ACTO TERCERO


Salen ENRICO y el DUQUE de Calabria
ENRICO: ¿Tan solo quiere salir vuestra alteza? DUQUE: Para ver esta divina mujer que sujetar y rendir pudo a mi valor, conviene el poco acompañamiento. ENRICO: En Calabria yo no siento mujer humilde que tiene tanta belleza. DUQUE: Yo sí, que su belleza miré y su hermosura adoré y ciego el alma la di. ¿No has visto una hermosa perla que en una concha se guarda que el que la ve se acobarda cuando pretende cogerla porque mira la fealdad de la concha y no repara en la piedra hermosa y clara que da luz y claridad dentro de ella? ENRICO: Sí, señor. DUQUE: Pues si a ti te ha sucedido, tú la has visto y el vestido indigno de su valor no te ha hecho reparar en el precioso joyel que se guarda dentro de él digno, Enrico, no de estar en poder de un potentado como yo, sino en el pecho del mayor monarca. ENRICO: Hecho será suyo el darla estado conveniente a su hermosura y sacarla de pobreza. DUQUE: Si me admite su belleza por mi gloria y su ventura, yo sé que en Calabria toda no habrá más rica mujer. ENRICO: El que pretende vencer, de su interés se acomoda mas, ¿qué traje trae? DUQUE: No igual, como te he dicho, a quien es. ENRICO: Mucho me admiro. DUQUE: ¿No ves envuelto en tosco sayal el oro? Pues de ese modo la contemplo, hermosa y vella. Pues el oro hermoso es ella y viste sayal y todo un saco que hasta los pies la cubre gallarda viste, y una toca en color triste que nube de su sol es. ¿No has visto el sol esculpido de nublados, y el mostrarse más hermoso al apartarse de rayos de luz vestido? Pues así me pareció esta mujer que al mirar sus blancas manos sacar cuando el sayal descubrió; pensé, con ansias iguales en mi gloria indiferente, que las mangas eran fuente y las manos los cristales. Pero aguarda, que aquí vienen, de cierto pobre cargados, dos hombres que a mis cuidados dar algún alivio tienen. ENRICO: ¿Estos pobres? DUQUE: Sí, que a veces la acompañan. ENRICO: ¿Y has sabido si es alguno su marido? DUQUE: ¿Por inconveniente ofreces eso a mi valor? ENRICO: Yo no, pero aunque humilde, el marido ha de ser siempre temido. DUQUE: Nunca mi valor temió.
Sacan JULIÁN y VULCANO al DEMONIO en hábito de pobre y ellos a lo humilde y VULCANO gracioso
VULCANO: Si yo pasare de aquí, me lleven diez carabelas de diablos. JULIÁN: ¿No te consuelas, Vulcano, con verme a mí pasar el mismo trabajo?
Suéltale [al DEMONIO]
VULCANO: Tú que fuiste parricida sufre; mas yo, que en mi vida he muerto un escarabajo, ¿por qué tengo de hacer penitencia a tu compás? JULIÁN: Más con Dios merecerás. VULCANO: No quiero más merecer; cuando aqueste pobre o diablo pesara poco, pudiera llevarle una legua entera. DEMONIO: (Mi ardid de este modo entablo Aparte Temiendo que Julïán, que en trabajos no desmaya, de mis manos no se vaya, salí del negro volcán donde padezco y sentí porque de nuevo le cobre el traje de humilde pobre, aunque yo soberbio fui. Y poniéndome a sus ojos enfermo hoy a su hospital me lleva para su mal, pues le ha de costar enojos, si yo puedo, esta obra pía). VULCANO: Di, pobre de Bercebú, ¿haste hartado de alajú? ¿Comiste cazuela fría? ¿Henchiste el buche de arroz? ¿Cómo pesas tanto? Di. JULIÁN: Sufre por amor de mí. VULCANO: Sufra un diablo tan atroz trabajo. DEMONIO: No puedo más. VULCANO: Y fuera de esto, este rufo, el pobre diablo echa un tufo , que como yo voy detrás lo siento medianamente, que no hay diablo que le aguarde. JULIÁN: No por eso se acobarde; yo iré atrás. VULCANO: No me atormente. ¡Vive Dios, que ha de llevarle la madre que le parió, porque si le llevo yo le he de estrellar en la calle! DEMONIO: Mire, hermano. VULCANO: No se llegue. ¡Oh, qué tufo endemoniado! ¿Tiene el hígado dañado? ¿Tiene algún mal que se pegue? DEMONIO: (Sí, tendré, Julïán hermano, Aparte si pretendes santos fines). VULCANO: Busque cuatro palanquines que yo... JULIÁN: No ha de ser tirano. VULCANO: Más tirano es quien porfía en llevar este demonio, pues su olor da testimonio que del infierno es espía. DEMONIO: Hermano, no sea crüel. Yo, pues cerca está de aquí, poco a poco iré. VULCANO: Eso sí. ¡Cuerpo de Cristo con él! JULIÁN: Yo, para causarle asombros pues no me quiere ayudar, le quiero, hermano, llevar, aunque más pese, en los hombros. DEMONIO: Mire, hermano. JULIÁN: Calla vos, que yo hago lo que debo; pues cuando así un pobre llevo, entiendo que llevo a Dios.
Échasele al hombro y llévale
VULCANO: A las hermanas narices de Julián lástima tengo. Basta que yo también vengo por más suertes infelices a mortificar mis huesos. DUQUE: Más la ocasión me disculpa, quiérole hablar. VULCANO: ¿Tengo culpa yo acaso de sus sucesos? DUQUE: No sé si ha de conocerme, hermano... VULCANO: (¿Cuándo hermanamos? Aparte ¡El duque es!) DUQUE: Los dos llegamos... VULCANO: (Algún bien pretende hacerme). Aparte DUQUE: ...solamente a que nos diga quién es aquella mujer que con él pasaba ayer, llena de pena y fatiga, por palacio. VULCANO: Mas, ¿qué viene derretido, que diré como Usiría me dé, de aquello mucho que tiene? DUQUE: (¿Conocido me ha?) Aparte Tomad este bolsillo. VULCANO: ¡Mi Dios eterno!, bien sabéis vos mi mucha necesidad. Parece descortesía no tomarlo. ¡Ay, mi Jesús, si peco más, venga el plus! Y estéme atento, Usiría. Porque tengo alguna prisa, os diré en breves palabras la historia más prodigiosa que ha sucedido en Italia. La mujer que preguntáis es de Ferrara, y se llama Laurencia, que con aquél que agora de mí se aparta con aquel pobre en los hombros, la casó el duque en Ferrara; que aunque veis en traje humilde, hay nobleza que acompaña sus honestos pensamientos que al sol en pureza igualan. Julïán, que aqueste nombre tiene el marido, por causa de malévolos planetas, hallando en la misma cama sus dos padres, que a buscarle fueron los dos desde Albania de donde él es natural, pensando que era su amada esposa y un caballero de quien receloso estaba, celoso y determinado, con la daga abrió en sus almas puerta de corales rojos, por donde salieron causa de que agora baje al mundo por provincias tan extrañas. Pues movido del delito y de la justicia sacra, temeroso en una nave que en el puerto de Ferrara halló, con su casta esposa y conmigo al mar se embarca. Tomó puerto en Roma, adonde perdón le alcanzó del papa del cometido delito que le atormentaba el alma. De allí fue a Jerusalén descalzo y la casa santa visitó y unos lugares que adoran por cosas sacras. Fue a la Virgen del Orito, y rodeando la Francia no quedó imagen divina que devoto no adorara. Y no contento con esto pasó a la fértil España, donde en el monte primero altas peñas levantadas aserraron serafines, vio la virgen soberana. La capilla angelical de Zaragoza la llana vio también. Y desde allí pasó a la Peña de Francia y a la magna Guadalupe, que son dos cercanas casas y entrambas maravillosas. Visitó al patrón de España, y al fin, para no cansaros, dos meses ha que a Calabria llegó, tierra que dio ser al apóstol de las barbas bermejas, adonde hizo de la limosna ya llegada en estas extrañas tierras un hospital donde ampara, hospeda y cura a los pobres, dándoles comida y cama. Y por la ciudad lo busca de limosna cuando falta; y cuando pobres tullidos no pueden ir, se les carga en sus hombros, y les lleva donde mil alivios hallan. Ésta es, gran señor, su historia. Si acaso, como declaran vuestros ojos y el cuidado de la pregunta, en el alma os toca de amor el fuego de su esposa, quiero en paga de este bien que me habéis hecho desengañaros. No es tanta dificultar el llegar con la mano a la estrellada región celeste y sacar centro de luz de sus sacras presencias como vencer a Laurencia hermosa y casta. Pues, fuera de ser quien es, habéis de saber que trata en cosas de Dios, no más; y con ellas se regala. La mayor parte del día la oración continua santa; la otra parte da al alivio de los pobres que la llaman. Un grave cilicio tiene, sus carnes haciendo en blancas clavellinas manchas rojas que la ponen más gallarda. Ella es una santa, en fin; por eso, desengañada vuestra afición, no prosiga en tan imposible causa. Y pues lo he contado todo, aquí la historia se acaba. Quedaos a Dios porque es tarde, que en el hospital me aguardan.
Vase [VULCANO]
DUQUE: Confuso, Enrico, he quedado. ENRICO: Con lo que ha dicho, se acaba su afición recién nacida. ENRICO: Sí, Enrico, que a cosas santas debe tenerse respeto. Santa es Laurencia. No trata ya mi amor de pretenderla, aunque pretende ampararla. De mi hacienda la he de dar, Enrico, limosna tanta que no sea menester que la busquen en Calabria. Los que a Dios servir pretenden, nunca las cosas que Él guarda para sí se han de querer, que es soberbia disfrazada. Vamos, Enrico. ENRICO: Con menos amor vas ya. DUQUE: Tú te engañas. Agora voy más rendido; mas con diferencia extraña, que antes la adoré hermosa y agora la estimo santa.
Vanse y salen LAURENCIA con un candil y JULIÁN con el demonio a cuestas
JULIÁN: Aquese candil, Laurencia, cuelga en aqueste portal, y saca aquí un cabezal para este pobre.
Vase [LAURENCIA]
DEMONIO: (¡Impaciencia! Aparte Mas sobra cuando reparo que es causa mi tiranía de que éste en obra tan pía descubra fervor tan raro; mas yo le haré desistir, si puedo, de aqueste oficio).
Sale LAURENCIA con un cabezal
LAURENCIA: Ya está aquí. JULIÁN: Das claro indicio de lo que deseas servir a Dios, Laurencia querida. Amigo, ánimo mostrad, por mi vida, y descansad pues que la noche os convida. DEMONIO: ¿Qué descanso ha de tener el que siempre está penando? JULIÁN: Los pobres vienen llegando.
Sale VULCANO con una jeringa
VULCANO: Aguárdate, Lucifer. JULIÁN: Hermano ¿adónde camina? VULCANO: Diz que aguarde hasta mañana hasta que le venga gana de echarle la melecina, gentil flema en mi conciencia, y decirme en voz sonora; no murmure por agora, vuesa merced, de mi ausencia. JULIÁN: ¿Quién es ése? VULCANO: ¿No interpreta en el modo de hablar quién me ha podido enojar? Aquese diablo o poeta, o lo que es, que está escribiendo sobre la cama sentado. JULIÁN: ¿Aqueso le da cuidado? VULCANO: Yo me enfado y me ofendo si le viere estar mirando al cielo y luego bajarse, concomerse y menearse varios visajes formando perdiera el seso; pues luego cuando mi solicitud iba a darle la salud me dijo en lenguaje griego, "Vuélvasela a la cocina y échala a pobres diversos. Digo que olerán mis versos si me echa la melecina". JULIÁN: Pues vuélvala, hermano, allá si ya su intención ha visto. VULCANO: Aquesto no, ¡vive Cristo!, que pues se ha hecho el gasto ya aqueste pobre que trujo la tiene de recibir. JULIÁN: Eso tiene de decir. VULCANO: Pobre que parecéis brujo, apercíbete. DEMONIO: ¿Qué quiere, hermano? JULIÁN: ¿Hay tan gran porfía? VULCANO: Que toque esta chirimía de la suerte que quisiere, él tiene bellaco olor como yo lo ha mostrado ya, y aquésta le limpiará de todo superfluo humor. JULIÁN: ¿No ves que se moriría? VULCANO: Si ésta no es buena, otra habrá que la vida le dará de chinas y de agua fría. Voy por ella. LAURENCIA: Aguarda, hermano.
Salen un COJO y un CIEGO
CIEGO: Alabado sea el Señor. COJO: Para siempre le dé honor, amigo, el linaje humano. VULCANO: ¿Cuántas bolsas se han rapado esta tarde, hermano ciego? CIEGO: Si a tener vista no llego, ¿cómo tendré ese cuidado? VULCANO: Él es ciego como yo, y el hermano cojo, a fe, que es devoto de Noé. ¿Con cuántas buenas cayó la romana? COJO: Con muy pocas. VULCANO: El doctor me ha consolado; lindamente habréis brindado. JULIÁN: Aquesas palabras locas refrene. DEMONIO: Si no se muda, grande es mi mal. JULIÁN: ¿Qué le dio? DEMONIO: No nada. VULCANO: ¿No digo yo que ha menester el ayuda? Cojo y ciego entre los dos le tened. DEMONIO: ¡Oh, dura suerte! VULCANO: Si no le tenéis muy fuerte, os la he de echar a los dos. JULIÁN: ¿Quiere que me enoje yo? VULCANO: Si le va en ello la vida. CIEGO: La Virgen esclarecida de quien la Vida nació sea bendita. TODOS: Amén. DEMONIO: (Infierno, Aparte tu príncipe está rabiando). VULCANO: Por Dios, que me está tentando de hacer un garrote tierno y darle cuarenta palos. COJO: Oh, Perucho, bien venido, buen día os habréis tenido. CIEGO: Todos, amigo, son malos para el pobre. VULCANO: ¿Qué, no ha habido gran cosecha de mendrugo? COJO: No ha faltado. CIEGO: Que me arrugo que estoy ya casi dormido. COJO: Y yo también a tu lado, ¡par diez!, que me he de engullir, Perucho, antes de dormir, un mendrugo que ha quedado. JULIÁN: Siéntate, Laurencia mía, y con aquestos extremos pobres de Dios platiquemos. LAURENCIA: Eso mismo pretendía.
Sale una MUJER con un niño
MUJER: Acá estamos todos. JULIÁN: Hola, volved a entrar luego vos y decid. Loado sea Dios. VULCANO: No ha sido aquesta vez sola. MUJER: Que he andado necia confieso. Loado sea Dios. JULIÁN: Eso sí. Adentro estaréis, no aquí. VULCANO: ¿Dónde se hubo el contrapeso? Mas, ¿qué acierto quién fue el padre? JULIÁN: Vulcano, no seas pesado. MUJER: ¿Quién? VULCANO: Sacristán o donado, si no es que no sois su madre. MUJER: Mal profetizas.
Sale un ESTUDIANTE
ESTUDIANTE: Loado sea el Señor. JULIÁN: Y lo ha de ser. VULCANO: ¡Escolar! Mas, ¿qué ha de haber aquesta noche nublado?
Sale un SOLDADO
SOLDADO: Bendito Él de lo alto sea por largos años. VULCANO: Ya escampa; el soldado es de la hampa. SOLDADO: ¿No hay más luz? VULCANO: Vaya a Guinea si quieres más luz, hermano. SOLDADO: Pues ¡vive Dios!, ignorante, que si saco la tajante, que de un revés inhumano os envíe yo a cenar con Bercebú.
Andan a palos
JULIÁN: ¿Qué es aquesto? VULCANO: ¡Aquí de los pobres presto! CIEGO: A palos lo he de matar. JULIÁN: ¡Amigos, hola! ¿Qué habéis? COJO: Todos por ti lo han dejado. SOLDADO: ¡Vive Dios!, que me han quebrado cinco costillas o seis. JULIÁN: Ea, volvéos a sentar todos aquí. Pensad vos. Se viene a tratar de Dios, no a reñir ni a pelear. SOLDADO: Mañana será de día, y con luz sabré vengarme. VULCANO: ¡Par Diez!, que no he de apartarme de toda la pobrería.
Canta la MUJER
MUJER: "Ya se sale Julïán un martes por la mañana afligido, triste y solo de aquesa tierra de Albania. Sus padres deja, a su tierra y camina hacia Ferrara; la causa porque se ausenta os diré sin faltar nada". JULIÁN: ¿Quién canta mi historia triste? VULCANO: Aunque tu historia se canta nadie sabe que eres tú. Es una mujer que canta por espantar sus pesares sentada sobre la cama, porque quien canta es adagio que sus tristezas espanta. COJO: ¿Quién es este Julïán? VULCANO: Duérmanse ya, noramala, o callen. DEMONIO: Rezando está, ¡rabio, infierno! VULCANO: ¿Y él no calla? Mas, que le tengo de echar la melecina si habla.
Canta la MUJER
MUJER: "Por no matar a sus padres hace aquesta ausencia larga, porque un ciervo cierto día le dijo, estando en la caza atravesado un puñal, --Que me mate no me espanta un hombre que ha de dar muerte a los padres que más ama--". COJO: Bien canta, por vida mía. VULCANO: ¿Quién os mete a vos si canta bien o mal? JULIÁN: ¡Que ya mi historia anda en lenguas de la fama! [¡Ay], Señor, tened piedad de mí! DEMONIO: Fervoroso llama a Dios. LAURENCIA: Hermano, ¿qué tiene? DEMONIO: Cierto desmayo lo causa. LAURENCIA: Alguna cosa que coma haz, Julïán, que le traigan. JULIÁN: Acudo a lo más ligero, Vulcano. Unos huevos traiga para que conforte el pecho. VULCANO: Mejores fueran diez balas de arcabuz que le hicieran diez bocas en las entrañas.
Canta la MUJER
MUJER: "Y la noche que llegó matar al duque intentaban; él llegó a favorecerlo, y ellos vuelven las espaldas. Honróle el duque por ello por esposa regalada, dando la mujer más bella que en el mundo tiene fama".
Sale VULCANO con los huevos
VULCANO: Tome y reviente con ellos. DEMONIO: Mi hambre, amigo, aunque es tanta, ningún manjar apetece. JULIÁN: ¿No los quiere? DEMONIO: No. VULCANO: Pues vaya, agora le quiero más.
Sórbeselos
Pero mire con qué cala me los sorbo yo. JULIÁN: ¡Ay, Laurencia! ¿Y quién entonces pensara tal desdicha? LAURENCIA: Amado esposo, pon en Dios tus esperanzas. VULCANO: ¿Qué le parece? DEMONIO: Muy bien. JULIÁN: ¿Comiólos? VULCANO: Como tarasca los engulló. JULIÁN: Di si quieres más. VULCANO: ¿Quiere más? DEMONIO: Esto basta. VULCANO: Mejor fuera decir sí para que viese la gracia que tengo en sorberme huevos. SOLDADO: ¿No callarán? COJO: Todos callan.
Canta la MUJER
MUJER: "Tenía un hermano el duque que antes que fuera casada Laurencia, la pretendía con una afición extraña. Recelóse Julïán de sus amorosas ansias, habiendo a su esposa oído unas dudosas palabras". JULIÁN: Aquésas fueron mi muerte. Cuando tú dormida estabas, pensando yo que en mi afrenta las decías, toda el alma me movieron para dar triste fin a mi desgracia. LAURENCIA: Afrenta fue que me hiciste. Nunca es cuerdo quien bien ama. SOLDADO: Aquesta jacarandina ha tenido veinte pausas. ¿No callarán con los diablos? COJO: No se aflija. DIEGO: Todos callan.
Canta la MUJER
MUJER: "Fingió que el duque, su dueño, a la duquesa de Mantua le envïaba con un pliego, y no salió de Ferrara. Vinieron aquella noche a verle a su misma casa sus padres de peregrinos, que ella les puso en su cama; y apenas eran las once cuando saltando las tapias de su casa, Julïán entró sin luz en la cuadra. Llegó a su cama, y tentó dos bultos que en ella estaban; y pensando ser su esposa y el galán que le agraviaba, dio en sus inocentes pechos infinitas puñaladas, prodigio que sucedió en la ciudad de Ferrara". ESTUDIANTE: Suceso notable fue. SOLDADO: Ya estará de aquél el alma en los infiernos ardiendo. MUJER: ¿Por qué?, si fue por desgracia. COJO: Porque sí. VULCANO: ¡Linda disputa! COJO: Mirara él, noramala, primero lo que hacía. Si fuera mi camarada, que es ciego y ver no podía adónde los palos daba, aun podía tener disculpa. CIEGO: El tiene bellaca causa en el tribunal de Dios. DEMONIO: Todos aquéstos amparan mi parte. JULIÁN: ¡Ay, Laurencia mía! Todas aquestas palabras son balas de pieza gruesa que las entrañas me pasan. LAURENCIA: No os aflijáis, dulce esposo. VULCANO: Necios dignos que una albarda tome posesión en todos, ¿Dios no es piadoso? DEMONIO: No es causa ésta para que intervenga su misericordia sacra. VULCANO: También [él] sale, hediondo, a meter su cucharada; pues, venid acá almofrej. ¿O es Dios o no es Dios? CIEGO: Repara en lo que dices. VULCANO: Si es Dios, todo lo puede y allana su poder. Y suponiendo que Dios, causa de las causas, lo puede todo, y estando cierto que su Soberana Majestad se inclina más a la piedad que a la sacra justicia, porque ninguno, aunque ofendido le haya con más pecados que el mar en su centro arenas guarda, ha de percibir cobarde secreta desconfïanza. Un monarca de este mundo, que es una hormiga, es un nada, comparado a la Deidad del Soberano Monarca, cuando un vasallo le ofende, cuando un súbdito le agravia, ¿no sabe templar su enojo y le perdona y ampara imitando a Dios? Pues si hace un hombre acción tan hidalga, un Dios, dependencia sola de todas causas humanas, con hazaña más altiva, con más superior ventaja ha de exceder esta acción. Adonde más se señala el ser de Dios es en dar a los delitos, que espantan por enormes y porfiados, perdón; que en las cosas bajas y humildes no muestra Dios su clemencia sacrosanta tanto como en las injurias más superiores y extrañas. Ven como son unos necios. JULIÁN: Ay, Laurencia, estas palabras con ser de sujeto humilde me vuelven al cuerpo el alma. DEMONIO: (Consuelo apercibe luego, Aparte palabras que a mí me matan. Mas yo le he de hablar a solas. Haré que aquéstos se vayan de este patio, revolviendo la noche serena y clara con agua, piedra y granizo).
Dentro ruido de truenos
VULCANO: Escolar, ¡par Dios que anda rebosándose ya el cielo de nubes negras y pardas! Y si llueve, ¡vive Cristo!, que os he de moler. SOLDADO: Preñadas nubes de su seno arrojan piedras envueltas en agua.
Ruido dentro
COJO: El cielo se viene abajo. CIEGO: ¡Ea!, a recoger las mantas y caminar hacia dentro. JULIÁN: ¡Ea!, Laurencia, ¿qué aguardas? Entra a dormir, que yo quiero hablar solas dos palabras a este pobre. LAURENCIA: Yo obedezco. VULCANO: ¡Oh, escolar!, para estas barbas que os tengo de visitar los huesos con una tranca.
Vanse todos y quedan JULIÁN y el DEMONIO
JULIÁN: Ya cesó la tempestad; no os levantéis de la cama. DEMONIO: Algo aliviado me siento: no importa nada el dejarla. JULIÁN: Venid acá, hermano mío. ¿Cómo sabéis vos que el alma de aquel Julïán que hizo tan gran delito en Ferrara no puede salvarse, si es Dios piadoso? DEMONIO: En muchas aulas adonde muchos doctores asisten de ciencias varias se ha consultado este caso, y todos juntos declaran que es imposible salvarse. JULIÁN: ¿Propusieron la ignorancia que tuvo de aquel delito? DEMONIO: No hay abono que le valga, que la ignorancia en el hombre no quita el pecado. JULIÁN: Salgan de mis ojos si es verdad copiosos arroyos de agua. DEMONIO: E hizo el pecado más grave en no matarlos en gracia. JULIÁN: ¿Qué dices? DEMONIO: Que en el infierno un santo varón, que a Italia enriquece, los ha visto penar en ardientes llamas. JULIÁN: ¡Ay de mí! ¡Divinos cielos! ¡Tiembla el juicio! ¡Teme el alma! Mis padres penando están. Pues tú, Julïán, ¿qué aguardas? Que aguardo la pena misma, que aguardo las mismas llamas; pues con ser Dios tan piadoso no hay piedad que a mí me valga. DEMONIO: Con vuestra licencia, quiero recogerme. JULIÁN: El cielo os haga más dichoso que yo soy. DEMONIO: (No espero dichas; venganzas Aparte apetezco solamente, pues en vengarme de un alma, me vengo de Dios agora. Para que aquestas palabras tengan más confirmación, ha de ver entre mil llamas la figura de su padre que soberbio le amenaza).
Vase [el DEMONIO]
JULIÁN: ¿Adónde se esconderá, Dios eterno, mi malicia si ya por vuestra justicia condenada el alma está? Trágueme en su centro oscuro la tierra o el mar más fuerte, pero de ninguna suerte de vos estaré seguro. Gran Señor, si muerte di a mis padres en pecado, no los maté con cuidado. Bien sabéis vos que hüí varias tierras por no hacer cierta la desdicha mía desde el infelice día que lo comencé a temer. Pues si hüí como sabéis, ¿por qué no me perdonáis? ¿Por qué de piedad no usáis pues este oficio tenéis? Si estaba ya decretado que esto había de ser por vos, y vos sois Dios, ¿cómo a Dios puede un hombre desdichado resistir? ¡Señor! ¡Señor!
Ruido dentro
Perdonadme. Mas, ¿qué es esto? Que el rumor triste y funesto pone en mi pecho temor. ¡Ay de mí!, la tierra fría se abrió, y salir de ella veo un bulto mortal y feo que hacia mí sus pasos guía. Aunque la infernal presencia desconocerla me cuadre, pienso que es mi padre.
Sale el que hizo a LUDOVICO lleno de llamas y cadenas y adviértese que es el DEMONIO
LUDOVICO: ¿Padre osa llamar tu prudencia a quien te hizo tanto bien y tú tan mal me pagaste? Pues al cuerpo me mataste y al alma, ingrato, también. Seis puñaladas me diste con el sangriento puñal de cuyo golpe mortal bajar al centro me hiciste. En tu cama con sosiego aquella noche me vi, y al amanecer por ti estaba en cama de fuego. Dios el alma me infundió, y tú, ingrato, con matarme fuiste bastante a quitarme la vida que Dios me dio. Maldito el infeliz día, ingrato, que te engendré, pues ese día formé tu desdicha con la mía. Mas si puedo algún consuelo en el infierno tener es que te tienes de ver en el mismo desconsuelo. Silla prevenida está, aunque tú ufano lo ignoras, cercada de abrasadoras llamas que el infierno da. No pienses que por servir a los pobres con amor has de aplacar el rigor del que aquí me hizo venir. Quédate en tu manifiesto engaño, hijo enemigo, pero advierte que te digo que has de acompañarme presto.
Vase [LUDOVICO (DEMONIO)]
JULIÁN: ¿Qué más claro testimonio] de mi desdicha prevengo si ya por tan cierto tengo ser esclavo del demonio? Daréme muerte inhumana; mas de esto, ¿qué bien espero? Si Dios es hoy justiciero piadoso será mañana. Mas si ya estoy condenado y silla está prevenida, acábese ya la vida y con ella mi cuidado. Pero, ¿a Dios no llaman fuente de misericordia? Sí. ¿Qué importa si para mí cesa su dulce corriente? Pues, ¿en Dios puede cesar la misericordia? No. Porque a faltar, bien sé yo que se había de condenar la mayor parte del mundo. Pues si en Dios piedad se halla, fuerza es el manifestalla. Pero si ya en el profundo estoy, ¿quién me ha de valer? Mas, hasta que desasida esté el alma de la vida, ¡porfïar hasta vencer! Es justo. Divino Dios, o volvedme a lo que fui antes de nacer o aquí alcance el perdón de vos.
Salen LAURENCIA y el NIÑO JESÚS, de pobre
LAURENCIA: Si a Julïán vais buscando, aquí Julïán está. NIÑO: Desconsolado estará, mas yo lo iré consolando. JULIÁN: ¿Laurencia? LAURENCIA: Este Niño hermoso os busca. JULIÁN: ¡Rostro divino! NIÑO: Vengo agora de camino en extremo caluroso, y quisiera descansar en vuestro hospital. JULIÁN: Quisiera que un rico palacio fuera para mejor hospedar vuestra persona; que es cierto que un ángel representáis. ¿Qué tenéis? ¿En qué pensáis? NIÑO: Un mal que traigo encubierto me tiene así. JULIÁN: Ojos serenos, decidle, que en mis porfías olvido desdichas mías por curar males ajenos. ¿Qué dolor tenéis? NIÑO: De amor. JULIÁN: ¿Y amor os hace penar? NIÑO: Amor pobre me hace andar entre el frío y el calor. JULIÁN: ¿Tenéis padre? NIÑO: Y madre tengo. JULIÁN: ¿Dónde sois? Quiero saber. NIÑO: De la ciudad del placer. JULIÁN: Esa es la que no prevengo yo para mí. NIÑO: ¿Por qué no? JULIÁN: Porque Dios, justo y piadoso, por un caso riguroso al infierno me arrojó. NIÑO: ¿Al infierno? Vivo estáis. JULIÁN: ¿Qué importa si definido está el fin? NIÑO: ¿Por quién lo ha sido? JULIÁN: Por Dios. NIÑO: Vos os engañáis. JULIÁN: Y mis padres desdichados por su mandamiento eterno padecen en el infierno. NIÑO: Esos miedos son formados de la ilusión. ¿Qué diréis de vuestro engaño notorio si agora en el purgatorio a vuestros dos padres veis? JULIÁN: Si al uno he visto cercado de fuego, será imposible. NIÑO: A mi poder infalible nunca imposible se ha hallado. Alzad los ojos. Veréis vuestros padres, Julián, adonde purgando están sus culpas.
Descúbrense arriba en dos cubos pintados de llamas, puestos de rodillas a LUDOVICO y a ROSAMIRA
JULIÁN: Poder tenéis para tanto, Niño hermoso. No conoceros fue error. Vos sois mi divino autor; vos sois mi Dios poderoso.
Cantan arriba
"¿Cuándo será aquel día, Señor de tierra y cielo, que de este fuego libres vuestra vista gocemos?" NIÑO: Presto veréis mi gloria, que hoy pïadoso pretendo, en pago de la muerte que un hijo os dio, poneros por la gran penitencia que en este mundo ha hecho, en las celestes sillas que prevenidas tengo. Julïán, no desmayes; ten valeroso pecho. Dios soy, y precio más tener el nombre excelso de amante y de piadoso que no de justiciero. El traje dejo humilde y en el de Dios me quedo y delante de ti subo a mi sacro asiento, llevando de camino a tus padres contentos; pues hoy por ti les cumplo su penoso deseo.
Deja la capilla pobre y queda con tunicela y va subiendo hasta ponerse entre los cubos y sale el DEMONIO y los pobres tras él y VULCANO
VULCANO: ¿Dónde, diablos, va este pobre tan aprisa? DEMONIO: Ya no es justo que sufran mis impaciencias más penas de las que sufro.
Arroja la capa [el DEMONIO]
Dios eterno, ¿qué es aquesto? No te espantes si divulgo por inciertas tus sentencias, aunque te precias de justo. Tú bajas del sacro solio, bordado de rayos puros del sol, y en un hospital que edificó un hombre injusto, un parricida tirano, te hospedas y das seguro de su salvación. Tu amor mucho vale y puede mucho, pero ese divino amor no en sujetos como el suyo has de emplearle. Tú sabes si te ha ofendido en el mundo. Mejor quedo pues me toca también por maldad que impuso este ingrato, pues mató con el acero robusto a sus padres inocentes y a Federico, segundo hermano del de Ferrara, por testimonio que impuso a su inocencia. Pues, ¡cómo de los celestes coluros bajas para regalarle y darle en sus penas gusto? ¿No fuera mejor mostrar de tu justicia el agudo acero desenvainado y arrojarle a los profundos donde su maldad pagase entre el vaporoso humo de resina y alquitrán? ¿Qué es esto, Señor? Ya es mucho amor el que al hombre muestras, y ya es, Señor, sin segundo el rigor con que me tratas en mis penas y disgustos. NIÑO: Fiero dragón, enemigo del hombre, cuyo amor pudo desterrarme de los cielos a los trabajos del mundo, si Julïán me ofendió, por eso alcanzó discurso para hacer penitencia pues en ella excedió a muchos. Ya le perdono, y por él el tiempo a sus padres cumplo que habían de estar penando. Venid a mi lado, justos, escogidos de mi padre. DEMONIO: Venid a mi lado, injustos, cuantos mordaces dragones sois tormento del profundo. NIÑO: Gozad mi gloria, contentos. DEMONIO: Gozad mi tormento oscuro. NIÑO: Fiestas os hacen los cielos. DEMONIO: Llantos os ofrece y humo. NIÑO: Los paraninfos os abren las puertas. DEMONIO: Cerrojos duros suenan. Mi puerta se ha abierto. NIÑO: Ya entráis en el reino justo. DEMONIO: Yo entro en mi reino también, porque más secuaces juntos lloren también los agravios que nos hace el amor tuyo.
Ábrese un infierno, y salen llamas para entrar el DEMONIO en él. Suben las almas y el NIÑO en su apariencia
VULCANO: Él va muy bien despachado. JULIÁN: Laurencia mía, ¡qué gustos siente el alma! LAURENCIA: ¿No te dije que era Dios piadoso? JULIÁN: Tuvo misericordia de mí su sacro amor. VULCANO: Luego al punto tengo de quemar la cama donde estuvo el perro sucio. CIEGO: Bien haréis. VULCANO: No sé qué diera por haberle echado al punto, entonces, la melecina. JULIÁN: ¡Ea!, amigos, todos juntos hemos de dar a Dios gracias de este bien. Luces al punto sacad, y en la iglesia entremos. LAURENCIA: Agradecimiento es justo. VULCANO: Lo que falta de esta historia es que el duque que esto supo dio renta a aqueste hospital, y en él acabaron juntos muy santamente los dos. Los yerros y faltas que hubo, perdonen vuesas mercedes; así libres del astuto Patillas se vean la hora que partieren de este mundo.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002