SEGUNDA JORNADA


Salen dos figuras de ninfas vestidas bizarramente, cada una con su tarjeta en el brazo: en la una viene escrito CURIOSIDAD; en la otra, COMEDIA
CURIOSIDAD: Comedia. COMEDIA: Curiosidad, ¿qué me quieres? CURIOSIDAD: Informarme qué es la causa por que dejas de usar tus antiguos trajes, del coturno en las tragedias, del zueco en las manuales comedias, y de la toga en las que son principales; cómo has reducido a tres los cinco actos que sabes que un tiempo te componían ilustre, risueña y grave; ahora aquí representas, y al mismo momento en Flandes; truecas sin discurso alguno tiempos, teatros, lugares. Véote, y no te conozco; dame de ti nuevas tales que te vuelva a conocer, pues que soy tu amigo grande. COMEDIA: Los tiempos mudan las cosas y perficionan las artes, y añadir a lo inventado no es dificultad notable. Buena fui pasados tiempos, y en éstos, si los mirares, no soy mala, aunque desdigo de aquellos preceptos graves que me dieron y dejaron en sus obras admirables Séneca, Terencio y Plauto, y otros griegos que tú sabes. He dejado parte dellos, y he también guardado parte, porque lo quiere así el uso, que no se sujeta al arte. Ya represento mil cosas, no en relación, como de antes, sino en hecho; y así, es fuerza que haya de mudar lugares; que, como acontecen ellas en muy diferentes partes, voime allí donde acontecen, disculpa del disparate. Ya la comedia es un mapa, donde no un dedo distante verás a Londres y a Roma, a Valladolid y a Gante. Muy poco importa al oyente que yo en un punto me pase desde Alemania a Guinea sin del teatro mudarme; el pensamiento es ligero: bien pueden acompañarme con él doquiera que fuere, sin perderme ni cansarse. Yo estaba ahora en Sevilla, representando con arte la vida de un joven loco, apasionado de Marte, rufián en manos y lengua, pero no que se enfrascase en admitir de perdidas el trato y ganancia infame. Fue estudiante y rezador de psalmos penitenciales, y el rosario ningún día se le pasó sin rezalle. Su conversión fue en Toledo, y no será bien te enfade que, contando la verdad, en Sevilla se relate. En Toledo se hizo clérigo, y aquí, en Méjico, fue fraile, adonde el discurso ahora nos trujo aquí por el aire. El sobrenombre de Lugo mudó en Cruz, y es bien se llame fray Cristóbal de la Cruz desde este punto adelante. A Méjico y a Sevilla he juntado en un instante, surciendo con la primera ésta y la tercera parte: una de su vida libre, otra de su vida grave, otra de su santa muerte y de sus milagros grandes. Mal pudiera yo traer, a estar atenida al arte, tanto oyente por las ventas y por tanto mar sin naves. Da lugar, Curiosidad, que el bendito fraile sale con fray Antonio, un corista bueno, pero con donaires. Fue en el siglo Lagartija, y en la religión es sacre, de cuyo vuelo se espera que ha de dar al cielo alcance. [CURIOSIDAD]: Aunque no lo quedo en todo, quedo satisfecho en parte, amiga; por esto quiero, sin replicarte, escucharte.
[Vanse]. Sale[n] fray Cristóbal de la CRUZ [LUGO], en hábito de Santo Domingo, y Fray ANTONIO [LAGARTIJA] también
ANTONIO: Sepa su paternidad... CRUZ: Entone más bajo el punto de cortesía. ANTONIO: En verdad, padre mío, que barrunto que tiene su caridad de bronce el cuerpo, y de suerte, que tarde ha de hallar la muerte entrada para acaballe, según da en ejercitalle en rigor áspero y fuerte. CRUZ: Es bestia la carne nuestra, y, si rienda se le da, tan desbocada se muestra, que nadie la volverá de la siniestra a la diestra. Obra por nuestros sentidos nuestra alma: así están tapidos y no sutiles; es fuerza que a la carrera se tuerza por donde van los perdidos. La lujuria está en el vino, y a la crápula y regalo todo vicio le es vecino. ANTONIO: Yo, en ayunando, estoy malo, flojo, indevoto y mohíno. De un otro talle y manera me hallaba yo cuando era en Sevilla tu mandil; que hacen ingenio sutil las blancas roscas de Utrera. ¡Oh uvas albarazadas, que en el pago de Triana por la noche sois cortadas, y os halláis a la mañana tan frescas y aljofaradas, que no hay cosa más hermosa, ni fruta que a la golosa voluntad ansí despierte! ¡No espero verme en la suerte que ya se pasó dichosa! CRUZ: Cierto, fray Antonio amigo, que esa consideración es lazo que el enemigo le pone a su perdición. Esté atento a lo que digo. ANTONIO: Consideraba yo agora dónde estará la señora Librija, o la Salmerona, cada cual, por su persona, buena para pecadora. ¡Quién supiera de Ganchoso, del Lobillo y de Terciado, y del Patojo famoso! ¡Oh feliz siglo dorado, tiempo alegre y venturoso, adonde la libertad brindaba a la voluntad del gusto más esquisito! CRUZ: ¡Calle; de Dios sea bendito! ANTONIO: Calle su paternidad y déjeme, que con esto evacuo un pésimo humor que me es amargo y molesto. CRUZ: Cierto que tengo temor, por verle tan descompuesto, que ha de apostatar un día, que para los dos sería noche de luto cubierta. ANTONIO: No saldrá por esa puerta jamás mi melencolía; no me he de estender a más que a quejarme y a sentir el ausencia del Compás. CRUZ: ¡Que tal te dejas decir, fray Antonio! Loco estás; que en el juïcio empeora quien tal acuerdo atesora en su memoria vilmente. ANTONIO: Rufián corriente y moliente fuera yo en Sevilla agora, y tuviera en la dehesa dos yeguas, y aun quizá tres, diestras en el arte aviesa. CRUZ: De que en esas cosas des, sabe Dios lo que me pesa; mas yo haré la penitencia de tu rasgada conciencia. Quédate, Antonio, y advierte que de la vida a la muerte hay muy poca diferencia: quien vive bien, muere bien, quien mal vive, muere mal. ANTONIO: Digo, padre, que está bien; pero no has de hacer caudal de mí, ni enfado te den mis palabras, que no son nacidas del corazón, que en sola la lengua yacen. CRUZ: Dan las palabras y hacen fe de cuál es la intención.
[Sale] un corista llamado fray ÁNGEL
ÁNGEL: Padre maestro, el prïor llama a vuestra reverencia, y espera en el corredor.
Vase luego el padre CRUZ
ANTONIO: Más presto es a la obediencia que el sol a dar resplandor. Padre fray Ángel, espere. ÁNGEL: Diga presto qué me quiere.
Enséñale hasta una docena de naipes
ANTONIO: Mire. ÁNGEL: ¿Naipes? ¡Perdición! ANTONIO: No se admire, hipocritón, que el caso no lo requiere. ÁNGEL: ¿Quién te los dio, fray Antonio? ANTONIO: Una devota que tengo. ÁNGEL: ¿Devota? ¡Será el demonio! ANTONIO: Nunca con él bien me avengo; levántasle testimonio. ÁNGEL: ¿Están justos? ANTONIO: Pecadores creo que están los señores, pues, para cumplir cuarenta, entiendo faltan los treinta. ÁNGEL: Si fueran algo mejores, buscáramos un rincón donde podernos holgar. ANTONIO: Y halláramosle a sazón: que nunca suele faltar, para hacer mal, ocasión. ¡Bien hayan los gariteros magníficos y groseros, que con un ánimo franco tienen patente el tabanco para blancos y fulleros! Vamos de aquí, que el prïor viene allí con el señor que lo fue de nu[e]stro Cruz, gran caballero andaluz, letrado y visitador.
[Vanse]. Salen el PRIOR y TELLO de Sandoval
PRIOR: Él es un ángel en la tierra, cierto, y vive entre nosotros de manera, como en las soledades del desierto; no desmaya ni afloja en la carrera del cielo, adonde, por llegar más presto, corre desnudo y pobre, a la ligera; humilde sobremodo, y tan honesto, que admira a quien le vee en edad florida tan recatado en todo y tan compuesto. En efecto, señor, él hace vida de quien puede esperar muerte dichosa, y gloria que no pueda ser medida. Su oración es continua y fervorosa; su ayuno, inimitable, y su obediencia, presta, sencilla, humilde y hacendosa. Resucitado ha en la penitencia de los antiguos padres, que en Egipto, en ella acrisolaron la conciencia. TELLO: Por millares de lenguas sea bendito el nombre de mi Dios; a este mancebo volvió de do pensé que iba precito. Vuélvome a España, y en el alma llevo tan grande soledad de su persona, que quiero exagerarla, y no me atrevo. PRIOR: Vuesa merced nos deja una corona que ha de honrar este reino mientras ciña el cerco azul el hijo de Latona. Está entre aquestos bárbaros aún niña la fe cristiana, y faltan los obreros que cultiven aquí de Dios la viña, y la leche mejor, y los aceros, que a entrambas les hará mayor provecho. Es ejemplo de [e]stos jornaleros, que es menester que tenga sano el pecho el médico que cura a lo divino, para dejar al cielo satisfecho.
[Salen] el padre CRUZ y fray ANTONIO
Aquesta compostura de continuo trae nuestro padre Cruz, tan mansa y grave, que alegre y triste sigue su camino: que en él lo triste con lo alegre cabe. CRUZ: Deo gracias. PRIOR: Por siempre, amén, estas y todas naciones con viva fe se las den. CRUZ: Suplícote me perdones, señor, si no he andado bien, faltando a la cortesía que a tu presencia debía. TELLO: Padre fray Cristóbal mío, esto toca en desvarío, porque toca en demasía: yo soy el que he de postrarme a sus pies. CRUZ: Por el oficio que tengo, puedo excusarme de haber dado poco indicio de cortés en no humillarme; y más a quien debo tanto, que, a poder decir el cuánto, fuera poco. TELLO: Yo confieso que quedo deudor en eso. PRIOR: Bien cuadra cortés y santo. TELLO: A España parto mañana; si me manda alguna cosa, haréla de buena gana. CRUZ: Tu jornada sea dichosa: viento en popa y la mar llana. Yo, mis pobres oraciones a las celestes regiones enviaré por tu camino, puesto, señor, que imagino que en recio tiempo te pones a navegar. TELLO: La derrota está de fuerza que siga de la ya aprestada flota. CRUZ: Ni el huracán te persiga, ni toques en la derrota Bermuda, ni en la Florida, de mil cuerpos homicida, adonde, contra natura, es el cuerpo sepultura viva del cuerpo sin vida. A Cádiz, como deseas, llegues sano, y en San Lúcar desembarques tus preseas, y, en virtudes hecho un Fúcar, presto en Sevilla te veas, donde a mi padre dirás lo que quisieres, y harás por él lo que mereciere. TELLO: Haré lo que me pidiere, y si es poco, haré yo más. Y ahora, por paga pido de aquella buena intención que en su crianza he tenido, padre, que su bendición me deje aquí enriquecido de esperanzas, con que pueda esperar que me suceda el viaje tan a cuento, que sople propicio el viento, y la fortuna esté queda. CRUZ: La de Dios encierre en ésta tanta ventura, que sea la jornada alegre y presta, sin que en tormenta se vea ni en la calma que molesta. ANTONIO: Si viere allá a la persona... TELLO: ¿De quién? ANTONIO: De la Salmerona, encájele un besapiés de mi parte, y dos o tres buces, a modo de mona. PRIOR: Fray Antonio, ¿cómo es esto? ¿Cómo delante de mí se muestra tan descompuesto? ANTONIO: Ocurrióseme esto aquí, y vase el señor tan presto, que temí que me faltara lugar do le encomendara estos y otros besamanos: que poder ser cortesanos los frailes es cosa clara. PRIOR: ¡Calle, y a vernos después! TELLO: Por cierto, que no merece castigo por ser cortés. PRIOR: Cierta enfermedad padece en la lengua. ANTONIO: Ello así es; pero nunca hablo cosa que toque en escandalosa; que hablo a la vizcaína. PRIOR: Yo hablaré a la diciplina, lengua breve y compendiosa. TELLO: Déme su paternidad licencia, y aqueste enojo no toque en riguridad. ANTONIO: Si conociera al Patojo, hiciérame caridad de saludalle también de mi parte. Aunque me den diciplina porque calle, no puedo no encomendalle aquello que me está bien. PRIOR: Vuesa merced vaya en paz, que a cólera no me mueve plática que da solaz, y éste, por mozo, se atreve, y él de suyo se es locuaz; y sean estos abrazos muestra de los santos lazos con que caridad nos liga.
Abraza a los dos
[TELLO]: Mi amor, padre Cruz, le obliga a que apriete más los brazos, y veisme que me enternezco. CRUZ: Dios te guíe, señor mío, que a su protección te ofrezco. TELLO: Que me dará yo confío, por vos, más bien que merezco.
Vase TELLO
PRIOR: Venga, fray Antonio, venga. CRUZ: Déjele que se detenga conmigo, padre, aquí un poco. [PRIOR]: En buen hora; y, si está loco, haga cómo [s]eso tenga.
Vase el PRIOR
CRUZ: ¿Que es posible, fray Antonio, que ha de caer en tal mengua, que consienta que su lengua se la gobierne el demonio? Cierto que pone mancilla ver que el demonio maldito le trae las ollas de Egipto en lo que dejó en Sevilla. De las cosas ya pasadas, mal hechas, se ha de acordar, no para se deleitar, sino para ser lloradas; de aquella gente perdida no debe acordarse más, ni del Compás, si hay compás do se vive sin medida. Sólo dé gracias a Dios, que, por su santa clemencia, nos dio de la penitencia la estrecha tabla a los dos, para que, de la tormenta y naufragar casi cierto, de la religión el puerto tocásemos sin afrenta. ANTONIO: Yo miraré lo que hablo de aquí adelante más cuerdo, pues conozco lo que pierdo, y sé lo que gana el diablo. Ruéguele, padre, al prïor que en su furia se mitigue, y no al peso me castigue de mi descuidado error. CRUZ: Vamos, que yo le daré bastantísima disculpa de su yerro, y por su culpa y las mías rezaré.
[Vanse todos]. Sale una dama llamada Doña ANA Treviño, un MÉDICO y dos CRIADOS. (Todo esto es verdad de la historia)
MÉDICO: Vuesa merced sepa cierto que aquesta su enfermedad es de muy ruin calidad; hablo en ella como experto. Mi oficio obliga a decillo, cause o no cause pasión: que entre razón y razón pondrá la Parca el cuchillo. Hablando se ha de quedar muerta; y aquesto le digo como médico y amigo que no la quiere engañar. D. [ANA]: Pues a mí no me parece que estoy tan mala. ¿Qué es esto? ¿Cómo me anuncia tan presto la muerte? MÉDICO: El pulso me ofrece, los ojos y la color, esta verdad a la clara. D. [ANA]: En los ojos de mi cara suele mirarse el Amor. MÉDICO: Vuesa merced se confiese, y quédense aparte burlas. CRIADO 1: Señor, si es que no te burlas, recio mandamiento es ése. MÉDICO: No me suelo yo burlar en casos deste jaez. D. [ANA]: Podrá su merced esta vez, si quisiere, perdonar, que ni quiero confesarme, ni hacer cosa que me diga. MÉDICO: A más mi oficio me obliga, y adiós. D. [ANA]: Él querrá ayudarme.
Vase el MÉDICO
Pesado médico y necio, siempre cansa y amohína. CRIADO 2: Crió Dios la medicina, y hase de tener en precio. D. [ANA]: La medicina yo alabo, pero los médicos no, porque ninguno llegó con lo que es la ciencia al cabo. Algo fatigada estoy. CRIADO 1: Procura desenfadarte, esparcerte y alegrarte. D. [ANA]: Al campo pienso de ir hoy. Parece que están templando una guitarra allí fuera. CRIADO 1: ¿Será Ambrosio? D. [ANA]: Sea quienquiera; escuchad, que va cantando.
Cantan dentro
[MÚSICO]: "Muerte y vida me dan pena; no sé qué remedio escoja: que si la vida me enoja, tampoco la muerte es buena. Con todo, es mejor vivir: que, en los casos desiguales, el mayor mal de los males se sabe que es el morir. Calle el que canta, que atierra oír tratar de la muerte: que no hay tesoro de suerte en tal espacio de tierra. La muerte y la mocedad hacen dura compañía, como la noche y el día, la salud y enfermedad; y edad poca y mal dad mucha, y voz de muerte a deshora, ¡ay del alma pecadora que impenitente la escucha!" CRIADO 1: No me contenta mi ama; nunca la he visto peor: fuego es ya, no es resplandor el que en su vista derrama.
[Vanse] todos. Sale el padre fray ANTONIO
ANTONIO: Mientras el fraile no llega a ser sacerdote, pasa vida pobre, estrecha, escasa, de quien a veces reniega. Tiene allá el predicador sus devotas y sus botas, y el presentado echa gotas y suda con el prïor; mas el novicio y corista en el coro y en la escoba sus apetitos adoba, diciendo con el Salmista: Et potum meum cum fletu miscebam. Pero bien será callar, pues sé que muchos convienen en que las paredes tienen oídos para escuchar. La celda del padre Cruz está abierta, ciertamente; ver quiero este penitente, que está a escuras y es de luz.
Abre la celda; parece el padre CRUZ, arrobado, hincado de rodillas, con un crucifijo en la mano
¡Mirad qué postura aquella del bravo rufián divino, y si hallará camino Satanás para rompella! Arrobado está, y es cierto que, en tanto que él está así, los sentidos tiene en sí tan muertos como de un muerto.
Suenan desde lejos guitarras y sonajas, y vocería de regocijo. (Todo esto desta máscara y visión fue verdad, que así lo cuenta la historia del santo)
Pero, ¿qué música es ésta? ¿Qué guitarras y sonajas, pues los frailes se hacen rajas? ¿Mañana es alguna fiesta? Aunque música a tal hora no es decente en el convento. Miedo de escuchalla siento; ¡válgame Nuestra Señora!
Suena más cerca
¡Padre nuestro, despierte, que se hunde el mundo todo de música! No hallo modo bueno alguno con que acierte. La música no es divina porque, según voy notando, al modo vienen cantando rufo y de jacarandina.
[Salen] a este instante seis con sus máscaras, vestidos como ninfas, lascivamente, y los que han de cantar y tañer, con máscaras de demonios vestidos a lo antiguo, y hacen su danza. (Todo esto fue así, que no es visión supuesta, apócrifa ni mentirosa). Cantan
[MÚSICOS]: "No hay cosa que sea gustosa sin Venus blanda, amorosa. No hay comida que así agrade, ni que sea tan sabrosa, como la que guisa Venus, en todos gustos curiosa. Ella el verde amargo jugo de la amarga hiel sazona, y de los más tristes tiempos vuelve muy dulces las horas; quien con ella trata, ríe, y quien no la trata, llora. Pasa cual sombra en la vida, sin dejar de sí memoria, ni se eterniza en los hijos, y es como el árbol sin hojas, sin flor ni fruto, que el suelo con ninguna cosa adorna. Y por esto, en cuanto el sol ciñe y el ancho mar moja, no hay cosa que sea gustosa sin Venus blanda, amorosa."
El padre CRUZ, sin abrir los ojos, dice
CRUZ: No hay cosa que sea gustosa sin la dura cruz preciosa. Si por esta senda estrecha que la cruz señala y forma no pone el pie el que camina a la patria venturosa, cuando menos lo pensare, de improviso y a deshora, cairá de un despeñadero del abismo en las mazmorras. Torpeza y honestidad nunca las manos se toman, ni pueden caminar juntas por esta senda fragosa. Y yo [sé] que en todo el cielo, ni en la tierra, aunque espaciosa, no hay cosa que sea gustosa sin la dura cruz preciosa. MÚSICOS: "¡Dulces días, dulces ratos los que en Sevilla se gozan; y dulces comodidades de aquella ciudad famosa, do la libertad campea, y en sucinta y amorosa manera Venus camina y a todos se ofrece toda, y risueño el Amor canta con mil pasajes de gloria: No hay cosa que sea gustosa sin Venus blanda, amorosa." CRUZ: Vade retro!, Sa[ta]nás, que para mi gusto ahora no hay cosa que sea gustosa sin la dura cruz preciosa.
Vanse los demonios, gritando
ANTONIO: Hacerme quiero mil cruces; he visto lo que aún no creo. Afuera el temor, pues veo que viene gente con luces. CRUZ: ¿Qué hace aquí, fray Antonio? ANTONIO: Estaba mirando atento una danza de quien siento que la guïaba el demonio. CRUZ: Debía de estar durmiendo, y soñaba. ANTONIO: No, a fe mía, padre Cruz, yo no dormía.
[Salen], a este punto, dos CIUDADANOS, con sus lanternas, y el PRIOR
CIUDADANO 1: Señor, como voy diciendo, pone gran lástima oílla: que no hay razón de provecho para enternecerle el pecho ni de su error divertilla; y, pues habemos venido a tal hora a este convento por remedio, es argumento que es el daño muy crecido. PRIOR: Que diga que Dios no puede perdonalla, caso extraño; es ése el mayor engaño que al pecador le sucede. Fray Cristóbal de la Cruz está en pie, quizá adivino que ha de hacer este camino, y en él dar a este alma luz. Padre, su paternidad con estos señores vaya, y cuanto pueda la raya suba de su caridad, que anda muy listo el demonio con un alma pecadora. Vaya con el padre. ANTONIO: ¿Ahora? PRIOR: No replique, fray Antonio. ANTONIO: Vamos, que a mí se me alcanza poco o nada, o me imagino que he de ver en el camino la no fantástica danza de denantes. CRUZ: Calle un poco, si puede. CIUDADANO 2: Señor, tardamos, y será bien que nos vamos. ANTONIO: Todos me tienen por loco en aqueste monesterio. CRUZ: No hable entre dientes; camine, y esas danzas no imagine, que carecen de misterio. PRIOR: Vaya con Dios, padre mío. CIUDADANO 1: Con él vamos muy contentos. CRUZ: ¡Favorezca mis intento[s] Dios, de quien siempre confío!
Sale un CLÉRIGO y Doña ANA de Treviño, y acompañamiento
CLÉRIGO: Si así la cama la cansa, puede salir a esta sala. D. [ANA]: Cualquiera parte halla mala la que en ninguna descansa. CLÉRIGO: Lleguen esas sillas. D. [ANA]: Cierto, que me tiene su porfía, padre, helada, yerta y fría, y que ella sola me ha muerto. No me canse ni se canse en persuadirme otra cosa, que no soy tan amorosa que con lágrimas me amanse. ¡No hay misericordia alguna que me valga en suelo o cielo! CLÉRIGO: Toda la verdad del cielo a tu mentira repugna. En Dios no hay menoridad de poder, y, si la hubiera, su menor parte pudiera curar la mayor maldad. Es Dios un bien infinito, y, a respeto de quien es, cuanto imaginas y ves viene a ser punto finito. D. [ANA]: Los atributos de Dios son iguales; no os entiendo, ni de entenderos pretendo. Matáisme, y cansáisos vos. ¡Bien fuera que Dios ahora, sin que en nada reparara, sin más ni más, perdonara a tan grande pecadora! No hace cosa mal hecha, y así, no ha de hacer aquésta. CLÉRIGO: ¿Hay locura como ésta? D. [ANA]: No gritéis, que no aprovecha.
[Salen], a este instante, el padre CRUZ y fray ANTONIO, y pónese el padre a escuchar lo que está diciendo el CLÉRIGO, el cual prosigue diciendo
CLÉRIGO: Pues nació para salvarme Dios, y en cruz murió enclavado, perdonará mi pecado, si está en menos perdonarme. De su parte has de esperar, que de la tuya no esperes, el gran perdón que no quieres, que él se estrema en perdonar. Deus cui proprium est misereri semper, et parcere, et misericordia eius super omnia opera eius. Y el rey, divino cantor, las alabanzas que escuchas, después que ha dicho otras muchas dice de aqueste tenor: Misericordias tuas, Domine, in aeternum cantabo. La mayor ofensa haces a Dios que puedes hacer: que, en no esperar y temer, parece que le deshaces, pues vas contra el atributo que él tiene de omnipotente, pecado el más insolente, más sin razón y más bruto. En dos pecados se ha visto, que Judas quiso extremarse, y fue el mayor ahorcarse que el haber vendido a Cristo. Hácesle agravio, señora, grande en no esperar en él, porque es paloma sin hiel con quien su pecado llora. Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies. El corazón humillado, Dios por jamás le desprecia; antes, en tanto le precia que es fee y caso averiguado que [se] regocija el cielo cuando con nueva conciencia se vuelve a hacer penitencia un pecador en el suelo. El padre Cruz está aquí, buen suceso en todo espero. CRUZ: Prosiga, padre, que quiero estarle atento. D. [ANA]: ¡Ay de mí, que otro moledor acude a acrecentar mi tormento! ¡Pues no ha de mudar mi intento, aunque más trabaje y sude! ¿Qué me queréis, padre, vos, que tan hinchado os llegáis? ¡Bien parece que ignoráis cómo para mí no hay Dios! No hay Dios, digo, y mi malicia hace, con mortal discordia, que esconda misericordia el rostro, y no la justicia. CRUZ: Dixit insipiens in corde suo: non est Deus. Vuestra humildad, señor, sea servida de encomendarme a Dios, que quiero mostrarme sucesor en su pelea.
Híncanse de rodillas el CLÉRIGO, fray ANTONIO y el padre CRUZ, y los circustantes todos
¡Dichosa del cielo puerta, que levantó la caída y resucitó la vida de nuestra esperanza muerta! ¡Pide a tu parto dichoso que ablande aquí estas entrañas, y muestre aquí las hazañas de su corazón piadoso! Et docebo iniquos vias tuas, et impii ad te convertentur. Mi señora doña Ana de Treviño, estando ya tan cerca la partida del otro mundo, pobre es el aliño que veo en esta amarga despedida. Blancas las almas como blanco armiño han de entrar en la patria de la vida, que ha de durar por infinitos siglos, y negras donde habitan los vestiglos. Mirad dónde queréis vuestra alma vaya: escogedle la patria a vuestro gusto. D. [ANA]: La justicia de Dios me tiene a raya: no me ha de perdonar, por ser tan justo; al malo la justicia le desmaya; no habita la esperanza en el injusto pecho del pecador, ni es bien que habite. CRUZ: Tal error de tu pecho Dios le quite. En la hora que la muerte a la pobre vida alcanza, se ha de asir de la esperanza el alma que en ello advierte; que, en término tan estrecho, y de tan fuerte rigor, no es posible que el temor sea al alma de provecho. El esperar y el temer en la vida han de andar juntos; pero en la muerte otros puntos han de guardar y tener. El que, en el palenque puesto, teme a su contrario, yerra; y está, el que animoso cierra, a la vitoria dispuesto. En el campo estáis, señora; la guerra será esta tarde; mirad que no os acobarde el enemigo en tal hora. D. [ANA]: Sin armas, ¿cómo he de entrar en el trance riguroso, siendo el contrario mañoso y duro de contrastar? CRUZ: Confïad en el padrino y en el juez, que es mi Dios. D. [ANA]: Parece que dais los dos en un mismo desatino. D[e]jadme, que, en conclusión, tengo el alma de manera que no quiero, aunque Dios quiera, gozar de indulto y perdón. ¡Ay, que se me arranca el alma! ¡Desesperada me muero! CRUZ: Demonio, en Jesús espero que no has de llevar la palma desta empresa. ¡Oh Virgen pura! ¿Cómo vuestro auxilio tarda? ¡ángel bueno de su guarda, ved que el malo se apresura! Padre mío, no desista de la oración, rece más, que es arma que a Satanás le vence en cualquier conquista. ANTONIO: Cuerpo ayuno y desvelado fácilmente se empereza, y, más que reza, bosteza, indevoto y desmayado. D. [ANA]: ¡Que tan sin obras se halle mi alma! CRUZ: Si fe recobras, yo haré que te sobren obras. D. [ANA]: ¿Hállanse, a dicha, en la calle? ¿Y la[s] que he hecho hasta aquí han sido sino de muerte? CRUZ: Escucha un poco, y advierte lo que ahora diré. D. [ANA]: Di. CRUZ: Un religioso que ha estado gran tiempo en su religión, y con limpio corazón siempre su regla ha guardado, haciendo tal penitencia que mil veces el prïor le manda tiemple el rigor en virtud de la obediencia; y él, con ayunos continuos, con oración y humildad, busca de riguridad los más ásperos caminos: e[l] duro suelo es su cama; sus lágrimas, su bebida, y sazona su comida de Dios la amorosa llama; un canto aplica a su pecho con golpes, de tal manera que, aunque de diamante fuera, le tuviera ya deshecho; por huir del torpe vicio de la carne y su regalo, su camisa, aunque esté malo, es de un áspero silicio; descalzo siempre los pies, de toda malicia ajeno, amando a Dios por ser bueno, sin mirar otro interés. D. [ANA]: ¿Qué quieres deso inferir, padre? CRUZ: Que digáis, señora, si este tal podrá, en la hora angustiada del morir, tener alguna esperanza de salvarse. D. [ANA]: ¿Por qué no? ¡Ojalá tuviera yo la menor parte que alcanza de tales obras tal padre! Pero no tengo ni aun una que en esta angustia importuna a mis esperanzas cuadre. CRUZ: Yo os daré todas las mías, y tomaré el grave cargo de las vuestras a mi cargo. D. [ANA]: Padre, dime: ¿desvarías? ¿Cómo se puede hacer eso? CRUZ: Si te quieres confesar, los montes puede allanar de caridad el exceso. Pon tú el arrepentimiento de tu parte, y verás luego cómo en tus obras me entrego, y tú en aquellas que cuento. D. [ANA]: ¿Dónde están los fiadores que aseguren el concierto? CRUZ: Yo estoy bien seguro y cierto que nadie los dio mejores, ni tan grandes, ni tan buenos, ni tan ricos, ni tan llanos, puesto que son soberanos, y de inmensa alteza llenos. D. [ANA]: ¿A quién me dais? CRUZ: A la pura, sacrosanta, rica y bella que fue madre y fue doncella, crisol de nuestra ventura. A Cristo crucificado os doy por fiador también; dóyosle niño en Belén, perdido y después hallado. D. [ANA]: Los fiadores me contentan; los testigos, ¿quién serán? CRUZ: Cuantos en el cielo están y en sus escaños se sientan. D. [ANA]: El contrato referid, porque yo quede enterada de la merced señalada que me hacéis. CRUZ: Cielos, oíd: Yo, fray Cristóbal de la Cruz, indigno religioso y profeso en la sagrada orden del patriarca felicísimo Domingo santo, en esta forma digo: Que al alma de doña Ana de Treviño, que está presente, doy de buena gana todas las buenas obras que yo he hecho en caridad y en gracia, desde el punto que dejé la carrera de la muerte y entré en la de la vida; doyle todos mis ayunos, mis lágrimas y azotes, y el mérito santísimo de cuantas misas he dicho, y asimismo doyle mis oraciones todas y deseos, que han tenido a mi Dios siempre por blanco; y, en contracambio, tomo sus pecados, por inormes que sean, y me obligo de dar la cuenta dellos en el alto y eterno tribunal de Dios eterno, y pagar los alcances y las penas que merecieren sus pecados todos. Mas es la condición deste concierto que ella primero de su parte ponga la confesión y el arrepentimiento. ANTONIO: ¡Caso jamás oído es éste, padre! CLÉRIGO: Y caridad jamás imaginada. CRUZ: Y, para que me crea y se asegure, le doy por fïadores a la Virgen Santísima María y a su Hijo, y a las once mil vírgines benditas, que son mis valedoras y abogadas; y a la tierra y el cielo hago testigos, y a todos los presentes que me escuchan. Moradores del cielo, no se os pase esta ocasión, pues que podéis en ella mostrar la caridad vuestra encendida; pedid al gran Pastor de los rebaños del cielo y de la tierra que no deje que lleve Satanás esta ovejuela que él almagró con su preciosa sangre. Señora, ¿no aceptáis este concierto? D. [ANA]: Sí acepto, padre, y pido, arrepentida, confesión, que me muero. CLÉRIGO: ¡Obras son éstas, gran Señor, de las tuyas! ANTONIO: ¡Bueno queda el padre Cruz ahora, hecha arista el alma, seca y sola como espárrago! Paréceme que vuelve al Sicut erat, y que deja el breviario y se acomoda con el barcelonés y la de ganchos. Siempre fue liberal, o malo, o bueno. D. [ANA]: Padre, no me dilate este remedio; oiga las culpas que a su cargo quedan, que, si no le desmayan por ser tantas, yo moriré segura y confïada que he de alcanzar perdón de todas ellas. CRUZ: Padre, vaya al convento, y dé esta nueva a nuestro padre, y ruéguele que haga general oración, dando las gracias a Dios deste suceso milagroso, en tanto que a esta nueva penitente oigo de confesión. ANTONIO: A mí me place. CRUZ: Vamos do estemos solos. D. [ANA]: En buen hora. CLÉRIGO: ¡Oh bienaventurada pecadora!

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

El rufián dichoso, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002