TERCERA JORNADA


Salen los Reyes del CUCO y ALABEZ, don FERNANDO, de moro; ALIMUZEL, ARLAXA y MARGARITA
CUCO: Hermosísima Arlaxa: tu belleza puede volver del mesmo Marte airado en mansedumbre su mayor braveza, y dar leyes al mundo alborotado. ALABEZ: Puedes, con tu estremada gentileza, suspender los estremos del cuidado que amor pone en el alma que cautiva, y hacer que en gloria sosegada viva. CUCO: Puede la luz desos serenos ojos prestarla al sol, y hacerle más hermoso; puede colmar el carro de despojos del dios antojadizo y riguroso. ALABEZ: Puede templar la ira, los enojos del amante olvidado y del celoso; puedes, en fin, parar, sin duda alguna, el curso volador de la Fortuna. ARLAXA: Nace de vuestra rara cortesía la sin par que me dais dulce alabanza, porque no llega la bajeza mía adonde su pequeña parte alcanza. Tendré por felicísimo este día, pues en él toma fuerzas mi esperanza de ver mis aduares mejorados, viendo a sus robadores castigados. Cien canastos de pan blanco apurado, con treinta orzas de miel aún no tocada, y del menudo y más gordo ganado casi os ofrezco entera una manada; dulce lebeni en zaques encerrado, agrio yagurt. Y todo aquesto es nada si mi deseo no tomáis en cuenta, que en su virtud la dádiva se aumenta. CUCO: Admitimos tu oferta, y prometemos de vengarte de aquel que te ha ofendido; que, en fe de haberte visto, bien podemos mostrar el corazón algo atrevido. ALABEZ: Arlaxa, queda en paz, porque tenemos el tiempo limitado y encogido. ARLAXA: Viváis alegres siglos y infinitos, reyes del Cuco y Alabez invitos.
Vanse los reyes
Vuelve a seguir tu comenzada historia, cristiana, sin que dejes cosa alguna que puedas reducir a la memoria de tu adversa o tu próspera fortuna. MARGARITA: Pasadas penas en presente gloria el contarlas la lengua no repugna; mas si el mal está en ser que se padece, al contarle, la lengua se enmudece. Quedé, si mal no me acuerdo, en una mala respuesta que dio mi bizarro hermano a un caballero de prendas, el cual, por satisfacerse, muy malherido le deja. Ausentóse y fuese a Italia, según después tuve nuevas. Tardó mi hermano en sanar mucho tiempo, y no se acuerda en mucho más de su hermana, como si ya muerta fuera. Vi que volaban los tiempos, y que encerraban las rejas el cuerpo, mas no el deseo, que es libre y muy mal se encierra. Vi que mi hermano aspiraba, codicioso de mi hacienda, a dejarme entre paredes, medio viva y medio muerta. Quise casarme yo misma; mas no supe en qué manera ni con quién; que pocos años en pocos casos aciertan. Dejóme un viejo mi padre, hidalgo y de intención buena, con el cual me aconsejase en mis burlas y en mis veras. Comuniquéle mi intento; respondióme que él quisiera que el caballero que tuvo con mi hermano la pendencia, fuera aquel que me alcanzara por su legítima prenda, porque eran tales las suyas, que por estremo se cuentan. Pintómele tan galán, tan gallardo en paz y en guerra, que en relación vi a un Adonis, y a otro Marte vi en la Tierra. Dijo que su discreción igualaba con sus fuerzas, puesto que valiente y sabio pocas veces se conciertan. Estaba yo a sus loores tan descuidada y atenta, que tomó el pincel la fama, y en el alma las asienta; y amor, que por los oídos pocas veces dicen que entra, se entró entonces hasta el alma con blanda y honrada fuerza; y fue de tanta eficacia la relación verdadera, que adoré lo que los ojos no vieron ni ver esperan; que, rendida a la inclemencia de un antojo honrado y simple, mudé traje y mudé tierra. A mi sabio consejero fuerzo a que conmigo venga; que ánimo determinado, de imposibles no hace cuenta. ARLAXA: No te suspendas; prosigue tu bien comenzado cuento, que ninguna cosa siento en él que a gusto no obligue, y aun a pesar. D. FERNANDO: (Y es de modo, Aparte según que voy discurriendo, que al alma va suspendiendo con la parte y con el todo.) MARGARITA: Enamorada de oídas del caballero que dije, me salí del monesterio, y en traje de hombre vestíme. Dejé el hermano y la patria, y, entre alegre y entre triste, con mi consejero anciano a la bella Italia vine. De la mitad de mi alma, para que yo más le estime, supe allí que en estacada venció a tres, y quedó libre, y que la parlera fama, que más de lo que oye dice, le trujo a encerrar a Orán, que espera el cerco terrible. En alas de mi deseo, desde Nápoles partíme; llegué a Orán, facilitando cualquier dudoso imposible, y, apenas pisé su arena, cuando alborotada fuime a saber, sin preguntallo, de quien me tiene tan triste. Dél supe, y pluguiera al cielo, que consuela a los que aflige, que nunca yo lo supiera. D. FERNANDO: Di presto lo que supiste. MARGARITA: Supe que a volverse moro, cosa, a pensarla, imposible, dejó los muros de Orán, y que en vuestra secta vive. Yo, por no vivir muriendo entre sospechas tan tristes, a trueco de ser cautiva, todo el hecho saber quise; y así, arrojada y ansiosa, entre los cristianos vine, de quien fue Nacor la guía, que los trujo a lo que vistes. Ya me quedé, y soy cautiva, y ya os pregunto si vistes a este cristiano que busco, o a este moro que acogistes. Llamábase don Fernando de Saavedra, de insignes costumbres y claro nombre, como su fama lo dice. Por él y por mi rescate, si dél sabéis, se apercibe mi lengua a ofreceros tanto, que pase de lo posible. Ésta es mi historia, señores; nunca alegre, siempre triste; si os he cansado en contalla, lo que me mandastes hice. ARLAXA: Cristiana, de tu dolor casi siento la mitad; que tal vez curiosidad fatiga como el amor. Y al que te enciende en la llama de amor con tantos extremos, como tú, le conocemos solamente por la fama. ALIMUZEL: ¿Debajo de cuál estrella ese cristiano ha nacido, que aun de quien no es conocido los deseos atropella? Ese amigo por quien lloras, y en quien pones tus tesoros, las vidas quita a los moros, y las almas a las moras. D. FERNANDO: Que no es moro está en razón; que no muda un bien nacido, por más que se vea ofendido, por otra su religión. Puede ser que a ese español, que agora tanto se encubre, alguna causa le encubre, como alguna nube al sol. Mas dime: ¿quién te asegura que, después de haberle visto, quede en tu pecho bienquisto? Que engendra amor la hermosura, y si él carece della, como imagino y aun creo, faltando causa, el deseo faltará, faltando en ella. MARGARITA: La fama de su cordura y valor es la que ha hecho la herida dentro del pecho: no del rostro la hermosura; que ésa es prenda que la quita el tiempo breve y ligero, flor que se muestra en enero, que a la sombra se marchita. Ansí que, aunque en él hallase no el rostro y la lozanía que pinté en mi fantasía, no hay pensar que no le amase. D. FERNANDO: Con esa seguridad, presto me ofrezco mostrarte al que puede asegurarte el gusto y la libertad. Muda ese traje indecente, que en parte tu ser desdora, y vístete en el de mora, que la ocasión lo consiente; y con Arlaxa y Muzel los muros de Orán veremos, donde, sin duda, hallaremos tu piadoso o tu crüel; que no es posible dejar de hallarse en aquesta guerra, si no le ha hundido la tierra o le ha sorbido la mar. Alimuzen, no te tardes; ven, y mira que es razón; que en semejante ocasión no es bien parecer cobarde[s]. ALIMUZEL: Haz cuenta que a punto estoy. ARLAXA: A mí nada me detiene. MARGARITA: Ya veis si a mí me conviene seguiros. D. FERNANDO: Pues pase hoy; y mañana, cuando dan las aves el alborada, demos a nuestra jornada principio y al fin de Orán. ¿Queda así? ALIMUZEL: No hay que dudar. ARLAXA: ¿Cómo te llamas, señora? MARGARITA: Margarita; mar do mora[n] gustos que me han de amargar. ARLAXA: Ven, que el amor favorece siempre a honestos pensamientos. D. FERNANDO: (¡Qué atropellados contentos [Aparte] la ventura aquí me ofrece!)
[Vanse] todos. Sale BUITRAGO, solo, a la muralla
[BUITRAGO]: ¡Arma, arma, señor, con toda priesa!; porque en el charco azul columbro y veo pintados leños de una armada gruesa hacer un medio círculo y rodeo; el viento el remo impele, el lienzo atesa; el mar tranquilo ayuda a su deseo. Arma, pues, que en un vuelo se avecina, y viene a tomar tierra a la marina.
A la muralla, el Conde [don ALONSO] y GUZMA´N
D. ALONSO: Turcos cubren el mar, moros la tierra; don Fernando de Cárcamo al momento a San Miguel defienda, y a la guerra se dé principio con furor sangriento. Mi hermano, que en Almarza ya se encierra, mostrará de quién es el bravo intento; que este perro, que nunca otra vez ladre, es el que en Mostagán mordió a su padre. GUZMÁN: Mal puedes defenderle la ribera. D. ALONSO: No hay para qué, si todo el campo cubre del Cuco y Alabez la gente fiera, tanta, que hace horizonte lo que encubre, y los que van poblando la ladera de aquel cerro empinado que descubre y mira esento nuestros prados secos, son los moros de Fez y de Marruecos. Coronen las murallas los soldados, y reitérese el arma en toda parte; estén los artilleros alistados, y usen certeros de su industria y arte; los a cosas diversas diputados acudan a su oficio, y dese a Marte el que a Venus se daba, y haga cosas que sean increíbles de espantosas.
[Vanse] de la muralla el Conde [don ALONSO] y GUZMÁN
BUITRAGO: Ánimas, si queréis que al ejercicio vuelva de mis plegarias y rosario, pedid que me haga el cielo beneficio que siquiera no falte el ordinario; que, aunque de Marte el trabajoso oficio en mi estómago pide estraordinario, con diez hogazas que me envíe, sienta que a seis bravos soldados alimenta.
[Vase], y suenan chirimías y cajas. [Salen] AZÁN Bajá y BAIRÁN con [los] rey[es] del CUCO y ALABEZ
BAIRÁN: Don Francisco, el hermano del valiente don Juan, que naufragó en la Herradura, apercibe gran número de gente, y socorrer a esta ciudad procura. Don álvaro Bazán, otro excelente caballero famoso y de ventura, tiene cuatro galeras a su cargo, y éste ha de ser de tu designio embargo. AZÁN: Su arena piso ya; de Orán colijo no aquella lozanía que dijiste: sólo por tocar arma ya me aflijo, y ver quién será aquel que me resiste. ALABEZ: Quien al padre venció vencerá al hijo. No hay que esperar, ¡oh grande Azán!, embiste; que el tiempo que te tardas, ése quitas a tus vitorias raras e infinitas.
[Salen] a esta sazón ARLAXA y MARGARITA, en hábito de mor[a]; Don FERNANDO como moro, y ALIMUZEL
CUCO: Tienes presente, ¡oh rey Azán!, la gloria de la &áacute;frica y la flor de Berbería; un ángel es que anuncia tu vitoria, que el cielo, donde él vive, te le envía. AZÁN: Tendré yo para siempre en la memoria esta merced, ¡oh gran señora mía!, bella y sin par Arlaxa, en cuanto el cielo pudo de bien comunicar al suelo. ¿Qué buscas entre el áspero ruïdo del cóncavo metal, que, el aire hiriendo, no ha de llevar a tu sabroso oído de Apolo el son, mas el de Marte horrendo? ARLAXA: El tantarán del atabal herido, el bullicio de guerra y el estruendo de gruesa y disparada artillería es para mí süave melodía. Cuanto más, que yo vengo a ser testigo de tus raras hazañas y excelentes, y a servirte estos dos truje conmigo, que cuanto son gallardos son valientes. AZÁN: De agradecer tanta merced me obligo cuando corran los tiempos diferentes de aquéstos, porque el fruto de la guerra en la paz felicísima se encierra.
[Sale] ROAMA, moro, con [don JUAN de Valderrama], un cristiano galán, atadas las manos
ROAMA: El bergantín que de la Vez se llama cautivaron anoche tus fragatas; y éste, que es un don Juan de Valderrama, venía en él. AZÁN: ¿Por qué no le desatas?
Como entra el cautivo, se cubre MARGARITA el rostro con un velo
ALABEZ: ¿Cómo sabes su nombre tú, Roama? ROAMA: Él me lo ha dicho así. AZÁN: Pues mal le tratas; si es caballero, suéltale las manos. D. JUAN: ¿Qué es lo que veo, cielos soberanos?
Mira a Don FERNANDO
AZÁN: ¿De qué tierra eres, cristiano? D. JUAN: De Jerez de la Frontera. AZÁN: ¿Eres hidalgo o villano? ALABEZ: Vestir de aquella manera los villanos no es muy llano. D. JUAN: Caballero soy. AZÁN: ¿Y rico? D. JUAN: Eso no; pues que me aplico a ser soldado, señal que de bienes me va mal; y esto os juro y certifico. ALABEZ: De cristianos juramentos está preñada la tierra, lleno el mar, densos los vientos. AZÁN: ¿Y venías...? D. JUAN: A la guerra. AZÁN: ¡Honrados son tus intentos! MARGARITA: ¡Éste es mi hermano, señora! ARLAXA: Disimula como mora, y cúbrete el rostro más. Cuco ¡Buena guerra agora harás! D. JUAN: ¿Y cómo la hago agora? AZÁN: ¿Qué nuevas hay en España? D. JUAN: No más de la desta guerra, y que ya estás en campaña. AZÁN: Dirán que mi intento yerra en emprender tal hazaña; el socorro aprestarán, el mundo amenazarán, y, estándole amenazando, llegarán a tiempo cuando yo esté en sosiego en Orán. Preséntote este cristiano, Arlaxa, como en indicio de lo que en servirte gano; y acepta el primer servicio que recibes de mi mano; que otros pienso de hacerte con que mejores la suerte de tu aduar saqueado. ARLAXA: Tenga el grande Alá cuidado, grande Azán, de engrandecerte. [ALABEZ]: Azán Vamos, que Marte nos llama a ejercitar el rigor que enciende tu ardiente llama. ARLAXA: Mahoma te dé favor que aumente tu buena fama. Ven, cristiano, y darme has cuenta de quién eres.
[Vanse] todos, excepto Don JUAN y Don FERNANDO
D. JUAN: ¡No consienta el cielo que éste sea aquel que, enamorado y crüel, pudo hacerme honrada afrenta! D. FERNANDO: Escucha, cristiano, espera. D. JUAN: Ya espero, ya escucho, y veo lo que nunca ver quisiera, si me pinta aquí el deseo esta visión verdadera. D. FERNANDO: ¿Qué murmuras entre dientes? D. JUAN: ¿Qué me quieres? D. FERNANDO: Que me cuentes quién eres. D. JUAN: Pues, ¿qué te importa? D. FERNANDO: Hacer tu desgracia corta. D. JUAN: (¡Podrá ser que me la aumentes! Aparte Muestran que no es opinión los sobresaltos que paso, mas cosa puesta en razón, que, sin duda, hace caso tal vez la imaginación, pues pienso que estoy mirando el rostro de don Fernando, su habla, su talle y brío; pero que esto es desvarío su traje me va mostrando.) D. FERNANDO: ¿Todo ha de ser murmurar, cristiano? D. JUAN: Perdona, moro, que no me dejan guardar el cortesano decoro las ansias de mi pesar. Y más, que tú me enmudeces; porque tanto te pareces a un cristiano, que me admiro, que le veo si te miro, y él mismo en ti mismo ofreces. D. FERNANDO: En Orán hay un cristiano que dicen que me parece como esta mano a esta mano, y que si acaso se ofrece vestir hábito africano, ningún moro hay que le vea que no diga que yo sea, y juzgue con evidencia que sólo nos diferencia su vestido y mi librea. No le he visto y voy trazando verle, que verle deseo, ya en paz, o ya peleando. D. JUAN: ¿Cómo se llama? D. FERNANDO: Yo creo que se llama don Fernando, y tiene por sobrenombre Saavedra. D. JUAN: Ése es el hombre por quien con mil males lucho. D. FERNANDO: Desa manera, no es mucho que mi presencia te asombre.
[Sale] ROAMA, el moro
ROAMA: Arlaxa y Fátima están esperándote, cautivo. D. FERNANDO: Ve en paz; que, rendido Orán, si el otro yo queda vivo, tendrá remedio tu afán. D. JUAN: Estimo tu buen deseo; mas, con todo aquesto, creo...; pero no, no creo nada; que es cosa desvariada dar crédito a lo que veo.
[Vanse] don JUAN y ROAMA
D. FERNANDO: Entre sospechas y antojos, y en gran confusión metido, va don Juan lleno de enojos, pues le estorba este vestido no dar crédito a sus ojos. No se puede persuadir que yo pudiese venir a ser moro y renegar; y así, se deja llevar de lo que quise fingir. Su confesión está llana, y más lo estará si mira y si conoce a su hermana; que entonces no habrá mentira que no se tenga por vana. Pregunto: ¿en qué ha de parar este mi disimular, y este vestirme de moro? En que guardaré el decoro con que más me pueda honrar.
[Vase]. Tócase [al] arma; salen a la muralla el Conde [don ALONSO] y GUZMÁN, y al teatro, AZÁN, el CUCO y ALABEZ
D. ALONSO: Veinte asaltos creo que son los que han dado a San Miguel, y éste, según es crüel, me muestra su perdición. No podrá más don Fernando de Cárcamo. GUZMÁN: No, sin duda; mas, si no se le da ayuda, su fin le está amenazando. Fuerza que no se socorre, haz cuenta que está rendida. AZÁN: San Miguel va de vencida, que gran morisma allá corre.
Suena mucha vocería de "¡Li, li, li!" y atambores; sale ROAMA
ROAMA: San Miguel se ha entrado ya, y, sobre el muro español, son tus medias lunas sol, el más bello que hizo Alá. Fuéronse a Mazalquivir algunos que se escaparon. Azán Algún tanto dilataron esos perros el vivir. ALABEZ: Desta huida no se arguye el refrán que el vulgo trata, que es hacer puente de plata al enemigo que huye. CUCO: Hoy de aquel gran capilludo las memorias quedarán enterradas con Orán, pues tú puedes más que él pudo. AZÁN: ¡Valeroso don Martín, que te precias de otro Marte, espera, que voy a darte, a tu usanza, un San Martín!
[Vanse todos. Salen ARLAXA y MARGARITA, cubierto el rostro con un velo, y Don JUAN, como cautivo
D. JUAN: Ayer me entró por la vista cruda rabia a los sentidos, y hoy me entra por los oídos, sin haber quien la resista. Ayer la suerte inhumana, a quien mil veces maldigo, me hizo ver mi enemigo, y hoy me hace oír mi hermana. Quítate el velo, señora, y sacarme has de una duda por quien tiembla el alma y suda. MARGARITA: ¿Otra vez? No puedo agora. D. JUAN: ¡Ay Dios, que la voz es ésta de mi buscada enemiga! MARGARITA: Si el oírme te fatiga, jamás te daré respuesta. D. JUAN: No me tengas más suspenso; descúbrete, que me das, mientra que cubierta estás, un dolor que llega a inmenso. ARLAXA: Fátima, por vida mía, que te descubras; veremos por qué hace estos extremos este cristiano. MARGARITA: Sí haría, si no me importase mucho encubrirme desta suerte. D. JUAN: Los ecos son de mi muerte los que en esta voz escucho. ARLAXA: Descúbrete, no te asombres; que has de saber, si lo ignoras, que nunca para las moras los cristianos fueron hombres. Ya no es nadie el que es esclavo; no tienes que recelarte. MARGARITA: Yo daré, por contentarte, con mis designios al cabo.
[Hablan aparte ARLAXA y doña MARGARITA]
ARLAXA: (Que te conozca, no importa; cuanto más, que has de negallo MARGARITA: Dudosa en todo me hallo. ARLAXA: Ten ánimo, no seas corta.) MARGARITA: Descúbrome; vesme aquí, cristiano; mírame bien. D. JUAN: ¡Oh, el mismo rostro de quien aquí me tiene sin mí! ¡Oh hembra la más liviana que el sol ha visto jamás! ¡Oh hermana de Satanás primero que no mi hermana! Por ejemplos más de dos he visto puesto en efeto que, en perdiéndose el respeto al mundo, se pierde a Dios. ARLAXA: ¿Qué dices, perro? D. JUAN: Que es ésta mi hermana. ARLAXA: ¿Fátima? D. JUAN: Sí. ARLAXA: ¡En mi vida vi ni oí tan linda y graciosa fiesta! ¡Tuya mi hermana! ¿Estás loco? Mírala bien. D. JUAN: Ya la miro. ARLAXA: ¿Qué dices, pues? D. JUAN: Que me admiro, y en el jüicio me apoco. Por dicha, ¿hace Mahoma milagros? ARLAXA: Mil a montones. D. JUAN: ¿Y hace transformaciones? ARLAXA: Cuando voluntad le toma. D. JUAN: ¿Y suele muda[r], tal vez, en mora alguna cristiana? ARLAXA: Sí. D. JUAN: Pues aquésta es mi hermana, y la tuya está en Jerez. ARLAXA: ¡Roama, Roama, ven!
[Sale] ROAMA
ROAMA: Señora; ¿qué es lo que mandas? ARLAXA: Que pongas las carnes blandas a este perro. ROAMA: Está bien.
Vuélvese
ARLAXA: Con un corbacho procura sacarle de la intención una cierta discreción que da indicios de locura. MARGARITA: De cualquiera maleficio, Arlaxa, que al hombre culpa, le viene a sobrar disculpa en la falta del juïcio. No le castigues ansí por cosa que es tan liviana. D. JUAN: ¡J[u]ro a Dios que eres mi hermana, o el diablo está hablando en ti!
Suena dentro asalto
ARLAXA: ¿No oyes, Fátima, que dan asalto a Mazalquivir, que hasta aquí se hace sentir en el conflito en que están? Deja a ese perro, y acude, por si lo podremos ver. MARGARITA: Siempre te he de obedecer.
[Vanse] ARLAXA y MARGARITA
D. JUAN: ¡Y quieren que desto dude! Por ser grande la distancia que hay de mi hermana a ser mora, imagino que en mí mora gran cantidad de ignorancia. Extraño es el devaneo con quien vengo a contender, pues no me deja creer lo que con los ojos veo.
[Vase]. Salen a la muralla Don MARTÍN, el capitán GUZMÁN y BUITRAGO con una mochila a las espaldas y una bota de vino, comiendo un pedazo de pan
D. MARTÍN: ¡Gente soberbia y crüel, a quien ayuda la suerte, no penséis que es éste el fuerte tan flaco de San Miguel! ¡Bravo Guzmán, gran Buitrago, hoy ha de ser vuestro día!
Bebe [BUITRAGO]
BUITRAGO: Déjeme vueseñoría que me esfuerce con un trago. ¡Échenme destos alanos agora de dos en dos, porque yo les juro a Dios que han de ver si tengo manos!
Salen al teatro AZÁN, el CUCO, el ALABEZ, Don FERNANDO y otros moros con escalas
AZÁN: Al embestir no se tarde; porque quiero estar presente, para honrar al que es valiente y dar infamia al cobarde. Muzel, una escala toma, y muéstranos que te dan, como a melionés galán, [manos las del gran Mahoma.] ¡Ea; al embestir, amigos; amigos, al embestir; que hoy será Mazalquivir sepultura de enemigos!
Embisten; anda la grita; lleva [ALI]MUZEL una escala; sube por ella, y otro moro por otra; desciende al moro BUITRAGO, y don FERNANDO ase a [ALI]MUZEL y derríbale; pelea con otros, y mátalos. Todos han de caer dentro del vestuario. Desde un cabo mira AZÁN, el CUCO y el ALABEZ lo que pasa
D. FERNANDO: Ya no es tiempo de aguardar a designios prevenidos, viendo que están oprimidos los que yo debo ayudar. ¡Baja, Muzel! ALIMUZEL: ¿Por ventura, quiéresme quitar la gloria desta ganada vitoria? D. FERNANDO: Aún más mi intento procura. ALIMUZEL: ¡Que me derribas! ¡Espera, que ya abajo a castigarte! D. FERNANDO: Aunque bajase el dios Marte acá de su quinta esfera, no le estimaré en un higo. ¡Oh, cómo que trepa el galgo! ALIMUZEL: Poco puedo y poco valgo con este amigo enemigo. ¿Por qué contra mí, Lozano, esgrimes el fuerte acero?
Riñen los dos
D. FERNANDO: Porque soy cristiano, y quiero mostrarte que soy cristiano. D. MARTÍN: ¡Disparen la artillería! ¡Aquí, Buitrago y Guzmán! ¡Robledo, venga alquitrán! ¡Arrojad esa alcancía! ¡Allí, que se sube aquél! D. FERNANDO: Donde yo estoy, este muro estará siempre seguro; y, aunque le pese a Muzel, este perro vendrá al suelo.
Derriba a otro
AZÁN: ¿Quién es aquél que derriba a cuantos suben arriba? CUCO: Que es renegado recelo; pero yo lo veré presto, y le haré que se arrepienta. AZÁN: A un rey no toca esa afrenta.
Vase el del CUCO contra Don FERNANDO
CUCO: Mahoma se sirve en esto.
Vase
GUZMÁN: Buitrago, el que nos defiende es, sin duda, don Fernando. BUITRAGO: Aqueso estaba pensando, porque a los moros ofende. CUCO: ¡Renegado, perro, aguarda! D. FERNANDO: ¡Rey del Cuco, perro, aguardo! CUCO: ¿Cómo en tu muerte me tardo? D. FERNANDO: Pues la tuya ya se tarda. Alimuzel, désta vas, y tú, rey, irás de aquésta. ¡Concluyóse ya esta fiesta! CUCO: ¡Muy mal herido me has! ALIMUZEL: ¡Muerto me has, moro fingido y cristiano mal cristiano!
Caen dentro del vestuario
D. FERNANDO: Tengo pesada la mano y alborotado el sentido; Dios sabe si a mí me pesa. Gran don Martín valeroso, haz que desciendan al foso y recojan esta presa. GUZMÁN: Don Fernando, señor, es, que viene a hacer recompensa de la cometida ofensa: diez ha herido, y muerto a tres; y el rey del Cuco es aquél que yace casi difunto. D. MARTÍN: Pues socorrámosle al punto. GUZMÁN: Y el otro es Alimuzel. D. MARTÍN: Vayan por la casamata al foso, y retírenlos. BUITRAGO: Vamos por ellos los dos.
Quítase del muro GUZMÁN y BUITRAGO
AZÁN: Ya no es la empresa barata, pues me cuesta un rey, y tantos que en veinte asaltos han muerto. ¿Alboroto, y en el puerto (¿qué podrá ser?) de los Santos?
Suenan tod[as las campanas]
Campanas en la ciudad suenan, señal de alegrías, y tocan las chirimías; aquésta es gran novedad. Vamos a ver lo que es esto, y toquen a recoger. ALABEZ: No sé lo que pueda ser. AZÁN: Pues yo lo sabré bien presto.
[Vanse]. Salen BUITRAGO y GUZMÁN
GUZMÁN: Al retirar, don Fernando, que en gran peligro estás puesto. D. FERNANDO: No lo pienso hacer tan presto. BUITRAGO: Pues, ¿cuándo? D. FERNANDO: Menos sé cuándo. Yo, que escalé estas murallas, aunque no para huir dellas, he de morir al pie dellas, y con la vida amparallas. Conozco lo que me culpa, y, aunque a la muerte me entregue, haré la disculpa llegue adonde llegó la culpa. BUITRAGO: Yo sé muy poco, y diría, y está muy puesto en razón, que la desesperación no puede ser valentía. GUZMÁN: Menos riesgo está en ponerte del conde a la voluntad que hacer la temeridad donde está cierto el perderte. Procúrate retirar, pues es cosa conocida que al mal de perder la vida no hay mal que pueda llegar. En efecto: has de ir por fuerza, si ya no quieres de grado. D. FERNANDO: De vuestra fuerza me agrado, pues más obliga que fuerza. Retirad aquesos dos del foso, que es gente ilustre. BUITRAGO: Locura fuera de lustre el quedarte, ¡juro a Dios!
[Vanse] todos. Salen AZÁN, ARLAXA, MARGARITA, don JUAN, ROAMA, que trae preso a VOZMEDIANO
ROAMA: Éste, pasando de Orán a Mazalquivir, fue preso. AZÁN Éste nos dirá el suceso y por qué alegres están. VOZMEDIANO: Porque les entró un socorro, que por él, ¡oh gran señor!, a la hambre y al temor han dado carta de horro. Un don Álvaro Bazán, terror de naciones fieras, a pesar de tus galeras, ha dado socorro a Orán. En la cantidad es poco, y en el valor sobrehumano. D. JUAN: Si aquéste no es Vozmediano, concluyo con que estoy loco. VOZMEDIANO: ¡Suerte airada, por quien vivo en pena casi infinita! Aquélla, ¿no es Margarita, y su hermano aquel cautivo? AZÁN: ¿Hay nuevas de otro socorro, cristiano? VOZMEDIANO: Dicen que sí. D. JUAN: De haber dudado hasta aquí ya me avergüenzo y me corro. ¿No os llamáis vos Vozmediano? VOZMEDIANO: No, señor. D. JUAN: ¿Qué me decís? VOZMEDIANO: Que no. D. JUAN: ¡Por Dios, que mentís! VOZMEDIANO: Estoy preso y soy cristiano, y así, no os respondo nada. D. JUAN: ¿Aquélla no es Margarita, viejo ruin? VOZMEDIANO: Es infinita vuestra necedad pensada. Pedro &áacute;lvarez es mi nombre: ved si os habéis engañado. D. JUAN: El seso tengo turbado; no hay cosa que no me asombre. Que si éste no es Vozmediano y no es Margarita aquélla, y el que causó mi querella no es el otro mal cristiano, tampoco soy yo don Juan, sino algún hombre encantado.
[Sale] un MORO
MORO: ¿Cómo estás tan sosegado, valeroso y fuerte Azán? Si tardas un momento, no habrá fusta, galera ni bajel de cuantos tienes en este mar que no sea miserable presa del español, que a remo y vela viene a embestirte. Rey Azán, ¿qué aguardas? AZÁN: Todo moro se salve, que los turcos solos se han de embarcar. ¡Adiós, amigos!
Vase
ARLAXA: Fátima, no me dejes; ven conmigo, que tiempo habrá donde a tu gusto acudas. MARGARITA: No te puedo faltar; guía, señora.
[Vanse] las dos
D. JUAN: Solos quedamos, hombre, y sólo quiero que me digas quién eres; que yo pienso que eres un Vozmediano de mi tierra. VOZMEDIANO: No es éste tiempo para tantas largas; la libertad tenemos en las manos; dejalla de cobrar será locura. Pedro &áacute;lvarez me llamo por agora.
[Vase]
D. JUAN: ¿Cómo podré dejarte, hermana o mora?
[Vase]. Salen a la muralla Don MARTÍN, GUZMÁN, Don FERNANDO y BUITRAGO
D MARTÍN: ¡Oh, que se embarca el perro y que se escapa! Dobla la punta, general invicto, y embístele. GUZMÁN: Por más que lo procura, no es posible alcanzarle. D. FERNANDO: ¡A orza, a orza, con la vela hasta el tope! ¡Oh, que se escapa! De Canastel el cabo dobla, y vase. D. MARTÍN: Los perros de la tierra, en remolinos confusos, con el miedo a las espaldas, huyen y dejan la campaña libre. BUITRAGO: Toda la artillería se han dejado. GUZMÁN: Las proas endereza nuestra Armada al puerto, y ya de Orán el conde insigne ha salido también. D. MARTÍN: A la marina, que el bravo don Francisco de Mendoza no tardará en llegar.
[Vanse] Don MARTÍN y BUITRAGO
D. FERNANDO: Amigo, escucha: ¿no ves aquel montón que va huyendo de moros por la falda del ribazo? GUZMÁN: Muy bien. ¿Por qué lo dices? D. FERNANDO: Allí creo que va desta alma la mitad. GUZMÁN: ¿Va Arlaxa? D. FERNANDO: Arlaxa va. GUZMÁN: ¡Mahoma la acompañe! D. FERNANDO: Ven, que con ella va la que me lleva el alma, y me conviene detenellas; sígueme, que has de hacer por mí otras cosas que me importan la honra. GUZMÁN: Yo te sigo; que hasta la aras he de serte amigo.
[Vanse]. Sale[n], como que se desembarca, Don FRANCISCO de Mendoza; recíbenle el Conde [don ALONSO], don MARTÍN, BUITRAGO y otros
D. ALONSO: Sea vuesa señoría bien venido, cuanto ha sido el deseo que de verle estas fuerzas han tenido. D. FRANCISCO: El cielo, a lo que creo, en mi mucha tardanza ha sido parte, porque viese esta tierra más de un Marte; que de aquestas murallas las rüinas muestran que aquí hubo brazos de fuerzas que llegaron a divinas. BUITRAGO: Rompen por embarazos imposibles los hartos y valientes, y esto saben mis brazos y mis dientes. D. MARTÍN: ¡Paso, Buitrago! BUITRAGO: Yo, señor, bien puedo hablar, pues soy soldado tal, que a la hambre sola tengo miedo. Ya el cerco es acabado. D. MARTÍN: No es para aquí, Buitrago, aqueso. ¡Paso! BUITRAGO: Nadie sabe la hambre que yo paso. D. ALONSO: Cincuenta y siete asaltos reforzados dieron los turcos fieros a estos terrones por el suelo echados. BUITRAGO: Cincuenta y siete aceros tajantes respondieron a sus bríos, todos en peso destos brazos míos. Corté y tajé más de una turca estambre. D. ALONSO: ¡Buitrago, basta agora! BUITRAGO: Bastará, a no morirme yo de hambre. D. FRANCISCO: En vuestro pecho mora, famoso don Martín, la valentía. BUITRAGO: Y en el mío la hambre y sed se cría.
[Sale] el capitán GUZMÁN y lee un billete a Don FRANCISCO; y, en leyéndole, dice
D. FRANCISCO: Haráse lo que pide don Fernando; que todo lo merece lo que dél va la fama publicando. Coyuntura se ofrece donde alegre y seguro venir puede. GUZMÁN: Tu gran valor al que es mayor excede.
[Vase] GUZMÁN
D. FRANCISCO: Pido, en albricias deste buen suceso, señor conde, una cosa que por algo atrevida la confieso, mas no dificultosa. D. ALONSO: ¿Qué me puede mandar vueseñoría que no haga por deuda o cortesía? D. FRANCISCO: De don Fernando Saavedra pido perdón, porque su culpa con su fogoso corazón la mido, y el dará su disculpa. D. ALONSO: Muy mal la podrá dar; pero, con todo, señor, a vuestro gusto me acomodo.
[Salen] Don FERNANDO y ALIMUZEL, con una banda, como que está herido, ARLAXA, MARGARITA, Don JUAN y VOZMEDIANO
D. FERNANDO: Si confesar el delito, con claro arrepentimiento, mitiga en parte la ira del juez que es sabio y recto, yo, arrepentido, aunque tarde, el mal que hice confieso, sin dar más disculpa dél que un honrado pensamiento. A la voz del desafío deste moro corrí ciego, sin echar de ver los bandos, que al más bravo ponen freno. Pero no es éste lugar para alargarme en el cuento de mi extraña y rara historia, que dejo para otro tiempo. D. ALONSO: Agradecedlo al padrino que habéis tenido, que creo que allí llegará la pena do llegó el delito vuestro. Pero, ¿qué moras son éstas?, ¿y qué cautivos? ¿Qué es esto? D. FERNANDO: Todo lo sabrás después, y por agora te ruego que me des, señor, licencia, para hablar sólo un momento y acomodar muchas causas de quien verás los efectos. D. ALONSO: Hablad lo que os diere gusto, que del vuestro le tendremos; que siempre vuestras palabras responden a vuestros hechos. D. FERNANDO: Yo soy, Arlaxa, el cristiano, y entiende que ya no miento, don Fernando, el de la fama, que te enamoró el deseo. La palabra que le diste a Alimuzel tenga efecto, que él hará entrego de mí, pues yo en sus manos me entrego. Y vos, don Juan valeroso, cuyo honrado y noble intento os trujo a tal confusión que os turbó el conocimiento, perdonad a vuestra hermana, que el romper del monesterio redundará en su alabanza, señor, si vos gustáis dello. Sin dote será mi esposa; que nunca falta el dinero donde los gustos se miden y se estrechan los deseos. En esta mora en el traje a vuestra hermana os ofrezco, y a mi esposa, si ella quiere. MARGARITA: Yo sí quiero. D. FERNANDO: Yo sí quiero. D. JUAN: ¿No es aquéste Vozmediano? VOZMEDIANO: El mismo. D. JUAN: ¡Gracias al cielo que, tras de tantos nublados, claro el sol y alegre veo! No es este famoso día de venganzas, y no tengo corazón a quien no ablande tal sumisión y tal ruego. Yo perdono a Margarita, y por esposa os la entrego, Alejandro de mi hacienda, pues la mitad os ofrezco. ARLAXA: Y yo la mano a Muzel; que, aunque mora, valor tengo para cumplir mi palabra; cuanto más, que lo deseo. D. ALONSO: Tan alegre destas cosas estoy, cuanto estoy suspenso, porque dellas veo el fin, y no imagino el comienzo. D. FERNANDO: ¿Ya no te he dicho, señor, que te lo diré a su tiempo?
[Sale] UNO
UNO: En este punto espiró el buen alférez Robledo. GUZMÁN: Dios le perdone, y mil gracias doy al piadoso cielo, que me quitó de los hombros tan pesado sobrehueso. Quien quiere tener la vida rendida a cualquier encuentro, y no tener gusto en ella ni velando ni durmiendo, afrente a algún bien nacido, y verá presente luego el rostro que el temor tiene, la sospechas y el recelo. BUITRAGO: Quien quisiere se le quite todo temor, todo miedo, tenga hambre, y verá como cesa todo en no comiendo. D. MARTÍN: Yo añadiré las raciones, Buitrago. BUITRAGO: ¡Hágate el cielo vencedor nunca vencido por casi siglos eternos! D. ALONSO: Entremos en la ciudad, señor don Francisco. D. FRANCISCO: Entremos, porque a la vuelta me llaman estos favorables vientos, y quiero deste principio entender estos sucesos, porque, en ser de don Fernando, gustaré de que sean buenos. BUITRAGO: Tóquense las chirimías y serán, si bien comemos, dulces y alegres las fiestas. GUZMÁN: ¿Y si no? BUITRAGO: Renegaremos. UNO: ¡Buitrago, daca el alma! BUITRAGO: ¡Hijo de puta! ¿Tenemos más almas que dar, bellaco? UNO: ¡Daca el alma! BUITRAGO: ¡Por San Pedro, que si os asgo, hi de poltrón, que habéis de saber si tengo alma que daros! GUZMÁN: Buitrago, no haya más, que llega el tiempo de dar fin a esta comedia, cuyo principal intento ha sido mezclar verdades con fabulosos intentos.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002