SEGUNDA JORNADA


Suena dentro música, y sale MALANDRÍN
MALANDRÍN: Después de la salpicada, mil instrumentos oí. Si fuera comedia, aquí acabara mi jornada. Mas, puesto que no lo es, y que prosiguiendo va, la música suplirá ausencias del entremés. Por lo menos extrañeza será de ingenio saber que hoy todo cuanto hay que ver es cortado de una pieza. Y esto aparte--¡vive Dios!-- que él se ha puesto en el caballo --ya nunca podrá parallo-- y a un mismo tiempo los dos y el sol me dejan a obscuras en un monte. ¿Ya qué espero? No fuera andante escudero, a no verme en aventuras.
Salen FLORISEO y CORO
FLORISEO: Pues que ya la noche fría temerosamente asombra, y baja la negra sombra pisando la falda al día, cantad. Tenga una vez salva la negra noche al bajar; que no siempre ha de envidiar a los músicos del alba. Decid al segundo sol, que da al primero desmayos, que, en ausencia de sus rayos, soy humano girasol.
Salen ROSICLER y CORO por el otro lado
ROSICLER: Pues Lindabridis permite, hasta el fin de tanto empleo, lo que es cortés galanteo y estas licencias admite, mientras yo digo llorando mi mal, pues yo lo sentí, quien no le siente, por mí le podrá decir cantando.
Cantan
CORO 1: "Bellísima Lindabridis, ¿para qué tus ojos buscan nuevos encantos, teniendo el mayor en la hermosura?" CORO 2: "¿Para qué buscas más rayos, si sale la aurora tuya compitiendo con las selvas, cuando las flores madrugan?" FLORISEO: Desotra parte del monte sonoras voces se escuchan. ROSICLER: Éste es Floriseo, que así dichas que yo pierdo busca. MALANDRÍN: Vísperas son a dos coros; no será muy mala industria, en tanto que cantan ellos la copla, hacer yo la fuga.
Vase hacia ROSICLER
CORO 1: "Despojos son de tu planta bellas flores, fuentes puras, porque ambicioso el abril para tu adorno las junta." CORO 2: "Y porque el aire no esté celoso de su ventura, los pájaros en el viento forman abriles de pluma." ROSICLER: Bajeza es que un hombre noble declarados celos sufra; mas es nueva ley de amor; la obediencia me disculpa. MALANDRÍN: (Por esta parte se acerca Aparte a mí un bulto o una bulta que no sé si es hembra o macho; Y sólo sé que se junta más de lo que yo quisiera. Ánimo, todo es fortuna; quizá será otro gallina como yo, y en esta duda seamos valientes de miedo.) Caballero, a mí me injurian esas voces que al aurora destas montañas saludan; y así mandadles que callen. ROSICLER: (Este hombre viene, sin duda, Aparte a reconocerme y darme ocasión con que mi furia pierda el derecho de ser acreedor de esta aventura. Venceréle con callar, vengando mi pena injusta en que canten, pues le ofenden. De cuantos una hermosura hizo valientes, a mí me hizo cobarde, no hay duda; pues por no perderla siempre, haga lo que no hice nunca.) CORO 1: "¡Ay Lindabridis bella, hermosa y pura, milagro del amor y la hermosura!" CORO 2: "¡Ay Lindabridis pura, hermosa y bella, que eres del cielo flor, del campo estrella!"
Retírase ROSICLER
MALANDRÍN: (¡Vive Apolo, que se vuelve! Aparte ¿Esto es ser valiente a oscuras? No hay cosa más fácil. Otro de esta parte está; pues dura el susto, dure el remedio.) Esas voces que se escuchan a un celoso amante ofenden, caballero, y le disgustan; callen, si acaso hay remedio para que callen en bulla músicos, que cantan mal. FLORISEO: (Ésta es cautela o industria Aparte de Rosicler, que ocasiona mi valor, porque desnuda la espada, las esperanzas pierda de dicha tan suma; pues no ha de lograr su intento. Hoy amor al valor supla; que huir de amante en la ocasión, más que bajeza, es cordura.)
Retírase
MALANDRÍN: ¡Viven los cielos, que son gallinas, sin duda alguna! Que si esperaran un poco sin hüir--¿hay tal locura?-- huyera yo. FLORISEO: Cantad siempre.
Vase
ROSICLER: No dejéis de cantar nunca.
Vase
CORO 1: "Suspiros son de un amante cuantos el eco pronuncia; lágrimas son de un celoso cuantas las flores inundan." CORO 2: "Porque así fuentes y flores con sonora voz y muda, de su belleza engañados, por aurora la saludan." CORO 1: "¡Ay Lindabridis bella, hermosa y pura, milagro del amor y la hermosura!" CORO 2: "¡Ay Lindabridis pura, hermosa y bella, que eres del cielo flor, del campo estrella!" MALANDRÍN: ¿Dueño yo de la campaña y músicos? ¿Hay tal burla? O está todo el mundo loco, o borracha la Fortuna. Si me valiera la hazaña en esta ocasión alguna alhaja manducativa, fuera notable ventura. Ä ¡Ah del castillo! Si non yace la infanta desnuda, catadla, que a un agujero asome su fermosura. Malandrín de Trapobana soy, de allén que vengo en fucia, si ella es la vana, e yo el trapo, de facer dos almas una. Si non cuida de salir, salga cualque dama suya, e si non dama pulgare, menina su ausencia supla, ya de la cámara sea, magüer que non de la ayuda. ¿Non la hay? Pues sea mondonga; que ¿a quién mondongas no escuchan? O si no, salga una dueña; que dueñas non faltan nunca. ¿Non hay dueña? Yo dichoso, iréme por la espesura a buscar quien me socorra, fablando vegadas muchas,
Canta
"quien no tiene ventura aun dueñas no hallará, si dueñas busca."
Vase. Ábrese el castillo y salen, como a un jardín que estará fingido dentro de él, LINDABRIDIS, SIRENE, ARMINDA, y las damas, dejando abierta la cueva del FAUNO
CORO 1: "Amorosos sacrilegios esta novedad disculpan, porque en su misma belleza están la culpa y disculpa." CORO 2: "Pues, cuando deidad la adoran, y cuando beldad la juran, mirando sus ojos bellos, quedan vanos de su culpa." CORO 1: "¡Ay Lindabridis bella, hermosa y pura, milagro del amor y la hermosura!" CORO 2: "¡Ay Lindabridis pura, hermosa y bella, que eres del cielo flor, del campo estrella!" SIRENE: Bien los dos competidores cortesanamente usan de la licencia de amantes, celebrando tu hermosura en dulces versos. LINDABRIDIS: Bien dices; pero yo no supe nunca que gallardos caballeros, que andan buscando aventuras, con músicos caminasen. SIRENE: Quien de hacer obsequios gusta jamás le falta ocasión; en cualquier parte la busca; cerca está Constantinopla. Y como las leyes tuyas les dan licencia de amarte y no de verte, procuran que donde no entran sus ojos, entren sus penas ocultas y disfrazadas. LINDABRIDIS: ¡Qué bien al compás suyo murmuran las fuentes de estos jardines, que el canto a las aguas hurtan! SIRENE: Esta alfombra, que tejió de mastranzos y de juncia el abril, formando en ella un florido catre, a cuya belleza corona es el pabellón de una murta, trono será de la aurora, si tú su dosel ocupas. LINDABRIDIS: Desde aquí se oyen mejor dulces canciones, que anuncian anticipada la guerra.
Siéntase, y queda como dormida
SIRENE: Y ella por verte madruga. ARMINDA: Pues la princesa se queda aquí, Sirene, segura, ven donde oigas tono y letra mejor. ROSICLER: Vamos, si tú gustas.
Vanse SIRENE y ARMINDA. Sale FAUNO por la cueva
FAUNO: Cuando de la opuesta boca, por quien bosteza esta gruta, aborto fui, con intento de que la cobarde turba, siguiéndome, se quedara sepultada en las obscuras entrañas de aqueste monte, que los sirviese de tumba, y vuelvo a escuchar gemido, penas, lástimas y angustias, me informan voces sonoras que a la obscuridad nocturna, como si ella fuera el alba, alegremente saludan. Y aun no paran mis sentidos, contentos con una duda; pues extrañan lo que ven mucho más que lo que escuchan. ¿A la boca de mi albergue fábricas de arquitectura tan hermosa que las piedras, aun más que la luz, alumbran? ¿Aquí fuentes y jardines, espejos, cuadros, pinturas? ¿Duermo o velo, sueño o vivo? Mas ¿qué dudo que en confusas imágenes haga el sueño estas sombras y figuras? Ä Bárbaros dioses de un Fauno que a las sangrientas y duras aras vuestras consagró cuantos mortales la inculta playa de esta isla tocaron, dadme favor, dadme ayuda; que una admiración me ciega, que una deidad me deslumbra, una beldad me suspende, y todo un cielo me turba. ¿Si es la diosa que este templo habita? Sí; ¿quién lo duda? No en vano, pues, la adurmieron voces que los vientos sulcan, fuentes que las flores mojan, arroyos que el prado cruzan, copas que el aire detienen, auras que mansas murmuran, hojas que apacibles suenan, flores que sus plantas buscan; pues voces, fuentes, arroyos, copas, vientos y hojas mudas, todos dicen que ésta es la diosa de la hermosura. Mas otra duda me queda; ¿si es viva o si es escultura, adorno de estos jardines? Que para todo hay disculpa; para estar viva, en dar muerte a quien a su luz se junta; para estar muerta, en dar vida a quien sus milagros busca. Luego si da vida y mata, si da muerte y asegura, para dar vida y dar muerte estará viva y difunta.
Llega a tomarle la mano a LINDABRIDIS
¿Atreveréme a tocar la blanca mano que injuria la nieve? Sí. Mas--¡ay cielos!-- que me abrasa su blancura. Mujer, deidad, o quien eres, ¿qué veneno es el que oculta este áspid de jazmín?
Despierta LINDABRIDIS
LINDABRIDIS: ¿Quién me llama? ¡Ay de mí! FAUNO: No huyas. LINDABRIDIS: No podré, porque el temor con prisión de hielo anuda mis pasos. Fiera u hombre silvestre, deidad inculta, ¿cómo te atreviste, cómo, a profanar la clausura de un castillo donde el sol, si entra, entra con la disculpa de que viene a traer el día, y entra en él porque le alumbra? FAUNO: Como yo soy más que el sol atrevido; y si él se excusa de tu enojo por traer la luz, yo con menos culpa, porque vengo a traer la sombra; que esa bóveda profunda es el seno de la noche, y yo quien su seno ocupa. LINDABRIDIS: ¡Arminda, Sirene, Flora!
Salen ARMINDA y SIRENE
SIRENE: ¿Qué das voces? ... ¡Suerte injusta! ARMINDA: ¿Qué mandas? ... ¡Horror extraño! SIRENE: ¡Grave mal! ARMINDA: ¡Desdicha suma! FAUNO: ¿Son éstas las que han de darte el favor? Porque la duda queda en pie, ¿quién ha de darles favor a ellas? Llama, junta muchos enemigos de estos, será mejor la fortuna de morir a tales manos, aunque ya lo esté a las tuyas. Todas son bellas; mas tú te avienes con su hermosura, como el clavel con las flores, como las estrellas puras con los claveles, los signos con las estrellas, la luna con los signos, y con ella el sol, que a todos sepulta. Deja, deja que a beber vuelva la sed, que me angustia este tósigo de nieve. LINDABRIDIS: Antes seré de tu furia breve despojo. ¡Dad voces! SIRENE: Yo estoy turbada. ARMINDA: Yo muda. LINDABRIDIS: ¡Caballeros, al castillo! Que a manos de la sañuda fiera de estos montes muero. ¡Dadme favor, dadme ayuda! SIRENE: ¡Al castillo, caballeros! Que vuestra gloria difunta a manos de un monstruo yace.
Dentro ROSICLER y FLORISEO
ROSICLER: Sirena, las voces tuyas no me engañarán, que atado al árbol de la fortuna estoy. FLORISEO: Cocodrilo aleve, que voz humana pronuncias, no me vencerá tu encanto. LINDABRIDIS: ¡Ah leyes de honor injustas! ¿Cuál es la dama que ver cobarde a su amante gusta? FLORISEO: Responded cantando siempre. ROSICLER: No dejéis de cantar nunca. ARMINDA: ¡Al castillo, caballeros! FAUNO: Escaparte no presumas. LINDABRIDIS: ¿Cómo están sordos los cielos a mi voz? FAUNO: Como en mi injuria los cielos no oyen. LINDABRIDIS: ¿Los montes cómo no se descoyuntan? FAUNO: Son los montes mis vasallos. LINDABRIDIS: ¿Las fieras? FAUNO: Temen mi furia. LINDABRIDIS: ¿Los hombres? FAUNO: No se me atreven. LINDABRIDIS: ¿Los rayos? FAUNO: Mi voz los turba; que soy rayo, muerte y fiera. LINDABRIDIS: Yo rabia, veneno y furia. ¡Caballeros, al castillo! Romped las leyes injustas. ¡Al castillo, caballeros!
Éntranse LINDABRIDIS, ARMINDA y SIRENE, y síguelas FAUNO. Sale CLARIDIANA
CLARIDIANA: ¿Mi valor qué dificulta, que no entra a ver qué ocasión el monte de horror ocupa? ¿Qué aventuro en esto yo? ¿Las esperanzas futuras de Lindabridis qué importan, si yo no las tuve nunca?
Vase. Vuelven a salir FAUNO, LINDABRIDIS, CLARIDIANA y las damas
LINDABRIDIS: ¡Que estén sordos los cielos! ¿Qué mucho, si el amor lo está y los celos? CLARIDIANA: No así al amor ofendas, ni deslucir su vanidad pretendas; que yo por él satisfacerte espero. FAUNO: (¡Qué bello joven!) Aparte CLARIDIANA: (¡Qué galán tan fiero!) Aparte LINDABRIDIS: (¡Qué desdichada suerte, Aparte si mi vida redimo con su muerte!) FAUNO: (No sé qué nuevas ansias he sentido Aparte de que éste en su favor haya venido, que de un veneno tengo el pecho lleno, y se hace más lugar otro veneno.) CLARIDIANA: Semidiós de estos montes que, llenando de horror sus horizontes, por no ser fiera y hombre en una esfera, dejaste de ser hombre y no eres fiera, esa belleza vive a cuenta de este acero. Así apercibe el nudoso bastón, que partir quiero contigo el sol. FAUNO: Pues yo llevarle entero; que si es sol la belleza de esta excelsa deidad, fuera bajeza partirle ni aun un rayo; y más contigo, que eres, puesto conmigo, átomo comparado al sol, cárdeno lirio cotejado al ciprés eminente, mendigo arroyo al rápido corriente del Nilo, sombra pálida y pequeña a la inmensa estatura de esta peña. CLARIDIANA: No, barbaro, blasones, ni de ajenos aplausos te corones; que, si eres sol, soy luna, a cuyo eclipse mengua tu fortuna; si ciprés, soy la muerte, que en fúnebre arrebol hoy le convierte; si Nilo, mar sediento que le bebe, si montaña, homenaje soy de nieve, que su eminencia inclina, cuando a rayos de hielo le fulmina. FAUNO: Acis, mancebo de esta Galatea, si soy el Polifemo vuestro, sea este bastón, ya que no aquella roca, urna mucha, pirámide no poca.
Riñen, dale FAUNO con el bastón a CLARIDIANA, y cae
CLARIDIANA: ¡Muerto soy! LINDABRIDIS: ¡Ay de mí! FAUNO: ¿De qué te espantas? Mira, mira a tus plantas flor, arroyo, cristal, jardín y fuente, salpicados de púrpura caliente; y, si fiero y sangriento no te obligo, cortés amante quiero ser contigo. Cuanto metal se encierra en las pardas entrañas de la tierra, y cuantas piedras cría ese luciente aparador del día, pondré a tu pie de nieve, que hidrópica esa cueva se las bebe, porque registro fue del peregrino que, hallando puerto aquí, perdió camino. Un breve instante espera y en tanto ese cadáver considera, porque admires, teniéndole delante, valiente y rico a este tu nuevo amante.
Vase
LINDABRIDIS: Muda, cobarde, helada, confusa y admirada, no sé lo que hacer puedo, que no me deja qué elegir el miedo. Aquí--¡oh qué horror!--un triste me suspende, allí--¡oh qué pena!--un bárbaro me ofende, aquí--¡qué pasmo!--un joven agoniza, allí--¡qué llanto!--un monstruo atemoriza, aquí--¡qué desconsuelo!-- deshojado un clavel, salpica el suelo, allí--¡qué desventura!-- amante un bruto--¡ay Dios!--mi fin procura, y yo, sin quien me valga en este abismo, a manos muero de mi encanto mismo. ¿Qué haré, piadosos cielos? Pero apelen a mí mis desconsuelos. Fuera está del castillo, y en su cueva la fiera horrible; pues eleva, eleva --oh espíritu oprimido del mágico conjuro--el atrevido vuelo; mi amparo y mi sagrado sea el viento, que esta fábrica posea; llevemos de este bárbaro desierto un alma viva en un cadáver muerto.
Entra y cierra el castillo, que desaparece, y queda el teatro como antes estaba. Sale MALANDRÍN
MALANDRÍN: ¡Ah, volador castillo! ¡Espera, espera! ¿No hay más hablar? ¿Se va de esa manera? Que se lleva a mi amo; sea cortés y responda, pues le llamo.
Sale FAUNO con algunas cajas de joyas
FAUNO: Ya, Lindabridis bella, que eres del cielo flor, del campo estrella, podrás llenar las manos y los ojos en estos...¡Ay de mí! "Ricos despojos" iba a decir, y mudo, con ser desdichas, las desdichas dudo. MALANDRÍN: (¡Qué salvaje tan fiero es el que veo! Aparte Con ser desdichas, las desdichas creo.) FAUNO: ¿Adónde, adónde tanto alcázar sube? ¡Oh fábrica eminente, si eres nube que bajaste del trono de Faetonte por granizos de piedras a este monte, mira que son prodigios que me elevan, ser tú la nube y que mis ojos lluevan. ¡Aguarda, aguarda! MALANDRÍN: (Si de noche fuera, Aparte fuera valiente yo.) FAUNO: ¡Detente, espera! Mas ¿quién está testigo a mis ultrajes? MALANDRÍN: Un servidor de todos los salvajes, que por su devoción los ha buscado para servir. FAUNO: ¿Quién eres? MALANDRÍN: Un menguado. FAUNO: ¿Viste... MALANDRÍN: ¿La cueva? Sí, y estuve en ella. FAUNO: ...aquel alma feliz que a ser estrella sube a mejor esfera? MALANDRÍN: ¡Y cómo que la vi! FAUNO: Pues di, ¿quién era? MALANDRÍN: Lindabridis se llama, que anda buscando al hombre de más fama, al más valiente y de mejor persona; que, aunque es infanta, ha dado en ser buscona. Pero esto a nadie espanta; porque ya ¿qué buscona no es infanta? FAUNO: Pues si al de más valor viene buscando, dile que yo lo soy. MALANDRÍN: Si va volando, decírselo no puedo. FAUNO: Sí podrás; porque yo--no tengas miedo-- asiéndote de un brazo, te haré volar del aire tanto plazo que, cayendo del mar a esotro cabo, llegues primero que ella. MALANDRÍN: El saque alabo, pero ¿quién hará luego conmigo desde allá otro pasajuego que me vuelva a la losa con la respuesta? ¿No es más fácil cosa que paso a paso a Babilonia vamos, donde en la lid a todos los venzamos? Que yo con este escudo y esta espada a tu lado me ofrezco a no hacer nada. FAUNO: Bien dices; una balsa, bajel breve, a los dos ese piélago nos lleve, con violencia tan suma que aun no aje los rizos de la espuma. Desde hoy serás mi guía; ven conmigo. Lindabridis, espera; ya te sigo. MALANDRÍN: Venme aquí en un instante hecho escudero de un salvaje andante; y aun con él más contento la siguiera, si Lindabridis "lindo brindis" fuera.
Vanse. Baja FEBO en un caballo, atravesando el teatro de un lado a otro
FEBO: Hipogrifo desbocado, parto disforme del viento, ¿dónde te cupo el aliento para haber atravesado, ya en la carrera, ya a nado, tanta tierra y tanto mar? Hijo o monstruo singular del tiempo debes de ser, pues que te enseñó a correr y no te enseñó a parar. Mas no; que si tu ambición, cuando las riendas te di, haciéndote dueño a ti de mi desesperación, se paró, no fue esta acción del tiempo; ya tu violencia de la fortuna fue herencia, pues pudo en tanto fracaso contigo más el acaso que pudo la diligencia. ¿Qué escuela, di, te ha instruido? ¿Qué lección, di, te ha enseñado, que te desboques llamado y te detengas herido? Mas si en un concepto has sido tiempo y en otro después fortuna, ya mejor es hacer dos sentencias una, pues eres tiempo y fortuna en andar siempre al revés. ¿Cuál fue tu dueño, me di, que con mi vida fïel y con mis desdichas crüel, me quiso ausentar así? Mas ¿qué discurro--¡ay de mí!-- cuando me llego a mirar en tan remoto lugar, lleno de penas y enojos, con los míseros despojos que escapé de fuego y mar? ¿Dónde iré? Pero ¿qué veo?
Cajas
Al caer de esta montaña que el mar proceloso baña, una vega fértil veo que adorna el marcial trofeo, pues en varios resplandores al monte hacen sus colores una hermosa emulación, las tiendas las peñas son y las plumas son las flores. De la mayor--que es esfera en los rasgos y bosquejos, en la luz y los reflejos del sol y la primavera-- sale un joven que pudiera dar cuidado a Venus, pues en sólo un sujeto es bello Adonis, Martes fiero. Aquí retirado espero saberlo todo después.
Escóndese con el caballo entre los bastidores. Se descubre una tienda de campaña, de donde sale MERIDIÁN armado, con acompañamiento, y por otro lado el rey LICANOR, viejo, y hacen al salir unos y otros salva de caja y clarín
MERIDIÁN: Invicto Licanor, a quien aclama y en cuanto el sol midió con veloz llama, siendo una vez sepulcro y otra cuna, no compitió ninguna con tu fama, con tu deidad no compitió ninguna, atiende, atiende, y en tu real presencia hoy para protestar me da licencia. LICANOR: Prosigue, Meridián. MERIDIÁN: Azul esfera, rápido Eufrates, áspera montaña, sagrado muro, bárbara ribera, gente, ya propia sea, ya sea extraña, testigos sed que Meridián espera de sol a sol armado en la campaña, tomando testimonio cada día de que a sus enemigos desafía. Sed testigos de cómo no ha faltado, desde que se fijó el cartel del duelo, de la tela y el sitio señalado, constante al sol, al agua, nieve y hielo; que a caballo o a pie, desnudo o armado, con armas o sin ellas, hoy al cielo, puesta la mano sobre el pomo, jura que Licanor las armas le asegura. Testigos sed también que tiene armada tienda y familia a todo aventurero; y que desde que entrare en la estacada, le proveerá de armas y dinero; y que en defensa de la celebrada Lindabridis no ha entrado un caballero a presentarse, y que por tantos días Tartaria y la campaña están por mías.
Tocan cajas y sale FEBO a pie
FEBO: Ínclito rey del babilonio muro, que fue de tanto idioma primer fuente, cuando aquel edificio mal seguro empinó al orbe de zafir la frente, hoy que la novedad deste seguro a tu patria conduce tanta gente que parece, según la que a ella corre, que aun la fábrica dura de la torre; da licencia que un pobre aventurero a Meridián en tu presencia diga que tiene Lindabridis caballero que su justicia a defender se obliga; y que, si no se presentó primero, fue porque el precio del honor consiga el tiempo que ha tardado, pues entiendo que el que es César de amor llegue venciendo. LICANOR: Si de ese aventurero generoso sois escudero, y por seguro envía para entrar en la tela, licencioso habéis andado en la presencia mía. MERIDIÁN: No te enojes, señor, porque animoso vuelva a su dueño y tenga yo este día a quien vencer. FEBO: (¿Quién vio fortunas tantas?) Aparte LICANOR: Decid que llegue, pues. FEBO: Ya está a tus plantas.
Arrodíllase
LICANOR: ¿Quién es? FEBO: Yo. LICANOR: Loco estás, sin duda alguna. FEBO: Nada al varón magnánimo le asombre, que de los accidentes de la luna desigualdades participa el hombre. Al honor acrisola la fortuna, no le consume. Así os diré yo el nombre que el traje os ha callado. Yo soy Febo, que al sol el nombre como el lustre debo. De Rosicler hermano...Mas no es justo que piense yo que me ignoráis, pues creo que ya de mi valor y esfuerzo augusto lenguas y plumas son vulgar trofeo. Supe el campo que haces y, a disgusto de una dama que adoro, mi deseo, eclipse desde entonces de tu gloria, anhelo fue en la sed de esta victoria. En África alcancé aquel prodigioso castillo que a su arbitrio se pasea, porque los elementos litigioso pleito tuvieron sobre cúyo sea. El fuego le examina luminoso, la tierra sus campañas hermosea, en su estancia le ven mares y vientos; y así le traen por lid cuatro elementos. En sus planchas de bronce fui el primero que su nombre imprimió; así le imprimiera en un pecho de cera dulce y fiero. Mas ¿quién dudara nunca o quién creyera que a los arpones dos de oro y acero se enterneciese el bronce y no la cera? Yo lo dudara, pues a mi despecho va mi nombre en el bronce y no en el pecho. Seguirle quise, y sobre riza espuma, huésped ya del cerúleo pavimiento, viví un bajel que, sin escama y pluma, águila fue del mar, delfín del viento. Mas porque Amor de ciego no presuma, a la venganza Júpiter atento, fuego introdujo ardiente en nieve fría, y el bajel Volcán de agua parecía. Los marineros, viendo que Neptuno no tomaba el desprecio con enojos, a llorar empezaron, cada uno por valerse del agua de sus ojos, pero lo que apagó el llanto importuno, de la voz encendieron los despojos. ¡Oh cuánto el riesgo en su favor ignora! Pero ¿quién no suspira cuando llora? Con tanto enojo sus venganzas fragua el flamígero dios que, osado y ciego, ni al fuego pudo mitigar el agua, ni al agua pudo consumir el fuego. El que el bajel, ya roto, al mar desagua, vuelve a la llama a socorrerse, y luego que ve la llama, vuelve al mar, de suerte que dio esta vez en que escoger la muerte. Tan uno el humo con el mar se vía, tan uno el viento con el mar estaba que, si el incendio ahogaba, el mar ardía; y si el agua encendía, el viento ahogaba. Dígalo aquel que el fuego se bebía, dígalo aquel que llamas respiraba, u yo lo diga, pues, a todo atento, a la sala apelé de otro elemento. Rompí, pasé y vencí la ardiente llama; vencí, pasé y rompí la espuma luego; y, logrando opinión, ventura y fama, la amada tierra mido, toco y llego. Tomé, tuve, logré sepulcro y cama, donde confuso, absorto, helado y ciego, ira y amor, piedad y rigor hallo en el dueño feliz de ese caballo. En él vine hasta aquí y, si haber perdido por fortuna en el mar armas y hacienda, causa bastante a mi desprecio ha sido, yo haré que el mundo el desengaño entienda. Haz sin armas el campo que te pido, porque no me hagan falta, y yo defienda, que ser merece Lindabridis bella reina en el mundo, y en el cielo estrella. LICANOR: Febo, de vuestro valor no dudo, y es bien se crea de un osado caballero mayores fortunas que éstas. Sucesos tristes o alegres, suertes prósperas o adversas ni deslucen, ni dan fama; que el sol no de serlo deja por nieblas que se le opongan, por nubes que se le atrevan. Pero, esto aparte, os respondo que yo soy quien hace buena esta campaña y no puedo alterar las leyes de ella. Caballero que perdió --en buena o en mala guerra, en buena o mala fortuna-- el escudo, que es su empresa, hasta que por su persona otro gane, el duelo excepta. Y así, aunque yo sea el primero que vuestras desdichas crea, seré el primero también que guarde a la ley la fuerza. Fuera de esto, no se admite caballero que no entrega testimonio de que es él el mismo que se presenta. Éste es pleito, yo soy juez, y no basta que lo sepa yo, si vos no lo probáis. Y así, Febo invicto, es fuerza que yo, conforme a lo visto, haya de dar la sentencia. Ganad armas y volved con testimonio y certeza de que sois el que decís; que Meridián os espera y yo os haré bueno el día, partiendo con vos la tierra, el aire, el polvo y el sol.
Vase
FEBO: Sí haré; y porque no padezca ese escrúpulo mi fama, mi opinión esa sospecha, un breve instante, un minuto, y sólo con una empresa dé el testimonio de mí, y gane las armas, sean éstas las de Meridián, porque digan él y ellas que soy yo y que las gané. Salga donde... MERIDIÁN: Sí saliera, si me tocara el salir; mas quien tiene a su defensa un duelo o está llamado no hay nueva causa que pueda hacerle acudir a otro; y así no respondo. Intenta ganar armas y volver; que aquí me hallarás. No temas que falte de aquí; porque, aunque todo el mundo venga, no me hará dejar el puesto; y así en él, oh Febo, es fuerza, pues quedo cuando te vas, que aquí me halles cuando vuelvas.
Vase, y ocúltase la tienda de campaña
FEBO: ¿Hay hombre más infeliz? ¿Aun no bastó la tormenta del mar, sino que también la he de correr en la tierra? ¿Yo exceptuado del honor que dio más plumas y lenguas a los tiempos que quedaron de estas fábricas? ¿Yo fuera del número de los nobles, porque en batalla sangrienta perdí de dos elementos mi escudo? Mas justa es esta infamia, este deshonor; pues que no cuidé que fuera menor defecto morir con las armas que perderlas. Bien nos lo enseña el decreto del honor, bien nos lo enseña la ley de caballería, pues en sus fueros ordena que para morir se arme el caballero, y que muera de todas armas guarnido, y el manto mortaja sea, dando a entender que primero pierda la vida que pierda las armas, que del cadáver aun son adorno en la huesa. Pues ¡vive Dios!, que esta injuria, este enojo, esta violencia del mar, del viento y del fuego hoy me ha de pagar la tierra, pues hoy de sangre manchada se ha de mirar, de manera que este monte y aquel muro ciudad fundada parezca sobre el rubio mar; el sol ha de mirar su belleza en espejo de escarlata que el sangriento humor le ofrezca; tal que, dejando al morir llena de flores la selva y hallándola de corales al nacer, piense que yerra el día, y le yerre entonces, dando a otra parte la vuelta. Dos montañas, que columnas son de las nubes, estrechan este paso, que es por donde se ha de pasar a las telas. No ha de entrar aventurero alguno desde hoy en ellas sin hacer campo conmigo y dejar su escudo. Sea esta línea, pues, la valla que el paso a todos defienda. Verá Licanor, verá Meridián, verá la esfera superior, el sol, la luna, los astros, signos y estrellas, hombres, brutos, flores, plantas, agua, viento, fuego y tierra que el caballero del Febo así sus desprecios venga.
Baja el castillo
Mas ¿qué es esto? ¡Vive el cielo, que entre los dos montes cierra el paso otro monte hermoso que hace a los dos competencia! Sin duda el orbe de Marte de sus polos se despeña, de sus quicios se trastorna, murado cielo de almenas, porque no gane otras armas que las suyas; bien lo muestra la máquina desasida y desplomada la esfera, que aun no pronunció el gemido de los ejes y las ruedas. Pero--¡ay de mí!--ciego estoy, pues no percibo las señas de este encantado castillo, a cuya frente soberbia se abolla el viril del cielo, por no decir que se quiebra. Como del año fatal está el número tan cerca, los campos de Babilonia serán su estancia primera.
Abren las puertas del castillo
Sólo este testigo--¡ay triste!-- les faltaba a mis ofensas, les sobraba a mis desdichas para que...Pero las puertas se abren. ¿Qué he de hacer? Dejar este puesto ya es bajeza, habiendo jurado en él mi venganza. Que me vea Lindabridis es desaire. Pues de irme y quedarme sea medio el esconderme; así ni ella me ve ni hago ausencia. Retirado esperaré hasta que el primero venga. Haz breve sepulcro a un vivo, oh monte, de hojas y peñas.
Escóndese. Salen LINDABRIDIS y SIRENE como acechando
LINDABRIDIS: Pues sin estruendo ni ruido el castillo tomó tierra en Babilonia, Sirene, con intento de que pueda --antes que la novedad despierte las gentes de ella-- salir ese hermoso joven que la piedad y clemencia del cielo restituyó a la vida, considera si hay en este inculto monte gente alguna que le vea. SIRENE: Sólo son mudos testigos estos troncos y estas selvas de nuestra venida. LINDABRIDIS: Pues sal, Claridiano; ¿qué esperas?
Sale CLARIDIANA
CLARIDIANA: La sentencia de mi muerte; que es de mi muerte sentencia notificarme, señora, tu voz, tu llanto o tu lengua que me ausente de tus ojos. ¡Oh nunca, oh nunca volviera yo a vivir, pues allí, viva el alma y la vida muerta, no daba tiempo de estar sin ti, y es feliz quien llega a morirse de una dicha sin el temor de perderla! La ausencia es muerte del alma, muerte del cuerpo es la pena; pues si allí el cuerpo moría y aquí el alma, considera que lo que hay del cuerpo al alma hay de la muerte a la ausencia. LINDABRIDIS: Si, para morir de ausente, viviste de amante, deja el necio argumento, pues también quien muere se ausenta. Y ya que, por no dejarte --después que amor a mis quejas movido, te dio la vida-- en una playa desierta solo, triste y mal curado, te traje hasta aquí, no quieras, rebelde a leyes de honor, usar mal de mis finezas. Ya estamos en Babilonia; valor tienes, armas llevas, y si dan dicha favores --¡turbada estoy y suspensa!-- favores llevas también; las campañas son aquéllas, tribunal de Amor y Marte; armadas están las tiendas, precio soy de la victoria, hazte tu fortuna mesma, lábrate tu misma dicha; y a Dios, que con bien te vuelva. El te libre y él te guarde, Claridiano, en su violencia. Adiós, adiós. Vete pues. CLARIDIANA: No--¡ay cielos!--con tanta priesa me despidas. ¿No darás siquiera al dolor licencia para saber que se parte? LINDABRIDIS: Temo... CLARIDIANA: ¿Aquí ya qué hay que temas? LINDABRIDIS: ...que te vean... CLARIDIANA: Di. LINDABRIDIS: ...salir del castillo, y que no pierdas las esperanzas... CLARIDIANA: Prosigue. LINDABRIDIS: Esto basta. CLARIDIANA: No, no quieras dejar pendiente la voz. LINDABRIDIS: No dudo yo que me entiendas. CLARIDIANA: Ni yo dudo que te entiendo. LINDABRIDIS: Pues, si me entiendes, ¿qué esperas? CLARIDIANA: Que me lo digas. LINDABRIDIS: ¿Por qué? CLARIDIANA: Porque hay una diferencia entre el saber y el oír uno las dichas que espera; que es dicha aparte el oírlas, muchos después de saberlas. LINDABRIDIS: Pues temo, si eso te agrada, que las esperanzas pierdas de ser mi dueño, por verte en el castillo. CLARIDIANA: No quieras más afecto de mi fe, sino que otra vez lo oyera. LINDABRIDIS: Dices bien; porque si Amor no tuviera preeminencia de hacer nuevas cada vez las razones, ¿qué tuviera que hablar al segundo día con su dama? Mas ¿qué esperas? Vete, vete. CLARIDIANA: ¿Acordaráste de mí, señora, en mi ausencia? LINDABRIDIS: No; que no me olvidaré. CLARIDIANA: ¿Serás mía? LINDABRIDIS: Amor lo quiera. CLARIDIANA: Porque veas de mi fe las más declaradas muestras, sólo con que no seas de otro me contento. LINDABRIDIS: Esa promesa cumpliré con darme muerte el día que tú me pierdas. CLARIDIANA: ¿Quién lo asegura? LINDABRIDIS: Mi fe. CLARIDIANA: ¿Será firme? LINDABRIDIS: Será eterna. CLARIDIANA: Pues, adiós. LINDABRIDIS: Adiós. CLARIDIANA: Conmigo vas. LINDABRIDIS: Y tú conmigo quedas. (¡Qué ardiente el rayo es de amor!) Aparte
Éntrase, y cierra el castillo
CLARIDIANA: ¡Qué frías son las finezas que se dicen sin el alma!
Sale FEBO
FEBO: (¡Qué rigurosa es la fuerza Aparte de los celos, pues se hace lugar entre tantas penas! Éste es el dueño--sí, él es-- de la desbocada bestia que aquí me trajo. No en vano me dijo entonces que él era el dueño de Lindabridis; bien el efecto lo muestra; pues, ofendido y celoso, hoy vengaré dos ofensas. Mis celos me den valor y mis desdichas paciencia.) CLARIDIANA: ¡Oh Babilonia! Tus muros saludo y beso la tierra que ha de ser teatro donde la fortuna representa del poder y del amor la mayor de sus tragedias. A ti vengo.
Pónese la banda
FEBO: Caballero, el de la blanca cimera, que, mariposa de plumas, en el sol las alas quema, no des otro paso más; no te arrojes, no te atrevas a pisar aquesa raya, porque su línea postrera es línea que hizo la muerte, como quien dice, "Aquí tengan término y coto las vidas, que osaren pasar por ella." CLARIDIANA: (¡Válgame el cielo! Este es Febo. Aparte ¿Qué nueva fortuna es ésta?) Disfrazado aventurero, albricias darte pudiera de los riesgos que me avisas, pues me alegraré que sea ley de la muerte esta línea, y que rompida su fuerza por mí, cuantos amenaza vivan después a mi cuenta. FEBO: Pues con dejar ese escudo vivirán, porque así cesa mi rigor, y tu piedad consigue lo que desea. De ganar escudo tengo a mi honor hecha promesa al primer aventurero. CLARIDIANA: Mucho ofreces, mucho intentas, porque la tengo hecha yo de defenderle. FEBO: Pues sea ésta una lid a dos luces; que, si no mienten las señas, eres el que ya otra vez solicitaste esta empresa. CLARIDIANA: Bien dices, ingrato Febo. Pero ¿cómo se te acuerda esa ofensa, y se te olvida el beneficio y la deuda de haberte dado un caballo en que a estas campañas vengas? Pero dirás que es defecto de nuestra naturaleza dar el beneficio al agua y dar al bronce la queja. FEBO: No presumo yo ni creo que hay piedad que te agradezca en darme el caballo a mí, pues no hubiste--es cosa cierta-- menester para volar entonces su ligereza; luego, sin que ya de ingrato puedas argüirme, es fuerza ganar tu escudo. CLARIDIANA: También lo es en mí que le defienda; pero no ha de ser a vista del castillo, si te acuerdas que es ley que pierda la acción el que a desnudar se atreva su acero aquí. FEBO: Ley también es suya que la acción pierda quien entrare en el castillo, y tú, sin temerla, entras; luego tú sólo eres quien rompes la ley y la quiebras; rómpela en tu daño y no jurista del amor seas que en su daño y su provecho una ley misma interpreta. CLARIDIANA: Pues si estás desengañado... (¡Qué buena ocasión es ésta!) Aparte ...de que favores que entonces te dije son ciertos, deja la pretensión de esta dama; pues es ruindad y bajeza reñir por dama que a otro quiere, estima, adora y precia. FEBO: Hoy no riñe aquí el amor, riñe el honor, porque entiendas que el que en la ocasión se halla, aunque a la dama no quiera, debe por ella reñir, si le da la ocasión ella. CLARIDIANA: Pues yo no quiero de ti más satisfacción que ésa. FEBO: Ésta no es satisfacción, ni yo a ninguno la diera, sino decir solamente que es obligación primera la obligación del honor. Ya estoy restado a esta empresa por empeños de mi honra, ganando armas con que vuelva a vista de Licanor. Mira, advierte y considera, si ya una vez declarado que estoy sin honor... CLARIDIANA: La lengua suspende. (¡Ay de mí! ¿Qué escucho?) Aparte ¿Tu honor, Febo, en contingencia? ¿Tu opinión en opiniones? Calla, calla; no te atrevas a pronunciarlo; que el alma con cada acción me penetras, con cada acento me hieres, con cada voz me atraviesas. FEBO: Suspenso otra vez me tiene, absorto otra vez me deja ver que aumentes mis desdichas y que mis desdichas sientas. CLARIDIANA: (Ya, cielo, éste es otro caso; Aparte ya es, cielo, otra duda ésta. A Febo le va el honor en que yo ahora le pierda; en que yo no tenga vida me va el que Febo la tenga; si le doy las armas, doy armas contra mí, pues ellas le darán a Lindabridis; si las defiendo, me dejan la pena de su opinión. ¡Denme los cielos paciencia! Mas si al fin he de quererle, que le gane o que le pierda, en tan grandes confusiones su honor viva y mi amor muera.) Febo, si la obligación de tu honor es la primera, la mía también; y así ganarme el escudo intenta, que yo le arrojo en el suelo, porque le lleve el que venza.
Echa el escudo en el suelo, y sacan las espadas
FEBO: Por no errar en lo que diga, con la espada--que es la lengua de un caballero--respondo. CLARIDIANA: ¡Qué gran ventaja me llevas. Febo! FEBO: Di en qué. CLARIDIANA: En que, si tú aquí matarme deseas, yo deseo que me mates; y es la primera pendencia en que se ha visto reñir dos sobre una cosa mesma. FEBO: No vi más templado pulso. CLARIDIANA: No vi más notable fuerza. La banda se me ha caído del rostro.
Cáesele la banda
FEBO: Y a mí con ella las alas del corazón, y en su ejecución suspensa el alma, no determino si está viva o si está muerta. CLARIDIANA: Pues en tanto que lo dudas, que lo imaginas y piensas, vive honrado y muera yo. Ahí el escudo te queda que, a costa del honor mío, quiero, Febo, que le tengas.
Vase
FEBO: ¡Espera, espera! CLARIDIANA: Soy rayo. FEBO: ¡Oye, oye! CLARIDIANA: Soy cometa. FEBO: Seguiréte, aunque a las nubes subas.
Dentro el rey LICANOR
LICANOR: ¿Qué voces son éstas?
Salen LICANOR, MERIDIÁN, y gente
FEBO: (Guardar mis penas importa, Aparte si hay lugar adonde quepan.) Son llamar a un caballero que en buena guerra ha dejado este escudo; y pues ganado hoy por mi espada le adquiero, ya en la tela entrar podré, libre del baldón injusto. LICANOR: De vuestro valor augusto yo nunca, Febo, dudé. Dadme los brazos, y luego ved que llegan Rosicler y Floriseo a vencer --cada cual de amores ciego-- esta empresa. FEBO: Fuerza es lidiar, hermanos los dos. MERIDIÁN: Dadme ahora los brazos vos, que han de vencerme después. FEBO: Yo callo, por no ofenderte. LICANOR: Ya que tanta bizarría disfraza en la cortesía los semblantes de la muerte, y tan conformes extremos hoy en todos maravillo, vamos todos al castillo, porque juntos visitemos a Lindabridis; veamos este encanto que ha tenido todo el mundo suspendido con admiraciones. TODOS: Vamos.
Vanse. Suena música, ábrese el castillo, como primero, y salen LINDABRIDIS, SIRENE, ARMINDA, y las damas
LINDABRIDIS: Pues mi hermano y Licanor aquí a visitarme vienen, hoy manifestar se tienen las pompas de mi valor. Vean todas las riquezas con que el orbe discurrí, no diga el tiempo de mí nunca menores grandezas. Haced, pues, que se prevengan músicas, saraos, festines, para que aquí con dos fines dos admiraciones tengan.
Salen LICANOR, MERIDIÁN, ROSICLER, FEBO y todos
LICANOR: Cómo saludarte dudo, prodigio hermoso, y no sé si--con un sabio--diré que la copia me hace mudo. Ven en felice ocasión a honrar el suelo en que estás; Yo enmudecí, lo demás te diga la admiración. LINDABRIDIS: Si una suspensión forzosa es en el que se turbó, dos habré de tener yo, de turbada y de dichosa. MERIDIÁN: Dadme vuestra mano, hermana, y seáis muy bien venida a dar muerte y a dar vida a quien os pierde u os gana. Y, pues el gusto de veros todos esperando están, y a mí licencia me dan de hablar estos caballeros, todos por vos han venido en alas de sus cuidados; muchos fueron los llamados, ¡dichoso del escogido! LINDABRIDIS: A todos responderé con el alma, que quisiera que capaz de un cielo fuera, para agradecer mi fe. Sentaos, señor, y tomad todos lugares.
Vanse sentando cada uno junto a una dama [FLORISEO con SIRENE, ROSICLER con ARMINDA, y FEBO con LINDABRIDIS]
FLORISEO: Aquí, Sirene, me toca a mí. SIRENE: Pidiólo mi voluntad. ROSICLER: Yo junto a vos, dama bella, me abrasaré a su arrebol. ARMINDA: Ya que no me cupo el sol, por lo menos sois su estrella. CABALLERO 1: Como a luz de aquella esfera, gozaré este resplandor. CABALLERO 2: Yo os adoro, como a flor que sois de otra primavera. FEBO: Yo, el más dichoso en efeto, por mí aqueste lugar gano. LINDABRIDIS: ¿No veis que es favor en vano? FEBO: Si queréis que del conceto me aproveche, bien sé yo quién es la que en vano quiere, pues por una sombra muere. LINDABRIDIS: Yo no os he entendido. FEBO: ¿No?
Sale CLARIDIANA
CLARIDIANA: (Aquí me traen mis desvelos Aparte otra vez a morir. Sí, pues mis celos miro allí, y aun no conozco mis celos.) LINDABRIDIS: (Ya Claridiano se ofrece. Aparte ¡Oh quién excusar pudiera sus celos! ¡Oh, si entendiera...!) ¡Hola! La música empiece, porque yo logre el deseo de festejar en mis reales palacios huéspedes tales. LICANOR: Maravillas dudo y creo. CLARIDIANA: (Esto ya es morir.) Si alcanza Aparte tal licencia un caballero, empezar el festín quiero, por hacer una mudanza. Tocad. (¡Oh, si a ver lograda Aparte llego la acción que emprendí!) SIRENE: ¡Atención, que desde aquí empieza la otra jornada!
Puso el autor aquí este sarao, para que, dilatándose en las mudanzas lo que pareciere, sirva de sainete, en lugar del que se estila hacer entre las dos jornadas

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA

El castillo de Lindabridis, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002