LA ADÚLTERA VIRTUOSA

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en la copia única, una suelta colocada en la Biblioteca del Estado en Munich, y preparado por Vern Williamsen en forma electrónica en el año 1988. Luego fue preparado en la forma presentada aquí en 1995.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


 
Salen el duque MAURICIO, y la duquesa doña JUANA, su mujer, doña INÉS, su camarera, el duque CLAUDIO, el marqués CARLOS, y gentiles hombres. Todos salen como desposorio
CARLOS: Ya en el domo, el cardenal a vueselencias aguarda, y en el palacio real vi cercados de la guarda los mármoles del portal. CLAUDIO: ¿Qué falta para salir agora a la santa iglesia? MAURICIO: El rey. CLAUDIO: Pues, ¿ha de venir? MAURICIO: A honrarnos. CLAUDIO: De su prudencia más se puede presumir. JUANA: Quiere honrarnos, siendo hoy de nuestras bodas padrino; que porque española soy, me favorece. CARLOS: Imagino que oyendo la guarda estoy.
Dentro
GUARDIA: ¡Plaza, plaza! MAURICIO: Él es, sin falta. A recibirle salgamos, pues una merced tan alta de su clemencia alcanzamos. CARLOS: Pienso que caeréis en falta, porque ya está arriba y llega donde estáis.
Dentro
GUARDIA: ¡Plaza!
Salen el REY, el CONDE y VARÓN
MAURICIO: Señor, mi humildad a estos pies llega, pues tan inmenso favor hoy deja la envidia ciega. ¿Cuándo, señor, merecí que mi casa y su humildad tal huésped tuviera en sí? REY: Alzad, duque; duque, alzad. MAURICIO: Quisiera tener aquí riquezas para ofrecerlas a estos pies; que sólo ellos pudieran enriquecerlas, [.......................- ellos] [.......................- erlas] y que del rubio arrebol tapices el sol le diera, sus Indias el español, y, al fin, que esta casa fuera, señor, la Casa del Sol. REY: Duque, su adorno y concierto es digno de gran valor. A encarecerlo no acierto. Poned la gorra. MAURICIO: Señor... REY: Basta, no estéis descubierto. Y vos, señora, seáis a esta tierra bien venida, que enriqueces y adornáis. JUANA: Ya que con alma y con vida una crïada tengáis en mí... REY: (¡Oh, España, perfeta Aparte región, cielo en serafines, a quien el orbe respeta, muerto soy!) Para chapines [os] doy, duquesa, a Gayeta. JUANA: Merced de esas manos es. REY: Y a Coloneta posean vuestros pies; que razón es que estos dos ciudades sean chapines de vuestro pies. JUANA: Como de tan gran padrino son las arras,... REY: Duque, a vos por mil razones me inclino. (¿Qué es esto? ¡Válgame Dios! Aparte ¿De dónde mi suerte vino? Parece cosa imposible; libre entré, cautivo estoy. ¡Oh, Amor, oh dios invencible! Pero soy rey y hombre soy, y enamorarme es posible). ¿No vamos? MAURICIO: Gran señor, sí, porque aguarda el cardenal. REY: (Loco estoy, no estoy en mí. Aparte ¡Oh, española, por mi mal y por mi muerte te vi!) Vuestro padre, el duque, es deudo mío muy cercano, y un gran príncipe después. JUANA: Es hechura de tu mano, y yo alfombra de tus pies. REY: Levantaos, ¡por vida mía! La gente de España sola sabe enseñar cortesía! (Un infierno es la española, Aparte y es su mano nieve fría). ¿Queda en Ribagorza agora su excelencia? JUAN: Hasta Colibre me acompañó. REY: ¡Hola! ¿No es hora? ¿Qué aguardamos? (Dios me libre). Aparte MAURICIO: A vuestra alteza. REY: Señora, ¿cuándo a la reina veréis? JUANA: Mañana la iré a besar las manos. REY: ¡Hola! ¿Qué hacéis? ¿No vamos? MAURICIO: Si das lugar, sí, señor. REY: ¿No le tenéis? (Ya, Amor, te rindo la palma). Aparte CARLOS: Al cardenal desigual disgusto le da esta calma. REY: (Ya me hace este cardenal Aparte cardenales en el alma). Vamos, duquesa. (¡Oh, cuál voy! Aparte Ten lástima, Amor, de mí).
[A un lado los dos]
¡Conde! CONDE: A tus pies estoy. REY: Finge que me das aquí un papel. CONDE: Ya te le doy. Señor, aqueste papel... REY: ¿Es de la reina? CONDE: Señor, es de su alteza. REY: ¿Y en él, qué me escribe? (¿Cómo, Amor, Aparte siendo niño, eres crüel?)
[A un lado CARLOS y CLAUDIO]
CARLOS: Las bodas vendrán a ser muy tarde ya. CLAUDIO: Por su alteza se han venido a detener. CARLOS: Ser tarde es mayor grandeza. REY: Por fuerza he de responder. Dadme recado. Llevad, duque, a la duquesa al Domo, y en ella un poco aguardad mientras escribo. (¡Ya tomo Aparte veneno!) CLAUDIO: ¡Plaza! CARLOS: ¡Apartad! JUANA: Vuestra alteza dé licencia. REY: Es darla muy justa cosa, que se ve en vuestra prudencia que sois cortés como hermosa, y hermosa por excelencia. CLAUDIO: Sospecho que las dos son. MAURICIO: Llegan carrozas, ¿qué esperas?
Vanse todos y quedan el REY, el CONDE y VARÓN
REY: (¡Ay, Elena de Aragón, Aparte nunca a Nápoles vinieras, si has de ser mi perdición! Nunca tu fama creí, pero tus ojos han sido basiliscos para mí, que en un instante han perdido mi ser, y mátanme así). Conde, Varón, no hay quien venza mi enemigo, estoy mortal, no hallo quien mi mal convenza. CONDE: Señor, ¿qué tienes? REY: Un mal que se dice con vergüenza. El alma tengo ofrecida a un dios desnudo y sin ley. VARÓN: ¿Hay vergüenza que eso impida? REY: Sí, que enamorarse un rey es bajeza conocida. ¡Ay, hermosa doña Juana, divino sol de Aragón! [.................. -ana] [.................. -ón] [.................. -ana]. Nunca vieras las riberas del mar; que, lleno de asombros, vieras sus entrañas fieras cuando en sus celosos hombros pasó en salvo tus galeras. A pesar de los timones, las ondas se te cuajaron; nunca ninfas ni tritones por verte pasar, fundaran espumosos torreones. En vuestras manos está hoy mi vida. CONDE: ¿Eso, señor, tanto cuidado te da? Siendo rey y con amor, ¿quién resistirte podrá? Pero la que pasa allí es, señor, su camarera. REY: Pues, llámala. Estoy sin mí. Mas no la llames, espera. VARÓN: Luego, ¿tienes miedo? REY: Si. VARÓN: Pues, desengañarte puedo, que será tu mal terrible. REY: De Amor este miedo heredo, que es hijo de lo imposible, y es compañero del miedo. Más vale, conde, llamar. CONDE: Voy.
Vase el CONDE
VARÓN: A esta mujer allana con dar; que las vence el dar. Eva tomó la manzana porque supiese tomar.
Salen el CONDE y doña INÉS
INÉS: ¿Qué me manda vuestra alteza? REY: Levantad. INÉS: Muy bien estoy delante vuestra grandeza, que sois rey. REY: Aunque lo soy, tratadme con más llaneza. ¿De dónde sois? INÉS: Soy, señor, de España. REY: Dicen que es bella.
[Aparte a VARÓN]
¿No entro bien? VARÓN: Dile tu amor, que yo he colegido de ella que lo entenderá mejor. REY: ¿Cuánto ha que acompañáis la duquesa? INÉS: En su servicio nací. REY: ¿Y en qué os ocupáis? INÉS: En su cámara. REY: ¿En qué oficio? VARÓN: ¡Rey! CONDE: ¡Señor! REY: Necios andáis. INÉS: Soy, señor, su camarera. REY: ¿Está la duquesa inclinada a fiestas? Que hacer quisiera fiestas, si de ella se agrada. INÉS: No, de ninguna manera REY: ¿Suele a saraos acudir? INÉS: Pocas veces. REY: ¿Danza? INÉS: Un poco. REY: ¿Nota bien? ¿Sabe escribir? INÉS: Bien, mas lo aborrece. REY: (¡Loco Aparte estoy!) ¿Tiene en el vestir cuidado? INÉS: No, que es modesta en las galas. REY: ¿Es amiga de visitas? INÉS: Si es honesta. REY: ¿De terrero? INÉS: Es enemiga. REY: ¿Es conversable? INÉS: Es compuesta. REY: ¿Trata espejo cristalino? INÉS: (Las preguntas que he escuchado Aparte más son, a lo que imagino, preguntas de desposado que preguntas de padrino). REY: Pues, ¿a qué se inclina? INÉS: Al monte, donde sigue el jabalí, o por el verde horizonte al oso, y al hallarle allí, siguiera al rinoceronte. Cuando estaba en Ribagorza, por los matizados ramos mataba el gamo y la corza; que son de bronce sus manos aunque parecen de alcorza. REY: ¡Hola! Desviáos allá. Si de mi parte un recado le das hoy, tuyo será en Nápoles un condado, y a mi cuenta quedará el casarte. ¿Qué te alteras? Yo soy rey, y por un rey, cuando tú en ello perdieras, que hagas es razón y ley lo que por ninguno hicieras. De tal suerte me ha dejado su donaire y su hermosura que hasta el alma me ha abrasado, y no juzgues a locura este amoroso cuidado. INÉS: Señor, si no imaginara que eres mi rey, de otra suerte lo que me has dicho tomara. Que soy española advierte, y de sangre ilustre y clara. Y si como ese condado me das, tu reino me dieras, lo hubiera aquí despreciado como por él me pidieras tercería ni recado. Si el alma, señor, te engaña, Nápoles te podía dar actor de tan torpe hazaña; que yo sé servir y honrar, porque he nacido en España.
Vase INÉS
VARÓN: Señor, ¿cómo ha respondido? REY: Ha respondido de suerte que he quedado sin sentido. La sentencia de mi muerte me ha pronunciado y leído. CONDE: Al fin, ¿respondió que no? REY: No la escopeta preñada de tal suerte respondió, del pedernal agraviada que con violencia le hirió. VARÓN: Pues, señor, escribe luego un papel, con que podrás templar su desasosiego. REY: Y si tú el papel le das, pondrás templanza en mi fuego. CONDE: Vamos, señor, que te aguarda el cardenal, y con él los novios. REY: Llama a la guarda, Varón. ¿Al fin, que el papel veré en su mano gallarda? VARÓN: Él templará tus enojos.
Sale CARLOS
CARLOS: A vuestra alteza real, el cardenal... REY: ¡Oh, qué enojos! Vamos, que este cardenal ya le llevo entre los ojos.
Vanse, y salen don FELIPE de Cardona y el marqués ASTOLFO, de camino
FELIPE: Un pobre caballero soy de España, y si otra cosa escriben, es engaño; que un humilde crïado me acompaña en mis desdichas puede haber un año. ASTOLFO: El que escribe esta carta no se engaña ni pretende con ella vuestro daño; amigo es vuestro, y tanto que la vida pondrá por vos. FELIPE: ¿La letra es conocida? ASTOLFO: La letra es conocida y la persona que la escribe lo es más. FELIPE: ¿Veré la firma? ASTOLFO: Dice la firma "El duque de Cardona, y vuestro padre." FELIPE: Basta. Si él lo afirma, su hijo soy, que su valor me abona, y en su sangre y nobleza me confirma, la mía de su pecho la recibe. Y en ella, ¿qué os escribe? ASTOLFO: Esto me escribe:
Lee
He sabido que el Conde de Ampudias, mi hijo, está entretenido en las galeras de vueseñoría. Recibiréla muy grande en que le favorezca, porque es fuerza que viva así encubierto hasta que en desafío, como honrado caballero, vengue la muerte de don Carlos, su hermano, si el rey se lo otorga. Vueseñoría le apadrine; que la merced que recibiere correrá por cuenta mía. Dios me guarde a vueseñoría mil años. De Barcelona, y marzo . El Duque de Cardona. FELIPE: Ya, famoso marqués, que habéis sabido quién soy, es justa cosa que os declare la forzosa ocasión de haber venido donde vuestro valor mi agravio ampare. Salí de Cataluña, y he corrido toda la Francia, y quiere Dios que pare en vuestras baleáricas riberas, coronadas de naves y galeras. Es, marqués, mi propio nombre don Felipe de Cardona, porque de una misma suerte duque y ducado se nombran. Entre mi famosa casa y entre la casa famosa de los Aragones hay una entrañable discordia. Mas viendo el rey de Aragón y el Conde de Barcelona que la paz de un casamiento todo lo allana y conforma, concertaron de casarme con la divina y hermosa doña Juana de Aragón, sol claro de Ribagorza. Otorgados los conciertos, para las arras y bodas, dio cornerinas el Asia, y dio el África heliotropias. Otra vez el Pirineo derritió sus blancas rocas vertiendo sierpes de pala que por su falda se enroscan; que alegres del casamiento, pienso que hacía de todas virillas, para adornar los chapines de mi esposa. Hasta el mar quedó empeñado, pues, despreciando el aljófar, sacó perlas transparentes de los cofres de sus conchas. Quedó sin telas Milán y sin riquezas la Europa; el Betis sin los caballos que engendró en su madre Bóreas. Al sol vimos despeado que por darme su carroza, haciendo largos los días, caminó a pie por sus zonas. Esparcióse por el mundo la fama de nuestras bodas, y en Milán por el palacio del duque Francisco Esforcia, envidioso de mis bienes, quiso atropellar mis glorias pidiendo para su hijo esta divina española. El cual, mientras vive el padre, dicen que en Nápoles goza el ducado de Milán y el marquesado de Soma. Y viendo que es la vejez avarienta y codiciosa, en trescientos mil ducados por hacerme mal, la dota. Y al conde, contrario nuestro, le hace el interés que rompa los conciertos y palabras, invencible en nobles bocas. Hicieron nuevos conciertos y el novio lleno de joyas pasó a ofrecerlas a España a las plantas de la novia. En cimientos de zafiros, entre las azules ondas, fundaron un edificio de quien los mares se asombran. De cristal y oro formadas eran las gallardas popas, y en los árboles pendían mil flámulas revoltosas. Quejáronse, hiriendo el viento, los clarines, y las trompas de vanidad se hincharon, las bastardas y las bordas. Al fin, a pesar del golfo, las seis cajas voladoras roncaron en Vinaroz, libre la apacible costa. Desembarcaron en ella y desde allí a Zaragoza llegaron en pensamientos, que pueden serlo las postas. Yo, de mi esposa llamado, también me acercaba en otras, que la mar a los amantes les da la vida por horas. Traía treinta crïados, todos con capas gasconas, con los aforros de tela de color de mi congoja; y con don Carlos mi hermano otras ilustres personas, que fueron a ser testigos de mi lamentable historia. Desempedrando la calle llegamos juntos en tropa a las puertas de su casa, cerradas para mi gloria. Y entrando alegres por ellas vimos una Babilonia en la confusión de lenguas italianas y españolas. Al fin, gente de palacio, que corren cruzan y estorban; y sin saber a qué van, unos con otros se topan. El alboroto y las luces, de quien huían las sombras, a saber nos obligaron por qué causa se alborotan. Un paje dijo... no puedo parar a contarlo ahora; mas otro, sin preguntarlo, nos dijo de aquesta forma: "¿Es posible, mis señores, que este regocijo ignoran? ¿No saben que doña Juana aquesta noche se otorga con el duque don Mauricio, que ha llegado por la posta?" Yo entonces --entre los labios el alma-- dije: "¿Tú ignoras la causa de este alboroto, pues al revés nos informas; que es el que viene a otorgarse don Felipe de Cardona, conde de Ampudias y duque de su nombre y casa propia?" Respondió: "Reíos, señor, que es el que se otorga agora don Mauricio, que de este otro no hacen caso ni le nombran. Y si no queréis creerme, subid allá, que os importa, si os deja el mar de la gente romper sus confusas olas." Yo, entonces, como la bala que escupe la negra boca, oprimida del salitre, que gime cuando la [arroja], me subo por la escalera, y tras mí mi gente toda, y a pesar de los porteros entro, aunque el paso me estorban. Llegué a la postrera sala, y a la luz de cuatro antorchas pudieron ver mis dos ojos mis celos y mis deshonras. Mas no las vieron apenas cuando mi cólera loca, mis razones, y mi espada toda la gente alborotan. Vieras, sin ser primavera, brotar relucientes hojas, que son árboles los hombres cuando se enfadan y enojan. Doña Juana alborotada, descompuesta y vergonzosa, da voces, y el duque aleve toda la gente convoca, y por la espalda a traición llegó una punta alevosa al corazón de mi hermano, de donde el alma le corta. Y entonces a mis contrarios acometí de tal forma que no dejara a ninguno a ser en el campo a solas. Acudió el pueblo, y fue fuerza, porque nadie me conozca, dejar la ciudad y el reino, vertiendo enojo y ponzoña. He desafïado al duque, pidiendo campo en Saboya, en Francia y en Alemania. A Nápoles vengo agora para que el rey don Alonso me le otorgue; y si le otorga, él como buen caballero en el campo me responda. Que después de haberlo muerto ha de ser mi amada esposa doña Juana de Aragón, que como el alma me adora. ASTOLFO: Como vengo de correr desde Asia a Constantinopla, y he estado ausente del reino, no he sabido vuestra historia. Y pues, señor, el serviros es obligación forzosa, no habrá cosa en vuestro gusto que delante se me ponga. FELIPE: Ya agradezco esa merced pero sabed que me importa darle muerte en estacada, que he de vengarme con honra.
Sale FRISÓN, lacayo, de camino
FRISÓN: No quisiera haber quedado en Nápoles, por no ver el mal que no ha de poder ser de mi lengua contado. O entrando en ella, señor, cogiérame una pared o matárame la sed, que es la maldición mayor. Hartárame en el camino de agua en las cisternas frías, y en todas sus hosterías no hallara un trago de vino. FELIPE: ¿Qué traes, Frisón? FRISÓN: No sé por donde empiece a contar tu mal. FELIPE: ¿Qué, siempre has de estar borracho? FRISÓN: Yo callaré. FELIPE: ¿Qué has de callar y decir? FRISÓN: Con lo que estoy consolado es con ver que anduve honrado y que honrado he de morir. En su diluvio, Noé no hizo tanto como yo. FELIPE: ¿Qué hiciste? FRISÓN: El mundo lo vio. FELIPE: ¡Ah, cuero! FRISÓN: Yo callaré; mas sólo, señor, te digo que hice por ti en la ocasión lo que no hiciera un león; que en la ausencia es el amigo. Que estocadas le tiré a un franchote por San Ponce que a esperarme fueron once. FELIPE: ¿Qué dices? FRISÓN: Yo callaré. FELIPE: Si en Nápoles has bebido, cuéntame lo que has soñado. FRISÓN: Yo soy un lacayo honrado, dentro [en] Gascuña nacido, y bebo lo que me basta. ASTOLFO: ¿Quién es éste? FELIPE: Es un garzón que me acompaña. FRISÓN: Frisón me llamo. ASTOLFO: Lindo humor gasta. FELIPE: Si vienes en tu jüicio, Frisón, lo que has visto cuenta. FRISÓN Vi la ocasión de tu afrenta. FELIPE: ¿A quién? FRISÓN: Al duque Mauricio, señor, sólo en dos razones: doña Juana de Aragón y el señor duque, si son casarse las velaciones, se iban, señor, a casar a la iglesia; mas vengado quedas, pues yo, alborotado, sin poderme reportar, meto mano, y no esperaron, y crïados que volvieron seis coscorrones me dieron y por necio me dejaron. Yo en el campo me quedé sin hüir, y así la gloria me dieron de la victoria. FELIPE: No hables más. FRISÓN: Yo callaré. FELIPE: ¡Válgame Dios! ¡Jesús! ¡Qué doña Juana de Aragón es mujer que me ha engañado! ¡Qué me ha salido mi esperanza vana! ¡Qué por el duque aleve me ha dejado! Forzaríala el padre, cosa es llana; mas, ¿qué albedrío se rindió forzado? Ella de voluntad se casaría. ¡Mal haya el hombre que en mujeres fía! ASTOLFO: Callad, que por ventura será engaño y la verdad en Nápoles veremos. FELIPE: Verdad, marqués, será, siendo en mi daño. ASTOLFO: ¡Hola! Postas nos dad. No hagáis extremos. Desde hoy en mal o en bien os acompaño. FELIPE: Mi vida es vuestra. ASTOLFO: Juntos moriremos, que está ya vuestro agravio a cuenta mía. FELIPE: ¡Mal haya el hombre que en mujeres fía!
Vanse, y salen el REY, el CONDE y el VARÓN
REY: Sus colores sacar quiero en estas fiestas mañana. ¡Ay divina doña Juana! Llamad, conde, al camarero. VARÓN: Hoy viene sin falta a ver a la reina, mi señora. REY: ¿Cuándo lo supiste? VARÓN: Agora. REY: Varón, tuyos han de ser el alazán español que me envió el de Castilla, con caparazón y silla, y el bayo, que los del sol deja atrás con ligereza, y tuyos aquellos tres en que subí ayer. VARÓN: Los pies mil veces beso a tu alteza. CONDE: Ya viene, señor. REY: Ya viene, Varón. Idla a recibir. Vos, también podéis salir. Salid presto, ¿qué os detiene? CONDE: De aquesto admirarme quiero. REY: ¿No basta quererlo yo? CONDE: Pues, ¿cuándo se recibió, señor, a tu camarero? REY: No le recibáis, Varón, que fue inadvertencia mía, entendiendo que venía doña Juana de Aragón. CONDE: Antes, señor, yo sospecho que el duque y ella se van, según dicen, a Milán, y que [este] viaje está hecho. REY: Malas nuevas os dé Dios. CONDE: Ellos a decirlo obligan. REY: Yo quiero que ellos lo digan y que no lo digáis vos. CONDE: Verdad es que en la ciudad se publica y no se esconde. REY: No todas las veces, Conde, se ha de decir la verdad. CONDE: Antes, señor, si la digo es para que busques medio para impedirlo. REY: Remedio me dad, pues. CONDE: Tu gusto sigo. Ofrécele tus galeras y haz que el marqués las prevenga, y di que los entretenga con engaño en las riberas. Y en tanto, puedes... REY: ¿Qué puedo? CONDE: Temo. REY: Acaba, ¿en qué reparas? CONDE: Tengo miedo. REY: Si tú amaras, no tuvieras, Conde, miedo. CONDE: Puedes hacer que le den muerte con secreto. REY: ¿Muerte? CONDE: Sí, pues, ¿puedes de otra suerte gozar la ocasión más bien? Porque estando el duque vivo, será imposible vencella, porque la española bella le tiene amor excesivo. REY: Ése es muy grande subsidio. CONDE: Amor tiene aqueste imperio. REY: Dime, ¿no basta adulterio sin también homicidio? CONDE: David hizo con Urías lo mismo por Bersabé. REY: Después regó a Gelboé con llanto y lágrimas frías. CONDE: Pues tú harás eso después como David. REY: Tengo amor al duque. CONDE: Templa, señor, tu voluntad, si así es; que mal le puedes querer bien, procurándole mal, que no hay mal que sea igual al codiciar la mujer. REY: Si él a la guerra se va y queda acá doña Juana, ¿mi pretensión no está llana? CONDE: No, que se la llevará consigo, que agora son recién casados. REY: Amigo, siendo así, su amor maldigo. CONDE: Doña Juana de Aragón es noble, y aquesto baste, y él vivo, no has de vencella. REY: Conde, yo muero por ella después que me la nombraste. Muera el duque y muera el mundo, que es justa razón y ley que él muera y que viva un rey. CONDE: Yo en justa razón lo fundo. REY: Mueran mil duques. CONDE: Señor, hoy he de darle el papel y colegiremos de él si es invencible su amor. Si a él responde, aunque enojada, es pedir que otro le des; que ésta entre las damas es una lección muy usada. REY: Callad, que viene la reina.
Sale la REINA
REINA: ¿Qué hace vuestra alteza aquí? REY: ¡Oh, reina! (Mas, ¡ay, que en mí Aparte sola doña Juana reina!) REINA: Este memorial me han dado unas pobres religiosas, que por ser de Cristo esposas el alma le han consagrado, y a vuestra alteza suplican que [las] mande remediar, que no pueden acabar una iglesia que fabrican por ser pobres y por ser de limosna lo que han hecho, y está la iglesia sin techo. REY: Mandad que le hagan hacer a mi costa luego. Conde, désele a su alteza gusto, fuera de que hacerlo es justo. Adiós, mi señora. REINA: ¿Adónde se va tu alteza tan presto? (Todos sus negocios son Aparte con el conde y el varón. No sé qué sospeché de esto). REY: Ando, señora, ocupado en una ocupación justa, que escriben que en Famagusta el Otomano ha juntado alcaides y sus virreyes, genizaros y galeras, para robar las riberas mías y de otros reyes. REINA: Con tan justa ocupación muy bien mis tratos se impiden.
Sale un CRIADO
CRIADO: Licencia para entrar piden doña Juana de Aragón y el duque Mauricio. REY: Ella [puede entrar] sola. REINA: ¿Y él no? REY: Aquesto he mandado yo. REINA: Doña Juana es muy bella. REY: Hermosa es y virtüosa. REINA: Su virtud es manifiesta, y sé que es cuerda y honesta en el grado que es hermosa.
[Aparte al VARÓN]
REY: (Procura darle, Varón a esta divina mujer este papel). VARÓN: (Y ha de ser, señor, con esta invención). Gran señora, una española que está triste y afligida, [............... -ida] viviendo en Nápoles sola, aunque con su viuda madre, desea para vivir a la duquesa servir, atento a que fue su padre de los suyos en España crïado, y este papel le envía, pintando en él su necesidad extraña. Yo se lo había de dar, pero mejor vuestra alteza lo alcanzará. REY: Su pobreza ya deseo remediar.
Salen el Duque MAURICIO y doña JUANA
MAURICIO: Dénos los pies, vuestra alteza. REY: Duque, levantad del suelo, y vos, señora. (Del cielo Aparte es su divina belleza). MAURICIO: Y vuestra alteza nos dé los pies también. REINA: Duque, alzad, y vos, duquesa, os sentad aquí. JUANA: Bien así estaré. REINA: Sentaos. MAURICIO: Mi padre me escribe que haga de la corte ausencia, y vengo a pedir licencia. REY: ¿Para qué? ¿Tan mal se vive en mi corte? MAURICIO: Antes me muero en ausentarme, señor. Porque mi hermano mayor que es de Milán heredero, y señor de Lombardía, está malo y quiere verme, y mi padre, por tenerme consigo, a llamarme envía. JUANA: Yo vengo a que vuestra alteza conozca en mí una crïada. REINA: Doña Juana, aficionada vuestra virtud y nobleza me tiene, y sentiré mucho que de Nápoles os vais, porque todo lo alegráis. REY: (Alma y sentido, ¿qué escucho? Aparte ¿Qué doña Juana se ha de ir? ¿Qué su sol se ha de poner? ¿Qué al alma ha de anochecer, y que he de poder vivir?) REINA: Tomad aqueste papel, duquesa, y antes que os vais, os encarezco que hagáis todo lo que viene en él. JUANA: ¿Qué me podéis mandar vos en que yo no os sirva luego? REINA: Esto, duquesa, os lo ruego, porque es servicio de Dios; que si no, no lo pidiera. VARÓN: (Ya el papel le dio, señor, y le abre). REY: (Ayúdame, Amor, Aparte si estás en tu quinta esfera). Duque, en notable ocasión me desamparáis, pues, ¿cómo, cuando yo las armas tomo y tremolo mi pendón, me desamparáis la tierra? MAURICIO: ¿Pues, hay guerra? REY: Cruel y brava, que en paz Nápoles estaba; mas ya, duque, todo es guerra. Ya para causarme enojos el enemigo me acerca, y está de mí ya tan cerca que le miro con los ojos. MAURICIO: Yo no he llegado a entender que haya guerra en esta tierra. REY: Pues, hayla, y sólo esta guerra vos en paz podéis poner. MAURICIO: Si en mí consiste la gloria no me iré. REY: Como no os vais, duque, y como os detengáis, yo saldré con la victoria. JUANA: Señora, en lo que el papel me pide, gusto recibo; mas estando el duque vivo todo corre a cuenta de él. Con él habla y no conmigo que cuando su esposa fui, la voluntad le ofrecí, y sólo su gusto sigo. REY: (¡Oh, qué discreta mujer! Aparte Darme a entender ha querido que está vivo su marido y no le puede ofender; pero que si muerto fuera, su voluntad me entregara, Bien su intento me declara. ¡Muera el duque, el duque muera!) MAURICIO: ¿Qué es esto? JUANA: Manda su alteza que este papel satisfaga y una buena obra [se] haga remediando una pobreza, y a su alteza respondía, mi señor, que sin licencia vuestra, yo no... MAURICIO: Inadvertencia, si es la hacienda vuestra y mía. A su alteza le dad gusto en lo que pide el papel. REINA: Todo lo que pido en él, duque Mauricio, es muy justo.
Aparte el REY, el CONDE, y el VARÓN
VARÓN: Pues el papel ha leído con gusto y no se ha turbado, movido le ha tu cuidado y tu afición le ha vencido. CONDE: Del papel respuesta espera. REY: (Que dé muerte a su marido Aparte por cifras me ha respondido. ¡Muera el duque, el duque muera!) Duque, el turco en Famagusta ha juntado gruesa armada, y teniéndola cercada me han avisado que gusta, antes que la señoría socorro envíe, tomarla, con intento de asolarla con Chipre y con Nicosía. Y de aquí quiere bajar a nuestra costa y riberas a robar con las galeras; y esto lo he de remediar con que vos, duque, al momento mi estandarte tremoléis y los hombros le doméis al turquesado elemento. Que aunque el general Astolfo con serlo le satisfago, Príncipe del Mar os hago. Id, duque, y tomad su golfo; que la duquesa os dará, Príncipe del Mar, licencia. [.................. -encia]. JUANA: Señor, si a serviros va, no es razón que yo lo impida. MAURICIO: Luego, señor, partiré, y en tu servicio pondré, si te importare, la vida.
Salen el marqués ASTOLFO y don FELIPE
ASTOLFO: Vuestros pies, señor, me dad. REY: Oh, marqués, habéis venido a verme a tiempo escogido. No estéis así, levantad. Dicen que el turco se ha entrado a Famagusta. ASTOLFO: Señor, por la costa ese rumor se ha extendido y divulgado. REY: Pues, id luego a acompañar al duque hasta el mar, marqués; que sois general, y él es el Príncipe del Mar. ASTOLFO: ¿Príncipe del Mar? REY: Sí, que como aunque más importe no puedo dejar la corte. Hoy el duque va por mí.
[Aparte al Marqués ASTOLFO]
FELIPE: (Marqués, estoy sin sentido. ¿Duermo acaso? ¿Estoy soñando? Pienso que me está engañando la vista, y pierdo el sentido. ¿No es éste el duque Mauricio? Doña Juana de Aragón, ¿no es ésta? Sí, los dos son. Loco estoy. Pierdo el jüicio. ¿Cómo? ¿Qué mi esposa esté con otro dueño a mis ojos? ¿Y que sufro estos enojos y que muerte no les dé? Ya no lo puedo sufrir. Marqués, podéis perdonar, que pues no puedo matar quiero salirme a morir.
Vase [don FELIPE]
ASTOLFO: Ya, señor, que mil mercedes de vuestra mano recibo, entre las muchas que os debo, que me hagáis una os suplico. REY: Cualquier cosa que pidáis daré con gusto infinito; pedid, que yo os lo concedo. ASTOLFO: Cosa honrada es la que pido. Ya sabéis, señor, que soy Cardona, y que soy sobrino de los duques de Cardona, honor de los blancos lirios. REY: Ya lo sé. ASTOLFO: Pues hoy en nombre de don Felipe, su hijo, cito a plazo y pido campo. REY: ¿A quién? ASTOLFO: Al duque Mauricio. Y aquí con vuestra licencia, gran señor, le desafío; que quiere dar a entender en la batalla mi primo que la muerte de su hermano alevosamente ha sido. MAURICIO: Y yo os suplico también que lo otorguéis; que imagino, con sola daga y espada, sin armas ni peto limpio, sustentaré lo contrario. REY: Pues, yo otorgo el desafío para el día que volváis triunfando del enemigo. ASTOLFO: Soy contento. MAURICIO: Soy contento. ASTOLFO: Nombre el duque su padrino. MAURICIO: Mi padrino será el conde. ASTOLFO: Yo por don Felipe afirmo que he de ser padrino suyo; y serviros determino, que no he de dejar por esto, duque, de ser vuestro amigo. [.....................] REY: Duque, poneos en camino al momento, y vos, marqués, venid, porque hagáis lo mismo. Adiós, señora. De vos, duquesa, no me despido pues quedáis en nuestra corte. JUANA: Quedaré para serviros. REINA: Vistadme, doña Juana, que en veros gusto recibo. MAURICIO: Sé que [ella] se ocupará, señora, en vuestro servicio. REY: (Ay, conde, que voy sin alma). Aparte
Vanse todos y quedan la REINA y el VARÓN
REINA: Varón, mirad si ha venido mi confesor.
Vase el VARÓN
El papel de las esposas de Cristo es éste. Quiero que el conde, pues el rey le ha remitido su cuidado, se lo dé al Varón. ¡Qué bien escrito! ¡Con qué profunda humildad su necesidad han dicho! Quiero volver a leerle aunque otra vez le he leído.
Lee
"Duquesa, como el Amor, como al parecer es niño, es dios invencible y fuerte contra Aníbales y Pirros, y son de sus pies alfombras cetros, espadas y libros sin respetar mi grandeza, me ha atropellado y vencido". ¡Oh, infamia! ¿A una honesta dama? ¡Oh, engaño! ¿A un noble marido! ¿Que aquesto intenten los reyes sin advertir los abismos? ¡Ah, conde y varón aleves! ¡Ah, engañosos cocodrilos, aduladores del gusto y de las almas martirio! ¡Qué trocase los papeles Dios, --¡viles!-- lo ha permitido!
Sale el VARÓN
VARÓN: No ha venido el confesor. REINA: No importa, que ya ha llegado, Varón ingrato y traidor, un mudo que ha confesado vuestros pecados y error. Y porque ha llegado a haber tan poco arrepentimiento en vuestro vil proceder no os quiere absolver, y siento yo que no os quiera absolver. Mas mirad vuestra conciencia si podéis reconoceros, y si por vuestra insolencia no quiere agora absolveros, no excusa la penitencia. Y quizá será tan fuerte y tan corto y breve espacio que vuestras culpas concierte; si no, dejáis mi palacio por excusar vuestra muerte.
Vase [la REINA]
VARÓN: Hasta la reina ha entendido el engaño y falsedad. Mi intención ha conocido. ¿Qué haré, si con la verdad mi mentira ha convencido? ¿En qué opinión me tendrá?
Sale el CONDE
CONDE: ¿El rey ha salido acá? VARÓN: No, conde, mas nuestro engaño ha salido por mi daño donde descubierto está. La reina trocó el papel y nuestra baja intención, sin duda, ha leído en él. CONDE: ¿Esto te causa pasión? El rey responda por él; que sabrá bien disputallo. El rey solamente reina; sírvele como vasallo. VARÓN: Temo enojar a la reina. CONDE: Anda, que el rey es mi gallo.

FIN DEL ACTO PRIMERO

La adúltera virtuosa, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002