ACTO TERCERO


Salen CARLOS y FEDERICO
CARLOS: Más conmigo os declarad. Basta ya la confusión. FEDERICO: Ya, Carlos, será razón que os declare la verdad; que ver vuestra calidad de la pobreza ofendida, que no hay gusto que no impida hacer que pierda el temor; que entre pobreza y amor no es posible que haya vida. ¿Qué noble ha sido estimado como la hacienda le falte? Que es el más perfecto esmalte, pues sólo el oro es honrado. ¿qué rico no es celebrado aunque tenga sangre oscura? ¿Quién servirle no procura? Que es el logro la ocasión y en cualquiera pretensión la posesión asegura. Ya de Julia os enseñé los favores que he tenido porque el interés ha sido sólo el blanco de su fe. Yo, que estas cosas noté, y que en el mundo no había más noble del que tenía, quise tener satisfecho de que el oro en cualquier pecho otra alma de nuevo cría. No penséis que me envïó hermano, sobrino o primo la hacienda con que me animo, porque aquélla se perdió. Un amigo tengo yo de linaje y ser eterno por quien me rijo y gobierno, porque yo soy de opinión que fieles amigos son buenos aun en el infierno. Éste me dio la riqueza que tengo. CARLOS: La amistad es notable, que el interés es prueba de su firmeza. Mas si la naturaleza os ha dado esa ventura y mis desdichas procura, no aliviará mi cuidado; que en el hombre desdichado no ha habido amistad segura. FEDERICO: ¡Oh, Carlos, no conocéis el amigo que he hallado! No es banco que está cerrado, para que de él no cobréis. Sin que libranza llevéis a letra vista, os promete la riqueza que compete a vuestro honor y opinión, que es padre de la Ocasión, y está seguro el copete. CARLOS: ¿Es posible, Federico, que tanta riqueza tiene, que enriquecerme previene, habiéndote hecho rico? A tu amigo significo un César. No igualó. Ser Alejandro mostró. FEDERICO: No hay que igualarme con ellos; que a sus haciendas y a ellos éste, mi amigo, llevó. Esos Césares romanos eran guïados por él. CARLOS: Milagros me cuentas de él, que no tesoros humanos. FEDERICO: Tu vida pon en sus manos que él mirará por tus cosas. CARLOS: En las tuyas poderosas toda mi esperanza fundo porque me libre en el mundo de ocasiones afrentosas. Mas, dime, ¿en qué le he servido para que mercedes pida? Pues hasta agora en mi vida noticia de él no he tenido. ¿Cómo llegaré atrevido a presencia tan honrada con el alma confïada? Esta vergüenza me impide, que es necio quien premio pide sin haber servido en nada. FEDERICO: Su extraordinario valor hace esas dudas ligeras; que si servido le hubieras ya era debido el favor. Ésa es grandeza mayor poner en altivo estado a quien menos le ha buscado y sin servicios honrosos; que es prueba de generosos el pagar adelantado. Demás que puede haber sido por lo soberbio e hidalgo haberle servido en algo sin haberlo tú sabido. CARLOS: Di, ¿cómo no es conocido si es tan rico y si procura mostrar riqueza y blandura? Y, ¿por qué no se descubre? Que persona que se encubre no le tengo por segura. FEDERICO: No hay por qué tengáis temor, que, aunque vive en parte oscura, bien claramente procura daros ayuda y favor. No conoce superior, aunque un enemigo tiene de quien hüir le conviene. Por eso se encubre de él. CARLOS: Vamos a vernos con él pues a mi vida conviene. ¿Dónde le podré yo hallar? FEDERICO: Conmigo llevaros quiero. (Con esta industria espero Aparte de su devoción triunfar; que no le puede olvidar la ingrata que me desprecia, ya por constante o por necia; que a darle el necio grosero por la deshonra dinero, no se matara Lucrecia). CARLOS: ¿Vive acaso en la ciudad? FEDERICO: En cualquiera parte vive, y voluntades recibe. CARLOS: Pues a su casa guïad, que yo acepto su amistad si a mi bien le persüades, contándole las verdades de mi pobreza y desdén, que ése es buen amigo quien remedia necesidades. FEDERICO: Aunque en mi casa pudiera hablaros y hablarle vos, pienso que es mejor, por Dios, que vamos a hablarle fuera; que quien tanto bien espera es bien que vaya a buscallo. CARLOS: Seré su esclavo y vasallo. FEDERICO: En el campo lo hablaremos, y juntos los dos iremos. Venid, y os daré un caballo. CARLOS: ¿Pues tan lejos ha de citar? FEDERICO: Será una legua de aquí. CARLOS: ¿Habéis de ir sin pajes? FEDERICO: Sí, que esto secreto ha de estar, y pocos saben guardar secreto. CARLOS: Tenéis razón; pero, por cierta ocasión, quisiera presto volver. FEDERICO: Pues, ¿tenéis algo que hacer? CARLOS: Cumplir con mi devoción. Tal noche como ésta suelo, por ser de la Candelaria víspera, la luminaria que alumbra la tierra y cielo visitar, por mi consuelo en cierto cerro una ermita de la Virgen. Solicita que presto la vuelta demos, y los dos juntos haremos tan saludable visita. FEDERICO: (Antes del anochecer Aparte podrás, si vuelves con vida; que entre tantos vicios pida ayuda para vencer). Para que puedas volver, partamos luego. CARLOS: Eso es justo para que vuelva con gusto. FEDERICO: Que vendrás con él espero. CARLOS: Ya de Julia considero vencido el término injusto. ¡Qué tales han de quedar mis émulos envidiosos, mis amigos engañosos, viéndome rico triunfar! FEDERICO: De ellos os podréis vengar, viéndoos con oro y diamantes. ¿No los honréis como antes? CARLOS: No, a fe, ni por pensamiento, porque hace el escarmiento sabios a los ignorantes.
Vanse y salen GARAVÍS y MARÍN
MARÍN: Digo que la moza es mía aunque pese al bachiller. GARAVÍS: ¿Suya? ¿Cómo puede ser si en darme gusto porfía? MARÍN: A mí me tiene afición por el talle y por la edad, porque la desigualdad le niega la posesión.
Sale LAURA
LAURA: No me desagrada, a fe, la contienda y pretensión. GARAVÍS: Es prueba de mi afición. MARÍN: Aquí mi intento se ve, y que servirte deseo con la vida y con dinero. LAURA: No es mal invite el postrero. GARAVÍS: Con más llaneza te quiero; que te pienso el alma dar. MARÍN: Yo, gusto. GARAVÍS: Y galas después. MARÍN: Yo, contento. GARAVÍS: Yo, interés. MARÍN: Yo, sortijas. GARAVÍS: Yo, lugar. LAURA: Esto de lugar me agrada; que es pesado y enfadoso un marido melindroso que de mujer hace espada. MARÍN: No me debes exclüir por eso de tu favor; que yo pienso que es mejor hacerlo y no lo decir. LAURA: No me determino en nada. Si se casa mi señora con quien la sirve y adora, pues ya de Carlos se enfada, a su gusto admitiré el marido o el galán. MARÍN: De espacio las bodas van; yo espero. GARAVÍS: Yo esperaré. MARÍN: Mas dime, ¿ya Julia olvida a Carlos? LAURA: Tiénele amor, pero del padre el rigor la tiene ya convencida. La causa de su tristeza es pensar que ha de casarse. MARÍN: No es bien que tanta belleza pueda cautiva quejarse del don de naturaleza. Laura, yo la quiero hablar, y desengañarla quiero.
Sale JULIA
JULIA: ¡Qué siempre tengo de hallar del enemigo que quiero ministros por quien callar! Mi desventura lo ordena, que el amor pierde el respeto, y así la lengua me enfrena; porque quejarse, en efeto, ya es alivio de la pena. ¿Qué buscas, Marín? MARÍN: Hablarte a solas, que no es razón que puedas de mí quejarte. JULIA: Quejas ordinarias son. MARÍN: Yo quiero desengañarte. Carlos ha dado lugar a mi señor Federico para servir y rondar, por ver si un hombre tan rico puede tu afición mudar. Ver tu constancia desea tu amante. Pierde el temor; que no hayas miedo que sea tu marido mi señor. JULIA: ¡En tales pruebas se emplea! Aunque tal aviso precio pues alivia mi cuidado, su mal intento desprecio, y digo que me ha pesado de tener amante necio. Para culparle quisiera hablarle. MARÍN: ¿Cómo podrás? Tu peligro considera, aunque a la mujer jamás le faltó trama y quimera. JULIA: Hoy, [sí] que la devoción de Carlos me da lugar a que logre mi intención; que a una ermita va a rezar. MARÍN: Mira si tengo razón. JULIA: Muchas damas suelen ir, y así a mi padre también licencia quiero pedir, que allá estará. MARÍN: Dices bien. Ser devota has de fingir. Muchas de aquesa manera hacen varias estaciones. JULIA: Mi padre es aquéste. Espera.
[A LAURA]
GARAVÍS: A quererme te dispones; que querré cuanto te quiera.
Salen HORACIO, JORGE, OCTAVIO y FABRICIO
HORACIO: Determinado estoy a que se case, pues merece más honra Federico. FABRICIO: No hay quien más lo merezca en toda Génova. OCTAVIO: Las fiestas ordenad, para que os sirvan vuestros amigos. JORGE: Señalad el día. Ya admite los crïados, ya se alegra. FABRICIO: ¡Cómo discreto y cuerdo habrá él sentido que ha de ser de estas partes el marido!
Hablan aparte JULIA y MARÍN
JULIA: ¡Qué ciego que le tiene la codicia! MARÍN: Da principio a tu intento, y no des muestras de disgusto ninguno. HORACIO: Julia mía, ya parece que veo en tu semblante que obedeces contenta mis preceptos. JULIA: Eres padre, en efecto, y reconozco que tengo en tu elección mejor ventura que esperaba mi amor o mi locura. HORACIO: Dame los brazos.
Hablan aparte OCTAVIO y JORGE
OCTAVIO: Carlos, me parece que pierde el juicio. JORGE: Ya perdió el dinero, que es lo mismo que el juicio. HORACIO: ¿Qué me pides? JULIA: Quisiera ir a la ermita en que celebran la Candelaria. HORACIO: Pongan luego el coche; que quiero acompañarte. JULIA: No te canses; que sola iré. MARÍN: (¡Pegóse por un lado!) Aparte HORACIO: Tu escudero he de ser. JULIA: Pierde el cuidado. FABRICIO: Todos queremos ir a acompañarte. HORACIO: Pues prevengan la cena; y esta noche nos quedaremos en mi casería pues está cerca de la ermita. JORGE: Vamos, y empiece a celebrarse el casamiento con músicas y bailes esta noche. JULIA: (Por cualquier parte impiden mi deseo).Aparte MARÍN: Ya es forzoso que vayas. JULIA: Ya lo veo.
Vanse y salen CARLOS y FEDERICO con espuelas y botas como que dejan los caballos
FEDERICO: Tenle. CARLOS: La crin erizada vuelve atrás, se altera y bufa. FEDERICO: Átale a ese tronco seco falto de hojas y fruta. CARLOS: Ese animal español, crïado en la grama y juncia del Betis, atado queda; y mi corazón se turba. ¿Dónde me traes, Federico? ¿Qué selva es aquésta oscura donde pájaros no cantan ni las tórtolas arrullan? No han entrado aquí jamás rayos del sol ni la luna; que las copas tan estrechas el suelo guardan y enlutan. ¡Vive el cielo, que el cabello levanta en delgadas puntas el sombrero, Federico! ¡Qué aquí tu amigo se encubra! Di quién es; que estoy helado. FEDERICO: Detente, Carlos, y escucha. A ver al demonio vienes. ¿Qué temes? ¿Qué dificultas? Éste es el amigo, Carlos, cuya hacienda sin suma me da honor y me enriquece, me favorece e ilustra. Éste saca de los montes y sus minas más ocultas la plata, y con varias armas fácilmente las acuña. Las perlas, que en blancas hostias el airado mar sepulta, de alcobas de nácar coge dejando las aguas turbias. Ése es, Carlos, el que quiere acabar tu desventura. No temes. CARLOS: ¡Oh, Federico, mal animarme procuras! FEDERICO: ¿Es mejor que vivas pobre? CARLOS: Ya estoy entre varias dudas: ver que todos me desprecian y que por loco me juzgan, me anima para esta empresa; que no hay ánimo que sufra ver que los que yo di honra de hablarme y de verme huyan; por otra parte me alteran los disfavores de Julia; que los causa mi pobreza, pues sólo el interés busca. ¡Venganza de mis enemigos de mi pasada locura! ¡Celos y ambición! ¿Qué es esto? Ved que hay Dios. FEDERICO: ¿La paz rehúsas? CARLOS: Temo esa paz, Federico, porque sé que es la de Judas. FEDERICO: Pues, ¡vuélvete y vive pobre! CARLOS: ¿La riqueza me aseguras? ¡Ea, que Dios es piadoso y perdona inmensas culpas! ¡Venga el demonio! FEDERICO: Ya viene. ¿Por qué la daga desnudas? CARLOS: Debe alterar a un cristiano el nombre. FEDERICO: Bien es que cubras la cruz. CARLOS: Ya la cubro y guardo, aunque es el norte que alumbra.
Sale el DEMONIO
FEDERICO: Tus pies mil veces pido. DEMONIO: Amigo, Federico, no he de darlos. Tú seas bienvenido. FEDERICO: No temas; llega. No te turbes, Carlos. CARLOS: Pesar del miedo infame he de aguardar por fuerza a que me llame. FEDERICO: Recibe, caro amigo, a Carlos, que la vida y alma ofrece. CARLOS: A servirte me obligo. DEMONIO: Noticia tengo de él. Mucho merece su intento y su buen celo, pues por el interés olvida el cielo. Ya mis brazos te esperan. CARLOS: De ellos aguardo nuevo ser y vida. ¿Qué príncipes me dieran, tras la esperanza larga y consumida, el oro que apetezco con este nuevo dueño que obedezco? FEDERICO: Bien sabes su pobreza; que estuvo rico, y vive enamorado, que es la mayor tristeza. Sus amigos y deudos le han negado. Verse rico desea. DEMONIO: Haré que nuevos títulos posea. Ves cuánto el padre cría con rayos de oro, y con su llanto riega la blanca aurora fría; y el mercader solícito navega, en casas sin cimiento, de los indios tesoros avariento; cuánto la luna blanca llega a ver con su vuelta presurosa, a los mortales franca; cuánto besa la margen bulliciosa de los cansados ríos que ya corren furiosos, y tardíos. De todo soy el dueño. Yo atajo el curso y vuelo de las aves. Mi grandeza te enseño si darme gusto y agradarme sabes. Que eres dueño imagina del promontorio austral hasta la China. Llenas verás las salas de tapices de seda y pedrería, tus crïados de galas; y al romperse los párpados del día chapiteles de plata retratarán las nubes de escarlata. Contra el ligero curso de los tiempos tu vida será larga con prolijo discurso; contra la muerte, que la edad embarga, sin que te corte Atropos tu blanca hebra de sus negros copos. CARLOS: ¡Oh, mil veces felice quien tiene tu amistad, raro monarca, que hace cuánto dice, y todo el mundo en su poder abarca! Desde luego soy tuyo. Por tu siervo menor me constituyo. Haz que mi Julia bella vuelva a ver cómo rondo sus umbrales, que el temor de perdella ha sido causa de mis nuevos males, porque mi bien espere; que no puede olvidar el que bien quiere. FEDERICO: Cumplióse mi deseo. DEMONIO: (Aquí, doncella, perderás los bríos). Aparte CARLOS: Cuanto me dices creo. DEMONIO: Hoy triunfarás de necios desvaríos. FEDERICO: Hoy sin estorbo quedo. DEMONIO: Más tendrás que perdiste. Pierde el miedo. CARLOS: ¿Qué me mandas que haga? DEMONIO: Cosas leves y fáciles te pido. Porque me satisfaga, niega la crisma y fe que has recibido; que el que a mí se encomienda no ha de buscar a Dios que le defienda. CARLOS: ¿Que niegue a Dios me pides? FEDERICO: Ya están en la ocasión, ¿de qué te alteras, si con el oro mides esa fe conservada tan de veras? CARLOS: Negar a Dios es poco. Con amor y codicia me provoco. Obedecerte quiero; haré lo que me pides. ¿Qué más quieres? DEMONIO: ¡Oh, noble caballero, corona y cetro con negarlo adquieres! Ya que lo más has hecho, de lo que es menos quede satisfecho. Ya que a Dios has negado, niega a su madre que es el enemigo de mí menos tentado. Su Hijo puede ser cierto testigo, pues le tenté tres veces. FEDERICO: Carlos, ¿de qué te turbas y enmudeces? CARLOS: ¡Oh, sagrada María! ¿Yo negaros a vos por la riqueza? ¡Alba clara del día, incorruptible palma cuya alteza al trono de Dios toca, antes el alma salga por la boca! Si pensara salvarme por negar a María, antes quisiera mil veces condenarme. ¿Yo negar a la casta vidrïera adonde sin quebrarse pudo Dios nueve meses retratarse? Ni tu riqueza estimo, por no jugar la vid de donde pende el intacto racimo, ni la pobreza ni el amor me ofende. DEMONIO: ¡Oh, necio, que a Dios niegas, y de esa vana devoción te ciegas! ¿No es Dios el que ha de darte la gloria eterna? ¿Puede esa María solamente salvarte? CARLOS: Tan buena madre, di, ¿qué pediría que el Hijo no la diese? ¡Déjame que la adore y la confiese! DEMONIO: Volverás necio y pobre, perdida el alma y sin ganar la hacienda. Porque la deuda cobre, tu alma es mía. Déjame esa prenda. FEDERICO: Carlos, ¿en qué reparas? Desde hoy por mi enemigo te declaras.
Descúbrese en el tronco de un árbol JULIA y una mesa con las muestras de grande riqueza, y dice el DEMONIO
DEMONIO: Mira, Carlos, tu dama que, viéndote tan próspero, te espera en el tálamo y cama, de quien tendrás en la ocasión primera los hijos regalados, dulce alivio y descanso de casados. Cuanto tu casa adornes del oro que en mi vaso te apercibo, cuando a tus vicios tornes y apenas pongas al dorado estribo el pie, cuando entre pajes la silla ocupes y en sus hombros bajes, y cuanto te reciba tu hermosa Julia, entonces verás cierto que aquí la gloria estriba. FEDERICO: Di, pues, ¿qué haces? De tu bien te advierto. CARLOS: Riqueza y hermosura María por su medio me asegura. DEMONIO: A pesar de los cielos tu alma es justo que en mi reino guarde en tantos desconsuelos. ¿Perdonaráte Dios, necio cobarde? CARLOS: ¿Quién como Dios? DEMONIO: Venciste, nuevo Miguel, y vuelvo al reino triste.
Ábrese el tablado y húndese el DEMONIO echando mucho fuego y desaparece lo demás
CARLOS: ¡Jesús! FEDERICO: ¡Jesús, Dios mío! ¡Qué me abraso y enciendo en vivas llamas! CARLOS: Yo quedo helado y frío. Los troncos arden y las secas ramas, vueltas en brasas rojas del negro ardor, las verdinegras hojas... Federico, ¿qué has hecho? Quisísteme perder, y estás perdido. FEDERICO: Quéjaste sin provecho. Deja que vuelva, del temor vencido, a Génova. CARLOS: Detente. FEDERICO: Deja que acuda a la piadosa fuente.
Vase FEDERICO
CARLOS: Huyendo el aire mide, y yo de miedo entre mi llanto muero. ¿Quién el paso me impide? No me atrevo a llegar por el sombrero. Vestiglos son los troncos, voces me dan en los peñascos broncos. Desatar puedo apenas de aquestas riendas los confusos nudos, que ya heladas las venas, parece que los ramos, aunque mudos, me culpan y amenazan. Las manos tiemblan y los pies se enlazan. ¡Ay, Virgen! ¿Quién me sigue? ¿Quién me tira del brazo? ¿Quién me asombra porque a morir me obligue?
Desde dentro
DEMONIO: En vano huyes, Carlos. CARLOS: ¿Quién me nombra? ¡Favor, madre piadosa, amparo de los hombres, alba hermosa!
Vase CARLOS y salen HORACIO, JORGE, OCTAVIO, FABRICIO, MARÍN, LAURA y JULIA, bailando. Cantan
MÚSICA: "Señora mía de la Candelaria, que yo no os pido la vida larga, sino remedio para mi alma". HORACIO: Ya es tarde. No cantéis más, que es hora que descanséis. MARÍN: Mejor es que nos dejéis. LAURA: Grande bailarín estás. MARÍN: Hasta que amanezca el día he de bailar. FABRICIO: No hay lugar. Volvamos a descansar, Horacio, a la casería, para que al amanecer a la ermita nos volvamos.
Aparte MARÍN y JULIA
MARÍN: En vano este lance echamos. JULIA: No sé qué tengo que hacer. Cerca de las doce son, y mi amante no ha venido. Por mí habrá puesto en olvido tan antigua devoción. MARÍN: No dejará de venir, señora, aunque al alba sea. JULIA: Pues quien hablarle desea más trazas ha de fingir. HORACIO: ¿No vienes? LAURA: No hay que aguardar. JULIA: Hasta que amanezca el día, con tu licencia querría quedarme junto al altar, porque con esa intención vine a la ermita. MARÍN: Así fue. HORACIO: Pues contigo quedaré. MARÍN: (¡Vive Dios, que es socarrón!) Aparte JULIA: ¿Para qué quieres tener mala noche? HORACIO: ¿Aqueso lloras? No hay hasta el día cuatro horas. JORGE: Nosotros, ¿qué hemos de hacer? HORACIO: Solos aquí nos dejad. OCTAVIO: ¿Solos quedaros queréis? HORACIO: Por nosotros volveréis, y el almuerzo aparejad. JULIA: (Por guarda de vista queda Aparte mi padre en esta ocasión). FABRICIO: Si así los viejos son, miedo tendréis. JULIA: (¡Qué no pueda Aparte apartarle de mi lado!) HORACIO: No hay que temer junto a Dios. Id con Él. JORGE: Quede con vos. MARÍN: Id cantando por el prado.
Cantan
MÚSICA: "A la vela va la niña y arde de amor. Ruego a Dios que no se le apague la llama del corazón".
Vanse
HORACIO: Por gusto tuyo me quedo no con falta de cuidado, porque a aquel amor pasado que tuviste tengo miedo. Jamás tan devota fuiste, aunque discreta y honesta. JULIA: (Ninguna justa respuesta Aparte a su malicia resiste). ¿Malo es quedarme a rezar? HORACIO: ¿Cuánto va que te ha pesado de que yo quede a tu lado? Que a fe que te he de engañar. JULIA: Que reces será mejor. Cierra la puerta. HORACIO: Ya queda junta no más, porque pueda hallar lugar tu temor. Dime, Julia, una verdad. Como amigo lo suplico. ¿Estimas de Federico el deseo y voluntad? ¿Cásaste de buena gana con él? JULIA: Responder quisiera, pero temo. HORACIO: ¿Qué te altera? Nadie escucha, es cosa llana, sino la imagen que está en el altar, y en cualquiera parte la imagen te oyera. Nadie por mí lo sabrá. JULIA: Pues, señor, la verdad es que Carlos... mas ¿qué rüido es éste? HORACIO: Puede haber sido ilusión tuya después. JULIA: Pasos de caballo son. Corriendo viene. HORACIO: Es así. Escondámonos aquí hasta saber la ocasión.
Escóndense detrás de una cortina
JULIA: A la puerta se ha parado. HORACIO: Ruego a Dios que algo no cueste tu oración. JULIA: (Carlos es éste. Aparte Corriendo viene y turbado).
Sale CARLOS turbado, sin sombrero y capa, mirando atrás
CARLOS: Si puede valer la iglesia a delincuente tan torpe vuestro amparo, Virgen santa; sea quien mi daño estorbe que la divina justicia tras de mí furiosa corre, dejando el ramo de oliva y empuñando el limpio estoque. Un ministro suyo viene para ejecutar el golpe en mi alma, en quien se venga con engaños y traiciones. Permitid, piadosa madre, que el sagrado manto toque, corriendo el velo que cubre tan claro y seguro norte.
Corre CARLOS la cortina, y aparécese una IMAGEN de Nuestra Señora en pie y con el Niño en los brazos
¡Oh, sagrado y limpio templo, espejo que no se rompe entrando Dios, que no cabe en tantos celestes orbes!
Échese CARLOS al pie del altar
Humillado a vuestros pies, a quien la luna se postre, pues el claro sol os ciñe, porque estrellas os coronen, sin osar mirar al Hijo que mis culpas reconoce, y en vuestros piadosos brazos parece que el rostro esconde, os suplico que seáis el procurador que abogue en un pleito en que no pido justicia, aunque tanto importe. Negué a Dios, negué la fe, y delitos tan atroces causaron codicia y celos, muchas veces vencedores. No me oso volver al Niño, aunque, de pecho tan noble, pudiera esperar mi pecho obras que fueran mayores. A vos vuelvo sin dejaros. Pedidle que me perdone; que los tesoros de Dios no es posible que se agoten. Oliva soy; poned paz de David, altiva torre, donde pienso hacerme fuerte contra infernales legiones.
Suena música dentro, y vuelve la IMAGEN el rostro al Niño
IMAGEN: ¡Hijo mío! JESÚS: ¿Madre amada? IMAGEN: Mirad qué amorosos nombres, para que no me neguéis piedad para pecadores. Escuchad de este culpado estas dolorosas voces, pues sois pontífice sumo para conceder perdones. Mirad que es devoto mío, y el que de mí se socorre, por ser vuestra madre, es justo que nuevas mercedes goce. JESÚS: ¡Oh, madre! ¿Cómo es posible que me pidáis que perdone al que por vanos deleites blasfemó mi santo nombre? IMAGEN: ¡Perdonad y dad lugar que con su vida se acorte su esperanza, y que padezca de edades tantos millones! CARLOS: ¡Ay de mí! ¡Misericordia!
Híncase de rodillas Nuestra Señora delante de su Hijo
IMAGEN: Rey mío, por los temores que tuve cuando os llevaba a Egipto huyendo de Herodes, por las entrañas que fueron morada, aunque limpia, pobre, que no se condene quien a vuestra esclava se acoge.
Levántala el Niño
JESÚS: ¿Qué pediréis, madre mía, de esa suerte que no otorgue? Levantad, querida madre. No aguardéis a que me postre. Yo le perdono por vos. No oscurezcáis vuestros soles divinos, que donde están no es posible que haya noche. Volvedme, madre, a los brazos; que no hay trono más conforme, y no me hallo sin ellos, porque esas manos me toquen.
Vuélvele a tomar en los brazos como antes, con mucha música, y cúbrese la cortina
IMAGEN: Volved, mi Jesús querido, al humilde pecho donde os guardo. JESÚS: Sois, madre mía, el amparo de los hombres. HORACIO: Indignos ojos, ¿qué veis? JULIA: Muda de piedad y miedo, mover los pasos no puedo. CARLOS: Ya, amor, no me venceréis, pues tengo tan buen amparo. JULIA: Déjame llegar, señor. HORACIO: Digo que alabo tu amor. Por vencido me declaro. Salgamos. CARLOS: No sé si estoy, con esto que he visto, en mí. ¡Ay, cielos! ¿Quién está aquí? HORACIO: Vuestro amigo humilde soy. JULIA: Sosegaos; no os alteréis. CARLOS: Señor Horacio, señora, ¿en esta ermita a tal hora? HORACIO: Por estar adonde estéis no es menester dilatar el bien con largas razones, pues en tales ocasiones el silencio suele hablar. El dulce coloquio he oído aquí, escondidos los dos; y pues os perdona Dios, que me perdonéis os pido. Rencor os tuve mortal, pero reducirme es bien; que si Dios os quiere bien, ¿quién os ha de querer mal? Y si la pobreza ha sido causa del grave pecado que Dios os ha perdonado, que mandéis mi hacienda os pido. Julia es vuestra, aunque fue mía, y vuestra esclava se nombre, porque no se iguale a un hombre tan querido de María. El estar yo aquí será por divina permisión, porque Dios con el perdón hacienda y mujer os da. Por hijo echaros querría la bendición, y he de ver que no será bien caer sobre la de Dios la mía. CARLOS: Señor, tras de tanto bien que pudo aquéste eclipsar, no le dejo de estimar y vuestra oferta también. Si algún disgusto os he dado con mi loca pretensión, os pido humilde perdón. HORACIO: Él todo os ha perdonado. CARLOS: ¡Qué fácil, dulce María, mi pobreza remediáis! JULIA: ¿Dudoso, señor, estáis? CARLOS: Por ver que no os merecía.
Tocan dentro y salen cantando los que se entraron antes. Cantan
MÚSICA: "Con el sol hermoso, a ver otro sol, se levantan las avecillas. Cantan y bullen fuentes al son". HORACIO: Muy bien venidos seáis con la venida del día, que ya con vuestra alegría una boda celebráis. LAURA: ¿Cómo? FABRICIO: ¿Qué es esto? MARÍN: ¡Señor! ¡Casado con Julia! CARLOS: Sí. MARÍN: Que lo quise decir. HORACIO: Vi que es el gusto lo mejor, y así no quise forzar el que en Julia conocéis. JORGE: Largos años os gocéis. HORACIO: Todos le habéis de abrazar.
Sale GARAVÍS corriendo
GARAVÍS: Para avisaros corriendo desde Génova he venido. JORGE: ¿Qué tienes? ¿Qué ha sucedido? GARAVÍS: Que no me creeréis entiendo. Federico, mi señor, entró en su casa turbado, y sin aguardar crïado para apearse mejor. Aun de apearse no acaba cuando, como el mismo viento, llegó corriendo al convento de San Francisco, y la aldaba toca con tanto rumor que, aunque a deshora, le abrieron, que en la voz le conocieron. Pidió a voces confesor, y a aquellas horas se puso a confesar. MARÍN: ¿Eso pasa? GARAVÍS: Dejéle, y volvíme a casa donde quedé más confuso, porque todas las pinturas que eran demonios mostraban, y roncos aullidos daban entre las negras molduras. Todo se volvió en carbón, hasta no sé qué dinero que me dio aquel caballero su amigo. HORACIO: Señales son que era del demonio todo. CARLOS: Al fin Federico pide el hábito. MARÍN: Bien lo mide, si se libra del demonio. CARLOS: ¡Qué riquezas que heredaba! MARÍN: En tu servicio me quedo; que siempre [le] tuve miedo y mudo y confuso estaba. FABRICIO: ¡Raro suceso! JULIA: Yo quiero darte a Laura por tu esposa. MARÍN: De mano tan generosa nuevas mercedes espero. GARAVÍS: Ve al lugar porque te asombres. HORACIO: Vamos. MARÍN: ¡Qué confuso estaba! CARLOS: Y aquí la comedia acaba, no el amparo de los hombres.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002