JORNADA SEGUNDA


Salen don ARIAS, don FÉLIX, don CÉSAR, ALEJANDRO, LAZARO, de noche
ARIAS: Buena noche. ALEJANDRO: El sol parece que quedó a la sombra negra en pedazos dividido, depositado en estrellas. FÉLIX: La luna, embozado el rostro entre pardas nubes, muestra trémulos rayos de plata, [haciendo] al sol competencia. LÁZARO: Cabal, sin faltarla un cuarto, y sin cercenar la oblea, por no ser luna vacía, hoy quiso ser luna llena. CÉSAR: (¡Ay de mí! ¿Quién creerá, cielos, Aparte que no siento que se pierda la ocasión, sino pensar que tendrá tan justa queja de mí doña Ana?) Señor, recójase vuestra Alteza; que el sereno le hará mal, y ya la noche refresca; basta lo que hemos andado. ALEJANDRO: Como yo, por mi grandeza, no puedo con libertad andar de día, quisiera ver, una noche que salgo, toda la ciudad. CÉSAR: (¡Paciencia! Aparte Pues, ¡vive Dios!, que he de ver si puedo con mi tristeza, divertido a su pesar, dejar de pensar en ella.) ¿Qué te pareció de Flora? ALEJANDRO: ¿No es la dama milanesa? Buen lejos tiene. LÁZARO: En verdad, mucho mejor es que el cerca; pero el lejos ha de ser tan lejos, que no se vea. ARIAS: Laura se prende muy bien. LÁZARO: Bien se prende, y bien se prenda. FÉLIX: Buenas manos. LÁZARO: Pues las tiene, bien hace en dárselas buenas. ARIAS: Aquí la doncella vive. LÁZARO: Ni la oigas ni la veas, señor, hasta que se haga; que son como las comedias, sin saber si es buena o mala. Ochocientos reales cuesta la primera vez; mas luego dan por un real ochocientas. Déjala imprimir primero; que comedias y doncellas, como estén dadas al molde, las hallarás por docenas. CÉSAR: (Ésta es la hora que estará Aparte doña Ana puesta en las rejas, diciendo entre sí, "Pues, ¿cómo, no es hora que venga César? ¿Yo, que pensé que tardaba, vengo a espararle?" Aquí es fuerza que se enoje. Mas, ¡ay, cielos! que no he de pensar en ella; olvidéme de olvidarme.) Por extremo cantó Celia. LÁZARO: Buena voz y mala cara pocas veces son opuestas. CÉSAR: Con el dote de la hermosa casaba Roma a la fea; y por no darla, la hizo de sus gracias heredera. LÁZARO: Laura vive aquí, que dijo, "Con lo que la casa cuesta, de alquiler he de hacer coche." Y, respondiéndole a ella dónde había de vivir, dijo, "Cuando coche tenga, en el coche todo el día, y la noche en la cochera." CÉSAR: (¿Qué he de hacer? Vuelvo a olvidarme.) Aparte Señor, la noche se aleja, y Nísida mi señora, cuidadosa de tu ausencia, te esperará desvelada. Ya sabes de su firmeza que como hermana te quiere y como dama te cela. No la des este cuidado. ALEJANDRO: Más el tuyo me atormenta. CÉSAR: ¿Qué dices? ALEJANDRO: Importa poco; que no sabe que estoy fuera. CÉSAR: (Pasóse fuerte ocasión.) Aparte LÁZARO: En esta casa pequeña viven dos hembras a quien ningún hombre, aunque más sepa, mientras con las dos hablare, hablará cosa a derechas. ALEJANDRO: Pues, ¿por qué? LÁZARO: Porque es la una corcovada y la otra tuerta. ARIAS: Pues una niña ceceosa y pobre vive aquí. LÁZARO: Ésa, cuando cecea, no llama, pues despide, aunque cecea. ARIAS: Tiene tía. LÁZARO: Arredro vaya, y más si bien se me acuerda de la vieja del conjuro. ALEJANDRO: ¿Cómo fue? LÁZARO: De esta manera; yo me enamoré, señor, un día, que no debiera, o que no pagara. En fin, consultando cierta vieja, pidióme, para el efecto, de su cabello una trenza. A fuer de Zaide, busqué ocasión para cogerla, y halléla, señor, un día en que, durmiendo mi prenda, prematicario barbero, la quité media guedeja; mas tal que, aunque avecindada vivió en su frente, no era natural de su copete, feligrés de su mollera. Guedeja heredada fue; y, haciendo el conjuro en ella, a la media noche entró en mi aposento una muerta. Troqué en miedos los amores, en responsos las ternezas; y aunque allí por fuerza vino, pienso que se fue por fuerza. CÉSAR: (¿De qué tanto olvido sirve, Aparte si nunca se olvidan penas, y ya se acuerda de amor el que de olvidar se acuerda? Paréceme a mí que ahora --mas ¿qué de locuras piensa un amante!--que doña Ana, no porque hablarme desea, sino por desengañarse, vuelve otra vez a la reja, y que, no viéndome, dice, --que la oigo pienso--, "Aunque vengas, no podrá hacer el amor que otra vez a verte vuelva." Mira, señora, mi bien... ¿Hay locura como ésta? ¿Viome alguno? No. Por Dios, que estaba hablando con ella.) ALEJANDRO: Don Arias, ¡qué mal encubre su divertimiento César! ARIAS: Harto procura por ti sacar fuerzas de flaqueza. ALEJANDRO: Pierda él la ocasión, no es mucho, pues yo callo, que él la pierda; que él padece ausencia, y yo padezco celos y ausencia. ARIAS: Mira que está aquí su hermano; habla quedo, no te entienda. ALEJANDRO: No importa; que un noble nunca de su honor tuvo sospecha.
Canta dentro un MÚSICO
MÚSICO: "Al despedirse de Anarda, dijo Eliso en triste voz, '¡Ay, que me muero de ausencia! ¡Ay, que me muero de amor!'" CÉSAR: Buena voz. FÉLIX: Es extremada. ALEJANDRO: ¡Qué agradablemente suenan a un mismo tiempo conformes voz, tono, instrumento y letra! Ahora quiero probar, don Arias, de qué manera Lázaro en esta ocasión, pues la da el músico buena, disculpa su espada. ARIAS: ¿Cómo? ALEJANDRO: Aquí quiero que lo veas. ¡Lázaro! LÁZARO: ¿Señor? ALEJANDRO: Pretendo que cierto disgusto sepas. Todas las noches que salgo canta este hombre, y me pesa de que en esta calle cante. LÁZARO: Yo llegaré con prudencia de tu parte, y le diré que se vaya. ALEJANDRO: No es aquésa mi pretensión. LÁZARO: Pues será de la mía. (Si me aprieta, Aparte yo soy muerto.) ALEJANDRO: No es bastante. LÁZARO: Pues, ¿qué quieres hacer? ALEJANDRO: Llega, y dale una cuchillada. LÁZARO: Será superchería ésa; que estoy muy acompañado para un musiquillo. Deja que venga solo mañana, y te mando su cabeza. Fuera de eso, este hombre está inocente, y en conciencia debes primero avisarle; pues si culpado estuviera, con más cólera llorara, cantara con menos flema. ALEJANDRO: Haz lo que mando, o diré que de gallina lo dejas. CÉSAR: Lázaro, ¿por qué no haces lo que te manda su Alteza? FÉLIX: ¿Quiéres que le dé yo? ARIAS: O yo le daré. LÁZARO: ¡Brava sentencia! Yo voy (y pienso escaparme, Aparte por favor a la inocencia.)
Sale el MÚSICO
MÚSICO: "Rompió el silencio amoroso, diciendo con triste voz, '¡Ay, que me muero de ausencia! ¡Ay, que me muero de amor!'" LÁZARO: Plegue a Dios que, si inocente estás, que aquí se me vuelva aquesta espada de palo, porque ofenderte no pueda. ¡Milagro, milagro! ALEJANDRO: Bueno anduvo. LÁZARO: Dios, que no deja de su mano al inocente, volvió por su causa mesma. Toma esta espada; que tú eres digno de tal prenda; y aunque sea milagrosa, me darás otra por ella. ALEJANDRO: Yo te la mando. FÉLIX: ¿Por dónde iremos? CÉSAR: Demos la vuelta hacia palacio, y allí te quedarás. ALEJANDRO: Tiempo queda para recogerme. CÉSAR: Mira que el día, señor, se acerca. ALEJANDRO: Poco importa, que ya el alba me hallará de esta manera. ¿Cómo te sientes? CÉSAR: Ya estoy muy alegre, aunque me cuesta el alegrarme muy caro. ALEJANDRO: También yo de mi tristeza estoy mejor. CÉSAR: Yo por ti digo, señor, que me pesa, y te juro de no estar triste en mi vida. ALEJANDRO: (Aunque sea Aparte villanía de amor, parece que se consuelan con otros gustos sus gustos, con otras penas sus penas.)
Vanse. Salen doña ANA y ELVIRA a la reja
ELVIRA: ¿Otra vez vuelves? ANA: No puedo de una vez determinarme; vengo por desengañarme, y más engañada quedo. Hasta verme despreciada, imaginé ser querida, y hasta verme aborrecida, no me he visto enamorada. De su descuido ha nacido en mí todo mi cuidado; mas para haberme olvidado, bastaba verse querido. ¡Ay, Elvira! No te asombres de verme hablar de esta suerte; el desprecio es el más fuerte hechizo para los hombres. ELVIRA: Quejosa con causa estás. Mas, ¿que otra vez no vendrías a la reja no decías? ANA: No pude sufrirlo más. ¡Ay agravio riguroso! Si esto llegara a advertir, bien le pudiera escribir papel menos amoroso. Ya mi desdicha crüel tarde el remedio me acuerda. Mas, ¿qué mujer fuera cuerda a solas con un papel? ELVIRA: Si ahora, señora, viniera, ¿hablárasle rigurosa o apacible y amorosa? ANA: No sé, Elvira, lo que hiciera. ¿No puede ser que haya estado en una ocasión forzosa de papeles u otra cosa de su señor ocupado? ELVIRA: ¿Le disculpas? ANA: Por buscar consuelo. ELVIRA: Quien le previene la disculpa, gana tiene... ANA: Di; ¿de qué? ELVIRA: ...de perdonar. ANA: Si viniera ahora--mira lo que es querer--y me diera disculpa, aunque lo supiera yo misma que era mentira, por mi respeto me holgara; y por verle disculpar hoy, me dejara engañar. Ojalá que él me engañara.
Salen don CÉSAR y LAZARO
LÁZARO: ¿Dónde vamos de esta suerte? ¿No ves que ya ha amanecido? CÉSAR: Voy, Lázaro, donde ha sido mi vida, a que vea mi muerte. Dejé al príncipe en palacio, y con un necio deseo vengo, por si acaso veo... LÁZARO: Tú vienes con lindo espacio. CÉSAR: ...alguien en las rejas. LÁZARO: Sí, una mujer hay, por Dios; y aunque digo una, son dos. CÉSAR: ¿Cómo llegaré? ¡Ay de mí! Llega tú, Lázaro, y mira si por ventura es mi bien. LÁZARO: ¿Cómo he de ir yo? Que también estará enojada Elvira. CÉSAR: ¿Sois vos, señora? ANA: Yo soy, César, la que os esperaba, que ajena entonces estaba de lo que advertida estoy. Pero soy la que ofendida tiene, ya desengañada, por culpas de declarada, castigos de arrepentida. ¿Al día venís? ¡A fe mía, que ha sido invención extraña! Harto es que quien engaña venga a engañar con el día. Quisisteis, hasta alcanzar un favor, que aun no tenéis; y ya os mudáis, porque os veis con algo que despreciar. Y si el desengaño toco que vuestro trato me ofrece, es poco lo que merece quien se contenta con poco. No penséis, por un papel, que fue liviano favor, César, que ya de mi honor tomáis posesión en él. No hagáis por eso desprecio de la ocasión y de mí; si como loca os la di, no la perdáis como necio. Aprended a ser cortés con las damas otro día; y si aprendéis cortesía, venidme a servir después.
Quítase de la ventana
CÉSAR: Pues que te he escuchado atento hasta castigar mi culpa, y no escuchas la disculpa, habré de decirla al viento. Sabe el mismo amor si lloro tu ausencia, y que en ella muero. Sabe el alma si te quiero. Sabe el cielo si te adoro. No ha sido soberbia mía; que la ocasión me quitó mi desdicha, porque vio que yo no la merecía. Y si esta ocasión perdida sospechas que me mudó, viva despreciado yo, y no estés arrepentida. Que yo quiero, pues he sido en venturas desdichado, ser más cuerdo despreciado que necio favorecido. De día vengo, y lo sería para mí, aunque noche fuera; pues en viéndote, saliera claro el sol, alegre el día. Hasta verle me ha tenido el príncipe, que ha rondado la ciudad. Esto ha pasado; tu hermano testigo ha sido. Verdad es; si el merecer piensas que me ha de olvidar, vuélveme tú a despreciar, y vuelva yo a padecer. Seamos extremos los dos; yo amante y tú ingrata seas; escúchame, y no me creas.
Vuelve doña ANA a la reja
ANA: Y eso ¿es verdad? CÉSAR: ¡Sí, por Dios! Pero. ¿en efecto creíste que yo pudiera olvidarte? ANA: ¿Y tú, quizá por vengarte, a voces no me dijiste que ya estaba arrepentida de quererte? Pues ¿por qué pusiste duda en la fe, sólo a tu gusto rendida? Ya el sol con sus luces dora las cumbres, y le hacen salva a un tiempo, con risa el alba, con lágrimas el aurora. Tarde es; yo daré ocasión de hablarnos, y no la pierdas. CÉSAR: Si de mis penas te acuerdas, glorias mis desdichas son. ANA: Vete. CÉSAR: Adiós, mi prenda amada. ANA: Él te guarde, y deje ver. CÉSAR: ¿Oyes? ANA: ¿Qué quieres? CÉSAR: Saber si quedas muy enojada. ANA: Gustos serán mis enojos, estando juntos los dos. CÉSAR: Adiós, mi enojada. ANA: Adiós, enojado de mis ojos.
Vase don CÉSAR, retírase doña ANA, y quedan ELVIRA y LAZARO
LÁZARO: Y ella, ¿qué me dice a mí? ¿No tiene estudiado nada de enojito? ELVIRA: ¿Yo enojada? ¿Por qué causa? LÁZARO: Porque sí, por que lo está su señora; que yo, porque mi señor amor tiene, tengo amor. ELVIRA: No le he entendido hasta ahora. LÁZARO: El día que mi amo tiene alegría, alegre estoy; si va triste, triste voy; vengo amante, si él lo viene; si tiene celos, celoso me verás; y si le han dado enojo, estaré enojado. Mas si amoroso, amoroso; con desdén, tendré desdén; amaré cuando él amare; y el día que él olvidare yo te olvidaré también. Seremos sombra los dos, sea justo o no sea justo, a la forma de tu gusto. ELVIRA: Y eso ¿es verdad? LÁZARO: ¡Sí, por Dios! Y pues ellos han reñido, riñamos los dos. ELVIRA: ¿Por qué? LÁZARO: Por si hubiere para qué. Escóndete, y yo ofendido llamaré como mi amo. ELVIRA: Pues si yo una vez me escondo, ¿qué va que no le respondo? LÁZARO: ¿Y qué va que no la llamo?
Vanse. Salen don FÉLIX y ALEJANDRO
FÉLIX: Parece que está triste, divertido consigo vuestra Alteza. ALEJANDRO: La pena que en mí asiste no es tristeza. ¡Ojalá fuera tristeza la que ofende mi vida, y no una confusión mal entendida! ¡Qué de veces sucede hacerse mil por remediar un daño! ¡Oh, dichoso el que puede rendirse a la verdad de un desengaño, dando, más advertido, a libres gustos cárceles de olvido!
Salen don CÉSAR, don ARIAS y LAZARO
CÉSAR: Quedó al fin satisfecha. ARIAS: Con el príncipe está don Félix. CÉSAR: Creo que quien no se aprovecha de la ocasión no estima su deseo; y es más segura ésta para dar el papel y traer respuesta. Aquí a doña Ana envío nuevas satisfacciones con la vida, porque dé al amor mío la ocasión que le tiene prometida. Toma, Lázaro, y mira si puedes por la calle hablar a Elvira; que pues estás seguro de don Félix, bien puedes descuidado. LÁZARO: Entrar dentro procuro de su casa, fingiendo algún recado; que pues él no está en ella, fácil será, señor, hablarla y vella.
Vase
FÉLIX: Don César y don Arias han llegado. ALEJANDRO: Su plática he entendido; mil confusiones varias pone una confusión a mi sentido. ¿Qué es lo que se trataba? ARIAS: César, señor, un cuento me contaba. ALEJANDRO: Oí algunas razones, aunque no le entendí, y saber deseo, por quitar confusiones, el cuento en qué paró. CÉSAR: (¿Qué es lo que veo?) Aparte Mal tu Alteza porfía en saberle; que no es tristeza mía; alegre estoy ahora. ALEJANDRO: Y, ¿qué fué? CÉSAR: De mí mismo desconfío; don Arias no le ignora; él le dirá mejor, y yo le fío que él la verdad te diga.
Hablan don ARIAS y don CÉSAR aparte
ARIAS: Con estas confïanzas más me obliga; pero ya llega tarde. CÉSAR: Mira lo que le dices, y no sea algo que me acobarde. ARIAS: Diréle una mentira que no crea el que la verdad mira cuál sea la verdad, cuál la mentira. ALEJANDRO: ¿Qué hay, don Arias?
Se apartan don ARIAS y ALEJANDRO
ARIAS: Airada la halló con mil razones rigurosas, pero desengañada quedó en fin a disculpas amorosas. Un papel la ha enviado, viendo que está don Félix ocupado; de éste respuesta espera, y otra ocasión. ALEJANDRO: ¿Ha mucho? ARIAS: En este instante. ALEJANDRO: ¿Hay confusión más fiera? Remediar ese daño es importante; que si el papel recibe, ¿quién duda los amores que la escribe? El papel me da celos, y temor la ocasión que en él aguarda. ¿Qué es lo que miro, cielos? Esto me anima, aquello me acobarda.
Se acerca nuevamente a CÉSAR
En fin, ¿eso ha pasado? CÉSAR: Don Arias la verdad te habrá contado. ALEJANDRO: Dejando aquesto aparte, don Félix, por no darte aquesta pena, excusaba contarte que, de pasión y de congoja llena, un desmayo a doña Ana ha dado. FÉLIX: ¿Con desmayo mi hermana? ALEJANDRO: Nísida me lo dijo; yo, por no apasionarte, lo encubría. FÉLIX: Más con eso me aflijo. ALEJANDRO: Dígolo ahora, viendo que podía importar tu presencia. FÉLIX: Iré a verla, señor, con tu licencia.
Vase
ALEJANDRO: (Eso es lo que deseo, Aparte que vayas a estorbarla que le escriba.) CÉSAR: (¡Cielos! ¿Qué es lo que veo?) Aparte ALEJANDRO: (Y cuando presunción de esto reciba, Aparte diré que engaño era del nombre. ¡Ay, si de amor sólo lo fuera!) Aparte
Vase
CÉSAR: Pues, don Arias, ¿qué es esto? ¿Qué pena o qué desdicha rigurosa es en la que me has puesto? ARIAS: ¡Cúlpame a mí! Por Dios, que es linda cosa, tras haberte servido con lo que agora al príncipe he mentido. Él me dijo que había oído "don Félix y doña Ana hermosa." Y como ya tenía el camino cogido, fue forzosa ocasión hablar de ellos, y el desmayo arrastré por los cabellos. CÉSAR: Si él a Lázaro halla con doña Ana, ¿qué haré? ARIAS: No habrá llegado Lázaro para hablalla; que Félix volará con el cuidado; y gran ventaja arguye quien corre al que anda, y a quien corre el que huye. CÉSAR: Ello es desdicha mía, pues la ocasión perdida desengaña que ha de ser mi alegría mi pena, y el remedio quien me daña. Y pues no hay otro medio, máteme el mal, pues muero del remedio.
Vanse. Salen doña ANA y ELVIRA
ELVIRA: ¿Acabaste de escribir? ANA: Escribí, mas no acabé; que antes pienso que empecé en cada letra a sentir. Quise en una breve suma cifrar mi pena crüel; puse encontrado el papel, y tomé al revés la pluma. En tanto que amor penetra las razones, le doblé; y al poner la pluma, fue un borrón la primer letra. Y yo dije, "Mi pasión letras hace a su contento, que mal puedo el mal que siento decirle, sino en borrón." Confusa y dudosa estaba qué principio tomaría y, aunque muchos prevenía, ninguno me contentaba. ¿No has visto en una redoma salir el agua con pena menos, cuando está más llena, hasta que algún viento toma? Así fui; porque al sentir tantas cosas concurrieron que unas a otras sirvieron de estorbo para salir. Y yo, que confusa miro su impedimento, porque pudieran salir, tomé el viento con un suspiro. Digo, en efecto, que hoy, por darle, más declarada, ocasión menos notada, a ver a mi quinta voy. Mas abierto está, y mejor sabrás lo que dice dél.
Sale don FÉLIX, y ANA se turba, viéndole
ELVIRA: ¡Mi señor! Guarda el papel. ANA: ¡Ay de mí! FÉLIX: Bien el color turbado que, haciendo pausa, hoy tu belleza condena, de tu dolor y mi pena me están diciendo la causa. Pues cuando presente tengo esta desdicha infelice, ella claramente dice el cuidado con que vengo. ¿Qué es esto? ANA: Hermano, no ha sido cosa ninguna. FÉLIX: No ciegues mis ojos, ni mi mal niegues; que ya todo lo he sabido. Y, aunque tu pena quisiera disimular mi disgusto, este sentimiento injusto por fuerza me lo dijera. Ya sé todo lo que pasa, bien me lo puedes decir; que no fue en vano venir a tales horas a casa. ANA: No darte pena pretendo; que sabe el cielo mejor que no te agravia mi amor. FÉLIX: Menos agora te entiendo. Si por desmentir mi pena, hermana, fingiendo estás, ¿cómo me disculparás verte de pasiones llena? ¿Qué tienes? ANA: No son indignos mis deseos. FÉLIX: Bueno va; con el accidente está diciendo mil desatinos.
Hablan doña ANA y ELVIRA aparte
ANA: Elvira, ¿qué puedo hacer? ELVIRA: Negar en toda ocasión; que es mucha la dilación del sospechar al saber. FÉLIX: ¿Qué es esto, Elvira? ELVIRA: Señor, un desmayo que la ha dado de esta suerte la ha dejado, sin aliento y sin color. FÉLIX: Luego fue mi pena cierta; que eso fue lo que temí. ELVIRA: Yo te aseguro que aquí la hemos tenido por muerta. Y, aunque todavía estaba de pena y congoja llena, por excusarte tu pena, la suya disimulaba. FÉLIX: Hermana, no fue el fingir tu pasión honrarme en ella; pues me alegro de sabella para ayudarla a sentir. Y, aunque holgarme es maravilla de lo que es propio disgusto, me alegro ya por el gusto que he de tener en sentilla. Mas, ¿para qué me decías que los tuyos, por rodeos, no son indignos deseos, ni que en tu amor me ofendías? ANA: Aunque encubrirte pensó mi amor esta pena fiera, si Elvira no la dijera, dijera la verdad yo. Mas como encubrir deseo tu pena, dije, señor, que no te ofendía mi amor, ni era indigno mi deseo. FÉLIX: ¿De qué, hermana, procedió ese tirano accidente? ANA: (Él aprieta bravamente; Aparte pero enmendarélo yo.) Un ruido en la calle oí, estando muy descuidada, y entonces, algo turbada, a la ventana salí. Vi que estaban a la puerta mil hombres, desenvainadas para uno las espadas. (Oh, lo que un temor concierta!) Aparte En todo le pareciste al otro que allí reñía. Yo entonces, mortal y fría, me rendí a un desmayo triste, que amenazó con mi muerte. Lo demás te ha dicho Elvira. ELVIRA: ¿Por qué he de decir mentira, si es la verdad de esta suerte? FÉLIX: Y, ¿cómo te sientes ya? ANA: Más segura y descansada.
Sale LÁZARO
LÁZARO: Por Dios, sin topar en nada, tengo de entrarme hasta acá, porque... FÉLIX: ¿Qué es la turbación? ¿Qué ha sucedido? LÁZARO: ...porque... FÉLIX: Di, Lázaro, lo que fue. LÁZARO: (Él es fantasma o visión. Aparte ¿No quedó en palacio ahora?) ANA: (Todas vienen juntas hoy Aparte mis desdichas.) LÁZARO: (Muerto soy, Aparte si una invención no mejora mi peligro, porque en fin quien a tal amparo viene segura la vida tiene.) ¡Ah follón! ¡Ah malandrín! FÉLIX: Sosiégate ya, y declara qué ha sido. LÁZARO: Ahí un poco era, no es nada. Si esto no hiciera, presumo que reventara. Sobre el juego me encontré, porque en efecto yo juego, y, encontrado sobre el juego, vida y dinero jugué. Encontréme al encontrar con un muy bellaco encuentro; en efecto yo me encuentro... (¡Cielos! ¿Dónde iré a parar?) Aparte ...con un hombre a quien doy nombre de hombrecillo, así le nombro; pues un hombre le da asombro, aunque vive a sombra de hombre. Y, viendo que siempre gano otras veces que he reñido, pidióme once de partido, por no reñir mano y mano. Yo, que los doce miré, dije, "Armados, y en cuadrilla, de pícaros en gavilla libera nos, Domine." Saqué la que me dio ayer el príncipe--¡Dios le guarde!-- Al fin no la hice cobarde, pues que los hice meter a todos en un portal. Luego los iba sacando uno a uno, e iba dando su recado a cada cual. Juntos volvieron después y dividiéronse en breve, doce a este lado, a éste nueve, y cara a cara los tres. Para todos me acomodo. FÉLIX: Pues los doce, nueve y tres son veinte y cuatro. LÁZARO: ¿No ves que cuento sombras y todo? A no quebrarse la espada, cabo de año los hiciera. FÉLIX: Pues, ¿cómo la traes entera? LÁZARO: Entera está, y fue extremada historia. Al uno tiré la daga, y cuando saltó la espada, hice daga yo del pedazo que quebré. Riñendo atrevido y ciego, con saña y rabia crüel, de un acerado broquel saltaban chispas de fuego. Yo, cuando la lumbre vi, con gran presteza llegué, y los pedazos soldé; por eso la traigo así. FÉLIX: ¿Cómo tiraste la daga si en la pretina la tienes? LÁZARO: Pues eso es fácil, si vienes a que a eso te satisfaga. A quien yo se la tiré a tirármela volvió y, viéndola venir yo, a tan buena hora llegué que quiso mi buena estrella, porque todo venga junto, que, estando la vaina a punto, volviese a envainarse en ella. Oí, "¡Justicia!" en los debates y entréme corriendo acá. FÉLIX: (Con la turbación está Aparte diciendo mil disparates.) ANA: Aquí verás que ésta fue la pendencia que decía. FÉLIX: ¿Y yo quien me parecía a Lázaro? ANA: No lo sé; pero un hombre más lucido vi en ella. FÉLIX: (Su señor era.) Aparte LÁZARO: Al fin, yo de esta manera a vuestros pies he venido. FÉLIX: (Sin duda es el que riñó Aparte César y, con brevedad, por no decir la verdad, estas mentiras fingió.) Lázaro, yo voy a ver si está segura la calle.
Vase
ELVIRA: Ahora puedes hablalle. ANA: No me puedo detener en decir lo que quisiera; pero ves aquí un papel. LÁZARO: Y ves aquí el trueco de él, trueco que premio no espera. ANA: Dile que no deje de ir... LÁZARO: Sospecho que me detengo. ANA: ...donde le aviso; que tengo muchas cosas que decir; pero sólo te diré que tu pendencia ha servido para un desmayo fingido, y que a propósito fue. Da a entender que tu señor estuvo en ella, que importa a mi propósito. ELVIRA: Acorta de razones.
Sale don FÉLIX
FÉLIX: No hay rumor alguno en toda la calle; quieta está. LÁZARO: Yo no lo estoy; que a buscar a César voy, y no lo estaré hasta hallalle. ¡Ay de mí! ¿Si estará herido? ANA: Pues, ¿estuvo en la pendencia? LÁZARO: No tengo tanta licencia; que me perdones te pido.
Vase
FÉLIX: ¿Qué más claro ha de decir que estuvo en ella? ANA: Yo estoy muy triste. FÉLIX: Pues salte hoy por el campo a divertir; dame este contento. ANA: El mío es tuyo. (Y con tu licencia Aparte será en fingida pendencia verdadero el desafío.)
Vanse. Salen LAZARO, don CÉSAR y don ARIAS
LÁZARO: Pasáronme grandes cosas. CÉSAR: Déjame abrir el papel; que, en sabiendo lo que dice, sabré lo demás después. ARIAS: En fin, ¿cómo sucedió? LÁZARO: Pues que vivo vuelvo, bien. CÉSAR: Si el papel he de contaros, oíd lo que dice en él.
Pónense a leer CÉSAR y ARIAS
LÁZARO: (¡Que se fíe mi señor Aparte de este parlerón, sin ver que es quien le dijo a Alejandro la espada de palo fue! ¡Vive Dios, que éste le vende! Que quien muere por saber lo que no le importa es sólo para contarlo después.) ARIAS: Bien escribe. CÉSAR: ¡Qué bien junta casto amor con firme fe! ARIAS: Yo más del papel alabo una queja tan cortés. Hoy, en efecto, os espera en su quinta. CÉSAR: Para el bien fue cada instante una hora, un día cada hora fue, cada día una semana y cada semana un mes, cada mes un año entero, cada año un siglo... LÁZARO: ¡Detén! Y éste siglo de los siglos, por siempre jamás. Amén. ARIAS: ¡El príncipe! CÉSAR: Ya me pesa haberle visto. ARIAS: ¿Por qué? CÉSAR: Porque temo que me estorbe esta ocasión. ARIAS: Temes bien.
Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: (Aquí está César, y yo, Aparte deseoso de saber en qué ha parado el estorbo de mi celoso papel, ¿cómo le enviaré de aquí?) CÉSAR: Danos a besar tus pies. ALEJANDRO: ¿Qué se trata ahora? ARIAS: Nada.
Hablan don CÉSAR y LÁZARO aparte
CÉSAR: Si pregunta lo que es, mira, por Dios, lo que dices, no haya desmayo otra vez. ALEJANDRO: César, papeles quedaron por despachar desde ayer. LÁZARO: ¿No lo dije yo? ¿Mas que hay otra ocupación? CÉSAR: No fue vano mi temor. ALEJANDRO: Ahora puedes mirarlos, y ven con ellos luego. CÉSAR: Eso sí, luego al instante vendré. (Que pues tú me dejas ir, Aparte en este día he de ver cómo me puede quitar la Fortuna tanto bien.)
Vanse don CÉSAR y LAZARO
ALEJANDRO: Deseando que se fuera estaba, para saber qué ha sucedido. ARIAS: Señor, lo que sucedió no sé, aunque Félix le halló en casa. Sólo sé que dio el papel, y que le trajo respuesta. ALEJANDRO: ¿Hasle leído? ARIAS: También. ALEJANDRO: ¿Qué le escribe? ARIAS: Que le espera. ALEJANDRO: ¿Hay fortuna más crüel? Lo mismo que ha de matarme es lo que quiero saber. ¿Dónde? ARIAS: En su quinta esta tarde. ALEJANDRO: ¿Ya cómo le estorbaré esta ocasión, si yo mismo le di licencia y se fue? ¿Qué haré, don Arias? ARIAS: Señor, dando alguna causa, ve a su quinta; y como en ella toda aquesta tarde estés, no tendrá lugar de hablarle. ALEJANDRO: Bien dices; pero no es noble acción, que para mí quite a ninguno su bien. Con más sutil invención el estorbarle ha de ser. ARIAS: Félix viene aquí. ALEJANDRO: Pues vete; déjame solo con él.
Vase don ARIAS. Sale don FÉLIX
Don Félix, mucho me huelgo de que hayas venido. FÉLIX: ¿En qué te sirvo, señor? ALEJANDRO: Por mí hoy una cosa has de hacer. Sabrás que ha tenido César un gran disgusto; ya ves lo que le estimo. FÉLIX: Señor, también el disgusto sé. ALEJANDRO: (Siempre éste fue lisonjero. Aparte ¿Hay cosa como saber ya lo que no ha sucedido?) Pues que lo sabes, también sabrás que no es la persona muy segura. FÉLIX: Bien se ve; pues a un hombre y un crïado embistieron ocho o diez. ALEJANDRO: (¿Hay tan notable fingir? Aparte ¿Mas que me dice por qué fue la pendencia y adónde, de qué manera y con quién?) Yo he sabido, después de esto, que ha recibido un papel, diciéndole que en el campo --junto a tu quinta ha de ser-- le esperan. Él sale solo, muy preciado de cortés. La persona es sospechosa, y hame dado que temer. Sabe Dios que yo saliera a su lado, pero el ver que verme a su lado a mí no le está a su opinión bien, me ha hecho que a ti te elija para esto. FÉLIX: ¿Y qué he de hacer? ALEJANDRO: No más, Félix, que buscarle y, sin decirle por qué ni darte por entendido, andarte todo hoy con él. Esto te encargo y, en todo, que no le des a entender que yo te envío. FÉLIX: Verás cómo te sirvo. ALEJANDRO: (Y veré Aparte si contra fuerzas de amor tiene la industria poder.)
Vanse. Salen don CÉSAR y LÁZARO
LÁZARO: A mi pendencia acogido, lindamente me escapé. Díjome que había servido, aunque no sé cómo fue, para un desmayo fingido. Mas ella lo dirá hoy. CÉSAR: Con lo medroso que estoy, no me puedo asegurar, ni pienso que he de llegar, aunque en tantas alas voy.
Sale don FÉLIX
LÁZARO: ¿No es don Félix? ¡Cosa brava! FÉLIX: Don César, bésoos las manos. CÉSAR: Guárdeos Dios. LÁZARO: (Esto faltaba.) Aparte CÉSAR: (No fueron mis miedos vanos.) Aparte FÉLIX: ¿Qué os hacéis? CÉSAR: Por aquí andaba, sin tener qué hacer. Y vos, ¿dónde vais? FÉLIX: No sé, por Dios. Y puesto que os he encontrado aquí tan desocupado, vámonos juntos los dos. LÁZARO: (Pegóse.) Aparte FÉLIX: No hay día que pase mejor que con un amigo, si no hay que hacer. CÉSAR: (¡Que llegase Aparte a tal extremo conmigo Amor y no me acabase!) Bien suele pasarse así una tarde; mas yo voy a un negocio por aquí. Adiós. FÉLIX: Pues tan libre estoy, yo iré también por ahí. CÉSAR: Téngome yo de quedar en una casa. FÉLIX: Pues, ¿yo qué os puedo en ella estorbar? CÉSAR: El ser lejos me obligó. FÉLIX: Poco me puedo cansar. Vamos. CÉSAR: No; quedaos con Dios. FÉLIX: Mas con eso me ofendéis. ¿No iremos juntos los dos? Y al fin, porque no os canséis, no me he de apartar de vos en todo el día. LÁZARO: (¿Es cordel?) CÉSAR: (¿Hay desdicha más crüel?) Aparte Pues, ¿qué os mueve a honrarme? FÉLIX: Digo, César, que soy vuestro amigo... CÉSAR: Es así. FÉLIX: ...y amigo fiel; y basta que hayáis sabido que buscándoos he venido para esto solo; y también... CÉSAR: Declaraos más. FÉLIX: No es bien darme por más entendido; basta haberme declarado en decir que os he buscado y que, por ser vuestro amigo, vuelvo a decir, que hoy os sigo, porque importa, a vuestro lado. Yo sé que vos me entendéis; no os hagáis, César, de nuevas, pues vos dónde vais sabéis. CÉSAR: (¡Ay cielos, y qué de pruebas Aparte en un desdichado hacéis!) FÉLIX: Basta, César, que he sabido que un disgusto habéis tenido. CÉSAR: ¿Yo disgusto? ¡Os engañáis, por Dios! FÉLIX: Que no me negáis, César, que habéis recibido de desafío un papel, y que a mi quinta aplazado hoy os llamaron en él. Hartas señas os he dado para este enojo crüel. Témome de una traición, porque de quien os espera no tengo satisfacción; y hallarme con vos quisiera por quitarle la ocasión. Si al campo habéis de salir, decid, ¿con quién podréis ir que os pueda servir mejor? Pues, importando a mi honor, sabré dejaros reñir. Salgamos juntos los dos; yo miraré y reñid vos, procediendo como honrado; mas, no yendo a vuestro lado, ¡no habéis de salir, por Dios! CÉSAR: (¿Qué más se ha de declarar? Aparte Impórtame asegurar sus temores y, advertido, responder también fingido.) LÁZARO: (Él el papel me vio dar.) Aparte CÉSAR: Don Félix, que yo he tenido disgusto verdad ha sido, que he recibido el papel, que me llamaban en él, y al fin cuanto habéis sabido. Las mercedes que me hacéis estimo, como es razón; mas del contrario que veis, tengo la satisfacción, don Félix, que no tenéis. Yo sé que solo estaría, y que me esperaba a mí, sin tener más compañía; porque siempre estará así, si nunca llega la mía. Y porque os aseguréis de ese temor que tenéis y creáis que se acabó ese desafío, yo quiero que no me dejéis. Que, haciendo paces, es llano que así un noble amigo gano; pues en quien honra profesa cualquiera disgusto cesa el día que da la mano. Aquesta os ofrezco a vos, en fe de esto. FÉLIX: Guárdeos Dios, que así me satisfacéis. CÉSAR: Esperad. FÉLIX: ¿Qué me queréis? CÉSAR: Que hemos de ir juntos los dos.
Don CÉSAR habla aparte a LÁZARO
Lázaro, disimulado, ve donde doña Ana espera y dila lo que ha pasado.
Vanse don CÉSAR y don FÉLIX
LÁZARO: Yo iré; pero no quisiera hallarle luego a mi lado. Nunca he visto hermano tal; como mala nueva llega, está en todo como el mal, como los vicios se pega, y no es hermano carnal.

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA

Nadie fíe su secreto, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002