JORNADA SEGUNDA



Salen INÉS y Doña CLARA, afligida
INÉS: ¿Tú triste, tú pensativa, melancólica y suspensa, tan bien perdida y tan mal hallada contigo mesma? ¿Dónde, señora, está el brío, el buen gusto, la belleza, y el despejo? CLARA: No lo sé; y no es mucho, ¡ay Dios!, que necia, pues que no sé de mi vida, de mis acciones no sepa. ¿Quién creerá de mí, ¡ay de mí! que yo llore y que yo sienta desaires de un hombre? ¿Yo, que tan altiva y soberbia me llamé la vengadora de las mujeres, sujeta tanto a un desaire me veo? INÉS: Yo no sé qué razón tengas para tanto sentimiento, pues si bien se considera él te siguió a ti y tú fuiste la causa de la fineza. Luego si estás ofendida y obligada también, sea tu mal consuelo de otro, supuesto que representas, despreciada y pretendida, la celosa de ti mesma. Ya fue el cuidado por ti, pues por ti en la casa entra de la otra, y si se halla tan empeñado con ella, ¿cómo se puede excusar de andar galán? Considera que si has de olvidar a un hombre porque a una hable y a otra vea, no hay que querer a ninguno, que maldito de Dios sea, señora, el que hay que no diga lo mismo a cuantas encuentra. CLARA: Con todo eso, ya llegué --confieso que anduve necia-- a darme por entendida de este agravio con mis penas, y me tengo de vengar. INÉS: ¿De qué suerte? CLARA: Escucha atenta. Un papel le he de escribir disfrazándole mi letra y escribiéndomele tú, en nombre de la encubierta dama, diciéndole en él cuán obligada me deja su cortesía, y que quiero hablarle a solas, que tenga una silla prevenida y una casa donde pueda verle esta tarde. Él, muy vano, creído de su soberbia, pensará que tiene lance; y para que no le tenga iré yo, y será buen paso lo que hará cuando me vea. INÉS: ¿Y qué consigues con eso? CLARA: Dos cosas: es la primera burlarme de él; la segunda desengañarle, y que sepa que fui la tapada yo, porque no se desvanezca presumiendo que la otra le dio ocasión de que fuera tras ella, y su galanteo prosiga. INÉS: ¿Esa diligencia no pudiera hacerse en casa? CLARA: Con venganza no pudiera. INÉS: No sé si aciertas en eso. CLARA: ¿Cómo? INÉS: Yo te lo dijera, si él y aquel don Luis no entrara. CLARA: Pues disimula, no entiendan hasta este lance, que fuimos las tapadas.
Salen Don HIPÓLITO y Don LUIS
HIPÓLITO: Considera, don Luis, que importa sacarme presto de aquí. LUIS: Sí haré. CLARA: ¿Era, señor don Hipólito, hora de veros? ¿Tan larga ausencia? Desde ayer no me habéis visto. HIPÓLITO: Sólo pudiera esa queja hacer mi ausencia feliz, que es sutil estratagema de amor, que una pena misma hacerse lisonja sepa. Mas no vine esta mañana presumiendo que estuvieras en el Parque, como anoche dijiste. CLARA: Detén la lengua. ¿Pues si anoche me dijiste que de casa no saliera, había de salir de casa? ¡Jesús! ¡De mí no se crea tal desenvoltura, tal liviandad de mi obediencia! LUIS: Harto le encarezco yo a don Hipólito esa verdad, y cuán obligado debe estar de esa fineza, y aun él la conoce bien, pues la paga con la mesma. CLARA: ¿Luego él al Parque no fue? HIPÓLITO: ¡Jesús! ¿Pues tal de mí piensas, sabiendo que para mí no hay, Clara, holgura ni fiesta donde tú no estás? CLARA: Y yo lo creo como si lo viera, pues si tú hubieras estado hoy en el Parque, hoy hubiera estado en el Parque yo, claro está, y es cosa cierta, pues si yo en tu pecho vivo y tú en el pecho me llevas, contigo hubiera yo estado disfrazada y encubierta. HIPÓLITO: (¡Qué fácil es de engañar Aparte a la mujer más discreta!) CLARA: (¡Que sea bobo el más bellaco Aparte de los hombres!) INÉS: (Hombres y hembras Aparte así unos a otros se engañan cuando que se quieren piensan).
Hácele señas LUIS
LUIS: Aunque es el primer precepto de amor no estorbar, licencia me daréis para que os diga que unos amigos me esperan donde me importa llevar a don Hipólito. Esta ausencia os deba el ser yo tan vuestro crïado. CLARA: Cesa, don Luis, que no es esta sala donde hablar la parte es fuerza por procurador. Si él quiere hablar, hable, y no por señas. Id, don Hipólito, a Dios, que esta casa siempre es vuestra para iros y para estaros, pues siempre de la manera que abierta para que entréis, para que os vais está abierta. Pon esos hombres, Inés, en la calle, y luego cierra las puertas. HIPÓLITO: Escucha. CLARA: ¿Yo escucharte? LUIS: Considera que si yo tuve la culpa no ha de tener él la pena. CLARA: Yo no me enojo con él ni con vos; doy la licencia que me pedis. (Mucho hago Aparte en no declarar mis quejas, porque estoy muy enfadada en verlos hablar por señas).
Vanse las dos
HIPÓLITO: ¿Qué os parece, don Luis, de este amor, de esta fineza? LUIS: Que vos habéis reducido a precepto y obediencia la condición más rebelde de una mujer. ¿Quién creyera que doña Clara llegara nunca a verse tan sujeta que no saliera de casa por decir que no saliera? En fin, todo se os rinde. HIPÓLITO: Yo tengo notable estrella con mujeres. LUIS: Bien se ve, pues habéis triunfado de esta. Pero decidme ¿a qué efeto ha sido lo de la priesa de que salgamos de aquí? HIPÓLITO: ¿Tan mal mi dolor lo muestra que ha menester explicarle más que el afecto la lengua? ¿No os dije que la tapada vi en su casa descubierta, donde, porque entrara yo, os quedasteis a la puerta? ¿No os dije cómo la hablé, y que es entendida y bella, sin que subsidios de hermosa den excusados de necia? ¿No os dije cómo, informado de don Pedro, dijo que era rica y noble? LUIS: Sí. HIPÓLITO: ¿Pues cómo dudáis dónde voy? ¿No es fuerza que vaya a estarme en su calle? No digo bien; en la esfera luciente del mejor sol, a cuya dulce violencia arde abrasada la pluma y derretida la cera. LUIS: ¿No creéis al desengaño de decir don Pedro que era la pretensión imposible por su virtud y sus prendas? HIPÓLITO: Si es esa otra parte más para ser amada, esa es hoy la que más me anima, es hoy la que más me alienta. LUIS: Pues ¿y la comodidad? HIPÓLITO: ¿Pues no es comodidad esta, si es rica, noble y hermosa, de buena opinión y honesta, y puedo dentro de un mes estar casado con ella?
Sale INÉS con manto
INÉS: Apriesa escribió mi ama el papel, y más apriesa yo tras ellos me he venido, y cogiéndoles las vueltas hasta la calle he llegado de la madama, y aun ésta es su casa. Allí se paran. Yo no quiero que me vean tras ellos, porque no echen de ver que los seguí. Sea otra vez de mi delito sagrado su casa mesma. HIPÓLITO: Ésta es la calle feliz... ¿pero quién dudar pudiera que había de vivir Flora en la calle de las Huertas? Este es el balcón por donde en tornasoles envuelta sale el alba a todas horas, de jazmines y azucenas coronada, pues el día en sus umbrales despierta. INÉS: Ya de que los he seguido desmentida la sospecha está. Daréle el papel como mi ama lo ordena. Vuelvo a penar en lo mudo. LUIS: Una mujer encubierta ha salido de su casa. HIPÓLITO: Y hacia nosotros se acerca. LUIS: De las dos debe de ser, pues que vuelve a hablar por señas. HIPÓLITO: Estas mujeres, sin duda, en casa el hablar se dejan cuando salen de ella, pues solo hablan dentro de ella. ¿Es a mí? ¿Sí? Pues ya estoy aquí, ¿qué quieres?. Espera, mujer. LUIS: Aquello es decir que no la sigáis. HIPÓLITO: Ligera volvió la espalda, avisando que calle y el papel lea.
Lee
"El mayor argumento de la nobleza fue siempre la cortesía. La vuestra me asegura la verdad de todo, y así, os he menester para fiar de vos un secreto. Tened una silla para luego en San Sebastián y una casa donde pueda hablaros. Dios os guarde. La dama muda." ¿Qué decís de este papel? Decid ahora que crea a don Pedro, y que desista de la posesión. LUIS: Empresa notable seguís. HIPÓLITO: ¿No os digo que yo tengo linda estrella con mujeres? LUIS: ¿Qué habéis de hacer? HIPÓLITO: Todo cuanto ordena, y así, entre los dos partamos ahora las diligencias, que este es oficio de amigo. Id, don Luis, por vida vuestra, pues venimos sin crïado por la silla, y esté puesta al punto en San Sebastián como dice, y cuando venga le diréis que por no dar de aquesto a un crïado cuenta os la di a vos, porque hagamos la necesidad fineza, que yo os espero en mi casa. LUIS: ¿Y si doña Clara acierta a ir allá? HIPÓLITO: Habéis reparado bien, que gran disgusto fuera que ella llegara a saberlo. ¿Qué haremos? LUIS: Pues es tan cerca la casa de este don Pedro, mejor es llevarla a ella. HIPÓLITO: Es verdad; prevenid vos la silla, por vida vuestra, mientras prevengo la casa. LUIS: Oíd, de la suya mesma otras dos salen. HIPÓLITO. Mirad si lo han tomado de veras; no malogremos la dicha. Vámonos sin que nos vean, que estando aquí podrá ser que ir a otra parte no quieran. LUIS: Voy a prevenir la silla.
Vanse. Salen Doña ANA, Doña LUCÍA y PERNÍA
LUCÍA: ¿Qué es, señora, lo que intentas? ¿En este traje de casa sales? ANA: A esto amor me fuerza. En la casa de don Pedro he de entrar, ya estoy resuelta, hasta saber si don Juan en ella se oculta o cierra. LUCÍA: ¿Pues dónde vas? Ésta es la casa. ANA: ¿No eres más necia? Pasa de largo, porque deslumbremos las sospechas si acaso me ha visto alguno salir de casa. ¡Ay don Juan; ay, amor, lo que me cuestas!
Vanse y salen Don JUAN y Don PEDRO
PEDRO: Notable sois, por cierto. JUAN: ¿No lo he de ser, don Pedro, si estoy muerto de celos y de agravios, las manos sin acción, la voz sin labios? PEDRO: Si yo de vuestros celos os traigo averiguados los recelos y deshecho el engaño ¿qué os quejáis? JUAN: Para mí no hay desengaño PEDRO: Pues yo puedo deciros que solo por serviros, ahora cauteloso y con vuestro poder, don Juan, celoso, de uno y otro crïado en casa de doña Ana me he informado si salió esta mañana al Parque, y dicen todos que doña Ana solo a misa ha salido en su coche a las once y nadie ha habido que lo contrario diga. JUAN: ¿Pues quién a don Hipólito le obliga, don Pedro, a haber mentido? PEDRO: Asegurad vos bien vuestro partido, pero no averigüéis tan neciamente, puesto que miente el otro, por qué miente. JUAN: ¿Queréis ver cuán atento estoy a mi dolor y a mi tormento? Pues con creer el daño como a daño, me ha sosegado en parte el desengaño, y así, aunque no quería ver a doña Ana, al expirar el día verla y hablarla quiero, y decir, ya que muero, por qué muero, quejándome de todo. PEDRO: Pues yo os diré, ya que así estáis, el modo que me parece que hay de prevenilla: vos habéis de escribilla un papel que ha de dalle ese crïado... mas luego lo diré, porque han llamado.
Sale ARCEO
ARCEO: Hasta aquí don Hipólito se entra. PEDRO: Ya veis lo que perdéis si aquí os encuentra. Yo saldré a recibille. JUAN: Eso no, porque yo tengo de oílle. PEDRO: ¿Pues no os fiáis de mí? JUAN: Yo sí me fío, mas es desconfïado el valor mío. PEDRO: Yo estoy tan satisfecho del honor de doña Ana, que sospecho que viene a retratarse, y así muy poco llega a aventurarse. Retiraos. JUAN: Piedad, cielos; escuche dichas quien escucha celos.
[Se va al paño, tras una puerta]. Sale HIPÓLITO
HIPÓLITO: Don Pedro, siempre vengo a vos, o con el mal o el bien que tengo: ya que de vos me fío amparadme, pues sois amigo mío. Doña Ana... PEDRO: (¿Hay semejante Aparte confusión?) No paséis más adelante; no tenéis que decirme que a vuestra pretensión constante y firme está, que yo lo creo como es justo. HIPÓLITO: Lejos dais de mi dicha y de mi gusto, que es lo contrario lo que hablaros quiero. PEDRO: (¡Cielos! ¿Qué es esto?) Aparte JUAN: Hasta escucharlo espero. PEDRO: (¿Qué he de hacer, porque temo Aparte que pase este negocio a más extremo). HIPÓLITO: Doña Ana, en fin... JUAN: ¿Quién mi desdicha ignora? PEDRO: Esperad un instante. Cierra. Hablad ahora. HIPÓLITO: ¿Por qué cerráis? PEDRO: No quiero que esa puerta, cuando fuera me voy, se quede abierta (Con eso he asegurado Aparte aquí de dos cuidados un cuidado: celos y riesgo le han buscado, cielos; estorbe el riesgo, ya que no los celos). HIPÓLITO: Doña Ana, pues, este papel me escribe. Que busque donde hablarla me apercibe, y pues mi dicha pasa tan adelante, dadme vuestra casa adonde pueda vella; tapada vendrá a ella; yo he menester a Arceo que se venga conmigo, que deseo, mientras llega, advertido, tener algún regalo prevenido. Y pues que la respuesta ha de ser ayudar dicha como esta, quedad con Dios, que con el bien que toco, loco debo de estar, si no muy loco. PEDRO: Oíd, mirad... HIPÓLITO: No me deja mi deseo, ni lo esperéis, que yo me llevo a Arceo.
Vase
PEDRO: ¿Qué haré de dos amigos empeñado, si uno me busca y otro está encerrado, y ambos de mí se fían? Triste llego a abrir las puertas, y en las dudas ciego.
[Abre y sale DON JUAN]
Don Juan, viendo que aquí, ¡confusión brava! una desdicha y otra hoy os buscaba, en deshecha fortuna, quise de dos embarazar la una, y porque no saliérades restado, ya que celoso... JUAN: Todo fue excusado, que oyendo lo que oí, aunque estuviera abierto no saliera, pues a tal desengaño, cosa es clara que esperara hasta verle cara a cara: necedad en el mundo introducida, solicitar lo que quitó la vida. PEDRO: Esa ahora es mi duda: yo no sé cómo a tanto empeño acuda. Don Hipólito, ¡ay, cielos!, este día de mí su gusto y vuestra pena fía; mi obligación en vuestras manos dejo: ¿qué hiciérades? ¡Ay Dios! Dadme consejo. JUAN: Yo no sé lo que hiciera si vos, don Pedro, fuera, en un caso tan nuevo, mas siendo yo, bien sé lo que hacer debo, que es, aunque el alma en celos se me abrasa, el respeto guardar a vuestra casa; mas fuera de ella le daré la muerte, ya que el duelo de amor es ley tan fuerte que dispone severa que ofenda la mujer y el hombre muera. PEDRO: Vos no habéis de salir de aquí. JUAN: Es en vano, que he de salir. PEDRO: Vuestro peligro es llano. JUAN: ¿Y esotro no lo es? ¿Queréis que vea hoy mis desdichas yo? Pues así sea. Que aquí me estaré, digo, y que de mi dolor seré testigo. Venga doña Ana de otro enamorada y... mucho iba a decir; no digo nada PEDRO: Eso tampoco es justo. JUAN: ¿Pues ni irme ni quedarme no os da gusto? Estoy perdido y loco: ¿qué queréis? PEDRO: No lo sé. JUAN: Ni yo tampoco. PEDRO: Solo deciros quiero que aunque como desdichas las espero, estoy tan confïado del honor de doña Ana, que he pensado que este se desvanece o que su amor algún error padece. JUAN: ¿Confïanza tan vana de qué os nace? PEDRO: De ser quien es doña Ana, que es mujer principal. JUAN: Necio anduviste, si antes que principal, mujer dijiste, y ved si engaño habrá, que ya han entrado dos mujeres. PEDRO: Yo estoy desesperado, pues consultando extremos, tratando mucho nada resolvemos y ya el lance llegó; no sé qué hacerme. Escondeos. JUAN: Yo no tengo de esconderme. PEDRO: ¿Pues queréis que aquí os vean? JUAN: ¿Habrá desdichas que mayores sean? PEDRO: Haced esto por mí hasta que sepamos la verdad, y después los dos muramos en la defensa del agravio vuestro. JUAN: Mi amistad así os muestro, pero con condición, ¡desdicha grave!, que a aquesta puerta he de quitar la llave y ha de estar siempre abierta.
Vase [y queda al paño en lo que sigue]. Salen Doña ANA, Doña LUCÍA y PERNÍA
LUCÍA: Oye, Pernía, quédese a la puerta ANA: Señor don Pedro Girón, muy admirado estaréis de ver hoy en vuestra casa entrarse así una mujer. Galán y discreto sois, y como todos, sabéis que extremos de amor obligan a más extremos, y pues de alguno se han de fïar ¿de quién, don Pedro, de quién mejor que de vos, que sois noble, entendido y cortés?
Descúbrese
PEDRO: (Ya no me queda esperanza; Aparte doña Ana, vive Dios, es.) JUAN: ¡Y querrán que calle yo! Mas puesto que así ha de ser, arded, corazón, arded, que yo no os puedo valer. ANA: Ya que con vos declarada estoy, don Pedro, sabed en lágrimas y suspiros mis desdichas de una vez. Y pues sabéis que he venido a vuestra casa, sabed --¡cuánta vergüenza me cuesta!-- ay, señor don Pedro, a qué. Un hombre vengo a buscar, porque de muy cierto sé que le puedo hallar en ella.
Saliendo [don JUAN]
JUAN: Adiós, don Pedro, porque darme tormento de celos y querer que calle, es nuevo rigor. Yo confieso que es mi delito querer, si eso pretendéis de mí. ANA: Don Juan, mi señor, mi bien. JUAN: Doña Ana, mi mal, mi muerte. ANA: Dadme los brazos. JUAN: Detén; no con los brazos añadas al tormento otro cordel, pues ya he dicho la verdad. PEDRO: (No sé, vive Dios, qué hacer; Aparte mas porque ni uno entre, ni otro salga, el paso cerraré).
[Va a cerrar]
JUAN: No cerréis, porque he de irme. ANA: No ha de irse; sí cerréis. ¿Pues cómo tan riguroso, cómo tan tirano, pues, agradeces de esa suerte haberte venido a ver? JUAN: ¿A quién? ANA: A ti, porque supe que aquí estabas. JUAN: ¡Bien, a fe! ¡Buena disculpa has hallado! ¡Ah, fiera! ¡Ah, ingrata! ¡Ah, crüel! ¡Qué prompto vive a mentir el ingenio en la mujer! ANA: Don Juan, si de las pasadas ofensas, al parecer justas, te dura el enojo y huyes de mí, ¡ay Dios!, porque estás engañado, ya te vengo a satisfacer. Aquel hombre a quien le diste la muerte... JUAN: Yo no hablo de él. Mira, mira tus engaños cuáles han llegado a ser, pues quejándome de uno a otro respondes, y pues son tantos que unos a otros se embarazan, no me des satisfación de ninguno, que mejor será tener queja de todos, que al fin está mejor puesto aquel que antes que mal satisfecho se queda quejoso bien. ANA: No te entiendo; y si es la queja que yo imagino que es la que tú sientes, señor, ¿de qué te quejas, de qué? que nunca causa te he dado. Pero si no puede ser darla yo, que nunca causa te ha dado mi estrella, ten el paso y dime qué es esto. JUAN: Traiciones tuyas, si bien no siento que sean traiciones porque te llego a perder, pues lo que llego a sentir solo, he de decirlo, es que otro merezca en un día lo que en siglos no alcancé a merecer yo, y en fin, me consuela en parte que él no te ha llegado a amar pues te llega a merecer. ANA: Si mi desdicha, don Juan, se ha sabido disponer otra evidencia aparente que yo no alcanzo ni sé, ¿cómo he de desengañarte?, ¿cómo te he de responder? ¡Vive Dios que te han mentido! JUAN: Es verdad; contigo hablé. ANA: ¿Quién te lo dijo? JUAN: El galán a quien tú vienes a ver. ANA: Yo a verte a ti, don Juan, vengo. JUAN: Es verdad, dices muy bien. ANA: Porque supe que aquí estabas. JUAN: ¿De quién pudiste, de quién? ANA: De esa crïada. JUAN: Por cuanto llegara el testigo a ser que no fuera tu crïada, que criadas y amas tenéis pacto explícito a mentir. ANA: Esta es verdad. JUAN: ¿Quién tal cree? ANA: Quien quiere bien. JUAN: Pues yo quiero muy mal por aquesta vez. ANA: Pues muera de desdichada. JUAN: Y yo de infeliz también.
[Dentro ARCEO]
ARCEO: Abran aquí. PEDRO: (Esto es peor. Aparte No sé, vive Dios, qué hacer, que don Hipólito viene). JUAN: ¿Quieres, ingrata, saber, si me has mentido? Pues este el galán que buscas es. ANA: Yo me huelgo de que sea, puesto que no puede ser el que busco, el que imaginas. Abra don Pedro, entre pues, y sepa don Juan que miente el que contra mi altivez bajo concepto ha formado. JUAN: Plega a Dios, y aquesta vez, o por vivir o morir, escuchando te estaré, supuesto que es ya mi vida el juego del esconder.
Escóndese. Abre don PEDRO y sale ARCEO con una fuente con dulces de ladrillo
ARCEO: ¿Tanto tardan en abrir a quien llama con los pies, que es señal que trae algo en las manos? ¡Vive diez que queda saqueada toda la tienda del portugués! Ya don Hipólito viene, señora... ¿Pero qué ven mis ojos? ¿Doña Lucía en mi casa? LUCÍA: Aquesta vez, por el chisme de una dueña muertes de hombres ha de haber.
Sale don HIPÓLITO
HIPÓLITO: ¿Si habrá don Luis llegado con la silla? Sí, pues ver puedo la dama. ¡Ay, amor; todo ha sucedido bien! Seáis, señora, bien venida a este, aunque humilde, dosel del mayo y el sol, ya esfera de verdor y rosicler. ANA: (¡Cielos, ¿qué pasa por mí? Aparte ¿Este el marido no es de la que hoy se entró en mi casa?) JUAN: ¿Quién vio lance más crüel? PEDRO: Mal se va poniendo todo. HIPÓLITO: Don Pedro, no tan penada tengáis a esta dama; ved que por vos no se descubre. PEDRO: Yo, por no estorbar, me iré. (Mas será a estar a la mira). Aparte ANA: Don Pedro, no os ausentéis, porque habéis de ser aquí de cuanto pasare juez. Caballero, a quien apenas vi, pues si os vi a penas fue, ya que por vos las padezco: ¿conocéisme? HIPÓLITO: No y sí, pues en este instante os conozco y os desconozco también. Conózcoos, pues que quién sois muy bien informado sé, y desconózcoos, señora, porque de esa suerte habléis. Si os vi en el Parque primero y en vuestra casa después, si para venir a hablaros llamado fui de un papel, y si habéis venido donde yo os traigo, ¿cómo o por qué así os extrañáis de verme donde me venís a ver? JUAN: ¡Querrán doña Ana y don Pedro que esto llegue a oír y ver y no salga! ¡Vive Dios, que infamia del amor es! ANA: ¿Yo a veros a vos? Mirad lo que decís, no busquéis desengaños que a vos solo mal el saberlos esté. Yo en mi vida al Parque fui, ni en él os vi ni os hablé; si os entrasteis en mi casa, no me preguntéis a qué, que aunque lo puedo decir vos no lo podéis saber, que habéis de ser el postrero que el desengaño toquéis. Baste decir que engañado estáis, y que me dejéis, que puede ser sea causa de todo vuestra mujer. HIPÓLITO: ¿Mi mujer? Ahora conozco de qué ha podido nacer vuestro enojo. Yo hice mal en traeros aquí; haced la deshecha norabuena, pero no me acumuléis que soy casado, que es susto de que jamás sanaré. PEDRO: (Ya ni aun a mentir no acierta Aparte doña Ana). JUAN: Ni yo a tener paciencia, pero si salgo rompo de amistad la ley, a doña Ana la destruyo y a mí me pierdo también; en efeto, pues en medio han de estar su criado y él, y es hacer ruido no más dejando la duda en pie. Pues sufrirlo es imposible, que ¿quién ha podido, quién oír requebrar a su dama? Haya un medio entre los tres, como yo solo me pierda donde... pero esto después ha de decir el suceso; ya he visto cómo ha de ser,
Vase
ANA: Dejadme, señor, por Dios, y porque mejor miréis que huyo de vos, y lo más a que se puede atrever una mujer como yo, a voces digo que quien en este aposento está, mi dueño y mi amante es, y es a quien vine a buscar y es a quien yo quiero bien, porque a vos no os escribí, ni os vi en mi vida, ni hablé, desmintiendo de esa suerte su peligro y mi desdén.
[Vase por la puerta donde estaba escondido DON JUAN]
HIPÓLITO: Cerró la puerta, ¿quién vio más tramoyera mujer? Desde el punto que la vi enredadora la hallé. PEDRO: (Bien cuerda resolución Aparte tomó doña Ana, porque con esto estorba que salga don Juan, que es lo que a temer llegué siempre). HIPÓLITO: Estoy confuso, y qué he de decir no sé.
Sale DON LUIS
[LUIS]: Yo llego a muy buena hora: don Hipólito, ahí está aquella señora ya en la silla. HIPÓLITO: ¿Qué señora? LUIS: La que esperáis. HIPÓLITO: ¿Qué decís? DON LUIS Que tomó en San Sebastián la silla, y que afuera están. HIPÓLITO: Engañado estáis, don Luis, porque la dama a quien yo vengo a ver, ya estaba aquí cuando vine. LUIS: ¿Cómo así, si ahora conmigo llegó en la silla la mujer que hoy en el Parque topamos, a quien seguimos y hablamos? HIPÓLITO: ¿Eso cómo puede ser si la misma, destapada, aquí la he visto y hablado y en este aposento ha entrado? LUIS: No quiero deciros nada, sino que entra ya. HIPÓLITO: ¡Por Dios, que es rigurosa mi estrella!
Salen doña CLARA e INÉS
LUIS: Decí ahora si es aquella. HIPÓLITO: O es ella o ellas son dos. PEDRO: ¿Veis, don Hipólito, veis cómo la dama que estaba hoy aquí a vos no os buscaba? HIPÓLITO: Quitarme el juicio queréis. Mujer dos veces tapada, que a mi deshecha fortuna, por si se me pierde una se me envía duplicada, ¿no me hablaste en el Parque hoy?, ¿no eres tú la que seguí y la que en tu casa vi? Confuso otra vez estoy.
Hace señas a todas las preguntas que sí [y luego se destapa]
CLARA: Yo soy, el mi caballero, ya que descubierta os hablo, aquella habladora muda por las lecciones de un manto, que viendo que era muy poca vitoria, muy poco aplauso de toda aquesta mujer un hombre no más, buscando ocasión de que alcanzara sola una parte del lauro, le quise dar de ventaja la discreción a mi garbo. Bien pensó vuesa merced, muy necio y muy confïado, que tenía muerta al vuelo la hermosura de los campos. Pues no, señor para todas, y conozca escarmentado que ha dado vuesa merced, por lo entendido o lo raro, mala cuenta de su amor, pues deja este desengaño vengada la hermosa Filis de los desdenes de Fabio; pues cuando fuera verdad que yo le amara, pues cuando fuera verdad, y celosa aquí le hubiera buscado, el verme vengada solo me hubiera el amor quitado. Yo lo estoy con que haya visto que los celos que me ha dado han sido conmigo mesma, pues nadie pudiera darlos a este talle, que no fuera su mismo desembarazo. Envaine vuesa merced todo ese grande aparato de dulces de Portugal que le han salido tan agrios, que no es la boda por hoy, pero agradezca el cuidado que en ella ha puesto el señor casamentero del diablo, que cierto que de su parte nada faltó, porque ha estado con mucha puntualidad con la tal silla esperando, y hizo muy bien el papel encareciendo el recato, porque es amigo muy fino del que es amante muy falso. Con esto, a Dios, y ninguno me siga, que si echo el manto, si vuelvo la calle, si otro embeleco desenvaino, les haré creer que soy otra dama, aunque al estrado me entre de una mesurada como esta mañana, cuando le hizo creer que era otra solo un sombrerillo blanco.
Vase
HIPÓLITO: Oye, aguarda, espera, escucha. LUIS: En mi vida he hallado hombre de tan buena estrella con mujeres. HIPÓLITO: Que burlando estéis cuando estoy muriendo... Detente, Inés. INÉS. Será en vano, que vamos muy enojadas.
Vase
HIPÓLITO: No sé qué hacer en tal caso; mas sí sé, que es apelar de todo al desembarazo, desengañando hoy la una y la otra después amando. PEDRO: (Gracias a Dios que con esto Aparte ya los celos acabaron de doña Ana y de don Juan, pues todo lo han escuchado, y mi amor, pues doña Clara viene a Hipólito buscando. Cielos, sin querer he visto mis celos averiguados). ARCEO: Y si el galán y la dama están ya desengañados, aquí acaba la comedia.
[Don PEDRO abre la puerta]
PEDRO: ¿Oístes ya el desengaño, don Juan? ANA: No soy tan dichosa yo. PEDRO: ¿Cómo así? ANA: Como cuando yo entré, solo vi un hombre que atrevido y temerario se echaba por la ventana que hay, señor, a esos tejados. ARCEO: Pues no acaba la comedia. PEDRO: ¡Qué riguroso, qué extraño afecto de amor y celos! El iba a salirle al paso; seguir a los dos importa, no suceda algún fracaso. ANA: Grande desdicha es la mía, pues cuando vengo buscando hoy, don Juan, finezas tuyas, solas más desdichas hallo. Cuando te siguen sospechas tú las estás esperando firme, y vuelves las espaldas si te siguen desengaños. ¿Qué mujer es esta, cielos, que hoy en mi casa se ha entrado? ¿Qué hombre es este que asegura que yo le vengo buscando? ¡Oh, nunca en el tiempo hubiera, oh, nunca hubiera en el año, si es que la culpa han tenido de enredos y enojos tantos, las mañanas floridas de abril y mayo!

Mañanas de abril y mayo, Jornada III



Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Dec 2002