JORNADA SEGUNDA


Salen MANUEL y doña JUANA de camino
MANUEL: Nunca viene solo el mal. JUANA: Es que desdichas y penas se llaman unas a otras. MANUEL: ¡Ay, Juana, cuánto me pesa el verte venir así, peregrinando por tierras extrañas! Cuando pensé que Galicia puerto fuera de nuestra tormenta, ha sido golfo de mayor tormenta; pues otro nuevo accidente nos saca de Salvatierra y trae a la Andalucía, corriendo de esta manera ajenas patrias. JUANA: Manuel, cuando yo dejé mi tierra y padres por ti, salí a más desdichas dispuesta. No salí yo por vivir eligiendo esta ni aquella provincia, sino por sólo vivir contigo, así sea donde quiera mi desdicha o donde mi dicha quiera. MANUEL: ¿Cón qué acciones, qué palabras podrá declarar la lengua un justo agradecimiento? Pero dejando finezas amorosas a una parte, ¿dónde aquel criado queda que recibí en el camino para que conmigo venga a buscarte algún regalo en tanto que pides treguas con blando sueño al cansancio?
Sale PEDRO
JUANA: Ya él a nuestra vista llega. PEDRO: ¿Qué es, señor, lo que me mandas? MANUEL: Que tú conmigo te vengas por San Lúcar.-- Tú, mi bien, retírate donde puedas descansar. JUANA: Aquí estaré llorando tu breve ausencia.
Vase
MANUEL: Presto volveré a adorarte.-- Parece que esta tristeza, adivina del pesar que tengo de darla, empieza a hacer tales sentimientos. PEDRO: ¿Cómo hacer pesar intentas a una mujer a quien debes tan peregrinas finezas? Que, aunque es verdad que yo soy criado tan nuevo que apenas conoces por tal, pues sólo ha dos días que me entregas secretos tuyos, he visto en mil amorosas muestras obligaciones muy grandes. MANUEL: No puedo negar la deuda; mas, Pedro, a fuerza del hado no hay humana resistencia. Huyendo de Portugal, pasé a Galicia, y voy de ella huyendo a la Andalucía. Cosas son que el cielo ordena. No vengo a quedarme aquí; que tampoco en esta tierra mi persona está segura, sino, sirviendo en la guerra, pasar en esta ocasión por esa inconstante selva de espuma y sal a las islas del norte. ¡Los cielos quieran, besen sus doradas torres las católicas banderas! Listarme quiero, y soldado guardar la vida a quien cercan tantas desdichas. Yo apuesto que tú ahora entre ti piensas que el dejar aquesta dama será con infame afrenta de su honor, poniendo a riesgo su hermosura con mi ausencia. Pues no ha de ser de esa suerte, sino dejándola quieta y segura en un convento de San Lúcar donde tenga, en tanto que vuelvo yo, aunque es muy poca, mi hacienda; que a mí la espada me basta. PEDRO: Acción generosa es ésa, digna de tu gran valor.
Tocan dentro cajas
Pero ¿qué cajas son éstas? MANUEL: Habrá algún cuerpo de guardia sin duda por aquí cerca, y saldrán de él. PEDRO: Sí, bien dices; que allí se ve la bandera. MANUEL: Vámonos llegando allá; que, pues el primero encuentra éste mi suerte, en él quiero sentar la plaza. Tú llega, pregunta por el alférez; di que dos hombres intentan sentarse en su compañía.
Retírase. Salen dos soldados y LUIS Pérez
PEDRO: Éste que hacia mí se acerca, dirá de él.-- Señor soldado, por cortesía le ruega un forastero le diga quién es de aquesta bandera el alférez? SOLDADO 1: Aquél es a quien el pecho atraviesa una banda roja. PEDRO: ¿Aquél que tiene buena presencia y está de espaldas ahora? SOLDADO 1: El mismo. LUIS: Ustedes me tengan por soldado y por amigo. SOLDADO 2: Todos serviros desean.
Vanse los soldados
PEDRO: Solo ha quedado el alférez. Famosa ocasión es ésta. LUIS: (¡Válgame Dios, qué dichoso Aparte en ese estado me viera, si no tuviera un cuidado que me aflige y me atormenta!) PEDRO: Señor alférez... LUIS: (Que deje Aparte yo una hermana tan resuelta en tanto riesgo!) PEDRO: Señor alférez... LUIS: (¿Qué me aprovecha Aparte adquirir aquí el valor, si por más que yo le adquiera por una parte, por otra quiere el cielo que se pierda? Pero en tanta confusión una cosa me consuela, y es que un amigo...) PEDRO: ¡Señor alférez! (A esotra puerta.) Aparte LUIS: (...vive en mi casa y me guarda Aparte las espaldas. PEDRO: (Desta oreja Aparte debe de ser sordo. Voy por esotra. ¡Linda flema!) ¡Señor alférez! LUIS: ¿Quién llama? PEDRO: Un soldado que desea...
Túrbase PEDRO
...mas no desea el soldado. Y, si de alguna manera alguna vez deseó, mintió; que atrevida lengua deseó por boca de ganso.
Hace que se va
LUIS: ¡Aguarda, villano, espera! ¿No te acuerdas que te dije que en ningún tiempo me vieras, porque había de matarte en cualquier estado y tierra que te hallase? PEDRO: Así es verdad. Mas ¿quién hallarte creyera hoy alférez en San Lúcar? LUIS: ¡Vive el cielo, que mi afrenta he de castigar en ti, pues fuiste la causa de ella!
Acomete a PEDRO. Sale MANUEL
PEDRO: ¡Ay, que me matan! MANUEL: ¿Qué veo? ¿A mi criado atropella un soldado? -- ¡Ha caballero! No sé yo qué causa no mueva para que a aquese criado se trate de esa manera, sin mirar... Pero ¿qué veo? LUIS: ¡Válgame el cielo! ¿Qué miro? MANUEL: Con justa razón me admiro. LUIS: Con el ansia no lo creo. ¡Manuel! MANUEL: ¡Luis! Pues ¿qué es aquesto?
Abrázanse
¿No fuisteis a Portugal? ¿Qué ocasión en lance tal hoy nuestra amistad ha puesto? LUIS: Y vos, Manuel, ¿no os quedasteis en mi casa en Salvatierra? ¿Con qué ocasión a esta tierra a darme muerte llegasteis? ¿Cómo cumple de esta suerte un amigo noble y fiel obligaciones de aquél que en una deuda tan fuerte le pone, cuando le fía su honor? Testigo es el cielo que otro bien, otro consuelo en mi ausencia no tenía. MANUEL: Los dos en esta ocasión, como un corazón tenemos, igualmente padecemos una misma confusión. Sacadme primero vos de otra pena, y yo después os satisfaré; porque es fuerza que estemos los dos solos cuando haya de hablar, porque os importa el secreto. LUIS: Que estoy rendido, os prometo, a un pesar y otro pesar. Y, por salir del cuidado que vuestro recato advierte, abreviemos de esta suerte. ¿Es vuestro aquese criado? MANUEL: Hasta San Lúcar venía; en el camino le vi y acaso le recibí. LUIS: Pues válgale aqueste día ese sagrado.-- Ahora advierte, villano, lo que te digo; que no hay cada día un amigo que te libre de la muerte. Vete pues. PEDRO: Muy bien me está. Mas quiero saber de ti adónde has de ir desde aquí, porque yo no vaya allá. (¿Dónde iré que no te vea? Aparte Mas ya una industria advertí para escaparme de ti, y aqueste remedio sea que al fin, por no hablarte y verte, pues tu enojo me destierra, tengo de estarme en mi tierra, pues me libro de esta suerte.)
Vase
LUIS: Ya estamos solos yo y vos y, pues primero de mí queréis saber quién aquí nos ha juntado a los dos, sabed que fue en Portugal, después que salí del río, mayor el peligro mío; porque al dejar su cristal la tierra que allí se ve es tierra del Almirante de Portugal; y al instante que nos vio su amparo fue nuestro sagrado. Mas luego que supo a quién --¡trance fuerte!-- don Alonso dio la muerte, convertido en rabia y fuego, de su tierra nos echó; que era el muerto su sobrino. Contaros por el camino lo que a los dos nos pasó será imposible. En efecto, hasta San Lúcar llegamos y el duque, al punto que entramos, nos honró mucho, os prometo, porque, como es general capitán en esta guerra que hace el rey a Inglaterra, generoso y liberal a don Alonso le dio una jineta; él a mí la bandera, y soy aquí alférez; que es cuanto yo de mí he podido contaros. Lo que sabéis ahora vos decid, Manuel; que por Dios, amigo, que, hasta escucharos, a vuestro acento y estilo tan grande atención daré que, mientras habláis, tendré pendiente el alma de un hilo. MANUEL: Os arrojasteis al río, y en este instante llegó la justicia, y como os vio luchar con el centro frío, desesperó de tomar por entonces la venganza; y, perdida la esperanza, volvió corrida al lugar. Fuime yo a la casa vuestra, adonde huésped me vi y la merced recibí que mi obligación hoy muestra. Mas el corazón recela de contaros hoy alguna en que duerme la Fortuna, aunque es un Argos que vela. No sé cómo aquí prosiga, ni que humano estilo halle para que diga y que calle lo que es bien que calle y diga. Mas si os acordáis, Luis, que al despediros dijisteis con voces al cielo tristes: "Pues en mi casa vivís, mirad por mi honor, Manuel," con esto explicarme entiendo, pues digo que vengo huyendo porque he mirado por él. LUIS: Manuel, el curso veloz tened que mi muerte labra; que es áspid cada palabra, basilisco cada voz, con que me matáis aquí, de toda piedad ajeno. ¿A quién se ha dado veneno en palabras, sino a mí? MANUEL: Juan Bautista, un labrador rico, a vuestra hermana bella, enamorádose de ella, sirve con público amor. Llegó a tanto atrevimiento que alguna noche escaló nuestra casa. LUIS: ¡Ah, cielo! MANUEL: Yo, que siempre velaba atento, de mi aposento salí; hasta una cuadra llegué donde embozado le hallé, y dije resuelto así: "Esta casa, caballero, es de un hombre de valor. Alcaide soy de su honor. Y así castigar espero osadía tan villana." Embisto osado y crüel con él; pero luego él se arrojó por la ventana. Tras él me arrojé; en la calle otros dos hombres estaban que la espalda le guardaban; mas yo, dispuesto a matalle, a los tres acometí. Al uno herí, otro cayó muerto, y Juan Bautista huyó. Consideradme ahora a mí, forastero, en tierra ajena, cargado de una mujer; mirad lo que puedo hacer sino volver a más pena la espalda. Si en esto he errado, sólo habré errado la acción, no a lo menos la intención. Que, habiendo considerado que hiciérades vos, por Dios, en lance tan infelice lo mismo allí, así hice yo lo que hiciérades vos. LUIS: Es verdad; pues si yo hallara un hombre de esa manera, darle muerte pretendiera y a quien pudiera matara. Y así digo que habéis hecho lo mismo que hiciera yo. Quien del amigo pensó que era un espejo su pecho, pensó bien; pues vos decís defectos tan claramente que nunca el tiempo desmiente. Y, si mejor lo advertís, cuando en un espejo crea la virtud que me aprovecha, lo que en mi mano es derecha izquierda en la suya vea; y así veo el crüel tiro ejecutado en los dos; pues voy a ver --¡vive Dios!-- mi honor en vos y en vos miro mi agravio; que el cristal sabio poco lisonjero es, y honor, visto del revés, por fuerza ha de ser agravio. Ahora bien, cese el furor que me previno la guerra; volvamos a Salvatierra; porque es perder el honor dejarle en peligro tal.
Sale don ALONSO
ALONSO: Luis Pérez, ¿qué hacéis aquí? LUIS: Suplícoos que, si en mí hubo alguna acción leal que mereció vuestra gracia, en mi ausencia lo mostréis con Manuel, y a él le daréis mi puesto; que una desgracia que en mi ausencia ha sucedido a Salvatierra me vuelve. ALONSO: Mirad... LUIS: A esto se resuelve un hombre que está ofendido. ALONSO: Con razones intentó hoy mi amistad disuadiros; pero cuando llego a oíros que estáis ofendido, no. Antes quiero suplicaros de mi parte, si lo estáis, que a Salvatierra volváis, Luis Pérez, para vengaros; pero advirtiendo primero una cosa. LUIS: ¿Qué es? ALONSO: De aquí no habéis de volver sin mí; porque a vuestro lado espero volver, como amigo fiel; porque no es razón que así me saquéis del riesgo a mí, y vos os quedéis en él. MANUEL: Cuando a volver se resuelva Luis Pérez, no faltará quien vuelva con él, pues ya es forzoso que yo vuelva. Su amigo soy, y no fuera, pues traje la nueva, justo meterle yo en el disgusto para quedarme yo fuera. ALONSO: Quien a Luis Pérez metió en el disgusto, yo he sido; pues, cuando llegué rendido a pedir su amparo yo, él se estaba descuidado en su quinta; luego fui causa primera; y así volver con él me ha tocado; porque, en fin, de polo en polo por grosero estilo pasa sacar a uno de su casa y dejarle volver solo. MANUEL: Yo he de ir, que os quedéis o no; porque disculpa no es el que vos seáis cortés para ser cobarde yo. LUIS: Noblemente os competís; mas ninguno de los dos ha de ir conmigo, por Dios. Entrambos a dos venís de vuestra suerte fatal huyendo, entrambos tenéis causa para que os guardéis. ¿Fuera yo amigo leal si, con tan poco interés, hoy dos amigos pusiera a riesgo, y que no tuviera a quien apelar después? ALONSO: Decís bien; mas yendo uno solo, poco aventuráis a perder, pues que guardáis el otro. MANUEL: Si ha de ir alguno, yo he de ser. ALONSO: No, sino aquél que Luis Pérez escogiere. MANUEL: Yo soy contento. Prefiere, como amigo cuerdo y fiel, el que tú fueres servido. LUIS: Determinarme a ofender al uno, eso habrá de ser, ya que yo estoy convencido. Don Alonso tiene mucho hoy que perder; y así digo que Manuel vaya conmigo. ALONSO: ¿De vos tal palabra escucho? ¿A la vida anteponéis ningún interés humano? --¡Discurso inconstante y vano!-- Mas ya que así me ofendéis, yo me he de vengar así. Para el camino llevad estas joyas y tomad esta poquedad de mí; que he de buscar a los dos, quizá en ocasión tan fuerte que libre a alguno de muerte. LUIS: Dadme los brazos, y adiós; que me importa dar castigo a una hermana y un traidor, y voy a sacar mi honor del pecho de mi enemigo. Las joyas tomo, por ser de un amigo verdadero, y de volverlas prefiero. ALONSO: Es agravio. LUIS: Esto ha de ser.
Vanse. Salen CASILDA e ISABEL
CASILDA: Oye y sabrás lo que pasa. A Salvatierra ha venido doña Leonor de Alvarado. ISABEL: ¿Con qué intento? CASILDA: Yo imagino que la sangre de su hermano, líquido imán, la ha traído en venganza de su muerte, y hoy con ella hablar he visto a Juan Bautista. ISABEL: Pues de eso, Casilda, ¿qué has inferido? CASILDA: Oye adelante. Confusa de verle así a un conocido, que es criado de Leonor, le pregunté qué había sido la causa porque Leonor le admitió? Y éste me dijo que en la información que hacía el pesquisidor que vino de la corte a averiguar las muertes y los delitos de don Alonso y tu hermano, no había más de aquel dicho que condenase a los dos. Y agradecida, le hizo tal honra; que sólo medran ya en el mundo los testigos que dicen lo que pretenden las partes. ISABEL: Mi muerte ha sido, Casilda, tu voz. No digas dichos y hechos tan indignos de que los admitan --¡cielos!-- las voces y los oídos. ¿Juan Bautista con la lengua se venga de lo ofendido? ¿Con los otros de un agravio toma la venganza él mismo que le compete? ¿Qué es esto? ¿Quién alguna vez ha visto que se vengue el ofensor y se ausente el ofendido? CASILDA: Pues supe más. ISABEL: ¿Qué? CASILDA: Que ha dado querella de aquel amigo de mi señor que mató su crïado, y ha querido que el juez conozca de todo. ISABEL: Muy bueno anda el honor mío si por culparle me culpan.
Sale PEDRO
PEDRO: (¡Qué largo ha sido el camino! Aparte Y es porque al que huye parece que el miedo le pone grillos. ¿Quién vio tomar por sagrado, por amparo y por asilo del delincuente la casa, donde cometió el delito? Ésta es mi señora.) Dame, pues que tan dichoso he sido, el enano de los pies, ése de los puntos niño, Benjamín de los juanetes, y de las hormas resquicio; y dime, por vida mía, si mi señor ha venido por acá. ISABEL: Pedro, tú vengas con bien. Seguro imagino estás aquí de él; porque él, por cosas que han sucedido en tu ausencia, vive ausente. PEDRO: Ya lo sé; mas no me fío de eso yo, porque, si ahora no está por acá, yo afirmo que esté presto. ISABEL: ¿De qué suerte? PEDRO: Porque, habiendo yo venido, no tardará mucho él; que ha tomado por oficio el andarse tras mí, hecho fantasmita de poquito, visión de capa y espada y de mi temor vestiglo.
Sale JUAN Bautista
JUAN: (Si le condenan a muerte, Aparte como merece el delito, seguro estoy que no vuelva a Salvatierra; que el dicho basta para destrüirle; y éste es el intento mío. Pero aquélla es Isabel.) Dichoso el que ha merecido llegar a tocar la esfera por donde a rayos y visos alumbran luces de oro esos orbes cristalinos, ese sol, planeta humano, noble envidia del divino. ISABEL: Basta, Juan Bautista, basta; y, si hasta aquí le has tenido por tal, ya no es sol, planeta de resplandores vestido, de rayos sí, fulminados dentro de mi pecho mismo, donde son iras las luces que el viento ilumina en giros. En vano es, necio, grosero, que loco y desvanecido al sol que dices llegaste tan engañado al altivo vuelo que hoy te da sepulcro, sin ser tálamo de vidrio, en las cenizas de un pecho que ya es cárcel del olvido. ¿Quién de los agravios hechos alevosamente hizo lisonja? ¿Torpes venganzas son méritos y servicios para conquistar mi amor? Si te hallabas ofendido de mi hermano, con la espada, cuerpo a cuerpo, en desafío fuera digno desagravio, y de más favores digno; pero con la lengua no. Mas no me espanto ni admiro que a las espaldas se venguen cobardes que no han podido cara a cara. Esta mudanza ha ocasionado aquel dicho; porque ¿a quién no desobliga un ruin trato, un mal estilo?
Vase
JUAN: ¡Escucha, Isabel! CASILDA: Con causa se queja.
Vase
JUAN: ¡Infeliz he sido! Por donde pensé ganar más a Isabel, la he perdido. ¡A cuántos, cielos, a cuántos han muerto los beneficios! PEDRO: Si es que te deja el pesar libre y en tu entero juicio, da los brazos al que ausente por tu causa ha padecido un destierro y muchos sustos. JUAN: ¿Pedro? Seas bien venido. PEDRO: A tu servicio. JUAN: Si tú vinieses a mi servicio, ¡qué dichoso fuera yo! PEDRO: Habla, y verás si te sirvo. JUAN: ¿No vives con Isabel? PEDRO: Hoy he vuelto, e imagino que habré de estarme en su casa; que en fin es mi centro antiguo. JUAN: Si tú esta noche me abrieses la puerta, por que atrevido llegase a satisfacerla de estas cosas que la han dicho de mí, quedaré obligado a darte un rico vestido. PEDRO: ¿Qué puedo perder yo en eso? A abrir la puerta me obligo; mas ha de ser de esta suerte; llamando tú, yo advertido la abriré, sin preguntar quién es, pues con artificio tú entrarás, sin parecer que tengo yo culpa. JUAN: Has dicho bien. Y pues ya el sol se esconde, quiero irme. Prevenido está, que yo vuelvo luego.
Vase
PEDRO: A los alcahuetes digo que son de amor gariteros; vaya un discurso al garito. Pone un garitero casa, el alcahuete es lo mismo, los galanes son tahures y entran en ella infinitos. De aqueste juego el tahur que da palmadas y gritos es el celoso; que siempre celos son voces y ruido. El que pierde y el que calla es tahur a lo ministro, que entra y paga su dinero sin sentirlo, con sentirlo. El que juega sobre prenda es el amante novicio, que saca del mercader ya la joya, ya el vestido. El que hace alicantina es el amante entendido, que pierde y dice, "Esto es hecho; necio el que pierde continuo." Sobre palabra, es aquél que promete y que, cumplido el plazo, paga. El galán que sirve por lo entendido, con papeles estudiados, es el fullero del vicio, pues juega con cartas hechas. Los mirones, que han venido a enfadar, sin dar provecho, son los vecinos prolijos; que del garito de amor mirones son los vecinos. Las barajas de este juego son las damas; bien se ha visto ser todas ellas barajas. Y para el barato, digo que, cuando hay baraja nueva, tiene seguro el partido. Y al fin de cualquiera suerte, dándole al discurso mío pago el garito, jamás escarmienta, aunque le hizo denunciación la justicia; pues le ha de costar lo mismo la causa. Y así yo ahora, sin temer otro peligro, conmigo he de desquitarme de lo que perdí conmigo. Pero Isabel es aquésta.
Sale ISABEL
ISABEL: Casilda, pues que ya el sol en el piélago español lecho de cristal apresta donde abrasado se acuesta, cierra esa puerta, y aquí tú e Inés cantad; que así en parte podré aliviar mi tristeza y mi pesar. Cantad tono triste.
Llaman
Di, Inés, ¿oíste que a la puerta llamaron? Quién es no sé a estas horas. PEDRO: (Yo pondré Aparte que es el galán que concierta que yo se la tenga abierta.) Yo responderé. ISABEL: Ve, pues; pero, sin saber quién es, no abras. PEDRO: No haré, claro está; (y es verdad, pues lo sé ya.) Aparte
Vase
ISABEL: Desde el cabello a los pies temblando estoy. ¿Qué desvelo es éste que me atormenta? Y ¿qué ilusión me fomenta, convertida en nieve y hielo, una desdicha en recelo?
Vuelve PEDRO asustado
PEDRO: ¡Señora! ISABEL: ¿Qué sucedió? PEDRO: Abrí la puerta, y se entró un hombre en casa embozado. (Bien así me he disculpado.) Aparte
Sale LUIS Pérez
ISABEL: ¿Quién aquí ha entrado? LUIS: Yo. PEDRO: (¡Qué miro!) Aparte LUIS: Yo soy, que vengo a verte. ISABEL: (¡Válgame Dios!) Aparte LUIS: Pues ¿de qué os turbáis las dos? PEDRO: (¡Oh qué lindo miedo tengo! Aparte Aquí esconderme prevengo.)
Escóndese
ISABEL: Pues ¿cómo te has atrevido a venir tan presumido aquí, sin ver el rigor de un juez pesquisidor que de la corte han traído contra ti, y en rebeldía te tiene...(¡Desdichas fieras!) Aparte LUIS: Di. ISABEL: ...condenado a que mueras? LUIS: No es la mayor pena mía esa, pues que ya venía dispuesto siempre a morir hombre que viene a sentir tus agravios. ISABEL: No te entiendo. LUIS: Yo remediarlo pretendo, no lo pretendo decir. Y, pues a aquesto he venido, fía de mí que lo haré. Y, mientras que yo no sé este juez a qué ha venido, no tendré entero sentido. Di todo lo que ha pasado, di lo que hay averiguado contra mí. ISABEL: Yo no sé más de que a pregones estás públicamente llamado; tu hacienda toda embargada, y a mí para mi sustento me dan un pobre alimento; mas del pleito no sé nada. LUIS: No hables, hermana, turbada; que, si yo he venido aquí, es solamente por ti, porque pretendo llevarte conmigo; que en esta parte no estás bien, pobre y sin mí. ISABEL: Y dices bien; que no quiero dar a algún Ícaro alas; que hay para un traidor escalas y vuela mucho el dinero. LUIS: De tus razones infiero cosas que han asegurado. [....................-ado] [........................?] [........................?] Más me aflige otro cuidado. ISABEL: ¿Y es...? LUIS: El no saber qué tiene escrito el juez contra mí; y no he de ausentarme así; que el saberlo me conviene. ISABEL: ¿De quién lo sabrás? LUIS: Previene averiguarlo el valor del original mejor; y, pues ausencia he de hacer, ¡vive Cristo, que ha de ser por algo! Y así, traidor, empiece en ti mi crueldad.
Sale PEDRO de su escondite
PEDRO: Mejor es que acabe en mí; empieza en otro. LUIS: ¿Tú aquí? PEDRO: Oye y sabrás la verdad. Viendo que necesidad tenías... LUIS: Pasa adelante. PEDRO: ...tú de venir, al instante vine, porque me debieses que la cara no me vieses... LUIS: ¿Cómo? PEDRO: ...viniendo delante. LUIS: ¡Muere, traidor!
Dale LUIS, y cae PEDRO como que está muerto
PEDRO: ¡Muerto soy! Jesús, confe-...
A ISABEL
LUIS: Ven conmigo; que yo a librarte me obligo de tantas desdichas hoy. (Y pues a su lado estoy, Aparte de la Troya de este fuego la he de librar, pues que llego, cielos, a verla abrasar. Fama al mundo ha de quedar de Luis Pérez el gallego.)
Vanse LUIS e ISABEL, y levántase PEDRO, mirando por donde van
PEDRO: ¡Oh bendita mortecina! Pues ahora me valiste, sin duda para mí fuiste invención santa y divina. ¡Qué bien su dicha imagina el que se encomienda a vos! Y, pues se fueron los dos, yo escaparé como un rayo de un milagro de soslayo, y aquello de "quiso Dios."
Vase. Salen el JUEZ pesquisidor y CRIADO 1
JUEZ: Poned en aquesta sala, que corre fresco, un bufete con recado de escribir y todos esos papeles; que quiero mirar ahora por ellos lo que conviene hacer, y de los testigos lo que dicen cerca de este caso que he de averiguar. CRIADO 1: Ya aquí prevenido tienes cuanto mandaste, señor.
Sale CRIADO 2
CRIADO 2: Un forastero pretende hablarte, y dice que al caso que has venido es conveniente que le escuches. JUEZ: Será aviso sin duda. Decidle que entre.
Salen LUIS Pérez y MANUEL al paño
LUIS: Quédate tú en esta puerta, Manuel, y a ninguno dejes, mientras que yo estoy hablando, que a ver ni escuchar se llegue. MANUEL: ¿Qué es entrar? Llega seguro y no hayas miedo que deje entrar a persona alguna, si no fuere yo. Esto advierte.
Vase. Se adelante LUIS Pérez
LUIS: Beso al señor juez las manos, a quien suplico se siente, y quede solo; que tengo que hablar cosas que convienen a la comisión que trae. JUEZ: Idos luego.
Vanse CRIADO 1 y CRIADO 2
LUIS: Por si fuere largo, me daréis licencia de tomar un taburete. JUEZ: Siéntese vuesa merced. (Sin duda, algún caso es éste Aparte de importancia.) LUIS: ¿Vuesarced cómo en Galicia se siente de salud? JUEZ: Con ella estoy para serviros. (Si fuese Aparte de importancia.) LUIS: Pues al fin vuesa merced me parece, señor juez, que aquí ha venido contra ciertos delincuentes. JUEZ: Sí, señor, un don Alonso de Tordoya y un Luis Pérez. Contra el don Alonso es sobre haber dado la muerte a un don Diego de Alvarado, noble y valerosamente en el campo cuerpo a cuerpo. LUIS: Sepamos qué caso es éste para traer de la corte un hombre docto y prudente, y sacarle del regalo que a su cómodo conviene, a averiguar una cosa que a cada paso sucede. JUEZ: No es el alma del negocio ésta; que la más urgente del caso es la resistencia de la justicia, y ponerse a herir un corregidor un bellaco, un insolente de un Luis Pérez, hombre vil, que aquí vive de hacer muertes y delitos. Pero yo ¿cómo hablo de aquesta suerte, dando parte de mi intento, sin saber quién sois? Conviene que me digáis qué queréis; porque no es cosa decente hablar sin saber con quién. LUIS: Yo lo diré fácilmente, si en eso no más estriba. JUEZ: Pues, decidlo ya. LUIS: Luis Pérez. JUEZ: ¡Hola, crïados!
Sale MANUEL
MANUEL: Señor, ¿qué es lo que mandás? ¿Qué quieres? JUEZ: ¿Quién sois vos? LUIS: Un camarada mío. MANUEL: Y soy tan obediente crïado vuestro que estoy, porque otro ninguno entre a serviros sino yo, el tiempo que aquí estuviere.
Vase
LUIS: Vuesa merced, señor juez, no se alborote, y se siente otra vez; que falta mucho que hablar. JUEZ: (Consejo es prudente Aparte no aventurar hoy mi vida con unos hombres que vienen tan restados que sin duda vendrá con ellos más gente.) Pues ¿qué queréis, en efecto? LUIS: Yo he estado, señor, ausente algunos días; hoy vine y, hallando con diferentes personas, todas me han dicho cómo vuesa merced tiene un proceso contra mí. Preguntando qué contiene, unos dicen una cosa y otros otra. Yo, impaciente, por no saber la verdad, tuve por más conveniente el venir a preguntarla a quien mejor la supiese. Y así, señor, os suplico, si ruegos obligar pueden, me digáis qué hay contra mí, porque yo no ande imprudente vacilando en qué será lo que me acusa o me absuelve. JUEZ: ¡No es mala curiosidad! LUIS: Soy curioso impertinente. Mas, si no quiere decirlo... éste el proceso parece. El lo dirá y no tendré, señor juez, que agradecerle.
Toma el proceso
JUEZ: ¿Qué hacéis? LUIS: Ojeo un proceso. JUEZ: ¡Mirad! LUIS: Vuesarced se siente otra vez; que no quisiera decírselo tantas veces. La cabeza del proceso es ésta; no pertenece a mi intención, pues ya sé, más o menos, qué contiene. Vamos a la información. El primer testigo es éste. "Y, habiendo tomado en forma juramento a Andrés Jiménez, declaró que, al tiempo y cuando vinieron los dos valientes caballeros, él cortaba leña, y que secretamente riñeron solos los dos, y que al fin de un rato breve cayó en el suelo don Diego. Y que, mirando que viene a este tiempo la justicia, el don Alonso pretende escaparse en un caballo, a quien en el suelo tienden de un arcabuzazo. Y luego, procurando velozmente escaparse, llegó a pie a la quinta de Luis Pérez --aquí entro yo--el cual le dijo con palabras muy corteses al corregidor dejase de seguir tan crüelmente a un caballero, y no quiso; y él, puesto en medio, defiende el paso y resiste osado al corregidor. No puede decir, porque él no lo sabe, dónde ni cuándo le hiriese. Esto declara, so cargo del juramento, que tiene hecho." Y dice la verdad; que es un hombre Andrés Jiménez muy de bien y muy honrado. Segundo testigo es éste. "Gil Parrado, que al ruido de la confusión y gente se salió de Salvatierra, y llegó cuando pudiese ver a Luis Pérez riñendo con todos, y pudo verle después arrojar al río, y no sabe más." ¡Qué breve y compendioso! Tercero, Juan Bautista. Veamos "este cristiano viejo" qué dice. "Que él estaba entre unos verdes árboles, cuando salieron a reñir, y que igualmente reñían, cuando salió de una emboscada Luis Pérez y al lado de don Alonso se puso, y los dos aleves dieron la muerte a don Diego cobarde y traidoramente." ¿Quiere usted, oh señor juez, saber mejor quién es este hombre? Pues es tan infame que confiesa claramente que una traición vio y se estuvo quieto. ¡Vive Dios, que miente! "Que se puso don Alonso en el caballo; y por verse Luis Pérez a pie, se opuso a la justicia, a quien hiere y mata." ¡Este es un judío!
Arranca una hoja del proceso
Dad licencia que me lleve est[a] hoja; que yo mismo la volveré, cuando fuere menester, porque he de hacer a este perro que confiese la verdad, aunque no es mucho y es verdad, que no supiese confesar este judío, porque ha poco que lo aprende. Y si es que atento a lo escrito, deben sentenciar los jueces, no han de ser falsos testigos; que también los jueces deben escuchar en el descargo. Vuesa merced considere qué delito cometí en estarme quietamente a la puerta de mi quinta. Si allí la desdicha viene a buscarme, ¿cómo puedo huirme de ella? Y si lo advierte, desdicha que no se busca la disculpa el que es prudente.
Dentro
VOZ: Toda la gente está junta. Él que está dentro es Luis Pérez. ¡Entrad, prendedle! MANUEL: ¡Está aquí un monte que le defiende! LUIS: Manuel, dejadles la puerta; que ya no importa que entren, pues sé lo que he pretendido; y veréis que los que quieren entrar por la puerta salen por las ventanas. VOCES: ¡Prendedle! JUEZ: ¡Deteneos!--
A LUIS
Yo os prometo, como hombre de bien, Luis Pérez, si os dais a prisión, de ser vuestro amigo eternamente. LUIS: No quiero amigos letrados; que no obligan a los jueces las palabras, que ellos hacen a propósito las leyes. JUEZ: Ved que, si no os dais, que puedo daros en pública muerte el castigo. LUIS: Aqueso sí; dádmela cuando pudiereis; JUEZ: Pues ¿ahora no puedo? LUIS: No; porque en mis brazos valientes estoy seguro. JUEZ: Llegad, matadlos, si se defienden.
Salen ALGUACIL 1 y ALGUACIL 2
MANUEL: ¡A ellos, Luis Pérez! LUIS: ¡A ellos, valeroso Manuel Méndez! Las luces he de matar a ver si a oscuras se atreven.
Apaga las luces
UNOS: ¡Qué asombro! JUEZ: ¡Qué confusión! LUIS: ¡Canalla, viles, aleves! ¡Nombre ha de quedar famoso hoy del gallego Luis Pérez!
Pónense LUIS y MANUEL a un lado, la justicia y los ALGUACILES a otro, y métenlos a cuchilladas

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA

Luis Pérez el gallego, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Dec 2002