EL CONDE PARTINUPLÉS

Ana Caro

Texto basado en el del manuscrito del siglo XVII encontrado en la Biblioteca Nacional de Madrid (MS-16.775). Este text fue editado con el apoyo del otro manuscrito (MS-17.189) y el de la edición príncipe en LAUREL DE COMEDIA DE DIFERENTES AUTORES, Parte 49. La edición fue preparada y generosamente regalado a este sitio en 1997 por María José Delgado. Fue preparada en HTML para ser presentada aquí por Vern G. Williamsen in 1998.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Tocan cajas y clarines, y salen, empuñando las espadas, ARCENIO, CLAUSO, y EMILIO, deteniéndolos
ARCENIO: Sucesor pide el imperio; dénosle luego, que importa. EMILIO: Caballeros, reportad el furor que os apasiona. CLAUSO: Cásese o pierda estos reinos. EMILIO: Esperad; razón os sobra. ARCENIO: Pues si nos sobra razón, cásese, o luego deponga el reino en quien nos gobierne. EMILIO: Rosaura es vuestra Señora natural. ARCENIO: Nadie lo niega... toca al arma. CLAUSO: Al arma toca.
Tocan al arma y salen ROSAURA y ALDORA, y en viéndola, se turban
ROSAURA: Motín injusto, tened... ¿dónde váis? ARCENIO: Yo, no... CLAUSO: Señora... ROSAURA: ¿No habláis? ¿no me respondéis? ¿qué es esto? ¿quién os enoja? ¿quién vuestro sosiego inquieta? ¿Quién vuestra paz desazona? Pues, ¿cómo de mi palacio el silencio se alborota, la inmunidad se profana, la sacra ley se derroga? ¿Qué es esto, vasallos míos? ¿Hay acaso en nuestras costas enemigos? ¿Han venido de Persia bárbaras tropas a perturbar nuestra paz, envidiosos de mis glorias? Decidme qué es; porque yo, atrevida y fervorosa, con vosotros, imitando las ilustres amazonas, saldré a defender, valiente, de estos reinos la corona, y aún ofreceré la vida con resolución heroica, porque vosotros gocéis la parte que en esa os toca, pacíficos y contentos. No hagáis, por mi amor, ociosa la razón de vuestro enojo, en el silencio que estorba en mi atención el informe; hablad. ARCENIO: ¡Qué cuerda! EMILIO: ¡Qué hermosa! ROSAURA: No me neguéis la ocasión del disgusto. ARCENIO: Gran Señora, bellísima emperatriz, nuestro delito perdona; que tú sola eres la causa. ROSAURA: Sea agravio, sea lisonja de vuestro amor, el ser yo, vasallos, la causa sola; pues está mi confïanza de vuestra lealtad heroica satisfecha felizmente, advertid que se malogra la intención mientras la ignoro; responded. EMILIO: Rosaura hermosa, yo diré a lo que han venido; perdonad y oye, Señora. Ya sabéis la obligación con que de estos reinos gozas, y que por ella es preciso tomar estado. No ignoras tampoco que te ha pedido tu imperio que te dispongas a casarte, y te ha propuesto el príncipe de Polonia, el de Chipre y Transilvania, Ingalaterra y Escocia. Cásate, pues que no es justo que dejes pasar la aurora de tu edad tierna, aguardando de que de tu sol se ponga. Ésta es inolvidable ley, y en tus años tan costosa, que, a no de ejecutarla, dicen que habías de ver tu corona dividida en varios bandos, y arriesgada tu persona. Elige esposo, primero, que la fe jurada rompa; porque, de no hacerlo así, tu majestad se disponga a defenderse de un vulgo, conspirado en causa propia. Yo te aconsejo, yo, justo; tú, emperatriz, mira ahora si te importa el libre estado, o si el casarte te importa. ROSAURA: (No sé cómo responderle; Aparte tanto el enojo me ahoga, que están bebiendo los ojos del corazón la ponzoña. ¡Hay tan grande atrevimiento! ¡Hay locura tan impropia! ¡Que éstos mi decoro ofendan! ¡Que así a mi valor se opongan! pero no tiene remedio; porque si las armas toman, y quieren negar, ingratos, la obediencia y la corona... ¿Cómo puedo? ¿cómo puedo, siendo muchos y yo sola, defenderme? y no les falta razón) ¡Ay querida Aldora, si yo te hubiera creído! ¿qué haré? ALDORA: Responde amorosa que un año te den de plazo, y que si al fin dél no tomas estado, les das licencia para que el reino dispongan a su elección. ROSAURA: (¡Ah vasallos! Aparte si sois traidores, ¿qué importa rendiros con beneficios ni obligaros con lisonjas?) EMILIO: Gran Señora, ¿qué respondes? ROSAURA: Agradecida y dudosa del afecto y la elección, me detuve, mas agora quiero que escuchéis, vasallos, porque os quiero hacer notoria la causa que ha tanto tiempo, que mis designios estorba. Ya sabéis que este imperio, generoso esplendor del hemisferio, obedeció por dueño soberano al insigne Aureliano mi padre, y que fue herencia de su real y antigua descendencia. También sabréis cómo mi madre hermosa sin sucesión dichosa estuvo largo tiempo, y que los cielos con devotos desvelos, los dos importunaban, mas, ¡justas peticiones que no acaban! ya se ve, pues hicieron tanto efecto las generosas quejas de su afecto, que el cielo o compasivo o obligado, les vino a dar el fruto deseado; mas, fue con la pensión, ¡Oh infeliz suerte de la temprana muerte de aquella hermosa aurora del Puzol. Rosimunda, mi Señora, que de mi tierna vida, al primer paso la luz oscureció en mortal ocaso, dando causa a comunes sentimientos. Ya lo sabéis, pues, escuchadme atentos. Quedó el Emperador, mi padre amado, con golpe tan pesado, desde aquel triste día, ajeno de alegría; mas viendo su presencia, a pique de perderse en la experiencia de dolor tan esquivo, dio al pesar, ni bien muerto ni bien vivo, treguas, como cristiano, pues fuera intento vano ser su mismo homicida, no pudiendo animar la muerta vida de su adorada esposa; suspendió, en fin, la pena lastimosa, y quiso, de mis dichas mal seguro, investigar del tiempo lo futuro. Consultó las estrellas, miró el influjo de sus luces bellas, escudriñó curioso el benévolo aspecto, o riguroso de Venus, Marte, Júpiter, Dïana, antorchas de esa esfera soberana, o llamas de ese globo turquesado, que, es de varios astrólogos mirado, me pronostican de opinión iguales, mil sucesos fatales; y todos dan por verdadero anuncio, --¡Con qué temor, ay cielos, lo pronuncio!-- que un hombre, --¡fiero daño!-- le trataría a mi verdad engaño, rompiéndome la fe por él jurada, y que si en este tiempo reparada no fuese por mi industria esta corona, riesgo corrían ella y mi persona; porque este hombre engañoso, con palabra de esposo, quebrantando después la fe debida, el fin ocasionara de mi vida. Supe después, --¡ay triste!-- de sus labios, de mi adversa fortuna los agravios; y así, por no perderos y perderme, no he querido, vasallos, resolverme jamás a elegir dueño. Mas ya, que me ponéis en este empeño --sea o no sea justo--, a daros rey me ajusto. Sepa el de Transilvania, Chipre, Escocia, y Albania, Polonia, Ingalaterra, que me podré rendir, mas no por guerra; que esta dulce conquista, sólo ha de conseguirse con la vista de una firme asistencia, blandura, agrado, amor, correspondencia; obliguen, galanteen, escriban, hablen, sirvan y paseen; rendirán mi desdén con su porfía, obligarán mi altiva bizarría; y en tanto, yo, advertida y desvelada, huiré aquella amenaza anticipada, examinando el más constante y firme; pues es fuerza rendirme al yugo de Himeneo, que temo y que deseo por sólo asegurar vuestro cuidado. Alcance, pues, mi amor en vuestro agrado, para determinarme a morirme o casarme, sólo un año de término preciso; y si al fin de él halláredes remiso mi temeroso intento, o me obligad por fuerza al casamiento, o elegid rey extraño. ..................................... Todos sois nobles y vasallos míos; ayudadme a vencer los desvaríos de mi suerte inhumana, pues soy vuestra Señora soberana. Examinemos quién será el ingrato, que ha de engañarme con perjuro trato; busquemos modo, suerte, para huír el influjo adverso y fuerte de aquella profecía esquiva, acerba cuyo rigor cobarde el alma observa. Éste es, nobles, mi intento; éste es mi pensamiento; éste mi ruego y estos mis temores; estos, de mi fortuna los rigores; y ésta, la ejecución con que restaura tan triste amago, la infeliz Rosaura. EMILIO: Emperatriz hermosa, tu pena lastimosa sentimos como es justo; y así, tu majestad haga su gusto, y repare ese daño en el plazo de un año, y en él haga experiencia de la fe, la lealtad y la obediencia con que ha de hallar rendidas, de sus vasallos las honradas vidas. Aqueste parecer de mi fe arguyo; ahora vuestra alteza diga el suyo; avise de su intento. ROSAURA: Sea como os he dicho. EMILIO: Pues, contento estoy con esto, el reino se restaura; ¡Viva la emperatriz, viva Rosaura! ¡Tu nombre en bronce eterno el tiempo escriba! ¡Viva la emperatriz! ¡Rosaura viva!
Tocan cajas y vanse
ALDORA: Suspensa, prima, has quedado. ROSAURA: No tengo, Aldora, no tengo satisfacción de mi suerte. Aquellos anuncios temo, y no sé si he de elegir algun ingrato por dueño, que el alma que me amenaza sea bárbaro instrumento. Quisiera yo, prima mía, ver y conocer primero estos caballeros que mis vasallos me han propuesto, y si de alguno me agrada el arte, presencia e ingenio, saberle la condición, y verle el alma hacia dentro, el corazón, el agrado, discurso y entendimiento, penetrarle la intención, examinarle el concepto de su pecho, en lo apacible, o ya ambicioso o ya necio. Mas, si nada de esto puedo saber, y me he de arrogar al mar profundo y soberbio de elegir por dueño a un hombre que ha de regir el imperio del alma con libertad, o ya ambicioso, o ya ciego, ¿qué gusto puedo tener cuando, --¡ay Dios!-- me considero esclava, siendo Señora, y vasalla, siendo dueño? ALDORA: Discretamente discurres; mas es imposible intento penetrar los corazones y del alma los secretos. Lo mas que hoy puedo hacer por ti, pues sabes mi ingenio en cuanto a la mágica arte, es enseñarte primero, en aparentes personas, estos príncipes propuestos; y si es fuerza conocer las causas por los efectos, viendo en lo que se ejercitan, será fácil presupuesto saber cuál es entendido, cuál arrogante o modesto, cuál discreto y estudioso, cuál amoroso, o cuál tierno; y así mismo es contingente inclinarte a alguno de ellos antes que con sus presencias tenga tu decoro empeño, no atreviéndose a elegir. ROSAURA: ¡Oh Aldora, cuánto te debo! si hacer quieres lo que dices, presto, prima, presto, presto; pues sabes que las mujeres, pecamos en el extremo de curiosas de ordinario. Ejercita tus portentos; ejecuta tus prodigios, que ya me muero por verlos. ALDORA: Presto lo verás; atiende. ROSAURA: Con toda el alma te atiendo. ALDORA: ¡Espíritus infelices! que en el espantoso reino habitáis por esas negras llamas, sin luz y con fuego, os conjuro, apremio y mando que juntos mostréis a un tiempo, de la suerte que estuvieren, a los príncipes excelsos, de Polonia a Federico, de Transilvania a Roberto, de Escocia a Eduardo, de Francia Partinuplés..., ¿bastan estos? ROSAURA: Sí, prima; admirada estoy. ALDORA: Ea, haced que en breve tiempo, en aparentes figuras, sean de mi vista objetos.
Vuélvese el teatro y descúbrense los cuatro de la manera que los nombra
ROSAURA: Válgame el cielo, ¿qué miro, hermosa Aldora? ¿qué es esto? ALDORA: Éste que miras galán, que en la luna de un espejo, traslada las perfecciones del bizarro, airoso cuerpo, es Federico, polonio.
Va señalando a cada uno
Aquéste que está leyendo estudioso y divertido, es Eduardo, del reino de Escocia, príncipe noble, sabio, ingenioso y discreto, filósofo y judiciario. Aquél, que de limpio acero adorna el pecho gallardo, es el valiente Roberto, príncipe de Transilvania. El que allí se ve suspenso o entretenido, mirando el sol de un retrato bello, es Partinuplés famoso, de Francia noble heredero, por sobrino de su rey, que le ofrece en casamiento a Lisbella, prima suya; príncipe noble, modesto, apacible, cortesano, valiente, animoso y cuerdo. Éste es más digno de ser entre los demás, tu dueño, a no estar, --como te he dicho-- tratado su casamiento con Lisbella. ROSAURA: ¿Con Lisbella? por eso, Aldora, por eso me lleva la inclinación aquel hombre. ALDORA: Impedimiento tiene, a ser lo que te digo. ROSAURA: ¡Ay Aldora! a no tenerlo, otro me agradara, otro fuera, en mi grandeza, empeño de importancia su elección; pero, si lo miro ajeno, ¿cómo es posible dejar, por envidia o por deseo, de intentar un imposible, aún siendo sus gracias menos?
Vuélvase el teatro como antes y cúbrese todo
Ya se ausentó, y a mis ojos falta el agradable objeto de su vista, y queda el alma, ¿diré en la pena o tormento? digo en el tormento y pena de su ausencia y de mis celos. ALDORA: No sé si le llame amor, Rosaura, a tu arrojamiento, y parece desatino. ROSAURA: Que es desatino confieso. ALDORA: ¿No es galán el de Polonia? ¿no es el de Escocia discreto, gallardo el de Transilvania? ROSAURA: Si consulta con su espejo el de Polonia sus gracias, y está de ellas satisfecho; ¿cómo podra para mí tener, Aldora, requiebros? Si es filósofo el de Escocia, judiciario y estrellero; ¿cómo podrá acariciarme, ocupado el pensamiento y el tiempo siempre en estudio? Y si es tan bravo Roberto; ¿quién duda que batirá de mi pecho el muro tierno con fuerzas y tiranías, siendo quizá el monstruo fiero que amenaza la ruïna de mi vida y de este imperio? ALDORA: ¿No es peor estar rendida a otra beldad? ROSAURA: Es exceso el que propones, si sabes que no halla el común proverbio excepción en la grandeza. Yo lo difícil intento; lo fácil es para todos. ALDORA: Pues, emperatriz, supuesto que Partinuplés te agrada, todo cuanto soy te ofrezco. Yo haré que un retrato tuyo sea brevemente objeto de su vista, porque amor comience a hacer sus efectos; ven conmigo. ROSAURA: Voy contigo; desde hoy en tu dulce incendio soy humilde mariposa, tirano dios, niño ciego.
Vanse y suena ruido de cazay sale el REY de Francia, LISBELLA y el CONDE de Partinuplés y GAULÍN y criados de caza todos
DENTRO: Al arroyo van ligeros. OTRO: Por esa otra parte, Enrico, Julio, Fabio, Ludovico. CONDE: Al valle, al valle, monteros. REY: ¡Qué notable ligereza! o hijos del viento son, o del fuego exhalación. CONDE: Descanse, Señor tu alteza; baste la caza por hoy. REY: ¿Vienes cansada, Lisbella? LISBELLA: Como siguiendo la estrella del sol, que mirando estoy. REY: El equívoco me agrada; ese sol, ¿soy yo o tu primo? LISBELLA: Tú, pues en tu luz animo la vida, Señor. GAULÍN: ¿No es nada requebritos en presencia de quien a ser suyo aspira? Mas, si es justo, ¿qué me admira? REY: Habla, pues tienes licencia, Partinuplés, a tu esposa. CONDE: Cuando sabe que soy suyo, ociosa, Señor, arguyo toda palabra amorosa; porque, a mi entender, no hay mengua en el amable discreto, como empeñar el respeto en lo activo de la lengua. El que explica libremente su amor, la verdad desdice; que siente mal lo que dice, quien dice bien lo que siente. Yo, que la luz reverencio del sol que en Lisbella adoro, por no ofender su decoro, la hablo con el silencio; que fuera causarla enojos, con discursos pocos sabios, volverla a decir los labios, lo que le han dicho los ojos. REY: Bien encarecido está, sobrino, tu sentimiento. LISBELLA: Y yo, de oirte contenta, también primo, en mí será el silencio lengua muda, que acredite tu opinión.
Salen dos PESCADORES asidos de una caja
PESCADOR 1: Mía es. PESCADOR 2: Mayor acción tengo a su valor, no hay duda, pues te la enseñé; y así, la caja, Pinardo es mía. PESCADOR 1: Saquemos de esta porfía, su alteza, pues está allí; démosela. PESCADOR 2: Soy contento. REY: ¿Qué es esto? PESCADOR 1: Este pescador y yo sacamos, Señor, de ese espumoso elemento, esta caja de una nave que pasó naufragio ya; y por salvarse quizá, alijó su peso grave; mas, aunque fue de los dos hallada, y ambos queremos su valor, ya le cedemos con gusto, Señor en vos. REY: Dios os guarde.
Rompen la caja y sacan un retrato de ROSAURA
CONDE: Abrirla presto; veremos qué es. PESCADOR 1: Sólo hay un retrato. GAULÍN: ¡Qué cambray! CONDE: Echó el cielo todo el resto en su hermosura. PESCADOR 2: Pinardo, no trujimos mal tesoro. PESCADOR 1: Calla; que estoy hecho un mozo de rabia. REY: ¡Pincel gallardo! CONDE: Por Dios, beldad peregrina ostenta, ¡ay cielos! GAULÍN: Extraña, si acaso el pincel no engaña. LISBELLA: Rara hermosura. CONDE: Divina; ¿quién será aquesta mujer? LISBELLA: ¿Es gusto o curiosidad, Partinuplés? CONDE: ¡Qué deidad! curiosidad puede ser; que gusto, fuera de verte, ni le estimo ni le quiero. LISBELLA: Ya parece lisonjero; mas quiero, primo, creerte. Señor, una R y una A tiene aquí; ignoro el sentido. GAULÍN: Pues que me escuches te pido. REY: ¿Sabeslo tú? GAULÍN: Claro está. LISBELLA: Si habla cualquiera por sí, en la R dira reina, y en la A... CONDE: En las almas reina. LISBELLA: De Asia o África. CONDE: ¡Ay de mí! que es nombre propio imagino. Puede ser... GAULÍN: Oíd dos instantes, los sentidos más galantes de mi ingenio peregrino. REY: Di pues. GAULÍN: Llámase romana, o rapada o relamida, rayada, rota o raída, rotunda, ratera o rana, respondona o Rafaela; Ramira, ronca o rijosa, Roma, raspada o raposa, risa, ronquilla o razuela, o regatona o ratina. Y si es enigma más grave, el A quiere decir ave, y la R, de rapiña. REY: Como de tu ingenio es, la conclusión de la cifra. GAULÍN: Pues, ¿mas que no la descifra Radomonte aragonés con más elegancia? LISBELLA: (Celos Aparte me está dando el conde ingrato, divertido en el retrato.) CONDE: (¿Qué es esto que he visto cielos? Aparte Rendido está a los primores, de aquel pincel, mi sentido.) GAULÍN: Muy buena hacienda han traïdo los amigos pescadores; bien puede darles, Lisbella, su hallazgo. CONDE: Gaulín, desde hoy sabrá Lisbella que soy sombra de esta imagen bella. GAULÍN: Mira que de exceso pasa tu locura. CONDE: (¡Qué rigor! Aparte disimulemos, amor, el incendio que me abrasa.) LISBELLA: (¡Qué pague de esta manera Aparte mi amor el Conde!... ¿qué haré cielos? disimularé su ocasión.) DENTRO: ¡Guarda la fiera! REY: Aquella voz me convida... venid, sobrinos, conmigo. LISBELLA: Ya voy. CONDE: Yo, Señor, te sigo. REY: Da el retrato, por tu vida, a quien le guarde. Después tendréis los dos premio justo.
Vanse
PESCADOR 1: El saber que es de tu gusto, es el mayor interés.
Vase
CONDE: De mi brazo y de mi aliento no has de poder escaparte, si no te esconde la tierra; aguarda, fiera. GAULÍN: No aguardes.
Sale el CONDE tras una fiera vestida de pieles vale a dar y vuélvese una tramoya y aparece ROSAURA como está pintada en el retrato
CONDE: Espera, monstruo circero. GAULÍN: ¡Señor, que es gran disparate! ¡Hombre, que te precipitas a morir! CONDE: Temor infame, esto ha de ser; ¡todo el cielo me valga! GAULÍN: ¡Bizarro lance, que buscando una fiera, una belleza se hallase mi amo! ¿Qué más ventura? ¡Y que yo nunca me halle, si no es uno que me mienta, si no es cuatro que me engañen, cuarenta que me apeleen, cuatrocientos que me estafen! Sin duda que esto consiste en el ánimo; animarme quiero y buscar mi ventura; ya podrá ser que topase, en vez de moza, una sierpe, y en vez de un talego, un fraile. Mas, ¿qué es aquello? mi amo parece que está en éxtasis, o que a lo de resurrexit, judio asombrado yace; yo quiero ver que resulta de suspensiones tan grandes; que, si no me engaño, ya parece que quiere hablarle. CONDE: Cuando fiera te seguí, monstruo, mujer o deidad, ignorando tu crueldad, sólo a un riesgo me ofrecí; pero ya descubre en ti más peligros mi flaqueza; pues cuando de tu fiereza libre examiné el rigor, mal podré, muerto de amor, librarme de tu belleza. Tu hermosura y tu cautela se han conjurado en mi daño; que una se viste de engaño, y otra a la fiereza apela. No en vano el temor recela, dar riesgos después de verte, pues de esta o de aquella suerte, vienes a ser mi homicida; y si, fiera cruel, das vida; beldad piadosa, das muerte. ¿Eres de este valle diosa? ¿eres ninfa de este monte? ¿cuál es el sacro horizonte de tu aurora milagrosa? Muda fiera, enigma hermosa de aquel retrato, que al arte por tuyo excede, ¿en qué parte vives, asistes o estás? ROSAURA: Si me buscas, me hallarás.
Desaparece ROSAURA
CONDE: Voy con el alma a buscarte. ¿Por qué a mis ojos te niegas, bello hechizo, hermoso áspid? GAULÍN: Vive Cristo, que a mi amo le han dado con la del martes. CONDE: ¿Por qué te escondes y dejas burlada mi fe constante? "Si me buscas, me hallarás," dijiste, y cuando buscarte quiero, ligera desprecias mis esperanzas amantes. ¡Qué haré, cielos! ¿qué he de hacer? o respóndedme, o mátadme.
Vase
GAULÍN: En tanto que el Conde está dando suspiros al aire, he de buscar mi ventura, siquiera por imitarle. Ea, a la mano de Dios, venzamos dificultades de miedo, si acaso topan mis dichas en animarme; que será posible, pues, a los atrevidos hace fortunilla los cortijos, que me ayude favorable. Quiero ver; aquí no hay nada.
Busca, mira por el tablado y sale el CONDE
CONDE: Estos verdes arrayanes fueron de su planta alfonbra, siendo del campo plumajes. ¡Vive el cielo, que estoy loco! GAULÍN: Apostaré que dice alguien, que esto es andar por las ramas; mas entre aquellos dos sauces veo la sombra de un sol, sin nubes y con celajes.
Descúbrese ALDORA al otro lado entre unos árboles
Vive Dios, que di con él. Todo el cielo se me cae encima, que llueven glorias. ésta es runfla sin descarte, perla sin concha, y almendra sin cáscara, o ropaje de engaños ni de fiereza. La muchacha es como un ángel. ¡Oh animal el más hermoso de todos los animales! CONDE: Aquí he perdido mi bien, y aquí, cielos, he de hallarle. Bosques, fieras, espesuras, campos, prados, montes, valles, ríos, plantas, pajarillos, fuentes, arroyos, cristales, decid, ¿dónde está mi bien?
Vase
GAULÍN: Orlando furioso, tate; cada loco con su tema. Pues antes, reina, pues antes, que me dé otro trascantón.
Vala a coger y vuela y sale un león y coge a GAULÍN y sale el CONDE
CONDE: ¿Dónde iré? GAULÍN: Cielos, libradme, ya que mi amo no quiere. CONDE: ¿Qué es esto? GAULÍN: Es para la tarde.
Al ir a embestirle se desaparece el león
CONDE: ¡Oh fiero león, espera! desvaneció en un instante su espantosa forma. GAULÍN: ¡Ay Dios! todo estoy hecho vinagre. Mira, Señor, si me ha herido; que por estos arrabales parece que estoy sudando aunque no aromas fragantes. CONDE: No estás herido, sosiega. GAULÍN: ¿De verdad? CONDE: ¿He de engañarte? GAULÍN: No, pero será posible que a ti la vista te engañe, pero no el olfato a mí; no acabo de santiguarme; ¡Jesús mil veces, Jesús! ¡Qué tierra de Barrabases es esta donde no hallamos sino fieras y animales, que burlen y que aporreen! CONDEL Confuso estoy.
Suenan truenos
GAULÍN: ¿Yo cobarde? pues mira que truenecitos; hoy damos con todo al traste. ¿Si es Tesalia o la engañosa de Circe? estancia agradable; salgamos presto, Señor, de ella; que se cubre el aire de nubes y exhalaciones. CONDE: ¿Cómo es posible alejarme de este sitio, si en él dejo del alma la mayor parte? GAULÍN: Déjala toda y partamos; que al alma no han de tocarle en un pelo de la ropa. A estos cuerpos miserables es fuerza que les busquemos albergue donde se guarden; fuera de que, el rey, tu tío, y tu esposa han de buscarte, y han de estar perdiendo el juicio de ver que así los dejaste. Rayo es aquel; ¡Santa Prisca, Santa Bárbara, Sant Ángel! salgamos presto de aquí. CONDE: ¿Dónde podrás ocultarte de la inclemencia del tiempo? GAULÍN: Del tiempo, en ninguna parte; porque todo está a cureña rasa; mas para librarte de las fieras de estos montes esta noche, allí nos hace del ojo una nao, que está varada en aquel paraje, que debieron de dejar surta allí los temporales, y aunque está desarbolada, sin jarcias y sin velamen para navegar, al menos podrá, esta noche albergarte de las fieras, como digo. CONDE: Tus miedos han de obligarme a perderme. GAULÍN: Acaba presto; mira, Señor, que es ganarte. CONDE: Vamos, si es ganarme. GAULÍN: Ven; que de ti quiero agarrarme. CONDE: Fiera hermosa, aunque me voy, presto volveré a buscarte.
Vase

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

El conde Partinuplés, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002