ACTO TERCERO


Salen LUCINDO, con capa con oro, y plumas, y HERNANDO
LUCINDO: ¿Que mi padre les contó que era su esposa y no mía? HERNANDO: ¿Que siendo yo Estefanía, ande con estos cuentos yo? LUCINDO: El nombre ha dado a entender que es su hermana a Doristeo. HERNANDO: Tan ciego a tu padre veo, que te ha de echar a perder. Pienso que van a buscarte; que de Fenisa el amor, dirán que ha sido temor y término de escaparte. ¿Para qué se lo decías? LUCINDO: Para asegurar un hombre, no entendiendo que aquel nombre se le acordara en sus días. HERNANDO: ¿Piensas ir a Portugal? LUCINDO: ¿Cómo, si mi bien me avisa de que su madre, Belisa, ha de remediar mi mal? HERNANDO: ¿Fuiste a la reja? LUCINDO: ¿Pues no? HERNANDO: Y ¿hallaste el papel? LUCINDO: Estaba donde a mi padre avisaba, cuando a mi padre engañó. Halléle al fin en la reja, leíle, y dice que luego me finja de amores ciego de su madre. HERNANDO: ¿De la vieja? LUCINDO: De la misma. HERNANDO: ¡Extraño caso! LUCINDO: Pues más me ha mandado hacer. HERNANDO; ¿Y es? LUCINDO: Pedirla por mujer. HERNANDO: ¿Por mujer? LUCINDO: Habla más paso; que ya ha de salir al balcón, y acaso te puede oír. HERNANDO: Sólo pudiera impedir tu partida esta invención. ¡Discreta mujer! LUCINDO: Notable. HERNANDO: ¿Y piensas con ella hablar? LUCINDO: Tú has de estar en mi lugar, para que contigo hable. Fíngete Lucindo, y yo, mientras hablas a Belisa, estaré con mi Fenisa; que así el papel me avisó. HERNANDO: ¿Qué hablaré? LUCINDO: Cosas de amor. HERNANDO: Mucho sabe esta doncella; mil veces pienso si es ella... LUCINDO: ¿Quién? HERNANDO: La doncella Teodor. LUCINDO: Hoy quiero probar tu seso. Veamos cómo requiebras esta vieja. HERNANDO: Hoy me celebras por único. LUCINDO: Yo confieso que por inferior me nombre a tu ingenio, si la engañas. HERNANDO: Mis telas son telarañas. ¿Qué importa ser gentilhombre si faltan galas? LUCINDO: Pues bien... HERNANDO: Dame esa capa con oro. LUCINDO: Diérate, Hernando, un tesoro. Toma el sombrero también. HERNANDO: Tú podrás ponerte el mío.
Cambian de capa y sombrero
LUCINDO: A fe que quedo galán. HERNANDO: ¡Ah, Lucindo, cómo dan los vestidos talle y brío! LUCINDO: Quedo; al balcón han salido.
Salen FENISA y BELISA a una reja alta
BELISA: Dame, Fenisa, lugar; que quiero a Lucindo hablar. FENISA: ¿De qué sabes que ha venido? BELISA: Veo dos hombres parados mirando nuestro balcón. FENISA: Bien conoces, ellos son; que hacen señas embozados. Voyme, y Dios te dé ventura... Mas dame licencia un poco de hablar a Hernando. BELISA; Es un loco. FENISA: Agrádame su locura, y téngole que decir un recado al capitán. BELISA: Ve a esotra reja.
Vase FENISA
HERNANDO: Ya están donde nos pueden oír. LUCINDO: Fenisa se fue de allí. HERNANDO: Su madre la despidió. BELISA: ¿Sois Lucindo? HERNANDO: No soy yo, después que vivís en mí; pero soy el que os adora con el alma que le dais, pues mi humildad levantáis a vuestro valor, señora.
A LUCINDO
¿No va bueno? LUCINDO: ¡Pesia tal, que hablas con gran discreción! HERNANDO: Estoy hecho un Cicerón. BELISA: Puesto que parece mal, Lucindo, que una mujer, que en fin de Fenisa es madre, la case con vuestro padre y a vos os venga a querer, que en efeto sois su hijo; llegado a que me queráis, yo confieso que me dais un juvenil regocijo. ¿Es posible que os agrado y que os parezco tan bien?
Sale FENISA a otra reja
FENISA: ¡Ce, Lucindo! LUCINDO: ¿Quién es? FENISA: Quien el alma y vida te ha dado. Llega, mientras entretiene a la loca de mi madre tu crïado. HERNANDO: Si mi padre, como viejo, a querer viene la tierna edad de Fenisa, yo, como mozo, os adoro por ese grave decoro. FENISA: Muriéndome estoy de risa. HERNANDO: Esas tocas reverendas, ese estupendo monjil, ese pecho varonil, testigo de tantas prendas; ese chapín enlutado, que del pie los puntos sabe, que pisa el suelo, más grave que un frisón recién herrado, esa bien compuesta voz, ese olor, de amor espuela, que es azúcar y canela de aquestas tocas de arroz; esos antojos al lado, para encubrir los de enfrente; ese manto, en que consiente ser el amor manteado; esa encarnada nariz, donde Amor destila y saca ámbar, mirra y tacamaca más que el Arabia feliz; en fin, tocas, pies, frisón, nariz, monjil, manto, antojos, voz, chapín, son a mis ojos "selvas de varia lición." LUCINDO: ¿Escuchástelo? FENISA: Sospecho que ha de entender el engaño. LUCINDO: En que yerre está mi daño, y en que acierte mi provecho. Pero dime, prenda mía, ¿qué ha de ser de nuestro amor, si de ti con tal rigor este padre me desvía? No te descuides, mi bien; que apresura mi partida. FENISA: No tengas pena, mi vida. Ni esos miedos te la den; que mi madre, loca y vana está por tu amor de modo que pondrá remedio en todo. LUCINDO: Sí; mas la boda cercana me amenaza, como ves; y si él se llega a casar ¿cómo podrás remediar mi ausencia, y muerte después? A la fe, que aunque es tan cierto que eres discreta y sutil, que no halles modo entre mil para dar la vida a un muerto. FENISA: Si soy tuya, si nací para ti sola, y si estoy cierta que como yo soy tuya, tú lo eres de mí. Hacienda tienes y amigos. Da traza como salgamos de estos padres enemigos. Adonde quisieres vamos. Discreta y enamorada me sueles, Lucindo, hacer; mas ya sólo quiero ser mujer y determinada LUCINDO: Si tienes resolución de que te saque de aquí, ánimo me sobra a mí para igual ejecución. Esta noche, gloria mía, joyas y vestidos coge, y aunque tu madre se enoje, te sacaré a mediodía; que no temo de mi padre el mal que me pueda hacer. FENISA: Si voy a ser tu mujer, máteme después mi madre. BELISA: ¿Que tiene determinado envïarte a Portugal? HERNANDO: No he visto locura igual como en la que el viejo ha dado. Dice que adoro a Fenisa, que la sirvo y solicito, que el sueño y quietud le quito, y sigo en saliendo a misa; y de celos me destierra. BELISA: Mi bien, y ¿queréisla vos? HERNANDO: ¡Yo a Fenisa! ¡Plegue a Dios que aquí me trague la tierra, que me maten seis villanos en su heredad o su aldea, porque no hay muerte que sea más infame que a sus manos; plegue a Dios que un arcabuz probándole me traspase, o que una espada me pase desde la punta a la cruz, si en mi vida tuve intento de amalla ni pretendella, ni jamás hablé con ella de amor ni de casamiento! LUCINDO: Muy bien lo puede jurar. BELISA: Satisfecha estoy, mi bien. HERNANDO: Dejando aquesto también, ¿tienes algo que me dar? Porque en dándome un enojo, o en jurando alguna cosa, me da una hambre espantosa; soy preñada con antojo. BELISA: ¿Gana tienes de comer? HERNANDO: Rabio, por Dios. BELISA: Todo es malo cuanto hay en casa; un regalo mañana te quiero hacer. ¿Qué conserva comes bien? Que soy en dulces notable; de guindas es razonable, y de perada también. Duraznos es extremada. ¿Qué conserva haré? HERNANDO: Un menudo con su perejil; que dudo que la haya tal, bien lavada. BELISA: ¿De eso gustas? Pues hallaste la limpieza, la sazón y el buen gusto. HERNANDO: Cosas son en que el tuyo conformaste. Envíamele mañana. LUCINDO; ¿Hay villano tan grosero? BELISA: ¡Qué menudo hacerte espero? HERNANDO: No será peor la gana. BELISA: ¿Menudo comes? HERNANDO: (No pudo Aparte ponerse ese gusto en duda, porque quien sirve a vïuda, se obliga a comer menudo). LUCINDO: Gente pasa. ¡Cé! BELISA: ¿Quién llama? HERNANDO: Hernandillo, mi crïado, que allá con Fenisa ha hablado. BELISA: ¡Lindo pícaro! HERNANDO: De fama. Díceme que pasa gente. Adiós. BELISA: Él, mi bien, os guarde.
Vase BELISA
LUCINDO: Pues pasa gente y es tarde, Adiós. FENISA: ¡Ay mi gloria ausente!
Habla FENISA a HERNANDO y vase
¡Qué bien que la has divertido! HERNANDO: ¡Famosamente la hablé! LUCINDO: Ven tras mí. Pero ¿qué fue aquello que le has pedido? HERNANDO: Un menudo. LUCINDO: ¿Y eso pudo pedir tu lengua, grosero? HERNANDO: Tú negocias por entero, yo negocio por menudo.
Vanse. Salen DORISTEO y GERARDA
GERARDA: Sosiega el pecho celoso; que yo sabré si es verdad. DORISTEO: Sospecho que temeroso de alguna temeridad, a que obliga un caso honroso, dijo que el nombre fingía, y fue a tiento Estefanía, porque su padre en mi daño me dijo por desengaño cómo a Fenisa servía. GERARDA: El padre acaso pensó que a Fenisa amabas... DORISTEO: ¿Yo? GERARDA: Y para en paz os poner, dijo que era su mujer. DORISTEO: No lo entiendo. GERARDA: ¿Cómo no? Si pensó que la cuestión era por Fenisa allí, ¿no fue sutil invención hacerla su mujer? DORISTEO: Sí, tienes, Gerarda razón; pero mi celoso honor aún quiere de esto más prueba. GERARDA: También la pide mi amor. DORISTEO: Esta sospecha me lleva de un temor a otro mayor. GERARDA: ¿Quieres que los dos sepamos si es verdad que ama a Fenisa? DORISTEO: Sí quiero. GERARDA: A su casa vamos. DORISTEO: ¿Cuál ignorancia te avisa que si le quiere digamos? GERARDA: ¿Digo yo que sea ansí? DORISTEO: Pues ¿cómo? GERARDA: Yo entraré huyendo [del que me viene siguiendo]. DORISTEO: ¿De quién has de huír? GERARDA: De ti que eras mi esposo, diciendo. Sacarás la daga... DORISTEO: ¡Bien! GERARDA: Pondrános en paz su gente; quedaréme allí también, donde a Fenisa le cuente que quiero a Lucindo bien, y que por él me matabas; que te llame, y en secreto te diga lo que dudabas. DORISTEO: ¡Gentil industria! En efeto, de mujer. GERARDA: ¿Su ingenio alabas! DORISTEO; ¡Oh mujeres! GERARDA: ¡Y españolas!... DORISTEO: Camina. GERARDA: Si estamos solas, ella dirá la verdad. DORISTEO: Mujeres con voluntad son como la mar con olas.
Vanse GERARDA y DORISTEO Salen el CAPITÁN, FENISA, y BELISA
CAPITAN: Si supiera vuestro intento, no le echara de mi casa. BELISA: Yo os he dicho lo que pasa. CAPITAN: Huélgome del casamiento; daros quiero el parabién. BELISA: Si mi bien camino va. el paramal me dará quien me ha dado el parabién. CAPITAN: Si yo estuviera avisado de que Lucindo os quería --que en opinión le tenía de hombre menos asentado--, yo propio tratara aquí, Belisa, del casamiento; que es dar a mi bien aumento que nos troquemos ansí. Casado con quien es madre de mi bien, como confío de vos misma, el hijo mío vengo yo a tener por padre; y Fenisa, mi mujer y vuestra hija, tendrá padre en Lucindo; y dará a todo el mundo placer la discreción del trocar las edades por los gustos. BELISA: Dado me habéis mil disgustos en pretenderle ausentar; y no os descuidéis en ir donde el camino estorbéis. FENISA; Gran rigor usado habéis. CAPITAN: No me supe resistir. FENISA: ¿Fue celos, por vida mía, del destierro la ocasión? CAPITAN; Celos de su vida son; que una cierta Estefanía le trae de manera ciego, que le han querido matar dos hombres de este lugar, y le matan si no llego. BELISA: Pues ¿quiere a alguna mujer? FENISA: (¿Qué es lo que escucho? ¡Ay de mí!) CAPITAN: Así entonces lo entendí; mentira debe de ser. No me acordé que le amáis. Perdonad; que por él voy.
Vase el CAPITÁN
BELISA: Confusa, Fenisa, estoy. FENISA: Mi pensamiento imitáis. BELISA: Si tiene alguna mujer, ¡buen lance habemos echado! FENISA: (A ti poco te ha burlado, Aparte si burla te quiso hacer, pero a mí, que me engañó fingiendo amarme de veras...) BELISA: ¿Qué dices? FENISA: Que no creyeras lo que este viejo contó; que con los celos que tiene finge dos mil desatinos. BELISA: ¡Por qué notables caminos a darnos enojo viene! Gente se nos entra acá. FENISA; Dejóse abierta la puerta. BELISA: ¡Bien hará lo que concierta, si otra mujer tiene ya!
Sale GERARDA, huyendo de DORISTEO, la daga desnuda
GERARDA: ¡Favor, señores! Socorredme presto; que me mata este bárbaro tirano. DORISTEO: ¿Quién te ha de dar favor, infame adúltera? BELISA: Tened, señor. No la matéis os ruego. FENISA: Paso, señor. ¿Por qué le dais la muerte? GERARDA: ¡Yo adúltera, señor! BELISA: Tened la mano, respetad esas tocas norabuena. DORISTEO: Si no mirara esa presencia noble, de vuestra calidad notorio indicio, el corazón le hubiera atravesado. GERARDA: Y mataráste en él; que en él te tengo. DORISTEO: ¡Agora amores, falsa, vil perjura! ¡Agora hechicerías! ¡Vive el cielo!... FENISA: Acabad, si queréis; que venís loco, y algún demonio revestido en celos os debe de mover la lengua y manos. BELISA: No habéis de estar aquí, por vida mía. Venid; que os quiero hablar en mi aposento; descansaréis de vuestro mal conmigo. DORISTEO: Yo os quiero obedecer, y referirle, aunque traiga mi infamia a la memoria. BELISA: Pues con mi hija quedará esta dama. ¿Qué nombre tiene? DORISTEO: Estefanía se llama.
Vanse BELISA y DORISTEO
FENISA: De gran peligro os ha librado el cielo. GERARDA: ¡Ay, señora!, que estoy temblando toda. ¿Dónde me podré ir? FENISA: No tengáis miedo. Contadme vuestro mal. GERARDA: Sí haré, si puedo. Yo soy, gallarda señora, una mujer desdichada; aunque esto ya lo sabéis, pues lo veis en mi desgracia. Nací en Burgos, ciudad noble, y mis padres, que Dios haya, me trajeron a la corte niña en los brazos del ama. Crïáronme con regalo, y de mi talle o mis galas rendido el hombre que veis, me pide con grandes ansias. Casáronme a mi disgusto; en fin, sobre estar casada de la manera que digo, carga el peso de esta infamia. Vime, sin gusto con él, mil veces determinada para quitarme la vida. FENISA: No digáis tal. GERARDA: Esto pasa. FENISA: Pues, por desdicha ninguna ¿dice una mujer cristiana que se ha de quitar la vida? GERARDA: Señora, experiencia os falta. No sabéis lo que es tener en la mesa y en la cama un enemigo de día, y de noche una fantasma. Mas mi desesperación fue en esto medio templada con la vista de un mancebo, soldado y sol dado al alma. Era un alférez galán, por quien por puntos les daba a las niñas de mis ojos alferecía sin causa; que en la mala compañía del marido que me daban, pensé que con un alférez pudiera sufrir las faltas. Pagóme la voluntad, y con obras y palabras marchamos diez y seis meses, llevándose Amor las armas. Mas como en marchando Amor toca la Envidia las cajas, oyó el bando mi marido y los tiros a su fama. Comenzó a tener sospechas; puso un espantajo en casa, para que el pájaro huyese que al hortelano burlaba. Busqué medios por vecinos, hubo puertas y ventanas, porque cuando quieren dos, fácilmente se baraja. Mas para abreviar, señora, con mi amor y mi esperanza, no ha faltado quien me ha dicho que el ver mi marido en arma hizo a Lucindo mudar --que así el alférez se llama-- el alma y el pensamiento adonde agora se casa con una Fenisa, dicen, a quien de discreta alaban; que quien la alaba de hermosa, dicen que a su rostro agravia. He perdido tanto el seso, que he salido de mi casa, y buscado de tal suerte este ingrato que me agravia, que hoy, como veis, mi marido me ha topado disfrazada; que pensaba hallarle aquí; que aquí vive quien me mata. ¿Conocéis en esta calle esta dama, hermosa dama? ¿Sabéis quién es por ventura la que mis desdichas causa? Que ya que de mi marido tomé puerto en vuestra casa, tras el remedio del cuerpo, de vos espero el del alma. FENISA: ¿Que Lucindo os quiere bien? GERARDA: ¿Conocéisle? FENISA: ¡A Dios pluguiera que ni yo le conociera, ni él a mí! GERARDA: ¡Ni vos también! ¡Cosa que a tiento haya dado con la causa de mi mal! FENISA: El vuestro no ha sido igual al mal que me habéis causado. Yo soy Fenisa, ¡ay de mí!, engañada de ese ingrato, que no sabiendo su trato, mucho del alma le di. Yo soy con quien de secreto su casamiento trató, porque no pensaba yo tanto mal en tal sujeto. Pero pues a tiempo estoy, y mi honor salvo, creed que agradezco la merced, y que de mano le doy. Hoy con su padre me caso, por sólo hacerle pesar; que le tengo de abrasar con el fuego en que me abraso. Y pues que vos le queréis, gozadle por largos años. GERARDA: ¿Que vos me hacéis tantos daños, y que vos muerto me habéis? ¿Que vos os llamáis Fenisa? FENISA: Estad segura que ya Lucindo vuestro será. GERARDA: Mi desengaño os avisa. Es el hombre más traidor, más mudable y lisonjero que ha visto el mundo. FENISA: No quiero más desengaños, Amor. Adiós, gustos atrevidos. ¿Vuestro nombre? GERARDA: Estefanía. FENISA: Bien su pade me decía. No eran sus celos fingidos. Ya sabía vuestro nombre, ya sé todo lo que pasa. GERARDA: No admitáis en vuestra casa, pues que sois cuerda, tal hombre; mirad que os ha de quitar el honor. FENISA: Perded el miedo. GERARDA: Ya, señora, que me puedo de mi marido librar, dadme licencia; que quiero irme en casa de una hermana. FENISA: ¿Querréis verme? GERARDA: Cosa es llana. Ser muy vuestra amiga espero. ¿Hay puerta falsa? FENISA: Sí habrá, si por Lucindo salís. GERARDA: ¡Qué bien, señora, decís! Adiós. FENISA: Presto; que os verá. GERARDA: (Famosamente he sabido Aparte de Lucindo el pensamiento, y su gusto y casamiento por notable estilo impido. ¡Bella mujer, lindo talle! Muriéndome voy de celos. Guardad a Lucindo, cielos; que he de matarle en la calle).
Vase GERARDA
FENISA: Salga del alma aquel violento rayo que la dejó como ceniza fría, porque parezca la esperanza mía palma sobre las nieves de Moncayo. Ya estaba en flor, cuando en mitad de mayo el hielo derribó su lozanía; que cuando muda el tiempo, basta un día para que su verdor trueque en desmayo. No más gustos de amor, que son engaños, que llevan la razón por los cabellos; no sufra el alma tan injustos daños. No quiero bienes ya, por no perdellos; mas ¿cómo olvidaré con desengaños, si dicen que se aumenta amor con ellos?
Sale LUCINDO
LUCINDO: Con la determinación, bella Fenisa, de ser en tan dichosa ocasión tu esposo, y tú mi mujer, que nombres seguros son, he tenido atrevimiento de llegar a tu aposento, y dejo un coche en la calle, que de ese gallardo talle viene a ser alojamiento. Ven, sin poner dilación, al coche, fénix divina; porque en aquesta ocasión te quiero hacer Proserpina de este abrasado Plutón. ¿Qué te suspendes? ¿Qué miras? FENISA: ¿No quieres que me suspenda? ¿Qué dices? ¿Burlas? ¿Deliras? ¿Con quién hablas? LUCINDO: Dulce prenda del alma, ¿a qué blanco tiras? ¿Hay alguién con quien cumplir? ¿No es hora ya de salir, como anoche concerté? FENISA: ¿Con quién el concierto fue? Eso me vuelve a decir. LUCINDO: ¿No me hablaste anoche? FENISA: Sí. LUCINDO: Lo que concertamos di. FENISA: Que te cases con mi madre, pues yo lo estoy con tu padre. LUCINDO: ¿Con tu madre? Eso fingí. FENISA: Ya no puede ser fingido. Testigos hay que has tratado ser de mi madre marido. LUCINDO: ¿Luego tú me has engañado? El engaño tuyo ha sido. De mí no hay que pretender; que soy mujer de tu padre. y mi madre es tu mujer. LUCINDO: ¿Cómo mi mujer tu madre? Demonio debes de ser. ¿No te acuerdas que tú fuiste la que primero me quiso? Tercero a mi padre hiciste, mi padre me dio el aviso y te hablé donde quisiste. En orden a nuestro intento fingimos el casamiento ¿qué me dices de tu madre? FENISA: Yo soy mujer de tu padre, esto es verdad y esto siento. Si mi madre no te agrada, más señora, más honrada que tu dama Estefanía, vete a buscarla, y porfía; que es dulce la fruta hurtada. Mas guarda; que su marido te busca. LUCINDO: En lo que has hablado, celosa te he conocido. Sin duda te han engañado con ese nombre fingido. Mi lacayo Hernando fue una noche Estefanía; que así al Prado le llevé. No dilates, fénix mía, el galardón de mi fe; que se he visto a Estefanía, la vida me quite el cielo, fálteme el sol, falte el día, sepúlteme vivo el suelo, y pierda tu luz, luz mía. Mira que te han engañado, porque Hernando disfrazado ha sido la Estefanía. FENISA: Conozco tu alevosía; tarde, Lucindo, has llegado, y no me hagas perder el respeto; que has de ser antes de un hora mi padre; que al marido de mi madre debo por padre tener. LUCINDO: ¿Qué dices? FENISA: Lo que has oído. LUCINDO; ¿Tienes seso? FENISA: El que te falta. LUCINDO: O tú o yo le hemos perdido. FENISA: Eso sí, da voces, salta; que ya vendrá mi marido. LUCINDO: ¡Válgame Dios! FENISA; Valga, pues. LUCINDO: ¡Mataréme! FENISA: ¡Necedad! LUCINDO: Pues ¿qué haré? FENISA: Casarte. LUCINDO: ¿Ves cómo fue mi amor verdad, y tu liviandad los es? ¿Ves cómo vine por ti, y que como hombre cumplí lo que anoche concerté? ¿Ves cómo mujer te hallé, y no mujer para mí? ¿Ves cómo es bien empleado todo cuanto mal decimos de vosotras? ¿Ves que he estado, conforme el concierte hicimos, prevenido y confïado? Pues ¡plegue a Dios que te veas, y tan presto, arrepentida, que tú mi venganza seas! Que en lo que toca a mi vida, será lo que tú deseas. Goza a mi padre, que es padre, y es mejor que yo en efeto, puesto que menos te cuadre; que yo seré tan discreto, que la mujer trueque en madre; que pues mi padre me envía a Portugal, porque tal delito en quererte hacía, me pasaré a Portugal por la libertad, que es mía.
Vase LUCINDO
FENISA: ¡Ay, Dios!, detente señor... --pero no, que es cauteloso. .................... [--or] .................... [--oso] Vaya esta vez el traidor.
Sale HERNANDO
.................. [--eñas] ..................... [--ón]. HERNANDO: Oye, escucha. FENISA: ¿Qué haces señas? HERNANDO: ¡Tan tibia en esta ocasión! ¿Cómo ese rigor me enseñas? ¿No vio Lucindo aquí, según me dijo, por ti? FENISA: Ya estamos desconcertados. HERNANDO: ¿Cómo? FENISA: Hay amores casados; no era bueno para mí. ¿Quién es una Estefanía? a quien Lucindo quería? HERNANDO: ¿Hasta acá llega el enredo? FENISA: ¿Qué enredo? HERNANDO: Decirte puedo que fui yo esa dama un día. FENISA: ¿Tú esa dama? HERNANDO; Disfrazado con un manto, estuve al lado de cierta dama. En efeto di celos, y esto secreto, no sepa que lo he contado. Que mi señor la quería antes que os viese; y después os juro, señora mía, que un tigre a sus ojos es, aunque se cansa y porfía; que anda perdida y celosa. FENISA: Sin duda me han engañado. HERNANDO: Yo sé que no hay otra cosa que le dé en Madrid cuidado sino vos, Fenisa hermosa. Mas ¿qué le diré? FENISA: No sé; que viene mi madre aquí. Huye. HERNANDO: Por allí me iré.
Vase HERNANDO. Sale BELISA
BELISA: Ya, Fenisa, despedí aquel hombre. FENISA; ¿Y cómo fue? BELISA: No sé si podré, de risa, contarte lo que ha pasado. FENISA; De todo, madre, me avisa. BELISA: De verte se ha enamorado. FENISA: ¿Tan presto? BELISA: Escucha, Fenisa; que te quiere por mujer. FENISA: ¿Siendo casado? BELISA: Es enredo que esta mujer quiso hacer. FENISA: Que son celos tengo miedo. BELISA: Celos debieron de ser. Contóme que concertaron que se hiciese su marido, porque los dos sospecharon, él que su hermana ha servido, y ella que aquí le engañaron... FENISA: ¿A quién? BELISA: A Lucindo. FENISA: ¡Bien! ¿Que de Lucindo son celos? BELISA: Y a mí me los dan también. FENISA: Pusieron en paz los celos su verdad y mi desdén. (Perdí gallarda ocasión Aparte de gozarle a mi contento; mas no faltará invención. Hoy será mi casamiento en casa y con bendición). Madre, no estés divertida. Después que esta cautelosa mujer, falsa y atrevida, vino sin vida, celosa, para quitarnos la vida, ha estado Lucindo aquí y me ha dicho que te adora. BELISA: ¿Es cierto? FENISA: Esto pasa ansí. Pero díceme, señora, que hablando a su padre en ti le halla muy desabrido en que sea tu marido, y que es forzoso en efeto el casaros de secreto. BELISA: Siempre lo tuve entendido. No quisiera el capitán que su hijo se casara, porque murmurar podrán que el viejo goza esa cara, y que a Lucindo me dan. Pues mi marido ha de ser. FENISA: Él dice que en tu aposento te quiere esta noche ver. BELISA: ¿Qué sientes de eso? FENISA: ¿Qué siento? ¡Que allí serás su mujer! BELISA: Trázalo, pues anochece. FENISA: Vete a prevenir, y calla. BELISA: Mi ventura me enloquece; por no darte que envidialla, no digo lo que me ofrece. Voy a perfumarlo todo y que esté con grande aseo. FENISA: Hazlo, madre, de ese modo.
Vase BELISA
¡Qué bien mis bodas rodeo, y el nuevo engaño acomodo!
Sale el CAPITÁN
CAPITAN: ¿Es mi Fenisa? FENISA: Soy quien te desea. ¿Adónde está Lucindo? Que mi madre ya quiere efectuar el casamiento. CAPITAN: ¿Qué casamiento? FENISA: El suyo con el mío. CAPITAN: Bien dice, y no aguardemos a más términos; que ya los dos tenemos corta vida. FENISA: Yo estoy, señor, también desengañada de que no era Lucindo el que venía de noche a mi ventana. CAPITAN: ¿Qué me cuentas? FENISA: Hoy supe que era un cierto amigo suyo; y así, quiero que vayas a buscarle, y le diga que ronde aquesta noche la puerta de esta casa con Hernando; porque anoche a las diez, por la ventana del huerto entró el amigo que te digo, y a la puerta llamó de mi aposento. Levantéme, pensando que mi madre venía a visitarme, y si no cierro, no dudes que sucede una desgracia. CAPITAN: ¡Hay maldad semejante! ¡Vive el cielo, que he de ser yo quien ronde! FENISA: No, mis ojos; que en ese tiempo habéis de estar conmigo. CAPITAN: ¿Adónde? FENISA: En mi aposento, de secreto. CAPITAN: Dadme esas manos. FENISA: Advertid que quiero que vengáis muy galán y rebozado, y que os hagáis la barba; que no gusto de verla de esa hechura; que en efecto pareceréis mejor más atusado. CAPITAN: Quien para tanta gloria se previene, no dudéis que vendrá galán del todo. La barba haré cortar a vuestro gusto, pues hacerse la barba es muy de novios; y yo lo he de ser vuestro. FENISA: Ya es muy tarde, hablad a vuestro hijo. CAPITAN: El cielo os guarde.
Vanse FENISA y el CAPITÁN. Salen LUCINDO y HERNANDO
LUCINDO: Arrepintióse. HERNANDO: ¿Qué dices? LUCINDO: Lo que oyes. HERNANDO: No lo creas. LUCINDO: Ni tú mudanza que veas. HERNANDO: Son retóricos matices para encarecerme el bien. ¿Hasla por dicha gozado? Que te veo muy mirlado. LUCINDO: Y aun muerto me ves también. HERNANDO: ¿Hablas de veras? LUCINDO: Llegué para sacalla de allí, y de manera la vi, que dando voces bajé. Volví el coche, y los amigos se volvieron a su casa. HERNANDO: Pues ella toda se abrasa, y estos ojos son testigos... LUCINDO: ¿Cómo? HERNANDO: De celos crüeles. LUCINDO: Pues ¿de quién? HERNANDO: De Estefanía. LUCINDO: ¡Que esto dure todavía! No me aflijas, como sueles; que todo nace de amor. HERNANDO: ¡Tu padre! LUCINDO: No importa nada.
Sale el CAPITÁN
CAPITAN: Bien aprestas la jornada. LUCINDO: Mañana me voy, señor. CAPITAN: ¡Bueno es eso! ¡Estás casado con Belisa, y vaste luego! LUCINDO: Eso ha sido burla y juego. CAPITAN: Yo sé que tomas estado; pero que sea o no sea, ya te quedarás aquí. LUCINDO: ¿Por qué? CAPITAN: Porque ya entendí quién a Fenisa desea, y aún es grande amigo tuyo. LUCINDO: También te habrán engañado. CAPITAN: Ya Fenisa me ha contado que fue todo engaño suyo. Dice que anoche pasó por la pared de la huerta cierta persona incïerta, y a su aposento llegó; llamó, salió a abrir, y viendo el engaño, cerró. LUCINDO: Extraño hubiera sido el engaño. CAPITAN: Dio voces, y fuése huyendo. Hame dicho que te diga rondes esta noche allí. ¿Haráslo ansí? LUCINDO: Señor, sí; mandármelo tú me obliga. CAPITAN; Pues yo vengo muy de prisa. Ármate, y guárdete Dios.
Vase el CAPITÁN
LUCINDO: Hoy nos casamos los dos. HERNANDO: ¿Cómo? LUCINDO: Ya entiendo a Fenisa. Quiere que entre a su aposento por el huerto. HERNANDO: Dices bien; y que ella estará también allí con el mismo intento. Mas los celos la han picado; hoy se cumplen tus deseos. LUCINDO: ¡Por qué notables rodeos a mi remedio he llegado! Vente a armar, porque has de entrar al huerto y guardar la puerta. HERNANDO: (Beatriz es dama encubierta; Aparte pero allá la pienso hallar).
Vanse los dos. Salen DORISTEO y FINARDO
FINARDO: Yo no sé si le llame desengaño el que de vuestra hermana habéis tenido, pues veo que resulta en vuestro daño viniendo de Fenisa tan rendido. DORISTEO: Hizo Gerarda aquel enredo extraño. Entré fingiendo que era su marido; pero en viendo a Fenisa, quedé luego ciego del rayo de su ardiente fuego. Estuve con su madre en su aposento; y si verdad os digo, dije el caso, y pedíle a Fenisa en casamiento. FINARDO: Éstas son sus ventanas; hablad paso. DORISTEO: ¡Ay divino y dichoso alojamiento de la décima musa del Parnaso, de la mujer más bella, y fénix solo que en su giro veloz ha visto Apolo! FINARDO: Y ¡qué!, ¿os pensáis casar? DORISTEO: Si ella me quiere. FINARDO: ¿Es gente principal? DORISTEO: De virtud tanta, que la doncella a las demás prefiere, y la madre, Finardo, es una santa. FINARDO: ¿Qué hacienda tiene? DORISTEO: Sea la que fuere, virtud en dote a todos se adelanta. De su recogimiento y virtud quiero hacer, Finardo, el dote verdadero.
Sale el CAPITÁN, con barba diferente, muy hecha, en hábito de noche, y FULMINATO
CAPITAN: Ya puedes volverte a casa. FINARDO: Gente pasa. DORISTEO: Y encubierta. FINARDO: Creo que para a la puerta; que de la puerta no pasa. FULMINATO: ¿Mandas que te aguarde aquí, o que llame otros crïados? CAPITAN: No; que aquellos embozados vienen a guardarme a mí. Entro; vuelve. FULMINATO: ¿Quiénes son? CAPITAN: Lucindo y Hernando.
Vase el CAPITÁN
FULMINATO: Quiero hablarles. FINARDO: ¡Entró! DORISTEO: ¿Qué espero? FINARDO: ¡Gran virtud! ¡Gran religión! FULMINATO: ¿Es menester compañía? FINARDO: Pase adelante, galán. FULMINATO:Perdonen... DORISTEO: Perdón le dan. FULMINATO:...que por otros los tenía.
Vase FULMINATO
DORISTEO: ¡Corrido estoy, vive Dios! FINARDO: ¡Qué gran dote es la virtud! DORISTEO: Tal les dé Dios la salud. FINARDO: Pues quedo. DORISTEO: ¿Cómo? FINARDO: ¡Otros dos!
Salen LUCINDO y HERNANDO
LUCINDO: Pies, en mi amor os tened. [por la esacala se llegará]. DORISTEO: ¿Echó escala? FINARDO: ¡Y suben ya [traspasando la pared!] DORISTEO: ¿Qué casa es ésta? FINARDO: No sé. Que es fuerza es lo más seguro, pues por la puerta y el muro tanto enemigo se ve. DORISTEO: ¿Suben los dos? FINARDO: Así pasa. DORISTEO: Muchas mujeres habrá. FINARDO: Pues más gente viene ya; que aún no está llena la casa.
Sale GERARDA, en hábito de hombre
GERARDA: (Por ver si aquel mi enemigo Aparte viene a rondar por aquí, salgo de mi casa ansí, con mi amor y sin testigo. No creo que me he engañado; él y su Hernando serán los que en esta esquina están. ¡A qué buen tiempo he llegado!) ¿Eres tú, crüel? DORISTEO: ¿Quién va? GERARDA: Yo soy, Lucindo. DORISTEO: ¿Quién? GERARDA: Yo. DORISTEO: ¿Mi Gerarda? GERARDA: Tuya, no; de Doristeo soy ya. DORISTEO: Yo soy ese Doristeo. GERARDA: ¡Tú! Pues ¿qué buscas aquí? DORISTEO: A ti te busco. GERARDA: ¡Tú a mí! FINARDO: Con un mismo intento os veo. Tú por Fenisa venías, y tú por Lucindo vienes. DORISTEO: Es sin duda. GERARDA: Razón tienes. DORISTEO: Hoy habemos sido espías. Mas mira ¡qué cosa aquésta! Tres hombres tienen allá. GERARDA: ¿Tres hombres? FINARDO: Y aun treinta habrá. GERARDA: ¡A fe que es Fenisa honesta! Llama con una invención, para que quién son sepamos. FINARDO; Fuego, que hay fuego digamos. DORISTEO: Y no con poca razón. FINARDO: ¡Fuego, fuego! DORISTEO: ¡Fuego! GERARDA: ¡Fuego!
Salen BELISA, y luego, FENISA y LUCINDO
BELISA: ¡Fuego en mi casa! ¡Ah, crïados! DORISTEO: ¡Fuego! BELISA: ¡Ah, vecinos honrados! ¡Fenisa, levanta luego! FENISA: ¡Fuego, madre! DORISTEO: Que se abrasa la casa. LUCINDO: Luces de presto.
Sale el CAPITÁN, HERNANDO, con hacha encendida y los demás
CAPITAN: ¿Fuego en la casa? BELISA: ¿Qué es esto? LUCINDO: ¿Fuego en casa? FENISA: ¿Fuego en casa? HERNANDO: ¿Dónde, señor, está el fuego? GERARDA: Entre vosotros está; pero nadie lo verá, estando el honor tan ciego. ¿Dentro de una casa honrada de una mujer como vos, hay dos hombres? DORISTEO: ¿Cómo dos? Y aun tres. HERNANDO: ¡Hermosa empanada! BELISA: Yo con mi marido estoy. CAPITAN: Y yo estoy con mi mujer. BELISA: Otro pensé yo tener. CAPITAN; De otra que aborrezco soy. BELISA: ¿Cómo es aquesto, Fenisa? FENISA: Con Lucindo me he casado. BELISA: Pues ¿cómo me has engañado? Mas ya lo dice tu risa. CAPITAN: Di, Lucindo, ¿a un padre noble los buenos hijos engañan? LUCINDO: Señor, yo adoro a Fenisa, y ella, como ves, me paga. Cuanto contigo trató son enredos que buscaba para casarse conmigo. Los que presentes se hallan aunque mis contrarios sean, juzguen, señor, nuestra causa. ¿No es mejor que el padre mío, con esta señora honrada, que es madre de mi mujer, se case, pues que se igualan en méritos y en edad, y que como nuestras almas, los dos juntemos los pechos? Habla, y perdona Gerarda. GERARDA: Aunque celosa venía, la razón, Lucindo, es tanta, que con los dos asesores que a este pleito me acompañan, digo que tu padre sea de Belisa, y que esta dama te goce, amén, muchos años. DORISTEO: La sentencia está bien dada, y yo la confirmo. FINARDO: Y yo. LUCINDO: Dame esa mano. FENISA: Y el alma. CAPITAN: Dadme vos también la vuestra. BELISA: Dais honra y remedio a entrambas. HERNANDO: (Para tan viejo rocín Aparte cualquier silla le basta). GERARDA: Los dos me acompañaréis. DORISTEO: Llevarémoste a tu casa. CAPITAN: Hernando, avisa en la mía que allá cenan estas damas. HERNANDO: Para en uno sois, por Dios. LUCINDO: Si es para muchos la farsa, mi amor lo diga, y dé fin la discreta enamorada.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002