TERCERA JORNADA


Sale don MANUEL como a escuras, guiándole ISABEL
ISABEL: Espérame en esta sala, luego saldrá a verte aquí mi señora.
Vase como cerrando
MANUEL: No está mala la tramoya. ¿Cerró? Sí. ¿Qué pena a mi pena iguala? Yo volví del Escorial y este encanto peregrino, este pasmo celestial, que a traerme la luz vino y me deja en duda igual, me tiene escrito un papel diciendo muy tierna en él, "Si vos atrevéis a venir a verme, habéis de salir esta noche, con aquel criado que os acompaña. Dos hombres esperarán en el cementerio--¡extraña parte!--de San Sebastián, y una silla." Y no me engaña. En ella entré y discurrí hasta que el tino perdí y, al fin, a un portal de horror lleno de sombra y temor, solo y a escuras salí. Aquí llegó una mujer --al oír y al parecer-- y a escuras y por el tiento de aposento en aposento sin oír, hablar, ni ver, me guió. Pero ya veo luz, por el resquicio es de una puerta. Tu deseo lograste, Amor, pues ya ves la dama. Aventuras leo.
Acecha
¡Qué casa tan alhajada! ¡Qué mujeres tan lucidas! ¡Qué sala tan adornada! ¡Qué damas tan bien prendidas! ¡Qué beldad tan extremada!
Salen todas las mujeres con toallas, conservas y agua y, haciendo reverencias todas, salen doña Angela [y doña BEATRIZ] ricamente vestida[s]
ÁNGELA: Pues presumen que eres ida a tu casa mis hermanos, quedándote aquí escondida, los recelos serán vanos porque una vez recogida, ya no habrá que temer nada. BEATRIZ: ¿Y qué ha de ser mi papel? ÁNGELA: Agora el de mi crïada, luego el de ver retirada lo que pasa con él.
[A don MANUEL]
¿Estaréis muy disgustado de esperarme? MANUEL: No, señora, que quien espera al aurora, bien sabe que su cuidado en la sombras sepultado de la noche oscura y fría ha de tener; y así hacía gusto el pesar que pasaba pues cuanto más se alargaba, tanto más llamaba al día. Si bien no era menester pasar noche tan oscura si el sol de vuestra hermosura me había de amanecer; que, para resplandecer, vos soberano arrebol, la sombra ni el tornasol de la noche no os había de estorbar, que sois el día que amanece sin el sol. Huye la noche, señora, y pasa a la dulce salva [.................el alba;] que ilumina mas no dora después el alba. La aurora, de rayos y luz escasa, dora más no abrasa. Pasa la aurora, y tras su arrebol pasa el sol, y sólo el sol dora, ilumina y abrasa. El alba para brillar quiso a la noche seguir. La aurora para lucir al alba quiso imitar. El sol, deidad singular, a la aurora desafía. Vos al sol. Luego, la fría noche no era menester si podéis amanecer sol del sol después del día. ÁNGELA: Aunque agradecer debiera discurso tan cortesano, quejarme quiero, no en vano, de ofensa tan lisonjera. Pues, no siendo ésta la esfera a cuyo noble ardimiento fatigas padece el viento sino un albergue piadoso, os viene a hacer sospechoso el mismo encarecimiento. No soy alba, pues la risa me falta en contento tanto, ni aurora, pues que mi llanto de mi dolor nos avisa. No soy sol, pues no divisa mi luz la verdad que adoro, y así lo que soy ignoro; que sólo sé que no soy alba, aurora o sol, pues hoy ni alumbro, río, ni lloro. Y así os ruego que digáis, señor don Manuel, de mí que una mujer soy, y fui a quien vos sólo obligáis al extremo que miráis. MANUEL: Muy poco debe de ser pues, aunque me llego a ver aquí, os pudiera argüir que tengo más que sentir, señora, que agradecer. Y así me doy por sentido. ÁNGELA: ¿Vos de mí sentido? MANUEL: Sí, pues que no fiáis de mí quién sois. ÁNGELA: Solamente os pido que eso no mandéis, que ha sido imposible de contar. Si queréis venirme a hablar, con condición ha de ser que no lo habéis de saber ni lo habéis de preguntar; porque para con vos hoy una enigma a ser me ofrezco; que ni soy lo que parezco ni parezco lo que soy. Mientras encubierta estoy podréis verme y podré veros; porque si a satisfaceros llegáis y quién soy sabéis, vos quererme no querréis aunque yo quiera quereros. Pincel, que lo muerto informa, tal vez un cuadro previene que una forma a una luz tiene y a otra luz tiene otra forma. Amor, que es pintor, conforma dos luces que en mí tenéis. Si hoy aquesta luz me veis y por eso me estimáis cuando a otra luz me veáis, quizá me aborreceréis. Lo que deciros me importa es en cuanto haber creído que de don Luis dama he sido, y esta sospecha reporta mi juramento y la acorta. MANUEL: Pues. ¿qué, señora, os moviera a encubriros de él? ÁNGELA: Pudiera ser tan principal mujer que tuviera qué perder si don Luis me conociera. MANUEL: Pues, decidme solamente, ¿cómo a mi casa pasáis? ÁNGELA: Ni eso es tiempo que sepáis que es el mismo inconveniente. BEATRIZ: (Aquí entro yo lindamente.) Aparte Ya el agua y dulce está aquí. Vuestra excelencia mire si...
Lleguen todas con toallas, vidr[i]o y algunas cajas
ÁNGELA: ¡Qué error y qué impertinencia! Necia, ¿quién es excelencia? ¿Quieres engañar así al señor don Manuel para que con eso crea que yo gran señora sea? BEATRIZ: Advierte... MANUEL: (De mi crüel Aparte duda salí con aquel descuido. Agora he creído que una gran señora ha sido que por serlo se encubrió y que con el oro vio su secreto conseguido.)
Llama dentro don JUAN, y túrbanse todas
JUAN: Abre aquí. Abre esta puerta. ÁNGELA: ¡Ay, cielos! ¿Qué ruido es éste? ISABEL: ¡Yo soy muerta! BEATRIZ: ¡Helada estoy! MANUEL: ¿Aún no cesan mis crüeles fortunas? ¡Válgame el cielo! ÁNGELA: Señor, mi esposo es aquéste. MANUEL: ¿Qué he de hacer? ÁNGELA: Fuerza es que os vais a esconderos a un retrete. Isabel, llévale tú hasta que oculto le dejes en aquel cuarto que sabes apartado. ¿Ya me entiendes? ISABEL: Vamos presto.
Vase
JUAN: ¿No acabáis de abrir la puerta? MANUEL: ¡Valedme, cielos, que vida y honor van jugadas a una fuerte!
Vase
JUAN: La puerta echaré en el suelo. ÁNGELA: Retírate tú, pues puedes, en esa cuadra, Beatriz. No te hallen aquí.
Vase BEATRIZ. Sale don JUAN
¿Qué quieres a estas horas en mi cuarto que así a alborotarnos vienes? JUAN: Respóndeme tú primero. Angela, ¿qué traje es ése? ÁNGELA: De mis penas y tristezas es causa el mirarme siempre llena de luto, y vestirme, por ver si hay con que me alegre, estas galas. JUAN: No lo dudo; que tristezas de mujeres bien con galas se remedian, bien con joyas convalecen, si bien me parece que es un cuidado impertinente. ÁNGELA: ¿Qué importa que así me vista donde nadie llegue a verme? JUAN: Dime, ¿volvióse Beatriz a su casa? ÁNGELA: Cuerdamente. Su padre, por mejor medio en paz su enojo convierte. JUAN: Yo no quise saber más para ir a ver si pudiese verla y hablarla esta noche. Quédate con Dios, y advierte que ya no es tuyo ese traje.
Vase
ÁNGELA: Vaya Dios contigo, y vete.
Sale BEATRIZ
Cierra esa puerta, Beatriz. BEATRIZ: Bien hemos salido de este susto. A buscarme tu hermano va. ÁNGELA: Ya, hasta que se sosiegue más la casa y don Manuel vuelva de su cuarto a verme, para ser menos sentidas entremos a este retrete. BEATRIZ: Si esto te sucede bien te llaman la dama duende.
Vanse. Salen por el alacena don MANUEL e ISABEL
ISABEL: Aquí has de quedarte, y mira que no hagas ruido, que pueden sentirte. MANUEL: Un mármol seré. ISABEL: (Quieran los cielos que acierte Aparte a cerrar; que estoy turbada.)
Vase [cerrando el alacena detrás]
MANUEL: Oh, ¿a cuánto, cielos, se atreve quien se atreve a entrar en parte donde ni alcanza. ni entiende, que daños se le aperciben, que riesgos se le previenen? Venme aquí a mí en una casa que dueño tan notable tiene, ¡de excelencia por lo menos!, lleno de asombros crüeles, y tan lejos de la mía. Pero, ¿qué es esto? Parece que a esta parte alguna puerta abren. Sí, y ha entrado gente.
Sale COSME
COSME: Gracias a Dios, que esta noche entrar podré libremente en mi aposento sin miedo, aunque sin luz salga y entre. Porque el duende, mi señor, puesto que a mi amo tiene, ¿para qué me quiere a mí? Pero para algo me quiere.
Topa con don MANUEL
¿Quién va? ¿Quién es? MANUEL: Calle, digo. ¿Quién quiera que es, si no quiere que le mate a puñaladas? COSME: No hablaré más que un pariente pobre en la casa del rico. MANUEL: (Crïado sin duda es éste Aparte que a caso ha entrado hasta aquí. De él informarme conviene dónde estoy.) Di, ¿qué casa es ésta) ¿Y qué dueño tiene? COSME: Señor, el dueño y la casa son el diablo que me lleve, porque aquí vive una dama que llaman la dama duende que es un demonio en figura de mujer. MANUEL: Y tú, ¿quién eres? COSME: Soy un fámulo o crïado. Soy un súbdito, un sirviente, que sin qué ni para qué estos encantos padece. MANUEL: ¿Y quién es tu amo? COSME: Es un loco, un impertinente. un tonto, un simple, un menguado, que por tal dama se pierde. MANUEL: ¿Y es su nombre? COSME: Don Manuel Enríquez. MANUEL: ¡Jesús, mil veces! COSME: Yo, Cosme Catiboratos me llamo. MANUEL: Cosme, ¿tú eres? Pues, ¿Cómo has entrado aquí? Tu señor soy. Dime, ¿vienes siguiéndome tras la silla? ¿Entraste tras mí a esconderte también en este aposento? COSME: Lindo desenfado es ése. Dime, ¿cómo estás aquí? ¿No te fuiste muy valiente solo donde te esperaban? Pues, ¿cómo tan presto vuelves? ¿Y cómo, en fin, has entrado aquí trayendo yo siempre la llave de aqueste cuarto? MANUEL: Pues dime, ¿qué cuarto es éste? COSME: El tuyo o el del demonio. MANUEL: ¡Viven los cielos que mientes! Porque lejos de mi casa y en casa bien diferente estaba en aqueste instante. COSME: Pues cosas serán del duende sin duda, porque te he dicho la verdad pura. MANUEL: ¿Tú quieres que pierda el juicio? COSME: ¿Hay más de desengañarte. Vete por esa puerta y saldrás al portal adonde puedes desengañarte. MANUEL: Bien dices. Iré a examinarle y verle.
Vase
COSME: Señores, ¿cuándo saldremos de tanto embuste aparente?
Sale ISABEL por la alacena
ISABEL: (Volvióse a salir don Juan Aparte y porque a saber no llegue don Manuel adónde está, sacarle de aquí conviene.) ¡Ce, señor, ce! COSME: ¡Esto es peor! ¡Ceáticas son estas cees! ISABEL: Ya mi señor recogido queda. COSME: (¿Qué señor es éste?) Aparte
Sale don MANUEL
MANUEL: Éste es mi cuarto en efecto. ISABEL: ¿Eres tú? COSME: Sí, soy yo. ISABEL: Vente conmigo. MANUEL: Tú dices bien. ISABEL: No hay qué temer, nada esperes. COSME: Señor, ¡que el duende me lleva!
Llévale [a COSME] ISABEL
MANUEL: ¿No sabremos finalmente de donde nace este engaño? ¿No respondes? ¿Qué necio eres! ¿Cosme? ¿Cosme? ¡Vive el cielo que toco con las paredes! ¿Yo no hablaba aquí con él? ¿Dónde se desaparece tan presto? ¿No estaba aquí? Yo he de perder dignamente el juicio. Mas, pues es fuerza, que aquí otro cualquiera entre, he de averiguar por dónde; porque tengo de esconderme hasta averiguar quién es esta hermosa dama duende.
Vase y salen todas las mujeres, una con luces, y otra con algunas cajas, y otra con un vidrio de agua
ÁNGELA: Pues, a buscarte ha salido mi hermano, y pues Isabel a su mismo cuarto ha ido a traer a don Manuel, esté todo apercibido. Halle, cuando llegue aquí, la colación prevenida. Todas le esperad así. BEATRIZ: No he visto en toda mi vida igual cuento. ÁNGELA: ¿Viene? CRIADA: Sí, que ya siento sus pisadas.
Sale ISABEL trayendo a COSME de la mano
COSME: (Triste de mí, ¿dónde voy? Aparte Ya estas son burlas pesadas; mas no, pues mirando estoy bellezas tan extremadas. ¿Yo soy Cosme o Amadís? ¿Soy Cosmico o Belianís?) ISABEL: Ya viene aquí. ¿Mas qué veo? ¿Señor? COSME: (Ya mi engaño creo Aparte pues tengo el alma en un tris.) ÁNGELA: ¿Qué es esto, Isabel? ISABEL: Señora, donde a don Manuel dejé volviendo por él agora a su crïado encontré. BEATRIZ: Mal tu descuido se dora. ISABEL: Está sin luz. ÁNGELA: ¡Ay de mí! Todo está ya declarado. BEATRIZ: Más vale engañarle así. ¿Cosme? COSME: ¿Damiana? BEATRIZ: A este lado llegad. COSME: Bien estoy aquí. ÁNGELA: Llegad, no tengáis temor. COSME: ¿Un hombre de mi valor, temor? ÁNGELA: Pues, ¿qué es no llegar?
[COSME habla] aparte y lléguese a ellas
COSME: Ya no se puede excusar. En llegando al pundonor, respeto no puede ser sin ser espanto ni miedo, porque al mismo Lucifer temerle muy poco puedo. En hábito de mujer, alguna vez lo intentó y, para el ardid que fragua, cota enagua se vistió, que esto de cotilla enagua el demonio lo inventó, en forma de una doncella aseada, rica y bella a un pastor se apareció y él, así como la vio, se encendió en amores de ella. Gozó a la diabla, y después con su forma horrible y fea le dijo a voces, "¿No ves, mísero de ti, cuál sea desde el copete a los pies la hermosura que has amado? Desespera, pues has sido agresor de tal pecado." Y él, menos arrepentido que antes de haberla gozado, le dijo, "Si pretendiste, oh sombra fingida y vana, que desesperase un triste, vente por acá mañana en la forma que trujiste. Verásme amante y cortés, no menos que antes, después, y aguardarte en testimonio de que aún horrible no es en traje de hembra un demonio." ÁNGELA: Volved en vos y tomad una conserva y bebed; que los sustos causan sed. COSME: Yo no la tengo. BEATRIZ: Llegad, que habéis de volver, mirad, doscientas leguas de aquí. COSME: Cielos, ¿qué oigo? ÁNGELA: ¿Llaman? BEATRIZ: Sí. ISABEL: ¿Hay tormento más crüel? ÁNGELA: ¿Ay de mí triste!
[Habla] dentro [don] LUIS
LUIS: ¿Isabel? BEATRIZ: ¡Válgame el cielo! LUIS: Abre aquí. ÁNGELA: ¡Para cada susto tengo un hermano! ISABEL: ¡Trance fuerte! BEATRIZ: Yo me escondo.
Vase
COSME: Éste, sin duda, es el verdadero duende. ISABEL: Vente conmigo. COSME: Sí, haré.
Vanse. Sale don LUIS
ÁNGELA: ¿Qué es lo que en mi cuarto quieres? LUIS: Pesares míos me traen a estorbar otros placeres. Vi ya tarde en ese cuarto una silla, donde vuelve Beatriz. Y vi que mi hermano entró. ÁNGELA: Y en fin, ¿qué pretendes? LUIS: Como pisa sobre el mío, me pareció que había gente, y para desengañarme sólo he de mirarle y verle.
Alza una antepuerta y topa con BEATRIZ
¡Beatriz! ¿Aquí estás? BEATRIZ: Aquí estoy, que hube de volverme porque al disgusto volvió mi padre, enojado siempre. LUIS: Turbadas estáis las dos. ¿Qué notable estrago es éste de platos, dulces y vidrios? ÁNGELA: ¿Para qué informarte quieres de lo que en estando a solas se entretienen las mujeres?
Hacen ruido en la alacena ISABEL y COSME
LUIS: ¿Y aquel ruido, qué es? ÁNGELA: (Yo muero.) Aparte LUIS: ¡Vive Dios, que allí anda gente! Ya no puede ser mi hermano quien se guarda de esta suerte.
Aparta la alacena para entrar con luz
¡Ay de mí, cielos piadosos! Que queriendo neciamente estorbar aquí los celos que amor en mi pecho enciende, celos de honor averiguo. Luz tomaré, aunque imprudente, pues todo se halla con luz y el honor con luz se pierde.
Vase
ÁNGELA: ¡Ay, Beatriz, perdidas somos si le topa. BEATRIZ: Si le tiene en su cuarto ya, Isabel, en vano dudas y temes pues te asegura el secreto de la alacena. ÁNGELA: ¿Y si fuese tal mi desdicha que allí con la turbación no hubiese cerrado bien Isabel y él entrase allá? BEATRIZ: Ponerte en salvo será importante. ÁNGELA: De tu padre iré a valerme como él se valió de mí, porque, trocada la suerte, si a ti te trujo un pesar a mí otro pesar me lleve.
Vanse. Salen por el alacena ISABEL y COSME, y por otra parte don MANUEL
ISABEL: Entra presto.
Vase [ISABEL]
MANUEL: Ya otra vez en la cuadra siento gente.
Sale don LUIS con luz
LUIS: Yo vi un hombre, ¡vive Dios! COSME: Malo es esto. LUIS: ¿Cómo tienen desvïada esta alacena? COSME: Ya se ve luz. Un bufete que he topado aquí me valga.
Escóndese
MANUEL: Esto ha de ser de esta suerte.
Echa mano
LUIS: ¿Don Manuel? MANUEL: ¿Don Luis? ¿Qué es esto? ¿Quién vio confusión más fuerte? COSME: Oigan por donde se entró. Decirlo quise mil veces. LUIS: ¡Mal caballero, villano, traidor, fementido huésped, que al honor de quien te estima te ampara, te favorece, sin recato te aventuras y sin decoro te atreves! ¡Esgrime ese infame acero! MANUEL: Sólo para defenderme le esgrimiré, tan confuso de oírte, escucharte y verte, de oírme, verme y escucharme; que aunque a matarme te ofreces, no podrás, porque mi vida, hecha a prueba de crüeles fortunas, es inmortal. Ni podrás aunque lo intentes, darme la muerte, supuesto que el dolor no me da muerte que, aunque eres valiente tú, es el dolor más valiente. LUIS: No con razones me venzas sin con obras. MANUEL: Detente. Sólo hasta pensar si puedo, don Luis, satisfacerte. LUIS: ¿Qué satisfacciones hay si así agraviarme pretendes? Si en el cuarto de esta fiera, por ese cuarto que tienes entras, ¿hay satisfacciones a tanto agravio? MANUEL: Mil veces rompa esa espada mi pecho, don Luis, si eternamente supe de esta puerta o supe que paso a otro cuarto tiene. LUIS: Pues, ¿qué haces aquí encerrado sin luz? MANUEL: ¿Qué he de responderle? Un crïado espero. LUIS: Cuando yo te he visto esconder, ¿quieres que mientan mis ojos? MANUEL: Sí, que ellos engaños padecen más que otro sentido. LUIS: Y cuando los ojos mientan, ¿pretendes que también mienta el oído? MANUEL: También. LUIS: ¿Todos al fin mienten? ¿Tú solo dices verdad? ¡Y eres tú solo el que...! MANUEL: Tente. Porque aún antes que lo digas que lo imagines y pienses, te habré quitado la vida. Y ya arrestada la suerte primero soy yo. Perdonen de amistad honrosas leyes. Y pues ya es fuerza reñir, riñamos como se debe. Parte entre los dos la luz que nos alumbre igualmente. Cierra después esa puerta por donde entraste imprudente, mientras que yo cierro esta otra, y agora en el suelo se eche la llave para que salga el que con la vida quede. LUIS: Yo cerraré la alacena por aquí con un bufete porque no puedan abrirla por allá cuando lo intenten.
Topa con COSME
COSME: Descubrióse la tramoya. LUIS: ¿Quién está aquí? MANUEL: (Dura suerte Aparte es la mía.) COSME: No está nadie. LUIS: Dime, don Manuel, ¿es éste el crïado que esperabas? MANUEL: Ya no es tiempo de hablar éste. Yo sé que tengo razón. Creed de mí lo quisiereis que con la espada en la mano sólo ha de vivir quien vence. COSME: ¡Ea, pues, reñid los dos! ¿Qué esperáis? MANUEL: Mucho me ofendes. Si eso presumes de mí, pensando estoy que ha de hacerle del crïado. Porque echarle es enviar quien lo cuente y tenerle aquí ventaja pues es cierto ha de ponerse a mi lado. COSME: No haré tal si es ése el inconveniente. LUIS: Puerta tiene aquesa alcoba y como en ella se cierre, quedaremos más iguales. MANUEL: Dices bien. Entra a esconderte. COSME: Para que yo riña, haced diligencias tan urgentes; que para que yo no riña cuidado excusado es ése.
Vase
MANUEL: Ya estamos solos [los] dos.
Riñen
LUIS: Pues nuestro duelo comience. MANUEL: No vi más templado pulso.
Desguarnécese la espada [de don LUIS]
LUIS: No vi pujanza más fuerte. Sin armas estoy. Mi espada se desarma y desguarnece. MANUEL: No es defecto de valor; de la Fortuna accidente sí. Busca otra espada, pues. LUIS: Eres cortés y valiente. (Fortuna, ¿qué debo hacer Aparte en una ocasión tan fuerte pues cuando el honor me quita, me da la vida y me vence? Yo he de buscar ocasión verdadera o aparente para que pueda en tal duda pensar lo que debe hacerse.) MANUEL: ¿No vas por la espada? LUIS: Sí, y como a que venga, esperes. Presto volveré con ella. MANUEL: Presto o tarde, aquí estoy siempre. LUIS: Adiós, don Manuel, que os guarde.
Vase
MANUEL: Adiós, que con bien os lleve. Cierro la puerta y la llave quito porque no se eche de ver que está gente aquí. ¡Qué confusos pareceres mi pensamiento combaten y mi discurso revuelven! ¡Que bien predije que había puerta que paso la hiciese y que era de don Luis dama! Todo en efecto sucede como yo lo imaginé. ¿Mas, cuándo desdichas mienten?
Asómase COSME en lo alto
COSME: ¡Ah, señor, por vida tuya! Que lo que solo estuvieres, me eches allá, porque temo que venga a buscarme el duende con sus dares y tomares, con sus dimes y diretes, en un retrete que apenas se divisan las paredes. MANUEL: Yo te abriré, porque estoy tan rendido a los desdenes del discurso que no hay cosa que más me atormente.
Vanse, y salen don JUAN y doña ÁNGELA con manto y sin chapines
JUAN: Aquí quedarás en tanto que me informe y me aconseje de la causa que a estas horas te ha sacado de esta suerte de casa, porque no quiero que en tu cuarto, ingrata, entre por informarme sin ti de lo que a ti te sucede. (De don Manuel en el cuarto Aparte la dejo y, por si él viniere, pondré a la puerta un crïado que le diga que no entre.
Vase
ÁNGELA: ¡Ay, infelice de mí! Unas a otras suceden mis desdichas. ¡Muerta soy!
Salen don MANUEL y COSME
COSME: Salgamos presto. MANUEL: ¿Qué temes? COSME: Que es demonio esta mujer y que aun allí no me deje. MANUEL: Si ya sabemos quién es, y en una puerta un bufete y en otra la llave está, ¿por dónde quieres que entre? COSME: Por donde se le antojare. MANUEL: Necio estás. COSME: ¡Jesús mil veces! MANUEL: ¿Por qué es eso? COSME: El verbi gratia encaja aquí lindamente. MANUEL: ¿Eres ilusión o sombra, mujer, que a matarme vienes? Pues, ¿cómo has entrado aquí? ÁNGELA: ¡Don Manuel! MANUEL: Di. ÁNGELA: Escucha, atiende: Llamó don Luis turbado, entró atrevido, reportóse osado, prevínose prudente, pensó discreto y resistió valiente. Miró la casa, ciego, recorrióla advertido, hallóte, y luego ruido de cuchilladas. Habló, siendo las lenguas las espadas. Yo, viendo que era fuerza que dos hombres cerrados, a quien fuerza su valor y su agravio, retórico el acero, mudo el labio, no acaban de otra suerte que con sólo una vida y una muerte, sin ser vida ni alma mi casa dejo, y a la oscura calma de la tiniebla fría, pálida imagen de la dicha mía a caminar empiezo. Aquí yerro, aquí caigo, aquí tropiezo, y torpes mis sentidos prisión hallan de seda mis vestidos. Sola, triste y turbada llego de mi discurso mal guïada al umbral de una esfera que fue mi cárcel, cuando ser debiera mi puerto y mi sagrado. Mas, ¿dónde le ha de hallar un desdichado? Estaba a sus umbrales, como eslabona el cielo nuestros males, don Juan, don Juan mi hermano. Que ya resisto, ya defiendo en vano decir quién soy, supuesto que el haberlo callado nos ha puesto en riesgo tan extraño. ¿Quién creerá que el callar me ha hecho daño siendo mujer? Y es cierto, siendo mujer, que por callarme he muerto. En fin, él esperando a esta puerta estaba--¡ay cielo!--cuando yo a sus umbrales llego hecha volcán de nieve, alpe de fuego. Él a la luz escasa, con que la luna mansamente abrasa, vio brillar los adornos de mi pecho. No es la primer traición que nos han hecho. Pensó que era su dama y llegó mariposa de su llama para abrasarse en ella y hallóme a mí por sombra de su estrella. ¿Quién de un galán creyera que buscando sus celos conociera, tan contrarios los cielos, que ya se contentara con sus celos? Quiso hablarme y no pudo, que siempre ha sido el sentimiento mudo, En fin, en tristes voces que mal formadas anegó, veloces desde la lengua al labio la causa solicita de su agravio. Yo responderle intento --ya he dicho como es mudo el sentimiento-- y, aunque quise no pude, que mal al miedo la razón acude. Sí, bien busqué colores a mi culpa mas cuando anda a buscarse la disculpa o tarde o nunca llega; mas el delito afirma que le niega. "Ven," dijo, "hermana fiera, de nuestro antiguo honor mancha primera, dejaréte encerrada donde segura estés y retirada hasta que cuerdo y sabio de la ocasión me informe de mi agravio." Entré donde los cielos mejoraron con verte mis desvelos. Por haberte querido fingida sombra de mi casa he sido. Por haberte estimado sepulcro vivo fui de mi cuidado, porque no te quisiera quien el respeto a tu valor perdiera, porque no se estimara quien su traición dijera cara a cara. Mi intento fue el quererte, mi fin amarte, mi temor perderte, mi miedo asegurarte, mi vida obedecerte, mi alma amarte, mi deseo servirte, y mi llanto, en efecto, persuadirte que mi daño repares, que me valgas, me ayudes y me ampares. MANUEL: (Hidras parecen las desdichas mías Aparte al renacer de sus cenizas frías. ¿Qué haré en tan ciego abismo, humano laberinto de mí mismo? Hermana es de don Luis cuando creía que era dama. Si tanto, ¡ay Dios!, sentía ofendelle en el gusto, ¿qué será en el honor? Tormento justo, su hermana es. Si pretendo librarla y con mi sangre la defiendo, remitiendo a mi acero su disculpa, es ya mayor mi culpa, pues es decir que he sido traidor y que a su casa he ofendido pues en ella me halla. Pues querer disculparme con culpalla es decir que ella tiene la culpa y a mi honor no le conviene. Pues, ¿qué es lo que pretendo? Si es hacerme traidor, si la defiendo; si la dejo, villano; si la guardo, mal huésped inhumano; si a su hermano la entrego, soy mal amigo; si aguardarla llego, ingrato; si la libro, a un noble trato; y si la dejo, a un noble amor ingrato. Pues de cualquier manera mal puesto he de quedar, matando muera.) No receles, señora, noble soy, y conmigo estás agora. COSME: La puerta abren. MANUEL: Nada temas, pues que mi valor te guarda. ÁNGELA: Mi hermano es. MANUEL: Segura estás. Ponte luego a mis espaldas.
Sale don LUIS
LUIS: Ya vuelvo. Pero, ¿qué miro? ¡Traidora
Amenázala
MANUEL: Tened la espada, señor don Luis, yo os he estado esperando en esta sala desde que os fuisteis y aquí, sin saber cómo, esta dama entró que es hermana vuestra, según dice, que palabra os doy como caballero que no la conozco. Y basta decir que engañado pude, sin saber a quien, hablarla. Yo la he de poner en salvo a riesgo de vida y alma. De suerte que nuestro duelo, que había a puerta cerrada de acabarle entre los dos, a ser escándalo pasa. En habiéndola librado, yo volveré a la demanda de nuestra pendencia. Y pues, en quien sustenta su fama espada y honor han sido armas de más importancia, dejadme ir vos por honor pues yo os dejé ir por espada. LUIS: Yo fui por ella, mas sólo para volver a postrarla a vuestros pies, y cumpliendo con la obligación pasada en que entonces me pusisteis pues que me dais nueva causa puedo ya reñir de nuevo. Esa mujer es mi hermana. No la ha de llevar ninguno, a mis ojos, de su casa sin ser su marido. Así si os empeñáis a llevarla, con la mano podrá ser, pues con aquesa palabra podéis llevara y volver, si queréis, a la demanda. MANUEL: Volveré. Pero advertido de tu prudencia y constancia a sólo echarme a esos pies. LUIS: Alza del suelo, levanta. MANUEL: Y para cumplir mejor con la obligación jurada a tu hermana doy la mano.
Salen por una puerta BEATRIZ e ISABEL, y por otra don JUAN
JUAN: Si sólo el padrino falta, aquí estoy yo; que viniendo a donde dejé a mi hermana el oíros me detuvo, no salir a las desgracias como he salido a los gustos. BEATRIZ: Y pues con ellos se acaban, no se acaban sin terceros. JUAN: Pues, ¿tú, Beatriz, en mi casa? BEATRIZ; Nunca salí de ella, luego te podré decir la causa. JUAN: Logremos esta ocasión pues tan a voces nos llama. COSME: Gracias a Dios, que ya el duende se declaró. Dime, ¿estaba borracho? MANUEL: Si no lo estás, hoy con Isabel te casas. COSME: Para estarlo fuera [de] eso, mas no puedo. ISABEL: ¿Por qué causa? COSME: Por no malograr el tiempo; que en estas cosas se gasta, pudiéndolo aprovechar en pedir de nuestras faltas perdón, humilde el autor os le pide a vuestras plantas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002