¡AY, VERDADES, QUE EN AMOR...!

Lope de Vega

Texto basado en Lope de Vega Carpio, Obras dramáticas escogidas, ed. Ed. Juliá Martínez, Madrid, 1936. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 2000.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen CELIA e INÉS, con mantos. Don JUAN y MARTÍN
CELIA: Porfiar no es cortesía, y más con una mujer. JUAN: ¿Cuándo ha sido agravio el ver ni el rogar descortesía? Porque pedir luz al día, oro al sol, plata a la luna, ¿cuándo fue culpa ninguna? CELIA: Culpa es grande porfiar el que no puede alcanzar lo que siguiendo importuna. JUAN: César no hubiera llegado al imperio si no hubiera porfïado, ni tuviera del mundo el ceptro envidiado. De Troya se vio vengado porfiando Agamenón, y pudo Pigmaleón volver un mármol mujer, y el campo del mar romper con lienzo y tablas Jasón. CELIA: ¿Historias? ¡Oh qué donaire! JUAN: ¿Quién persüade mejor? CELIA: Caballero historiador, toda vuestra prosa es aire. Id con Dios. JUAN: ¡Bravo desaire de ese tallazo es no ser, en dejarse ver, mujer! CELIA: Si os habéis de arrepentir, yo sé que es dejaros ir mejor que dejaros ver. JUAN: Tener en cárcel escura el sol de esos ojos bellos, ingrata al cielo, que en ellos copió su misma hermosura; poner en prisión tan dura sus jazmINÉS y claveles sinrazones son crüeles. Dejaos, señora, mirar, porque os pueda retratar el alma, divino Apeles. CELIA: ¿Otra historia? JUAN: ¡Que seáis tirana de tanta nieve! CELIA: ¡Qué poco la nieve os debe, si arrendador me llamáis! JUAN: Pues ¿para qué la guardáis? CELIA: Para el verano le guardo. JUAN: Desde aquí la nieve aguardo, si me decís vuestra casa. CELIA: Eso los límites pasa de vuestro ingenio gallardo. Extraños los hombres son, pues, sin ver una mujer, su casa quieren saber. ¡Qué liviandad! ¡Qué traición! Aquí no obliga afición, pues no amáis lo que no veis; luego de liviano hacéis esta necia dililgencia, o ¿por ver mi resistencia tanta codicia tenéis? JUAN: ¡Notable error! CELIA: ¿Cómo error? JUAN: Vos lo veréis. CELIA: ¿Cuándo? JUAN: Agora. De cuerpo y alma, señora, ¿cuál tiene mayor valor? CELIA: El alma. JUAN: Luego mi amor no fue liviano argumento si tiene por fundamento amar el alma que vi. CELIA: ¿Vos vistes mi alma? JUAN: Sí. CELIA: ¿Dónde? JUAN: En vuestro entendimiento. Luego, sin ver vuestra cara, bien me pude enamorar y la casa preguntar donde la vista ocupara y el cuerpo al alma igualara; porque fuera yo muy necio si creyera, en su desprecio, que diera el cielo, su autor, a joya de tal valor caja de tan poco precio. CELIA: Vos sois hombre peligroso. Id con Dios. JUAN: Oíd. CELIA: Decid.
Hablan aparte don JUAN y CELIA
MARTÍN: Y ella, ninfa de Madrid, ¿piensa con tanto reposo hacerme gastar a mí la prosa que a mi señor? INÉS: ¿Cómo me habla de amor sin haberme visto? MARTÍN: Ansí. Pues ¿qué pleito tengo yo que pueda solicitarme? ¿Qué valonas que lavarme? INÉS: ¿No sabe otras cosas? MARTÍN: No; que, en viendo mujer que sea de mi parte no sé más de "¿Quién eres? ¿Dónde vas? Bien te aliñas. No eres fea. ¿Tienes cúyo? ¿Eres mostrenca? ¿Dónde posas? Di tu nombre. ¿Quieres un hombre muy hombre? Quítese allá; quedo, penca." ¡Por vida del rey de copas, que de una tamborilada dejo a la más entonada! INÉS: ¡Cómo en lo vivo me topas!; que, en viendo un hombre de rumbo, deseo verle en galeras. MARTÍN: Pues, hermana, no me quieras, que yo blasono y retumbo; todo soy armas. INÉS: Pues yo nunca de fieros me obligo; mansos quiero, tiernos sigo, que bravos hablantes no. Lo que gasta el escribano y el señor procurador, lo que se lleva el dotor y la fe del cirujano, más lo quiero en gorguerán y aun en parda picardía. MARTÍN: Pues descúbrete, luz mía, que también soy yo galán de los que dan en dinero el moño y la bigotera; que, si eres dama espetera o tarima saber quiero. INÉS: No puedo, porque se parte mi ama. CELIA: No me sigáis. JUAN: ¿No os veré? CELIA: Si me buscáis... JUAN: ¿Adónde? CELIA: ...en la misma parte.
Vanse CELIA e INÉS
JUAN: ¡Bizarra mujer! MARTÍN: ¡Famosa! JUAN: No se descubrió. MARTÍN: Ni a mí su criada. JUAN: A un lado vi por brújula cierta rosa, campo de una clara estrella. MARTÍN: Yo la sigo. JUAN: ¿Para qué? Pues de verla me libré, ¿no estaré mejor sin vella? MARTÍN: ¿Eso dices? JUAN: Si es mujer que el alma puede inquietarme, yo quiero sin ver quedarme por no perderme por ver. Si viese un hombre venir un león, ¿no es más cordura darle la espalda segura que no quererle seguir? Cuando hay un toro furioso y sin resistencia humana, ¿no es mejor una ventana que espada y capa en el coso? Cuando un jüez está airado, ¿no es mejor estar seguro por el extranjero muro o por el propio sagrado? Cuando hay un pleito que en él se pueden dos concertar, ¿no es mejor que no aguardar una sentencia crüel? Pues así en esta ocasión me libré, con no la ver, de hallar en esta mujer toro, juez, pleito y león.
Salen don GARCÍA y CLARA
GARCÍA: Pintarte su condición, hermosa Clara, sería "la luna, el mar, la porfía, la mudanza y la traición." Luna, en crecer y menguar; mar, en bonanza y tormenta; porfía, en que lo que intenta se ha de hacer y ejecutar; la mudanza, en que parece tornasol, y la traición, en que, mostrando afición, al mismo tiempo aborrece. Ésta es Celia, y yo soy quien amo la luna y el mar, el mudarse, el porfïar, y aun la traición quiero bien; que con todos los defetos que ves, son sus gracias tales, que nacieron celestiales para examinar discretos. Amar un hombre en virtud de amarle es ley de razón, y discreta perdición amar con ingratitud. Yo no entiendo estos secretos; mas dicen los entendidos que es amar aborrecidos razón de estado en discretos. CLARA: ¿De manera, don García, que es ley de la discreción querer a quien sin razón aborreciendo porfía? Debe de ser por fineza, porque querido querer pienso que debe de ser la ley de Naturaleza; que querer donde el rigor extiende sus asperezas más parecen que finezas bachillerías de Amor. Pero, pues habéis venido a que os ayude a vencer el desdén de esta mujer y el agravio de su olvido, mirad que habéis de dejar de ser discreto también, pues amaréis sin desdén y con desdén se ha de amar. GARCÍA: No agravia la discreción, Clara, hacer las diligencias, que conquistar resistencias efetos discretos son. Al que cercase un lugar, ¿no sería valentía sufrir de noche y de día defensas sin pelear? Por eso advierte mi intento en lo que has de hacer por mí. CLARA: Ya lo estoy. GARCÍA: Pues oye. CLARA: Di. GARCÍA: Amor es conocimiento de las partes de quien ama, por donde se viene a amar, las cuales suelen llegar por terceros a una dama mejor que por propia vista; que la buena información califica la opinión, facilita la conquista. Tú, pues, no como tercera, que tienes muy poca edad para vender voluntad, sino en razón de primera, has de fingir que, celosa, a Celia vas a rogar que no me permita entrar en su casa, porque es cosa que suele, al mayor desdén, tocar al arma en el alma, y al sueño de mayor calma despertar a querer bien. Añadirás a estos celos las partes que no hay en mí, con que, envidiosa de ti, abrirá puerta a desvelos, que celos y privación, y el ver que me adoras, Clara, y que tu talle y tu cara, calidad y discreción desprecio por su desdén, hará por dicha en su fría condición más batería que haberla querido bien. CLARA: ¡Qué arbitrista, de que hay tantos en esta edad, como Amor! ¡Brava industria! GARCÍA: La mejor, aunque se consulten cuantos remedios se han inventado contra desdenes. CLARA: Quisiera decirte, si me atreviera, una cosa que he pensado. GARCÍA: Cuando sea contra mí te doy licencia. CLARA: Mirando tus prendas y reparando que Celia te trate ansí, sospecho que me has callado que a otro debe de querer. GARCÍA: ¿Querer? ¿Cómo puede ser donde es Argos mi cuidado? Que los ojos del pavón no se igualan a mis celos, ni las luces de los cielos como mis cuidados son. Si un hombre un átomo fuera y en sus aposentos, Clara, cubierto del sol entrara, pienso que mi amor le viera. CLARA: Calla, que sabemos mucho las mujeres. GARCÍA: Lo confieso, mas mis celos son exceso. CLARA: Tu seguridad escucho en fe de su condición, y voy con una crïada a fingirme enamorada de tu talle y discreción; pido celos, finjo pena que nunca tuve por ti. GARCÍA: Pues escoge desde aquí, Clara, vestido o cadena. CLARA: Cadena es mejor, García, que el oro crece el valor, porque el vestido mejor vale menos cada día. GARCÍA: Agora sí que pareces tercera contra el decoro de la edad, que amas el oro y las galas aborreces. CLARA: García, por interés tomo, si a escoger me dan, galas del que es mi galán y oro del que no lo es.
Vanse. Salen CELIA e INÉS
INÉS: ¡Peregrina novedad, habiendo tú despreciado a tantos que te han mirado! CELIA: Yo nací sin voluntad, potencia que me faltó. INÉS: Por ella, que ansí lo siento, dos partes de entendimiento Naturaleza te dio; mas no naciste sin ella, pues la tienes a don Juan, que esas ansias que te dan por sus partes nacen de ella. CELIA: No, Inés; yo no la tenía, que en acabando de verle la crïó, para quererle, Naturaleza aquel día. INÉS: Estaba por darle vaya a tu antigua libertad. CELIA: Ya que sé que hay voluntad, no hayas miedo tú que haya más peligros para mí. INÉS: Luego ¿no verás este hombre? CELIA: Yo no sé más de su nombre, y en esto dichosa fui; porque si supiera más, mayor daño me viniera. INÉS: ¿Qué daño? CELIA: Que le quisiera, y no he de querer jamás. INÉS: ¿Y si te le busco yo? CELIA: No quiero por don García ver mi opinión algún día en lo que jamás se vio; que está loco, y con los celos será mayor su locura. Yo he tenido, y es cordura, a más piedad de los cielos no saber quién es don Juan, que este amor fue un accidente. INÉS: ¡Gran ruido! CELIA: ¡Extraña gente! INÉS: Tras un caballero van.
Salen LEONCIO, PRADELIO, LEANDRO, acuchillando a don JUAN
JUAN: Nunca el valor se acobarda, puesto que ejércitos fueran. LEONCIO: ¡Muera el villano! JUAN: ¡Mentís! PRADELIO: Con espadas no hay afrenta. LEONCIO: A buen sagrado se acoge. PRADELIO: A la casa lo agradezca donde se ha entrado.
Vanse LEONCIO, PRADELIO y LEANDRO
INÉS: ¡Ay señora! CELIA: No huyas, Inés; no temas. INÉS: ¿No ves que se ha entrado en casa un hombre de la pendencia? CELIA: Tengo el ánimo gallardo. No hay cosa que me parezca más bien que un hombre riñendo, si tiene brío y destreza. Vuesa merced se sosiegue. JUAN: Tendré, señora, vergüenza de haberme aquí retirado. CELIA: Hombre que tan bien pelea, defendiéndose de tantos, no quiero yo que la tenga.
Habla aparte con INÉS
¡Jesús! ¿No es éste don Juan? INÉS: El mismo; para que veas que no hay prevención humana para hüir de las estrellas.
Sale MARTÍN
MARTÍN: Aquí pienso que se entró. JUAN: ¿Eres tú? MARTÍN: ¿Qué es esto? ¡Fuera! ¿Dónde están esos gallinas? Mataré... JUAN: ¡Detente, bestia! MARTÍN: ¡Todo el mundo no es bastante! JUAN: Ya como San Telmo llegas. ¿Adónde estabas? MARTÍN: Jugando en el zaguán de Florela el barato que me diste. Oí que cuarenta ruecas le daban como a tu espada, y salí como si fuera un novillo de Jarama.
Habla aparte a MARTÍN
JUAN: Espera, Martín. ¿No es ésta la dama que vimos hoy? MARTÍN: Que en el talle lo parezca no es mucho, que es extremado. JUAN: ¡Qué dicha tendré si es ella! CELIA: En habiendo ese valiente --digo valiente por señas-- acabado su papel, aunque es gustosa materia, diré yo también el mío, si vuesa merced se asienta. Una silla, Inés. JUAN: ¡Señora!
Siéntense
¿Tanta merced? CELIA: Diome pena el veros reñir con tantos, si bien fue vuestra defensa con tan bizarro valor... ¿Estáis herido? JUAN: Pudiera. Sólo un rasguño en un dedo me ha dejado la pendencia, desagravio de un mentís, pues habiendo sangre, cesa. CELIA: Sentaos, que le quiero ver. JUAN: No es nada. CELIA: Aunque menos sea. Ataros quiero un listón. JUAN: Será del Amor la venda. CELIA: ¿Queréis agua? JUAN: ¿Para qué? CELIA: La sangre alterada templa. JUAN: Yo no he caído. CELIA: Es verdad. Y que no caigáis me pesa en quien deseastes ver hoy con tantas diligencias. JUAN: El alma me lo había dicho. Mirad si soy cosa vuestra, que en el peligro que estuve me vine a mi propia esfera. CELIA: Bien os habéis disculpado. MARTÍN: Y ella, señora doncella, ¿no me pone algún listón? INÉS: Pues ¿hallóse en la pendencia? MARTÍN: Pues si no fuera por mí, ¿mi amo ya no estuviera en Santa Cruz, en las andas, adonde, quien fuere sea, en tanto que se averigua, le ponen a la vergüenza? INÉS: Y ¿está herido? MARTÍN: ¡Pesia tal! Traigo las tripas de fuera. INÉS: Pues ¿cómo pide listón? JUAN: ¿No es justo pedir licencia, señora, para serviros? CELIA: De la cortesía vuestra no quiero mostrar disgusto, si el cielo quiere que os quiera; pues no sabiendo de vos, huyendo de vuestra ofensa, como garza que adivina de los halcones que vuelan el que la puede matar, que vengáis a verme ordena dentro de mi propia casa; y será cosa tan nueva, que habéis de vengar a algunos que son linces destas rejas. Celia es mi nombre. En Madrid es notoria mi nobleza. Mi dote soy yo no más, porque soy más que mi hacienda. Con esto y guardar la cara a mi opinión, será cierta mi voluntad en serviros. JUAN: La relación es tan buena que se acobarda la mía. Yo me llamo don Juan Guerra. Soy señor de la Montaña de esta casa, que pudiera honrar títulos y grandes. Sacáronme de mi tierra pretensiones en la Corte, porque, viendo que se premian méritos en esta edad, he querido que lo sean servicios de mis pasados, de que mostraros pudiera hazañas que honran sus armas; que no hay blasones sin ellas. Seré vuestro, ¡vive Dios!, conociendo la excelencia de vuestras partes y viendo que no me valió el no verlas, pues, si así puedo decirlo, con invención mis estrellas me han traído a vuestra casa y adonde por fuerza os vea. CELIA: ¿Guerra sois? ¿Qué maravilla que vuestro talle me hiciera guerra en el alma? Ahora bien; lo que los cielos conciertan, vanamente lo desvían consejos y diligencias. MARTÍN: Dígame vuesa merced, pues nuestros amos se enredan, las partes de su persona. INÉS: Inés soy. MARTÍN: ¿Inés a secas? INÉS: ¿No basta Inés? MARTÍN: Para propia basta y sobra; pero sepa que está el mundo en un estado que la más pobre doncella ha menester tantas galas como si nacido hubiera heredera de una casa. ¡Cuerpo de tal! ¿No pudieran, como quitaron las calzas, quitar manteos de tela? En tiempo del Rey Segundo --ansí las cosas se aumentan-- hubo mantos de burato y medias de carisea. ¿Cómo ha de casarse un hombre si una mujer trae a cuestas todo el dote en una tarde? INÉS: ¿Quiere que le diga que ésta es la edad más acertada? MARTÍN: ¿Cómo? INÉS: Una mujer no llega a la mitad de la edad de un hombre, pues si se cuenta por la mitad que ellos viven, ¿no será justo que tenga, lo poco que dura hermosa, galas con que lo parezca? Un hombre, aunque esté más viejo, se viste como si fuera mozo; pero una mujer ¿qué se pone en siendo vieja? Sin esto, el darles manteos no pienses tú que es por ellas; mas por honrar el lugar donde la Naturaleza les dio el ser que tienen de hombres, que si no, no le tuvieran. MARTÍN: En mi vida pensé oír cosa tan aguda y nueva. Y agora caigo en la causa por que doran con mil ruedas los lazos de las guitarras. INÉS: ¿Cómo? MARTÍN: Porque se gobiernan las voces por donde el aire sonoro en el centro suena. Yo, Inés, me llamo Martín, hijo de una honrada dueña, que, andando sobre mi nombre en demandas y respuestas, desde una jaula que estaba acaso sobre una mesa, respondió un tordo: "Martín." INÉS: Bien dijo, para que sea, como de tordo, el "Martín" pronóstico de tu lengua.
Sale LISEO, criado
LISEO: De dos sillas de este tiempo, en que van a la jineta las damas, que con los coches divorcio hicieron por ellas, si no me engaña la traza, ama y criada se apean y, preguntando por ti, piden para entrar licencia. CELIA: Ya que fuiste necio, di que entren. JUAN: Y yo con la vuestra me voy. CELIA: Con cuidado quedo. JUAN: Bien podéis, pues que se queda todo cuanto soy con vos. MARTÍN: Advierte, Inés, que me tengas por lo que soy. INÉS: Y tú a mí por más bellaca que necia.
Vanse don JUAN, MARTÍN, y LISEO. Salen doña CLARA y JULIA, criada
CLARA: Debo de haber estorbado tan buena conversación. CELIA: Las que yo tengo no son de gusto ni de cuidado; si bien tal vez visitada de estos deudos caballeros. CLARA: Deseaba conoceros. CELIA: Eso me diréis sentada.
Siéntense
CLARA: Desde una Pascua que os vi en la Merced, os cobré grande afición. CELIA: Que os hablé me acuerdo. CLARA: Puesto que os di palabra de visitaros, mudar casa no me dio lugar. CELIA: Recibiera yo merced de veros y hablaros. ¡Qué bien tocada venís! CLARA: Antes vengo descuidada. CELIA: Así el descuido me agrada. CLARA: Vos lo veréis si me oís, que más que cabellos veis me traen celos de vos. CELIA: ¿De mí? CLARA: Sí. CELIA: ¡Válgame Dios! ¿Celos, y de mí, tenéis? CLARA: Pues ¿de quién con más razón? CELIA: ¿Sabéis mi nombre? CLARA: Mis celos, Celia, nacen de esos cielos; que celos y cielos son. CELIA: ¿Son requiebros o son celos? CLARA: Celos y requiebros son; que ese talle y discreción juntaron celos y cielos. CELIA: Si os ha querido picar algún galán mentecato, de estos que andan en retrato que no se puede mudar, no sé cómo me buscó, que suelo ser recatada. CLARA: No habéis de escuchar cansada. CELIA: Sentada os escucho yo. CLARA: Don García, que yo creo que no negaréis el nombre, caballero, gentilhombre, puso en mi talle el deseo. Mirad cuán poco rodeo lo que he venido a deciros. Papeles, noches, suspiros rindieron mi condición, porque ya sabéis que son de nuestra flaqueza tiros. Su gala, su bizarría, su discreción, su donaire, aquel despejo, aquel aire, gracia, lustre y valentía bien serán disculpa mía, que no sé yo qué mujer se pudiera defender de un hombre de tantas partes, sobre las industrias y artes con que nos hacen perder. Finalmente, no contento, como mozo de esta edad, de una sola voluntad, o porque su pensamiento no aspiraba a casamiento, o, la más cierta razón, el faltar la estimación, si llega a trato el empleo; que se desmaya el deseo en viendo la posesión, comienza a mostrar disgusto, y el gusto en desdén resuelve, que, cuando la espalda vuelve, cobarde batalla el gusto. Mas, viendo que no era justo dejarme tan obligado, de tal manera a mi lado las noches amanecía que Amor vergüenza tenía de verse a su lado helado. Con esto, quise saber la causa; que claro estaba que hombre a quien mujer helaba abrasaba otra mujer. No fue difícil de ver, pues yo propia entrar le vi en vuestra casa; que fui la misma que le siguió, porque no fïara yo mi mal menos que de mí. A quien de tal discreción dotó el cielo, Celia mía, basta decir que García me tiene esta obligación. Que entre no será razón en vuestra casa, y conviene a vuestro honor, porque tiene gracias que os han de engañar; que del mucho confïar la mucha deshonra viene. CELIA: Yo os he escuchado, y querría que me escuchásedes vos. INÉS: No podréis hablar las dos. Dejadlo para otro día, que viene aquí don García. CELIA: Allí os podéis retirar; que no os puedo asegurar mejor que hablando con él. CLARA: Vengadme de este crüel.
Escóndense CLARA y JULIA. Sale don GARCÍA
GARCÍA: ¿Puedo entrar? CELIA: Podéis entrar. GARCÍA: Dos sillas he visto aquí. ¿Venís de fuera o vais fuera? CELIA: Pasó el tiempo que pudiera daros relación de mí. La que ahora os puedo dar es que no pongáis los pies en esta casa. GARCÍA: ¿Después que en ella merezco entrar? No sé que diese ocasión que ansí incite vuestra ira, si no es que alguna mentira me ha puesto en mala opinión. CELIA: Aquí no hay que replicar, don García; estad seguro que el honor que yo procuro no me le habéis de quitar; y a tanta resolución el iros es la respuesta. GARCÍA: Bien clara se manifiesta la siniestra información. Yo me iré, no solamente de vuestra casa, señora; que os prometo desde agora no volver eternamente a Madrid, donde nací. CELIA: Agora un mozo galán en Génova o en Milán está mejor. GARCÍA: Es ansí, que también yo tengo honor, y nadie, por singular que sea, me ha de tratar con tan áspero rigor. Una bala de un francés tendré por menos agravios que escuchar de vuestros labios, "No pongáis aquí los pies." Mandad, Celia, que me den esos papeles, no sea mi desdicha que los vea alguno que os quiera bien y se burle, venturoso, de un hombre tan desdichado. CELIA: De aquel contador dorado saca, Inés, con un celoso listón atados en él, de este galán los papeles.
Vase INÉS
GARCÍA: A desdenes tan crüeles, Celia, paciencia crüel, que sólo me ha de vengar Milán de vos y de mí. CELIA: ¡Qué humildad!
Vuelve INÉS con los papeles
INÉS: Ya están aquí. CELIA: Pues bien se los puedes dar. --Esa carga de mentiras lleve por fieltro a Milán vuesa merced. GARCÍA: ¿Aun no están satisfechas tantas iras? ¿Qué es de un retrato que os di? CELIA: Ese naipe en medio está; baraje y luego saldrá, y dele a Clara por mí. GARCÍA: Ya con Clara se declara la causa; mas no será de Clara, pues roto está.
Rompa el retrato
CELIA: ¿Qué os ha hecho vuestra cara que la habéis tratado ansí? GARCÍA: Aunque ya no me aprovecha, desmiento vuestra sospecha para que se quede aquí.
Vase
CELIA: No quedará, porque yo sabré arrojarle a la calle.
Arrójale, y salgan CLARA y JULIA
CLARA: Quien así supo tratalle mayores celos me dio. ¿No me diérades a mí los pedazos? CELIA: ¿Para qué? CLARA: ¿Enfadada estáis? CELIA: No sé.
Vase CELIA
CLARA: Perdonad si os ofendí. JULIA: Oye, hidalga. INÉS: ¿Qué me quiere? JULIA: Lo que es Martín, no entre acá... INÉS: ¿También ella? JULIA: ¡Bueno está! O su San Martín espere. INÉS: ¿Hay papeles o retrato que me pida, a imitación de su ama?
Vase
JULIA: Es tentación; que si el cabello arrebato no le ha de quedar... CLARA: No más. ¿No miras que estoy aquí? ¡Qué bien los celos fingí! JULIA: Buena cadena tendrás si Celia no se divierte. CLARA: Celos son como sangrías, que en ocasiones y días o dan la vida o la muerte.
Éntrense, y salgan don JUAN y MARTÍN
JUAN: No he sabido defenderme. MARTÍN: Donde la ocasión es tanta, ¿qué valor tuviera fuerzas, qué entendimiento bastara? Fuero de eso, allí te trujo la Fortuna, que se encarga tal vez de ayudar a Amor, y su tercera se llama. JUAN: Yo me he de perder por Celia. MARTÍN: Perdido te imaginaba; porque no hay, después de verla, sagrado para las almas.
Alza los pedazos del retrato
JUAN: ¿Qué es eso que miras? MARTÍN: Miro lo que unos hombres se hallan y lo que otros pierden. JUAN: ¿Cómo? MARTÍN: A la puerta de tu dama he hallado una rica joya. JUAN: ¿Joya? MARTÍN: Una sota de espadas. JUAN: Nunca faltan donde hay sotas. MARTÍN: Media es no más. ¡Cuál estaba de desgraciado y perdido el que te rompió, borracha! ¡Vive Dios, que era retrato, y está aquí la media cara! No estaba seguro el dueño con la sota a las espaldas. JUAN: Muestra. ¿Retrato rompido, y a esta puerta? MARTÍN: ¿Si eres causa por haber entrado aquí? JUAN: Que riñeron cosa es clara, y que Celia le rompió y le echó por la ventana. MARTÍN: Antes es ventura tuya, si con alguno baraja, que, pues él rompe los naipes, ya perdió lo que tú ganas. JUAN: Celos me ha dado. MARTÍN: ¿De qué? JUAN: No sé. Si entero le hallaras, presto nos dijera el dueño. MARTÍN: Esta media parte basta. JUAN: Pues ¿podráse conocer? MARTÍN: Si por las calles que andas le cotejas con los hombres, vendrás a hallarle sin falta. JUAN: Eso es tardar muchos días, y los celos nunca aguardan. MARTÍN: Un remedio. JUAN: ¿Cómo? MARTÍN: Escucha. De Celia es cosa muy clara que si es galán, será mozo; de éstos no digamos nada, que el uso tiene disculpa. Estos, don Juan, nunca faltan de la comedia, si es nueva. Hoy estrenan una brava, en que la carpintería suple concetos y trazas. Pongámonos a la puerta, pues ya es hora de que salgan; que aquí hay un ojo y la media frente con quedeja larga, y no poco del bigote. Si te parece que basta, toma esa esquina y coteja.
Salgan FULVIO y DARIO
FULVIO: ¡Buena comedia! DARIO: ¡Extremada! FULVIO: Por cierto que es mucho hallar, después de haber hecho tantas, trazas y concetos nuevos.
Hablan los dos aparte
JUAN: ¿Es alguno de éstos? MARTÍN: Calla, que voy bosquejando el rostro. JUAN: Aquí salen dos tapadas. MARTÍN: No será ninguna de ellas. JUAN: ¿Cómo, si no tienen barba?
Salgan DAMA 1 y DAMA 2 con mantos
DAMA 1: ¡Oh, qué gracioso entremés! DAMA 2: ¡Qué bien Amarilis habla! DAMA 1: ¡Qué bien se viste y se toca!
Vanse las dos DAMAS. Salen PERSEO y ALBANO
PERSEO: No he visto cosa más rara que las décimas que dijo con tales [a]fectos Arias. ALBANO: Laurel mereció Cintor por el donaire y la gracia con que dijo aquel soneto.
Vanse PERSEO y ALBANO
JUAN: Ninguno de éstos le iguala. MARTÍN: Ya los miro y, como tiene este naipe media cara, no le hallo la otra media. JUAN: ¡Ah, Martín! ¿De qué te espantas? Si como entera la buscas, buscaras también dos caras, yo sé que le parecieran muchos que con ellas andan. De media no hay que buscar.
Salga don GARCÍA
MARTÍN: Aquí un gentilhombre pasa que viene a ver cómo salen del jaulón las bellas damas. Y ¡vive Dios! que es él mismo. JUAN: Muestra. Al vivo le retrata. Los celos me determinan, por lo que me dice el alma... MARTÍN: ¿A qué? JUAN: A hablarle. MARTÍN: ¿Cómo? JUAN: Espera. --Casi a vuestros pies estaba este retrato; si bien roto, puede haceros falta. GARCÍA: Éste fue retrato mío, que le rompí esta mañana en casa de una mujer tan hermosa como ingrata. Es tan mudable y soberbia que, sin razón, hoy me manda, o por locura o por celos, que no entre más en su casa. El haberle hallado aquí puede ser que de la manga se le cayese, si vino a la comedia. JUAN: ¿Que es tanta la crueldad que usa con vos? GARCÍA: Si condición tan extraña hubiérades conocido, yo sé que no os espantara. Si os parece que merezco algún favor, que sin causa me destierre de sus ojos y me obligue a que me vaya del mundo, que no es huir de sus mudanzas a Italia, por no sufrir condición tan áspera y tan liviana, que es tornasol de su gusto, que como a un tiempo señala dos colores, así Celia a un tiempo aborrece y ama. Díjeos el nombre; no importa, pues no sabéis de quién hablan mis celos o mis desdichas, que me llevan a las armas del de Feria, que en Milán honra su nombre y su patria. Donde tengo por mejor que de algún francés la bala me pase el pecho que el fuego de sus airadas palabras. Perdonad si cuenta os di, sin conoceros, que pasan de locura mis fortunas por una mujer tan varia que hoy busca, mañana deja, y lo que deja mañana vuelve a buscar otro día; luna de enero en mudanzas, sol de invierno, flor de almendro, falso amigo, mar en calma, mujer sola, siempre ociosa, y rica y loca, que basta.
Vase
JUAN: ¿Qué te dice? MARTÍN: Que hablan celos. JUAN: Martín, cuando celos hablan muy lindas verdades dicen, que es vino que no las calla. No más Celia. MARTÍN: Pues ¿por qué? JUAN: Porque éste me desengaña, y escarmiento en su cabeza. MARTÍN: ¿No miras que esta mudanza nace de estimarte? JUAN: Vamos. MARTÍN: ¿Adónde? JUAN: A guardar el alma.

FIN DEL ACTO PRIMERO

¡Ay, verdades, que en amor...!, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002