JORNADA SEGUNDA


Salen TEÓGENES, y CARAVINO, con otros cuatro NUMANTINOS, gobernadores de Numancia, y MARQUINO, hechicero, y siéntanse
TEÓGENES: Paréceme, varones esforzados, que en nuestros daños con rigor influyen los tristes signos y contrarios hados, pues nuestra fuerza humana disminuyen. Tiénennos los romanos encerrados y con cobardes manos nos destruyen; ni con matar muriendo no hay vengarnos, ni podemos sin alas escaparnos. No sólo a vencernos se despiertan los que habemos vencido veces tantas; que también españoles se conciertan con ellos a segar nuestras gargantas. Tan gran maldad los cielos no consientan; con rayos hieran las ligeras plantas que se muestren en daño del amigo, favoreciendo al pérfido enemigo. Mirad si imagináis algún remedio para salir de tanta desventura, porque este largo y trabajoso asedio sólo promete presta sepultura. El ancho foso nos estorba el medio de probar con las armas la ventura, aunque a veces valientes, fuertes brazos rompen mil contrapuestos embarazos. CARAVINO: ¡A Júpiter pluguiera soberano que nuestra juventud sola se viera con todo el cruel ejército romano, adonde el brazo rodear pudiera, que allí, al valor de la española mano, la misma muerte poco estorbo hiciera para dejar de abrir franco camino a la salud del pueblo numantino! Mas pues en tales términos nos vemos, que estamos como damas encerrados, hagamos todo cuanto hacer podemos para mostrar los ánimos osados. A nuestros enemigos convidemos a singular batalla; que, cansados de este cerco tan largo, ser podría quisiesen acabarle por tal vía. Y cuando este remedio no suceda a la justa medida del deseo, otro camino de intentar nos queda, aunque más trabajoso a lo que creo. Este foso y muralla que nos veda el paso al enemigo que allí veo, en un tropel de noche le rompamos y por ayuda a los amigos vamos. NUMANTINO 1: O sea por el foso o por la muerte, de abrir tenemos paso a nuestra vida; que es dolor insufrible el de la muerte, si llega cuando más vive la vida. Remedio a las miserias es la muerte si se acrecientan ellas con la vida, y suele tanto más ser excelente cuanto se muere más honradamente. NUMANTINO 2: ¿Con qué más honra pueden apartarse de nuestros cuerpos estas almas nuestras que en las romanas haces arrojarse y en su daño mover las fuerzas diestras? Y en la ciudad podrá muy bien quedarse quien gusta de cobarde dar las muestras; que yo mi gusto pongo en quedar muerto en el cerrado foso o campo abierto. NUMANTINO 3: Esta insufrible hambre macilenta que tanto nos persigue y nos rodea hace que en vuestro parecer consienta puesto que temerario y duro sea. Muriendo, excusar hemos tanta afrenta; y quien morir de hambre no desea arrójese conmigo al foso y haga camino su remedio con la daga. NUMANTINO 4: Primero que vengáis al trance duro de esta resolución que habéis tomado, paréceme ser bien que desde el muro nuestro fiero enemigo sea avisado, diciéndole que dé campo seguro a un numantino y a otro su soldado y que la muerte de una sea sentencia que acabe nuestra antigua diferencia. Son los romanos tan soberbia gente que luego aceptarán este partido; y si lo aceptan, creo firmemente que nuestro amargo daño ha fenecido, pues está un numantino aquí presente cuyo valor me tiene persuadido que él solo contra tres de los romanos quitará la victoria de las manos. También será acertado que Marquino, pues es un agorero tan famoso, mire qué estrella o qué planeta o signo nos amenaza a muerte o fin honroso, o si se puede hallar algún camino que nos pueda mostrar si del dudoso cerco crüel do estamos oprimidos saldremos vencedores o vencidos. También primero encargo que se haga a Júpiter solemne sacrificio, de quien podremos esperar la paga harto mayor que nuestro beneficio. Cúrese luego la profunda llaga del arraigado acostumbrado vicio. Quizá con esto mudará de intento el hado esquivo, y nos dará contento. Para morir, jamás le falta tiempo al que quiere morir desesperado. Siempre seremos a sazón y a tiempo para mostrar muriendo el pecho osado; mas, porque no se pase en balde el tiempo, mirad si os cuadra lo que he demandado, y, si no os parece, dad un modo que mejor venga y que convenga a todo. MARQUINO: Esa razón que muestran tus razones es aprobada del intento mío. Háganse sacrificios y oblaciones y póngase en efecto el desafío; que yo no perderé las ocasiones de mostrar de mi ciencia el poderío. Yo os sacaré del hondo centro oscuro quien nos declare el bien, el mal futuro. TEÓGENES: Yo desde aquí me ofrezco, si os parece que puede de mi esfuerzo algo fïarse, de salir a esta duda que se ofrece si por ventura viene a efectuarse. CARAVINO: Más honra tu valor claro merece. Bien pueden de tu esfuerzo confïarse más difíciles cosas, y aun mayores, por ser el que es mejor de los mejores. Y pues tú ocupas el lugar primero de la honra y valor con causa justa, yo, que en todo me cuento por postrero, quiero ser el heraldo de esta justa. NUMANTINO 1: Pues yo con todo el pueblo me prefiero hacer de los que Júpiter más gusta, que son los sacrificios y oblaciones, si van con enmendados corazones. NUMANTINO 2: Vámonos, y con presta diligencia hagamos cuanto aquí propuesto habemos, antes que la pestífera dolencia de la hambre nos ponga en los extremos. Si tiene el cielo dada la sentencia de que en este rigor fiero acabemos, revóquela, si acaso lo merece la presta enmienda que Numancia ofrece.
Vanse y salen MARANDRO, y LEONICIO, numantinos
LEONICIO: Marandro amigo, ¿dó vas, o hacia dó mueves el pie? MARANDRO: Si yo mismo no lo sé, tampoco tú lo sabrás. LEONICIO: ¡Cómo te saca de seso tu amoroso pensamiento! MARANDRO: Antes, después que le siento, tengo más razón y peso. LEONICIO: Eso ya está averiguado; que el que sirviere al amor, ha de ser por su dolor con razón muy más pesado. MARANDRO: De malicia o de agudeza no escapa lo que dijiste. LEONICIO: Tú mi agudeza entendiste; mas yo entendí tu simpleza. MARANDRO: ¿Qué simpleza? ¿Querer bien? LEONICIO: Si al querer no se le mide como la razón lo pide, con cuándo, cómo, y a quién. MARANDRO: ¿Reglas quiés poner a amor? LEONICIO: La razón puede ponellas. MARANDRO: Razonables serán ellas, mas no de mucho primor. LEONICIO: En la amorosa porfía a razón no hay conocella. MARANDRO: Amor no va contra ella, aunque de ella se desvía. LEONICIO: ¿No es ir contra la razón, siendo tú tan buen soldado, andar tan enamorado en tan extraña ocasión? Al tiempo que del dios Marte has de pedir el favor ¿te entretienes con Amor quien mil blanduras reparte? ¿Ves la patria consumida y de enemigos cercada, y tu memoria burlada por amor, de ella se olvida? MARANDRO: En ira mi pecho se arde por ver que hablas sin cordura. ¿Hizo el Amor, por ventura, a ningún pecho cobarde? ¿Dejé yo la centinela por ir donde está mi dama o estoy durmiendo en la cama cuando mi capitán vela? ¿Hasme visto tú faltar de lo que debo a mi oficio, para algún regalo o vicio ni menos por bien amar? Y si nada no has hallado de que debo dar disculpa, ¿por qué me das tanta culpa de que sea enamorado? Y si de conversación me ves que ando siempre ajeno, mete la mano en tu seno, verás si tengo razón. ¿No sabes los muchos años que tras Lira ando perdido? ¿No sabes que era venido en fin todo a nuestros daños, porque su padre ordenaba de dármela por mujer, y que Lira su querer con el mío concertaba? También sabes que llegó en tan dulce coyuntura esta fuerte guerra dura por quien mi gloria cesó. Dilatóse el casamiento hasta acabar esta guerra porque no está nuestra tierra para fiestas y contento. Mira cuán poca esperanza puedo tener de mi gloria, pues esta nuestra victoria toda en la enemiga lanza. De la hambre fatigados, sin medio de algún remedio, tal muralla y foso en medio, pocos, y ésos encerrados; pues como veo llevar mis esperanzas del viento, ando triste y descontento, ansí cual me ves andar. LEONICIO: Sosiega, Marandro, el pecho; vuelve al brío que tenías; quizá que por otras vías se ordena nuestro provecho, y Júpiter soberano nos descubra buen camino por do el pueblo numantino quede libre del romano, y en dulce paz y sosiego de tu esposa gozarás, y la llama templarás de aquese amoroso fuego; que para tener propicio al gran Júpiter tonante, hoy Numancia en este instante le quiere hacer sacrificio. Ya el pueblo viene y se muestra con las víctimas e incienso. ¡Oh, Júpiter, padre inmenso, mira la miseria nuestra!
Apártanse a un lado, y salen dos numantinos vestidos como sacerdotes antiguos, y han de traer asido de los cuernos en medio un carnero grande, coronado de oliva y otras flores, y un paje con una fuente de plata y una toalla, y otro con un jarro de agua, y otros dos con dos jarros de vino, y otro con otra fuente de plata con un poco de incienso, y otros con fuego y leña, y otro que ponga una mesa con un tapete donde se ponga todo lo que hubiere en la comedia, en hábitos de numantinos; y luego los SACERDOTES, dejando el uno el carnero de la mano, diga
SACERDOTE 1: Señales ciertas de dolores ciertos se me han representado en el camino y los canos cabellos tengo yertos. SACERDOTE 2: Si acaso no soy mal adivino nunca con bien saldremos de esta empresa. ¡Ay, desdichado pueblo numantino! SACERDOTE 1: Hagamos nuestro oficio con la priesa que no incitan los agüeros tristes. Poned, amigos, hacia aquí esa mesa. SACERDOTE 2: El vino, incienso y agua que trujisteis poneldo encima y apartaos afuera, y arrepentíos de cuanto mal hicisteis; que la oblación mejor y la primera que se ha ofrecer al alto cielo es alma limpia y voluntad sincera. SACERDOTE 1: El fuego no le hagáis vos en el suelo, que aquí viene brasero para ello, que así lo pide el religioso celo. SACERDOTE 2: Lavaos las manos y limpiaos el cuello. Dad acá el agua. ¿El fuego no se enciende? NUMANTINO: No hay quien pueda, señores, encendello. SACERDOTE 1: ¡Oh, Júpiter! ¿Qué es esto que pretende de hacer en nuestro daño el hado esquivo? ¿Cómo el fuego en la tea no se enciende? NUMANTINO: Ya parece, señor, que está algo vivo. SACERDOTE 2: Quítate afuera. ¡Oh, flaca llama oscura, qué dolor en mirarte tal recibo! ¿No miras cómo el humo se apresura a caminar al lado de poniente, y la amarilla llama, mal segura, sus puntas encamina hacia el oriente? ¡Desdichada señal, señal notoria que nuestro mal y daño está patente! SACERDOTE 1: Aunque lleven romanos la victoria de nuestra muerte, en humo ha de tornarse, y en llamas vivas nuestra muerte y gloria. SACERDOTE 2: Pues debe con el vino rucïarse el sacro fuego, dad acá ese vino y el incienso también ha de quemarse.
Rocía el fuego con el vino a la redonda, y luego pone el incienso en el fuego, y dice
Al bien del triste pueblo numantino endereza, ¡oh gran Júpiter!, la fuerza propicia del contrario amargo sino. Ansí como este ardiente fuego fuerza a que en humo se vaya el sacro incienso, así se haga al enemigo fuerza para que en humo, eterno padre inmenso, todo su bien, toda su gloria vaya, ansí como tú puedes y yo pienso; tengan los cielos su poder a raya, ansí como esta víctima tenemos, y lo que ella ha de haber él también haya. SACERDOTE 1: Mal responde el agüero; mal podremos ofrecer esperanza al pueblo triste, para salir del mal que poseemos.
Hácese ruido debajo del tablado con un barril lleno de piedras, y dispárese un cohete volador
SACERDOTE 2: ¿No oyes un ruido, amigo? Di, ¿no viste el rayo ardiente que pasó volando? Presagio verdadero de esto fuiste. SACERDOTE 1: Turbado estoy; de miedo estoy temblando. ¡Oh, qué señales, a lo que yo veo, que amargo fin están pronosticando. ¿No ves un escuadrón airado y feo? ¿Ves unas águilas feas que pelean con otras aves en marcial rodeo? SACERDOTE 2: Sólo su esfuerzo y su rigor emplean en encerrar las aves en un cabo, y con astucia y arte las rodean. SACERDOTE 1: Tal señal vituperio y no la alabo. ¿Aguilas imperiales vencedoras? ¡Tú verás de Numancia presto el cabo! SACERDOTE 2: Aguilas, de gran mal anunciadoras, partíos, que ya el agüero vuestro entiendo, ya en efecto contadas son las horas. SACERDOTE 1: Con todo, el sacrificio hacer pretendo de esta inocente víctima, guardada para aplacar al dios del gesto horrendo. SACERDOTE 2: ¡Oh, gran Plutón, a quien por suerte dada le fue la habitación del reino oscuro y el mando en la infernal triste morada! Ansí vivas en paz, cierto y seguro de que la hija de la sacra Ceres corresponda a tu amor con amor puro, que todo aquello que en provecho vieres venir del pueblo triste que te invoca, lo alegues cual se espera de quien eres. Atapa la profunda, oscura boca por do salen las tres fieras hermanas a hacernos el daño que nos toca, y sean de dañarnos tan livianas sus intenciones, que las lleve el viento, como se lleva el pelo de estas lanas.
Quita algunos pelos del carnero, y échalos al aire
SACERDOTE 1: Y ansí como te baño y ensangriento este cuchillo en esta sangre pura con alma limpia y limpio pensamiento, ansí la tierra de Numancia dura se bañe con la sangre de romanos y aun los sirva también de sepultura.
Sale por el hueco del tablado un demonio hasta el medio cuerpo, y ha de arrebatar el carnero y [todos los sacrificios], y volverse a disparar el fuego
SACERDOTE 2: Mas, ¿quién me ha arrebatado de las manos la víctima? ¿Qué es esto, dioses santos? ¿Qué prodigios son éstos tan insanos? ¿No os han enternecido ya los llantos de este pueblo lloroso y afligido ni la arpada voz de aquestos cantos? Antes creo que se han endurecido cual pueden inferir en las señales tan fieras como aquí han acontecido. Nuestros vivos remedios son mortales; toda nuestra pereza es diligencia, y los bienes ajenos, nuestros males. NUMANTINO: En fin dado han los cielos la sentencia de nuestro fin amargo y miserable. No nos quiere valer ya su clemencia; lloremos, pues es fin tan lamentable, nuestra desdicha; que la edad postrera de él y de nuestras fuerza siempre hable. TEÓGENES: Marquino haga la experiencia entera de todo su saber, y sepa cuánto nos promete de mal y la lastimera suerte, que ha vuelto nuestra risa en llanto.
Vanse todos, y quedan MARANDRO y LEONICIO
MARANDRO: Leonicio, ¿qué te parece? ¿Han remedio nuestros males con estas buenas señales que aquí el cielo nos ofrece? ¡Tendrá fin mi desventura cuando se acabe la guerra, que será cuando la tierra me sirva de sepultura! LEONICIO: Marandro, al que es buen soldado agüeros no le dan pena, que pone la suerte buena en el ánimo esforzado, y esas vanas apariencias nunca le turban el tino. Su brazo es su estrella o sino; su valor, sus influencias. Pero si quieres creer en este notorio engaño, aún quedan, si no me engaño, experiencias más que hacer, que Marquino las hará, las mejores de su ciencia, y el fin de nuestra dolencia si es buena o mala sabrá. Paréceme que le veo. MARANDRO: ¡En qué extraño traje viene! Quien con feos se entretiene, no es mucho que venga feo. ¿Será acertado seguille? LEONICIO: Acertado me parece por si acaso se le ofrece algo en que poder serville.
Aquí sale MARQUINO con una ropa de bocací grande y ancha, y una cabellera negra, y los pies descalzos, y la cinta traerá de modo que se le vean tres redomillas llenas de agua; la una negra y la otra clara y la otra teñida con azafrán; y una lanza en la mano, teñido de negro, y en la otra un libro; y ha de venir otro con él que se llama MILBIO, y cuando entran LEONICIO y MARANDRO, se apartan afuera MARQUINO y MILBIO
MARQUINO: ¿Dó, dices Milbio, que está el joven triste? MILBIO: En esta sepultura está encerrado. MARQUINO: No yerres el lugar do le perdiste. MILBIO: No; que con esta hiedra señalado dejé el lugar adonde el mozo tierno fue con lágrimas tiernas enterrado. MARQUINO: ¿De qué murió? MILBIO: Murió de mal gobierno; la flaca hambre le acabó la vida, peste crüel, salida del infierno. MARQUINO: ¿Al fin dices que ninguna herida le cortó el hilo del vital aliento, ni fue cáncer ni llaga su homicida? Esto te digo, porque hace al cuento, de mi saber que esté este cuerpo entero, organizado todo y en su asiento. MILBIO: Habrá tres horas que le di el postrero reposo y le entregué a la sepultura y de hambre murió, como refiero. MARQUINO: Está muy bien, y es buena coyuntura la que me ofrecen los propicios signos para invocar de la región oscura los feroces espíritus malinos. Presta atentos oídos a mis versos, fiero Plutón, que en la región oscura, entre ministros de ánimos perversos, te cupo de reinar suerte y ventura; haz, aunque sean de tu gusto adversos, cumplidos mis deseos en la dura ocasión que te invoco; no te tardes, ni a ser más oprimido de mí aguardes. Quiero que al cuerpo que aquí está encerrado vuelva el alma que le daba vida aunque el fiero Carón del otro lado la tenga en la ribera denegrida y aunque en las tres gargantas del airado cancerbero está penada y escondida. Salga, y torne a la luz del mundo nuestro que luego tornará al escuro vuestro; y pues ha de salir, salga informada del fin que ha de tener guerra tan cruda y de esto no me encubra y calle nada ni me deje confuso y con más duda la plática de esta alma desdichada. De toda ambigüedad libre y desnuda tiene de ser. Envíala. ¿Qué esperas? ¿Esperas a que hable con más veras? ¿No desmovéis la piedra, desleales? Decid, ministros falsos. ¿Qué os detiene? ¿Cómo no me habéis dado ya señales de que hacéis lo que digo y me conviene? ¿Buscáis con deteneros vuestros males, o gustáis de que ya al momento ordene de poner en efecto los conjuros que ablanden vuestros fieros pechos duros? Ea, pues, vil canalla mentirosa; aparejaos al duro sentimiento, pues sabéis que mi voz es poderosa de doblaros la rabia y el tormento. Dime, traidor esposo de la esposa que seis meses del años a su contento está, sin duda, haciéndote cornudo, ¿por qué a mis peticiones estás mudo? Este yerro, bañado en agua clara que el suelo no tocó en el mes de mayo, herirá en esta piedra, y hará clara y patente la fuerza de este ensayo.
Con el agua clara de la redomilla baña el hierro de la lanza, y luego herirá en la tabla, y debajo suenan cohetes y hágase ruido
Ya pareces, canalla, que a la clara dais muestras de que os toma crüel desmayo. ¿Que rumores son éstos? ¡Ea, malvados, que aún sin venir aquí venís forzados! Levantad esta piedra, fementidos, y descubrid el cuerpo que aquí yace. ¿Qué es esto? ¿Qué tardáis? ¿A dó sois idos? ¿Cómo mi mando al punto no se hace? ¿No curáis de amenazas, descreídos? Pues no esperéis que más os amenace; esta agua negra del estigio lago dará a vuestra tardanza presto pago. Agua de la fatal negra laguna, cogida en triste noche, oscura y negra; ¡por el poder que en ti sola se aúna, a quien otro poder ninguno quiebra, a la banda diabólica importuna y a quien la primer forma de culebra tomó, conjuro, apremio, pido y mando que venga a obedecerme aquí volando!
Rocía con agua negra la sepultura, y ábrase
¡Oh, mal logrado mozo! Salid fuera. Volved a ver el sol claro y sereno. Dejad aquella región do no se espera en ella un día sosegado y bueno. Dame, pues puedes, relación entera de lo que has visto en el profundo seno. Digo de aquello a que mandado eres y más si al caso toca y tú pudieres.
Sale el cuerpo amortajado, con un rostro de muerte, y va saliendo poco a poco, y, en saliendo, déjase caer en el tablado
¿Qué es esto? ¿No respondes? ¿No revives? ¿Otra vez has gustado de la muerte? Pues yo haré que con tu pena avives y tengas el hablarme a buena suerte. Pues eres de los míos, no te esquives de hablarme, responderme. Mira, advierte que, si callas, haré que con tu mengua sueltes la atada y enojada lengua.
Rocía el cuerpo con el agua amarilla, y luego le azotará
Espíritus malignos, ¿no aprovecha? Pues esperad. Saldrá el agua encantada que hará mi voluntad tan satisfecha cuanto es la vuestra pérfida y dañada; y aunque esta carne fuera polvos hecha, siendo con este azote castigada, cobrará nueva aunque ligera vida del áspero rigor suyo oprimida. Alma rebelde, vuelve al aposento que pocas horas ha desocupaste. Ya vuelves, ya lo muestras, ya te siento, que al fin a tu pesar en él te entraste.
En este punto se estremece el cuerpo y habla
MUERTO: Cese la furia del rigor violento tuyo, Marquino. Baste, triste, baste lo que yo paso en la región oscura sin que tú crezcas más mi desventura. Engáñaste si piensas que recibo contento de volver a esta penosa, mísera y corta vida que ahora vivo, que ya me va faltando presurosa. Antes me causas un dolor esquivo pues otra vez la muerte rigurosa triunfará de mi vida y de mi alma. Mi enemigo tendrá doblada palma. El cual, con otros del oscuro bando, de los que son sujetos a agradarte, están con rabia eterna aquí esperando a que acaba, Marquino, de informarte del lamentable fin, del mal infando, que de Numancia puedo asegurarte, la cual acabará a las mismas manos de los que son a ella más cercanos. No llevarán romanos la victoria de la fuerte Numancia, ni ella menos tendrá del enemigo triunfo o gloria, amigos y enemigos siendo buenos; no entiendas que de paz habrá memoria, que habrá albergue en sus contrarios senos; el amigo cuchillo, el homicida de Numancia será, y será su vida; y quédate, Marquino, que los hados no me conceden más hablar contigo, y aunque mis dichos tengas por trocados, al fin saldrá verdad lo que te digo.
En diciendo esto, se arroja el cuerpo en la sepultura
MARQUINO: ¡Oh, tristes signos, signos desdichados! Si esto ha de suceder del pueblo amigo, primero que mirar tal desventura mi vida acabe en esta sepultura.
Arrójase MARQUINO en la sepultura
MARANDRO: Mira, Leonicio, si ves por do yo pueda decir que no me haya de salir todo mi gusto al revés. De toda nuestra ventura cerrado está ya el camino; si no, dígalo Marquino, el muerto y la sepultura. LEONICIO: Que todas son ilusiones, quimeras y fantasías, agüeros y hechicerías, diabólicas invenciones; no muestres que tienes poca ciencia en creer desconciertos; que poco cuidan los muertos de lo que a los vivos toca. MARANDRO: Nunca Marquino hiciera desatino tan extraño, si nuestro futuro daño como presente no viera. Avisemos de este paso al pueblo, que está mortal. Mas, para dar nueva tal, ¿quién podrá mover el paso?

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA

La Numancia, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002