ACTO TERCERO


 
Salen el REY don Alfonso con una carta en la mano, don DIEGO Ordóñez, y SULEIMÁN, moro
DIEGO: ¡Engaño notable ha sido! REY: Muy bien burlado nos han. Seáis, infante, bien venido. ¡Qué el nombre de Suleimán libró a un Suleimán fingido! Cobré notable afición a aquel mancebo encubierto, y sentí en el corazón ver a la esposa del muerto pedirme satisfacción. Mucho me hubiera pesado si muerte le hubiera dado; mas mejor mi engaño fue, pues mi justicia está en pie él con vida y yo burlado. Dejando esto, digo, infante, que estaréis en esta tierra seguro de aquí adelante, sin que el enojo y la guerra de vuestro padre os espante. Vivid sin ningún temor. SULEIMÁN: Prospere Alá tu favor y el cielo tu fama abone. REY: Al que en mi poder se pone es justo hacerle favor. Escríbeme, pues, aquí el alcaide de Trujillo que el rey Hazén Baabdalí ha puesto cerco a un castillo que está [a] dos leguas de allí, y que sentido de ver que no os ponga en su poder, ni admita sus parias, jura que toda la Extremadura le tiene de obedecer. Pregona con mil blasones que en llegando a nuestros riscos trocarán sus escuadrones en estandartes moriscos las cruces de mis pendones. Yo tengo de ir en persona a ver con paso veloz el esfuerzo que pregona, y si al rey de Badajoz le viene bien mi corona. SULEIMÁN: Si vas, señor, de esa suerte, mi padre harás que se asombre y huya su campo con verte, pues solamente tu nombre basta para darle muerte.
Sale RICARDO
RICARDO: Inclito rey, gran mal hay en tu casa; gran daño aquesta noche ha sucedido. ¡Muriera yo primero! REY: Pues, ¿qué pasa? RICARDO: Para tantas desdichas he venido, ¡pluguiera a Dios que en [una] edad escasa a los brazos del ama... REY: ¿Qué ha habido? RICARDO: Tu hermana, doña Blanca... DIEGO: ¿Qué es? RICARDO: Que un lobo doméstico la lleva. REY: ¡Triste robo! ¿No se sabe quién es quien la ha robado? RICARDO: Sólo se dice que en la noche oscura por un postigo en tu jardín cerrado, arrancando su flaca cerradura, se fue, no sé con quién. Yo la he crïado. Yo la causa de esta desventura debo de ser; que es árbol la belleza que desde tierna [edad] tuerce o endereza. REY: ¡Vive el cielo, don Diego, que el que ha sido autor de aqueste robo fue aquel hombre que anoche, con esfuerzo nunca oído, de mí se resistió negando el nombre! DIEGO: A Burgos otra vez Ulises vino. REY: Él mismo confesó, porque te asombre, que era mi hermana la mujer cubierta que hizo mi pena y mi deshonra cierta. DIEGO: Con la misma verdad nos ha engañado. REY: El Sin Nombre se llama de do advierto que es éste el mismo a muerte condenado por quien mi guarda y capitán fue muerto. DIEGO: No en balde tantas veces ha negado su nombre. El Suleimán es encubierto. REY: Dos veces me engañó; mas en su daño ha de surtir este segundo engaño. Ya la afición que le cobré revoco. Parte, Ricardo, y haz despachar luego postas diversas tras de aqueste loco. ¡Ah, vil mujer! DIEGO: Estoy de pena ciego. REY: Anoche fue el delito, y en tan poco no puede estar muy lejos. Vos, don Diego, buscad a este Paris disfrazado que a Elena, vuestra esposa, os ha robado. DIEGO: Yo iré; mas, ¿cómo he de ir de pena ciego? ¡Ah, tesoro soñado, flor marchita! Contento en sombra, cera puesta al fuego, sol que eclipsa su luz por ser finita, hacienda por el mar, dinero en fuego, palabra griega, ley de infame Scita, copos y vidrios de tesoros llenos, y esperanza en mujer que dura menos.
Vase
REY: Vamos a prevenir para la guerra, infante Suleimán, lo conveniente; que aunque la pena que en mi pecho encierra es mucha, no por eso negligente tengo de ser en defender mi tierra. Preso Hazén Baabdalí verá mi gente, y los blasones que conmigo gana. SULEIMÁN: Vencerás su arrogancia. REY: ¡Ah, loca hermana!
Vanse. Salen BAABDALÍ, rey de Badajoz, BENZORAIQUE y FATIMÁN, infantes, y un soldado cristiano y otros moros
BAABDALÍ: Hanse muy bien defendido; mas [el] hambre los asalta y como el socorro falta sé quien dar a partido, y aunque s[i] mis escuadrones piden el asalto fiero, dejarles las vidas quiero si con estas condiciones quisieren darme el castillo y que todos los soldados, saliendo en orden y armados, se pueden ir a Trujillo con sus escuadras armadas, al son de cajas marchando por mi ejército y llevando las banderas levantadas; y que nadie los ofenda mientras en mi campo estén; y que el castillo me den con las armas y la hacienda fuera de las personales, que se les doy por partido y en señal de estar rendido a mis moriscas señales. Cuando a mi presencia lleguen sus haces, cada soldado quite la espada del lado y desnuda me la entreguen. Y si no, daré el asalto y la muerte a todos hoy. SOLDADO: Con esa respuesta voy; mas será de seso falto y de vida afeminada quien tomare ese consejo, y yo dejaré el pellejo antes que deje la espada.
Vase
BAABDALÍ: Matad [a] aquese hablador. FATIMÁN: Huyendo se fue. BENZORAIQUE: ¡Qué extraña es la arrogancia de España! BAABDALÍ: Vea Alfonso mi valor; que si me da el de Sevilla socorro en esta ocasión, sobre el laurel de León me coronará Castilla; que si a Trujillo me acerco y como pienso lo allano, aunque le pese al cristiano, pondré sobre Burgos cerco, y sus vecinos sabrán, viendo sus fuerzas perdidas, que han de costarle sus vidas la que tiene Suleimán.
Sale un MORO
MORO: Ya el cristiano ha concedido la propuesta condición y salen. BAABDALÍ: Buena ocasión la Fortuna me ha ofrecido.
Salen don SANCHO, don RAMIRO, el SOLDADO y otros con bandera y marchando y llegan al Rey [BAABDALI], desnudan las espadas. dánselas sin volverlas el rey
BAABDALÍ: Eres tú el bravo, el Roldán, que trujiste la embajada pues, ¿cómo rindes la espada? SOLDADO: Mándalo mi capitán, y doyla de mala gana por no perderle el decoro; que para tu campo todo basta el nombre de Orellana. BAABDALÍ: Tú, ¿quién eres? SANCHO: Heredero del alcaide castellano, soy don Sancho Altamirano. BAABDALÍ: Basta. Desnuda el acero. SANCHO: ¡Ah, cielo ingrato! Toma. ¡Qué esto haga un caballero! ¡Qué un hombre rinda el acero! BAABDALÍ: ¡Bravo talle, por Mahoma! ¿Eres tú alcaide? RAMIRO: Sí, y el que aunque con tal vejez, rinde [por] primera vez la espada al contrario. BAABDALÍ: Dí, ¿no será ignorante el rey que, teniendo desarmado a su enemigo, fïado sólo en su palabra y ley, las armas le vuelve a dar para volverle a ofender, y pudiéndole prender, libre le mande soltar? ¿Quién duda que será así? Luego imprudente fuera si las espadas os diera volviéndolas contra mí. Sed vosotros mismos jueces, y llamadme fementido; que habiendo una vez vencido, os quiera vencer dos veces. Aunque estáis de enojo llenos, yo sé que echáis bien de ver que es gran cordura tener de los contrarios los menos. Vayan presos al castillo; que mientras en él están, poco daño nos harán en el cerco de Trujillo. RAMIRO: ¡Ah, crüel! ¿Tu pensamiento tan viles traiciones labra? ¿Dónde está tu real palabra? BAABDALÍ: La palabra sólo es viento. ¿Quién hay que los vientos guarde? ¡Llevadlos presos de aquí! RAMIRO: La palabra es viento en ti; que es palabra de cobarde. BAABDALÍ: ¡Prendedlos! RAMIRO: Esta prisión nuestro esfuerzo hace patente, pues no nos prende tu gente sino sólo tu traición. Con estos cabellos canos la flaca vejez me asalta; que si no, no hiciera falta la espada teniendo manos; que ya sabe don Ramiro... BAABDALÍ: ¡Llevad ese loco viejo! SOLDADO: ¡Ah, mal logrado consejo, que ya su provecho miro! ¿Un hombre ha de dar la espada? La vida ha de dar primero. Moro, vuélveme el acero y salgan a la estacada toda tu gente africana, que aunque me ves desarmado con sólo el puño cerrado mata moros Orellana. BAABDALÍ: ¡Llevad aquese arrogante;
Llévanlos todos
que me enojan sus extremos, y dentro el castillo entremos. Pondré defensa bastante que al rey Alfonso resista si le intentare cercar, porque quiero comenzar de Trujillo la conquista, y si cual pienso la acabo, a Castilla marcharé y el orgullo amansaré del rey don Alfonso el Bravo.
Vanse y salen don GONZALO y doña BLANCA
GONZALO: Ésta es la comarca y tierra de mi patria natural, do el conde de Portugal hace al moro cruda guerra. En ella me ha parecido que le sirvamos los dos disfrazándoos, mi bien, vos, con el varonil vestido; que estando vos encubierta, aunque Alfonso envía después, las nuevas al Portugués y vuestro robo le advierta, y aunque yo, como soldado en público y libre ande, y el conde buscarme mande en su tierra con cuidado, el poco conocimiento que en Burgos de mí ha tenido, me hará no ser conocido. Éste, señora, es mi intento. Cerca Portugal está pues que Dios nos ha librado del rey, vuestro hermano airado, que tantas promesas da a quien nos hallare espero que nos librará adelante, mi doña Blanca constante, en los trabajos acero. Vuestro pesar se reporte; que por no ser descubiertos por montañas y desiertos de noche desde la corte hasta aquí habemos llegado comiendo tosco sustento. Perdonad mi atrevimiento que siendo un pobre soldado a engañaros me atreví. Hombre soy de pocas prendas si son las prendas haciendas, pero con valor nací, que [es] todo el caudal de un hombre, tal que no me da codicia ser príncipe de Galicia aunque le usurpé su nombre. No quiero otra vez volver a relataros mi vida, que estaréis arrepentida de veros en tal poder. Sólo os pido... BLANCA: Esposo, cesa; que en verte tratarme así sospecho que has visto en mí algún desdén o flaqueza. Déjate de persuadirme pues ves que el alma te doy, que por ser tu esposa estoy tan lejos de arrepentirme que a cos[t]a de tu valor menos quisiera que fueras; pues cuanto menos valieras, más se mostrara mi amor. Si a tu pintura y retrato, con ser una tabla muerta, abrió el corazón la puerta tocando el alma a rebato, y con tenerle presente, halló el alma su ganancia, ¿qué harás tú, que eres sustancia de aquel pintado excelente? ¿Qué trabajo, don Gonzalo, yendo contigo me asalta? ¿Qué vida y gusto me falta? ¿Qué soledad no es regalo? ¿Qué corte hay que más importe que a tenerte amor por ley? ¿No eres de mi gusto el rey? Donde está el rey, ¿no es la corte? Pues si corte al campo haces, la corte en seguirte sigo. Pues tengo mi amor conmigo, hoy en hombre me disfraces. Hoy cual mujer me nombres, que si cual mujer te amé, en la constancia seré ejemplo para los hombres. Mi mal contigo disipo, mi bien, no te desconsueles. GONZALO: Píntete tablas Apeles, lábrete estatuas Lisipo. La Fama al mundo publique tus inmortales ejemplos, y el mundo altares y templos a tu constancia dedique; que yo en pago de quererte sola un alma puedo darte, tan rica por adorarte cuan pobre de merecerte. Sirva la florida alfombra de cama a vuestro descanso mientras que el céfiro manso rinda el sitio de esta sombra. Ricote fue, disfrazado, poniendo a riesgo su vida, por el sustento y comida que niega este despoblado. Y yo, en vuestro bellos brazos, soñando sueños süaves, envidiado de las aves, y a las veces con sus lazos...
Échase
BLANCA: Dormid, que el alma que vela en el amor que adquirís entretanto que dormís os hará la centinela; que para mirar si viene quien os da durmiendo enojos, pediré a las hojas ojos que todo este campo tiene. GONZALO: Eso no. Dormíos, mi bien, que el imitaros me agrada; que yo sé que estáis cansada. BLANCA: Sí, estoy. GONZALO: Y os dormís también. BLANCA: Vivo yo con vuestra vida, y así, esposo, es cosa cierta que si os imito despierta, os he de imitar dormida.
Duermen y salen BAABDALÍ, BENZORAIQUE y FATIMÁN, moros
BAABDALÍ: ¡Por Mahoma! ¡Qué son los de Trujillo valientes por extremo, y que el combate resistieron con ánimos de leones! FATIMÁN: No me espanto; que fue el primer asalto. BAABDALÍ: Ellos desmayarán si Alfonso tarda a socorrerlos aunque tengo aviso que viene aprisa a levantar el cerco. Vamos, hijos, que ya dejo en el campo centinelas y puestos repartidos, y quiero en el castillo poner orden; que nunca fío del cuidado ajeno sucesos de la guerra de importancia. BENZORAIQUE: Eres Rómulo en guerra y en paz Numa. BAABDALÍ: Quiero fortalecer este castillo, limpiar el foso, reparar los muros porque sin duda Alfonso ha de cercarlos. Porque levante el cerco a socorrerle, pienso hacerlo. BENZORAIQUE: Es gran cosa esta fortaleza que está a dos leguas de [s]us alojamientos, y en él puedes proseguir este cerco comenzado, estando en él como en tu propia casa. FATIMÁN: Escucha, Benzoraique, y habla paso; que una mujer y en su regazo un hombre durmiendo están debajo aquella encina. BAABDALÍ: Desarmadle y atadle aquesas manos. FATIMÁN: Date, cristiano.
Átanle
GONZALO: Ya, mi bien, te he dado la libertad y el alma; mas ¿qué es esto? ¡Oh, perros, cual Sansón me habéis atado, durmiendo en brazos de hermosa Dalila! Aunque es leal si la otra fue traidora. ¡Cobardes, tres venís, para [uno] sólo! ¡Durmiendo atáis los brazos!
Despierta [BLANCA]
BLANCA: ¡Ay, cielos! Dulce esposo, ¡y qué mal sueño soñaba yo! Mas, ¡ay, que ya es cumplido! Moros, dadme a mi esposo o esa espada; que amor me dará fuerzas con que pueda librarle y daros muerte. BAABDALÍ: ¿Esposo suyo? ¿Eres cristïana? De celos muero. Cautiv[a] te llevarán [al] castillo que ves delante. ¡Si el amor que tengo [a] aqueste ángel cristiano no me diera celos de verte cerca de quien amo! ¡Qué aunque preso, si allá vas me darás celos! Atadle, hijos, a esa encina dura pero no le matéis; que no es posible
Átanle
pueda morir el que durmiendo estuvo en brazos que los muertos resucita. Y vamos al castillo; que más precio esta belleza que el León de Alfonso, y los castillos de sus armas reales que tengo de ganar. GONZALO: ¡Perros! ¡Cobardes! ¿Así me atáis? ¿Qué es de mis fuerzas, cielos? Mas, ¡ay, que soy Sansón y hanme faltado! ¿Cómo vivos os vais? ¿Cómo no os matan los rayos que del pecho ardiendo arrojo? Mi doña Blanca bella, mi señora, tus brazos por los duros de esta encina trocarme han hecho. ¡Desdichado trueco! BLANCA: ¡Ay, dulce esposo! Yo me daré muerte si este pesar me deja con la vida. BAABDALÍ: Vamos, que cuando sepas que te amo, amansarás; que un rey amansa mucho. Casaréme contigo si me quieres y haré que reines en España, esposa. ¡En todo el mundo, en el cielo mismo aunque le quite el cielo al gran Mahoma!
Vanse y dejan atado a don GONZALO
GONZALO: Amor un ángel me dio después de sucesos tantos en guarda de mis contentos y en premio de mis trabajos. Como absoluto señor dentro en mi pecho se ha entrado a pedirme cuenta de él. ¿Qué haré, que me le han robado? ¿Qué diré, que no hay excusa? Llamando está. VOZ: ¡Ah, don Gonzalo! GONZALO: ¿Quién da voces allá dentro? VOZ: Yo el Amor. GONZALO: Ya voy temblando. ¿Qué mandas, gigante niño? VOZ: ¿Dónde la infanta has dejado que por esposa te di? ¿Qué le has hecho, esposo ingrato? GONZALO: Dormíme, Amor, y tus moros, cuando me dormí, llegaron y atándome a aquesta encina la luz del sol me robaron. VOZ: ¡Oh, amante indigno de serlo! Quien tiene amor, ¿no es un Argos que cual vigilante lince tiene de dormir velando? ¿Guardando la fortaleza, ha de dormirse el soldado? ¿Dormirse tiene el piloto cuando hay borrasca y cosarios? ¡Prendedle, castigos crüeles! ¡Dadle tormentos, agravios! ¡Martirizadle, sospechas! ¡Rabias, matadle rabiando! Y para que se avergüence de verse a una encina atado, a la vergüenza le saque su arrepentimiento tardo. Infámela su memoria, verdugo de desdichados, por las calles de los bienes que por su causa cesaron. GONZALO: Ya me avergüenzan y azotan. ¡Paso, Amor! ¡Vergüenza, paso! VOZ: No hay paso. Matadle y diga el pregón en gritos altos; "Así castiga Amor a un desdichado, que por dormir su esposa le han robado. Grave es la culpa. Denle pena grave." GONZALO: ¡Ay, cielos! ¡Quién tal hace que tal pague!
Sale RICOTE disfrazado de villano con unas alforjas y una bota
RICOTE: A no buscar el sustento con el pastoral capote, ya hubiera dado Ricote cabrïolas en el viento. Aquí me había de aguardar don Gonzalo; que por señas estos robles y estas peñas certifican el lugar. Pero, ¿qué es aquesto? ¡Cielos! Señor, ¿Quién te ha puesto así? GONZALO: ¡Huye, Ricote, de aquí! RICOTE: ¿Nunca han de faltarnos duelos? GONZALO: Huye de este fiero trance; que los moros han venido, y tras mi campo han salido y prosiguen el alcance. ¡Huye, Ricote! RICOTE: En que has dado de loco me das sospechas. GONZALO: Apártate, que traen flechas los moros que me han atado. ¡Huye, que te matarán! RICOTE: ¡Flechas! ¿Dónde? ¿Estás en ti? ¿Qué moros o flechas? Di. ¿Eres tú San Sebastián? Dime, ¿quién es quien te ha atado? ¿Qué es de la infanta, señor? GONZALO: Pregúntaselo al Amor que [también] me ha azotado. RICOTE: ¿Azotado? ¿Qué quimeras son ésas? Di, ¿quién te ató? GONZALO: Amor, que me avergonzó y quiere echarme a galeras. RICOTE: ¡Cielos! ¿Hay tan gran mudanza? GONZALO: A galeras voy, ¡paciencia! RICOTE: ¿A qué galeras? GONZALO: De ausencia donde tema la esperanza.
Desátale
RICOTE: Don Gonzalo, señor mío, hagan tus quimeras pausa. Vuelve en ti. Dime la causa de este nuevo desvarío. Mira que me causas pena. ¿Qué es de la infanta? GONZALO: ¡Ay, amigo! Durmiendo estaba conmigo y tragóla una ballena. Ella ha sido mi cuchillo. RICOTE: De verte sin seso lloro. GONZALO: ¿No ves que es ballena el moro? El buche es aquel castillo. Allí está la esposa mía. Gozarla allí el moro ordena porque es su dicha ballena y mi desdicha vacía. Durmiendo me la robó; mas, pues me faltan escalas, pediré a los cielos alas. RICOTE: ¿Para qué, viviendo yo? Si te libré de la muerte y por mi causa adquiriste la infanta que así perdiste, vuelve en ti. ¡Qué vivo, advierte! Y quien [por] la vez primera te la supo granjear, te la volverá a cobrar esta vez, y mil si hubiera. GONZALO: Pues la carroza de Apolo y sus rayos pisarás como me pongas no más en aquel castillo solo donde mi esposa está presa. Ricote, ¿no lo harás? RICOTE: Sí. GONZALO: Dame esos pies. RICOTE: Vuelve en ti. GONZALO: [Y] cuenta con la promesa. RICOTE: [.................... -illa] Escucha y te la diré.
Sale un MORO
MORO: Para caminar a pie hasta aquí desde Sevilla, no he tardado mucho. Aquí, conforme me han informado los que a Trujillo han cercado, he de hallar a Baabdalí. De albricias dará un tesoro cuando sepa qué es, sin duda. [........................ -uda] GONZALO: ¡Ricote, Ricote, un moro! MORO: ¡Ésta sí es comida buena! Si me quieres sustentar, de estas liebres me has de dar a la comida y la cena.
Agárrale
GONZALO: Agora es razón que coma. Dame a doña Blanca. MORO: ¿Quién? GONZALO: Mi esposa, perro, mi bien. MORO: ¡Ay, que me mata! ¡Mahoma! GONZALO: Dame mi esposa, villano, o el alma muriendo arranca. Perro, dame a doña Blanca. MORO: ¿Qué doña Blanca, cristiano? GONZALO: Mi esposa. Hasla de volver o te he de matar a coces. MORO: Mira que no me conoces. Si quién soy quieres saber, déjame y sabráslo. GONZALO: Di. MORO: Del rey de Sevilla soy un correo que a dar voy nuevas al rey Baabdalí de que apreste armas y gente con que venir en persona para darle la corona de Castilla brevemente y quitarla a Alfonso el sexto. En estas cartas le escribe el socorro que apercibe. Agora llegué a este puesto sin saber qué infanta es ésa o qué diablo para mí. RICOTE: Dale la muerte, que así te cumplirá la promesa. Pues le trujo [aquí] su suerte, quédese aquí encastillado. GONZALO: Ya yo me tengo cuidado, Ricote, de darle muerte.
Dale
MORO: ¡Ay, que me has muerto, enemigo! GONZALO: Así mi rabia se doma. MORO: ¡Ay, conmigo sea Mahoma! GONZALO: Y doña Blanca conmigo. Ya murió. [Harémosle] luego, Ricote, lo prometido. RICOTE: Como cobres el sentido y vuelvas en tu sosiego, vamos; que llevarte quiero a donde vengues tu ultraje; que vestido en este traje y haciéndome mensajero del moro rey andaluz, conmigo te llevaré, y cuando el sol claro dé en los antípodas luz, a tu esposa libraremos, sacándola del castillo de noche por un portillo que los dos en él sabemos. Si el rey a la infanta hablare delante de ti, callar; que si te has de alborotar cuando a tus ojos llegare, lo pondrás todo de lodo. GONZALO: En seguirte estoy resuelto. En esperanzas me has vuelto el deseo, la vida y todo. RICOTE: Ten, pues, este cuerpo vil. Quitaréle este vestido y verásme convertido en un moro lacayil. GONZALO: Vamos, pues, restaurador de mi seso y libertad. RICOTE: Verás con la autoridad que me finjo embajador.
Vanse y salen el REY don Alfonso, RICARDO, SULEIMÁN y SOLDADOS
REY: Di que hagan alto. RICARDO: ¡Hagan alto! REY: ¿Cuánto está de aquí Trujillo? RICARDO: Desde este ribazo alto podrás, señor, descubrillo y verás dar el asalto. REY: ¿Es posible que hasta aquí hayamos llegado así, sin que nos haya impedido el paso ni haya sentido mi venida Baabdalí? Su descuido me ha espantado. SULEIMÁN: Ha sido tal la presteza con que la gente ha juntado del ejército tu alteza, y con tal prisa ha marchado que aun a mí, que estoy presente, se me hace dueño aparente el verte que en medio mes formes un campo y estés en Trujillo con tu gente. Creerá mi padre que estás con prevenciones astutas [.................... -ás] y que agora las condutas a tus capitanes das, y así, señor, persuadido que de Burgos no has salido ni saldrás en muchos días, no envía postas ni espías. REY: Buena mi presteza ha sido. No se disculpa con eso el moro, viendo que el peso de la guerra y su esperanza por una leve tardanza suele tener mal suceso. Supuesto que esté Trujillo hoy de soldados cercado, y que el morisco caudillo vive alegre y descuidado, porque ha ganado un castillo. De su descuido me quiero aprovechar, porque espero con un suceso gallardo que lo que él pierde por tardo he de ganar por ligero. Baabdalí piensa que lejos de su alojamiento asisto y que buscando aparejos de guerra, en Burgos, alisto de espacio soldados viejos. Conforme aquesto aunque cerca de Trujillo y de su cerca, cause su ejército espanto siendo su descuido tanto, me parece si se acerca mi campo sin ser sentido cuando Febo transparente que esté en el mar escondido, y doy sobre él de repente que está desapercibido, sin dificultad ninguna verá a sus pies la Fortuna, muerto y preso el campo moro, y eclipsar mis cruces de oro la plata vil de su luna. ¿Qué te parece, Ricardo? RICARDO: Que eres rey [y capitán] sabio, valiente y gallardo. REY: ¿Qué os parece, Suleimán? SULEIMAN: Que con fe y ardid aguardo ser rey mañana por ti. REY: ¡Sabrás quién es, Baabdalí, Alfonso el rey de León, cuando llegue la ocasión! A mis tropas advertí; que con silencio prudente, sin batir el ronco parche que al cobarde hace valiente a Trujillo el campo marche. RICARDO: Marche a Trujillo la gente.
Vanse. Salen RICOTE y don GONZALO, de moros, y BAABDALÍ y otros MOROS
BAABDALÍ: ¿Cuánto habrá que saliste de Sevilla? RICOTE: Señor, el mismo día de la fecha que yo no sé cuál es, ni quién me mete en cuentos ni dibujos. BAABDALÍ: ¿Qué tenía el rey cuando [tú] partiste, que me escribe que quedaba indispuesto? RICOTE: Sabañones, que le han puesto las manos como sapos. GONZALO: ¿Qué dices? RICOTE: ¿Qué quieres que se diga? Por tu ocasión me he puesto a emboque y cabe de acabar hoy con la vida. BAABDALÍ: En Sevilla que es tierra tan caliente que con África confina, ¿puede darle sabañones? RICOTE: Así lo afirman, gran señor, los médicos, porque ha nevado mucho aqueste invierno; mas a mi cuenta lo que tiene es sarna porque se rasca mucho. GONZALO: ¿Hay tal dislate? ¿Qué dices, mentecato? ¿Rey con sarna? RICOTE: Pues, ¿no puede haber un rey sarnoso? BAABDALÍ: Al fin, ¿casó ya Almanzor, [rey] de Córdoba, con la hija del rey? RICOTE: Hubo gran fiesta. BAABDALÍ: ¿Quién jugó cañas? RICOTE: (¿Quién? ¡Por vida mía Aparte con el morazo! ¡Perro interrogante! ¿Qué tengo de decir? Aquí me coge y me manda empalar). BAABDALÍ: ¿Quién jugó cañas? RICOTE: Fue para mí, señor, día de purga... (Y aún agora lo es) ... el de la boda, Aparte y soy poco curioso y no lo supe. BAABDALÍ: El príncipe de Fez y Marruecos, ¿estáse en Sevilla? RICOTE: Aún no se ha ido. BAABDALÍ: Dicen que es muy valiente. RICOTE: Es un San Jorge. GONZALO: ¿[No] quieres callar? RICOTE: Pues, ¿no hay San Jorges moros? BAABDALÍ: ¿Quién dices que es? RICOTE: San Jorge los cristianos llaman al que es valiente y a su modo llamarle yo San Jorge también quiero. BAABDALÍ: Al fin, ¿qué dentro de cuarenta días el mismo rey vendrá con campo armado para darme socorro? RICOTE: Así se suena. BAABDALÍ: Es Sevilla muy grande, muy hermosa; sus edificios son muy celebrados. Dime los más notables que hay en ella. RICOTE: (En buena me he metido). Hay en Sevilla... Aparte GONZALO: (Él dirá disparates infinitos; Aparte que nunca estuvo en ella. Más seguro es ahorrar de palabras y a las obras remitir este enredo. Mas, ¿qué es esto?
Salen riñendo FATIMÁN y BENZORAIQUE con doña BLANCA
FATIMÁN: No ha de haber resistencia. Será mía o perderé el respeto al gran Mahoma. Téngola de gozar, aunque sobre ello mate a mi padre; que mío es todo el mundo. BAABDALI: Yo quiero remediar los desvaríos de vuestra juventud liviana y loca. ¿No es ésta la cristiana que os hechiza? Pues, muera, y ése vuestro amor muriendo.
Saca el alfanje y quiérela dar, y detiénelo don GONZALO, y echa mano
GONZALO: Tente, perro; que viene a defenderla quien aunque estará Sin Nombre, el de esposo le da valor para acabar tu vida. Yo soy a quien atasteis los tres juntos, durmiendo, que no osáredes despierto. A libertar mi cara esposa vengo disfrazado cual veis. Pero, ¿qué aguardo que no derramo la cobarde sangre que derramar la de mi esposa quiso? BAABDALÍ: ¡Estás loco, cristiano! ¡Ayudad, moros! FATIMÁN: ¿Quién eres, diablo? GONZALO: Llámome el Sin Nombre y esta hazaña con mucho nombre y fama me conforme. BENZORAIQUE: [¡Ayudad], moros, ayudad! Que un infierno junto en su defensa viene.
Vanse [riñendo]
RICOTE: Aquí acaba tu vida, vil lacayo. ¿Hay tal locura? ¡Qué contra tantos don Gonzalo solo se atreva! Él morirá y a mí me guisan con el cuzcuz los moros y me comen. ¡Ay, pobre y desdichada doña Blanca! ¡Ya no doy una blanca por tu vida! BLANCA: Si mi esposo la vida agora pierde, con él quiero morir. Adiós, Ricote. RICOTE: Muriendo pagaremos el escote.
Vanse. Sálense acuchillando don GONZALO con BENZORAIQUE, y saca las cabezas de BAABDALÍ y FATIMÁN
BENZORAIQUE: Detén, cristiano, el furor con que ese nombre has ganado de eterna fama y loor. Bastan las muertes que ha dado tu nunca visto valor. GONZALO: ¿Moro que quiso forzar mi esposa había de vivir para poderse alabar que me quiso competir y del mismo sol gozar? ¡Muere, perro! BENZORAIQUE: ¿Qué? ¿Mi llanto no te mueva? GONZALO: Antes me espanto; que teniendo de hombre el ser, llores, moro, cual mujer. BENZORAIQUE: ¡Qué me matan, Alá santo!
Vanse. Salen RICOTE, de moro, don SANCHO y don RAMIRO, en cuerpo
RICOTE: Don Ramiro, señor mío, querido señor don Sancho, ya el alma alegro y ensancho y a tener vida confío; que a tan dichosa ocasión mi ventura me llevase, que sin saberlo os librase de tan áspera prisión. ¿Que allí os tuviese el vil moro! ¡Qué en tal coyuntura os veo! Aquí estáis y aún no lo creo; casi de contento lloro. RAMIRO: Dame esos brazos, Ricote, pues de tu mucha lealtad nació nuestra libertad. El mundo tu ingenio note. ¿Quién a tal parte te trujo? ¿Qué enredo es éste? ¿Qué ensayo? RICOTE: Soy moro injerto en lacayo. He dado, señor, en brujo. El venir de aquesta suerte decirte después colijo; que está a peligro tu hijo. Librémosle de la muerte sin dilación ni intervalo; que aunque me tardo en decillo, contra todo ese castillo solamente es don Gonzalo. Pelea por libertar una infanta que es su esposa. SANCHO: ¿Infanta? RICOTE: Infanta. SANCHO: ¿Hay tal cosa? RAMIRO: Vámosle luego a ayudar; que mil bienes juntos gano por tu causa, mi Ricote. RICOTE: ¡Muera el perrazo galgote! RAMIRO: Ven, Sancho, a librar tu hermano. RICOTE: Los moros que don Gonzalo muertos tiene, os armarán, y los vivos pagarán la prisión y el trato malo. SANCHO: Vamos. RICOTE: Y yo os sacaré a luz con mi traje lacayil burlándome de aquel vil Mahoma y de su alcuzcuz.
Vanse. Sale doña BLANCA
BLANCA: No ha dejado moro a vida mi valeroso español. Su carro le ofrezca el sol y sobre él el triunfo pida. Voy a darle el parabién de tan hermosa victoria.
Sale don GONZALO
GONZALO: Fuera mi dicha notoria si hallase mi dueño y bien. Pudiera hablar, pero temo que el moro desesperado la muerte no le haya dado que es mi desdicha en extremo. Y si esto es así, la vida dio a la muerte puerta franca. BLANCA: ¡Dulce esposo! GONZALO: ¡Dulce Blanca! BLANCA: ¡Mi bien! GONZALO: ¡Mi esposa querida! BLANCA: Sus verdes hojas y lazos el lauro a sus sienes dé. GONZALO: Laurel, mi bien, ¿para qué si me coronan tus brazos?
Sale RICOTE, de moro
RICOTE: No hay en el castillo moro que herido no forme llantos. Pudiera dar muerte a tantos pero ya llega el que adoro.
Salen don RAMIRO y don SANCHO
GONZALO: Dame esos ilustres pies, noble padre, que yo en verte no tengo miedo a la muerte. RAMIRO: Mi Gonzalo, el interés de tu vida dio tal gusto al alma que te retrata, que si el gusto a veces mata, me ha de matar este gusto. GONZALO: Don Sancho, dame esos brazos; que eres mi hermano mayor. SANCHO: Mayor ha sido el valor, Gonzalo, con que pedazos los africanos has hecho. Dejemos las mayorías, [.................... -ías] tratarlas ya es sin provecho. GONZALO: Llega, padre, y a la infanta habla. RAMIRO: ¿Qué infanta? GONZALO: Mi esposa, del rey hermana famosa. RAMIRO: Lo que te escucho me espanta. Dad a mi vejez prolija esos pies, y perdonad. Ignoro mi cortedad. BLANCA: Los brazos os doy de hija. RAMIRO: Han sido mis dichas tantas que casi imposibles son. RICOTE: Don Gonzalo dio en ladrón pues sabe robar infantas. Esto es cierto a toda ley. GONZALO: Después la historia sabrás.
Sale un SOLDADO
SOLDADO: Sal, don Ramiro, y verás que ya viene a verte el rey. Va llegando a tu castillo; que según dijo un soldado, al moro ha desbaratado que estaba sobre Trujillo y por gozar la victoria hoy cumplida, viene aquí en busca de Baabdalí y de sus hijos. GONZALO: La gloria de esta hazaña feneció. BLANCA: Ya alzó Fortuna la mano de mi dicha. El rey mi hermano que mil premios prometió a quien os diese la muerte cumplirá su gusto agora. GONZALO: Sosegá un poco, señora, y no lloréis de esa suerte; que ya la industria me ofrece el daño y vuestro pesar, y por podernos librar que nos vamos me parece, mientras sale a recibir mi padre al rey. RAMIRO: ¿Qué temor os alborota? GONZALO: Señor, vamos si queréis oír la causa de este alboroto; que de tu prudencia espero remedio. RICOTE: Yo no lo quiero. A los pies, señor, me acojo. GONZALO: No, Ricote, que yo haré como te perdone el rey. RICOTE: El huír a toda ley. GONZALO: Espera. RICOTE: ¿Cómo podré? ¡Si ha de llover todo en mí! GONZALO: Ven, señora. Padre, advierte la historia de aquesta suerte y el remedio escucha. RAMIRO: Di.
Vanse todos y queda RICOTE
RICOTE: Ya no hay enredo, Ricote, con que librarte esta vez. Hoy me apretarán la nuez hasta juntarla al cogote.
Vase. Salen marchando soldados, el REY don Alfonso, don DIEGO Ordóñez y RICARDO
REY: La victoria de esta noche cumplido del todo fuera a no morir Suleimán en la morisca refriega. Los moros desbaratados porque las espadas vuestras, castellanos y leoneses, hace[n] hazañas como éstas. Pero queda Baabdalí vivo, y vivirá la guerra mientras vive el principal, de aqueste cuerpo cabeza. Él está en este castillo. Aquí defenderse espera de vuestro español valor. Sin gente está ni defensa. Ya sé que no habéis comido desde ayer, y que las lenguas de los mordaces murmuran porque os traigo con tal priesa sin sosegar en Trujillo a ganar aquesta fuerza, que a matar el moro rey que defendérseme intenta. Pero también sé, soldados, que la española nobleza cuanto es mayor el trabajo tanto sus fuerzas renueva. Siete castillos ganáis. Si dais la muerte sangrienta al moro de baja ley, haréis vuestra fama eterna. Aquí tiene sus tesoros, aquí guarda sus riquezas, si el interés os anima. Y si el valor os alienta, arrimad al muro escalas, fuego poned a sus puertas, decid, ¡cierra España!, amigos y, pues, al moro encierra. Y alcanzada esta victoria, después, con triunfos y fiestas gozaréis de sus despojos. ¡Muera el moro! TODOS: ¡Muera, [muera]! REY: Detente, don Diego Ordóñez; amigo Ricardo, espera; que en señal de paz, el moro un blanco pendón nos muestra. DIEGO: Un cristiano de Castilla ha abierto, señor, la puerta, que de otros acompañado a tu real presencia llega.
Sale don RAMIRO con una fuente y en ella unas llaves e híncase de rodillas
RAMIRO: Déme los invictos pies, victorioso rey, su alteza, y tome la posesión hoy de aquesta fortaleza. Su alcaide, que soy yo mismo, con estas llaves le entrega libre del vil africano. REY: Alza, alcaide, de la tierra, y dime cómo es aqueso. ¿Aqueste castillo y tierra no estaba por Baabdalí? RAMIRO: No ha mucho que estaba en ella con armas y municiones descuidado que pudiera un hombre sólo vencerle y echarle, gran señor, fuera. Yo, Alfonso, soy el alcaide que en este castillo y fuerza, Trujillo en tu nombre puso para tu guarda y defensa. Don Ramiro Altamirano es mi nombre, que en las guerras a la casa de Castilla serví desde mozo a prueba de leal y de valiente, y saliendo con empresas dignas de mi sangre y nombre vine a casarme a mi tierra. Dos hijos me dio mi dicha. Don Sancho el uno que hereda como el mayor de mi casa mi mayorazgo y hacienda. El menor que fue a servirte a Burgos y agora espera de tu magnífica mano el nombre y mercedes nuevas, es don Gonzalo, que solo, entrando en la fortaleza venció los moros que estaban para guardar su defensa, y matando los dos hijos de Baabdalí, darte intenta, aunque el moro [es] rey valiente, su coronado cabeza. Él está en su seguimiento. Mientras vuelve con él, entra en este castillo tuyo. Verás de su fortaleza los valerosos efectos, que no toparás apenas lugar que de sangre o moros no esté la tierra cubierta. REY: ¡Válgame el cielo! ¡Qué huyó Baabdalí! RAMIRO: De la refriega, aunque herido, salió huyendo. REY: Por su cabeza te diera premios de inmensa ganancia. Yo vine con la presteza, soldados que habéis visto, creyendo que feneciera con su muerte el alboroto de esta repentina guerra. Pero, pues, él se ha escapado y el valor a la destreza de don Gonzalo, vuestro hijo, le sigue y aquesta empresa alcanza, yo premiaré sus hazañas de manera que su nombre sea famoso. Regid esta fortaleza, valeroso don Ramiro. ¡A Trujillo el campo vuelva, que aquí no hay alojamiento, donde todos cobrar puedan del trabajo recibido el descanso que desean! ¡Marche el campo! RAMIRO: Gran señor, descansar primero intenta en este castillo tuyo que [ya] te aguarda. REY: Dos leguas está Trujillo de aquí. Allá con triunfos y fiestas nos aguardan. Marche el campo. RICARDO: Toma refresco siquiera. REY: Si le hubiera para todos, Ricardo amigo, sí hiciera; pero nunca el capitán es bien que descanse y duerma, y los soldados famosos, cuando él descansa, padezcan. Dame sólo un vaso de agua. RAMIRO: Yo voy, gran señor, por ella. (Bien mis intentos se trazan. Aparte De esta vez yo haré que sea don Gonzalo perdonado de quien el perdón espera).
Vase
REY: Ay, don Diego, esta victoria, ¡qué alegre me pareciera si viendo a mi hermana ingrata triunfara en Burgos con ella! Que siento con tal extremo en esta ocasión su ausencia, que de albricias de su vida perdón al robador diera. DIEGO: Sabe el cielo, gran señor, el cuidado y diligencia que he puesto en su busca. REY: Él mismo me la traiga en mi presencia... mas, ¡válgame Dios! ¿Qué es esto?
Salen doña BLANCA, don GONZALO y RICOTE, cada uno con una fuente y en ella una cabeza de moro, y don RAMIRO con una toalla sobre otra fuente
RAMIRO: Para que tu alteza beba, poderoso rey, te traigo estos platos de conserva. Mata la sed de venganza en aquestas tres cabezas, y cuando sin ella estés mira que tus plantas besa doña Blanca, hermana tuya, y don Gonzalo, que espera en pago de aquesta hazaña el perdón de tu clemencia. El robar a doña Blanca bastante delito era [que] aquí mandaras quitarle de los hombros la cabeza; pero en pago de ésta suya, aquestas tres te presenta, del moro rey y sus hijos. Bebe, gran señor, ¿qué esperas? REY: Sí. Beberé, que es razón que agua que tan cara cuesta un rey la compre. GONZALO: [Besar los pies], gran señor, nos deja. REY: Alzad, que ha sido el presente digno de la fortaleza del caballero Sin Nombre. GONZALO: Ya será justo le tenga, pues con mano liberal nombre y armas de tu alteza recibo en esta ocasión. REY: Vuestras armas desde hoy sean tres cabezas coronadas, en campo azul, porque tenga noticia de aquesta hazaña el mundo todo con verlas, y desde hoy os llamaréis Altamirano y Cabezas. Dadme, hermana, aquesos brazos que escogéis como discreta marido valiente y noble que os ampare y os defienda. Don Ramiro, desde aquí de Trujillo la Tenencia os doy a vos y a don Sancho por su vida y por la vuestra. RAMIRO: Tu vida prospere el cielo. REY: Don Gonzalo, a cargo queda de mi corona, pues es mi cuñado. El cargo tenga agora de Adelantado en toda aquesta frontera y Conde de Medellín. GONZALO: Déme sus pies, vuestra alteza. RICOTE: Y a Ricote que le trae, señor, esta fuente llena, rellenada de grosura, cabeza, sesos y lengua, ¿qué le das? REY: Es tu lealtad digna de que mi largueza te premie. Desde hoy te doy mil maravedís de renta. RICOTE: ¡No trae más maravedís un demandador de iglesias! Desde hoy, con tanto dinero, ricos los Ricotes quedan. ¡Mil maravedís! ¡Jesús! Coche he de hacer y litera. Papagayo compro y mona. Voy a contar la moneda. REY: A lo menos a Trujillo marche el campo, porque vean a mi doña Blanca todos y alegren las bodas vuestras. GONZALO: El Caballero Sin Nombre fue don Gonzalo Cabezas. Ésta es, senado, su historia. Perdonad las faltas de ella.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002