es disfraces en bodas.  
           ¡Cómo me huelgo!  Y en tanto
           que aquesta planeta corra,
           no pierdo las esperanzas
           de casarme.
MADRE:                   Es una cosa
           casarte, Gómez, o yo...
GOMEZ:     Entre la una edad y otra,
           yo apostaré que no hay
           de diferencia tres horas.
 
                              Sale CARLOS 
 
CARLOS:    Por esas calles se dice
           que Ángela, infiel, se desposa,   
           y aunque ofendidos mis ojos
           se abrasan porque la adoran,
           ¿es verdad, Ángela ingrata,
           que te has de casar agora
           con Marcelo?  ¿Qué mudanza 
           tu entendimiento trastorna?
           ¡Con un hombre a quien el tiempo,
           con sus alas voladoras
           dio más plata en el cabello
           que la Fortuna en su bolsa?  
           ¿Con un viejo?
MADRE:                      ¡Paso, paso!
           Que esas injurias me tocan.
ÁNGELA:    Mira, Carlos, que es mi madre
           la que se casa.
CARLOS:                       Perdona.
 
                      Salen don DIEGO y don LUIS 
 
DIEGO:     Cobrar quiero mi cadena;          
           que una niña estafadora
           no ha de hacer suertes en mí
           con engaños y lisonjas.
LUIS:      Bien haces, pues que sabemos
           que con las razones propias  
           que me sacó mi cadena,
           te engañaba codiciosa.
MADRE:     Estos me cansan.  Azar
           tengo en estas dos personas.
 
Salen MARCELO, ISABELA, ALEJANDRO, ALBERTO, ROQUE y FABIÁN
GOMEZ: Si van oliendo la fiesta, entrará la corte toda. ROQUE: Dan lugar al desposado. ¡Plaza, plaza! MADRE: ¡Aquí fue Troya! Líbreme Dios de sus iras). [A MARCELO] ALBERTO: Si la viuda es más hermosa, ¿por qué, di, no la escogiste? MARCELO: No digas, necio, tal cosa; que a mi mujer no se iguala la misma luz de[l] aurora. ROQUE: Oye, señor, si ha de haber música alguna en la boda, trae trompetas y campanas porque la novia las oiga. ALEJANDRO: ¡Que con Ángela se case mi padre! ¡Suerte dichosa en razón de su hermosura! ISABELA: Y dice que no la dota. [MARCELO] habla con ÁNGELA MARCELO: ¿Qué piloto llega al puerto tras del furor de las olas, con cuya nave los vientos jugaron a la pelota, más alegre que yo llego a tus ojos de quien sombras son el sol y las estrellas con que la noche se adorna? ÁNGELA: No es razón que a mí tan presto me hagáis, señor, tantas honras. Hablad primero a mi madre. MARCELO: Tu discreción me aficiona. Dices bien. (¡Cortés mujer!) ÁNGELA: (Noble padrastro). MARCELO: Señora, la bendición, la licencia, y el sí vuestro perfecciona[n] mis bien logrados deseos. MADRE: Vuestra soy. MARCELO: (Suegra piadosa). Pues que de esta cortesía fuisteis maestre, ya es hora que deis, Ángela, esa mano. ÁNGELA: Daréla, pues que me importa. Toma, Carlos. MARCELO: "¿Toma Carlos?" ¿Qué cosa es Carlos? ÁNGELA: Se nombra mi esposo ansí, ¿no lo ves? MARCELO: ¿Qué es esto, Alberto? ALBERTO: ¿Eso ignoras? Es libre y busca marido. MARCELO: ¿Qué es libre? ALBERTO: ¿De eso te enojas? ROQUE: Boda de invierno es la nuestra porque s[e] aforra con otra. MARCELO: ¿Qué confusión es aquésta? ¿Estamos en Babilonia? ALBERTO: Con Ángela te has casado. ¿Qué te espantas y alborotas? ÁNGELA: Con doña Ángela de Heredia. Yo soy, señor, de Mendoza. Mi madre es la desposada. MARCELO: ¡No se usara en Etïopia tal maldad! MADRE: Señor, paciencia; que en esta ocasión importa. Si me quisisteis primero, no os mentí. Yo soy la propia. MARCELO: ¿También Ángela te llamas? CARLOS: Señor, sí. Cosa es notoria. ROQUE: El casamiento es ninguno. MADRE: ¿Por qué? ROQUE: Porque siendo sorda, no oyó bien lo que se hizo. MARCELO: No alegas mal. MADRE: ¿Soy yo boba? Más oigo que todos juntos. ROQUE: ¡Venga a examen, vieja loca! MADRE: Vos sois el loco, lacayo. ROQUE: ¡Oyóme esta vez! Va otra un punto más bajo en tono y la dueña Quintañona se casa con Galaor. MADRE: ¡Mentís, mandil de fregonas. Si Marcelo es quintañón, yo soy moza y muy bien moza. ROQUE: ¿Ésta es sorda? En toda España no hay jabalí que más oiga. MARCELO: Si no es sorda, menos mal. Ángela de Heredia, toma la mano; que si es destino, no hay fuerzas contradictorias. DIEGO: Pues, agora pido yo, doña Ángela de Mendoza, mi cadena. ÁNGELA: ¿Cómo, cómo? DIEGO: Digo que pido mi joya. ÁNGELA: Si la llevó el alguacil, y después que no lo ignoras, confesaste ya tenerla, ¿qué me pides? FABIAN: Esta historia me toca a mí. DIEGO: ¿Qué alguacil? ¡Qué confusión! ¡Qué memorias! ÁNGELA: Aquí est&aaccute;  el señor Picón. ¡Oh, como vino en buena hora! ¿No le ha dado la cadena? ALEJANDRO: Esto, don Diego, me toca. La cadena tengo yo; vos tendréis el valor. DIEGO: Sobra. ALEJANDRO: Y la casa del tahur enmienda y fin tiene agora. ROQUE: Vuestras mercedes perdonen, y aquí gracia y después gloria. Laus Deo

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002