LAS MOCEDADES DEL CID

Guillén de Castro y Bellvís

Texto basado en varios impresos tempranos y modernos de LAS MOCEDADES DEL CID pero principalmente en la Primera parte, publicada en Valencia en 1618. El texto presentado fue preparado por Vern Williamsen en esta forma electrónica en el año 1995.


Personajes que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen el REY, don Fernando y DIEGO Laínez, los dos de barba blanca y el DIEGO Laínez decrépito. Arrodíllase delante el REY, y dice:
DIEGO: Es gran premio a mi lealtad. REY: A lo que debo, me obligo. DIEGO: Hónrale tu majestad. REY: Honro a mi sangre en Rodrigo. Diego Laínez, alzad. Mis propias armas le he dado para armalle caballero. DIEGO: Ya, señor, las ha velado, y ya viene... REY: Ya lo espero. DIEGO: ...excesivamente honrado, pues don Sancho mi señor, mi príncipe, y mi señora la reina, le son, señor, padrinos. REY: Pagan agora lo que deben a mi amor.
Salen la REINA, y el PRÍNCIPE don Sancho, la INFANTA doña Urraca, JIMENA Gómez, RODRIGO, el CONDE Lozano, ARIAS Gonzalo, y Per ANSURES
URRACA: ¿Qué te parece, Jimena, de Rodrigo? JIMENA: Que es galán. (Y que sus ojos le dan Aparte al alma sabrosa pena.) REINA: ¡Qué bien las armas te están! ¡Bien te asientan! RODRIGO: ¿No era llano, pues tú les diste los ojos, y Arias Gonzalo la mano? ARIAS: Son del cielo tus despojos, y es tu valor castellano.
[Hablan al REY]
REINA: ¿Qué os parece mi ahijado? PRÍNCIPE: ¿No es galán, fuerte y lucido?
[Habla a Per ANSURES]
CONDE: Bravamente le han honrado los reyes. ANSURES: Extremo ha sido. RODRIGO: ¡Besaré lo que ha pisado quien tanta merced me ha hecho! REY: Mayores las merecías. ¡Qué robusto, qué bien hecho! Bien te vienen armas mías. RODRIGO: Es tuyo también mi pecho. REY: Llegémonos al altar del santo patrón de España. DIEGO: No hay más glorias que esperar. RODRIGO: Quien te sirve y te acompaña, al cielo puede llegar.
Corren una cortina y parece el altar de Santiago, y en él una fuente de plata, una espada y unas espuelas doradas.
REY: Rodrigo, ¿queréis ser caballero? RODRIGO: Sí, quiero. REY: Pues Dios os haga buen caballero. Rodrigo, ¿queréis ser caballero? RODRIGO: Sí, quiero. REY: Pues Dios os haga buen caballero. Rodrigo, ¿queréis ser caballero? RODRIGO: Sí, quiero. REY: Pues Dios os haga buen caballero. Cinco batallas campales venció en mi mano esta espada, y pienso dejarla honrada a tu lado. RODRIGO: Extremos tales mucho harán, señor, de nada. Y así, porque su alabanza llegue hasta la esfera quinta, ceñida en tu confïanza la quitaré de mi cinta, colgaréla en mi esperanza. Y, por el ser que me ha dado y tuyo, que el cielo guarde. de no volvérmela al lado hasta estar asegurado de no hacértela cobarde, que será habiendo vencido cinco campales batallas. CONDE: (¡Ofrecimiento atrevido!) Aparte REY: Yo te daré para dallas la ocasión que me has pedido. Infanta, y vos le poné la espuela. RODRIGO: ¡Bien soberano! INFANTA: Lo que me mandas haré. RODRIGO: Con un favor de tal mano, sobre el mundo pondré el pie.
Pónele [la INFANTA] doña Urraca las espuelas
INFANTA: Pienso que te habré obligado. Rodrigo, acuérdate de esto. RODRIGO: Al cielo me has levantado. JIMENA: (Con la espuela que le ha puesto Aparte el corazón me ha picado.) RODRIGO: Y tanto servirte espero, como obligado me hallo. REINA: Pues eres ya caballero, ve a ponerte en un caballo, Rodrigo, que darte quiero. Y yo y mis damas saldremos a verte salir en él. PRÍNCIPE: A Rodrigo acompañemos. REY: Príncipe, salid con él. ANSURES: (Ya estas honras son extremos.) Aparte RODRIGO: ¿Qué vasallo mereció ser de su rey tan honrado? PRÍNCIPE: Padre, ¿y cuándo podré yo ponerme una espada al lado? REY: Aún no es tiempo. PRÍNCIPE: ¿Cómo no? REY: Pareceráte pesada, que tus años tiernos son. PRÍNCIPE: Ya desnuda o ya envainada, las alas del corazón hacen ligera la espada. Yo, señor, cuando su acero miro de la punta al pomo con tantos bríos le altero, que a ser un monte de plomo me pareciera ligero. Y si Dios me da lugar de ceñilla, y satisfecho de mi pujanza, llevar en hombros, espalda y pecho, gola, peto y espaldar, verá el mundo que me fundo en ganalle; y si le gano, verán mi valor profundo sustentando en cada mano un polo de los del mundo. REY: Sois muy mozo, Sancho; andad. Con la edad daréis desvío a ese brío. PRÍNCIPE: ¡Imaginad que pienso tener más brío cuanto tenga más edad! RODRIGO: En mí tendrá vuestra alteza para todo un fiel vasallo. CONDE: (¡Qué brava naturaleza!) Aparte PRÍNCIPE: Ven y pondráste a caballo. ANSURES: (Será la misma braveza!) Aparte REINA: Vamos a vellos. DIEGO: Bendigo, hijo, tan dichosa palma. REY: (¡Qué de pensamientos sigo!) Aparte JIMENA: (¡Rodrigo me lleva el alma!) Aparte INFANTA: (¡Bien me parece Rodrigo!) Aparte
Vanse y quedan el REY, el CONDE Lozano, DIEGO Laínez, ARIAS Gonzalo y Per ANSURES
REY: Conde de Orgaz, Per Ansures, Laínez, Arias Gonzalo, los cuatro que hacéis famoso nuestro consejo de estado, esperad, volved, no os vais; sentaos, que tengo que hablaros.
Siéntanse todos cuatro, y el REY en medio de ellos
Murió Gonzalo Bermúdez que del príncipe don Sancho fue ayo, y murió en el tiempo que más le importaba el ayo. Pues dejando estudio y letras el príncipe tan temprano, tras su inclinación le llevan guerras, armas y caballos. Y siendo de condición tan indomable, y tan bravo, que tiene asombrado el mundo con sus prodigio extraños, un vasallo ha menester que, tan leal como sabio, enfrene sus apetitos con prudencia y con recato. Y así, yo viendo, parientes más amigos que vasallos, que es mayordomo mayor de la reina Arias Gonzalo, y que de Alonso y García tiene la cura a su cargo Peransures, y que el conde por muchas causas Lozano, para mostrar que lo es, viste acero y corre el campo, quiero que a Diego Laínez tenga el príncipe por ayo; pero es mi gusto que sea con parecer de los cuatro, columnas de mi corona, y apoyos de mi cuidado. ARIAS: ¿Quién como Diego Laínez puede tener a su cargo lo que importa tanto a todos, y al mundo le importa tanto? ANSURES: ¿Merece Diego Laínez tal favor de tales manos? CONDE: Sí, merece; y más agora, que a ser contigo ha llegado preferido a mi valor tan a costa de mi agravio. Habiendo yo pretendido el servir en este cargo al príncipe mi señor, que el cielo guarde mil años, debieras mirar, buen rey, lo que siento y lo que callo por estar en tu presencia, si es que puedo sufrir tanto. Si el viejo Diego Laínez con el peso de los años, caduca ya, ¿cómo puede siendo caduco, ser sabio? Y cuando al príncipe enseñe lo que entre ejercicios varios debe hacer un caballero en las plazas y en los campos, ¿podrá, para dalle ejemplo, como yo mil veces hago, hacer una lanza astillas, desalentando un caballo? Si yo... REY: ¡Baste! DIEGO: Nunca, conde, anduvistes tan lozano. Que estoy caduco confieso, que el tiempo, en fin, puede tanto. Mas caducando, durmiendo, feneciendo, delirando, ¡puedo, puedo enseñar yo lo que muchos ignoraros! Que si es verdad que se muere cual se vive, agonizando, para vivir daré ejemplos, y valor para imitallos. Si ya me faltan las fuerzas para con pies y con brazos hacer de lanzas astillas y desalentar caballos, de mis hazañas escritas daré al príncipe un traslado, y aprenderá en lo que hice, si no aprende en lo que hago. Y verá el mundo, y el rey, que ninguno en lo crïado merece... REY: ¡Diego Laínez! CONDE: ¡Yo lo merezco... REY: ¡Vasallos! CONDE: ...tan bien como tú, y mejor! REY: ¡Conde! DIEGO: Recibes engaño. CONDE: Yo digo... REY: ¡Soy vuestro rey! DIEGO: ¿No dices?... CONDE: Dirá la mano lo que ha callado la lengua!
Dale una bofetada
ANSURES: ¡Tente!... DIEGO: ¡Ay, viejo desdichado! REY: ¡Ah, de mi guarda...! DIEGO: ¡Dejadme! REY: ¡Prendedle! CONDE: ¿Estás enojado? Espera, excusa alborotos, rey poderoso, rey magno, y no los habrá en el mundo de habellos en tu palacio. Y perdónale esta vez a esta espada y a esta mano el perderte aquí el respeto, pues tantas y en tantos años fue apoyo de tu corona, caudillo de tus soldados, defendiendo tus fronteras, y vengando tus agravios. Considera que no es bien que prendan los reyes sabios a los hombres como yo, que son de los reyes manos, alas de su pensamiento, y corazón de su estado. REY: ¿Hola? ANSURES: ¿Señor? ARIAS: ¿Señor? REY: ¿Conde? CONDE: Perdona. REY: ¡Espera villano!
Vase el CONDE
¡Seguidle! ARIAS: ¡Parezca agora tu prudencia, gran Fernando! DIEGO: Llamalde, llamad al conde, que venga a ejercer el cargo de ayo de vuestro hijo, que podrá más bien honrallo; pues que yo sin honra quedo, y él lleva, altivo y gallardo, añadido al que tenía el honor que me ha quitado. Y yo me iré, si es que puedo, tropezando en cada paso con la carga de la afrenta sobre el peso de los años, donde mis agravios llore hasta vengar mis agravios. REY: ¡Escucha, Diego Laínez! DIEGO: Mal parece un afrentado en presencia de su rey. REY: ¡Oíd! DIEGO: ¡Perdonad, Fernando! (¡Ay, sangre que honró a Castilla!) Aparte
Vase DIEGO Laínez
REY: ¡Loco estoy! ARIAS: Va apasionado. REY: Tiene razón. ¿Qué haré, amigos? ¿Prenderé al conde Lozano? ARIAS: No, señor; que es poderoso, arrogante, rico y bravo, y aventuras en tu imperio tus reinos y tus vasallos. Demás de que en casos tales es negocio averiguado que el prender al delincuente es publicar el agravio. REY: Bien dices. Ve, Peransures, siguiendo al conde Lozano.
A ARIAS Gonzalo
Sigue tú a Diego Laínez. Decid de mi parte a entrambos que, pues la desgracia ha sido en mi aposento cerrado y está seguro el secreto, que ninguno a publicallo se atreva, haciendo el silencio perpetuo; y que yo lo mando so pena de mi desgracia. ANSURES: ¡Notable razón de estado!
A ARIAS Gonzalo
REY: Y dile a Diego Laínez que su honor tomo a mi cargo, y que vuelva luego a verme.
A Per ANSURES
Y di al conde que le llamo, y le aseguro. Y veremos si puede haber medio humano que componga estas desdichas. ANSURES: Iremos. REY: ¡Volved volando! ARIAS: Mi sangre es Diego Laínez. ANSURES: Del conde soy primo hermano. REY: Rey soy mal obedecido, castigaré mis vasallos.
Vanse. Sale RODRIGO con sus hermanos HERNÁN Díaz y BERMUDO Laín que le salen quitando las armas
RODRIGO: Hermanos, mucho me honráis. BERMUDO: A nuestro hermano mayor servimos. RODRIGO: Todo el amor que me debéis, me pagáis. HERNÁN: Con todo habemos quedado. Que es bien que lo confesamos, envidiando los extremos con que del rey fuiste honrado. RODRIGO: Tiempo, tiempo vendrá, hermanos, en que el rey, placiendo a Dios, pueda emplear en los dos sus dos liberales manos, y os dé con los mismos modos el honor que merecí; que el rey que me honra a mí, honra tiene para todos. Id colgando con respeto sus armas, que mías son; a cuyo heroico blasón otra vez juro y prometo de no ceñirme su espada, que colgada aquí estará de mi mano, y está ya de mi esperanza colgada, hasta que llegue a vencer cinco batallas campales. BERMUDO: ¿Y cuándo, Rodrigo, sales al campo? RODRIGO: A tiempo ha de ser.
Sale DIEGO Laínez con el báculo partido en dos partes
DIEGO: ¿Agora cuelgas la espada, Rodrigo? HERNÁN: ¡Padre! BERMUDO: ¡Señor! RODRIGO: ¿Qué tienes? DIEGO: (No tengo honor.) Aparte ¡Hijos! RODRIGO: ¡Dile! DIEGO: Nada, nada... ¡Dejadme solo! RODRIGO: ¿Qué ha sido? (De honra son estos enojos Aparte Vertiendo sangre de los ojos con el báculo partido...) DIEGO: ¡Salíos fuera! RODRIGO: Si me das licencia, tomar quisiera otra espada. DIEGO: ¡Esperad fuera! ¡Salte, salte como estás! HERNÁN: ¡Padre! BERMUDO: ¡Padre! DIEGO: (¡Más se aumenta Aparte mi desdicha!) RODRIGO: ¡Padre amado! DIEGO: (Con una afrenta os he dado Aparte a cada uno una afrenta.) ¡Dejadme solo...! BERMUDO: Crüel es su pena. HERNÁN: Yo la siento. DIEGO: (¡Que se caerá este aposento Aparte si hay cuatro afrentas en él!) ¿No os vais? RODRIGO: Perdona... DIEGO: (¡Qué poca Aparte es mi suerte!) RODRIGO: (¿Qué sospecho? Aparte Pues ya el honor en mi pecho toca a fuego, al arma toca.)
Vanse los tres
DIEGO: ¡Cielos! ¡Peno, muero, rabio!... No más, báculo rompido, pues sustentar no ha podido sino al honor, al agravio. Mas nos os culpo, como sabio. Mal he dicho, perdonad. Que es ligera autoridad la vuestra, y sólo sustenta no la carga de una afrenta, sino el peso de una edad. Antes con mucha razón es vengo a estar obligado, pues dos palos me habéis dado con que vengue un bofetón. Mas es liviana opinión que mi honor fundarse quiera sobre cosa tan ligera. Tomando esta espada, quiero llevar báculo de acero y no espada de madera.
Ha de haber unas armas colgadas en el tablado y algunas espadas
Si no me engaño, valor tengo que mi agravio siente. ¡En ti, en ti, espada valiente, ha de fundarse mi honor! De Mudarra el vengador eres; tu acero afamado desde el uno al otro polo; pues vengaron tus heridas la muerte de siete vidas, ¡venga en mí un agravio solo! ¿Esto es blandir o temblar? Pulso tengo todavía; aún hierve mi sangre fría, que tiene fuego el pesar. Bien me puedo aventurar; mas, ¡ay cielo!, engaño es, que cualquier tajo o revés me lleva tras sí la espada, bien en mi mano apretada y mal segura en mis pies. Ya me parece de plomo, ya mi fuerza desfallece, ya caigo, ya me parece que tiene a la punta el pomo. Pues, ¿qué he de hacer? ¿Cómo, cómo con qué, con qué confïanza daré paso a mi esperanza, cuando funda el pensamiento sobre tan flaco cimiento tan importante venganza? ¡Oh, caduca edad cansada! Estoy por pasarme el pecho. ¡Ah, tiempo ingrato! ¿Qué has hecho? ¡Perdonad, valiente espada! ¡Y estad desnuda y colgada que no he de envainaros, no! Que pues mi vida acabó donde mi afrenta comienza, teniéndoos a la vergüenza, diréis la que tengo yo. ¡Desvanéceme la pena! Mis hijos quiero llamar; que aunque es desdicha tomar venganza con mano ajena, el no tomalla condena con más veras al honrado. En su valor he dudado, teniéndome suspendido, el suyo por no sabido, el mío por acabado. ¿Qué haré?... No es mal pensamiento. ¡Hernán Díaz!
Sale HERNÁN Díaz
HERNÁN: ¿Qué me mandas? DIEGO: Los ojos tengo sin luz, la vida tengo sin alma. HERNÁN: ¿Qué tienes? DIEGO: ¡Ay hijo! ¡Ay hijo! Dame la mano. Estas ansias con este rigor me aprietan.
Tómale la mano a su hijo, y apriétala lo más fuerte que pudiere
HERNÁN: ¡Padre, padre! ¡Que me matas! ¡Suelta, por Dios, suelta! ¡Ay cielo! DIEGO: ¿Qué tienes? ¿Qué te desmaya? ¿Qué lloras, medio mujer? HERNÁN: ¡Señor!... DIEGO: ¡Vete! ¡Vete! ¡Calla! ¿Yo te di el ser? No es posible... ¡Sale fuera! HERNÁN: ¡Cosa extraña!
Vase
DIEGO: ¡Si así son todos mis hijos, buena queda mi esperanza! ¡Bermudo Laín!
Sale BERMUDO Laín
BERMUDO: ¿Señor? DIEGO: Una congoja, una basca tengo, hijo. Llega, llega... ¡Dame la mano!
Apriétale la mano
BERMUDO: Tomalla puedes. ¡Mi padre! ¿Que haces? ¡Suelta, deja, quedo, basta! ¿Con las dos manos me aprietas? DIEGO: ¡Ay, infame! Mis manos flacas ¿son las garras de un león? Y aunque lo fueran, ¿bastaran a mover tus tiernas quejas? ¿Tú eres hombre? ¡Vete, infamia de mi sangre! BERMUDO: Voy corrido.
Vase
DIEGO: ¿Hay tal pena? ¿Hay tal desgracia? ¿En qué columnas escriba la nobleza de una casa que dio sangre a tantos reyes? Todo el aliento me falta. ¿Rodrigo?
Sale RODRIGO
RODRIGO: ¿Padre? Señor, ¿Es posible que me agravias? Si me engendraste el primero, ¿cómo el postrero me llamas? DIEGO: ¡Ay hijo! Muero... RODRIGO: ¿Que tienes? DIEGO: ¡Pena, pena, rabia, rabia!
Muérdele un dedo de la mano fuertemente
RODRIGO: ¡Padre! ¡Soltad en mal hora! ¡Soltad, padre, en hora mala! ¡Si no fuérades mi padre, diéraos una bofetada! DIEGO: Ya no fuera la primera. RODRIGO: ¿Cómo? DIEGO: ¡Hijo, hijo del alma! ¡Ese sentimiento adoro, esa cólera me agrada, esa braveza bendigo! ¡Esa sangre alborotada que ya en tus venas revienta, que ya por tus ojos salta, es la que me dio Castilla, y la que te di heredada de Laín Calvo y de Nuño, y la que afrentó en mi cara el conde... el conde de Orgaz... ése a quien Lozano llaman! ¡Rodrigo, dame los brazos! ¡Hijo, esfuerza mi esperanza, y esta mancha de mi honor que al tuyo se extiende, lava con sangre; que sangre sola quita semejantes manchas! Si no te llamé el primero para hacer esta venganza, fue porque más te quería, fue por más te adoraba; y tus hermanos quisiera que mis agravios vengaran por tener seguro en ti el mayorazgo en mi casa. Pero pues los vi, al proballos tan sin bríos, tan sin alma, que cobraron mis afrentas, y crecieron mis desgracias. ¡A ti te toca, Rodrigo! Cobra el respeto a estas canas; poderoso es el contrario y en palacio y en campaña su parecer el primero, y suya la mejor lanza. Pero pues tienes valor y el discurso no te falta cuando a la vergüenza miras aquí ofensa y allí espada. No tengo más que decirte pues ya mi aliento se acaba y voy a llorar afrentas mientas tú tomas venganza.
Vase DIEGO Laínez, dejando solo a RODRIGO
RODRIGO: Suspenso, de afligido, estoy... Fortuna, ¿es cierto lo que veo? ¡Tan en mi daño ha sido tu mudanza, que es tuya, y no la creo! ¿Posible pudo ser que permitiese tu inclemencia que fuese mi padre el ofendido? ¡Extraña pena! ¿Y el ofensor el padre de Jimena? ¿Qué haré, suerte atrevida, si él es el alma que me dio la vida? ¿Que haré--¡terrible calma!-- si ella es la vida que me tiene el alma? Mezclar quisiera, en confïanza tuya, mi sangre con la suya, ¿y he de verter su sangre? ¡Brava pena! ¿Yo he de matar al padre de Jimena? Mas ya ofende esta duda al santo honor que mi opinión sustenta. Razón es que sacuda de amor el yugo y, la cerviz exenta, acuda a lo que soy; que habiendo sido mi padre el ofendido, poco importa que fuese--¡amarga pena! el ofensor el padre de Jimena. ¿Que imagino? Pues que tengo más valor que pocos años, para vengar a mi padre matando al conde Lozano, ¿qué importa el bando temido del poderoso contrario, aunque tenga en las montañas mil amigos asturianos? ¿Y qué importa que en la corte del rey de León, Fernando, sea su voto el primero, y en guerra el mejor su brazo? Todo es poco, todo es nada en descuento de un agravio, el primero que se ha hecho a la sangre de Laín Calvo. Daráme el cielo ventura, si la tierra me da campo, aunque es la primera vez que doy el valor al brazo. Llevaré esta espada vieja de Mudarra el castellano, aunque está bota y mohosa, por la muerte de su amo; y si le pierdo el respeto, quiero que admita en descargo del ceñírmela ofendido, lo que la digo turbado. Haz cuenta, valiente espada, que otro Mudarra te ciñe, y que con mi brazo riñe por su honra maltratada. Bien sé que te correrás de venir a mi poder, mas no te podrás correr de verme echar paso atrás. Tan fuerte como tu acero me verás en campo armado; segundo dueño has cobrado tan bueno como el primero. Pues cuando alguno me venza, corrido del torpe hecho hasta la cruz en mi pecho te esconderé, de vergüenza.
Vase. Salen a la ventana doña URRACA y JIMENA Gómez
URRACA: ¡Qué general alegría tiene toda la ciudad con Rodrigo! JIMENA: Así es verdad, y hasta el sol alegra al día. URRACA: Será un bravo caballero, galán, bizarro y valiente. JIMENA: Luce en él gallardamente entre lo hermoso lo fiero. URRACA: ¡Con qué brío, qué pujanza, gala, esfuerzo y maravilla afirmándose en la silla, rompió en el aire una lanza! Y al saludar, ¿no le viste que a tiempo picó el caballo? JIMENA: Si llevó para picallo la espada que tú le diste, ¿qué mucho? URRACA: ¡Jimena, tente! Porque ya el alma recela que no ha picado la espuela al caballo solamente.
Salen el CONDE Lozano y Per ANSURES, y algunos criados
CONDE: Confieso que fue locura, mas no la quiero enmendar. ANSURES: Querrálo el rey remediar con su prudencia y cordura. CONDE: ¿Que ha de hacer? ANSURES: Escucha agora, ten flema, procede a espacio... JIMENA: A la puerta de palacio llega mi padre, y, señora, algo viene alborotado. URRACA: Mucha gente le acompaña. ANSURES: Es tu condición extraña. CONDE: Tengo condición de honrado. ANSURES: Y con ella, ¿has de querer perderte? CONDE: ¿Perderme? No, que los hombres como yo tienen mucho que perder, y ha de perderse Castilla antes que yo. ANSURES: ¿Y no es razón el dar tú...? CONDE: ¿Satisfacción? ¡Ni dalla ni recibilla! ANSURES: ¿Por qué no? No digas tal. ¿Qué duelo en su ley lo escribe? CONDE: El que la da y la recibe, es muy cierto quedar mal, porque el uno pierde honor, y el otro no cobra nada; el remitir a la espada los agravios es mejor. ANSURES: ¿Y no hay otros medios buenos? CONDE: No dicen con mi opinión. Al dalle satisfacción ¿no he de decir, por lo menos, que sin mí y conmigo estaba al hacer tal desatino, o porque sobraba el vino, o porque el seso faltaba? ANSURES: Es ansí. CONDE: ¿Y no es desvarío el no advertir, que en rigor pondré un remedio en su honor quitando un girón del mío? Y en habiendo sucedido, habremos los dos quedado, él, con honor remendado, y yo, con honor perdido. Y será más en su daño remiendo de otro color, que el remiendo en el honor ha de ser del mismo paño. No ha de quedar satisfecho de esa suerte, cosa es clara; si sangre llamé a su cara, saque sangre de mi pecho, que manos tendré y espada para defenderme de él. ANSURES: Esa opinión es crüel. CONDE: Esta opinión es honrada. Procure siempre acertalla el honrado y principal; pero si la acierta mal, defendella y no enmendalla. ANSURES: Advierte bien lo que haces, que sus hijos... CONDE: Calla, amigo; ¿y han de competir conmigo un caduco y tres rapaces?
Vanse, como que entran en palacio. Sale RODRIGO
JIMENA: ¡Parece que está enojado mi padre, ay Dios! Ya se van. URRACA: No te aflijas; tratarán allá en su razón de estado. Rodrigo viene. JIMENA: Y también trae demudado el semblante. RODRIGO: (Cualquier agravio es gigante Aparte en el honrado... ¡Ay. mi bien!) URRACA: ¡Rodrigo, qué caballero pareces! RODRIGO: (¡Ay, prenda amada!) Aparte URRACA: ¡Qué bien te asienta la espada sobre seda y sobre acero! RODRIGO: Tal merced... JIMENA: (Alguna pena Aparte señala... ¿Qué puede ser?) URRACA: Rodrigo... RODRIGO: (Que he de verter Aparte sangre del alma! ¡Ay, Jimena! URRACA: ...o fueron vanos antojos, o pienso que te has turbado. RODRIGO: Sí, que las dos habéis dado dos causas a mis dos ojos, pues lo fueron de este efeto el darme con tal ventura, Jimena, amor y hermosura, y tú, hermosura y respeto. JIMENA: Muy bien ha dicho, y mejor dijera, si no igualara la hermosura. URRACA: (Yo trocara Aparte con el respeto el amor.)
A JIMENA
Más bien hubiera acertado si mi respeto no fuera, pues sólo tu amor pusiera tu hermosura en su cuidado, y no te causara enojos el ver igualarme a ti en ella. JIMENA: Sólo sentí el agravio de tus ojos; porque yo más estimara el ver estimar mi amor que mi hermosura. RODRIGO: (¡Oh, rigor Aparte de Fortuna! ¡Oh, suerte avara! ¡Con glorias creces mi pena!) URRACA: Rodrigo... JIMENA: (¿Qué puede ser?) Aparte RODRIGO: ¡Señora! (¡Que he de verter Aparte sangre del alma! ¡Ay Jimena! Ya sale el conde Lozano. ¿Cómo, ¡terribles enojos!, teniendo el alma en los ojos pondré en la espada la mano?
Salen el CONDE Lozano, Per ANSURES y los criados
ANSURES: De lo hecho te contenta, y ten por cárcel tu casa. RODRIGO: (El amor allí me abrasa, Aparte y aquí me hiela el afrenta.) CONDE: Es mi cárcel mi albedrío, si es mi casa.
[Hablan aparte JIMENA y URRACA]
JIMENA: (¿Qué tendrá? Ya está hecho brasa, y ya está como temblando de frío. URRACA: Hacia el conde esta mirando Rodrigo, el color perdido. ¿Qué puede ser?) RODRIGO: (Si el que he sido Aparte soy siempre, ¿qué estoy dudando?) JIMENA: (¿Qué mira? ¿A qué me condena?) RODRIGO: (Mal me puedo resolver.) Aparte JIMENA: (¡Ay, triste!) RODRIGO: (¡Que he de verter sangre del alma! ¡Ay, Jimena!... ¿Qué espero? ¡Oh, Amor gigante!... ¿En qué dudo? Honor, ¿qué es esto? En dos balanzas he puesto ser honrado y ser amante.
Salen DIEGO Laínez y ARIAS Gonzalo
Mas mi padre es éste; rabio ya por hacer su venganza, ¡que cayó la una balanza con el peso del agravio! ¡Cobardes mis bríos son, pues para que me animara hube de ver en su cara señalado el bofetón!) DIEGO: (Notables son mis enojos. Aparte Debe dudar y temer. ¿Que mira, si echa de ver que le animo con los ojos?) ARIAS: Diego Laínez, ¿qué es esto? DIEGO: Mal te lo puedo decir.
[Per ANSURES habla al CONDE Lozano]
ANSURES: Por acá podremos ir que está ocupado aquel puesto. CONDE: Nunca supe andar torciendo ni opiniones ni caminos. RODRIGO: (Perdonad, ojos divinos Aparte si voy a matar muriendo.) ¿Conde? CONDE: ¿Quién es? RODRIGO: A esta parte quiero decirte quién soy. JIMENA: (¿Qué es aquello? ¡Muerta estoy!) Aparte CONDE: ¿Qué me quieres? RODRIGO: Quiero hablarte. Aquel viejo que está allí, ¿sabes quién es? CONDE: Ya lo sé. ¿Por qué lo dices? RODRIGO: ¿Por qué? Habla bajo, escucha. CONDE: Di. RODRIGO: ¿No sabes que fue despojo de honra y valor? CONDE: Sí, sería. RODRIGO: ¿Y que es sangre suya y mía la que yo tengo en el ojo? ¿Sabes? CONDE: Y el sabello...Acorta razones... ¿qué ha de importar? RODRIGO: Si vamos a otro lugar sabrás lo mucho que importa. CONDE: ¡Quita, rapaz! ¿Puede ser? Vete, novel caballero, vete, y aprende primero a pelear y a vencer; y podrás después honrarte de verte por mí vencido, sin que yo quede corrido de vencerte y de matarte. Deja agora tus agravios, porque nunca acierta bien venganzas con sangre quien tiene la leche en los labios. RODRIGO: En ti quiero comenzar a pelear y aprender; y verás si sé vencer, veré si sabes matar. Y mi espada mal regida te dirá en mi brazo diestro, que el corazón es maestro de esta ciencia no aprendida. Y quedaré satisfecho, mezclando entre mis agravios esta leche de mis labios y esa sangre de tu pecho. ANSURES: ¡Conde! ARIAS: ¡Rodrigo! JIMENA: ¡Ay de mí! DIEGO: (El corazón se me abrasa.) Aparte RODRIGO: Cualquier sombra de esta casa es sagrado para ti... JIMENA: ¿Contra mi padre, señor? RODRIGO: ...Y así no te mato agora. JIMENA: ¡Oye! RODRIGO: ¡Perdonad, señora! ¡Que soy hijo de mi honor! Sígueme, Conde! CONDE: Rapaz con soberbia de gigante, mataréte si delante te me pones; vete en paz. Vete, vete si no quiés que como en cierta ocasión di a tu padre un bofetón te dé a ti mil puntapiés. RODRIGO: ¡Ya es tu insolencia sobrada! JIMENA: ¡Con cuánta razón me aflijo! DIEGO: Las muchas palabras, hijo, quitan la fuerza a la espada. JIMENA: ¡Detén la mano violenta, Rodrigo! URRACA: Trance feroz! DIEGO: ¡Hijo, hijo! Con mi voz te envío ardiendo mi afrenta.
ÉNTRANSE acuchillando el CONDE y RODRIGO, y todos tras ellos, y dice [el CONDE] dentro lo siguiente
CONDE: ¡Muerto soy! JIMENA: ¡Suerte inhumana! ¡Ay, padre! ANSURES: ¡Matalde! ¡Muera! URRACA: ¿Qué haces, Jimena? JIMENA: Quisiera echarme por la ventana. Pero volaré corriendo, ya que no bajo volando. ¡Padre!
Vase JIMENA
DIEGO: ¡Hijo! URRACA: ¡Ay, Dios!
Sale RODRIGO acuchillándose con todos
RODRIGO: ¡Matando he de morir! URRACA: ¿Qué estoy viendo? CRIADO 1: ¡Muera, que al conde mató! CRIADO 2: ¡Prendedlo! URRACA: Esperad, ¿qué hacéis? Ni le prendáis, ni matéis... ¡Mirad, que lo mando yo, que estimo mucho a Rodrigo, y le ha obligado su honor! RODRIGO: Bella infanta, tal favor con toda el alma bendigo. Mas es la causa extremada, para tan pequeño efeto, interponer tu respeto donde sobrara mi espada. No matallos ni vencellos pudieras mandarme a mí, pues por respetarte a ti los dejo con vida a ellos. Cuando me quieras honrar, con tu ruego y con tu voz detén el viento veloz, pára el indómito mar, y para parar el sol te le opón con tu hermosura; que para éstos, fuerza pura sobra en mi brazo español; y no irán tantos viniendo como pararé matando. URRACA: Todo se va alborotando, Rodrigo, a Dios te encomiendo, y el sol, el viento y el mar, pienso, si te han de valer, con mis ruegos detener y con mis fuerzas parar. RODRIGO: Beso mil veces tu mano.
A los criados
¡Seguidme! CRIADO 1: ¡Vete al abismo! CRIADO 2: ¡Sígate el demonio mismo! URRACA: ¡Oh, valiente castellano!

FIN DEL ACTO PRIMERO

Las mocedades del Cid, Jornada II

 


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002