ACTO SEGUNDO


Salen don ÁLVARO y LINTERNA
LINTERNA: Gracias a Dios que te veo volver a la corte ya. ÁLVARO: ¿Qué hay de nuevo por acá? LINTERNA: Hay un general deseo de verte en los corazones. Lo que pasa, Alá saber. ÁLVARO: Si máscaras suelen ser lisonjas y adulaciones que nos cubren el semblante, ¿quién verá lo verdadero? LINTERNA: No quedará caballero que no salga de portante a recibirte, por verte de su rey favorecido. De él se cuenta que ha sentido más tu ausencia que la muerte de la reina. ÁLVARO: Calla, necio. Sentimientos y cuidados de los reyes son sagrados, de tal deidad, de tal precio, que no los ha de juzgar la plebe, ni discurrir sobre el obrar y sentir de su rey. En lo vulgar te pregunto, ¿qué hay de nuevo? Deja aparte lo sagrado. LINTERNA: Si de eso me has preguntado, poca estimación te debo. Sabe que tienes de hallar monstruos que en la corte espantan. Yo vi músicos que cantan sin hacerse de rogar; yo vi sana a una ramera, yo vi celoso un marido, un culto que se ha entendido y un calvo sin cabellera; una vieja sin gruñir y sin fingirnos cuidado, y una moza que ha hablado tres palabras sin pedir. ÁLVARO: Ya disparatas, no espero que tu gusto me entretenga. LINTERNA: Juan de Silva viene. ÁLVARO: Venga, que es honrado caballero.
Sale SILVA
SILVA: Déle, señor, vueselencia a éste, su hechura, los pies. ÁLVARO: Juan de Silva, amigo, ¿qué es "excelencia"? SILVA: Es diferencia que inventó la cortesía para que entre los señores se conozcan los mayores. ÁLVARO: ¿No bastaba "señoría"? SILVA: Ya así a los grandes se dice. ÁLVARO: Acepto el tratarme así, como no comience en mí, que un privado es infelice con el pueblo cuanto suele ser dichoso con su rey. Sin el freno de la ley le murmuran, aunque vele sobre sus mismas acciones y se ajuste a la razón. En mí llaman ambición el recibir galardones de las manos liberales de mi rey; pero, ¡paciencia! SILVA: ¿Y cómo está vueselencia detenido aquí en Cigales? ÁLVARO: Hasta ver segundo aviso de su majestad, a quien mi llegada escribí. SILVA: Bien su prudencia estimó y quiso su majestad. LINTERNA: Por la arena corriendo aprisa aunque suden, mientras sienten miel, acuden zánganos a la colmena. Cuando al destierro saliste eras colmena vacía, poca gente nos seguía; pero agora que volviste a la corte y al amor del rey, te van aplaudiendo. Vélos, señor, conociendo; vélos marcando, señor.
Salen ROBLES y VIVERO
VIVERO: Vueselencia dé los pies a sus crïados. ROBLES: Y sea bien venido, pues desea Castilla, por su interés, esta dichosa venida con que a mí el vivir me dais. ÁLVARO: Como vos la deseáis sea, Hernando, vuestra vida. ROBLES: Sí, señor. ÁLVARO: (Sí, lo sería Aparte si yo vengativo fuera). ROBLES: La corte alegre os espera, y hoy miramos alegría en el semblante severo del rey. Plebeyos y nobles aclamándoos están. ÁLVARO: Robles. ROBLES: ¿Señor? ÁLVARO: Preguntaros quiero
Saca un papel
si esta letra conocéis. (La cólera y la razón Aparte nunca sufren dilación). Ni os turbéis, ni la neguéis. ROBLES: Confieso que la escribí, pero, señor... LINTERNA: ¡Qué no hay "pero!" Vos sois lindo majadero. ÁLVARO: Y yo aquel villano fui que la serpiente abrigó; que muerda no es maravilla. ROBLES: Los señores de Castilla, sin tener la culpa yo... ÁLVARO: Bueno está, no deis disculpas, que ya sé que en vuestra casa dos juntas hizo la envidia de mis émulos. ¿Qué causa os he dado para ser escritor de las palabras que este memorial contiene, mentirosas y villanas? ¿Por haceros bien y honraros merezco vuestra desgracia? Una de dos: o tenéis de confesar que vuestra alma es ingrata y sois traidor, o que merezco la infamia de este papel; porque vos, siendo una persona baja, no habéis merecido nunca las mercedes soberanas de mi rey, y me castigan por haber sido la causa. Que escriben los naturales admirables alabanzas de brutos agradecidos, y el hombre, imagen sagrada de Dios, apenas lo sea. Que de las azules garras de una serpiente librase a un águila hermosa y parda un piadoso labrador, que a coger las ondas claras llegó de una fuentecilla, y luego al beber el agua, el águila, agradecida, le derribó con las alas el vaso, porque el veneno, que el labrador ignoraba y vomitó la serpiente sobre la líquida plata, no le matase. Que un hombre, en los desiertos de Arabia, sacase una aguda espina a un león cuando bramaba estremeciendo los montes y derribando las palmas de dolor, y que después, saliendo este hombre a la plaza de Roma, echado a las fieras, aquella bestia inhumana reconoció agradecida al bienhechor, y a sus plantas se postró, siendo muda: "Aquí mis dientes no matan al que la salud me ha dado; su defensa soy y guarda." ¡Qué confusión! ¡Qué vergüenza de los hombres! ¿Qué pensabas cuando estas letras hacías, menos que fiera, si agravias con villana ingratitud la naturaleza humana, pues el águila y león te enseñan y te aventajan? ¡Vive Dios!, que a tal traición no hay condición recatada, no hay prudencia, no hay paciencia, todo es ira, todo es rabia. Pudiera darte la muerte el acero de esta daga, mas quiero que sepa el mundo que mi razón no te mata porque me hiciste una vez un gusto, y así mi alma quiere ser agradecida, no acudiendo a la venganza por darte ejemplo con esto; que las piadosas entrañas del hombre noble perdonan, por un servicio, mil faltas, y es mejor agradecer el corto bien que se alcanza que vengar muchas injurias, que uno da honor y otro agravia. Acuérdome que dijiste: "Muera en prisión triste y larga quien no fuere agradecido." Persígante tus palabras; vete en paz; sigue tu estrella. Tú, Vivero, en esta causa toma ejemplo y escarmienta; y si mi piedad te engaña, advierte que no está siempre nuestra cólera enfrenada, que algunas veces se suelta y la paciencia nos falta. LINTERNA: Señor, el rey de Castilla, de León y las montañas, de Toledo y de Sevilla, el príncipe de Vizcaya, el hijo de don Enrique, el soberano monarca, el nieto del rey don Juan, el primero hombre de España... ÁLVARO: ¿Qué dices, bestia? LINTERNA: Que viene, si mis antojos no engañan. Suya es aquella carroza; ya llega cerca, ya para, ya levantan el estribo, ya sale fuera, ya aguarda que a sus pies llegues. Camina, que tu dicha te acompaña.
Sale el REY, de camino y acompañamiento
REY: Álvaro, amigo. ÁLVARO: ¿Señor? ¿La corona castellana, el blasón de Europa sale de su trono y de las aras de su deidad, y recibe con honras extraordinarias sus hechuras? REY: Condestable, en mi edad, si bien no larga, nunca tuve mejor día. ¡Oh, cuánto ver deseaba tal amigo! ¿Cómo vienes? ÁLVARO: Alegre, como quien halla tantas honras y mercedes y rey que un amor me paga tan inmenso y tan profundo, que la luz hermosa y clara era sombra de la muerte en su ausencia. En las bizarras manchas del cielo y estrellas sólo de noche miraba con memoria de mi rey. La corona de Arïadna, entre los confuso sueños, como no está ociosa el alma, me representaba especies de algunas cosas pasadas entre los dos; y si acaso, entre horrores y fantasmas, se turbaba el sueño, todo era ver águilas pardas y leones, por ser reyes de los brutos. Y aun hallaba basiliscos, animales que reyes pequeños llaman, porque traen una corona de reyes, verdes y blancas. Si a divertir mis pesares salí a las verdes campañas, sólo el hermoso granado los ojos me conquistaba; porque entre ramos de murta, y entre las flores de nácar, como un monarca del campo da su fruta coronada. REY: Yo, amigo, podré decirte que la luna contemplaba muchas veces cuando hermosa hurta al sol rayos de plata, por ser tu nombre, y decía: "Si yo soy el sol de España y he de iluminar mi luna, ¿qué mar, qué tierra pesada se ha puesto en medio y no deja que penetre esferas altas mi luz hiriendo y dorando de rosicleres su cara?" Sosegué al fin el eclipse que la envidia te causaba. Llaméte, viniste y yo, viviendo en tristeza tanta, salgo a alegrarme, y te doy con obras, no con palabras, la bienvenida. Eres duque de Escalona y de Rïaza. ÁLVARO: Y esclavo del rey don Juan. REY: ¿Quién es el que te acompaña? ÁLVARO: Juan de Silva, un caballero que por sus partes gallardas estimo. REY: Y aquel traidor, este ingrato en cuya casa, que ya lo supe, se hizo la conjuración pasada contra ti, ¿se atreve agora a vernos? Ya tengo causas para derribarle. En éste el castigo no es venganza. Sea mi alférez mayor Juan de Silva, y porque haga luego algún servicio, prenda a Hernando de Robles. SILVA: Gracias de tan gran merced te dé, César español, tu fama... ROBLES: Señor, ¿en qué te he ofendido? REY: En muchas cosas. ¿No basta comunicar con naciones a mi corona contrarias? ¡La hacienda le secrestad! LINTERNA: La Fortunilla voltaria ha dado patas arriba con toda vuestra arrogancia. Señor Juan de Silva escuche. Crïó un villano en su casa un cochino y un jumento. Al cochino regalaba tanto, que al jumento mismo daba envidia, que esta falta es muy de asnos. Llegó el día de San Martín, y escuchaba el asno grandes gruñidos. Asomóse a una ventana, vio al miserable cochino, el cuchillo a la garganta, que roncaba sin dormir. "¿Para aquesto le engordaban?" dijo el asno, "Voyme al monte por leña; venga mi albarda." Subiste; llegó tu día; roncando vas tu desgracia; vuélvome a mi astrología; ser mozo de espuelas basta. ROBLES: ¡Bárbaro loco, por vida...!
Vanse ROBLES y SILVA
LINTERNA: Gruñidos son. No me espantan. ÁLVARO: Honras me das infinitas. REY: Vivero. VIVERO: ¿Señor, qué mandas? REY: Mi camarero sois ya. VIVERO: Beso tus pies. REY: Dad las gracias a don Álvaro; por él todas mis mercedes pasan; de él reciben la virtud, a la manera del agua. Con mercedes y castigos se han visto bien gobernadas las repúblicas. ÁLVARO: Del orbe seas singular monarca.
Vanse todos. Salen CATALINA con una carta y JUANA
CATALINA: El infante me ordena en esta carta que a Trujillo me parta, villa que el rey nos dio, y quitó a Villena. Colérico me ordena, sin duda, esta partida. Alguna guerra tienen prevenida el de Navarra y él; y el rey mi hermano tendrá sosiego en vano en tanto que mis primos en Castilla estuvieren. Bien lo vimos en el año pasado, que con estar conmigo desposado, a Castilla turbó paz y sosiego don Enrique, aunque luego se redujo a la paz. JUANA: ¿Qué causa puede mover a los infantes y a los grandes que siguen su partido agora a nuevas guerras en Castilla? CATALINA: Sólo ver que concede tanta mano como antes a don Álvaro el rey. JUANA: ¿Siempre no ha sido lo mismo? ¿Es novedad, es maravilla que quiera bien un rey a algún crïado? ¿Quién no tuvo privado? En príncipes y reyes cuantos al mundo dieron justas leyes, así en sacras historias como en profanas, ven nuestras memorias ejemplos tan frecuentes que son comunes ya a todas las gentes. ¿No ha de tener el rey quien la fatiga del peso del reinar le sobrelleve, quien la verdad le diga, con quien él comunique lo que debe hacer en las materias más dudosas? ¡Oh, condición humana! ¡Oh, rigurosas costumbres de los míseros mortales! Que siempre las envidias son fatales al que el rey quiere bien; nadie repara cuán trabajosa y cara es aquella privanza si un hora breve de placer no alcanza. CATALINA: Don Álvaro ha llegado; quiero dar cuenta al rey de mi cuidado. JUANA: Y yo, si vuestra alteza ausenta de palacio su belleza, licencia pediré. Muerta María, la reina, mi señora, a quien servía, ¿qué he de hacer? CATALINA: Doña Juana, volveráse a casar el rey mañana. JUANA: Vuestra alteza, señora, es el dueño que yo venero agora.
Vase CATALINA. Salen ÁLVARO y un EMBAJADOR
El parabién de la venida quiero dar aquí al condestable. Esperaré que hable con este caballero. ÁLVARO: Digo, señor, que en esto no habrá duda. Con Isabel de Portugal sin falta el rey se casará. No lo he tratado con él, pero está bien el casamiento a Castilla, y así doy la palabra al maestre de Abís de que está hecho. EMBAJADOR: Al maestre diré que vueselencia le hace esta amistad. JUANA: (Si no me engaño Aparte de casamiento tratan. No me han visto; quiero acercarme más). ÁLVARO: ¿Es Isabela hermosa? EMBAJADOR: Sí, señor, este retrato lo asegura fïel.
Dale un retrato
ÁLVARO: Quedo agradado. Al maestre decid que esto está hecho; la palabra le doy, y a vos la mano. Las bodas no tendrán impedimento; prevéngase Isabel mientras yo aviso. JUANA: (Que siempre la mujer escuchar quiso Aparte por su daño. ¡Ay de mí! (¿Qué estoy sintiendo?) EMBAJADOR: Esa respuesta llevo.
Vase el EMBAJADOR
ÁLVARO: Al maestre de Abís amistad debo. JUANA: Cuando, por haber llegado, veros, condestable, quiero, no sé qué he de dar primero, si el parabién de casado o el de la vuelta dichosa. (No siente mucho pesar Aparte quien puede disimular; turbada estoy y celosa). ÁLVARO: Aquí y ausente también vuestro soy y por vos vivo. La bienvenida recibo, mas no entiendo el parabién. JUANA: (Todo lo concede así Aparte quien niega lo que escuché. ¡Ay, falso! ¡Ay, hombre sin fe! Quiero volver sobre mí, encubramos el tormento, corazón). En Portugal sé que os casáis. No hacéis mal, que es ilustre el casamiento, y aun es Isabel hermosa; ese retrato lo diga. (Desdichada es mi fatiga; Aparte vileza es ser envidiosa. ¡Quién pudiera no sentir lo que miro y lo que escucho, mas no debe de ser mucho, pues lo he sabido encubrir!) ÁLVARO: Este retrato, señora, podrá responder por mí; para el rey lo recibí; su casamiento es agora el que se trata, no el mío. Isabel de Portugal es la consorte real, cuyo rostro, cuyo brío ha trasladado el pincel con tan valiente destreza, que dejó a Naturaleza con envidia y celos de él.
Dale el retrato
JUANA: (¿Si me dirá la verdad? Aparte Sí, que mal será traidor hombre de tanto valor, hombre de tanta piedad. Agora en el alma mía los celos se han de mostrar; callarlos supo el pesar, y no sabrá la alegría). ÁLVARO: Ésa mi reina ha de ser; en Castilla ha de reinar. JUANA: Comencémosla a estimar, reverencia le he de hacer. Vengas muy enhorabuena a los reinos de Castilla, portuguesa maravilla. (Todavía me da pena. Aparte Teme el alma todavía, que como fue grave el daño, aunque vino el desengaño, de su salud desconfía).
Vuélvele el retrato
Tomad, condestable. ÁLVARO: Agora saber de vos me conviene. JUANA: No puede ser, que el rey viene. No os halle aquí. ÁLVARO: Adiós, señora.
Vase don ÁLVARO
JUANA: Tanto es este amor, que muero con el susto y el espanto. Corrida estoy de amar tanto; no he de amar, olvidar quiero. Mas, ¿cuándo se ha pretendido olvidar? ¡Qué loco error! Sin querer viene el amor, sin querer venga el olvido.
Sale el REY con un retrato
REY: Juana. JUANA: ¿Señor? Tu presencia deseada de mí está, que si su alteza se va, fuerza es pedirte licencia para irme a Benavente. REY: ¿Cómo, Juana, cuando trato, bien lo muestra este retrato, de casarme brevemente? ¿Irte de palacio? No; ya se sabe cómo estimo sangre del conde mi primo.
Siéntase
Presto tendré dueño yo, y presto tú le tendrás, nuevo sol y luz de España. JUANA: (Don Álvaro no me engaña). Aparte REY: Aquí, Juana, lo verás. Mira este cielo francés, a cuyo divino sol se pone el reino español por tapete de sus pies. Resïunda es la francesa que vivifica el pincel. JUANA: (¡Ay de mí! ¡No es Isabel!) Aparte REY: Ésa es la lis, flor es ésa que hoy elige mi albedrío, porque lirios soberanos a leones castellanos con el aliento den brío. JUANA: ¿Francesa reina nos das? REY: Juana, sí; no es maravilla, que a Francia ha dado Castilla reinas santas. JUANA: (Ya no más, Aparte fiero amor, no más traición, que mi rabia y mis enojos arrojan hoy por los ojos pedazos del corazón. El engaño siento más que la traición que me ha hecho; no cabe el alma en el pecho). REY: ¿Qué tienes? ¿Adónde vas? JUANA: Ese retrato, señor, ha acordado al alma mía la reina doña María, y enternéceme su amor. Bien me quiso, y llanto doy del alma sin resistir. (Si hay mayor mal que el morir Aparte a buscar ese mal voy).
Vase doña JUANA
REY: Aunque más en hielos arda por accidente o valor, pienso rendirme al amor por vos, francesa gallarda. A nadie dije mi intento, mas ya que estoy inclinado, reina sois de mi cuidado, reina de mi pensamiento.
Sale don ÁLVARO
ÁLVARO: Solo está el rey, y un retrato contempla con atención; ¿si tuviese otra intención cuando de casarle trato? Mal hice en no darle cuenta primero de mi deseo. Empeñada en esto veo mi palabra; mas, ¿qué intenta, qué pretende, qué imagina, sin que yo lo sepa? Nada. Según esto, ni le agrada el retrato, ni se inclina. Sospecho que está dormido.
Acércase al REY
Tanto pueden los cuidados en los ojos desvelados de un rey sabio y advertido que, como el sueño es ladrón de la mitad de la vida, si ve al alma prevenida, suele embestir a traición Este retrato le quito y le pongo el de Isabel.
Truécale el retrato
despierte o no, porque en él mi negocio solicito. Si reina obligada tengo a mi maña y mi cuidado, podré vivir descuidado; hombre es el rey y prevengo con aquesto otra coluna que la envidia no derribe, y en quien la máquina estribe de mi próspera fortuna.
Retírase. Despierte el REY
REY: Rapto del sueño veloz venció mis ojos. Pintura, si a vos, en tanta hermosura, os falta sólo la voz, en el sueño parecidos habemos los dos estado; que el hombre es hombre pintado cuando duermen sus sentidos. ¿Qué es esto, Amor? ¿Quién se atreve a volver sombras oscuras perfiles de estrellas puras, líneas de luz y de nieve? ¿Qué occidente o mar helado, qué nube sin arrebol hurtó de mi mano el sol y la sombra me ha dejado? ¿Qué envidia, qué amor, qué mal transformó con arrogancia los bellos liros de Francia en Quinas de Portugal? ÁLVARO: (No le ha parecido bien; Aparte agora, agora, Fortuna, he menester que en mi luna tus rayos prósperos den). Yo fui el mar y el occidente, yo fui la envidia y la nube que ese atrevimiento tuve. Este sol resplandeciente de Isabel de Portugal, del maestre de Abís hija, quise, gran señor, que elija vuestra majestad real. Un abismo es de belleza que al tiempo que la formó a sí misma se excedió la Madre Naturaleza. Compararse a nada debe, que para su ejemplo son las estrellas un borrón, sombra el sol, noche la nieve. REY: Álvaro, yo me contento con mi elección y me caso con la luz en que me abraso con la vida en que me aliento. Belleza tan sin igual pasme allá a Naturaleza, bástame a mí una belleza que merezca hombre mortal. Dadme el retrato. ÁLVARO: Señor, conveniencias de su estado son las que siempre han casado a los reyes, no el amor, no el gusto, no los antojos; que hacer debe el casamiento de un gran rey su entendimiento, no la elección de sus ojos. Con guerras está Castilla; Portugal nos dará gente. REY: También Francia, y tan valiente. Resïunda es maravilla de Europa, y mía ha de ser. ÁLVARO: Gran señor, y si yo he dado, en vuestro amor confïado,
De rodillas
mi palabra, ¿qué he de hacer? REY: ¿Cómo, don Álvaro, vos me casáis a mí sin mí?
Levántase
ÁLVARO: Amor suele hacer así una voluntad de dos. Confïé, engañéme, erré; pero ya me vuelvo a Aillón a tomar satisfacción de mí mismo. Allí estaré, huyendo vuestra presencia; pues que sin palabra estoy, afrentado y triste voy. Mi error me ha dado licencia.
Hace que se va
REY: Volved acá. ¿Qué es aquesto? Condestable, ¿dónde os vais? ÁLVARO: Donde a un hombre no veáis que su fe y palabra ha puesto donde no puede cumplilla. REY: Álvaro, en nuestra amistad no cabe dificultad. Reina será de Castilla Isabel; no os enojéis. ¿Otra vez os desterráis? Poco, don Álvaro, amáis, poco a mí me agradecéis. ÁLVARO: Bésoos los pies, gran señor; vida y honor me estáis dando. REY: Condestable, estoy pensando que, pues cobré tanto amor a esta francesa, podría buscarse alguna disculpa para que no fuese culpa vuestra palabra. ÁLVARO: ¿La mía? No, señor, mejor será que yo viva desterrado como un hombre que ha quebrado su palabra. Goce ya vuestra majestad, señor, ese dueño que desea, y el mundo a mí no me vea.
Hace que se va otra vez
REY: Álvaro, ¿tanto rigor? Volved acá, por mi vida, que es ya mi dueño Isabel; su retrato adoro; en él tendré el alma divertida. Y mirad si satisfago al amor que está en mi pecho, que los treces os han hecho maestre de Santïago. Vos solo seréis caudillo de mi ejército, y así partid, maestre, de aquí; ganadme luego a Trujillo, que el infante de Aragón, desde allí fortificado, grandes huestes ha juntado. ÁLVARO: Vencerá vuestra razón. REY: Más amor que tenéis muestro. ÁLVARO: Señor, ¿habláis en el caso de Isabel? REY: Sí, que me caso sin mi gusto y por el vuestro.
Vase el REY
ÁLVARO: Hoy ve el curso de mi vida con esto fija a mis pies a la Fortuna, si es Isabel agradecida.
Sale doña JUANA
JUANA: Mal caballero, fementido amante, desleal y traidor a la fe mía más cándida, más pura, más brillante que el rosicler y púrpura del día; ¿en qué varón magnánimo y constante su veneno vertió la alevosía? En ti sólo, traidor, ¡viven los cielos!, que éstos agravios son y no son celos. Que el rey se casa en Portugal dijiste, cuando un lirio francés miro en su mano; un retrato le vi, y otro me diste. ¿Ésta es acción de noble o de villano? Mentiste, condestable, tú mentiste. No lo merece Amor, dios soberano, que del pecho, a pesar de estos enojos, se asoma a los viriles de los ojos. ¡Plega al cielo, traidor, que derribado, a fuerza de la envidia diligente, del supremo lugar, del alto estado, admiración te llamen de la gente! Y si envidia causó tu bien pasado, mayor lástima dé tu mal presente, desvanézcase ya sin luz alguna la pompa y majestad de tu fortuna; porque yo en Benavente retirada, sangre de Pimenteles generosa, de amor, con escarmientos enseñada, gozaré libertad y paz dichosa. Y pues que la Fortuna recatada infeliz me formó, no siendo hermosa, allí, con mis pesares divertida contaré las tragedias de tu vida. No siento tus engaños, sólo siento que mi imprudente amor se haya atrevido a salir a la lengua y el tormento, que el silencio le daba, haya rompido. ¡Ah, mal nacido Amor! Este escarmiento tu vil facilidad ha merecido; ¡murieras en el alma y no en los labios, sintiendo injurias y llorando agravios! ÁLVARO: Atiende, mi señora, al desengaño de quien la sombra de tu luz adora. En Francia quiso el rey, que no te engaño, casarse antes de verme, pero agora no quiere casamiento tan extraño. A Isabel quiere ya. Mira, señora, el retrato francés que te dio enojos. JUANA: ¡Ay, Dios, si esto es verdad! ÁLVARO: Sí, por tus ojos. JUANA: ¡Qué fácil condición tiene quien ama! Al mar le compararon los poetas, con celos: una vez airado brama, muriendo y produciendo olas inquietas. En globos de cristales se derrama que parecen dïáfanos cometas y luego en dulce paz y sin rigores campos de estrellas es, cielo de flores. Pasó la tempestad de mis enojos; serenó el desengaño mi semblante. Borre en mi lengua, pues, borre en mis ojos tantas quejas Amor, de aquí adelante. Tributaria de bárbaros despojos te mire la Fortuna tan constante que aun el tiempo sentirse apenas pueda en los vuelcos fatales de su rueda. Ni recele, ni sienta tu privanza golpe infeliz de mísera caída, ni se mire tu luna con mudanza de los rayos del sol destitüida; ni adquiera en tus desdichas su venganza la envidia de los hombres, ni en tu vida nos dejen experiencia las historias de lo que pueden las humanas glorias. Pasmo del mundo tu fortuna sea. ÁLVARO: No es eso lo que yo me he deseado. JUANA: Pues, tengas lo que esta alma te desea. ÁLVARO: Ser pudiera con eso desdichado. JUANA: Siempre Castilla tus hazañas vea. ÁLVARO: No es ése, no, favor de enamorado. Si casado no dices, y contigo, tenme por infeliz. JUANA: Pues, eso digo.
Vanse, cada uno por su parte. Tocan cajas. Salen el INFANTE y CRIADOS
INFANTE: Sienta Castilla bizarra, solamente en su opinión, las banderas de Aragón y las cajas de Navarra. Plaza de armas ha de ser Trujillo de nuestra gente; desde aquí, osada y valiente, a Castilla ha de ofender. Aprisa marcha mi hermano, y estando juntos los dos, pienso domar, ¡vive Dios!, el orgullo castellano. La intención he de vengar que de mi muerte han tenido. CRIADO: Al condestable has debido la vida. INFANTE: Pues libertar pienso al rey de su poder; no ha de gobernar todo. CRIADO: Advierte que de ese modo ingrato vienes a ser. El te casó con la Infanta; la vida después te dio. INFANTE: Ya su poder me cansó; esto es mundo, ¿qué te espanta?
Salen un ALCALDE en lo alto y un SOLDADO
ALCALDE: Sepa, señor, vuestra alteza, que está a peligro la villa; que la gente de Castilla viene ya. Esta fortaleza no teme, porque ha de estar por el nombre y opinión de Navarra y de Aragón; no la puede conquistar el castellano trofeo, que es al fin inexpugnable. INFANTE: Si ha venido el condestable con el ejército... ALCALDE: Creo, según dicen las espías, que el conde de Benavente gobierna agora la gente. INFANTE: En efecto, desconfías. Mis fuerzas son desiguales, alcalde, ¿qué me aconsejas? ALCALDE: Señor, si la villa dejas, quemado los arrabales, y a Albuquerque pasas, pienso que es medio más acertado. INFANTE: Como aragonés honrado mostrarás valor inmenso defendiendo ese castillo; porque yo, con tu consejo, a Albuquerque marcho, y dejo desmantelado a Trujillo. ALCALDE: Moriré, señor, por vos. INFANTE: ¿Sois leal? ALCALDE: Tuyo seré. INFANTE: Freno con esto pondré a Castilla. Adiós. ALCALDE: Adiós. INFANTE: Marche el ejército luego, y al pasar muéstrase rayo, que de esta suerte me ensayo por vencer a sangre y fuego.
Tocan cajas y vase el INFANTE
ALCALDE: La gente que el rey previno para ir a Granada es ésa que marchando ves apriesa. Contra los infantes vino como saben su intención. SOLDADO: Cosa es injusta mirar en Castilla tremolar las banderas de Aragón. ALCALDE: Grandes los han alentado. SOLDADO: Quizá envidiosos están. ALCALDE: Sin duda es el capitán el que a la posta ha llegado al ejército. ¿No ves que le abaten las banderas y en ordenadas hileras le reciben? SOLDADO: Pienso que es don Álvaro el general. ALCALDE: Al ánimo y la fortuna de don Álvaro de Luna seré invencible y leal.
Vanse y tocan cajas a marchar, y salen don ÁLVARO, el CONDE de Benavente, soldados y LINTERNA
ÁLVARO: Decir podré, castellano invencibles y valientes, que por el viento he venido; porque no dudo que fuesen hijos del viento nacidos en las riberas del Betis los caballos que he traído. El conde de Benavente bien mis ausencias suplía; mandóme el rey que viniese y a Trujillo le ganase. CONDE: Llana está la villa. El fuerte, inexpugnable castillo, dificultoso parece de ganar. Aprisa marcha de don Enrique la gente; ¿seguirémosla? ÁLVARO: No, conde. El rey a Trujillo quiere; démosle a Trujillo. LINTERNA: Demos. ÁLVARO: ¿Demos dices? Acomete. ¡Ea, escalar el castillo! LINTERNA: Atrévase quien se atreve, teniendo cara y espaldas a ser siempre maldiciente. Atrévase cierto novio que vi en el tálamo un viernes tan animoso y osado que, pasando de diez sietes la edad de la novia, y siendo su hermosura sólo un diente y dos ojos que vertían uno arrope y otro aceite, zurda y calva, el dicho novio risueño estaba y alegre. Si Dios quisiera que el hombre vaya a la guerra y pelee, naciera armado del modo que el león nace y la sierpe, pero si nace desnudo, ¿no está claro que Dios quiere que guarde bien su pellejo? ÁLVARO: Pues al principio, ¿quién teme? LINTERNA: ¡Cuerpo de Dios! Al principio se nos va entrando la muerte por un dolor de cabeza. Al principio el mar es leche; al principio del diluvio estaban todos alegres viendo llover y decían, "¡Qué buen año ha de ser éste!" Acometen las tortugas que atrás y adelante tienen dos rodelas que las guardan, dos conchas que las defienden. Acometen los poetas de comedias, pues se atreven contra los silbos humanos de mosqueteras serpientes. ÁLVARO: ¿Sois cobarde? LINTERNA: Soy discreto. ÁLVARO: Su condición me entretiene. ¡Ah, del castillo! ALCALDE: ¿Quién llama? ÁLVARO: Llama, alcalde, quien pretende vuestro honor y vuestro aumento. El rey de Castilla quiere que le entreguéis su castillo. ALCALDE: No se gana de esa suerte honor, como vos decís. Haga el rey que a mí me suelten los infantes de Aragón el homenaje. ÁLVARO: ¿Quién puede en tierras del rey don Juan tener castillos? ALCALDE: Quien suele darle guerreras y ser su igual. ÁLVARO: No te respondo que mientes, villano, por no impedir la facción que se pretende. Retírase, vueselencia; retiraos todos, y queden algunos en esa ermita.
Retíranse adentro
Sólo quiero hablarte. Déme su salvaguardia el castillo. ALCALDE: Sube, pues, que ya le tienes. Agria es la cuesta, y quien solo a esta fortaleza viene no puede engañarnos. ÁLVARO: Yo, señor alcalde, fui siempre vuestro aficionado, y pues el rey manda que le entreguen su castillo, a cargo mío han de quedar las mercedes. Salid acá y hablaremos en este repecho verde con que este cerco, esta basa del castillo se guarnece. ALCALDE: Señor condestable, hablemos, mas no podéis convencerme a que yo entregue el castillo. ÁLVARO: Si los infantes no deben resistir al rey, ¿por qué se resiste y se defiende un alcalde? ALCALDE: Porque he sido noble como vos. ÁLVARO: No siempre es nobleza ser constante, porque hay constancias aleves. ALCALDE: Entregad a Enrique vos el castillo de Albuquerque. ÁLVARO: Lo que no debo ni puedo me pedís. ALCALDE: Mi dicho es ése. ÁLVARO: Vos debéis, si sois leal, entregarlo. ALCALDE: ¿Quién me excede en lealtad así? Ninguno. ÁLVARO: Ya no puedo más, reviente mi impaciencia. ¿Tú, alcaidillo, tú, hombrecillo, le defiendes con valor del rey don Juan? ¡Vive Dios!, que infame muerte has de llevar. En el valle rodando has de ir.
Abrázase con él y ruedan abajo
ALCALDE: ¡Socorredme, los del castillo! SOLDADO: ¡Quién basta contra el ánimo valiente del condestable? ÁLVARO: ¡Ah, soldados!
Salen todos
CONDE: ¡Muera! ÁLVARO: No muera, prendedle. Da el anillo del infante para que el castillo entreguen, o morirás. ALCALDE: Veslo aquí. ÁLVARO: Suban las banderas; trepen ese cerro los soldados, y en las almenas del fuerte las tremolen. LINTERNA: Bien rodáis; sólo cierto amigo puede rodar mejor con dos bolas. CONDE: El rey llega; a tiempo viene quien gozará la victoria.
Sale el REY
REY: Un nuevo soldado tienes, maestre de Santïago. Vivir no puedo sin verte. Tu sombra soy y te sigo. ÁLVARO: Señor, el cielo prospere tu persona. Ya es Trujillo tuyo otra vez. REY: A Albuquerque pasaremos a esperar allí que la reina llegue. Por ti y por ella he venido. Álvaro, llamarte puedes duque de Trujillo. Tuyo ha de ser, pues lo defiendes. ÁLVARO: Mirad, señor, que la envidia vive entre tantas mercedes. No más, señor, ¡vive Dios!, que esta merced me entristece. REY: Prosigamos la victoria. Haced que marchen, maestre, marqués de Villena. LINTERNA: ¡Dale!
Tropieza ÁLVARO. Vale a besar los pies y cae sobre ellos
ÁLVARO: Beso tus pies. Que tropiece hizo el peso de tus honras. Detente, dicha, detente. Fortuna, no quiero más. A los pies del rey me tienes.
Tocan cajas

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La adversa fortuna de don Álvaro de Luna, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002