ACTO SEGUNDO


Salen el REY y FINARDO
REY: Desasosiego me cuesta. FINARDO: Para desasosegarte ¿puede en el mundo ser parte cosa a tu grandeza opuesta? REY: Este villano lo ha sido. FINARDO: ¿El villano o la villana? REY: Un ángel en forma humana, Finardo, me ha parecido. Pero no creas que fuera quien me desasosegara cuando el cielo la pintara con el pincel que pudiera; que en negocio que el honor pasa de las justas leyes, aun nos valemos los reyes de nuestro propio valor. Su padre me dio cuidado; que en verle vivir ansí, tan olvidado de mí, confieso que me ha picado. ¡Qué con tal descanso viva en su rincón un villano, que a su señor soberano ver para siempre se priva! ¡Que trate con tal desprecio la majestad sola una, sin correrse la Fortuna de que la desprecie un necio! ¡Que tanto descanso tenga un hombre particular, que pase por su lugar y que a mirarme no venga! ¡Que le haya dado la suerte un rincón tan venturoso, y que esté en él poderoso, desde la vida a la muerte! ¡Que le sirvan sus crïados, y que obedezcan su ley, y que él se imagine rey sin ver los reyes sagrados! ¡Que la púrpura real no cause veneración a un villano en su rincón que viste pardo sayal! ¡Que tenga el alma segura, y el cuerpo en tanto descanso! Pero, ¿para qué me canso? Digo que es envidia pura, y que le tengo de ver. FINARDO: Ansí cuentan el suceso de Solón y del rey Creso. REY: Muy diferente ha de ser; que el filósofo juzgó de otra suerte al rey de Lidia; y yo tengo a un hombre envidia por ver que me despreció. FINARDO: Tres calidades de bienes Aristóteles escribe que tiene el hombre que vive; y todas, señor, las tienes. De Fortuna la primera en que lo menos se funda; del cuerpo fue la segunda, del ánimo la tercera. Bienes de Fortuna son de riquezas multitud, del cuerpo son la salud y la buena complexión. Los del ánimo, la ciencia y la virtud. Éstos fueron a quien todos siempre dieron divina correspondencia. Y si hay en la tierra alguna, por felicidad la entienden; que estos bienes no dependen del tiempo ni la Fortuna. Estando todos en ti, ¿cómo envidias a un villano, tú con el cetro en la mano, y él con el arado allí? REY: Dame pena el verle opuesto a mi propia majestad, viendo la felicidad en que su dicha le ha puesto. Deseaba vez alguna Augusto de Escipïón la fuerza, el ser de Catón, y de César la fortuna; y era un grande emperador; y en un villano, ¡aún no veo que tenga un justo deseo de ver al rey su señor! Mil el mundo peregrinan por ver alguna ciudad que tenga en sí majestad; mares y montes caminan. Y éste se esconde en su casa cuando paso por su puerta... ¡Pues, vive el cielo, que, abierta, ha de saber que el rey pasa! FINARDO: ¿Eso te da pesadumbre? ¡Un villano en su rincón! Y, ¿no se espanta un león de un gallo y de cualquier lumbre? El animoso caballo del floro, un ave tan vil, ¿no se espanta? FINARDO: ¿Que el gentil león se espanta del gallo? REY: Y de un carro; tanto siente de la ruedas el rumor; y ansí yo de un labrador, que es un carro finalmente. FINARDO: ¿Qué tienes imaginado para que el hombre te vea? REY: Porque ver no me desea, me ha de ver, mal de su grado. Pongan en que al monte salga; que yo buscaré invención para que su condición contra reyes no le valga. FINARDO: Pues, ¿tú quieres ir allá? Venga acá Juan Labrador a ver al rey su señor; que él es bien que venga acá. REY: Déjale con su opinión; que si al rey con su poder no quiere ver, yo iré a ver al villano en su rincón.
Vanse. Salen BELISA, COSTANZA y LISARDA
COSTANZA: Solo está el olmo, a la fe. BELISA: La palmatoria ganamos. LISARDA: A muy bien tiempo llegamos. COSTANZA: ¿Quieres tú que solo esté? LISARDA: Sí, porque hablemos un rato. COSTANZA: ¿Mas que son cosas de amor? Que te he visto en el humor que te ofende algún ingrato. LISARDA: Por vida tuya, Costanza, pues eres tan entendida --mira que juro tu vida-- ¿tuvieras tú confïanza en palabras de algún hombre de estos hidalgos de allá? COSTANZA: ¿De la corte? LISARDA: Sí; que ya tengo en el alma ese nombre. COSTANZA: La que pudiera tener de amigo reconciliado, de jüez apasionado, y de firma de mujer; la que tuviera, sembrando, de un campo estéril y enjuto, o del imposible fruto del olmo que estás mirando; la que tuviera de un loco o de un celoso traidor; la que de un hombre hablador que siempre son para poco; la que de un hombre ignorante que presume de saber; la que de abril sin llover; la que del mar inconstante; la que tuviera en la torre que se funda sobre arena, y en quien no siente la ajena, y de su falta se corre; la de amigo en alto estado si fuimos pobres los dos, ésa me diera, por Dios, cortesano enamorado. LISARDA: ¿Qué es, Costanza, cosi cosa, que llaman en corte enima: un alto, que un bajo estima sin fuerza más poderosa, y un bajo que al alto aspira? COSTANZA: Una música formada de dos voces. LISARDA: Bien me agrada. COSTANZA: Aunque alto y bajo están, mira que, aunque son tan desiguales como la noche y el día, aquella unión y armonía los hace en su acento iguales; que el alto en un punto suena con el bajo siempre igual, porque si sonaran mal, causaran notable pena. LISARDA: Música me persüades que el amor debe de ser. COSTANZA: El Amor tiene poder de concertar voluntades. LISARDA: No hay músico ni maestro como Amor, de altos y bajos; pero canta contrabajos, en que siempre está más diestro. BELISA: Al olmo vienen zagales, no habléis cosa de sospecha. LISARDA: (Cerrarte, Amor, ¿qué aprovecha? Aparte Por cualquier dedo te sales.
Salen FILETO y FELICIANO
FELICIANO: Costanza está aquí, Fileto. FILETO: Ella me dijo que había de venir al baile. FELICIANO: Cría humor gracioso y discreto. FILETO: Pienso que la quieres bien y que no te mira mal; pero es pobre y desigual de tus méritos también. FELICIANO: Mal dices; que la virtud es de más valor que el oro. FILETO: Cual le guardan el decoro tenga el mundo la salud. FELICIANO: Mi padre no tiene igual en riquezas, porque ha sido un hombre a quien ha subido la Fortuna a gran caudal. ¿No has visto un enamorado que comienza a enriquecer alguna pobre mujer que estaba en humilde estado que, dando en hacer por ella, tanto se viene a empeñar que, no teniendo qué dar, se viene a casar con ella? Pues de esa manera fue con mi padre la Fortuna, pues no sé yo cosa alguna que no le haya dado y dé. Pienso que por levantalle se ha empobrecido por él, y ha de casarse con él, porque no tiene qué dalle. FILETO: En el olmo se han sentado; la noche es un poco oscura, porque no está muy segura la luna de algún nublado. Llega, hablarás a Costanza antes que venga la gente, y algún villano se siente donde el mismo sol no alcanza.
A COSTANZA
FELICIANO: ¿Habrá un poco de lugar para quien todo le diera en el alma a quien quisiera esta posesión tomar?
A LISARDA
COSTANZA: ¿No respondes a tu hermano? LISARDA: ¿Para qué, si habla contigo? COSTANZA: Pues yo que se siente digo. FELICIANO: ¿Hacia qué mano? COSTANZA: A esta mano, que dicen que el corazón más a esta parte se inclina. FELICIANO: Aquí, Costanza, adivina tú propia mi pretensión. Haz el corazón acá; que tengo el mío perdido porque se hablen al oído y no lo entiendan allá. COSTANZA: Y será bien menester; que viene gran gente al olmo.
Salen BRUNO, SALVANO, TIRSO, VILLANOS, y MÚSICOS
BRUNO: Habrá zagales en colmo. SALVANO: Pues habrá en colmo el placer. ¿Traes tú vihuela ahí? TIRSO: Aquí tengo mi vihuela. BRUNO: Suena un poco, así te duela menos el amor que a mí. TIRSO: ¿Hay para todos asiento? BELISA: Antes estaréis mejor en pie, por hacer favor a los pies y al instrumento. BRUNO: Salga Lisarda a bailar. LISARDA: ¿Sola? No tenéis razón. BRUNO: Yo bailaré una canción, con que la quiero sacar.
Salen OTÓN y MARÍN
OTÓN: Éste, ¿no es el olmo? MARÍN: El mismo. OTÓN: Pues, ¿cómo hablarla podré? MARÍN: Si no se aparta, no sé. OTÓN: ¿Pudo haber confuso abismo ni laberinto de amor como entre dos desiguales?
A LISARDA
BRUNO: Danzaré, pues que no sales. ¡Vaya de gala y de flor!
Tocan y cantan los MÚSICOS, y baila solo BRUNO
MÚSICOS: "A caza va el caballero por los montes de París, la rienda en la mano izquierda, y en la derecha el neblí. Pensando va en su señora, que no la ha visto al partir, porque, como era casada, estaba su esposo allí. Como va pensando en ella, olvidado se ha de sí. Los perros siguen las sendas entre hayas y peñas mil. El caballo va a su gusto, que no le quiere regir. Cuando vuelve el caballero, hallóse de un monte al fin. Volvió la cabeza al valle y vio una dama venir en el vestido serrana, y en el rostro serafín."
Sale LISARDA a bailar
"Por el montecico sola, ¿cómo iré? ¡Ay Dios! ¿Si me perderé? ¿Cómo iré, triste, cuitada, de aquel ingrato dejada? Sola, triste, enamorada, ¿dónde iré? ¡Ay Dios! ¿Si me perderé?" MÚSICOS: "¡Donde vais, serrana bella, por este verde pinar? Si soy hombre y voy perdido, mayor peligro lleváis. --Aquí cerca, caballero, me ha dejado mi galán, por ir a matar un oso, que ese valle abajo está. --¡Oh mal haya el caballero en el monte al lubricán que a solas deja su dama por matar un animal! --Si os place, señora mía, volved conmigo al lugar, y porque llueve, podréis cubriros con mi gabán. --Perdido se han en el monte con la mucha oscuridad; al pie de una parda peña el alba aguardando están. La ocasión y la ventura siempre quieren soledad." SALVANO: Siéntense, que han danzado lindamente. LISARDA: Bruno, entretén un poco esos zagales; que llego a refrescarme a aquella fuente.
Llégase a OTÓN
¿Sois vos mi cortesano? OTÓN: Labradora del alma, el mismo, y digo bien el mismo, pues en la corte tu belleza adora. ¿Qué haré por ti, donde conozcas cuánto te estima el alma que en tus ojos vive? LISARDA: ¡Ay, por su vida! ¿Que me quiere tanto? OTÓN: Ni la gracia del rey, ni cuanto puede dar el imperio sumo de la tierra a la imaginación que a todo excede, estimo como el pie con que floreces estos dichosos campos, nueva Flora, que con pisallo, de oro los guarneces. LISARDA: Si tiene ya el Amor determinado que me burléis, ilustre caballero, ¿qué puedo hacer? Siniestro fue mi hado; mas ya que pude merecer quereros tan sin razón, no dejaré de amaros; pero, ¿cómo podré corresponderos? Yo no puedo serviros sin casarme; y si vos no queréis casar conmigo, ¿a qué puedo, señor, aventurarme? Mi padre es labrador, pero es honrado; no hay señor en París de tanta hacienda; de mi dote es mi honor calificado. Yo no soy en lenguaje labradora; que finjo cuando quiero lo que hablo y me declaro como veis ahora. Sé escribir, sé danzar, sé cuantas cosas una noble mujer en corte aprende, y tengo estas entrañas amorosas. Pero quedaos con Dios; que es gran locura persuadir imposibles a los hombres. OTÓN: ¿Cuándo tuvo imposibles la hermosura? Teneos, no os vais; que por el alto cielo que habéis de ser mujer... LISARDA: Señor, dejadme. OTÓN: ...del mariscal Otón, y cumplirélo. LISARDA: ¿Y qué seguro de eso podéis darme? OTÓN: Un papel de mi mano. LISARDA: ¿Y por papeles queréis que yo me atreva a aventurarme? OTÓN: ¿No tienen valor? LISARDA: El que se mira en las veletas que los aires mudan. No hay verdad en amor, todo es mentira. OTÓN: ¿Y si vos la notáis con penas tales, que me condene el cielo a pena eterna? LISARDA: ¡Oh Amor, gran juntador de desiguales! Pero porque esta gente no presuma --que en fin como villana es maliciosa-- de nuestro amor la referida suma, tomad aquesta llave, y en la huerta de mi casa hallaréis por las espaldas entre cuatro cipreses una puerta; entrad con ella, y aguardadme un poco de unos mirtos cubierto con lo espeso. OTÓN: Sospecho que queréis volverme loco. LISARDA: Yo bajaré después a media noche y hablaremos los dos secretamente. ¿Con quién y en qué venisteis? OTÓN: En un coche. Pero dejéle lejos de esta aldea. LISARDA: Id donde digo, que nos van sintiendo.
Apártase LISARDA
OTÓN: Allá os espero. ¿Quién habrá que crea, Marín, mi dicha? MARÍN: ¿Es buen suceso todo? OTÓN: ¡Notable! MARÍN: Di. OTÓN: Pasó de aqueste modo.
Vanse OTÓN y MARÍN
FELICIANO: Dice Salvano bueno, que casemos las mozas del lugar con los mancebos. BRUNO: Dice muy bien; que tiempo habrá de baile. FELICIANO: Mi padre y el alcalde al olmo vienen. COSTANZA: No es poca novedad. FELICIANO: Antes es mucha.
Salen JUAN Labrador y el ALCALDE
ALCALDE: ¡Bendígaos Dios, y qué os juntáis de mozos! JUAN: ¿Habrá lugar también para los viejos? COSTANZA: El que le tiene en tantas voluntades bien se podrá sentar donde quisiere. JUAN: A fe, Costanza, que no pierdas nada en tenérmela a mí. COSTANZA: Saben los cielos que quiero más tu vida que la mía.
Aparte a FELICIANO
LISARDA: Esto me huele a suegro, Feliciano. FELICIANO: ¡Pluguiera Dios, que pasará el verano! LISARDA: Para todo hay sazón. FELICIANO: Por mejor tengo a boca del invierno el casamiento. BRUNO: Comienza, pues, a casar las mozas y los mancebos. FILETO: A Costanza y Feliciano pongo en el lugar primero. SALVANO: No lo oiga el viejo y se enoje. FILETO: ¿Fáltale más que dinero a Costanza? Pues, ¿qué importa, si sobra tanto a su suegro? BRUNO: A Lisarda, ¿qué marido osarás darle, Fileto? FILETO: Pardiez que en todo el lugar no le topo casamiento. Si ello se diera por gracias, todos sabéis las que tengo en tirar, saltar, correr, y en danzas, bailes y juegos; y cierto que, bien mirado, aunque su padre es mi dueño que no se perdiera nada en darla a un hombre discreto. BRUNO: Siempre te oigo decir que eres discreto. FILETO: Profeso, en aquesta necedad, la necedad de este tiempo. No hay hombre ignorante, Bruno, que se confiese por necio. Verás competir los búhos con los halcones ligeros, las monas con las personas, con las águilas los cuervos, y unos pobres sacristanes con los músicos maestros. Mas dejando disparates de que el mundo está tan lleno, ¿a quién damos a Lisarda? BRUNO: Dásela a algún palaciego. FILETO: ¡Malos años! Si mi amo oyera que tratáis de eso, nadie quedara en su casa. BRUNO: Pues dásela a un monasterio, y casemos a Belisa. SALVANO: Ésa, ya veis que la quiero. BRUNO: ¿Cómo "quiero" siendo yo quien tantos favores tengo? SALVANO: Pues, cuéntense los favores y pierda el que tiene menos. FILETO: Yo quiero ser el jüez. SALVANO: Vaya. BRUNO: Comienzo el primero. A mí me dio por diciembre, estando al sol en el cerro, seis bellotas de su mano, y me dijo, "Toma, puerco." FILETO: Terrible es este favor. SALVANO: A mí una noche al humero, porque abrí mucho la boca, . . . . . . . . . . . .[ e-o] me dio en aquestas costillas cuatro palos con un bieldo. FILETO: ¡Ése sí que fue favor, que le sintieron los huesos! SALVANO: Mejor le diré yo agora. Toda la noche de enero estuve al hielo a su puerta, y al amanecer, abriendo la ventana, me echó encima, viéndome con tanto hielo, una artesa de lejía. FILETO: ¿Muy caliente? SALVANO: Estaba ardiendo. BRUNO: Todo es risa ese favor. Yendo al soto por febrero Belisa con su borrica, parió del pueblo tan lejos, que topándome allí junto me mandó alegre que luego tomase el pollino en brazos y se le llevase al pueblo. Dos legas y más le truje, diciéndole mil requiebros, como si hablara con ella, y aun él me dio algunos besos. FILETO: Ea, que ninguno gana. A los dos os doy por buenos. Caso a Amarilis con Lauso, que ella es coja y él es tuerto, y se irá lo uno por los otro. Caso a Tirsa con Laurencio, por ella es loca y él vano. BRUNO: Dios les dé paz. FILETO: Duda tengo. Caso a Dorena y Antón. BRUNO: Es vieja. FILETO: Es rica, y con eso pasará Antón mocedades. BRUNO: Ni oírla ni verla puedo. Han inventado los diablos acá en Francia un uso nuevo, de andar al mujer sin toca... FILETO: No debe de haber espejos. Las niñas pasen, son niñas; pero unos sátiros viejos que descubren más orejas caídas que burro enfermo, y otras que van por las calles mostrando tanto pescuezo, y las cuerdas cuando hablan parecen fuelles de herrero, y otras con mil costurones de solimán mal cubierto, y otras que el pescuezo muestran como cortezas de queso, ¿por qué han de dejar las tocas? BRUNO: Por parecer niñas. FILETO: ¡Bueno! Como se cuentan los años por el discurso del tiempo, ya se han de contar en Francia por arrugas de pescuezos. La honestidad de la dama está en las tocas y velos. Allí sí que juega el aire bullicioso y lisonjero. Yo sé que han dicho en París que al parlamento han propuesto contra pescuezos de viejas mil querellas los cabellos. Ya no hay cabello con toca. BRUNO: No te pudras, majadero. FILETO: Sí quiero; que no soy bestia, supuesto que lo parezco. JUAN: Por cierto, mi Costanza, que quisiera, mirando tu humildad y tu hermosura, que este muchacho el rey del mundo fuera. Yo admiro tu belleza y tu cordura. Ya sabes que el dinero no me altera, no gracias al trabajo y la ventura, sino al cielo no más, que con su mano colma tanto el rincón de este villano. Pláceme de tratar el casamiento y de dotarte en treinta mil ducados. COSTANZA: Tierra soy de tus pies. JUAN: Vuelve a tu asiento, si no es que del asiento estáis cansados. LISARDA: Ya es hora de cenar, y este contento será bien que resulte en los crïados. JUAN: Vamos agora a casa. ALCALDE: Feliciano, besa a señor por tal merced la mano. FELICIANO: No sé, señor, con qué palabras diga tu gran valor y entendimiento raro. JUAN: El de Costanza y tu humildad me obliga, mi voluntad en público declaro. BRUNO: ¿El casamiento? FILETO: Sí. SALVANO: Todo se diga. ¡Cómo! Esto, ¿fue verdad? JUAN: Nunca reparo en pocas cosas. Digo que se haga fiesta que a todo el pueblo satisfaga. Dos toros quiero que corráis mañana. ¡Hola, Bruno! BRUNO: ¿Señor? JUAN: Busca dos toros fieros como leones. FILETO: Fiesta es llana. BRUNO: Yo los traeré que despedacen moros. SALVANO: Pardiez que ha de salir mi partesana, y que no ha de quedar sangre en sus poros. ALCALDE: Haga mañana fiestas nuestra aldea. BELISA: Que sea para bien. TODOS: Para bien sea.
Vanse. Sale el REY en cuerpo
REY: No pienso que he negociado poco en el dejar la gente cenando al son de la fuente, que cerca divide el prado. ¡Que me haya puesto en cuidado un grosero labrador! Pero no se sigue error de ejecutar este gusto, para que vea que es justo ver rey y servir señor. Hubiera pocas historias si pensamientos no hubiera, con que la fama tuviera en su tiempo estas memorias. No todas añaden glorias a un príncipe; que hay algunas que porque son importunas al gusto del poderoso, no quiere estar envidioso de las ajenas fortunas. Yo veré, Juan Labrador, despacio tu pensamiento; que de tus venturas siento desprecios de mi valor.
Sale FINARDO
FINARDO: ¿A dónde mandas, señor, tenga el caballo mañana? REY: Cuando de oro, azul y grana se vista el cielo, Finardo, en este bosque te aguardo, y esto dirás a mi hermana. FINARDO: Diré que en el monte quedas por matar un jabalí. REY: Que tengo el puesto la di, y tomadas las veredas; y advierte bien que no excedas átomo de lo tratado. FINARDO: Todo lo llevo en cuidado.
Vase
REY: Y yo le tengo de ver si tiene mayor poder que la corona el arado. Con diferente vestido de mi profesión real, vengo a ver este sayal, de la majestad olvido.
Vase. Salen FILETO y JUAN Labrador. [Habla el REY] dentro
REY: ¡Ah, de casa! FILETO: ¿Quién vocea? REY: ¿Vive aquí Juan Labrador? FILETO: Por ti preguntan, señor. JUAN: ¿Quién quieres que ahora sea? FILETO: Quien es ya está en el portal. JUAN: No se lleve alguna cosa; que anda mucha gente ociosa y que vive de hacer mal.
Sale el REY
REY: No soy de los que decís, aunque os parezca extranjero, porque soy un caballero de los nobles de París. Perdíme en esa montaña; sé que sois rico y sois noble; até mi caballo a un roble por la oscuridad extraña, y a la aldea vengo a pie donde el cura me ha informado... JUAN: El cura no os ha engañado. Cena y posada os daré, no como allá en vuestra casa con platos y vanidad, mas con mucha voluntad, al modo que acá se pasa. ¿Qué nombre tenéis? REY: Dionís. JUAN: ¿Qué oficio o qué dignidad? REY: Alcaide de la ciudad y los muros de París. JUAN: Nunca tal oficio oí. REY: Es merced que el rey me ha hecho, por heridas que en el pecho, sirviéndole recibí. JUAN: Habéis hecho cosa dina de un hidalgo como vos. Sentaos, mientras que a los dos nos dan de cenar. Camina, Fileto, a mis hijos llama.
Vase FILETO
Tomad esa silla, os ruego. REY: Sentaos vos; que tiempo hay luego. JUAN: ¡Qué cortesano de fama! Sentaos; que en mi casa estoy, y no me habéis de mandar; yo sí que os mando sentar que en ella esta silla os doy y advertid que habéis de hacer, mientras en mi casa estáis, lo que os mandare. REY: Mostráis un hidalgo proceder. JUAN: Hidalgo no; que me precio de villano en mi rincón; pero en él será razón que no me tengáis por necio. REY: Si a París vais algún día, buen amigo, os doy palabra que el alma y la puerta os abra en amor y hacienda mía, por veros tan liberal. JUAN: ¿A París? REY: Pues, ¿qué decís? ¿No iréis tal vez a París a ver la casa real? JUAN: ¿Yo a París? REY: ¿No puede ser? JUAN: ¡De ningún modo, por Dios! Si allá os he de ver a vos, en mi vida os pienso ver. REY: Pues, ¿qué os enfada de allá? JUAN: No haber salido de aquí desde el día en que nací, y que aquí mi hacienda está. Dos camas tengo, una en casa, y otra en la iglesia; éstas son en vida y muerte el rincón donde una y otra se pasa. REY: Según eso, en vuestra vida debéis de haber visto al rey. JUAN: Nadie ha guardado su ley, ni es de alguno obedecida como del que estáis mirando; pero en mi vida le vi. REY: Pues yo sé que por aquí pasa mil veces cazando. JUAN: Todas esas me he escondido por no ver el más honrado de los hombres en cuidado; que nunca le cobré olvido. Yo tengo en este rincón no sé qué de rey también; mas duermo y como más bien. REY: Pienso que tenéis razón. JUAN: Soy más rico, lo primero, porque de tiempo lo soy; que solo si quiero estoy, y acompañado, si quiero. Soy rey de mi voluntad, no me la ocupan negocios, y ser muy rico de ocios es suma felicidad. REY: ¡Oh, filósofo villano! Aparte Mucho más te envidio agora.) JUAN: Yo me levanto a la aurora, si me da gusto, en verano, y a misa a la iglesia voy donde me la dice el cura; y aunque no me la procura, cierta limosna le doy, con que comen aquel día los pobres de este lugar. Vuélvome luego a almorzar. REY: ¿Qué almorzáis? JUAN: Es niñería; dos torreznillos asados, y aún en medio algún pichón, y tal vez viene un capón si hay hijos ya levantados; trato de mi granjería hasta las once; después comemos juntos los tres. REY: (Conozco la envidia mía.) Aparte JUAN: Aquí sale algún pavillo que se crió de migajas de la mesa, entre las pajas de ese corral, como un grillo. REY: A la Fortuna los pone quien de esa manera vive. JUAN: Tras aquesto se apercibe --el rey, señor, me perdone-- una olla, que no puede comella con más sazón; que en esto, nuestro rincón a su gran palacio excede. REY: ¿Qué tiene? JUAN: Vaca y carnero y una gallina. REY: ¿Y no más? JUAN: De un pernil--porque jamás dejan de sacar primero esto--verdura y chorizo, lo sazonado os alabo. En fin, de comer acabo de alguna caja que hizo mi hija, y conforme al tiempo, fruta, buen queso y olivas. No hay ceremonias altivas truhanes ni pasatiempo, sin algún niño que alegra con sus gracias naturales; que las que hay en hombres tales son como gracias de suegra. Éste escojo en el lugar, y cuando grande, le doy conforme informado estoy, para que vaya a estudiar, o siga su inclinación de oficial o cortesano. REY: (No he visto mejor villano Aparte para estarse en su rincón.) JUAN: Después que cae la siesta, tomo una yegua, que al viento vencerá por su elemento, dos perros y una ballesta; y, dando vuelta a mis viñas, trigos, huertas y heredades, porque éstas son mis ciudades, corro y mato en sus campiñas un par de liebres, y a veces de perdices; otras voy a un río en que diestro estoy y traigo famosos peces. Ceno poco, y ansí a vos poco os daré de cenar, con que me voy a acostar dando mil gracias a Dios. REY: Envidia os puedo tener con una vida tan alta; mas sólo os hallo una falta en el sentido del ver. Los ojos, ¿no han de mirar? ¿No se hicieron para eso? JUAN: Que no les niego, os confieso, cosa que les pueda dar. REY: ¿Qué importa? ¿Cuál hermosura puede a una corte igualarse? ¿En qué mapa puede hallarse más variedad de pintura? Rey tienen los animales, y obedecen al león; las aves, porque es razón, a las águilas caudales. Las abejas tienen rey, y el cordero sus vasallos, los niños rey de los gallos; que no tener rey ni ley es de alarbes inhumanos. JUAN: Nadie como yo le adora, ni desde su casa ahora besa sus pies y sus manos con mayor veneración. REY: ¿Sin verle, no puede ser que se pueda echar de ver? JUAN: Yo soy rey de mi rincón; pero si el rey me pidiera estos hijos y esta casa, haced cuenta que se pasa adonde el rey estuviera. Pruebe el rey mi voluntad, y verá qué tiene en mí; que bien sé yo que nací para servirle. REY: En verdad, si necesidad tuviese, ¿prestaréisle algún dinero? JUAN: Cuanto tengo, aunque primero tres mil afrentas me hiciese; que del señor soberano es todo lo que tenemos, porque a nuestro rey debemos la defensa de su mano. Él nos guarda, y tiene en paz. REY: Pues, ¿por qué dais en no ver a quien noble os puede hacer? JUAN: No soy de su bien capaz, ni pienso yo que en mi vida pues haber felicidad como es esta soledad.
Sale FILETO
FILETO: La cena está apercibida. JUAN: Metan la mesa, y dirás a Lisarda y a Belisa que echen sábanas aprisa donde sabéis, y no más;
Vase FILETO
que, por la bondad de Dios, habrá bien donde durmáis. REY: En alto descanso estáis. JUAN: Tal le pedid para vos.
Salen FILETO y villanos, que sacan la mesa y traen platos y cubiertos. MÚSICOS
FILETO: La mesa tienes aquí. JUAN: A ella os podéis llegar. REY: Aquí me quiero asentar. JUAN: No estáis bien, hidalgo, ahí; poneos a la cabecera. REY: Eso no. JUAN: En mi casa estoy, obedecedme; que soy el dueño. REY: Más justo fuera que yo estuviera a los pies. JUAN: Haced lo que os he mandado; que del dueño que es honrado, siempre el que es huésped lo es; y por ruin que el huésped sea, siempre el dueño le ha de dar por honra el mejor lugar. REY: (¿Habrá quien aquesto crea?) Aparte JUAN: Mientras comemos, podréis cantarle alguna canción. REY: (¡Buen villano y buen rincón!) Aparte ¿Música también tenéis? JUAN: Es rústica. Comenzad.
Salen LISARDA, COSTANZA y FELICIANO
REY: ¿Quién son aquestas señoras? JUAN: No señoras, labradoras de esta aldea las llamad. Ésta es mi hija, y aquélla mi sobrina, y ha de ser de ese muchacho mujer. REY: Cualquiera en extremo es bella. JUAN: Cenad; que no es cortesía ni el alabar ni el mirar lo que el dueño no ha de dar. REY: Por servirlas lo decía. JUAN: Servid vuestra boca agora de lo que a la mesa está; que en vuestra casa no habrá por dicha mejor señora.
[Habla LISARDA] aparte a FELICIANO
LISARDA: Notablemente parece, Feliciano, este mancebo, al rey. FELICIANO: Un milagro nuevo de Naturaleza ofrece. Pero engáñase la vista mirando con religión al rey. COSTANZA: Y tiene razón; que, ¿hay luz que al mirar resista en la presencia de un rey? REY: Beber, buen huésped, quisiera. JUAN: Pedidlo; que yo bebiera si sed tuviera. LISARDA: Y es ley que a huésped tan principal le lleve de beber yo. BRUNO: ¿Cantaremos? REY: ¿Por qué no? Que éste es convite real. MÚSICOS: "¡Cuán bienaventurado aquél puede llamarse justamente, que, sin tener cuidado de la malicia y lengua de la gente a la virtud contraria, la suya pasa en vida solitaria! Caliéntase el enero alrededor de sus hijuelos todos, a un roble ardiendo entero, y allí contando de diversos modos de la extranjera guerra, duerme seguro y goza de su tierra." JUAN: Alzad la mesa; que es tarde y querrá el huésped dormir. Pero dejadme decir, aunque un momento se aguarde, mi oración. REY: (¡Qué labrador!) Aparte JUAN: Gracias os quiero ofrecer, pues que me dais de comer, sin merecerlo, Señor. REY: ¡Breve oración! JUAN: Comprehende más de lo que vos pensáis. Bien es que a acostaros vais; que es tarde y el sueño ofende. Quedad con Dios; que al aurora yo mismo os despertaré.
Vanse todos menos el REY, LISARDA y BELISA. Meten la mesa
REY: (Ya el filósofo se fue.) Aparte Un poco aguardad, señora. LISARDA: Belisa os descalzará. No me tengáis, por mi vida. REY: ¿No es cortesía que pida que me descalcéis? LISARDA: Será. BELISA: Yo, señor, me quedaré a descalzaros aquí. REY: Antes si os vais, para mí será más merced. BELISA: Sí, haré.
Vase
REY: Oíd. LISARDA: ¿Qué? REY: La mano os pido. LISARDA: ¿La mano? REY: La mano quiero. LISARDA: A fe que sois, caballero, para huésped atrevido; pero debéis de saber de aquesto de adivinar. REY: Pues eso quiero mirar. LISARDA: Pues eso no habéis de ver. REY: ¿Y si me caso con vos? LISARDA: ¡Qué presto los cortesanos se casan y pidan manos! ¡Facilitos son, por Dios! Y es que deben de pensar, como acá somos villanas, que nos han de dejar llanas con sólo nombrar casar. Acuéstese su merced. Santíguese muy atento contra cualquier pensamiento. REY: Oíd, esperad, tened. LISARDA: Suelte; que el diablo me lleve si no le dé un mojicón. ¡A villana en su rincón de esa manera se atreve! ¡Arre allá con treinta erres! REY: No hay quien sin rincón esté. Oye, escucha...
Vase LISARDA
Ya se fue. Pues si te vas, no me cierres.
Cierra LISARDA la puerta por dentro
Aquésta, ¿es casa encantada? ¿Qué es esto, Dios? ¿Dónde estamos? ¿Qué filosofía es ésa? ¿En qué laberinto he dado? ¿Cómo me he metido aquí? ¡Hola, gente! ¿Con quién hablo? Que es ésta la cama pienso.
Sale COSTANZA
COSTANZA: ¿Qué dais voces? ¿Mandáis algo? REY: ¿Es ésta mi cama? COSTANZA: Sí, muy bien podéis acostaros. REY: Pues entretenedme un poco; que soy hombre de regalo. COSTANZA: Entreténgale una fiera de las que andan por el campo. REY: Escucha. COSTANZA: ¿Qué he de escuchar? ¡Valga el diablo el cortesano!
Vase
REY: ¡Bueno me ponen, por Dios! Extrañas burlas me paso. Quiero acostarme; que temo que entren también los villanos. Mas, ¿si me acuesto y es ésta de alguno que está en el campo, y viene a acostarse a escuras?
Sale BELISA
BELISA: ¿Qué manda, señor hidalgo. que da voces a tal hora? REY: Hállome aquí tan extraño, que no sé adónde me acueste. BELISA: Pues, ¿qué os falta? REY: Algún crïado. BELISA: Debéis de ser melindroso. Por ventura, ¿tenéis asco? Pues allá no habrá colchones ni tan limpios ni tan blancos. Échase su porquería. ¡Valga el diablo el cortesano! REY: Descalzadme vos. BELISA: ¡Qué lindo! Duerma una noche calzado.
Vase
REY: Tomar quiero su consejo. Paréceme, y no me engaño, que detrás de estas cortinas tose un hombre. Pues, ¿qué aguardo? Sacaré la espada.
Sale OTÓN de la alcoba
OTÓN: Tente, tente. REY: ¡Otón! ¡Extraño caso! ¡Otón detrás de la cama! OTÓN: Oye la causa. REY: ¿Qué tardo en darte la muerte? OTÓN: Escucha, señor; que no estoy culpado. REY: Pues, ¿cómo has venido aquí? OTÓN: ¿Quién hubiera imaginado, oh, famoso Ludovico, rey de los lirios dorados, que aquí esta noche durmieras? REY: Aqueste villano sabio me ha traído a conocerle en hábito disfrazado. Ser cazador he fingido de esta manera pensando oír de su misma boca tan notables desengaños. OTÓN: Pues a mí me trujo Amor. REY: ¿Aquí estás enamorado? OTÓN: Sí, señor. REY: ¿Es de Lisarda? OTÓN: Pues su hermosura me abraso. Habléla junto a aquel olmo aquesta noche bailando, diome una llave, y entré para hablar de espacio entrambos, en la huerta de su casa. Pero como tú has llegado y anda todo de revuelta, fue esconderme necesario, y yo me he metido aquí por no hallar otro sagrado. REY: ¿Que a Lisarda quieres bien? OTÓN: ¿parécete gran milagro siéndolo su ingenio y rostro? REY: Entra, hablaremos de espacio sobre tu intención en esto, y tú sabrás qué milagro me trujo adonde he venido a ver, siendo rey tan alto, el villano en su rincón, pues no ve al rey el villano.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El villano en su rincón, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002