LA CONQUISTA DE MÉXICO

Fernando de Zárate
(Antonio Enríquez Gómez)


Texto basado en la edición príncipe de LA CONQUISTA DE MÉXICO en PARTE TREINTA, COMEDIAS NUEVAS ESCOGIDAS DE LOS MEJORES INGENIOS DE ESPAÑA (Madrid: Morrás, 1668). Fue editado por James T. Abraham en el curso de sus investigaciones para su tesis doctoral (University of Arizona, 1996), preparado en forma electrónica, y puesto en su forma actual (HTML) por Vern G. Williamsen.

 


Personas que hablan en ella:

Acto primero


Hágase gran ruido de desembarcación, y véanse por detrás del lienzo del vestuario en un alto los árboles, y entenas de los navios de Fernando CORTÉS, con muchas fámulas, banderas, y gallardetes, dispárense piezas, y salgan al teatro SOLDADOS españoles con sus arcabuces y tras dellos ALVARADO, TAPIA, AÑASCO, y CORTÉS con bastón de General
CORTÉS: Besad la tierra contentos pues del proceloso mar y sus rigurosos vientos libres, hoy podemos dar principio a nuestros intentos; que según se muestra fiera no entendí que nos dejara ver la famosa ribera desta isla. ALVARADO: Dios te ampara, gran Cortés, en Dios espera que has de hacer con su favor tu heroico nombre mayor que el de Alexandro. CORTÉS: [Esta tierra] No tiene muestras de guerra, el conocerla es mejor; este es nuevo mundo, amigos. Si Alexandro al descubierto ganó a tantos enemigos, de cuyas hazañas muerto, fama y tiempo son testigos, fue porque a empresa tan grave doscientos mil hombres puso en campo, conque su llave, y cetro el alma dispuso, por más que Homero le alabe; pero yo que a mundo nuevo en diez u once naves llevo quinientos y cuarenta hombres, que conozco y sé los nombres, con mas templanza me atrevo, ya del contrapuesto polo, entre coral y marfil. AÑASCO: Ya saca la frente Apolo. CORTÉS: ¿Qué isla es esta? TAPIA: Azucamil, la primera deste polo. CORTÉS: Tome el astrolabio Soto, y mire luego su altura. AÑASCO: País parece remoto de guerra. CORTÉS: Si paz procura, entrad en paz de mi voto; ninguno indio, por mi vida, reciba daño, soldados, ni oro robe, ni oro pida: quien tiene en él sus cuidados, de mi campo se despida; no por codicia salí de mi casa, y vine aquí codicioso de robar la tierra, y al indio mar, que otro intento vive en mí, la fe de Cristo profeso, ésta ensalzar imagino, ésta adoro, ésta confieso, no se fundó mi camino en tan vil, y bajo exceso, en la armas lo habéis visto con que este mundo conquisto; las banderas son testigos, cuya letra dice amigos, sigamos la Cruz de Cristo, porque si su Cruz seguimos, con ella vencer podemos. AÑASCO: Con buen capitán venimos. TAPIA: Tal lo que dice haremos, que si en peligro nos vemos sin duda fue porque el cielo vio que nos traía el oro más que de su gloria el celo. AÑASCO: Tapia, la fe y cruz adoro, mas desto del oro apelo, como que no he de pedillo, ni roballo, ni tomallo, de Cortés me maravillo, si nos trajo a acompañallo, este metal amarillo, mal entiendo lo que pasa vive Dios que no saliera, una legua de mi casa, si pensara que pusiera en esto del oro tasa: él predique, porque yo no pienso decir de no a aquellos hermosos tejos. TAPIA: Habla Cortés desde lejos mientras el oro no vio, dejara ver la hermosura que en su color puso el Sol, que tu verás si procura apuralle en el crisol, o lo que predica apura, veraslo, pero si reza, aunque Cortés buen cristiano. AÑASCO: No hizo mayor belleza, aquel Autor soberano de nuestra naturaleza; por verme en sus brazos muero, oro deseo, oro quiero, por eso las armas tomo, con el oro duermo, y como; y el otro Creso es peor, no porque no es mi intención, sobre todo nuestra Fe; pero también es razón, que del trabajo nos dé Cortés oro en galardón, con que nos puede pagar, tanto peligro de mar, y desta bárbara tierra. TAPIA: Si es Dios el fin desta guerra, su gloria nos puede dar. AÑASCO: Esa es la paga mayor de servicio que le hacemos, ¿pero el Eterno Criador, del oro, y plata que vemos, de tanto precio, y valor, no lo crió para el hombre? TAPIA: Así es la verdad. AÑASCO: ¿Pues es justo despreciar el hombre su nombre y que dé al Cielo disgusto, aunque del oro se asombre? Por Dios que he de henchir las manos de los tesoros Indianos, que esta gran tierra contiene. ALVARADO: Gente suena. CORTÉS: Ortuño viene.
Entre ORTUÑO, SOLDADO, con tres INDIAS
ORTUÑO: Dexadlas [oh] celos vanos, que está el Capitán aquí. GLAURA: Anán, caipí, chaipí. ORTUÑO: No os quejéis desa manera. Ni lo que habéis visto en mí: [GLAURA: Anán, caipí, chaipí.] Dame, General, tus pies. CORTÉS: Pues Ortuño valeroso... ORTUÑO: Entrámonos dos o tres por este monte fragoso, a obedecerte Cortés, y vimos la gente huyendo de sus chozas a la tierra, por su aspereza corriendo, con el temor de la guerra, y de militar estruendo. Arcabuz, caja y trompeta, de suerte las inquïeta, como ovejas temerosas, las tempestades furiosas. CORTÉS: Pues ¿quién dispara escopeta? ORTUÑO: Ninguno fuera atrevido, que tu desembarcación sólo huyeron, y han hüído de ver tu fuerte escuadrón de galas, y armas vestido. CORTÉS: De esa manera no hay duda, que sea gente de paz, y a darnos sustento acuda, la guerra está pertinaz, el trato las piedras muda. ORTUÑO: Estas mujeres hallé, como la lengua no sé, de solas señas me valgo. CORTÉS: Tú has hecho al fin como hidalgo. Hijas de Cristo, la fe de mi tierra me ha traído, y el daros al rey de España por rey. A los que han hüído de miedo por la montaña, de paz decid que he venido, y llevadles un presente, destas cuentas y espejuelos. ALVARADO: Ya llegan alegremente. Peines, cuchillos, anzuelos, repartí liberalmente. Tomad estas campanillas y cascabeles también. ALFÉREZ: Haciendo están maravillas. GUAINACABA: Allichac, allichaquén. CORTÉS: Tomad esas gargantillas, tomad, henchid bien las manos, decid que vengan a ver, a sus amigos y hermanos; no venimos a ofender. Cristianos somos, cristianos. Cristianos decid allá. ALCINDA: ¿Cristianos? CORTÉS: Sí. ALVARADO: Ya lo aprende. AÑASCO: Aquella temblando está. ORTUÑO: De ver su rostro se ofende. TAPIA: Del cristal huyendo va. GLAUCA: Guañuc, gerañusca. CORTÉS: Volvamos al mar mientras estas llaman su gente. ALVARADO: Aunque en paz estamos y parece que nos aman, nuestras armas prevengamos, saquemos a la ribera dos cañones. AÑASCO: ¡Qué gallarda presa, si bajan se espera. CORTÉS: Fórmese un cuerpo de guarda. ALVARADO: Hola, cuelga la bandera. ¿Quién será? CORTÉS: La compañía de Fonseca puede entrar de guarda hasta el fin del día, Dad a esas Indias lugar.
Vanse y queden las INDIAS
GLAURA: ¡Qué gran placer! ALCINDA: ¡Qué alegría! GLAURA: ¿Quién serán estos? ALCINDA: No sé. Cristianos dicen que son. GUAINACABA: Que es del cielo esta nación, en lengua y rostro se ve: ¡Qué hermosura y gentileza! ALCINDA: La cifra deben de ser del soberano poder, autor de naturaleza. Bien haya tierra en que nacen Glaura, tan hermosos hombres. GLAURA: Cristianos tienen por nombres mucho el alma satisfacen; ya me ocupan los sentidos, con dulcísimos enojos, sus personas por ojos, sus nombres por los oídos. Alejádose han al mar. GUAINACABA: Nuestros maridos, descienden de la sierra. ALCINDA: Ni los ofenden ni los vienen a matar. ¿De qué sirve el huir? GUAINACABA: El miedo siempre de la duda es hijo. Bajad y haced regocijo.
Está hecho al lado un monte alto de árboles y vayan bajando por él algunos INDIOS mirando a todas partes, y muy bizarros de plumas, y vestidos pintados
CAYAGUÁN: Bajad poco a poco y quedo. SOLMO: Temblando voy como el viento la verdes hojas del olmo. GLAURA: Cayeguán, Maratín, [Solmo,] bajad, bajad al momento; no hayáis miedo, ¿qué dudáis, cobardes, de ánimos faltos? Dejad los peñascos altos, por donde trepando vais, venid seguros al llano, que ya he visto lo que [es.] SOLMO: Glaura, ¿qué dices? ¿No ves roto el cielo soberano, despidiendo truenos fuertes, vomitando ardientes rayos? GLAURA: Vuestros cobardes desmayos os representan la muerte. Bajad que es gente del cielo, hijos de los dioses son que vienen con ocasión de honrarnos en este suelo. Bajad. MARATÍN: ¿Volviéronse al mar? ALCINDA: Por él se van caminando. SOLMO: Si vuelven estoy mirando. GLAURA: Bien podéis todos bajar, que nos han dado mil cosas, nunca de nosotros vistas. MARATÍN: Bien es que al temor resistas con nuevas tan venturosas. SOLMO: Acaba ya, Cayaguán, y a verlos nos atrevamos. CAYAGUÁN: Ya voy; ya en el llano estamos ¿Dónde estos dioses están? GUACA: Llegando van a la orilla unas casas de madera. SOLMO: ¿Si quieren sacallas fuera? MARATÍN: Su valor me maravilla; yo apostaré que se vienen a vivir entre nosotros. GUACA: Como ellos no traen garrotes hermosura y gracia tienen. CAYAGUÁN: ¿Qué os han dado? ALCINDA: ¿No lo veis? Estos que relucen tanto.
Mírense a los espejos
CAYAGUÁN: ¡Santo Apelquiz, grave espanto! ¿Encantamentos hacéis? SOLMO: ¿De qué suerte? CAYEGUÁN: Que mi cara me han hechizado de modo que si así me pongo todo, y vuestro hechizo no para, todo me voy consumiendo. Mírate, Solmo. SOLMO: ¡Ay de mí! un yo tan pequeño vi, que ya me voy deshaciendo. Vuélveme, por Dios, mi ser, Alcinda. ALCINDA: ¿Desto te alteras? Advierte que eres lo que eras, y que te ha engañado el ver. Toma y mira, Maratín. MARATÍN: ¡Valme Apolo! SOLMO: ¿De qué suerte? MARATÍN: Pronósticos son de muerte, señales son de mi fin. Un chiquillo está aquí dentro que si le miro me mira, si yo me admiro, se admira, y me encuentra si le encuentro; si abro la boca, él también. Sin duda comerme quiere. ALCINDA: Ninguna cosa os altere, que todo es contento y bien; estos pedazos de estrellas representan al que mira el alegría o la ira con que llega a verse en ellas; lo que haces con tu cara es esto que ves aquí. MARATÍN: ¿Lo que estoy haciendo? ALCINDA: Sí; mírate alegre y no para. MARATÍN: Tienes, Alcinda, razón. ¿Y estos que suenan? ALCINDA: No sé qué nombre ahora les dé. GLAURA: El son dice lo que son. Tomad destas cuentas bellas, mirad que lindas colores, que los claros resplandores del sol se miran en ellas; nunca al trasponer del sol por las nubes del ocaso matizó el último paso de tanto vario arrebol. Estad contentos, haced fiestas a huéspedes tales. CAYAGUÁN: Aquí han puesto unas señales. SOLMO: Atrás, el paso tened, que es cosa de grave espanto
Vean una cruz grande plantada en una orilla, entre unas peñas, y ramas
MARATÍN: Dos palos trabados son. CAYAGUÁN: Sin duda que es invención, como aquestos saben tanto, para asir a aquestos clavos sogas, y, tirando así, sacar las casas de allí. MARATÍN: Hoy seremos sus esclavos, que si aquí sus casas ponen, señal es que a vivir vienen. SOLMO: Diferentes causas tienen estos palos que componen. MARATÍN: ¿Cómo? SOLMO: Que deben de ser para saber la hora cierta por el sol. CAYAGUÁN: Bien dice. MARATÍN: Acierta. SOLMO: Por éste se puede ver cuando esté en medio del cielo, pues hará la sombra igual. GLAURA: Antes pienso que es señal para dividir el suelo. SOLMO: No, Glaura, que aqueste brazo sirve al sol de la mañana, y éste a la tarde. GUACA: Si allana el alma, Solmo, un abrazo, y una rosa de los ojos, sin los presentes que veis, ¿para qué, decid, tenéis destos huéspedes enojos? Lo que dellos entendí es que se llaman cristianos, y que vienen como hermanos a enriqueceros aquí; no os metéis en lo que hacen, que si vuelven a tronar abrasarán tierra y mar, pues cuanto quieren deshacen. CAYAGUÁN: Con todo soy, Guaca amigo de parecer que quitemos esta señal, y estorbemos que algún mal no haga, y digo que quitándome de aquí podrá ser se vayan luego. SOLMO: Bien dices. MARATÍN: Temblando llego. Tira. CAYAGUÁN: Ayúdame. MARATÍN: ¡Ay de mí!
Al tiempo que están tirando de la cruz para quitarla se disparen dentro tres, o cuatro arcabuces, caigan todos por el suelo, bajando con música de chirimías una paloma desde alto que se ponga sobre la cruz, y traiga un cerco de oro alrededor
GLAURA: ¿Yo no os dije que esta gente era buena y envïada de Dios? CAYAGUÁN: ¡Oh señal sagrada, alta, heroica y eminente, oh tú, angulo divino, oh palos, puestos de modo que cubrís el mundo todo, tan grandes os imagino, pues con esas cuatro puntas, su círculo dividís y en el vuestro descubrís del sol las grandezas juntas, tened piedad, no matéis estos rudos animales! SOLMO: ¡Oh señal que entre señales como el Sol resplandecéis, en cuyos clavos presumo que todo el cielo colgara, trapo en ellos fabricara aquel pavimento sumo, piedad, pues veis que os alabo. MARATÍN: ¡Palo hermoso, y más precioso que el cinamomo oloroso, la mirra, canela y clavo, más que el bálsamo, que cura la heridas por milagro, a cuya piedad consagro, mi ignorancia y mi ventura, dadme vida pues podéis! GLAURA: ¿No veis la paloma bella que se ha puesto encima della? ALCINDA: Segura vida tenéis. GLAURA: Sí, que si fuera ave negra nuestra muerte señalara, mas si es blanca cosa es clara que nuestra tristeza alegra, y así es justo que confíes. CAYAGUÁN: Bien vengáis paloma hermosa, con vuestro pico de rosa y vuestros pies de rubíes.
Sale el Capitán FONSECA metiendo una compañía de guarda con cajas y banderas, disparando arcabucería, en orden, y ha de haber SARGENTO, ALFÉREZ y sus Cabos, los INDIOS huyen al monte, y los están acechando
FONSECA: Ponga, señor Alférez, la bandera y arrimen por aquí los arcabuces. AÑASCO: ¿Haráse tienda? FONSECA: Sí, que la ribera del mar refresca a las primeras luces. Hola, saque ya la tienda fuera. SOLDADO: La tienda, y cuantas por el mar conduces aderécense y, encendiendo fuegos, vestid de claridad los valles ciegos.
Armen una tienda grande en el teatro, y pongan la bandera, arrimen los arcabuces y paséese con alabarda un Cabo, como se suele hacer los cuerpos de guarda
ALVARADO: ¿Jugaremos, Alférez? ALFÉREZ: Pon la mesa. SOLDADO: ¿La caja no está aquí? ALFÉREZ: Llega la caja. SOLDADO: De no traer aquí un millón me pesa. AÑASCO: Echa esos huesos y la mano baja. ALFÉREZ: A diez. AÑASCO: Digo. SOLDADO: Mi suerte sola es esa. ALVARADO: Y yo la paro con mayor ventaja.
Los INDIOS en el alto del monte
CAYAGUÁN: ¿No veis lo que hacen? SOLMO: Ya lo estamos viendo. MARATÍN: Jamás han hecho tan horrible estruendo; pusiéronse unas flautas en la boca, y tañeron de suerte echando fuego que la lumbre que escupen me provoca aún agora a mortal desasosiego. ¿No vistes uno redondo que le toca otro en la cara, y le responde luego? SOLMO: Como le da de palos, se quejaba. GLAURA: ¡Qué gritos da! GUACA: Al cuello le colgaba, llana tenía la cara y sin narices. MARATÍN: Con tantos palos se le habrán caído. CAYAGUÁN: Curándole están todos. ALFÉREZ: ¡Qué bien dices! AÑASCO: Azar. ALFÉREZ: Cuarenta escudos he perdido; ¡que pueda un hombre estar entre tapices comiendo el pavo y el capón manido, y que venga entre cuatro caracoles a perder los escudos españoles! ¡Pues es verdad que toparemos minas en esta tierra seca y arenosa, sin el cardo feroz y las espinas en vez de la violeta y de la rosa, pesia Cortés! SARGENTO: De su furia desatinas. ¡Calla por Dios! ALFÉREZ: ¡Qué locura! SOLDADO: ¡Enfadosa! AÑASCO: Pero tiene razón, si bien se advierte. ALFÉREZ: Reparo. AÑASCO: Digo. SOLDADO: ¡Extraña suerte! ALFÉREZ: Si éste llevara. SOLDADO: Por Dios que se ha enojado vuestra merced con causa. ALVARADO: ¿Aquesta es guerra o vinagrera es, por vida de Alvarado? ¿Para esto sale el hombre de su tierra? ¿Para aquesto Cortés viene empeñado, buscando monas por aquesta sierra? ALFÉREZ: En perdiendo, Alvarado, es malo todo. Al tiempo mis desdichas acomodo. ¿No es mejor en Sevilla el ostión fino y el vino de Alanís que aquí el bizcocho? ¿Es atún rancio y aguado el vino? [¿. . . . . . . . . . . .-ocho]? ¿No es mejor una magra de tocino, y que se gasten entre seis u ocho otras tantas azumbres con la magra en Toledo, en la Puerta de Bisagra que no venir aquí buscando el oro que encubren de la tierra las entrañas? SOLDADO: ¿Darálo allá mejor el turco o moro, en el campo de Orán haciendo hazañas? ALFÉREZ: ¿No es mejor el jarameño toro, y en Madrid y Toledo jugar cañas a las fiestas que en Yepes se celebran, que aquí donde las peñas los pies quiebran ir buscando el tesoro codicioso? SOLDADO: No pretende Cortés esta ganancia, sino ensalzar la fe. ALVARADO: ¡Cuento donoso! ¡Que el oro ya no es cosa de importancia! TAPIA: Pretende con sus hechos gloriosos que a España envidien Alemania y Francia, dándoles el imperio de otro mundo. ALVARADO: Pues yo en el oro la conquista fundo.
Sale una tropa de SOLDADOS, y detrás CORTÉS a caballo con bastón, y dígale un SOLDADO de posta
SOLDADO: ¿Quién va? CORTÉS: Yo soy. SOLDADO: ¿Quién es yo? CORTÉS: Tu Capitán General. SOLDADO: No lo entiendo. CORTÉS: ¿Hay cosa igual? ¿No me conoces? SOLDADO: ¡No! Y si no me dice cómo puede llegar o a qué viene, en vez del alma que tiene le pondré un alma de plomo. CORTÉS: ¿Qué soldado en esta tierra puede hablar como le ves si no viene con Cortés? SOLDADO: Ésta es costumbre en la guerra. No sé nada, retiraos, que la disciplina nuestra este recato nos muestra; y si no queréis, estáos; si no con poco trabajo, sin ser cielo, aunque su fe como a San Pablo, os haré caer del caballo abajo. CORTÉS: Ese nombre es el que tienes, soldado honrado. SOLDADO: Señor, yo os agradezco el favor. ALFÉREZ: Señor, a buen tiempo vienes.
Apéase
FONSECA: ¿Has descansado? CORTÉS: No puedo, que no duerme mi cuidado. Pártase luego, Alvarado, a Yucatán. ALVARADO: Bueno quedo. CORTÉS: Sepa, señor, me decía un indio, que aquesta es tierra más de riqueza que guerra. Oíd, la paloma mía, que suelo otras veces ver, y las Indias me guió, de la cruz se levantó que acabamos de poner.
Súbese la paloma
FONSECA: Buen principio. TAPIA: Oye, señor, que ya de esas altas peñas, los indios haciendo señas, reconocen tu valor. CORTÉS: Parte, Alvarado entre tanto que pacifico esta gente. ALVARADO: Voy.
Vase
CORTÉS: Hijos, nadie se ausente; hombre soy, no os cause espanto, español soy, soy cristiano, crïado de Carlos soy. De amigo la mano os doy, bajad y tomad la mano. CAYAGUÁN: Bajemos, Solmo. SOLMO: Bajemos. CORTÉS: No temáis, dadme los brazos con animosos abrazos.
Bajen, y vanle abrazando, y a los soldados mostrando regocijos
CORTÉS: Paz buscamos, paz queremos. Tomad, tomad, que os envía
Dales unos vidrios y cuentas
España. Carlos, su rey, sigue de Cristo la ley. Cristo es hijo de María, es la persona segunda de la trinidad que es Dios y tres personas. En dos preceptos su Ley se funda: amarle de corazón y al próximo como a sí. Pero el primer hombre aquí os dé Dios luz de razón. Humanóse Dios, murió por el hombre en esta cruz. Ésta es la bandera y luz que al hombre del mal sacó en que le puso el pecado. Adoradla. FONSECA: Ya lo entienden. CORTÉS: Estas señales defienden el hombre dellas armado: Agua de Espíritu Santo, que de las personas tres y un Dios, la tercera es. Hijos, os importa tanto que sin ella no hay entrar en el cielo. Ésta es la Madre de Cristo el Verbo del Padre, que os acabo de contar. Adoradla. FONSECA: ¡Con qué amor la miran! CORTÉS: ¿Tenéis aquí algún Dios? FONSECA: Dicen que sí, hacia allí dicen, señor. CORTÉS: Vamos, llevadnos allá. FONSECA: Templo dicen. CORTÉS: Allá iremos. Grandes principios tenemos, Dios de nuestra parte está.
Vanse, salen cuatro HOMBRES casi desnudos, con sus arcos y flechas de una canoa que es como un barco, y ALVARADO, TAPIA, y otros SOLDADOS con sus espadas desnudas a ellos
ALVARADO: Teneos, daos a prisión. AGUILAR: Quedo, señores, teneos. TAPIA: ¡Santo Cielo!, ¿entre indios feos de tan remota región hay quién hable nuestra lengua? AGUILAR: ¿Sois cristianos? ALVARADO: Indio, sí; ¿pero cómo hablas así? ¿Eres de españoles lengua? AGUILAR: Español soy. TAPIA: ¿Español? AGUILAR: De rodillas por el suelo doy gracias al cielo. ALVARADO: El cielo y nos muestra el mismo sol. Danos tus brazos. AGUILAR: Llorando tiernamente, pues salí hoy de entre bárbaros. TAPIA: Di, ¿por dónde veniste o cuándo, siendo cristiano a esta tierra? AGUILAR: ¿Quién es vuestro capitán? ALVARADO: El y sus naves están a la espalda desta sierra que combate el mar; su nombre es Cortés. AGUILAR: ¿Cortés se llama? TAPIA: Y a quien espera la fama. Por hazañas más que de hombre, viene a ganar este mundo; no le puede conquistar sin lengua. AGUILAR: Yo la sé hablar. ALVARADO: En ti sus victorias fundo. Por hacer mi nave aquí agua, español, di la vuelta, que la voluntad resuelta, el cielo lo quiere así; y que fue milagro creo, porque esta gente en Dios crea. ALGUILAR: No dudes de que lo sea el cumplir Dios mi deseo. Llévame luego a Cortés, que allá le diré quién soy. INDIO: Caqui, quispilla. AGUILAR: Sí voy; venid conmigo los tres. TAPIA: ¿Qué dice? AGUILAR: Si voy seguro. ALVARADO: Si a tu misma patria vas, ya, cielos, no os pido más, ya tengo el bien que procuro.
Sale CORTÉS y SOLDADOS con los INDIOS, y descúbrese un templo con algunos ídolos
CORTÉS: ¿Es este el templo? CAYAGUÁN: Arí, arí. SOLDADO: ¡Qué figuras espantosas! CORTÉS: Estas formas temerosas tomaba el demonio aquí para engañar esta gente. Poned en medio esta cruz, para que en viendo su luz de aquí tiniebla ausente.
En poniendo la cruz caigan los ídolos y salgan llamas de fuego y entre ellos, huyendo algunos DEMONIOS, diga uno
DEMONIO: ¿Qué nos quieres en la tierra adonde, Rey, inmortal, jamás llegó tu señal? ¿Pues cómo aquí nos das guerra? Este es un mundo segundo donde estamos por consuelo de que perdimos el Cielo; no nos eches deste mundo. ¿No será mejor que estemos entre los que tú desechas? Si deste mundo nos echas, al otro nos pasaremos. CORTÉS: ¡Notable ha sido el ruido! FONSECA: ¿Qué más claro testimonio, gran Cortés, de que el demonio de estas islas ha salido? Mira los Indios que están con nuestra cruz abrazados del temor. CORTÉS: ¡Ea, soldados, que ya murió el capitán.
Salen ALVARADO y TAPIA con AGUILAR y los INDIOS
ALVARADO: Siendo, gran Cortés, forzoso, por hacer agua mi nave, volver aquí, escucha un grave suceso, al fin milagroso. Éste que indio te parece es español. CORTÉS: ¡Santo Cielo! ALVARADO: Que perdido en este suelo, ahora en él se aparece como un nuevo Rafael para guïarte. CORTÉS: Esos brazos me dad con justos abrazos. FONSECA: Todo tu bien está en él. CORTÉS: ¿Lloras? AGUILAR: La piedad es mucha; no te espantes. CORTÉS: Di quién eres o descansa aquí si quieres. AGUILAR: Cortés generoso, escucha: Gerónimo de Aguilar es mi nombre, fue mi patria Écija, ciudad famosa junto a Córdoba la llana. El año de once venía del Darién por la plata que estaba en Santo Domingo, de aquellos soldados paga, que traía Vasco Nuñez; levántose una borrasca, la mayor que aquí se ha visto, cubriendo de nubes pardas el cielo el rostro el sol, y dando las nubes agua a quien con sus humedades les suele pagar con tanta. Ya no se oían las voces de "amaina trinquete, amaina", "corre a estribol, a la mura," que en un instante las jarcias del árbol mayor los vientos sembraron por las saladas aguas del mar, que furioso las desmenuza y derrama; trozas, o flechales trizas coronas, montones, gavias, chafaldetes, amantillos, todo lo rompe y quebranta. Ya no gobierna el piloto la bitácora y la caja; ya la aguja va también entre las confusas tablas; ni acuden los marineros a la faena, ni pasan corriendo de popa a proa, ni da el timón a la banda; ábrese la carabela, asgo el batel, que llevaba salvo en él veinte personas; llegamos los trece a Maya, una bárbara provincia, porque los siete quedaban, muertos en la mar furiosa, por censo de esta desgracia. Fuimos presos de los Indios, y un cacique que, con rabia sacrificando a Valdivia, que era un capitán de fama, asado se le comió, y otros cuatro otra mañana sirvieron en un convite que hizo a su esposa Aglaura. Pusiéronnos a engordar a los demás, así bastara algún rey a lo del mundo, a quien tal suerte aguardaba, cuyo peligro nos hizo, una noche antes que el alba vertiese en las flores perlas de sus mejillas de grana, nos escapásemos juntos; y fue nuestra dicha tanta que en otro cacique dimos, no de piedad más humana, pero enemigo del otro, que fue de guardarnos causa; deste y sus deudos sabemos, viviendo en estas montañas; pero ya son muertos todos, que la desnudez bastaba, si no es un hombre robusto, que se ha casado, y se llama Gonzalo Guerrero y yo, todos los que os digo faltan. No quiso venir conmigo porque tuvo por infamia que le vieses como a indio las orejas horadadas. Ven, Cortés, vente conmigo, que espero en Dios esas armas conquistarán este mundo para Carlos, rey de España. CORTÉS: Otra vez vuelvo a abrazarte por tan justas esperanzas; en Dios las llevo y en ti. ¡Toca a leva! ¡A leva, embarca! Vamos, muéstrame esta tierra. ALVARADO: Barcos hay. CORTÉS: Llega la plancha. Indios, conmigo venid. CAYUAGUÁN: Capac, capac, huaca y chava. AGUILAR: Dicen que te guarde Dios. CORTÉS: Venceré si Dios me guarda.

FIN DEL PRIMER ACTO

La conquista de México, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002