LA CASA DEL TAHUR

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en autógrafo de LA CASA DEL TAHUR (Biblioteca Nacional, Madrid, R-118) tal como fue editado por Vern Williamsen en 1996 para la propuesta edición de las obras completas de Mira de Amescua.


Personajes: 


ACTO PRIMERO


 
Salen MARCELO y ALEJANDRO
MARCELO: Hijo, que único heredero de mi casa y de mi honor has nacido, no es amor la pasión con que te quiero. Un afecto es, más asido al alma. Aunque dije mal --amor es, mas sin igual. Amor singular ha sido. La escuela de mis verdades y consejos te ha crïado, pero tu error te ha llevado por juegos y mocedades. Jugabas lo que tenías, y no tenías también, y tierno quisiste bien cuantas mujeres veías. Contrario amor suele estar al juego, y en tu sosiego ni el amor divirtió el juego ni el jugar venció al amar. En una y [en] otra guerra, que el juego y amor son lides, siempre estabas como Alcides, un pie en el mar, otro en tierra. Remedio, por mil caminos, intenté en vano a mi pena, y al fin hallé el que refrena juveniles desatinos. Caséte con Isabela de quien fui tutor y a quien ha aprovechado más bien la doctrina de mi escuela. En su rostro, en su cordura, con singular eminencia, aun están en competencia la virtud y la hermosura. Ha durado la alegría en tu casa, en quien estoy como huésped, hasta hoy. Éste es el octavo día. En la casa del tahur se dice que dura poco. Pues ya los umbrales toco de la muerte, y su segur siento casi a la garganta, ¡dulce muerte me acomoda! Haz cuenta que siempre es boda. Dure, oh hijo, esta paz santa. Yo, en mi casa y retirado, mirar tu enmienda pretendo; procedo bien advirtiendo que ya mi hacienda te he dado. Tuya es ya la renta mía; no tengo más que dejarte. Sólo reservo la parte que al alma me convenía. Si le perdieres, apela al hospital y no a mí. Hacienda y mujer te di. Buen dote trujo Isabela. Bien sé que cuerdo dispones el gobierno de tu casa; que el error del joven pasa con nuevas obligaciones. Bien sé que el dichoso estado, en que ya vives contento, despierta tu entendimiento y nueva razón te ha dado; pero nunca inútil es el buen consejo. ALEJANDRO: Señor, agradecido a ese amor, beso mil veces tus pies. Yo con Isabela vivo, preso de amor. ¿Qué cuidado vencerá un enamorado? ¿Ni qué juego al que es cautivo? Mucho estimo tus consejos, que al fin me doctrinan y aman. Vejeces los mozos llaman lo que prudencia los viejos; pero a mí ya me recrea tu elección. No la condeno, que siempre el consejo es bueno aunque menester no sea.
Adentro ROQUE y dos MÚSICOS
ROQUE: Brindis, sos músicos. MÚSICO 1: Mía es la obligación. Espera, ya la paga. ROQUE: ¡Oh, quién tuviera una boda cada día! MARCELO: Tus amigos te visitan si te alegran tus crïados. Yo me voy, hijo. Los hados vida feliz te permitan.
Vase [MARCELO]. Salen don DIEGO, don LUIS, y CARLOS
DIEGO: Aun huele a boda la casa. ALEJANDRO: ¡Oh, don Diego! ¡Oh, don Lüís! ¡Qué tarde a verme venís! LUIS: Mientras que la octava pasa de esta doméstica fiesta, no era ocuparte razón. ALEJANDRO: La amistad, la obligación, en ningún tiempo molesta. ¿Quién es aquel gentilhombre? DIEGO: De Sevilla y caballero, y nuestro amigo. ALEJANDRO: Yo quiero que mío también se nombre. LUIS: Hanos dado a conocer una dama sevillana... No mujer, no cosa humana... Ángel es, que no mujer. Aquí a Madrid ha venido con su madre a proseguir ciertos pleitos. DIEGO: Y a decir que sola Sevilla ha sido la madre de la hermosura. LUIS: Con este conocimiento de Carlos, en su aposento, en amistad casta y pura, tenemos conversación. Rífanse dulces y aloja, y pasamos la congoja de las siestas. ALEJANDRO: No es razón, señor Carlos, que yo sea de tal amistad ajeno. CARLOS: Si para servir soy bueno, serviros mi alma desea. ALEJANDRO: Mi persona y esta casa están a vuestro servicio.
Salen los dos MÚSICOS y ROQUE con una taza y un jarro
ROQUE: ¡No es boda donde hay jüicio! DIEGO: ¡Hola! ¡Mirad lo que pasa! ALEJANDRO: Roque y dos músicos son. Mi boda están celebrando, más bebiendo que cantando. LUIS: No es mala la ocupación si cantan mal, pues bebiendo no cantarán. ALEJANDRO: Son malditos. ROQUE: No es, oh músicos mosquitos, voz la vuestra sino estruendo. Zumbadme en estos oídos, bailaré. ALEJANDRO: ¡Loco, despierta! ROQUE: La boca sola está alerta mientras duermen los sentidos. ALEJANDRO: ¿A qué habéis salido aquí? ROQUE: Para danzar, ¿no lo ves?, en tus bodas. ALEJANDRO: ¡Lindos pies de danzar! LUIS: Serán ansí bacanales, no himeneos. ROQUE: ¿No veis los que representan? ¡Qué bailecillos inventan de visajes y meneos! En ellos, si consideras, dos diferencias se ofrecen; que allá borrachos parecen y aquí lo estamos de veras. Allá se dejan caer, tuercen el cuerpo al desgaire, dan traspiés, burlan del aire que el danzar debe tener. ¿Qué oficios hay inventados que no se imiten allí? Parecen, bailando ansí, o locos o endemoniados. No hay cosa en la vida humana que no baile a su despecho. La matemática han hecho bailarina escarramana. Una araña, roja y fiera, en Italia he visto yo, y cualquiera que picó baila de aquesta manera. Y pienso que no se engaña un señor muy avisado que dice que se han pasado las tarántulas a España. ALEJANDRO: Y aun hacen esos errores, que en España renovemos bailes que culpados vemos en los antiguos autores. ROQUE: Cantad, músicos panarras, que ya me voy meneando. MÚSICO 1: Reventaremos cantando. ROQUE: Eso hacen las cigarras.
Cantan. Baila ROQUE
MÚSICOS: "Cualquier casamiento alegra la casa, como no se casen el vino y el agua. Goza de Isabela, hermosa y gallarda, el nuevo Alejandro, honra de su patria. Haya muchos siglos placer en su casa, como no se casen el vino y el agua." ALEJANDRO: Basta, basta, que este día no estáis para nada buenos. DIEGO: De vino los tiene llenos vuestra dichosa alegría. Tanta os dé vuestra mujer que nunca podáis mirar ni la cara del pesar ni la espalda del placer. Años del fénix no visto viváis con ella, Alejandro, los de Nestor, los de Evandro, los de Príamo y Egisto. El tiempo que corre aprisa tardo movimiento tenga, y al fin vuestra muerte venga envuelta entre sueño y risa. ALEJANDRO: Deseos son lisonjeros de una voluntad pagada. Tráeme la capa y la espada; que con estos caballeros saldré un rato. LUIS: Es honra nuestra. MÚSICO 2: En otra boda os veáis. ALEJANDRO: Mala música tengáis. ¡Que sí tendréis si es la vuestra, que yo no quiero enviudar!
Vanse los MÚSICOS y ROQUE
LUIS: No, ¡plega a Dios! Antes sean tantos tus hijos que vean, de los cielos y del mar, luces y arenas iguales a su número, y de flores se coronan vencedores en mil batallas navales. Uno en la guerra crüel ciña de roble su frente, otro sabio y diligente en la escuela, de laurel. Uno suba en la conquista de alguna empresa cristiana, y otro en la corte romana sagrada púrpura vista.
[Sale ROQUE en capa y sombrero]
ALEJANDRO: Dulce cosa es el casarse si tal parabién se espera. ROQUE: Si quisiere salir fuera, su merced, a pasearse,
Pónele su misma capa y sombrero [a ALEJANDRO]
no se habrá visto jamás tan galán. LUIS: ¿Qué has hecho, loco? ALEJANDRO: A cólera me provoco. Cansado borracho estás. ROQUE: En éste, tu alegre estado, de un modo estamos tú y yo. ALEJANDRO: Luego, ¿estoy borracho? ROQUE: No, pero estás... ALEJANDRO: ¿Qué estoy? ROQUE: Casado. Pues si yo mal no me acuerdo, la mujer al vino imita; porque en un momento quita el seso al hombre más cuerdo. Que se pueden comparar oí a un discreto decir, pues tal vez hacen reír, y tal vez hacen llorar. ¿No has visto qué dulcemente entra el vino por la boca, y cuando a las tripas toca, qué fuerte y bravo se siente? La mujer, cuando se casa, entra muy mansa, porque es vino al beberse, y después no hay quien la sufra en la casa. Como vino puro ha sido la que a ser ligera empieza, pues se sube a la cabeza del desdichado marido. Una diferencia alego: que el vino viejo ha de ser, mas si es vieja la mujer, leña es, seca, ¡vaya al fuego! Un cortesano bizarro, de estos melífluos decía que él en la mujer querría las calidades del jarro: limpio ha de ser, sano y nuevo. Y ansí mujer linda o fea, ya que es vino, jarro sea, que de otra suerte no bebo.
Salen ISABELA y FABIÁN. Sacan de vestir a ALEJANDRO
ISABELA: ¿Dónde, con tal diligencia? FABIÁN: Dicen que salir quería. ISABELA: ¿Vais fuera? ALEJANDRO: Sí, gloria mía; mas no sin vuestra licencia. Es forzoso acompañar mis amigos. DIEGO: Servidores suyos y vuestros. ISABELA: Señores, míos os podéis llamar.
Van vistiendo [a] ALEJANDRO
CARLOS: (¡Mujer divina! El extremo Aparte de hermosura manifiesta. Ángela es ángel, mas ésta es de otro coro supremo. ¿Qué superior jerarquía contiene este ángel? En mí siento, después que la vi, nueva suerte de alegría). ISABELA: Por parecer desposado, lleva más joyas, si quieres. Envidiarán las mujeres mi felicísimo estado. La cadena de diamantes llevarás. ALEJANDRO: A mucho obligan tus joyas. ISABELA: Quiero que digan como hay mujeres, amantes de sus maridos. CARLOS: (¡Qué grave Aparte honestidad y qué hermosa compostura! No vi cosa a l[os] ojos más süave).
Apartados [ALEJANDRO y LUIS]
ALEJANDRO: Mi curiosa inclinación ver esa Ángela desea. LUIS: ¿Hay más, sin que se vea? ALEJANDRO: ¿Y a cualquier conversación está apacible? ¿O se espanta? LUIS: Con un honesto recato, es agradable su trato. ALEJANDRO: ¿Y su madre? LUIS: Es una santa. Argos es de la muchacha, pero aplica su atención a libros de devoción, y es sorda. ALEJANDRO: ¡Famosa tacha! CARLOS: (Gloria inspira, si la veo. Aparte Rige mis ojos razón, que el ver con delectación cerca está de ser deseo).
Vanse. [Quédanse ISABELA y ROQUE]
ISABELA: ¿Qué amigos, Roque, son éstos? ROQUE: Los amigos que se usan. En el trabajo se excusan, y en la dicha son molestos. Todos son de la manera que fáciles golondrinas, que nos buscan, peregrinas, en la verde primavera. Vinieron de allende el mar buscando el mayo templado, y antes del diciembre helado, van a otra parte a cantar. Facilidad semejante en nuestra sombra se vea, que nos sigue y nos rodea sin dejarnos un instante, y aunque de nosotros nace cuando el sol su luz no niega, apenas la noche llega cuando vana se deshace. Éstos vienen y se alejan según los tiempos prosiguen: en el próspero no[s] siguen, y en el adverso nos dejan. Los primeros han de ser que a los juegos o a las damas le lleven. ISABELA: ¡Ay, Roque! Si amas a tu señor... ROQUE: ¿Qué [he] de hacer? ISABELA: Suplicarle muy de veras que vuelva presto. ROQUE: Yo voy. ISABELA: Síguele. ROQUE: Podenco soy, que sé bien sus madrigueras.
Vanse. Salen ÁNGELA y su madre con un libro
MADRE: Ángela. ÁNGELA: ¿Señora? MADRE: Escucha una madre que desea que vivas felicemente, que prósperos años tengas. Hermosura y gallardía te dio la Naturaleza, hidalga sangre tus padres, el Tiempo su primavera. Juventud gozas florida, sólo la Fortuna ciega contra tus méritos, hija, te ha negado su riqueza. Supla el arte a la Fortuna, y la buena diligencia engendre en ti la ventura que te niegan las estrellas. En la corte estás, que es mar donde el diligente pesca, el venturoso trïunfa, y el desdichado se anega. Buen anzuelo es la hermosura, muchos golosos se ceban; aspira a un gran casamiento, tiende la red lisonjera. De este mañoso edificio, la primera baja sea conservar la buena fama de castísima doncella, la virtud y honra delante; porque así a su sombra puedas envolver un favorcillo, dos palabras, cuatro letras. Aquí el recibir no es mancha que la virtud nos afea; gracia es tomar si se hace con donaire y gentileza. A cuantos te pretendieren es razón que favorezcas con tanta astucia que duden si es amor el que les muestras. Suele un semblante apacible engañar al que desea; da esperanzas, pero tales que presto se desvanezcan. Cuando algún rico galán a tu propósito veas herido ya del amor, hasta las plumas la flecha envida con casamiento, y si se retira, deja de escucharle; un ventanazo le pique más o divierta. A nadie tengas amor, porque estando libre puedas a tu mano levantarte y ser lince en las cautelas. Muchos quieren engañar, y la pobrecilla necia que en lazos de amor se halla, rendida al engaño queda. Ese Carlos que ha venido, según dice, el alma llena de esperanzas y de amores, mira que es pobre. Huye, tiembla. ¡Cuartana me da en pensarlo? Ni de burlas, ni de veras le escuches; que amor de un pobre, voz traidor es de sirena. Yo, mi hija, me [he] fingido sorda aquí, y es bien que entiendas la causa. No es sin misterio que sorda y devota sea. Si una madre es algo esquiva y sus hijas guarda y cela sin permitir que les digan una palabrilla tierna, luego dicen los mozuelos que como zánganos cercan esta miel de la hermosura: "Sierpe se finge la vieja, todo es arte, ya entendemos. ¡A fe que si el oro viera que más blanda se mostrara." Cánsanse y la empresa dejan. Si la madre es apacible y no se espanta ni altera de que digan sus deseos y honradamente pretendan, luego dicen: "¡Oh qué madre! Para obispo ha de ser buena. ¡Oh qué mitra de papel previenen a tu cabeza!" Disfámase con aquesto, y da ocasión que se atrevan a querer más que favores los que a sus hijas pasean. Buen remedio, sorda soy, y a su encanto las orejas tengo como áspid tapadas; hablen, pidan, penen, mueran. Los libros de devoción serán de mi honor defensa; que los hipócritas hoy el mundo tras sí se llevan. Mostraré de cuando en cuando la condición zahareña, con esto no me disfaman ni de pretender se alejan. Sorda seré a sus intentos; bien oiré cuando convenga. Advertiréte de todo con mi prudente cautela, Todo el mundo es trazas, hija, ¿quién no finge? ¿Quién no inventa? Los astutos enriquecen y los modestos no medran. ÁNGELA: Atentamente he escuchado tu lección, pero me enseñas una bárbara doctrina que aun no la saben las fieras. Dices que no tenga amor; leyes injustas ordenas contra la razón del alma que al mismo Amor se sujeta. ¿Qué discurso es poderoso contra las divinas fuerzas de Amor? ¿Cuándo no es vana nuestra mortal resistencia? Aman los brutos, y amor simples palomas nos muestran cuando el aliento se hurtan con los picos y las lenguas. La tórtola en verdes ramas con arrullos ama y cela, y si ha perdido el amante, gime siempre en ramas secas. Los músicos ruiseñores que cantan con diferencias no articulados motetes, ¿quién, si no Amor, los gobierna? Las cosas inanimadas aman también, que la hiedra ama al fresno, al olmo verde ama la vid opulenta. Con recíprocos amores las altas palmas engendran unos pálidos racimos dentro de pardas cortezas. MADRE: Esas son bachillerías que aprendes en las comedias. No irás más a los teatros; que eres presumida y necia. Ama al oro. Ama a tu madre. Ama la virtud honesta. ÁNGELA: (¡Ay, Carlos! ¿Cómo es posible Aparte no querer hasta que muera?)
Salen ALEJANDRO, LUIS, don DIEGO y CARLOS
LUIS: La licencia que da la cortesía y proceder urbano de esta casa nos ha puesto osadía para entrarnos ansí. ÁNGELA: Fueran ingratos, los que no lo hicieran, al deseo que mi madre ha tenido de serviros. MADRE: Bien dice aquél proverbio: que está el lobo en la conseja. Agora en este punto yo y Angelica hablábamos de todos. DIEGO: Pues, ¿hay en qué serviros? MADRE: Le reñía a esta muchacha porque trae diamantes; que no son las sortijas de doncellas, pues que señales son del matrimonio. Y en aqueste propósito decía que en viniendo los tres, os suplicara le rifárades ésta. Muestra, niña.
Tómale una sortija
CARLOS: Por tocar un anillo de tal mano, todos lo rifarán. ALEJANDRO: Y yo el primero. CARLOS: Alejandro, señoras, nuestro amigo viene a ofrecerles por crïado vuestro. Llega, Alejandro. ALEJANDRO: Vuestras manos beso. MADRE: ¿Y se llama Leandro? Enamorado está obligado a ser con ese nombre. &AacuteNGELA: Alejandro se llama, no Leandro. MADRE: Liberal ha de ser si es Alejandro. CARLOS: Vengan los naipes, pues. ÁNGELA: Trae naipes. ¡Hola! DIEGO: ¿Y en cuánto ha de rifarse, mi señora? MADRE: ¿Qué me lo habéis de dar? Quien lo ganare haga su voluntad. ÁNGELA: No dicen eso. LUIS: ¿En cuánto ha de rifarse? MADRE: Él ha costado... ¿Cuántos escudos, Ángela? ¿Cuarenta? DIEGO: Pues, rífese en cincuenta. MADRE: ¡En ciento basta! DIEGO: No hay sordo que oiga mal en su provecho. En cincuenta decimos. MADRE: Todo es vuestro. ALEJANDRO: (¡Qué divina mujer! ¡Qué bellos ojos! Aparte Mi corazón es cera; fácilmente se da al hermosa objeto cuando su proporción amable siente. Confieso mi flaqueza, confiésome indiscreto; mas no niego que puede esta belleza rendir los corazones, no de cera, de bronce inculto. De una airada fiera refrene la razón. ¡Locos antojos! ¡Qué divina mujer! ¡Qué bellos ojos!) CARLOS: (Válgate Dios, amén, por casadilla! Aparte Olvidarla no puedo. Pensaba que con ver a Angela hermosa las especies borrara que en la memoria conservé dichosa, y a la luz de su cara desengañado quedo de aquella competencia que en el alma sentí dudosamente. Isabela venció. Doyle la palma. Hermosa es más la ausente. ¿Si ya la novedad no maravilla? ¡Válgate Dios, amén, por casadilla!)
Sale GÓMEZ con naipes
GÓMEZ: Aquí tienen las horas, sus mercedes, donde el oficio rezan al dïablo. Cófrade fui en un tiempo; destrüido me tienen sus figuras, que mil maravedís perdí en un año. DIEGO: No fue mortal el daño. LUIS: ¿Cómo se rifará? CARLOS: Que el peor la pague y habrá quínola sola.
Pónense en un bufete a jugar
ALEJANDRO: Jamás rifa gané. No vale mano. DIEGO: La primera será si aquésta gano.
[Aparte la MADRE y ÁNGELA]
MADRE: Acero son tus ojos y los lleva tras sí la imán de Carlos. Teme, hija, que es como el árbol el amor del alma, vara tierna al principio, después árbol copioso en cuyos ramas hacen nido las aves, y el mar rompen osados. Corta este amor con frágiles raíces. ÁNGELA: Señora, ¿qué me dices? ¿Aún mirar no me dejas? MADRE: Somos profetas las que somos viejas. DIEGO: Cincuenta. LUIS: Flux. CARLOS: Primera. ALEJANDRO: Veinticinco. Páguela yo en efecto. Es evidencia, si juego, he de perder, y más si es rifa. MADRE: ¿Quién la ganó? LUIS: Quien volverá a su dueño la piedra que, excedida en hermosura, ufana está en su mano. (¡Dichoso yo si gano la voluntad con ella del cielo de quien es cándida estrella!) A vuestra mano vuelve el diamante que ya la luz perdía. ÁNGELA: No lo recibiré, por vida mía. MADRE: Rapaza, no seas necia. ¿No ves que es grosería? Los caballeros usan dar las rifas y el tomar no se excusa. Acaba. ÁNGELA: Pues, si se usa...
Tómala
ALEJANDRO: Aquí, señora, van cincuenta escudos dichosos más que el dueño que tenían. ÁNGELA: Que perdiésedes, cierto me ha pesado. Ya tengo yo el diamante; servíos, Alejandro, del dinero. MADRE: Rapaza, no seas necia. ¿No ves que es grosería? Los caballeros usan pagar rifas, y el tomar no se excusa. Tómalos. ANGELA: Pues, si se usa...
Toma el bolsillo
DIEGO: (Sin haberla perdido, estoy picado). Aparte GÓMEZ: ¿Los naipes? ALEJANDRO: Jugaremos. GÓMEZ: ¿El barato de los naipes? LUIS: Juguemos. GÓMEZ: ¿Naipes? DIEGO: ¡Ea! MADRE: Alerta, hija mía, que enriquece en un día un juego de estos una casa honrada, si la del jugador deja abrasada.
Pónense a jugar. Ellas se asientan en dos sillas y dejan una vacía en medio, que ha de haber tres, y la vieja está con un libro leyendo
ÁNGELA: (Con una nueva tibieza Aparte hallo en Carlos la afición. Quiero hablarle, que es pasión de nuestra naturaleza. Ya tímidas, ya atrevidas, somos con varios extremos; queridas aborrecemos, y amamos aborrecidas). Carlos. CARLOS: ¿Señora? ÁNGELA: Esta silla te espera. CARLOS: ¡Linda esperanza!
Siéntase en la silla de en medio y lo mismo han de hacer todos [después]
ÁNGELA: Tu tristeza, tu mudanza, oh Carlos, me maravilla. Más alegre me mirabas y con más amor te veía. Mientras la culpa no es mía, sin duda que más amabas. CARLOS: Angela admirada dejas el alma que te rendí. Siempre me quejé de ti, ¿cómo de mi amor te quejas?
[La MADRE habla] como que está leyendo en voz alta
MADRE: "¡Oh, necia, loca atrevida, que no tomas los consejos de los padres y los viejos, que son luces de la vida! ¿Por qué tu amor lisonjero se abate ansí a la pobreza? Ama, hija, la riqueza de un esposo verdadero." ¡Lindo libro! ¡Qué bien hace discursos! Doblo la hoja. CARLOS: ¿Con quién tu madre se enoja? ÁNGELA: Cuando algo le satisface lee en voz alta. CARLOS: Si te oyó... ÁNGELA: Si me oyera, me matara. ¡Jesús! ALEJANDRO: ¿Por qué no repara? CARLOS: Suerte Alejandro ganó. ÁNGELA: ¿Quién es éste? CARLOS: Uno que tiene una mujer de los cielos. ÁNGELA: ¿Y proceden de esos celos las tristezas con que viene? "¡Una mujer de los cielos!" ¡Fue terneza y melodía! ¡Trocado estás, a fe mía! Donde hubo amor, nacen hielos. CARLOS: Dame nadie más cuidado. LUIS: Más. CARLOS: Quiero a ninguna más. DIEGO: Más. LUIS: Más. CARLOS: ¡Qué terrible estás! ¡Para mi amor... ALEJANDRO: ¡Si ha parado... CARLOS: ¿Trueco yo, o acaso niego? ALEJANDRO: Una por otra. ÁNGELA: ¿Has oído? En mi causa han respondido. CARLOS: ¿Es tu oráculo aquel juego? Jugar quiero, y perderé por no escuchar tus porfías.
Levántase CARLOS, y vase a jugar
MADRE: ¡Ah! ¡No llegues a mis días! ÁNGELA: Otra vez me enmendaré. ALEJANDRO: ¡Los naipes! Nada han de dar. Soy gaitero desdichado. No hay dinero de contado. GÓMEZ: Pues, sáquenlo sin contar.
Don LUIS se retira del juego con una cadena de oro
MADRE: Don Luis gana. Está advertida. Con pena nos has tenido, don Lüís. Pues no has perdido, siéntate aquí por tu vida. Divierte un rato a Angelica porque no me estorbe a mí. LUIS: (Amor después que la di Aparte la sortija, porque pica el dar como juego y celos.
Siéntase en medio de las dos
Quizás, como soy llamado, soy escogido). ÁNGELA: Yo he estado con sobresalto y recelos no perdieses, y te había sortija y dinero ya prevenido, y todo está a tu servicio, ¡a fe mía! LUIS: Antes, señora, gané esta cadenilla. ÁNGELA: Es buena. LUIS: Tuyos son dueño y cadena después que tu sol miré.
[La MADRE habla] como que lee
MADRE: "¡Lindo punto! Hija, no pase la ocasión." LUIS: Que yo nací sólo para amarte a ti .................[-ase] Vése claro, pues jamás supe de amor hasta amarte. ÁNGELA: ¿Nunca amaste en otra parte?
Leyendo [la MADRE]
MADRE: "¡Que lejos del punto vas! Oye, hija, vuelve al caso. Mira que yo no te entiendo." LUIS: ¡Con qué afecto está leyendo, alto una vez y otra paso! ÁNGELA: ¿Cómo no ha de estar dudoso, que de amor el dulce efeto carece un hombre discreto, galán, mozo y dadivoso? Quien a mí, con ser doncella de quien sólo ser amado puede sacar, hoy me ha dado una sortija y tras ella esa cadena me ofrece, ¿qué no habrá rendido? MADRE: "¡Ansí! Al punto vas por ahí!" LUIS: No rinde quien no merece.
Sale ROQUE y pónese a verlos jugar. subido sobre algo
ROQUE: Tras mi señor he venido, Baldovinos, que he sacado por el rastro. Y si ha jugado, rastro de sangre habrá sido. En la estacada está puesto; desnuda tiene la espada, y la cadena preciada tiene por escudo y resto. La espada esgrime y baraja, y su contrario ha parado. Suertes blancas han tomado. ¡Más y más; que hiende y raja! ¡Oh, qué sota! ¡Oh, qué herida! ¡Que le han dado por la cara! ¡Vive Dios, que la repara ¡Caballo! ¡Troya es perdida!
Al decir "caballo" es con un grito
DIEGO: ¿Quién da voces? ALEJANDRO: De esa suerte loco estás, siendo mi azar, si acaso me ves jugar. ROQUE: Y cuando pierdes sin verte, ¿qué azar hay? GÓMEZ: No se nos meta Sancho Panza a esta aventura. ROQUE: Pensé que eras la figura que quitan a la carteta. GÓMEZ: Figura y caballo soy pues que me da pesadumbre un lacayo. ROQUE: Medio azumbre hará la paz. GÓMEZ: Tras ti voy. Naipes.
Vanse GÓMEZ y ROQUE
ÁNGELA: De mi voluntad poca retórica he sido, pues [con] ella [he] conocido, sin más arte, la verdad. Confieso que el cielo ordena que ame ya quien libre estaba, y en señal de ser tu esclava, comprar pienso una cadena, como ésa, que en mi cuello diga como tuya soy.
[Siempre como comentando su lectura]
MADRE: "¡Oh, qué bien!" LUIS: Si ésta te doy, más vengo a ganar en ello, pues la señal será mía. ÁNGELA: Yo la estimo, pero sea de modo que no la vea mi madre. ¡Que me daría solimán! MADRE: (Para la cara). Aparte LUIS: Nueva invención es de amor que el esclavo eche al señor la cadena.
Dale la cadena
ÁNGELA: Cosa es clara que el señor es quien la da. Finge que vuelves al juego. Disimula. LUIS: Amor es fuego. Mal encubrirse podrá. Con dicha a esta casa vengo si en ella misma gané oro y amor, piedra y fe.
Levántase y vuelve a jugar y don DIEGO se retira del juego con una cadena grande, [la] de ALEJANDRO
ÁNGELA: (¡Víctor madre! ¡Ya la tengo!) Aparte ALEJANDRO: ¿Os levantáis? ¡Vive Dios, que es vil quien juega y soez! DIEGO: Quiero ganar una vez. CARLOS: Ya no jugamos los dos!
[A Ángela]
MADRE: La cadena de diamantes gana don Diego. Ésta es presa importante.
[A la MADRE]
ÁNGELA: Armo, pues, dos conceptillos amantes. MADRE: A dos capítulos llego, de grande gusto, mas ésta me divierte y me molesta. Entreténla aquí, don Diego.
Siéntase [don DIEGO] en medio
DIEGO: Hoy estoy de dicha. Amor, prósperos fines ordena. Fortuna me dio cadena, dame tú alegre favor. ÁNGELA: ¡Jesús, qué desasosiego! ¡Qué inquietud y qué agonías, temerosa que perdías, padecí este rato! DIEGO: Luego, ¿cuidado te dio, señora, mi pérdida o mi ganancia? ÁNGELA: No es lisonja, ni es jactancia. A mi madre dije agora, "Madre, si don Diego pierde, mis joyuelas le he de dar porque se pueda esquitar y porque de mí se acuerde. Pero quiso Dios, que es bueno, alegrarme en tal mal rato. DIEGO: (Esto es pedirme barato. Aparte En diez doblas me condeno). Ángela tus oraciones dado mis ganancias han. Si el diezmo a la iglesia dan, recibe estos diez doblones. ÁNGELA: ¿Diez doblones? ¡Ah, don Diego! ¿Barato he de recibir de quien tengo de servir? ¡A qué poca estima llego contigo! Doncella soy; con madre celosa vivo. Solamente amor recibo, y amor solamente doy. Sabe el cielo que quisiera tener que darte un tesoro, que sin piedras y sin oro rica con amarte fuera. DIEGO: Ángela, a tantas mercedes, ¿qué te puedo responder? Tu esclavo eterno he de ser. Herrarme la cara puedes; mas antes que se me olvide, no soy a tu madre ingrato. Quiero darle este barato. ¡Ah, señora! MADRE: ¿Quién me impide? DIEGO: Voluntad buena me excusa. Toma. MADRE: Nada he de tomar. ÁNGELA: Caballeros usan dar barato. MADRE: Pues, si se usa...
Tómalo
ALEJANDRO: ¡Ah, socarrona maldita! ¡Vieja engañosa infïel! ¡Estafadora crüel que las haciendas nos quita! ¡Ah, sota, yo te maldigo! Siempre tu azar me mató. MADRE: (¡Qué sobresalto me dio! Aparte Pensé que hablaba conmigo). ÁNGELA: ¿Irás, tierno enamorado, y a tu dama le darás la cadena, y le dirás, "Ésta en tu nombre he ganado?" DIEGO: No tengo dama, a fe mía. ÁNGELA: Si eso fuere ansí, felice quien su voluntad te dice.
Leyendo tres versos
MADRE: "Siempre venció la porfía. Duro es el monte y se ablanda a las uñas de las fieras." ¡Oh, si este libro leyeras! ¡Qué buenas cosas nos manda! ÁNGELA: Como es joya de mujer más que de hombre esa cadena, alguna dama no buena luego te finge querer. Tú, que no eres zahareño, consideras que es ganada, dásela, queda obligada, tú con dama y yo sin dueño. ¡Ah, don Diego! ¡Nunca yo venido a Madrid hubiera! DIEGO: No es cadena que la diera tan fácil. ÁNGELA: Quien la ganó nada pone de su casa, y más tú, que liberal eres a Alejandro igual. MADRE: "No pienso yo que eso pasa." DIEGO: Sólo es tuya, que con esto los diamantes son felices. ÁNGELA: ¡Qué tibiamente lo dices! No aceptaré. (Envido el resto). Aparte Haz, por tu vida, una cosa. La palabra me has de dar que la tienes de guardar para dársela a tu esposa cuando te cases. DIEGO: La doy. ÁNGELA: Eres blando y lisonjero. Ahora bien, guardarla quiero; tu depositaria soy. Ni la has de dar, ni jugar; ni escritorio ha de tenella. DIEGO: (Hoy salí con buena estrella; Aparte esto sin duda, es amar). ÁNGELA: En tanto que te casares y tu boda se concluya, en memoria de que es tuya,
Vase quitando la cadena [a DIEGO]
idolotrados altares serán estos eslabones, y quien el alma te da mejor te la volverá. En buena parte la pones. DIEGO: Si el alma que es más preciosa tienes allá de amor llena, segura está la cadena.
Dásela
ÁNGELA: Cosa es clara. MADRE: (Es clara cosa). Aparte LUIS: Sobre palabras no juego. ALEJANDRO: Mi palabra vale más que el oro de otros. LUIS: Estás de enojo y cólera ciego. ALEJANDRO: Sea enojo o lo que fuere, mi palabra es de más precio que tu caudal, y es un necio el que otra cosa dijere.
Vase sin cintillo en el hombro.
CARLOS: Yo, sólo el cintillo gano con toda aquesta mohina. LUIS: Tu casa es cosa divina; en ella no meto mano. Vendré, mis señoras, luego. CARLOS: ¡Linda quimera, por Dios! No habréis de reñir los dos.
Vase don LUIS
ÁNGELA: Más es su amigo don Diego, Carlos, espera. Él irá. ¡Corre, don Diego! DIEGO: El perder le disculpa.
Vase don DIEGO
&AacuteNGELA: ¿Es su mujer la que llamándote está? CARLOS: De tu error me maravillo. ¿A eso vuelves? ÁNGELA: Sí, que veo en ti un ardiente deseo de gozar este cintillo sólo porque es del marido de la "mujer de los cielos." CARLOS: ¡Oh, qué impertinentes celos! ÁNGELA: Celos no, codicia ha sido. CARLOS: El cintillo y todo el oro del mundo estimo yo en eso.
Arroja el cintillo y vase
ÁNGELA: Carlos, oye. MADRE: Este suceso vale para mí un tesoro.
Levántalo la MADRE
ÁNGELA: Escucha. MADRE: ¡Qué necia amante! ¡Déjale! ÁNGELA: Tu fe es muy poca, Carlos. MADRE: ¡Angela, estás loca! ÁNGELA: ¡Qué terrible! MADRE: ¡Qué ignorante!
Vanse. Salen ALEJANDRO y ROQUE
ALEJANDRO: ¿Nos siguen? ROQUE: Persona alguna parece y en casa estás. ALEJANDRO: ¿Has visto, Roque, jamás tal estrella, tal fortuna? ¿Qué adversos astros serán éstos que al fuego me inclinan, y rigor me determinan? ROQUE: Las estrellas de Vilhán. Sólo sé, y ando acertado que el tahur necio o astuto es el animal más bruto que en el campo ha rebuznado. ¿Qué mono en agua ha caído, donde se pudo ahogar porque no sabe nadar, que un charco no haya temido? ¿Qué mula dio un tropezón, o cayó en un hoyo acaso, que no huya de aquel paso con mulesca discreción? ¿Qué borrico adelfas come y dolor de tripas tiene, que si a ver adelfas viene, en su boca asnal las tome? ¿Qué zorra, mi prima fiel, en un gallinero entró, donde muerta se fingió, que vuelva otra vez a él? No hay bruto que no escarmiente de una vez, y el jugador, como obstinado en su error su daño mismo no siente. ALEJANDRO: Dices bien, y tanta ha sido en esto mi obstinación, que sólo me da pasión que del juego me he venido. ROQUE: Pues, volverse en conclusión. ALEJANDRO; Qué jugar no queda, ¿cómo? ROQUE: Si como te hiciste momo te hubieras hecho bufón, vestido y dientes quedaban. Soldado me has parecido de agua dulce, que ha venido donde sus padres estaban. Sale con plumas brïoso y hundiendo casi la tierra, dice: "¡A la guerra, a la guerra!" Galán, soberbio y furioso piérdese de mal pagado, vuelve y camisa no tiene. Dícenle: "¿De adónde viene?" Responde muy mesurado, "De la guerra." De este modo saliste de joyas lleno, hecho un Narciso o Vireno, cuello y puños a lo godo. Daban los diamantes llamas, y al brillar sus luces vivas, soberbio dijiste que ibas a jugar y a matar damas. Ya si llegan a saber, como pensativo estás, de adonde vienes, dirás: "De jugar y de perder." ALEJANDRO: Roque, basta, que no soy mármol.
Sale ISABELA
ROQUE: Mi señora sale. ALEJANDRO: ¿Qué vergüenza hay que se iguale a la que sintiendo estoy? ISABELA: Mi señor, ¡estás aquí y avisar no mandarás? ¿Cómo vienes? ¿Cómo estás? ¿Qué tristeza es ésta? Di. ¿Traes salud? ALEJANDRO: Señora, sí. ISABELA: ¿Y honra? ALEJANDRO: También. ISABELA: Di la suerte: ¿qué mal puede haber tan fuerte que turbe nuestras acciones si faltan las dos pasiones que abren camino a la muerte? ALEJANDRO: Vengo sin joyas. ISABELA: Señor, no es caso tan riguroso que en ánimo generoso deba engendrar tal dolor. Joyas tengo de valor.
[A ROQUE]
Pide el cofrecillo luego.
Éntrase ROQUE
Vuelve, si gustas, al juego, porque si en esto consiste el dejar de estar tan triste, quiero comprar tu sosiego. ALEJANDRO: Amor te debo, y finezas no ordinarias, mi Isabela. Tu buen ánimo consuela mis errores y tristezas. ISABELA: No te daré las riquezas que se escriben del rey Midas, pero joyas guarnecidas de infinita voluntad. ALEJANDRO: Pase, Isabela, tu edad el término de las vidas.
Sale ROQUE con un cofrecillo
ISABELA: Esta rosa de diamantes, y estos dos apretadores puedes tomar, y estas flores a mi afición semejantes. Toma esta cintura. ALEJANDRO: (Amantes, Aparte envidiad tan grande amor).
[ROQUE y ALEJANDRO hablan a un lado]
ROQUE: ¿Cómo lo tomas, señor? ALEJANDRO: Picado estoy, y porfía mi estrella. ROQUE: (¿Qué cortesía Aparte no estragará un jugador?) ALEJANDRO: ¡Ah, Roque! Con tu licencia, esta rosa has de llevar a Ángela (que al jugar Aparte y al perder en su presencia, sentí de amor la violencia). Descortés salí. ROQUE: (¿Esto pasa? Aparte ALEJANDRO: Di que el perder en su casa fue ganar. ROQUE: (¡Qué desvarío!) Aparte ALEJANDRO: Y ansí en barato le envío flores que su sol abrasa. Cúbrela, que no la vea Isabela.
[A ella]
Adiós, señora, yo vuelvo dentro de una hora, que el alma veros desea. ¿Qué fortuna habrá que sea contraria a joyas que dio un amor que igual no vio?
Vase [ALEJANDRO]
ISABELA: Dime, Roque, una verdad. ¿Fue fineza o necedad, ésta que agora hice yo? ROQUE: Necedad, y la mayor que una burra prieta ha hecho. ISABELA: Quise sosegar su pecho. ROQUE: ¿Joyas das a un jugador? ISABELA: Yo no las di, sino Amor. ROQUE: Pues, yo del agua vertida tengo la media cogida. Guarda, Isabela, esta rosa, y no lo sepa, que es cosa que me costara la vida.
Vase [ROQUE]
ISABELA: Al pacífico mar su leño entrega marinero feliz, y en salvamento, a pesar de las aguas y del viento, coronado de flámulas navega. Otro se atreve al mar, y apenas llega cuando sufre el rigor de este elemento. Tal es a la mujer el casamiento; una se salva en él, otra se anega. Vívese en paz y amor cuando hay ventura, mas cuando el hado con rigor porfía, ¿qué pueden la virtud y la hermosura? No sé qué tal será la suerte mía; sé que dice el proverbio: "Poco dura en casa del tahur el alegría."

FIN DEL ACTO PRIMERO

La casa del tahur, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002