LA CASA DE LOS CELOS
Y SELVAS DE ARDENIA

Miguel de Cervantes

Texto basado en la edición príncipe, LA CASA DE LOS CELOS en OCHO COMEDIAS Y OCHO ENTREMESES NUEVOS NUNCA REPRESENTADOS, COMPUESTAS POR MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA (Madrid: Viuda de Alonso Martín, 1615). Fue editado en forma electrónica por Vern G. Williamsen en 1997.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


[Salen] REINALDOS y MALGESÍ
REINALDOS: Sin duda que el ser pobre es causa desto; pues, ¡vive Dios!, que pueden estas manos echar a todas horas todo el resto con bárbaros, franceses y paganos. ¿A mí, Roldán, a mí se ha de hacer esto? Levántate a los cielos soberanos, el confalón que tienes de la Iglesia. O reniego, o descreo... MALGESÍ: ¡Oh, hermano! REINALDOS: ¡Oh, pesia...! MALGESÍ: Mira que suenan mal esas razones. REINALDOS: Nunca las pasa mi intención del techo. MALGESÍ: Pues, ¿por qué a pronunciallas te dispones? REINALDOS: ¡Rabio de enojo y muero de despecho! MALGESÍ: Pónesme en confusión. REINALDOS: Y tú me pones... ¡Déjame, que revienta de ira el pecho! MALGESÍ: ¡Por Dios!, que has de decirme en este instante con quién las has. REINALDOS: Con el señor de Aglante. Con aquese bastardo, malnacido, arrogante, hablador, antojadizo, más de soberbia que de honor vestido. MALGESÍ: ¿No me dirás, Reinaldos, qué te hizo? REINALDOS: ¿Que a tanto desprecio he yo venido, que así ose atrevérseme un mestizo? Pues ¡juro a fe que, aunque le valga Roma, que le mate, y le guise, y me le coma! En un balcón estaba de palacio, y con él Galalón junto a su lado; yo entraba por el patio, muy de espacio, cual suelo, de mí mismo acompañado; los dos miraron mi bohemio lacio y no de perlas mi capelo ornado; tomáronse a reír, y a lo que creo, la risa fue de ver mi pobre arreo. Subí, como con alas, la escalera, de rabia lleno y de temor vacío; no los hallé donde los vi, y quisiera ejecutar en mí mi furia y brío. Entráronse allá dentro, y, si no fuera porque debo respeto al señor mío, en su presencia le sacara el alma, pequeña a tanta injuria, y débil palma. De aquel traidor de Galalón no hago cuenta ninguna, que es cobarde y necio; de Roldán, sí, y en ira me deshago, pues me conoce, y no me tiene en precio. Pero presto tendrán los dos el pago, pagando con sus vidas mi desprecio, aunque lo estorbe... MALGESÍ: ¿No ves que desatinas? REINALDOS: Con aquesas palabras más me indinas. MALGESÍ: Roldán es éste, vesle aquí que sale, y con él Galalón. REINALDOS: Hazte a una parte, que quiero ver lo que este infame vale, que es tenido en el mundo por un Marte.
[Salen] ROLDÁN y GALALÓN
¡Agora, sí, burlón, que no te cale en la estancia de Carlos retirarte, ni a ti forjar traiciones y mentiras para volver pacíficas mis iras! GALALÓN: Vuélvome, porque es éste un atrevido y el decir y hacer pone en un punto.
[Vase]
REINALDOS: ¡Bien os habéis de mi ademán reído los dos, a fe! ROLDÁN: ¡Que está loco barrunto! REINALDOS: ¿Dónde está aquel cobarde? MALGESÍ: Ya se ha ido. REINALDOS: Tuvo temor de no quedar difunto si un soplo le alcanzara de mi boca. ROLDÁN: ¡A risa su arrogancia me provoca! ¿Con quién las has, Reinaldos? REINALDOS: ¿Yo? Contigo. ROLDÁN: ¿Conmigo? Pues, ¿por qué? REINALDOS: Ya tú lo sabes. ROLDÁN: No sé más de que siempre fui tu amigo, pues de mi voluntad tienes las llaves. REINALDOS: Tu risa ha sido deso buen testigo; no hay para qué tan sin porqué te alabes. Dime: ¿puede, por dicha, la pobreza quitar lo que nos da naturaleza? Que yo trujera con anillos de oro adornadas mis manos y trujera con pompa, a modo de real decoro, mi persona compuesta; ¿adóndequiera rindiera yo con esto al fuerte moro o al gallardo español, que nos espera? No; que no dan costosos atavíos fuerza a los brazos y a los pechos bríos. Mi persona desnuda, y esta espada, y este indomable pecho que conoces, ancha se harán adondequiera entrada, como en la seca mies agudas hoces. Mi fuerza conocida y estimada está por todo el orbe dando voces, diciendo quién yo soy; y así, tu burla contra toda razón de mí se burla. Y, porque veas que en razón me fundo, mete mano a la espada y haz la prueba: verás que en nada no te soy segundo, ni es para mí el probarte cosa nueva. ¿Que de nuevo te ríes, pese al mundo? ROLDÁN: ¿Qué endiablado furor, primo, te lleva a romper nuestras paces, o qué risa así el aviso tuyo desavisa? MALGESÍ: Dice que dél hiciste burla cuando entraba por el patio de palacio, su poco fausto y soledad mirando, y su bohemio, por antiguo, lacio. Pensólo, y, su estrecheza contemplando, y creyendo la burla, en poco espacio la escalera subió; y, si allí os hallara, en llanto vuestra risa se tornara. ROLDÁN: Hiciera mal, porque por Dios os juro que no me pasó tal por pensamiento; y desto puede estar cierto y seguro, pues yo lo digo y más con juramento. Al pilar de la Iglesia, al fuerte muro, al amparo de Francia y al aliento de los pechos valientes, ¿quién osara, aunque en ello la vida le importara? Esta disculpa baste, ¡oh primo amado!, para templar vuestra no vista furia; que no es costumbre de mi pecho honrado hacer a nadie semejante injuria. Y más a vos, que solo habéis ganado más oro que tendrá y tiene Liguria, si es que la honra vale más que el oro que en Tíbar cierne el mal vestido moro. Dadme esa mano, ¡oh primo!, porque, en uno estas dos que imagino sin iguales, no siento yo que habrá valor alguno que de su puerta llegue a los umbrales.
Vuelve GALALÓN con el EMPERADOR Carlomagno
EMPERADOR: ¿Que así comenzó a hablar el importuno, y descubrió en el modo indicios tales, que presto de la lengua desmandada pasaría la cólera a la espada? GALALÓN: No los pongas en paz, porque es prudencia, y en materia de estado esto se advierte, tener a tales dos en diferencia, que son ministros de tu vida y muerte; que, habiendo entre dos grandes competencia y entre dos consejeros, de tal suerte el uno y otro a sus contrarios temen, que es fuerza que en virtud ambos se estremen, por temor de las ciertas parlerías que te podrá decir aquél de aquéste; y no desprecies las razones mías, si no quieres que caro no te cueste. EMPERADOR: No están de aquel talante que decías. Di: ¿Roldán no es aquél? ¿Reinaldos, éste? En paz están, y asidos de la mano. GALALÓN: Señores, ¿no habéis visto a Carlomano? ROLDÁN: ¡Oh grande emperador! EMPERADOR: ¡Oh amados primos! ¿Habéis tenido algún enojo acaso? ROLDÁN: Sin padrinos los dos nos avenimos cuando torcemos de amistad el paso. Muchas veces confieso que reñimos, mas ninguna de veras. GALALÓN: A hablar paso Reinaldos y sin cólera, no hiciera que nuestro emperador aquí viniera; que yo le truje imaginando, cierto, que estábades los dos ya en gran batalla. MALGESÍ: Holgáraste que el uno fuera muerto, y aun los dos; que este intento en ti se halla. EMPERADOR: Tu temor ha salido en todo incierto. De lo que a mí me place, es que la malla y los aceros destos dos varones requieren más honrosas ocasiones. ROLDÁN: Reinaldos, no le tengas ojeriza a Galalón, que a fe que es nuestro amigo. MALGESÍ: ¡Así le viese yo hecho ceniza, o de la suerte que en mi mente digo! Éste es el soplo que aquel fuego atiza y enciende, por quien siempre es enemigo nuestro buen rey de nuestro buen linaje. REINALDOS: ¡Cuán sin aliento viene aqueste paje!
[Sale un PAJE]
PAJE: Señor, si quieres ver una ventura, [sic] que en la vida se ha visto semejante, ponte a ese corredor: que te aseguro que es aventicio hermoso y elegante. REINALDOS: ¡Donoso ha estado el paje! PAJE: Yo lo juro por vida de mi padre. Trae delante una diosa del cielo dos salvajes que sirven de escuderos y de pajes; una que debe ser su bisabuela viene detrás sobre una mula puesta. Digo que es cosa de admirar. Mas hela do asoma: ved si viene bien compuesta. MALGESÍ: ¿Si viene con mistura de cautela tan grande novedad? EMPERADOR: Poco te cuesta saberlo si tu libro traes a mano. MALGESÍ: Aquí le tengo, y el saberlo es llano.
Apártase MALGESÍ a un lado del teatro, saca un libro pequeño, pónese a leer en él, y luego sale una figura de demonio por lo hueco del teatro y pónese al lado de MALGESÍ; y han de haber comenzado a entrar por el patio ANGÉLICA la bella, sobre un palafrén, embozada y la más ricamente vestida que ser pudiere; traen la rienda dos salvaje[s], vestidos de yedra o de cáñamo teñido de verde; detrás viene una DUEÑA sobre una mula con gual[d]rapa. Trae delante de sí un rico cofrecillo y a una perrilla de falda; en dando una vuelta al patio, la apean los salvajes, y va donde está el EMPERADOR, el cual, como la ve, dice
EMPERADOR: Digo que trae gallarda compostura y que es gallardo el traje y peregrino, y que si llega al brío la hermosura, que pasa de lo humano a lo divino. MALGESÍ: ¿Aventura es aquésta? Es desventura. EMPERADOR: ¿Qué dices, Malgesí? MALGESÍ: No determino aún bien lo que es. EMPERADOR: Pues mira más atento. MALGESÍ: Ya procuro cumplir tu mandamiento. EMPERADOR: Salid a la escalera a recebilla, y traed a la dama a mi presencia. REINALDOS: Cierto que es ésta estraña maravilla. MALGESÍ: Cierto que no yerra aquí mi ciencia. EMPERADOR: ¿Qué es eso, Malgesí? MALGESÍ: Darás a oílla gratos oídos, pero no creencia; que esta dama que ves... Aún no sé el resto; escúchala, que yo lo sabré presto.
[Sale] en el teatro ANGÉLICA con los salvajes y la DUEÑA, acompañada de REINALDOS, ROLDÁN y GALALÓN; viene ANGÉLICA embozada
ANGÉLICA: Prospere el alto cielo, poderoso señor, tu real estado, y seas en el suelo por uno y otro siglo prolongado de tan rara ventura, que del tiempo mudable esté segura. Puesto que tu presciencia de un sí cortés me tiene asegurada, no osaré sin licencia decirte, ¡oh gran señor!, una embajada, que aumentará la fama que a tanto prez y a tanto honor te llama. EMPERADOR: Decid lo que os pluguiere. ANGÉLICA: Hizo verdad tu sí mi pensamiento. Presta a lo que dijere, sagrado emperador, oído atento, y préstenmele aquéllos a quien la gola señaló sus cuellos. Soy única heredera del gran rey Galafrón, cuyo ancho imperio deste mar la ribera, ni aun casi la mitad del hemisferio, sus límites describe; que en otros mares y otros cielos vive. A su grandeza iguala su saber, en el cual tuvo noticia ser mi ventura mala, si así como el estado real codicia, a varón me entregase que en sangre y en grandeza me igualase. Halló por cierto y llano que el que venciese en singular batalla a un mi pequeño hermano que viste honrosa, aunque temprana malla, éste, cierto, sería bien de su reino y la ventura mía. Por provincias diversas he venido con él, donde he tenido ya prósperas, ya adversas venturas, y a la fin me he conducido a este reino de Francia, donde tengo por cierta mi ganancia. De Ardenia en las umbrosas selvas queda mi hermano, allí esperando quien, ya por codiciosas prendas, o esta belleza deseando,
Desembózase
su fuerte brazo pruebe; y es lo que he de decir lo que hacer debe. Quien fuere derribado del golpe de la lanza, ha de ser preso, porque le está vedado poner mano a la espada; y es expreso del rey este mandato, o, por mejor decir, concierto y pacto. Y si tocare el suelo mi hermano, quedará quien le venciere levantado a mi cielo, o noble sea, o sea el que se fuere, y no de otra manera. MALGESÍ: ¡Qué bien que lo relata la hechicera! ANGÉLICA: ¡Ea, pues, caballeros!, quien reinos apetece y gentileza, aprestad los aceros, que a poco precio venden la belleza que veis, venid en vuelo. ROLDÁN: ¡Por Dios, que encanta! REINALDOS: Admira, ¡vive el cielo! ANGÉLICA: Ya te he dicho mi intento. Conviéneme que dé la vuelta luego. EMPERADOR: Deteneos un momento, si es que puede con vos mi mando o ruego, porque seáis servida según vuestra grandeza conocida. ANGÉLICA: Lo imposible me pides; dame licencia y queda en paz. EMPERADOR: Pues veo que a tu gusto te mides, en buen hora te vuelve, y el deseo de servirte recibe. MALGESÍ: ¡El mismo engaño en esta falsa vive!
Vase ANGÉLICA y su compañía
REINALDOS: ¿Para qué vas tras ella, Roldán? ROLDÁN: Son excusadas tus demandas. REINALDOS: Yo solo he de ir con ella. ROLDÁN: ¡Qué impertinente y qué soberbio andas! REINALDOS: ¡Detente, no la sigas! ROLDÁN: Reinaldos, bueno está; no me persigas. MALGESÍ: Deténlos, no los dejes; haz, señor, que se prenda aquella maga. REINALDOS: Como de aquí te alejes, daréte de tu intento justa paga. EMPERADOR: ¿Qué desvergüenza es ésta? MALGESÍ: Manda prender aquella deshonesta, que será, a lo que veo, la ruina de Francia en cierto modo. ROLDÁN: Cumpliré mi deseo a tu pesar, y aun al del mundo todo. REINALDOS: Camina, pues, y guarte. EMPERADOR: Acaba, Malgesí, de declararte. MALGESÍ: Ésta que has visto es hija del Galafrón, cual dijo; mas su intento, que el cielo le corrija, es diferente del fingido cuento, porque su padre ordena tener tus Doce Pares en cadena; y, si los prende, piensa venir sobre tu reino y conquistalle; y trázase esta ofensa con enviar su hijo y adornalle con una hermosa lanza, con que de todos la vitoria alcanza. La lanza es encantada, y tiene tal virtud, que, aquel que toca, le atierra, y es dorada; por eso pide aquella infame y loca que la espada no prueben los que a la empresa con valor se atreven. Por añagaza pone aquella incomparable hermosura, que el corazón dispone aun de la más cobarde criatura para que el hecho intente, do, aunque se pierda, nunca se arrepiente. Serán tus Doce Pares presos si no lo estorbas, señor mío, y otros muchos millares de los tuyos que tienen fuerza y brío para mayores cosas. EMPERADOR: Las que has contado son bien espantosas; mas no sé remediallas, y es porque no las creo. A ti te queda creellas y estorballas. MALGESÍ: Haré cuanto mi industria y ciencia pueda. GALALÓN: No son muy verdaderos, a decirte verdad, tus consejeros.
[Vanse] el EMPERADOR y GALALÓN
MALGESÍ: Mi hermano va enojado con Roldán. Estorbar quiero su daño. En laberinto he entrado que apenas saldré dél. ¡Oh ciego engaño, oh fuerza poderosa de la mujer que es, sobre falsa, hermosa!
[Vase] MALGESÍ, y [sale] BERNARDO del Carpio, armado, y tráele la celada un VIZCAÍNO, su escudero, con botas y fieltro y su espada
BERNARDO: Aquí, fuera de camino, podré reposar un poco. VIZCAÍNO: Señor sabio, que estás loco, tino vuelves desatino. Vizcaíno que escudero llevas contigo, te avisa camines no tanta prisa, paso lleves de arriero. Tierra buscas, tierra dejas, tanta parece hazaña, pues, metiendo en tierra extraña, por Dios, de propria te alejas. Bien que en España hay que hacer; moros tienes en fronteras, tambores, pitos, banderas hay allá; ya puedes ver. BERNARDO: ¿Ya no te he dicho el intento que a esta tierra me ha traído? VIZCAÍNO: Curioso mucho atrevido goza nunca pensamiento. Bien podrás, bien podrás, dejar mala tanto hazaña; a las de guerra y España llama. BERNARDO: Ya te entiendo, Blas. VIZCAÍNO: Bien es que sepas de yo buenos que consejos doy; que, por Juan Gaicoa, soy Vizcaíno; burro, no. Señor, mira, si es que ver poder quieres del francés, camino aqueste no es derecho; puedes volver. BERNARDO: Dicen que estas selvas son donde se hallan de contino, por cualquier senda o camino, venturas de admiración, y que en la mitad o al fin, o al principio, o no sé dónde, entre unos bosques se esconde el gran padrón de Merlín, aquel grande encantador, que fue su padre el demonio. VIZCAÍNO: Echado está testimonio, y levántanle, señor. BERNARDO: Hele de buscar y hallar, si mil veces rodease estas selvas. VIZCAÍNO: Tiempo vase; duerme, o vuelve a caminar. BERNARDO: Vuelve, y ve si Ferraguto viene, que se quedó atrás, y a do quedo le dirás. VIZCAÍNO: Escudero siempre puto. BERNARDO: Dura y detestable guerra, por sólo aquesto eres buena: que en pluma vuelves la arena, y en blanda cama la tierra. Tú ofreces, doquier que estás, anchos y estendidos lechos, si no es que hay campos estrechos por donde los pasos das. Eres un cierto beleño que, entre cuidados y enojos, ofreces siempre a los ojos blando, aunque forzoso sueño. Eres de su calidad, según muestra la experiencia, madre de la diligencia, madrastra de ociosidad. Venid acá vos, cimera, rica y extremada pieza, y, pues sois de la cabeza, servidme de cabecera, que ya el sueño de rondón va ocupando mis sentidos. ¡Bien dicen que los dormidos imagen de muerte son!
Échase a dormir BERNARDO junto al padrón de Merlín, que ha de ser un mármol jaspeado, que se pueda abrir y cerrar, y a este instante parece encima de la montaña el mancebo ARGAL&IacutelA, hermano de ANGÉLICA la bella, armado y con una lanza dorada
ARGALÍA: Mucha tierra se descubre de encima desta montaña: de aquesta parte es campaña, de estotra el bosque la cubre; allí el camino blanquea, y hasta París va derecho. ¡Si mi hermana hubiese hecho el gran caso que desea! Mas, si no me miente acaso la vista, aquélla es, sin duda, que el camino trueca y muda, y hacia aquí endereza el paso. Los palafrenes envía por el camino real. En cuanto hace, no hace mal; recebirla es cortesía.
[Vase] ARGALÍA y sale ANGÉLICA con los salvajes y la DUEÑA
ANGÉLICA: Cierto que es ésta la senda, o no acierto bien las señas, y a la vuelta destas peñas sin duda está nuestra tienda. DUEÑA: ¿Cuándo, señora, veremos el fin de nuestros caminos? ¿Cuándo destos desatinos a buen acuerdo saldremos? ¿Cuándo me veré, ¡ay de mí!, con mi almohadilla, sentada en estrado y descansada, como algún tiempo me vi? ¿Cuándo dejaré de andar, cuando el sol salga o tramonte, deste monte en aquel monte, de un lugar a otro lugar? ¿Cuándo de mis redomillas veré los blancos afeites, las unturas, los aceites, las adobadas pasillas? ¿Cuándo me daré un buen rato en reposo y sin sospecha? Que traigo esta cara hecha una suela de zapato. Los crudos aires de Francia me tienen de aqueste modo. ANGÉLICA: Calla, que bien se hará todo. DUEÑA: No te arriendo la ganancia; que según yo vi el denuedo de aquellos dos paladines, de tus caminos y fines esperar buen fin no puedo. ANGÉLICA No atinas con la verdad; calla, que mi hermano viene.
[Sale] ARGALÍA
ARGALÍA: ¡Oh rico archivo, do tiene sus tesoros la beldad! ¿Cómo vienes, y en qué modo has salido con tu intento? ANGÉLICA: Midióse a mi pensamiento la ventura casi en todo. Vámonos al pabellón, que allí, de espacio y sentada, contaré de mi embajada el principio y conclusión. ARGALÍA: Bien dices, hermana; ven, que bien cerca de aquí está. DUEÑA: La triste que cual yo va, yo sé que no va muy bien; que de la madre me aprieta un gran dolor en verdad. Todo aquesto es frialdad deste andar a la jineta.
[Vanse] todos, sino es BERNARDO, que aún duerme; suene música de flautas tristes; despierta BERNARDO, ábrese el padrón, pare una figura de muerto, y dice
ESPÍRITU: Valeroso español, cuyo alto intento de tu patria y amigos te destierra, vuelve a tu amado padre el pensamiento, a quien larga prisión y escura encierra. A tal hazaña es gran razón que atento estés, y no en buscar inútil guerra por tan remotas partes y excusadas, adonde son las dichas desdichadas. Tiempo vendrá que del francés valiente, al margen de los montes Pireneos, bajes la altiva y generosa frente y goces de honrosísimos trofeos. Sigue de tu ventura la corriente, que iguala al gran valor de tus deseos; verás como te sube tu fortuna sobre la faz convexa de la luna. Por ti tu patria se verá en sosiego, libre de ajeno mando y señorío; tú serás agua al encendido fuego que arde en el pecho que de casto es frío. Deja estas selvas, do caminas ciego, llevado de un curioso desvarío. Vuelve, vuelve, Bernardo, a do te llama un inmortal renombre y clara fama. De Merlín el espíritu encantado soy, que aquí yago en esta selva obscura, del cielo para bien y mal guardado, aunque en mis males siempre se conjura; y no seré deste lugar llevado a la negra región do el llanto dura, hasta que crucen estas selvas fieras muchas y cristianísimas banderas. Mil cosas se me quedan por contarte, que otra vez te diré, porque ahora importa detrás de aquestas ramas ocultarte, donde será tu estada breve y corta. A dos, que cada cual por sí es un Marte, pondrás en paz, o mostrarás que corta tu espada. Y, sin hablar, haz lo que digo, y entiende que te soy y seré amigo.
Ciérrase el padrón, éntrase en él BERNARDO sin hablar palabra, y luego sale REINALDOS
REINALDOS: En vano mis pasos muevo pues, entre estas flores tantas no hay señales de las plantas que por guía y norte llevo. Que si aquí hubieran pisado, claro estaba que este suelo fuera un traslado del cielo, de varias lumbres pintado. ¿Qué flor tocará la bella planta, a mí tan dulce y cara, que luego no se tornara, o ya en sol, o en clara estrella? Lejos estoy del camino que a do está mi cielo guía, pues este suelo no envía, o luz clara, o olor divino. Mas ya no tendré pereza en buscar este sol bello, pues me han de guiar a vello ya su luz, ya su belleza. Pero, ¿qué es esto, que el sueño así me acosa y aprieta? ¡Oh fuerza libre, sujeta a fuerzas de tan vil dueño! Aquí me habré de acostar, al pie deste risco yerto, haciendo imagen de un muerto, pues estoy para expirar.
Recuéstase REINALDOS, pone el escudo por cabecera, y entra luego ROLDÁN embrazado de el suyo
ROLDÁN: ¡Tantas vueltas sin provecho! ¿Dónde, ¡oh sol!, te tramontaste después que tu luz dejaste en lo mejor de mi pecho? Descúbrete, sol hermoso, que voy buscando tu lumbre por el llano y por la cumbre, desalentado y ansioso. ¡Oh, Angélica, luz divina de mi humana ceguedad, norte cuya claridad a nuevo ser me encamina! ¿Cuándo te verán mis ojos, o cuándo, si no he de verte, vendrá la espantosa muerte a triunfar de mis despojos? Mas, ¿quién es este holgazán que duerme con tal remanso? No hay quien no viva en descanso sino el mísero Roldán. ¿Qué es esto? Reinaldos es el que yace aquí dormido. ¡Oh primo, al mundo nacido para grillos de mis pies, para esposas de mis manos, para infierno de mis glorias, para opuesto a mis vitorias, para hacer mis triunfos vanos, para acíbar de mi gusto! Mas yo haré que no lo seas: sin que el mundo ni tú veas que paso el término justo, quitarte quiero la vida. Mas, ¡ay, Roldán! ¿Cómo es esto? ¿Ansí os arrojáis tan presto a ser traidor y homicida? ¿Qué decís, mal pensamiento? ¿Decísme que es mi rival, y que consiste en su mal todo el bien de mi tormento? Sí decís; mas yo sé, al fin, que el que es buen enamorado tiene más de pecho honrado que de traidor y de ruin. Yo fui Roldán sin amor, y seré Roldán con él, en todo tiempo fïel, pues en todo busco honor. Duerme, pues, primo, en sazón; que arrimo te sea mi escudo; que, aunque amor vencerme pudo, no me vence la traición. El tuyo quiero tomar, porque adviertas, si despiertas, que amistades que son ciertas nadie las puede turbar.
Échase ROLDÁN junto a REINALDOS y pone a su cabecera el escudo de REINALDOS, y luego despierta REINALDOS
REINALDOS: ¡Angélica! ¡Oh extraña vista! ¿No es Roldán este que veo, y el que del bien que deseo procura hacer la conquista? Él es; pero, ¿quién me puso su escudo para mi arrimo? Tu cortés bondad, ¡oh primo!, sin duda que esto dispuso. Bien me pudieras matar, pues durmiendo me hallaste, por quitar aquel contraste que en mi vida has de hallar; empero tu cortesía más que amor pudo en tu pecho, por la costumbre que has hecho de hacer actos de hidalguía. Mas, ¿si fue por menosprecio el dejarme con la vida? No, por ser cosa sabida que yo soy hombre de precio; y tú mismo lo has probado una y otra vez y ciento. No atino cuál pensamiento tenga por más acertado: si me deja de arrogante, o si fue por amistad; que tal vez la deslealtad vive en el celoso amante. ¡Oh¡ Si aquéste me dejase señero en mi pretensión, con el alma y corazón, ¡vive Dios!, que le adorase; pero si no, no imagines, primo, que por tu bondad dejará mi voluntad de seguir sus dulces fines. Y de aquesta intención mía no me debes de culpar, porque el amor y el reinar nunca admiten compañía. Seguramente a mi lado pudiste echarte a dormir, pues no se puede herir un hombre que es encantado; y así, la ocasión quitaste que tu sueño me ofrecía, para usar la cortesía de que tú conmigo usaste. Pero, despierto, veremos tu intención a dó se inclina; y si donde yo camina, pondré medio en sus extremos. Irá el parentesco afuera, la cortesía a una parte, si bajase el mismo Marte a impedirlo de su esfera. ¡Ah, Roldán¡ ¡Roldán, despierta!, que es gran descuido el que tienes, y más si, por dicha, vienes donde mi sospecha acierta. Toma tu escudo, y el mío me vuelve. ¡Despierta agora!
[Como soñando]
[ROLDÁN]: ¡Ay, Angélica, señora de mi vida y mi albedrío! ¿A dó se esconde tu faz que todo mi bien encierra? REINALDOS: Declarada es nuestra guerra, y perdida nuestra paz. ¡Roldán, acaba, levanta; destroquemos los escudos!
[Entre sueños]
ROLDÁN: ¡Con qué dulces, ciegos nudos me añudaste la garganta; la voluntad decir quiero, y el alma que te entregué! REINALDOS: ¡Si no despiertas, a fe que te despierte este acero, y aun te mate, pues me matas, ahora duermas, ahora veles! Estos intentos crüeles nacen de entrañas ingratas. Estoy por dejar de ser quien soy. ¡Acudid al punto, respetos, que está difunto mi acertado proceder! ¡Ansias que me consumís, sospechas que me cansáis, recelos que me acabáis, celos que me pervertís!
ROLDÁN despierta
ROLDÁN: Reinaldos, ¿qué quies hacer? REINALDOS: ¡Deshacerme, o deshacerte! ROLDÁN: ¿Quieres, primo, darme muerte? REINALDOS: Tu vida está en mi querer. ROLDÁN: ¿Cómo en mi querer? REINALDOS: Dirélo: no más de en querer decirme si vienes a perseguirme en la busca de mi cielo; si es tu venida a buscar a Angélica. ¿No me entiendes? ROLDÁN: ¿De saber lo que pretendes...? REINALDOS: ¡Acabarte, o acabar! ROLDÁN: ¿Tanto el vivir te embaraza, que tras tu muerte caminas? REINALDOS: Profeta falso, adivinas el mal que así te amenaza. ROLDÁN: Contigo las cortesías siempre fueron por demás. REINALDOS: Dame mi escudo, y verás como siempre desvarías. Si a París no te vuelves, verás también en un punto tu culpa y castigo junto. ROLDÁN: ¡Fácilmente te resuelves! Ni a París he de volver, ni a Angélica he de dejar. Mira qué quieres. REINALDOS: Cortar tu insolente proceder. ¡Desharéte entre mis brazos, aunque seas encantado! ROLDÁN: ¡Eres villano atestado, y quieres luchar a brazos! REINALDOS: ¡Mientes! Y ven con la espada, que, aunque seas de diamante, verás, infame arrogante, mi verdad averiguada!
Vanse a herir con las espadas; salen del hueco del teatro llamas de fuego, que no los deja llegar
ROLDÁN: Bien sé que anda por aquí, temeroso de tu muerte, mas no ha de poder valerte, tu hechicero Malgesí; que pasaré de Aqueronte la barca por castigarte. REINALDOS: Yo pondré por alcanzarte un monte sobre otro monte; arrojaréme en el fuego, como ves que aquí lo hago. ROLDÁN: No te deja dar tu pago tu hermano. REINALDOS: ¡Pues dél reniego!
Dice el ESPÍRITU de Merlín
ESPÍRITU: Fuerte Bernardo, sal fuera, y a los dos en paz pondrás.
Sale BERNARDO
BERNARDO: ¡Caballeros, no haya más! ¡Guerreros fuertes, afuera! REINALDOS: ¿Hate el cielo aquí llovido? ¿Qué quieres, o qué nos mandas? BERNARDO: Son tan justas mis demandas, que he de ser obedecido. Y es que dejéis la dudosa lid de tan esquivo trance. REINALDOS: Tú has echado muy buen lance, y la demanda es donosa. ¿Eres español, a dicha? BERNARDO: Por dicha, soy español. REINALDOS: Vete, porque sólo el sol ha de ver nuestra desdicha; que no queremos testigos más que el sol en la lid nuestra. BERNARDO: No me he de ir sin que la diestra os déis de buenos amigos. ROLDÁN: ¡Pesado estás! BERNARDO: Más pesados estáis los dos, si advertís. REINALDOS: Español, ¿cómo no os is? BERNARDO: Por corteses o rogados, vuestra quistión, por ahora, no ha de pasar adelante. ROLDÁN: Yo soy el señor de Aglante. REINALDOS: Yo, Reinaldos. BERNARDO: Sea en buen hora; que ser quien sois os obliga a conceder con mi ruego. ROLDÁN: Esa razón no la niego. REINALDOS: Este español me atosiga; que siempre aquesta nación fue arrogante y porfïada. ROLDÁN: Señor, pues que no os va nada, no impidáis nuestra quistión; dejadnos llevar al fin nuestro deseo, que es justo. BERNARDO: Aquése fuera mi gusto, a serlo así el de Merlín. ROLDÁN: ¡Oh cuerpo de San Dionís, con el español marrano! BERNARDO: ¡Mientes, infame villano! REINALDOS: A plomo cayó el mentís. ¡Afuera, Roldán, no más! ROLDÁN: ¡Deja, que me abraso en ira! ¿Qué es esto? ¿Quién me retira? ¿El pie de Roldán atrás? ¿Roldán el pie atrás? ¿Qué es esto? ¡Ni huyo, ni me retiro! REINALDOS: De Merlín es este tiro. BERNARDO: Pues yo haré que huyáis presto.
Vase retirando ROLDÁN hacia atrás, y sube por la montaña como por fuerza de oculta virtud
REINALDOS: ¡Por cierto, a gentiles manos te ha traído tu fortuna! BERNARDO: Manos, yo no veo ninguna; pies, sí, ligeros y sanos, y que os importa tenellos para hüir de mi presencia. REINALDOS: ¡Sin igual es tu insolencia!
Sube BERNARDO por la peña arriba, siguiendo a ROLDÁN, y va tras él REINALDOS. Sale MARFISA, armada ricamente; trae por timbre una ave Fénix y una águila blanca pintada en el escudo, y, mirando subir a los tres de la montaña, con las espadas desnudas y que se acaban de desparecer, dice
MARFISA: ¿Si se combaten aquéllos? Si hacen, ponerlos quiero en paz, si fuere posible. ¡Oh, qué montaña terrible! Subir por ella no espero, ni podré a caballo ir, aunque le vuelva a tomar; mas, con todo, he de probar el trabajo del subir. Bien se queda en la espesura mi caballo hasta que vuelva; nunca falta en esta selva o buena o mala ventura.
Sube MARFISA por la montaña, y vuelven a salir al teatro, riñendo, ROLDÁN, BERNARDO y REINALDOS
ROLDÁN: No sé yo cómo sea que contra ti no tengo alguna saña, ni puedo en tal pelea mover la espada. ¡Cosa es ésta extraña! BERNARDO: La razón que me ayuda pone tus fuerzas y tu esfuerzo en duda. REINALDOS: De Merlín es el hecho, que no hay razón que valga con su encanto; que, aunque fuera su pecho león en furia y en dureza un canto, si hechiceros no hubiera, nunca mi primo atrás el pie volviera.
[Sale] ANGÉLICA, llorando, y con ella el VIZCAÍNO, escudero de BERNARDO
VIZCAÍNO: ¡Pardiós, echóte al río! ¡Tienes Granada, bravo Ferraguto! ANGÉLICA: ¡Ay, triste hermano mío! ROLDÁN: ¿Por qué ese cielo al suelo da tributo de lágrimas tan bellas, si el mismo cielo se le debe a ellas? ANGÉLICA: Un español ha muerto a mi querido hermano; y es un moro que no guardó el concierto debido a la milicia y su decoro, y arrojóle en un río. ROLDÁN: ¿Quién es el moro? BERNARDO: Es un amigo mío. ROLDÁN: ¿Amigo tuyo? ¡Oh perro, tú llevarás de su maldad la pena! REINALDOS: Roldán, no hagas tal yerro; deja a mí el castigo. ANGÉLICA: Aquí se ordena mi muerte, y más desdicha si de los dos me coge alguno, a dicha. A esta selva escura quiero entregar ya mis ligeras plantas, mi guarda y mi ventura. BERNARDO: ¿Cómo, Reinaldos, di, no te adelantas a herirme con tu primo? Por la honra, la vida en poco estimo.
Sale MARFISA, poniendo paz y poniendo mano a la espada; [vase] huyendo ANGÉLICA
MARFISA: ¿Qué es esto? ¡Afuera, afuera; afuera, caballeros!, que os lo pide quien mandarlo pudiera; que, si no es que mi luz la vista impide, mirando esta divisa, veréis que soy la sin igual Marfisa. VIZCAÍNO: La puta, la doncella, se es ida. ROLDÁN: ¡Oh nunca vista desventura!; forzoso he de ir tras ella. REINALDOS: Yo sí; tú no. ROLDÁN: ¡Notable es tu locura! REINALDOS: No muevas de aquí el paso. ROLDÁN: No hago yo de tus locuras caso. REINALDOS: ¡Por Dios que, si te mueves, que te haga pedazos al instante! ROLDÁN: ¿Que a estorbarme te atreves, fanfarrón, pordiosero y arrogante? ¿Cómo te estás tan quedo? ¡Que no me tenga este cobarde miedo!
[Vase] ROLDÁN
VIZCAÍNO: Señor, déjale vaya; que pues no por allí, que por la senda quedan arriz, en playa poned a la dama. MARFISA: ¿Por qué fue la contienda? BERNARDO: Por celos sé que ha sido. Dime: ¿Ferraguto quedó herido? VIZCAÍNO: Bueno, puto, y qué sano. BERNARDO: ¿Con quién tuvo batalla? VIZCAÍNO: ¿Ya no oíste? Batalla con hermano de bella huidora, y pobre, y muerto, y triste, de moro enojo, brío teniendo, dio con él todo en el río, y queda aquí aguardando [.......] espaldas de montaña. MARFISA: Iréte acompañando, que quiero saber más de tu hazaña; que descubro en ti muestras que muestran que eres más de lo que muestras. Y advierte que contigo llevas a la sin par sola Marfisa, que, en señas y testigo que es única en el mundo, la divisa trae de aquella ave nueva que en el fuego la vida se renueva. [BERNARDO]: Haréte compañía subas al cielo o bajes al abismo. MARFISA: Tan grande cortesía no puede parecer sino a ti mismo, y, usando deste gusto, yo he de seguir el tuyo, que es muy justo.

 FIN DE LA PRIMERA JORNADA

La casa de los celos, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002