JORNADA TERCERA


Salen don MENDO y gente con armas
UNO: Por esta parte, señor, que es por donde más brïoso el Ebro corre, arrastrando de esos montes los arroyos, es por donde él escaparse intenta. MENDO: Seguidle todos, examinando su espacio peña a peña y tronco a tronco.
Vase la gente
¿Quién en el mundo se ha visto en empeño tan forzoso como yo? Pues voy buscando --¡ay infelice!--lo propio que hallar no quisiera, acción hija de los celos solos. Por una parte me manda el rey, severo o piadoso, que no vuelva a su presencia sin dejar--¡terrible ahogo!-- preso a don Lope; y por otra la deuda que reconozco, la inclinación que le tengo me están sirviendo de estorbo. Si le prendo, a mi amor falto; y si no le prendo, pongo la gracia del rey a riesgo. ¿Cómo podré--¡cielos!--cómo, entre obediencia y amor, cumplir a un tiempo con todo?
Salen acuchillando a don LOPE HIJO, que trae sangriento el rostro
LOPE HIJO: Viéndome que es imposible quedar con vida conozco; mas para el precio en que tengo de venderla aun sois muy pocos. MENDO: No le matéis; que llevarle vivo me importa. (¡Oh, si logro Aparte prenderle aquí, porque pueda mi discurso buscar modo de salvar después su vida!) ¡Don Lope! LOPE HIJO: Tu voz conozco primero que tu semblante, porque confuso y dudoso me tienen tres veces ciego la ira, la sangre y el polvo. Y no sé si voz ha sido para mí o trueno ruidoso, que en su acento me dejó helado, inmóvil y absorto. ¿Qué me quieres? ¿Qué me quieres? Que tú solo, que tú solo, don Mendo, has podido darme más temores, más asombros, con una voz que me has dado, que con sus armas estotros. MENDO: Lo que quiero es que la espada rindas, y menos brïoso te des a prisión. LOPE HIJO: ¿Yo? MENDO: Sí. LOPE HIJO: Eso es muy dificultoso. MENDO: Yo te ofrezco... LOPE HIJO: Yo lo creo, señor, pero no lo otorgo; que no he de darme a partido al temor. MENDO: ¡Bárbaro, loco! ¿Qué intentas? LOPE HIJO: Morir matando. Pero en vano lo propongo; que contra ti no es posible que yo me muestre animoso; porque tiemblo si te miro, me estremezco si te oigo, en mis lágrimas me anego, en mis suspiros me ahogo; el cielo y la tierra, cuando contra ti la espada tomo, se me obscurecen y faltan. MENDO: Aquése es efecto propio de la justicia, en quien Dios puso el temor y el asombro del delincuente. LOPE HIJO: No es eso; pues aunque me reconozco delincuente, bien pudiera, como herido can rabioso, a cuantos vienen contigo despedazar; mas tú solo me pones miedo y respeto; y así a tus plantas me postro. Esta espada, rayo ardiente, que desde la punta al pomo sangrienta se vio en mi mano, rendida a tus pies arrojo, al mismo tiempo--¡ay de mí!-- que en ellos la boca pongo. MENDO: Levanta, Lope; que el cielo sabe bien que en tan penoso trance, delincuente tú y yo juez, tuviera a logro trocar la suerte contigo; pues me viera más dichoso, tu peligro padeciendo, que padeciendo mi asombro. Pero no temas porqué me muestre aquí riguroso contigo, que importa hacerme de parte de los enojos del rey. LOPE HIJO: Pues ¿el rey qué sabe de mí ya? MENDO: Tu padre propio de ti le pidió justicia. LOPE HIJO: A buscar mi espada torno. MENDO: No la hallarás; que ya está en mi mano. LOPE HIJO: ¡Oh rigurosos cielos! Que, al mirarla en ella, tiemblo y me estremezco todo, como cuando vi un cuchillo. ¿Qué miedo es el que te cobro? ¿Qué temor el que te tengo? Cuando a mi padre no ignoro, si otra vez me desmintiera, que hiciera otra vez lo propio. MENDO: ¡Hola! UNO: ¿Señor? MENDO: A don Lope con alguna capa el rostro le cubrid, y de esa suerte le llevad a un calabozo. -- Oye tú aparte. OTRO: ¿Qué mandas? MENDO: Que, para que el alboroto sea menos, por la puerta falsa de mi cuarto propio, que cae al campo, le dejes, sin que él sepa dónde o cómo; y haz que le curen en tanto que de su prisión informo yo al rey. (¿Qué pena, qué rabia, Aparte qué dolor, qué ansia, qué enojo es éste que acá en el alma tan dueño de mí conozco?)
Vanse. Sale el REY
REY: De don Mendo cuidadoso estoy, por si ha ejecutado lo que le tengo ordenado; y hasta verlo no reposo. ¡Que un tirano proceder de un hijo tan atrevido a su padre haya ofendido, sin que tema mi poder! El rigor de mi justicia hoy ha de ver Aragón, castigando la intención de su soberbia y malicia. Esto a mi reino conviene. ¡Vive Dios, que han de ver hoy si soy don Pedro o no soy! Pero aquí don Mendo viene.
Sale don MENDO
MENDO: Vuestra Majestad me dé, señor, su mano a besar. REY: Los brazos debo yo dar a quien de mi reino fue el Atlante, con quien hoy parto la inmensa fatiga de su pesadumbre. MENDO: Diga mi obediencia cuánto estoy, gran señor, reconocido a la merced que me hacéis. REY: Pues a mis ojos volvéis, no dudo que habréis prendido a don Lope. MENDO: Sí, señor, preso ya en mi casa queda, porque nadie hablarle pueda. REY: Nunca me hicisteis mayor servicio; que solicito conservar de justiciero el nombre adquirido, y quiero afianzarle en un delito tan extraño que otra vez no sé si tuvo ejemplar. MENDO: No ha de dejarse llevar el que es soberano juez tanto de la información primera; que, a lo que sé, tan grave el cargo no fue como fue la relación. REY: ¿No hay un hijo, Mendo, en ella, que a su padre le maltrata? ¿Y no hay un padre que trata de dar de su hijo querella? ¿Qué más grave puede ser? MENDO: Yo confieso que lo ha sido, pero hasta ahora no has oído descargo que puede haber de su parte. REY: Yo me holgara que tantos, don Mendo, hubiera que en mi reino no se diera culpa tan nueva, tan rara, tan fea y tan singular cometida. MENDO: Has de saber que, aunque lo es, al parecer, no llegada a averiguar, don Lope con don Guillén de Azagra, señor, reñía. No sé la causa que había, mas preso queda también. Su padre a tiempo llegó que advirtió que entre el reñir le iba Azagra a desmentir; y cuando ciego le vio, ya a la razón empeñado, porque él no la dijera, la pronunció; de manera que el acento equivocado, sin saber cúyo había sido, tiró a su competidor el golpe, a tiempo, señor, que su padre, introducido en medio, le recibió; siendo así que él no tiraba a su padre, claro estaba. Don Lope, cuando se vio maltratado de su hijo, con la cólera primera llegó a tus pies; de manera que estará, según colijo, arrepentido de haber tomado tan mal consejo. Él es en extremo viejo, y bien su acción da a entender que es delirio de la edad en querellarse ante ti de su hijo; siendo así que desde la antigüedad hay ley de que no sea oído, por decretos naturales en las causas criminales, ni padre de hijo ofendido, ni hijo de padre, así yo esto lo dejara aquí. REY: Paréceos justo eso? MENDO: Sí; REY: Pues a mí, don Mendo, no; porque, el delito extrañando, la queja desconociendo, ésta en el uno admitiendo, la culpa en otro apurando, he de ver, haya o no agravio, si es posible haber habido ni un hijo tan atrevido, ni un padre tan poco sabio. Y así, mientras esto pasa, al padre prended, porqué me importa a mí que no esté aquesta noche en su casa. MENDO: Yo lo haré.
Vase el REY
¡Válgame el cielo! Que no sé qué confusión trae acá mi corazón; que algún gran daño recelo.
Vase. Salen doña VIOLANTE y ELVIRA
ELVIRA: ¿De qué nace tu dolor? VIOLANTE: De un temor. ELVIRA: ¿Y el temor, señora, injusto? VIOLANTE: De un disgusto. ELVIRA: ¿Qué es, en fin, tu desconsuelo? VIOLANTE: Un recelo; porque hoy ha dispuesto el cielo que, a una tristeza rendida, puedan quitarme la vida temor, disgusto y recelo. ELVIRA: ¿Quién embaraza tu dicha? VIOLANTE: Mi desdicha. ELVIRA: Pues ¿quién causa su rigor? VIOLANTE: Mi amor. ELVIRA: Dime lo que te importuna. VIOLANTE: Mi fortuna. Y así, sin piedad alguna, no hallo alivio en mi pasión porque mis contrarios son desdicha, amor y fortuna. ELVIRA: ¿Quién alienta tu querella? VIOLANTE: Mi estrella. ELVIRA: Véncela con tu arrebol. VIOLANTE: Es mi estrella todo el sol. ELVIRA: Su luz eclipsa importuna. VIOLANTE: Está menguante mi luna. Con que esperanza ninguna me ha quedado, pues ya vi conjurados contra mí la estrella, el sol y la luna. ELVIRA: ¿Qué te obliga a mal tan fuerte? VIOLANTE: Ver mi muerte. ELVIRA: Pues ¿quién tu muerte ha causado? VIOLANTE: El fiero hado. ELVIRA: Pierde, señora, el recelo. VIOLANTE: Es contra el cielo. Y así para nada apelo, dejándome padecer; que no se pueden vencer la muerte, el hado y el cielo. Y no me preguntes más; pues habiendo, Elvira, visto (¡qué mal el llanto resisto!) Aparte preso a don Lope, me estás matando tú en preguntarme de qué nace mi pasión, sabiendo que en su prisión están, si vuelvo a acordarme, temor, disgusto y recelo, desdicha, amor y fortuna, la estrella, el sol y la luna, la muerte, el hado y el cielo. ELVIRA: El cuarto de mi señor, que por otra puerta abrieron, es adonde le trajeron. VIOLANTE: ¡Oh si pudiera mi amor hacer, Elvira, por él alguna grande fineza! ELVIRA: ¿Qué mayor que tu belleza sentir su pena crüel? VIOLANTE: Mayor; pues viéndole estar en suerte tan oprimida, o me ha de costar la vida o la vida le he de dar. Esto a mi pasión conviene. La llave del cuarto muestra de mi padre. ELVIRA: La maestra mi señor es quien la tiene; estotra ahí está. VIOLANTE: Veré si darle un aviso puedo, ya que a mí me perdí el miedo que a sus desdichas cobré. Quédate tú, Elvira, allí, porque puedas avisar si alguno vieres entrar.
Vanse. Sale don LOPE HIJO
LOPE HIJO: ¡Ay infelice de mí! ¿Qué prisión, cielos, es ésta donde ciego me han traído? ¡Ay, Violante, cuánto ha sido lo que tu beldad me cuesta! Y aun lo poco que me resta del vivir, viéndome así, por ti lo siento; que aquí perder no me da pesar la vida, sino el pensar que te he de perder a ti.
Abre una puerta doña VIOLANTE, y sale
VIOLANTE: (El rostro en sangre bañado Aparte está, al parecer herido.) ¡Ah, don Lope! LOPE HIJO: ¿Quién ha sido quien mi nombre ha pronunciado? ¿Quién del que es tan desdichado no se desdeña y olvida? VIOLANTE: Quien, de ti compadecida, su sentimiento te advierte. LOPE HIJO: Viva sombra de mi muerte, muerta imagen de mi vida, cuerpo de mi pensamiento, alma de mi fantasía, retrato que la fe mía ha dibujado en el viento, formada voz de mi acento, no me atormentes atroz, desvaneciendo veloz cuerpo, alma y voz. VIOLANTE: Mal pudiera si yo ilusión, Lope, fuera, tener alma, cuerpo y voz. LOPE HIJO: Es verdad; pero creyendo, conmigo acá vacilando, que ahora estaba soñando, aun dudo lo que estoy viendo. VIOLANTE: De tu pasión obligada, de tu pena enternecida, a tu amor agradecida, y en tu delito culpada, vengo, sin mirar en nada, a decirte que esta puerta tendrás esta noche abierta, por donde escapar podrás la vida. ¿Quién vio jamás dar vida después de muerta? LOPE HIJO: Una planta oí que nace tan rara y tan exquisita que, donde hay llaga, la quita, y donde no la hay, la hace. En ti, Violante, renace su calidad repetida; pues, siendo antes mi homicida, ahora me amparas; de suerte que, donde hay vida, das muerte, y donde hay muerte, das vida. VIOLANTE: También de dos peregrinas yerbas oí que en sus senos apartadas son venenos y juntas son medicinas. Y si en los dos imaginas su efecto, verásle aquí; tú mueres sin mí, sin ti muero yo. Juntarnos quiera amor, para que no muera cada uno de por sí. De mi parte, habiendo oído cuánto está el rey indignado contigo, he determinado hacer... Pero ¿qué rüido oigo?
Sale ELVIRA
ELVIRA: Tu padre ha venido. VIOLANTE: Lope, adiós. LOPE HIJO: ¿Volverás? VIOLANTE: Sí, para librarte. LOPE HIJO: ¡Ay de mí! Que no lo pregunto yo por librarme a mí, sinó por volver a verte a ti.
Vase
VIOLANTE: Cierra, Elvira, aquesta puerta, y ven conmigo volando; porque no es bien que a las dos halle mi padre en su cuarto. ELVIRA: No tienes que darte prisa; que, a lo que yo estoy mirando, en el de Blanca, señora, antes que en el suyo ha entrado. VIOLANTE: Con todo, no me aseguro. Llegaré allá, procurando saber qué hay de nuevo en casa de don Lope; porque cuanto es atrevido un delito es cobarde un sobresalto.
Vase
ELVIRA: Ya cierro, y a saber voy qué ha habido.
Cierra la puerta. Sale VICENTE
VICENTE: ¡Válgate el diablo por bofetón, por cachete, por puñete, por porrazo, por mojicón, por puñada, por moquete o por sopapo! ¿Si hubiera más rüido hecho, aunque se hubiera tocado la campana de Velilla? ELVIRA: Vicente, ¿qué vas pensando? VICENTE: Voy, Elvira, si te digo la verdad, muy enfadado. ELVIRA: ¿Con quién? ELVIRA: Ahí que no es nada; con todo el género humano, con mis amos, mozo y viejo. ELVIRA: ¿Por qué? VICENTE: Porque son mis amos, cuanto a lo primero, y luego porque son tan locos ambos que uno da sin que le pidan, y otro no calla, no dando; siendo así que el que no da no ha de despegar los labios, y el que da, sea lo que fuere, solo es quien puede hablar alto. Voylo también con mi ama, porque desde que oyó el caso, aunque la "Salve" no rece, está gimiendo y llorando. Voylo con tu amo don Mendo porque de hoy acá se ha dado tanto a la contemplación del devotísimo paso del prendimiento que, siendo su cofrade, en breve espacio prendió a mi amo, a don Guillén, y ahora, para enmendarlo, prende al viejo. Y también voylo con el rey. ELVIRA: ¿Estás borracho? VICENTE: ¡Pluguiera a Dios! ELVIRA: ¿Con el rey? VICENTE: Sí; porque, habiéndome dado a mí dos mil bofetones, ninguno tomó a su cargo; y por uno, que a otro dieron, se muestra tan indignado. Que diz que echa por los ojos basiliscos, sin milagros. Y finalmente lo voy contigo. ELVIRA: Sólo eso aguardo a saber; ¿por qué conmigo? VICENTE: Porque, estándome adorando con tus cinco mil sentidos, ni una música me has dado, ni me has escrito un papel, ni me has tomado una mano. ELVIRA: Ya te he dicho que Beatriz es la que me lo ha estorbado. VICENTE: También te he dicho yo a ti que no hay que hacer della caso. ELVIRA: ¡Ay Vicente! Si eso fuera verdad, te diera un abrazo. VICENTE: Dámele, con calidad de quitármele en llegando a imaginar que es mentira. ELVIRA: Claro está que mi recato de otra suerte no lo hiciera.
Sale BEATRIZ
BEATRIZ: ¡Gloria a Dios, que en paz os hallo! VICENTE: ¡Beatriz! ELVIRA: Pues ¿qué importa? VICENTE: ¿Qué? Tú lo verás de aquí a un rato. BEATRIZ: Cepos quedos, reyes míos; no hay que fruncírseme entrambos; ni, pues que son mogiperros, se me hagan mogigatos; que ya lo he visto, y no importa; que para aquí es el adagio de que el zapato se calce otro, que yo me descalzo. ELVIRA: Yo soy moza de obra prima, y de calzarme no trato de viejo, y más en su tienda, que hormas y pies son de un palo. VICENTE: (¡Esto es hecho!) Aparte BEATRIZ: ¿Cómo es eso? ¿Soy yo hija del cosario Pie de Palo, por ventura? ELVIRA: Algo deso hay. VICENTE: (¡Esto es malo!) Aparte BEATRIZ: Con estas manos que ve me vengara de ese agravio, si no viera que su moño no la dolerá en mis manos. VICENTE: (¡Declaróse!) Aparte ELVIRA: Pues, ¿por dicha es mi cabello prestado, como el ojo izquierdo suyo, que es de vidrio? BEATRIZ: ¿Qué? VICENTE: Echo el fallo. No se ha de hablar más en esto. ELVIRA: ¿Cómo que no? En todo caso, la puedo yo mostrar dientes. BEATRIZ: Sí pienso que podrá, y hartos; porque, aunque ya es más que niña, los tiene para mudarlos. ELVIRA: ¿Estos son dientes postizos? BEATRIZ: ¿Estos son ojos vidriados? ELVIRA: ¿Este cabello es ajeno? BEATRIZ: ¿Y éstas son piernas de palo? VICENTE: ¡Aguarda, no l[a]s enseñes! ¿No echas de ver dónde estamos? ELVIRA: Este pícaro... BEATRIZ: Este infame... ELVIRA: Este vil... BEATRIZ: Este picaño... ELVIRA: ...tiene la culpa. BEATRIZ: Pues tenga la pena.
Péganle
VICENTE: ¡Damas, a espacio! ELVIRA: Gente viene. BEATRIZ: Pues dejemos este negocio empezado. VICENTE: Luego ¿piensan acabarle? ELVIRA: Y las dos ¿cómo quedamos? BEATRIZ: Amigas. ELVIRA: Adiós. BEATRIZ: Adiós.
Vanse las dos
VICENTE: ¿No es mejor, al diablo, al diablo que os lleve, puercas, bribonas? ¡Qué diluvio de porrazos ha venido sobre mí! Y lo peor de este fracaso no es sino que de todo esto no se le da al rey un cuarto.
Vase. Sale el REY disfrazado, y doña BEATRIZ, queriéndole reconocer
BLANCA: ¿Quién es, cielo, quien así, cuando la noche cerrando baja, se ha entrado hasta aquí? Hombre, ¿qué vienes buscando? ¿Tráesme más pesares? "Sí" responderás, claro está; que en casa de un afligido, en quien no hay consuelo ya, solamente la ha sabido quien los pesares le da. (El rostro y la voz esconde, Aparte y callando me responde.) Beatriz, saca una luz. ¡Cielo! Viva estatua soy de hielo.
Saca luces BEATRIZ
Hombre, ¿a qué has entrado donde temor y asombro me das? REY: Queda sola, y lo sabrás. BLANCA: Nada temo; éntrate dentro.
Toma la luz, y vase BEATRIZ
(Tantas más penas encuentro Aparte cuantas voy dejando atrás.) ¿Aun no te descubres? REY: No, hasta cerrar esta puerta.
Cierra BLANCA
BLANCA: (¿Quién mayor confusión vio?) Aparte ¡Hola! REY: No des voces. BLANCA: (¡Muerta Aparte estoy!) Pues ¿quién eres?
Descúbrese el REY
REY: Yo. BLANCA: ¡Válgame el cielo! ¿Qué veo? REY: ¿Conocéisme? BLANCA: Sí, señor; que en ningún embozo puede andar disfrazado el sol. ¿Vos en mi casa a estas horas? ¿En aquese traje vos a buscarme? ¿Qué mandáis? Que a vuestras plantas estoy. Sacadme, por Dios, sacadme de tan nueva confusión. Sepa yo si esta visita es castigo o es favor. REY: Ni es favor, Blanca, ni es castigo; es obligación de mi oficio; que el ser rey oficio es también. BLANCA: Señor, ¿y en qué obligación conmigo os pone el serlo? REY: El color cobrad, cobrad el aliento; sosegad el corazón; porque os he menester, Blanca, a vos muy dentro de vos. Vuestro hijo a vuestro esposo públicamente ofendió; vuestro esposo de vuestro hijo ante mí se querelló públicamente también; y en el repetido error de entrambos resulta, Blanca, la sospecha contra vos. Razón tenéis de turbaros, y tan sobrada razón, que es tan nueva diligencia aquésta, que no la vio otra vez en cuantos casos con rayos escribe el sol. Mas yo he de saber si es cierto que pudo ser, que llegó de padre a hijo, de hijo a padre a tanto la indignación que uno ofenda, otro querelle; y para poder mejor saberlo, como a testigo, vengo a examinaros yo. Hablad conmigo, fïada en la fe de ser quien soy, de jamás no padezca vuestra fama y opinión el escrúpulo más leve. Solos estamos los dos, ni ha de haber otro instrumento que mi oído y vuestra voz. O si no, vive Dios, Blanca, que hasta que llegue... BLANCA: Señor, tened; no paséis tan presto de la blandura al rigor, de la piedad al enojo, ni del agrado al furor; que aunque es verdad que ha tenido un secreto por prisión el pecho, donde guardado se ha conservado hasta hoy; que aunque es verdad que propuse guardarle, viendo que estoy en la sospecha indiciada de que me advertís, error hiciera en no descubrirle; que es tan noble mi ambición, es tan mío mi respeto, tan de mi esposo mi honor, que no ha de dejar que cobre fuerza esa imaginación. Y así, por ella he de dar aquesta satisfacción a vos, al mundo y al cielo. Oídme atento. REY: Ya lo estoy. BLANCA: Pobre fue mi padre, pero tan noble que el mismo sol, menos puro, cotejaba su esplendor con su esplendor. Viendo, pues, que no podía medir con igual acción la calidad y la hacienda, en tiernos años trató casarme, siendo ellos solos el dote que a Lope dio, porque supliesen los suyos el caudal con el amor. En desiguales edades casamos, en fin, los dos, siendo en mi abril y su enero él la nieve y yo la flor. Sabe el cielo que le quise más que al vivir, aunque no lo merecí a sus despegos, lo debí a su desamor; porque él templado al antiguo estilo, al moderno yo, disonábamos al gusto, pero no a la obligación. Parecíendome que fuera bisagra de nuestro amor un hijo, que estos extremos ellos quien los ata son, le deseé con tanto afecto que Dios me le castigó en no dármele; porqué, como Él sabe lo mejor, da a entender que todo y nada se le ha de pedir a Dios. Doblemos aquí la hoja, dejando aparte, señor, domésticos desagrados que pasamos Lope y yo; y vamos a que tenía mi padre una hija menor, a quien yo, para tener en la áspera condición de mi esposo algún consuelo, algún alivio o favor, la llevé a vivir conmigo. De esta, pues, se enamoró un caballero; y si algo mi humildad os mereció, sea no nombrarle, puesto que para mi verdad no importa, y hoy puede ser de disgusto para vos. Mas ¿qué digo? ¿En qué reparo? Que en abono de mi honor no he de dejar sospechoso ni aun el indicio menor. Don Mendo Torrellas fue el que, viendo su pasión desvalida de mi hermana, de otro de casa buscó medios que le introdujesen de noche por un balcón en su cuarto, donde es cierto que la palabra la dio de esposo, testigo el cielo; cuya promesa creyó, para que saliese dueño el que había entrado ladrón. Casóse después con otra; que no hay hombre que, traidor, no mire a la conveniencia antes que a la obligación; y dentro de pocos días vuestro padre le envïó por embajador a Francia; de suerte que se ausentó sin saber más, que hasta aquí, de lo que ahora resta. Yo, viendo con poca salud a mi hermana, y que un rigor continuo la atormentaba, quise saber la ocasión, y con ruegos, con halagos y con lágrimas, que son, sobre la sangre, los más fuertes conjuros de amor, la obligué a que me dijera lo que he dicho; y añadió que tenía en sus entrañas por testigo de su error un áspid, alimentado dos veces del corazón. Era mi hermana, sentílo, sin reñírselo, señor; que es la reprehensión inútil a lo hecho, y es rigor que en quien buscaba un consuelo hallase una reprehensión. "¡Oh, válgame el cielo!" dije una y mil veces. "¿Quién vio que una misma causa tenga desdichadas a las dos? Pues lo que para mí fuera la dicha y el bien mayor, es desdicha para ti." Y discurriendo veloz en esto, dando una y mil vueltas la imaginación, de su pena y de mi pena mi industria sacar pensó el secreto y el alivio de ambas, trocando la acción, la preñez ella ocultando ` y publicándola yo. Llegó de su parto el día. ¿Quién más nuevo caso vio que una el dolor disimule y que otra finja el dolor? Supuesta otra enfermedad, Laura del parto murió; que no pudo de otra suerte cumplir con su obligación. Sola una matrona fue cómplice de nuestro error; que hasta hoy ninguno ha sabido, ni se supiera desde hoy; porque encerrado duraba en bien segura prisión si a tormentos de vergüenza no la rompiérades vos. Mi culpa, señor, es ésta. Humilde a esos pies estoy; padezca vuestros enojos yo solamente, pues soy en aquesta acción culpada. Pero recibid, señor, en cuenta de tanto engaño, tener a mi esposo amor, tener amor a mi hermana, y juzgar que, entre los dos, a uno a mi fe le traía, y a otro llevaba a su honor. Y finalmente, si habéis, Pedro invicto de Aragón, que llaman el justiciero, [de] mostrar en mí lo sois, ésta es mi vida; postrada está a vuestras plantas. No os pido me perdonéis, sólo os pido que el pregón que os dé en mi justicia fama sea, diciendo en alta voz que engañé a mi esposo, que al mundo engañé; mas no que mi decoro ofendí, que manché mi presunción, que deslucí mi altivez, que turbé mi pundonor, que manché mi vanidad, ni que ajé mi estimación; porque en efecto los yerros en mujeres como yo pueden constar de un engaño, pero de otra cosa no. REY: (¡Oh cuánto estimo el haber Aparte salido con la aprehensión de que el que ofendió no es hijo ni padre el que querelló! Aunque mal en este caso salí de una confusión, pues me quedo con la misma, añadidas otras dos. Don Lope ofendió a su padre en la pública opinión de todo el pueblo; el secreto no he de revelarle yo; que importa oculto. Don Mendo traidoramente burló el honor de Laura muerta; y Blanca en fin engañó a su esposo; tres delitos públicos y ocultos son. Luego, aunque yo haya sabido que no es su hijo, debo yo, por Lope, por Blanca y Mendo, y por mí, que soy quien soy, dar a públicos delitos pública satisfacción y a los secretos secreta.) Adiós, Blanca. Blanca: Guárdeos Dios los años que...
Llaman a la puerta al ir a abrir el REY
REY: ¿Llaman? BLANCA: Sí. REY: Pues abrid la puerta vos, y a nadie que sea digáis que estoy aquí ni quién soy.
Retírase
BLANCA: ¿Quién llama? MENDO: Yo, Blanca. Dentro
Abre BLANCA. Sale don MENDO
BLANCA: Pues, ¿qué buscáis? (¡Qué confusión!) Aparte MENDO: Venir a deciros sólo que nada os cause temor de cuanto veis; pues, teniendo la causa en mis manos hoy, ¿quién se atreverá a decir lo que yo no quiera?
Sale el REY
REY: Yo. MENDO: Señor... vos... pues... REY: Bien está. La llave de la prisión en que tenéis a don Lope me dad. MENDO: Aquésta es, señor. Mas sabed... REY: Ya lo sé todo. Retiraos, Blanca, vos; y vos, don Mendo, quedaos. (Esta noche, ¡vive Dios!, Aparte verá el mundo mi justicia.)
Vase
MENDO: ¿Qué es esto, Blanca? BLANCA: Es tu error, y es mi error también, que el cielo hoy nos castiga a los dos. Sigue al rey, piedad le pide, sabiendo--¡ay de mí!--que no es mi hijo, que es de Laura y tuyo. MENDO: ¡Válgame Dios! Él vivirá, aunque yo muera. BLANCA: ¡Muerta quedo! MENDO: ¡Sin mí voy!
Vanse. Salen ELVIRA y doña VIOLANTE
ELVIRA: Considera... VIOLANTE: Esto ha de ser. ELVIRA: Mira... VIOLANTE: No hay que persuadirme. ELVIRA: Advierte... VIOLANTE: No hay que decirme. ELVIRA: ¿No echas, señora, de ver que han de culpar que haya sido tu padre quien le ha librado? VIOLANTE: Cuando le juzguen culpado, ¿qué importa? Y pues no te pido consejo, no me le des. Llega y abre aquesa puerta. ELVIRA: Sí haré, de temores muerta. Pero gente hay dentro. VIOLANTE: Pues antes que nos resolvamos a abrir, Elvira, escuchemos; porque puede ser que erremos el fin de lo que intentamos, si acaso por la otra puerta alguien entró a la prisión, y se queda su intención sin su efecto descubierta. Pon en la llave el oído. Mira qué oyes. ELVIRA: Nada puedo entender, porque hablan quedo, y sólo a mí llega el ruido de la voz, sin las palabras. VIOLANTE: Quítate, llegaré yo a ver si algo escucho... No; pero para que no abras, el rumor bastante fue. Mucha gente veo. ELVIRA: Así lo he sentido yo.
Sale don MENDO
MENDO: ¡Ay de mí! VIOLANTE: Señor, ¿qué tienes? MENDO: No sé; pero bien lo sé, mal digo; que en efecto ¿mi pesar con quién ha de descansar, si no descansa contigo? ¡Con cuántas causas me aflijo! Advierte; don Lope, pues hijo de Blanca no es, que es tu hermano y es mi hijo. VIOLANTE: ¿Qué dices? ¡Válgame el cielo! MENDO: Que vengo determinado a perder vida y estado, privanza, honor y consuelo, por darle la libertad. VIOLANTE: Sin saberlo yo, habían hecho sus desdichas en mi pecho aquesa misma piedad. Y pues el ruido que oí ya cesó en el aposento, yo abriré. MENDO: Llega con tiento.
Don LOPE HIJO dentro
LOPE HIJO: ¡Ay infelice de mí! MENDO: Justamente te estremeces a tan mísero gemido. VIOLANTE: De turbada, no he podido abrir ya. LOPE HIJO: ¡Jesús mil veces! Dentro MENDO: Muestra la llave; que, aunqué tanto este acento me turba, yo abriré.
Dale la llave VIOLANTE
VIOLANTE: Toma; que yo, más que viva, estoy difunta.
Llaman a las dos puertas de dos lados, por la parte de adentro
MENDO: A aquella puerta y a ésta a un tiempo han llamado juntas. VIOLANTE: ¿Quién será? ¡Válgame el cielo! MENDO: Mientras que yo abro la una, abre tú la otra.
Llegan a abrir doña VIOLANTE y don MENDO las dos puertas. Salen, por la de VIOLANTE, doña BLANCA y BEATRIZ y, por la otra, don LOPE PADRE y VICENTE
LOPE PADRE: Don Mendo, el rey me manda que acuda a vos, a que me digáis la sentencia que dio justa en mi desagravio. BLANCA: Yo, Violante, en vuestra hermosura vengo a consolar mis penas que anticipadas me asustan. VICENTE: Y yo, por hallarme en todo, vengo siguiendo la chusma. MENDO: El rey, Lope, no me ha dado a mí sentencia ninguna... VIOLANTE: Muy mal podrá, Blanca, daros consuelos la que los busca. MENDO: Si ya no es que la sentencia en esta cuadra se oculta, donde está preso don Lope.
Abre la puerta, que será la de en medio del teatro, y se ve a don LOPE HIJO, como dado garrote, un papel en la mano, y luces a los lados
Mas ¿qué miro? BLANCA: ¡Suerte injusta! VIOLANTE: ¡Qué desdicha! VICENTE: ¡Qué tragedia! BEATRIZ: ¡Qué pena! ELVIRA: ¡Qué desventura! LOPE PADRE: Cuanto fue hasta aquí rencor es ya lástima y angustia. MENDO: Si el papel que está en su mano es, Lope, el que el rey procura que yo por sentencia os lea, vedle vos; que a mí me turba este horror tanto, que soy una helada estatua muda. (¡Ay hijo! Castigo ha sido Aparte dilatado de mi culpa hasta aquí. Pero estas voces quédense en el alma ocultas.) BLANCA: (De mi engaño el instrumento Aparte para castigo me busca, --¡ay de mí!-- pero esta pena secreta el alma la sufra.) LOPE PADRE: "Quien al que tuvo por padre ofende, agravia e injuria, muera; y véale morir quien un limpio honor deslustra, para que llore su muerte también quien de engaños usa, juntando de tres delitos las tres justicias en una." TODOS: Y de los demás defectos merezca el autor disculpa.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Dec 2002