JORNADA SEGUNDA


 
Sale FÉNIX
FÉNIX: ¡Zara! ¡Rosa! ¡Estrella! ¿No hay quien me responda?
Sale MULEY
MULEY: Sí, que tú eres sol para mí y para ti sombra yo; y la sombra al sol siguió. El eco dulce escuché de tu voz, y apresuré por esta montaña el paso. ¿Qué sientes? FÉNIX: Oye, si acaso puedo decir lo que fue. Lisonjera, libre, ingrata, dulce y süave una fuente hizo apacible corriente de cristal y undosa plata; lisonjera se desata, porque hablaba y no sentía; süave, porque fingía; libre, porque claro hablaba; dulce, porque murmuraba; e ingrata, porque corría. Aquí cansada llegué después de seguir ligera en ese monte una fiera, en cuya frescura hallé ocio y descanso; porque de un montecillo a la espalda, de quien corona y guirnalda fueron clavel y jazmín, sobre un catre de carmín hice un foso de esmeralda. Apenas en él rendí el alma al susurro blando de las soledades, cuando ruido en las hojas sentí. Atenta me puse, y vi una caduca africana, espíritu en forma humana, ceño arrugado y esquivo, que era un esqueleto vivo de lo que fue sombra vana, cuya rústica fiereza cuyo aspecto esquivo y bronco fue escultura hecha de un tronco sin pulirse la corteza. Con melancolía y tristeza, pasiones siempre infelices --para que te atemorices-- una mano me tomó, y entonces ser tronco yo afirmé por las raíces. Hielo introdujo en mis venas el contacto, horror las voces, que discurriendo veloces, de mortal veneno llenas. Articuladas apenas, esto les pude entender: "¡Ay infelice mujer! ¡Ay forzosa desventura! ¡Que en efecto esta hermosura precio de un muerte ha de ser!" Dijo; y yo tan triste vivo que diré mejor que muero, pues por instantes espero de aquel tronco fugitivo cumplimiento tan esquivo, de aquel oráculo yerto el presagio y fin tan cierto que mi vida ha de tener. ¡Ay de mí! ¡Que hoy he de ser precio vil de un hombre muerto!
Vase FÉNIX
MULEY: Fácil es de descifrar ese sueño, esa ilusión, pues las imágenes son de mi pena singular. A Tarudante has de dar la mano de esposa; pero yo, que en pensarlo me muero, estorbaré mi rigor; que él no ha de gozar tu amor si no me mata primero. Perderte yo, podrá ser; mas no perderte y vivir. Luego si es fuerza el morir antes que lo llegue a ver, precio mi vida ha de ser con que ha de comprarte. ¡Ay cielos! ¡Y tú en tantos desconsuelos precio de un muerto serás pues que morir me verás de amor, de envida y de celos!
Salen tres cautivos y el infante don FERNANDO
CAUTIVO 1: Desde aquel jardín te vemos, donde estamos trabajando, andar a caza, Fernando, y todos juntos venimos a arrojarnos a tus pies. CAUTIVO 2: Solamente este consuelo aquí nos ofrece el cielo. CAUTIVO 3: Piedad como suya es. FERNANDO: Amigos, dadme los brazos; y sabe Dios si con ellos quisiera de vuestros cuellos romper los nudos y lazos que os aprisionan; que a fe que os darían libertad antes que a mí; mas pensad que favor del cielo fue esta piadosa sentencia; él mejorará la suerte, que a la desdicha más fuerte sabe vencer la prudencia. Sufrid con ella el rigor del tiempo y de la Fortuna, deidad bárbara importuna, hoy cadáver y ayer flor. No permanece jamás y así os mudará de estado. ¡Ay Dios! Que al necesitado darle consejo no más no es prudencia, y en verdad que, aunque quiera regalaros, no tengo esta vez qué daros. Mis amigos, perdonad. Ya de Portugal espero socorro, presto vendrá; vuestra mi hacienda será. Para vosotros la quiero. Si me vienen a sacar del cautiverio, ya digo que todos iréis conmigo. Id con Dios a trabajar. No disgustéis vuestros dueños. CAUTIVO 1: Señor, tu vida y salud hace nuestra esclavitud dichosa. CAUTIVO 2: Siglos pequeños son los del fénix, señor, para que vivas.
Vanse
FERNANDO: El alma queda en lastimosa calma, viendo que os vais sin favor de mis manos. ¡Quien pudiera socorrerlos! ¡Qué dolor! MULEY: Aquí estoy viendo el amor con que la desdicha fiera de esos cautivos tratáis. FERNANDO: Duélome de su fortuna y en la desdicha importuna que a esos cautivos miráis, aprendo a ser infelice' y algún día podrá ser que los haya menester. MULEY: ¿Eso vuestra alteza dice? FERNANDO: Naciendo infante, he llegado a ser esclavo; y así temo venir desde aquí a más miserable estado; que si ya en aqueste vivo, mucha más distancia trae de infante a cautivo que hay de cautivo a más cautivo. Un día llama a otro día, y así llama y encadena llanto a llanto y pena a pena. MULEY: No fuera mayor la mía, que vuestra alteza mañana, aunque hoy cautivo está, a su patria volverá; pero mi esperanza es vana, pues no puede alguna vez mejorarse mi fortuna, mudable más que la luna. FERNANDO: Cortesano soy de Fez, y nunca de los amores que me contaste te oí novedad. MULEY: Fueron en mí recatados los favores. El dueño juré encubrir; pero a la amistad atento, sin quebrar el juramento, te lo tengo de decir. Tan solo mi mal ha sido como solo mi dolor, porque el Fénix y mi amor sin semejante han nacido. En ver, oír y callar, Fénix es mi pensamiento, Fénix es mi sufrimiento en temer, sentir y amar; Fénix mi desconfïanza en llorar y padecer; en merecerla y temer aún es Fénix mi esperanza, Fénix mi amor y cuidado; y pues que es Fénix te digo, como amante y como amigo ya lo he dicho y lo he callado.
Vase MULEY
FERNANDO: Cuerdamente declaró el dueño amante y cortés; si Fénix su pena es, no he de competirla yo, que la mía es común pena. No me doy por entendido; que muchos la han padecido y vive de enojos llena.
Sale el REY
REY: Por la falda de este monte vengo siguiendo a tu alteza, porque, antes que el sol se oculte entre corales y perlas, te diviertas en la lucha de un tigre que agora cercan mis cazadores. FERNANDO: Señor, gustos por puntos inventas para agradarme; si así a tus esclavos festejas, no echarán menos la patria. REY: Cautivos de tales prendas que honran al dueño, es razón servirlos de esta manera.
Sale don JUAN
JUAN: Sal, gran señor, a la orilla del mar, y verás en ella el más hermoso animal que añadió naturaleza al artificio; porque una cristiana galera llega al puerto, tan hermosa, aunque toda oscura y negra, que al verla se duda cómo es alegre su tristeza. Las armas de Portugal vienen por remate de ella; que como tienen cautivo a su infante, tristes señas visten por su esclavitud, y a darle libertad llegan, diciendo su sentimiento. FERNANDO: Don Juan, amigo, no es ésa de su luto la razón, que si a librarme vinieran, en fe de su libertad fueran alegres las muestras.
Sale don ENRIQUE, vestido de luto con un pliego
ENRIQUE: Dadme, gran señor, los brazos. REY: Con bien venga vuestra alteza. FERNANDO: ¡Ay, don Juan, cierta es mi muerte! REY: ¡Ay, Muley, mi dicha es cierta! ENRIQUE: Ya que de vuestra salud me informa vuestra presencia, para abrazar a mi hermano de dad, gran señor, licencia. ¡Ay, Fernando!
Abrázanse
FERNANDO: Enrique mío, ¿qué traje es ése? Mas cesa; harto me han dicho tus ojos, nada me diga tu lengua. No llores, que si es decirme que es mi esclavitud eterna, eso es lo que más deseo; albricias pedir pudieras, y en vez de dolor y luto vestir galas y hacer fiestas. ¿Cómo está el rey, mi señor? Porque como él salud tenga, nada siento. ¿Aún no respondes? ENRIQUE: Si repetidas las penas se sienten dos veces, quiero que sola una vez las sientas. Tú, escúchame, gran señor; que aunque una montaña sea rústico palacio, aquí te pido me des audiencia, a un preso la libertad, y atención justa a estas nuevas. Rota y deshecha la armada, que fue con vana soberbia pesadumbre de las ondas, dejando en África presa la persona del infante, a Lisboa di la vuelta, Desde el punto que Duarte oyó tan trágicas nuevas, de una tristeza cubrió el corazón, de manera que pasando a ser letargo la melancolía primera, muriendo desmintió a cuantos dicen que no matan penas. Murió l rey, que esté en el cielo. FERNANDO: ¡Ay de mí! ¿Tanto le cuesta mi prisión? REY: De esa desdicha sabe Alá lo que me pesa. Prosigue. ENRIQUE: En su testamento el rey mi señor ordena que luego por la persona del infante se dé a Ceuta. Y así yo con los poderes de Alfonso, que es quien le hereda, porque sólo este lucero supliera del sol la ausencia, vengo a entregar la ciudad; y pues... FERNANDO: No prosigas, cesa. Cesa, Enrique, porque son palabras indignas ésas, no de un portugués infante, de un maestre que profesa de Cristo la religión, pero aun de un hombre lo fueran vil, de un bárbaro sin luz, de la fe de Cristo eterna. Mi hermano, que está en el cielo, si en su testamento deja esa cláusula, no es para que se cumpla y lea, sino para mostrar sólo que mi libertad desea, y ésa se busque por otros medios y otras conveniencias, o apacibles o crüeles. Porque decir "Dése a Ceuta" es decir "Hasta eso haced prodigiosas diligencias." Que a un rey católico y justo, ¿cómo fuera, cómo fuera posible entregar a un moro una ciudad que le cuesta su sangre, pues fue el primero que con sola una rodela y una espada enarboló las quinas en sus almenas? Y eso es lo que importa menos. Una ciudad que confiesa católicamente a Dios, la que ha merecido iglesias consagradas a sus cultos con amor y reverencia, ¿fuera católica acción, fuera religión expresa, fuera cristiana piedad, fuera hazaña portuguesa que los templos soberanos, Atlantes de las esferas, en vez de doradas luces adonde el sol reverbera, vieran otomanas sombras? ¿Y que sus lunas opuestas en la iglesia, estos eclipses ejecutasen tragedias? ¿Fuera bien que sus capillas a ser establos vinieran, sus altares a pesebres? Y cuando aquesto no fuera, volvieran a ser mezquitas. Aquí enmudece la lengua, aquí me falta el aliento, aquí me ahoga la pena porque en pensarlo no más el corazón se me quiebra, el cabello se me eriza, y todo el cuerpo me tiembla. Porque establos y pesebres no fuera la vez primera que hayan hospedado a Dios; pero en ser mezquitas, fueran un epitafio, un padrón, de nuestra inmortal afrenta, diciendo "Aquí tuvo Dios posada, y hoy se la niegan los cristianos para darla al demonio." Aún no se cuenta --acá moralmente hablando-- que nadie en casa se atreva de otro a ofenderle. ¿Era justo que entrara en su casa mesma a ofender a Dios el vicio, y que acompañado fuera de nosotros, y nosotros le guardáramos la puerta, y para dejarle dentro a Dios echásemos fuera? Los católicos que habitan con sus familias y haciendas hoy, quizá prevaricaran en la fe, por no perderlas. ¿Fuera bien ocasionar nosotros la contingencia de este pecado? Los niños que tiernos se crían en ella, ¿fuera bueno que los moros los cristianos indujeran a sus costumbres y ritos para vivir en su secta? ¿En mísero cautiverio fuera bueno que murieran hoy tantas vidas, por una que no importa que se pierda? ¿Quién soy yo? ¿Soy más que un hombre? Si es número que acrecienta el ser infante, ya soy un cautivo, de nobleza no es capaz el que es esclavo; yo lo soy, luego ya yerra el que infante me llamare. Si no lo soy, ¿quién ordena que la vida de un esclavo en tanto precio se venda? Morir es perder el ser, yo le perdí en una guerra; perdí el ser, luego morí; morí, luego ya no es cuerda hazaña que por un muerto hoy tantos vivos perezcan. Y así estos vanos poderes, hoy divididos en piezas,
Rómpelos
serán átomos del sol, serán del fuego centellas. Mas no, yo los comeré porque aún no quede una letra que informe al mundo que tuvo la lusitana nobleza este intento. Rey, yo soy tu esclavo, dispón, ordena de mi libertad, no quiero, ni es posible, que la tenga. Enrique, vuelve a tu patria, di que en África me dejas enterrado, que mi vida yo haré que muerte parezca. Cristianos, Fernando es muerto; moros, un esclavo os queda; cautivos, un compañero hoy se añade a vuestras penas; cielos, un hombre restaura vuestra divinas iglesias; mar, un mísero con llanto vuestras ondas acrecienta; montes, un triste os habita, igual ya de vuestras fieras; viento, un pobre con sus voces os duplica las esferas; tierra, un cadáver hoy labra en tus entrañas su huesa; porque Rey, hermano, moros, cristianos, sol, luna, estrellas, cielo, tierra, mar y viento, fieras, montes, todos sepan, que hoy un príncipe constante entre desdichas y penas la fe católica ensalza, la ley de Dios reverencia. pues cuando no hubiera otra razón más que tener Ceuta una iglesia consagrada a la Concepción eterna de la que es reina y señora de los cielos y la tierra, perdiera, vive ella misma, mil vidas en su defensa. REY: Desagradecido, ingrato a las glorias y grandezas de mi reino, ¿cómo así hoy me quitas, hoy me niegas lo que más he deseado? Mas si en mi reino gobiernas más que en el tuyo, ¿qué mucho que la esclavitud no sientas? Pero ya que esclavo mío te nombras y te confiesas, como a esclavo he de tratarte. Tu hermano y los tuyos vean que ya, como vil esclavo, los pies agora me besas. ENRIQUE: ¡Qué desdicha! MULEY: ¡Qué dolor! ENRIQUE: ¡Qué desventura! JUAN: ¡Qué pena! REY: Mi esclavo eres. FERNANDO: Es verdad, y poco en eso te vengas; que si para una jornada salió el hombre de la tierra, al fin de varios caminos es para volver a ella. Más tengo que agradecerte que culparte, pues me enseñas atajos para llegar a la posada más cerca. REY: Siendo esclavo, tú no puedes tener títulos ni rentas. Hoy Ceuta está en tu poder; si cautivo te confiesas, si me confiesas por dueño, ¿por qué no me das a Ceuta? FERNANDO: Porque es de Dios y no es mía. REY: ¿No es precepto de obediencia obedecer al señor? Pues yo te mando con ella que la entregues. FERNANDO: En lo justo dice el cielo que obedezca el esclavo a su señor, porque si el señor dijera a su esclavo que pecara, obligación no tuviera de obedecerle; porque quien peca mandado, peca. REY: Daréte muerte. FERNANDO: Ésa es vida. REY: Pues para que no lo sea, vive muriendo; que yo rigor tengo. FERNANDO: Y yo paciencia. REY: Pues no tendrás libertad. FERNANDO: Pues no será tuya Ceuta.
Sale CELÍN
REY: ¡Hola! CELÍN: ¿Señor? REY: Luego al punto aquese cautivo sea igual a todos. Al cuello y a los pies le echad cadenas. A mis caballos acuda y en baño y jardín, y sea abatido como todos. No vista ropas de seda sino sarga humilde y pobre; coma negro pan y beba agua salobre; en mazmorras húmedas y oscuras duerma; y a criados y a vasallos se extienda aquesta sentencia. Llevadlos todos. ENRIQUE: ¡Qué llanto! MULEY: ¡Qué desdicha! JUAN: ¡Qué tristeza! REY: Veré, bárbaro, veré si llega a más tu paciencia que mi rigor. FERNANDO: Sí verás; porque ésta en mí será eterna.
Llévanle
REY: Enrique, por el seguro de mi palabra que vuelvas a Lisboa te permito, el mar africano deja. Di en tu patria que su infante, su Maestre de Avis queda curándome los caballos; que a darle libertad vengan. ENRIQUE: Sí harán, que si yo le dejo en su infelice miseria --y me sufre el corazón el no acompañarle en ella-- es porque pienso volver con más poder y más fuerza para darle libertad. REY: Muy bien harás, como puedas. MULEY: (Ya ha llegado la ocasión Aparte de que mi lealtad se vea. La vida debo a Fernando. Yo le pagaré la deuda.)
Vanse. Salen CELÍN y el infante [FERNANDO] de cautivo y con cadenas
CELÍN: El rey manda que asistas en aqueste jardín, y no resistas su ley a tu obediencia. FERNANDO: Mayor que su rigor es mi paciencia.
Salen los cautivos, y uno canta mientras los otros cavan en un jardín. Canta
CAUTIVO 1: "A la conquista de Tánger, contra el bárbaro Muley, al infante don Fernando envió su hermano el rey." FERNANDO: ¿Que un instante mi historia no deje de cansar a la memoria? Triste estoy y turbado. CAUTIVO 2: Cautivo, ¿cómo estáis tan descuidado? . . . . . . .[--estre] No lloréis, consolaos; que ya el maestre dijo que volveremos presto a la patria y libertad tendremos. Ninguno ha de quedar en este suelo. FERNANDO: (¡Qué presto perderéis ese consuelo!) Aparte CAUTIVO 2: Consolad los rigores, y ayudadme a regar aquestas flores. Tomad los cubos, y agua me id trayendo de aquel estanque. FERNANDO: Obedecer pretendo. Buen cargo me habéis dado, pues agua me pedís; que mi cuidado, sembrando penas, cultivando enojos, llenará en la corriente de mis ojos.
Vase. Sale don JUAN y otro cautivo
CAUTIVO 3: A este baño han echado más cautivos. JUAN: Miremos con cuidado si estos jardines fueron donde vino, o si acaso estos le vieron; porque en su compañía menos el llanto y el dolor sería, y mayor el consuelo. Dígasme, amigo, que te guarde el cielo, si viste cultivando este jardín al maestre don Fernando. CAUTIVO 2: No, amigo, no le he visto. JUAN: Mal el dolor y lágrimas resisto. CAUTIVO 3: Digo que el baño abrieron, y que nuevos cautivos a él vinieron.
Sale don FERNANDO, con dos cubos de agua
FERNANDO: (Mortales, no os espante Aparte ver un Maestre de Avis, ver un infante en tan mísera afrenta; que el tiempo estas miserias representa.) JUAN: Pues, señor, ¿vuestra alteza en tan mísero estado? De tristeza rompa el dolor el pecho. FERNANDO: ¡Válgate Dios, qué gran pesar me has hecho, don Juan, en descubrirme! Que quisiera ocultarme y encubrirme entre mi misma gente, sirviendo pobre y miserablemente. CAUTIVO 1: Señor, que perdonéis, humilde os ruego, haber andado yo tan loco y ciego. CAUTIVO 2: Dadnos, señor, tu pies. FERNANDO: Alzad, amigo, no hagáis tal ceremonia ya conmigo. JUAN: Vuestra alteza... FERNANDO: ¿Qué alteza ha de tener quien vive en tal bajeza? Ved que yo humilde vivo, y soy entre vosotros un cautivo. Ninguno ya me trate, sino como a su igual. JUAN: ¡Que no desate un rayo el cielo para darme muerte! FERNANDO: Don Juan, no ha de quejarse de esa suerte un noble. ¿Quién del cielo desconfía? La prudencia, el valor, la bizarría se ha de mostrar agora.
Sale ZARA con un azafate
ZARA: Al jardín sale Fénix mi señora, y manda que matices y colores borden este azafate de sus flores.
Toma el azafate
FERNANDO: Yo llevársele espero, que en cuanto sea servir seré el primero. CAUTIVO 1: Ea, vamos a cogellas. ZARA: Aquí os aguardo mientras vais por ellas.
Híncase de rodillas los esclavos
FERNANDO: No me hagáis cortesías. Iguales vuestras penas y las mías son; y pues nuestra surte, si hoy no, mañana ha de igualar la muerte. No será acción liviana no dejar hoy que hacer para mañana.
Vanse el infante [FERNANDO] y todos haciéndole cortesías, quédase ZARA, y salen FÉNIX y ROSA
FÉNIX: ¿Mandaste que me trajesen las flores? ZARA: Ya lo mandé. FÉNIX: Sus colores deseé para que me divirtiesen. ROSA: ¡Que tales, señora, fuesen, creyendo tus fantasías, tus graves melancolías! ZARA: ¿Qué te obligó a estar así? FÉNIX: No fue sueño lo que vi, que fueron desdichas mías. Cuando sueña un desdichado que es dueño de algún tesoro, ni dudo, Zara, ni ignoro que entonces es bien soñado; mas si a soñar ha llegado en fortuna tan incierta que desdicha le concierta y aquello sus ojos ven, pues soñando el mal y el bien, halla el mal cuando despierta. Piedad no espero, ¡ay de mí! Porque mi mal será cierto. ZARA: ¿Y qué dejas para el muerto si tú lo sientes así? FÉNIX: Ya mis desdichas creí. ¡Precio de un muerto! ¿Quién vio tal pena? No hay gusto, no a una infelice mujer. ¿Que al fin de un muerto he de ser? ¿Quién será este muerto?
Sale don FERNANDO con las flores
FERNANDO: Yo. FÉNIX: ¡Ay cielos! ¿Qué es lo que veo? FERNANDO: ¿Qué te admira? FÉNIX: De una suerte me admira el oírte y verte. FERNANDO: No lo jures, bien lo creo. Yo, pues, Fénix, que deseo servirte humilde, traía flores, de la suerte mía jeroglíficos, señora, pues nacieron con la aurora y murieron con el día. FÉNIX: A la maravilla dio ese nombre al descubrilla. FERNANDO: ¿Qué flor, di, no es maravilla cuando te la sirvo yo? FÉNIX: Es verdad. Di, ¿quién causó esta novedad? FERNANDO: Mi suerte. FÉNIX: ¿Tan rigurosa es? FERNANDO: Tan fuerte. FÉNIX: Pena das. FERNANDO: Pues no te asombre. FÉNIX: ¿Por qué? FERNANDO: Porque nace el hombre sujeto a fortuna y muerte. FÉNIX: ¿No eres Fernando? FERNANDO: Sí soy. FÉNIX: ¿Quién te puso así? FERNANDO: La ley de esclavo. FÉNIX: ¿Quién la hizo? FERNANDO: El rey. FÉNIX: ¿Por qué? FERNANDO: Porque suyo soy. FÉNIX: ¿Pues no te ha estimado hoy? FERNANDO: Y también me ha aborrecido. FÉNIX: ¿Un día posible ha sido a desunir dos estrellas? FERNANDO: Para presumir por ellas las flores habrán venido. Éstas, que fueron pompa y alegría despertando al albor de la mañana, a la tarde serán lástima vana, durmiendo en brazos de la noche fría. Este matiz, que al cielo desafía, iris listado de oro, nieve y grana, será escarmiento de la vida humana. ¡Tanto se emprende en término de un día! A florecer las rosas madrugaron, y para envejecerse florecieron. Cuna y sepulcro en un botón hallaron. Tales los hombres sus fortunas vieron. En un día nacieron y expiraron; que pasado los siglos, horas fueron. FÉNIX: Horror y miedo me has dado, ni oírte ni verte quiero; sé que el desdichado primero de quien huyo un desdichado. FERNANDO: ¿Y las flores? FÉNIX: Si has hallado jeroglíficos en ellas, deshacellas y rompellas sólo sabrán mis rigores. FERNANDO: ¿Qué culpa tienen las flores? FÉNIX: Parecerse a las estrellas. FERNANDO: ¿Ya no las quieres? FÉNIX: Ninguna estimo en su rosicler. FERNANDO: ¿Cómo? FÉNIX: Nace la mujer sujeta a muerte y fortuna; y en esa estrella importuna tasada mi vida vi. FERNANDO: ¿Flores con estrellas? FÉNIX: Sí. FERNANDO: Aunque sus rigores lloro, esa propiedad ignoro. FÉNIX: Escucha, sabráslo. FERNANDO: Di. FÉNIX: Esos rasgos de luz, esas centellas que cobran con amagos superiores alimentos del sol en resplandores, aquello viven que se duelen de ellas. Flores nocturnas son; aunque tan bellas, efímeras padecen sus ardores; pues si un día es el siglo de las flores, una noche es la edad de las estrellas. De esa, pues, primavera fugitiva ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere. Registro es nuestro, o muera el sol o viva. ¿Qué duración habrá que el hombre espere, o qué mudanza habrá, que no reciba de astro que cada noche nace y muere?
Vase [FÉNIX], y sale MULEY
MULEY: A que se ausente Fénix en esta parte esperé; que el águila más amante huye de la luz tal vez. ¿Estamos solos? FERNANDO: Sí. MULEY: Escucha. FERNANDO: ¿Qué quieres, noble Muley? MULEY: Que sepas que hay en el pecho de un moro lealtad y fe. No sé por dónde empezar a declararme, ni sé si diga cuánto he sentido este inconstante desdén del tiempo, este estrago injusto de la suerte, este crüel ejemplo del mundo, y este de la fortuna vaivén, mas a riesgo estoy si aquí hablar contigo me ven, que tratarte sin respeto es ya decreto del rey. Y así, a mi dolor dejando la voz, que él podrá más bien explicarse, como esclavo vengo a arrojarme a esos pies. Yo lo soy tuyo, y así no vengo, infante, a ofrecer mi favor, sino a pagar deuda que un tiempo cobré. La vida que tú me diste vengo a darte; que hacer bien es tesoro que se guarda para cuando es menester. Y porque el temor me tiene con grillos de miedo al pie, y está mi pecho y mi cuello entre el cuchillo y cordel, quiero, acortando discursos, declararme de una vez. Y así digo que esta noche tendré en el mar un bajel prevenido; en las troneras de las mazmorras pondré instrumentos que desarmen las prisiones que tenéis; luego, por parte de afuera, los candados romperé. Tú, con todos los cautivos que Fez encierra, hoy en él vuelve a tu patria, seguro de que yo lo quedo en Fez, pues es fácil el decir que ellos pudieron romper la prisión; y así los dos habremos librado bien, yo el honor y tú la vida, pues es cierto que a saber el rey mi intento me diera por traidor con justa ley; que no sintiera el morir. Y porque son menester para granjear voluntades dineros, aquí se ve a estas joyas reducido innumerable interés. Éste es, Fernando, el rescate de mi prisión, ésta es la obligación que te tengo; que un esclavo noble y fiel tan inmenso bien había de pagar alguna vez. FERNANDO: Agradecerte quisiera la libertad; pero el rey sale al jardín. MULEY: ¿Hate visto conmigo? FERNANDO: No. MULEY: Pues no des qué sospechar. FERNANDO: De estos ramos haré rústico cancel que me encubra mientras pasa.
Escóndese, y sale el REY
REY: (¿Con tal secreto Muley Aparte y Fernando? ¿E irse el uno en el punto que me ve, y disimular el otro? Algo hay aquí que temer. Sea cierto o no sea cierto mi temor procuraré asegurar.) Mucho estimo... MULEY: Gran señor, dame tus pies. REY: ...hallarte aquí. MULEY: ¿Qué me mandas? REY: Mucho he sentido el no ver a Ceuta por mía. MULEY: Conquista, coronado de laurel, sus muros; que a tu valor mal se podrá defender. REY: Con más doméstica guerra se ha de rendir a mis pies. MULEY: ¿De qué suerte? REY: De esta suerte: con abatir y poner a Fernando en tal estado que él mismo a Ceuta me dé. Sabrás, pues, Muley amigo, que yo he llagado a temer que del maestre la persona no está muy segura en Fez. Los cautivos, que en estado tan abatido le ven, se lastiman, y recelo que se amotinen por él. Fuera de esto, siempre ha sido poderoso el interés; que las guardas con el oro son fáciles de romper. MULEY: (Yo quiero apoyar agora Aparte que todo esto puede ser, porque de mí no se tenga sospecha.) Tú temes bien, fuerza es que quieran librarle. REY: Pues sólo un remedio hallé, porque ninguno se atreva a atropellar mi poder. MULEY: ¿Y es, señor? REY: Muley, que tú le guardes, y a cargo esté tuyo; a ti no ha de torcerte ni el temor ni el interés. Alcaide eres del infante, procura el guardarle bien; porque en cualquiera ocasión tú me has de dar cuenta de él.
Vase
MULEY: Sin duda alguna que oyó nuestros conciertos el rey. ¡Válgame Alá!
Sale don FERNANDO
FERNANDO: ¿Qué te aflige? MULEY: ¿Has escuchado? FERNANDO: Muy bien. MULEY: ¿Pues para qué me preguntas qué me aflige, si me ves en tan ciega confusión, y entre mi amigo y el rey el amistad y el honor hoy en batalla se ven? Si soy contigo leal, he de ser traidor con él; ingrato seré contigo si con él me juzgo fiel. ¿Qué he de hacer? ¡Valedme cielos! Pues al mismo que llegué a rendir la libertad me entrega, para que esté seguro en mi confïanza? ¿Qué he de hacer si ha echado el rey llave maestra al secreto? Mas para acertarlo bien te pido que me aconsejes. Dime tú qué debo hacer. FERNANDO: Muley, amor y amistad en grado inferior se ven con la lealtad y el honor. Nadie iguala con el rey. Él solo es igual contigo y así mi consejo es que a él le sirvas y me faltes. Tu amigo soy y porque esté seguro tu honor yo me guardaré también; y aunque otro llegue a ofrecerme libertad, no aceptaré la vida, porque tu honor conmigo seguro esté. MULEY: Fernando, no me aconsejas tan leal como cortés. Sé que te debo la vida, y que pagártela es bien; y así lo que está tratado esta noche dispondré. Líbrate tú, que mi vida se quedará a padecer tu muerte; líbrate tú, que nada temo después. FERNANDO: ¿Y será justo que yo sea tirano [e infïel] con quien conmigo es piadoso, y mate al honor, crüel, que a mí me está dando vida? No, y así te quiero hacer juez de mi causa y mi vida. Aconséjame también. ¿Tomaré la libertad de quien queda a padecer por mí? ¿Dejaré que sea uno con su honor crüel por ser liberal conmigo? ¿Qué me aconsejas? MULEY: No sé; que no me atrevo a decir sí ni no; el no porque me pesará que lo diga; y el sí porque echo de ver si voy a decir que sí, que no te aconsejo bien. FERNANDO: Sí aconsejas, porque yo, por mi Dios y por mi ley seré un príncipe constante en la esclavitud de Fez.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

El príncipe constante, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002