JORNADA SEGUNDA


Salen LAURA y CLORI
CLORI: No se ha visto igual extremo en el mundo. LAURA: ¿Quién creyera que condición tan extraña a cuanto es agrado diera poder a una advenidiza mujer, a quien su deshecha fortuna echó a estos umbrales, porque dulcemente diestra la escuchó cantar tal vez desde el sitio en que se alberga en el cuarto de Lidoro, hechizada de manera al encanto de su voz que dueño absoluto sea de su voluntad? CLORI: No, Laura, en tu queja ni en mi queja hablemos; porque parece que aquí las voces se acercan. LAURA: Pues, la plática mudemos, hablando de nuestra fiesta.
Salen SERAFINA y CÉSAR vestido de mujer
SERAFINA: ¿Dónde, Celia, el instrumento dejaste? CÉSAR: En las flores bellas le dejé. SERAFINA: ¿Por qué? CÉSAR: Señora, porque a su dulce tarea, en metáfora de arco, descanse un rato la cuerda. SERAFINA: Ve por él, porque no hay cosa que más me alivie y divierta, de tantos necios pesares como una dicha me cuesta, que tu voz. Y así, entre tanto que por la apacible esfera voy deste jardín, te pido que al compás de las risueñas cláusulas de sus cristales el aire tu voz suspenda. CÉSAR: Beso, señora, tu mano, por el agrado que muestras a quien feliz e infeliz llegó a tus pies. (¡Ay adversa suerte mía! Aunque me quite fama y honor tu violencia, ¿qué importa, si no me quita que estos favores merezca?) Pero permitid ... (¡ay triste!) SERAFINA: ¿Qué? CÉSAR: Que hoy te pida licencia para no cantar. SERAFINA: ¿Por qué? CÉSAR: Porque, aunque es mi dicha inmensa en servirte y agradarte, no sé qué oculta tristeza se ha apoderado del alma, que más a llorar me fuerza que a cantar, y no sé cómo en un corazón se avenga el gusto y pesar a un tiempo. SERAFINA: Pues ¿qué es lo que sientes, Celia, que a tanto dolor te obliga? CÉSAR: ¿Qué es lo que quieres que sienta (¡Oh, quién pudiera decirlo! ¡Oh, quién callarlo pudiera!) si de mi padre ignorada, que, por llorarme por muerta, quizá no me busca viva, de mi natural tan fuera que admirada estoy de cuánto estoy en éste violenta? SERAFINA: Yo pensé que mis favores de tus fortunas pudieran contrapesar los acasos. CÉSAR: Pues si por ellos no fuera, ¿estuviera yo con vida? Y aunque por ellos la tenga, quizá son ellos también los que mi pesar aumentan. SERAFINA: ¿Cómo? CÉSAR: Como ellos son causa de que haya quien me aborrezca. Y si me excuso... SERAFINA: Prosigue. CÉSAR: ...es porque alguna no sienta oír mi voz. SERAFINA: Di; que yo gusto oírla. Canta apriesa; no temas la invidia. CÉSAR: Basta; ¿y si Clori y Laura fueran? SERAFINA: ¿Son, Celia, por quien lo dices? Yo te haré vengada dellas. -- Laura y Clori, ¿de qué habláis? LAURA: Viendo que todos desean en aquestas soledades dar alivio a tus tristezas, tus damas, por tener parte en tan digno asunto, intentan que, para hacerte un festejo, las des, señora, licencia el día que cumples años. SERAFINA: ¿Qué festejo? CLORI: Una comedia. SERAFINA: ¿Por qué, di, no la he de dar? Que yo me holgaré de verla. LAURA: Pues ya que muestras agrado en que la estudiemos, resta, porque es de música, a usanza de Italia... SERAFINA: ¿Qué? CLORI: Que entre Celia a ayudarnos. SERAFINA: ¿Qué papel ha de hacer? LAURA: El galán della; que su hermosura y su gracia es bien que a todas prefiera. SERAFINA: ¿Querrás, Celia? CÉSAR: ¿Por qué no? Antes me holgaré me veas en el traje de galán cantar amantes finezas; que ya di entre mis iguales de aquesta habilidad muestra, y no muy mal parecida. SERAFINA: Pues porque mejor lo seas, yo me encargo de tus galas. LAURA: (¿Otro favor?) CLORI: (Ten paciencia.) SERAFINA: (A un envidioso no hay castigo como que tenga más que envidiar.)
Vanse LAURA y CLORI
CÉSAR: Otra vez te beso la mano. SERAFINA: Piensa que no debo a mi fortuna otra dicha, si no es ésta de haberte aquí derrotado la tuya; pues de manera me obligas que, como dije, no hay cosa que me divierta ni alivie, si no eres tú. Y así te ruego no tengas pesar; que tú de tu padre, o él de ti, saber es fuerza, y en ninguna parte pueden hallarte sus diligencias mejor que conmigo. CÉSAR: Es cierto. Y si antes dijo mi lengua también que violenta estaba, es, con propiedad tan nueva, que no estuviera, señora, si en otra parte estuviera, menos violenta mi vida que donde está más violenta. SERAFINA: ¿Quieres saber a qué extremo mi agrado contigo llega? Pues sólo siente que Carlos fuese quien a esta ribera de aquel golfo te sacase. CÉSAR: ¿Por qué? SERAFINA: Porque no quisiera que hiciera por mi elección cosa que le agradeciera. CÉSAR: Pues Carlos (entremos, celos, en la experiencia primera), que es quien más fino te sirve, más amante te festeja, ¿no es quien más te obliga? SERAFINA: No; que, aunque debo a sus finezas más que a las de todos, ¿quién puso en razón las estrellas? Carlos me cansa. CÉSAR: ¿Quién duda que la gala y gentileza del príncipe de Orbitelo será causa? SERAFINA: Ten la lengua; que a César, Celia, también aborrezco. CÉSAR: (¿Quién creyera que a mí me sonara bien oír que aborrece a César? Pero vamos adelante; que no va mal la experiencia.) No me atrevo a discurrir en quién tu agrado merezca; pero atrévome a pensar --permíteme esta licencia-- que no es posible que deje alguno en la competencia de ser más bien visto que otro.
Sonríese SERAFINA
¿Falsa risa es la respuesta? SERAFINA: No es haberte concedido la malicia. CÉSAR: No es haberla negado tampoco. SERAFINA: No; y si la verdad confiesa mi voz, pues contigo ya no es bien que secreto tenga, y más cuando tu malicia la costa hizo a mi vergüenza, sabrás que de agradecida, más que de fina ni atenta, no digo el que más me agrada, el que menos me molesta es Federico mi primo. CÉSAR: Pues ¿qué ves en él que pueda obligarte, si no hay ninguno a quien menos debas? Litigar antes tu estado y ahora amarte es consecuencia que a él le pretende y no a ti. SERAFINA: Aunque con razón pudiera ofenderme dél, hay otra que me obliga a olvidar ésa. CÉSAR: ¿Qué razón? SERAFINA: Aunque no claro me lo haya dicho su lengua, sus equívocas razones, con las lágrimas envueltas, me han dado a entender que es él el que de aquella violencia del incendio me sacó, cuya presunción me lleva tras el agradecimiento de mi vida tan atenta que no sé cómo te diga, o sea obligación o sea simpatía de la sangre o elección del gusto o fuerza del hado o qué sé yo qué, que él solo las extrañezas de mi altiva condición ha podido... mas él llega; y por si acaso escuchó algo, hagamos la deshecha; toma el instrumento y canta. CÉSAR: (Está mi vida muy buena, sabiendo que Federico es quien su agrado merezca, ahora para cantar.) SERAFINA: ¿No vas? CÉSAR: (¡Mal haya el que llega a buscar sus celos, cosa que se siente si se encuentra!) SERAFINA: Canta, por mi vida, un tono. CÉSAR: Pues obedecer es fuerza, cantaré, como el cautivo, con el son de la cadena.
Toma CÉSAR el instrumento. Salen FEDERICO, escuchando lo que se canta, y PATACÓN. Canta
CÉSAR: "Ven, muerte, tan escondida que no te sienta venir, porque el placer del morir no me vuelva a dar la vida." FEDERICO: Sin duda, por mí, oh hermosa deidad desta verde esfera, el concepto se escribió, pues yo... SERAFINA: Suspended la lengua, Federico (inclinación o lástima o sangre o deuda, por más que tú te declares, haré yo que él no te entienda); que no sé qué urbanidad impedir a nadie sea el gusto con que a otro escucha. FEDERICO: Quizá es pensión de su estrella quien a otro escucha con gusto que a mí me escuche con pena. SERAFINA: Pues porque no sea pensión, Celia, canta. FEDERICO: Cante Celia; pues para que llore yo ¿qué importa que cante ella?
Canta
CÉSAR: "Ven, muerte, tan escondida [que no te sienta venir, porque el placer del morir no me vuelva a dar la vida."] FEDERICO: Sin duda esta letra, o bella Serafina, por mi suerte se escribió, puesto que en ella se ve escondida una muerte y declarada una estrella. Si una ha de ser mi homicida, máteme la declarada. Y así, a quitarme la vida, puesto que el morir me agrada... CÉSAR Y FEDERICO:"...ven, muerte, tan escondida." FEDERICO: Y, porque si muerto quedo, será mi muerte favor, ven; mas pisando tan quedo que los pasos del valor parezca que los da el miedo. Ven; que, habiendo de morir, yo te saldré a recibir. Mas ¡ay de mí! que querrás, para que yo sienta más... CÉSAR Y FEDERICO:"...que no te sienta venir." FEDERICO: El pesar no ha de quitar el placer de merecer, mas ¡cuál debo yo de estar el día que es mi placer no morir de tu pesar! Y al que me llegue a pedir razón le sabré decir que en mi dueño singular del vivir se hizo pesar... CÉSAR Y FEDERICO:"...porque el placer del morir." FEDERICO: Y tú, si otro te pidiere razón de por qué un desdén más agravia a quien más quiere, le podrás decir también otra que aquélla prefiere, diciendo, si es escondida llama amor, bien mi tristeza huye dél, porque ofendida de otro incendio otra fineza... CÉSAR Y FEDERICO:"...no me vuelva a dar la vida." SERAFINA: Aguarda, Celia; que ya que a un tiempo en mis dos orejas, aquí música, allí llanto o suenan mal o no suenan, quiero ajustar una duda.
Salen LISARDA y NISE al paño
NISE: Federico y la princesa están aquí. LISARDA: Pues aguarda, que destas murtas cubiertas oiremos. NISE: ¡Que ha de haber murtas, ya que aquí no hubiese puertas! SERAFINA: Muchas veces, Federico, en equívocas respuestas me habéis querido decir no sé qué, y no soy tan necia que, ya que no entiendo el todo, alguna parte no entienda. La primera vez dijisteis que veníais en defensa de un agravio que me hacían en que nadie me merezca; pues me mereció quien fue dueño de mi vida. Esta proposición repetida y no explicada, me lleva curiosamente a saber qué queréis decir en ella. Habladme claro. FEDERICO: Sí haré. SERAFINA: Pues proseguid. FEDERICO: Oye atenta; que, aunque mi silencio quiso [recatarte la fineza], añadiéndola el callarla al realce de hacerla, con todo, viendo cuán poco mi fe contigo merezca, desnudo de tu favor, que della me vista es fuerza. Antes, Serafina hermosa, que yo a tu corte viniera --declarado amante iba a decir, pero la lengua, más cortés que yo, turbada, con tan grande voz no acierta; permite que mi osadía se vaya por mi modestia--. Vine a tu corte, llamado del aplauso de las fiestas que Carlos en nombre tuyo mantenía. Vite en ellas la noche que la fortuna, mala autora de comedias, empezándola en festín, vino a acabarla en tragedia. A tus umbrales estaba, desvelada centinela del sueño de tus amantes, cuando la llama violenta en pirámides de humo iba buscando su esfera; y arrojándome al peligro, si hay peligro que lo sea a vista de tanto premio como tu vida...
Salen LISARDA y NISE
LISARDA: La lengua ten, falso, aleve, tirano. FEDERICO: (¿De dónde salió esta fiera a matar segunda vez?) LISARDA: Y tú, perdóname, bella Serafina, que interrumpa lo que Federico cuenta; que si he callado hasta aquí, ya desde aquí hablar es fuerza, porque tú no hagas empeño de su traición. FEDERICO: (Ella intenta, sin duda, decir quién es, porque a Serafina pierda.) SERAFINA: Pues ¿qué novedad te obliga, César, a tal acción? LISARDA: Ésta. -- ¿Para esto, traidor amigo, agradecido a la deuda del socorro del caballo, te di de mis dichas cuenta? ¿Para esto te hice dueño de alma y vida, siendo en ella... FEDERICO: (Ya es aquesto declararse.) LISARDA: el secreto de que intentas valerte para matarme aquí con mis armas mesmas? FEDERICO: (¿Adónde irá a parar esto?) LISARDA: Pues no ha de ser. Y pues ciega la fortuna me ha traído a esta ocasión, porque veas quién fue quien te dio la vida, y que todo lo que él cuenta fue por contárselo yo, yo fui, Serafina bella, el que estaba a tus umbrales, yo el que a la llama soberbia se arrojó, y el que en mis brazos pude restaurarte della, por señas que, a medio traje, ni bien viva ni bien muerta, estabas en una cuadra, donde el desmayo a su puerta rémora fue de la fuga. Si no bastan estas señas para que veas quién es quien te obliga o quien te fuerza, di que te dé Federico otra joya como ésta.
Dale la joya y vase
FEDERICO: Oye, aguarda. SERAFINA: Deteneos; no vais tras él; que, aunque quiera vuestro valor del desaire salvaros, ya es diligencia excusada, pues ya está sabida la traición vuestra. FEDERICO: Señora... SERAFINA: Nada digáis. ¿Vos, Federico, bajeza tan grande como valeros de traidoras diligencias? ¿Vos servirme con engaño? ¿Vos amarme con cautela? ¿A quien su secreto os fía vendéis? Pues ¿tan pocas prendas de sangre y valor tenéis que os valéis de las ajenas? FEDERICO: ¡Vive el Cielo...! SERAFINA: Bien está. FEDERICO: ...que yo... SERAFINA: Suspended la lengua. FEDERICO: ...fui quien os dio... SERAFINA: ¿Este testigo ¿cómo es posible que mienta? FEDERICO: Como... SERAFINA: Nada os he de oír. PATACÓN: Por Dios, que hizo buena hacienda.
A CÉSAR
Deten, Celia, a tu señora. FEDERICO: Haz tú, por tu vida, Celia, que me escuche una palabra. CÉSAR: (A muy buen puerto te llegas, cuando puedo dar albricias de que la enfades y ofendas.)
A CÉSAR
SERAFINA: ¿Qué te dice, Celia?
A SERAFINA
CÉSAR: Dice que de hablar le des licencia, como si no fuera yo interesado en tu ofensa. Ni le hables ni le oigas. SERAFINA: ¿Cómo puedo, si estoy muerta por ver si tiene disculpa? Haz tú como que me ruegas que le escuche. CÉSAR: (Sólo esto la faltaba a mi paciencia.)
A NISE
PATACÓN: Dime, embustera menor de la mayor embustera, ¿qué ha sido esto? NISE: Sí diré. (¡Ah, quién esforzar pudiera el enredo de mi ama!) Mas dime, antes que lo sepas, ¿traes daga? PATACÓN: Sí. ¿Para qué? NISE: Para que cortar quisiera la suela de un ponleví que dar paso no me deja.
A CÉSAR
SERAFINA: Cierto que estás importuna; yo oiré, pues tú lo deseas. CÉSAR: (No lo desearas tú más.)
A PATACÓN
NISE: Daca. PATACÓN: Yo cortaré; suelta.
A FEDERICO
SERAFINA: A Celia le agradeced, Federico, que a oíros vuelva. FEDERICO: Ya sé que a Celia la vida debo. CÉSAR: (¡Si bien lo supieras!) SERAFINA: (¡Quiera amor tenga disculpa!) CÉSAR: (¡Quiera amor que no la tenga!) SERAFINA: ¿Qué tenéis, pues, que decirme? FEDERICO: (Menos importa que sepa que yo he tenido una dama que no que piense su ofensa, y que sufro que lo diga quien ella misma no sea.) Yo, señora, antes de veros, porque después no pudiera, serví en Milán una dama. NISE: ¡Cielos! ¿Hay quien me defienda? ¡Que me matan! PATACÓN: ¿Qué te toma, demonio? NISE: Las plantas vuestras sean, señora, mi sagrado. SERAFINA: ¿Hay tan grande desvergüenza? PATACÓN: Señores, ¿qué enredo es éste? SERAFINA: ¿Así entráis en mi presencia? PATACÓN: Señora, ¡viven los cielos...! FEDERICO: ¿Cómo es posible te atrevas, pícaro, desvergonzado, a una cosa como ésta? PATACÓN: Pues ¿a qué me atrevo yo más que a cortar una suela de un zapato? NISE: Tú lo eres. FEDERICO: ¡Vive el cielo...! PATACÓN: Considera... SERAFINA: Deteneos. (a Nise) Di, ¿qué causa le has dado tú? NISE: Sólo ésta. El príncipe mi señor de Orbitelo... SERAFINA: Di. NISE: Don César tiene, señora, una joya que más que a su vida precia, porque la sacó de un fuego adonde su fe se acendra. Federico, que es de aquéste amo, anda muerto por ella, y me dice que, si la hurto, me dará toda su hacienda. PATACÓN: ¿Yo he dicho tal? FEDERICO: (¡Vive Dios, que Nise el engaño alienta!) NISE: Hablándome en esto ahora y dándole por respuesta que yo no era ladrón, dijo: "Pues ya que ladrón no seas, para que nunca decir lo que yo te he dicho puedas, te he de dar muerte." Y sacando la daga, con ira fiera quiso matarme. Y así nada que te diga creas, porque anda por levantar algún testimonio a César. Y ahora tenle, señora, para que tras mí no venga.
Vase NISE
SERAFINA: Agradeced que no os hago dar cuatro tratos de cuerda. PATACÓN: Fueran muy bellacos tratos. FEDERICO: (¡Que aquesto por mí suceda!) SERAFINA: Mirad si vuestra traición a cada paso se aumenta, pues para cobrar la joya hacíades diligencias; porque no hubiese podido reconveniros con ella. FEDERICO: En aquel engaño y éste veréis si escucháis mi pena, que en una disculpa caben. SERAFINA: ¿En qué disculpa? FEDERICO: Oídme atenta: Yo serví en Milán, señora, una dama, antes que viera vuestra gran beldad...
Sale LAURA
LAURA: Enrique Esforcia pide licencia para besarte la mano. SERAFINA: Pues ¿cómo desa manera, sin pedirme, Laura, albricias, me das tan alegres nuevas para mí? Dile que entre, y que bien venido sea. FEDERICO: (No sea sino mal venido. ¿Quién en el mundo creyera, sino echándose a pensar imaginadas novelas, que desde Alemania el padre de Lisarda al Po viniera a embarazarme el decir --¡ay infelice!--que es ella la que, en César disfrazada, celosa vengarse intenta de mí? Porque, si la digo quién es, Serafina es fuerza que de parte de su agravio se ponga, y vengarle quiera, como a quien debe el estado, que ha litigado en su ausencia tan contra mí). SERAFINA: En tanto, pues, que Enrique a mis ojos llega, proseguid vos. A una dama servisteis. ¿Qué consecuencia tiene eso con esta joya? FEDERICO: Ninguna; que, aunque quisiera, no puedo decir lo que iba a decir. Mas considera que quien adora no engaña, que no ofende quien desea, que no agravia quien estima, y que no injuria quien precia. En un instante me han puesto, o mi fortuna o mi estrella, un cordel a la garganta, una mordaza en la lengua para no poder hablar; Y pues que callar es fuerza y acudir volando a que ella esta venida sepa, te suplico me perdones el no darte más respuesta con decir que, aunque más pienses, hay más que pensar, que piensas.
Vase FEDERICO. [SERAFINA habla] a PATACÓN
SERAFINA: Esperad vos y decidme: ¿qué confusiones son éstas? PATACÓN: No puedo, no puedo hablar, porque mi fortuna adversa o mi hado o mi qué sé yo me ha dado en esta hora mesma un tapaboca en el alma, en la boca un tente-lengua. Sólo te puedo decir, en metáfora de bestia, que, aunque tú lo pienses más, hay más que pensar, que piensas.
Vase PATACÓN
CÉSAR: ¿Qué será esta confusión? SERAFINA: No sé, si ya no es que sea ser Enrique su enemigo, y por no verle se ausenta. CÉSAR: No es, sino que la mentira no le iba saliendo buena, que iba a decir... SERAFINA: No será. CÉSAR: Sí será. SERAFINA: ¿Qué te va, Celia, a ti en malquistarme a mí primero con la fineza y después con la disculpa? CÉSAR: Ofenderme que te ofenda.
Sale ENRIQUE y arrodíllase
ENRIQUE: Dame, señora, la mano, si es posible que merezca tan gran dicha. SERAFINA: A ti los brazos con toda el alma te esperan agradecidos. Levanta, y tan bien venido seas como de mí recibido, donde agradecerte pueda las finezas que te debo. ENRIQUE: En criado no hay finezas, porque nunca pudo ser obligación lo que es deuda. SERAFINA: Bien ajena desta dicha me hallas. ¿Qué venida es ésta? ENRIQUE: Sobre ya cansados años, desengaños y experiencias, llamado de las memorias de Lisarda, mi hija bella, me vuelven a descansar, y el haber muerto en mi ausencia mi hermano, a quien le dejé, me da, señora, más priesa que pensé, porque me hallaba favorecido del César. SERAFINA: Ahora te agradezco más la visita; que quien lleva tan digno cuidado es mucho que otra cosa le divierta. No quiero hacerte este cargo. ENRIQUE: Señora, ni lo agradezcas; que, aunque viniera por ti, otra causa hay porque venga. Pasando a Milán, llegué a Miraflor, una aldea, donde mi prima Dïana, que es de Orbitelo princesa, vive retirada. SERAFINA: Ya lo sé; que yo he estado en ella, y también, yendo a Milán, no quise pasar sin verla. ENRIQUE: Y halléla tan afligida, tan desconsolada y muerta... CÉSAR: (Aquí entro yo.)
Retírase
ENRIQUE: ...por haber hecho de su casa ausencia, con un ayo que tenía, su hijo el príncipe César, que me puso su aflicción en cuidado de que venga a buscarle, por tener, si no noticias, sospechas de que a Ursino había venido a la fama de sus fiestas. Y así la di la palabra, antes que a mi casa fuera, de buscarle y asistirle hasta que conmigo... SERAFINA: Espera; que a saber que había venido el príncipe sin licencia, ya lo supiera de mí mi señora la princesa. ENRIQUE: Luego ¿aquí está? SERAFINA: En este instante se aparta de aquí, por señas que me ha dado en esta caja la más conocida muestra de que fue quien me libró de un incendio en que muriera, a no llegar él. ENRIQUE: ¡Oh, cuánto estimo una y otra nueva, y que sea mi sobrino a quien la vida le debas! Y así, señora, permite que en verle no me detenga. ¿Hacia dónde iba? SERAFINA: No sé; mas él sin duda está cerca. CÉSAR: (Y tanto, que te espantaras, [¡ay de mí] si lo supieras.) ENRIQUE: Iré a buscarle. SERAFINA: Mejor será que conmigo vengas; que yo haré que te le llamen. ENRIQUE: Convengo en la diligencia, por ser preciso que yo, aunque le encuentre y le vea, no le conoceré, porque le dejé en edad muy tierna. SERAFINA: Ven conmigo; que él vendrá a verte. -- Y tú, Laura, ordena a Lidoro que ese cuarto, que tiene al parque otra puerta que a aquestos jardines pasa, a Enrique se le prevenga. ENRIQUE: Tus plantas beso. SERAFINA: (Fortuna, deja de afligirme, y deja de pensar en quién será cuál me obligue y cuál me ofenda.)
Vanse todos y queda solo CÉSAR
CÉSAR: Si algún ingenio quisiere escribir una novela, ¿podrá inventarla fingida mayor que en mí se halla cierta? Dejo aparte que la fuga de mi casa me pusiera en ocasión deste traje; y dejo que en la deshecha fortuna airada del Po, dejando a Teodoro en tierra, me diese el favor de Carlos felice puerto a las mesmas plantas de la que buscaba; dejo que me favorezca, obligándome a que haga de la infamia conveniencia, de que otro con mi nombre y mi estado la pretenda; y voy a qué fin tendrá una plática tan nueva, que apenas halla ejemplar; y si le halla, será apenas. Mi tío es fuerza que encuentre con este fingido César; y cuando él no le conozca, por el consiguiente es fuerza, a la fama de que ya le halló, de mi patria vengan vasallos que a él desconozcan y a mí me conozcan. ¡Ea, ingenio! ¿Qué hemos de hacer, para que esto no suceda, hasta hallar un medio airoso yo, en que declararme pueda? Sólo uno se me ofrece. Este joven, cosa es cierta, que, en viendo que en sus alcances andan, parecer no quiera; que claro está que no espere ver su traición descubierta: luego avisárselo importa; pues, no pareciendo él, queda mi secreto resguardado. ¡Quién adónde está supiera, antes que con él mi tío diese, para que en su ausencia yo procure declararme con Serafina, y que sepa quién soy! Mas ¡ay infelice! Que si ella ofendida trueca los favores en venganzas, es preciso que la pierda. Pero ¿ha de faltar alguna amorosa estratagema para decirla quién soy, con tal industria que pueda no pesarme de lo dicho? Mas la industria ha de ser ésta: ¿de la comedia el papel no es de galán?
Salen por un lado LISARDA y por otro CARLOS
CARLOS: ¡Celia! LISARDA: ¡Celia! CÉSAR: (Aquí se queda la industria remitida a la experiencia.) ¿Qué es, Carlos, lo que mandáis? César, ¿qué es lo que queréis? CARLOS: Que un instante me escuchéis. LISARDA: Que una palabra me oigáis. CÉSAR: A vos iré, porque a vos, César, primero que oíros tengo también que deciros. CARLOS: Pues, siendo así que los dos tenéis secretos, yo quiero, pues lo que yo he de decir ambos lo podéis oír, tomar la mano primero. Celia, aunque no es generoso pecho el que hace en la ocasión prenda de la obligación, ya sabéis que un amoroso afecto nunca ha vivido debajo de ley; y así, que yo me valga de ti, en fe de haberte servido, cuando a tierra te saqué, ni es desdoro ni es bajeza. Por mí, pues, una fineza hoy has de hacer. CÉSAR: Mal podré excusarme agradecida. ¿Qué es la fineza? CARLOS: Sabrás que en un rendido no hay más gusto, más alma, más vida que vivir imaginando en que pueda merecer; y así te suplico, al ver cuánto la agradas, que, cuando te mandare Serafina cantar alguna canción, sea ésta que a mi pasión le dictó la peregrina fe con que siempre la he amado; y que, diciendo que es mía, lo dulce de tu armonía la encarezca mi cuidado; porque, oyéndola de ti, la oirá menos fiera y brava. CÉSAR: (¡Esto sólo me faltaba! Mas para echarle de mí, lo aceptaré.) Corto es deste servicio el empleo para lo que yo deseo hacer por ti. CARLOS: Toma, pues; que no es nueva confianza dar mi esperanza a tu voz; pues si ella es viento veloz, al viento doy mi esperanza.
Dale un papel y vase
LISARDA: Aunque yo venía (¡ay de mí!) a saber, Celia divina, lo que dijo Serafina de la joya que la di, que tienes habiendo oído que hablar conmigo, no es ya ésa mi pretensión. CÉSAR: Pues sabrás que yo la he tenido contigo, que es una nueva de que me has de dar albricias. LISARDA: Ya sé que mi bien codicias. Y si el afecto te lleva a honrarme, di lo que ha habido. CÉSAR: No dese género fue la nueva. Has de saber... LISARDA: ¿Qué? CÉSAR: Que de Orbitelo ha venido (no le diré el nombre, pues hablando confuso, infiero que es mejor) un caballero, tu tío pienso que es, de parte de la princesa. A buscarte viene. Di, ¿no es nueva de gusto? LISARDA: ¿A mí a buscarme? CÉSAR: (Ya le pesa.) LISARDA: ¿A mí? CÉSAR: ¿No eres de Orbitelo? LISARDA: Claro es. CÉSAR: Pues a ti te busca. ¿Qué te suspende ni ofusca? LISARDA: ¿A qué fin (válgame el cielo) me ha de buscar? CÉSAR: ¿Qué sé yo? Pero el haberte venido, sin que lo hubiese sabido tu madre, la causa dio, sin duda, para buscarte. LISARDA: (¿Quién creyera que tomara el nombre de quien faltara de allá, porque en esta parte, tras el nombre y no tras él viniese a llamarme a mí?) CÉSAR: De qué te asustas me di. LISARDA: De que es fortuna cruel. (¿Qué he de hacer, que estoy cogida en la mentira?) CÉSAR: Turbado estás, César. LISARDA: Hame dado, Celia, enfado su venida; y por sólo castigar la diligencia de haber venido, me he de esconder, y ninguno me ha de hallar. CÉSAR: Harás muy bien; que ya eres muy grande para que así se anden tus deudos tras ti. LISARDA: Y si tú ayudarme quieres, di que tú me lo dijiste, y que, enfadado de ver su curiosidad, poner en un caballo me viste, y salir del sitio huyendo. CÉSAR: Digo que yo lo haré así (porque me está bien a mí, y es sólo lo que pretendo). LISARDA: Pues, Celia, si tú me ayudas, imagina que eres dueño de Orbitelo. Deste empeño me has de sacar. CÉSAR: ¿Qué lo dudas? ¿Qué haré yo en servirte en [esto]? Y más, que a mí me está bien. LISARDA: ¿Por qué a ti? CÉSAR: Porque eres quien en obligación me has puesto bien grande hoy. LISARDA: Yo te suplico me digas la obligación, para estimarte esa acción. CÉSAR: Desairar a Federico con Serafina. LISARDA: Pues ¿qué pudo eso importarte a ti? CÉSAR: Algo me importa. LISARDA: ¡Ay de mí! ¿Le amas acaso? CÉSAR: No sé. Mas basta decirte aquí que, en mi fortuna cruel, el descomponerle a él es darme la vida a mí.
Vase
LISARDA: ¿Qué escucho? ¡Valedme, cielos! Que en mi ciega confusión se verifican que son hidras cortadas los celos; pues donde unos mueren, vi nacer otros (¡oh hado infiel!). ¿El descomponerle a él es darme la vida a mí? Aun esto más me acobarda que el buscar a César. ¡Cielos! ¿No bastaban unos celos, sino otros celos?
Sale FEDERICO recatándose
FEDERICO: ¡Lisarda! LISARDA: Pues ¿cómo me hablas, tirano, desa suerte? FEDERICO: Aunque debiera hablarte de otra manera, ya es otro tiempo, y en vano estilo a mudar me atrevo, cuando es fuerza hablar así, por lo que me debo a mí, no por lo que a ti te debo; que, aunque mi vida ofendida de tus acciones está, yo soy quien soy, y me da nuevo cuidado tu vida. Guardarla, ingrata, pretendo del peligro en que se halla. Aquí está tu padre. LISARDA: Calla, calla, ingrato; que ahora entiendo que tú con Celia has tratado para ausentarme de ti. FEDERICO: ¿Yo con Celia? LISARDA: Ingrato, sí; tú a Celia se lo has contado. FEDERICO: ¿Yo a Celia? LISARDA: Sí. Pensarás, con que vienen a buscarme y que es mi padre, ausentarme del sitio. Pues no podrás conseguirlo; que he de estar, a tu pesar, compitiendo tu fineza, deshaciendo cuanto llegues a intentar con ella y con Serafina, de que ya principio fue la joya, que no arrojé, y hoy la he entregado. FEDERICO: Imagina que no hablarte en eso yo y hablarte en esto es mostrar que un pesar de otro pesar se va apoderando. LISARDA: No te he de creer. Y pues veo que el decirme Celia aquí que a César buscan de ti nace, ni uno ni otro creo. Y así tu necia porfía no piense darme cuidado, pues antes tú me has quitado alguno que yo tenía. FEDERICO: Mira... LISARDA: No hay que mirar. FEDERICO: Advierte... LISARDA: No hay que advertir. FEDERICO: Oye... LISARDA: No tengo de oír. FEDERICO: Escucha... LISARDA: No he de escuchar; que ya sé que es todo engaño. ¿Pensaste que me asustara, y que al punto me ausentara? Pues no ha de ser; que en tu daño he de estar (¡viven los cielos!) impidiéndote el favor, y que has de morir de amor, pues que yo muero de celos.
Vase
FEDERICO: Mira, ingrata, que enmendar tu peligro, y no el mío, quiero. Oye, escucha.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: ¡Caballero! FEDERICO: ¿Qué mandáis? (¡Fiero pesar!) ENRIQUE: Que me digáis, os suplico, porque me han dicho que aquí César estaba... FEDERICO: (¡Ay de mí!)
Vuelve FEDERICO la espalda
ENRIQUE: (¡Vive Dios, que es Federico! Mas ¿qué he de hacer, si es él el que la espalda volvió?) FEDERICO: (Si ya se lo han dicho, no es bien negarlo. ¡Crüel lance, si la ve.) ENRIQUE: Los cielos os guarden. FEDERICO: (Tras ella va. ¿Cómo mi desdicha hará no la alcancen sus recelos? Porque preguntar por ella con el nombre que aquí tiene es, sin duda, porque viene de todo informado. ¡Oh estrella siempre opuesta! ¿Cómo haré no llegue a verla?) ¡Ah, señor Enrique Esforcia! (Valor, sólo te acuerda de que eres mío.) ENRIQUE: ¿Qué mandáis? FEDERICO: (A riesgo de amor y vida es bien que su muerte impida.) Yo pienso que no ignoráis muchas quejas que de vos tengo, y en ellas quisiera que en secreta parte fuera, menos pública a los dos. Y así os suplico conmigo vengáis. ENRIQUE: Antes que buscar a César esto es. Guiar podéis vos, que ya os sigo. FEDERICO: Vuestra aquesa elección fue. [ENRIQUE:] Ved dónde queréis que vamos. FEDERICO: De aqueste jardín salgamos una vez, que yo diré allá dónde habemos de ir. ENRIQUE: Salgamos.
Sale SERAFINA
SERAFINA: ¿Qué es esto? FEDERICO: Nada. (¿Habrá suerte más airada?) ENRIQUE: Sí es, y de mí lo has de oír. Contigo, señora, estaba, ya lo sabes, esperando que viniera César, cuando dijo una dama quedaba en aqueste jardín. Yo, porque creí que pudiera ser que su enojo le hiciera ausentar sin verle, no quise esperarle; y así con tu licencia a buscarle salí, y pensando aquí hallarle, hallé a Federico aquí. Es Federico mi amigo, y, habiéndole yo informado de mi venida y cuidado, él, cortesano conmigo, sabiendo por dónde iría, ha querido no dejarme y, hasta verle, acompañarme. SERAFINA: No dudo que eso sería; y pues no le habéis hallado, y ya es tarde, hasta después os retirad. Idos, pues, a vuestro cuarto. ENRIQUE: Postrado os obedezco. (Porque no entienda nuestros extremos, voy.) FEDERICO: (Mañana nos veremos.) ENRIQUE: (¿Dónde?) FEDERICO: (Yo os lo avisaré.) SERAFINA: ¿Qué es lo que habláis los dos? FEDERICO: Vuelvo a darle el parabién de su venida. SERAFINA: Está bien.
A ENRIQUE [y luego a FEDERICO]
Idos vos, y quedaos vos;
Vase ENRIQUE
que he de apurar, por no verme obligada a declararme, si habéis venido a obligarme, Federico, o a ofenderme. FEDERICO: Fácil respuesta ha tenido la duda. A serviros vine. SERAFINA: Que lo contrario imagine es fuerza, pues sólo ha sido a darme enojos. FEDERICO: ¿Yo? SERAFINA: Sí; pues en el primer empeño quisisteis haceros dueño de la acción que a otro debí; y en este segundo... FEDERICO: (¡Ay Dios!) SERAFINA: mostráis (todo lo he entendido) que, por haberme servido Enrique, os ofende a vos; y así quisiera saber si es, llegándolo a apurar, esto ofender u obligar. FEDERICO: Es obligar y ofender. SERAFINA: ¿Obligar y ofender? FEDERICO: Sí. SERAFINA: ¿Ofensa y obligación no implican contradicción? FEDERICO: En todos, pero no en mí. SERAFINA: ¿Cómo? que medio no hallo. FEDERICO: Como yo ofendo y obligo a un tiempo con lo que digo, y a un tiempo con lo que callo. SERAFINA: Eso no entiendo. FEDERICO: Yo sí. SERAFINA: Declaraos más. FEDERICO: No puedo. SERAFINA: ¿Por qué? FEDERICO: Porque tengo miedo. SERAFINA: ¿De qué? FEDERICO: De que contra mí os he de hallar, aunque esté de mi parte la razón. SERAFINA: No haré tal; a vuestra acción, si la tiene, la daré. FEDERICO: ¿De manera que, si aquí tuviese disculpa yo, no seréis contra mí? SERAFINA: No. FEDERICO: ¿Seréis en mi favor? FEDERICO: Sí. FEDERICO: ¿Y si es lo que habéis de oír contra Enrique? SERAFINA: Aunque sea, hablad. FEDERICO: Pues sabed... Mas esperad. Que aun no lo puedo decir.
Al irse a entrar FEDERICO, sale CÉSAR
SERAFINA: Volved... CÉSAR: ¿Qué es esto? FEDERICO: No sé; si ya no es (¡ay Celia bella!) el fatal fin de mi estrella; y pues al paso te hallé, tras el pasado favor, de parte mía la di tenga entendido de mí que soy enigma de amor.
Vase ENRIQUE
SERAFINA: (¿Quién, en [igual confusión], habrá que discurrir pueda?) CÉSAR: (Pues sola [¡ay infeliz!] queda, yo llego a buena ocasión. ¡Ea, ingenio caprichoso, haz que quede mi cuidado, si se enoja, desdichado, si no se enoja, dichoso!)
Saca un papel y finge que le estudia
"Aquel prodigio de Tebas que lidiar supo y rendir..." SERAFINA: ¿Qué es eso, Celia? CÉSAR: Señora, ¿aquí estabas? Estudiar mi papel. SERAFINA: A mi pesar no viene a mal tiempo ahora cualquiera divertimiento que me haga vengada dél. Dime algo de tu papel. CÉSAR: Y aun todo decirlo intento. SERAFINA: Y ¿qué la fábula ha sido? CÉSAR: Hércules enamorado, que de Yole en el estrado estaba a la rueca asido. SERAFINA: ¿Tanto pudo amor? CÉSAR: Así lo dice el razonamiento que repasaba. SERAFINA: Oírle intento. Dile. CÉSAR: ¿Con el tono? SERAFINA: Sí.
Canta [CÉSAR]
CÉSAR: "Aquel prodigio de Tebas que lidiar supo y rendir en el África al león y en Calidonia al espín, enamorado de Yole, hermosa deidad gentil, trocó la clava a la rueca y la piel al faldellín. En la mano y en el traje el uso, dos veces vil, enseñándole a llorar, le enseñaron a decir: `No desdeñes verme, dulce dueño, así; que esto en mí no es bajeza, no, no, rendimiento sí. Aunque en traje de mujer me ves, bien sabe de mí el correspondido amor que rey en el orbe fui; e interesado en el tuyo, después que tus ojos vi, huyendo vine el mandar para lograr el servir. Y pues por sólo obligarte allá lloré y padecí, antes que el interesado amor me obligase a huir, no desdeñes ver[me], dulce dueño, así...'" SERAFINA: Aguarda; que de manera tu voz me lleva tras sí que no sé si aquesto es aun más, Celia, ver que oír. CÉSAR: ¿Qué te parece? SERAFINA: Tan bien que en toda mi vida vi tan bien explicado afecto. CÉSAR: Luego ¿proseguiré? SERAFINA: Sí. CÉSAR: "`Contra tu pecho y mi pecho tú al despreciar, yo al sentir, de plomo y oro sus flechas armó ese fiero adalid. Dígalo en ti el verte airada y el verme rendido a mí, equivocando en los dos, ya el llorar y ya el reír. Pero aunque los dos extremos en mí ejecute y en ti, mudando de odio y amor el noble afecto en el vil, no desdeñes verme, dulce dueño, así; que esto en mí no es bajeza, no, no, rendimiento sí.'" SERAFINA: De suerte lo significas que me das a presumir si es verdadero o fingido. CÉSAR: Y ¿qué llegas a inferir? SERAFINA: Que es fingido, claro está; que si llegara a inferir que no lo era... CÉSAR: No te enojes; que cuanto llegas a oír es de la fábula. SERAFINA: Pues si es de la fábula, di. CÉSAR: "`Aunque he visto de tu rostro el encendido matiz, dejando mustio el clavel y ensangrentado el jazmín, no por eso me acobardo, viendo que no soy yo aquí quien ama a lograr amando, porque es su interés su fin. Todo mi bien es quererte y, pues es bien, siendo así, que el correspondido amor haga mi vida feliz, no desdeñes verme, [dulce dueño, así...]'" SERAFINA: Calla, calla, no prosigas; que ya no puedo sufrir de la duda si es aquesto representar o sentir.
Sale al paño CARLOS
CARLOS: Veré si mi papel canta, pues la voz de Celia oí. CÉSAR: Claro es que es representar una fineza; y no aquí conmigo te enojes, puesto que yo el papel no escribí; con quien escribió el papel te enoja. CARLOS: ¡Ay de mí infeliz! "Que aquesto es representar una fineza" entendí. "Con quien escribió el papel te enoja" también oí. SERAFINA: Di, ¿quién escribió el papel? CÉSAR: (¿Que la tengo de decir?)
Sale al paño FEDERICO, al otro lado
FEDERICO: Vuelvo a ver si habla ya Celia a Serafina de mí. CÉSAR: ¿Quién quieres que sea, señora, quien le llegase a escribir, sino quien más sabe amar y quien más sabe sentir? CARLOS: Bien disculpándome va sin nombrarme, y con sutil y bien fundada razón. FEDERICO: Hoy es mi suerte feliz. Sin duda de mí la habla, pues yo se lo dije así. CÉSAR: Y así, señora, no tienes que culpar ni que inquirir, porque yo te represente lo que otro pudo sentir. FEDERICO: (¡Oh, lo que la debo a Celia!) CARLOS: (¡Oh, lo que a Celia debí!) CÉSAR: Que todos dicen su amor como le saben decir; y el representarle yo sólo ha sido repetir lo que otro dijo no más. SERAFINA: Con todo debo insistir, por quién se debe entender. CÉSAR: Si no hubieras de reñir, yo te dijera por quién. SERAFINA: Pues no lo reñiré; di. CÉSAR: ¿Qué no te enojarás? SERAFINA: No. CÉSAR: ¿Y que lo estimarás? SERAFINA: Sí. CÉSAR: (¡Ánimo, amor; que esta vez llegó de mi mal el fin!) Pues cuanto aquí represento y cuanto he dicho es...
Salen CARLOS y FEDERICO
LOS DOS: Por mí. CÉSAR: Pues ya te lo han dicho ellos, ¿qué tengo yo de decir? CARLOS: Porque llegando a saber... FEDERICO: Porque llegando a inferir... CARLOS: que tú no te has de enojar... FEDERICO: que tú no lo has de sentir... CARLOS: yo fui el que escribió el papel. FEDERICO: yo el que enigma de amor fui. SERAFINA: Pues si Celia por los dos habló, como ambos decís, decid a Celia también que ella responda por mí.
Vase SERAFINA
CÉSAR: (No haré tal, pues tan trocada la suerte entre los dos vi que, no hablando yo por ellos, ellos hablaron por mí.)
Vase CÉSAR
CARLOS: Pues por más que tu penar... FEDERICO: Pues por más que tu sentir... CARLOS: en tí ni otra no me oiga... FEDERICO: no oiga en otra, ni en tí... CARLOS: no he de dejar de querer... FEDERICO: no he de dejar de morir... CARLOS: y cuando me veas llorar... FEDERICO: y cuando me veas sentir... LOS DOS: no desdeñes verme, dulce dueño, así; que esto en mí no es flaqueza, no, no, rendimiento sí.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

 

Las manos blancas no ofenden, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002