NO HAY BURLAS CON EL AMOR

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado indirectamente en la edición príncipe, una suelta encuadernada con otras comedias en la Parte quarenta y dos de comedias de diferentes autores, (Zaragoza, Juan de Ybar, 1650) y en varias ediciones modernas basadas o directa o indirectamente en ella. Este texto fue preparado por Vern Williamsen para un curso dictado en el año 1986.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


            Salen Don ALONSO de Luna y MOSCATEL muy triste
 
 
ALONSO:      ¡Válgate el diablo!  ¿Qué tienes,
          que andas todos estos días 
          con mil necias fantasías?
          Ni a tiempo a servirme vienes,
             ni a propósito respondes;        
          y, por errarlo dos veces,
          si no te llamo, pareces,
          y si te llamo, te escondes.
             ¿Qué es esto?  Dilo.
MOSCATEL:                         ¡Ay de mí!
          Suspiros que el alma debe.      
ALONSO:   Pues ¿un pícaro se atreve
          a suspirar hoy así?
MOSCATEL:    Los pícaros ¿no tenemos 
          alma?
ALONSO:         Sí, para sentir,
          y con rudeza decir         
          de su pena los extremos;
             mas no para suspirar;
          que suspirar es acción
          digna de noble pasión.
MOSCATEL: Y ¿quién me puede quitar      
             la noble pasión a mí?
ALONSO:   ¡Qué locuras!
MOSCATEL:               ¿Hay, señor,
          más noble pasión que amor?
ALONSO:   Pudiera decir que sí;
             mas, para ahorrar la cuestión   
          que "no" digo.
MOSCATEL:              ¿Que no?  Luego, 
          si yo a tener amor llego,
          noble será mi pasión.
ALONSO:      ¿Tú, amor?
MOSCATEL:               Yo amor.
ALONSO:                     Bien podía,
          si aquí tu locura empieza,    
          reírme hoy de tu tristeza     
          más que ayer de tu alegría.
MOSCATEL:    Como tú nunca has sabido
          qué es estar enamorado;
          como siempre has estimado       
          la libertad que has tenido,   
             tanto, que en los dulces nombres
          de amor fueron tus placeres
          burlarte de las mujeres
          y reírte de los hombres;      
             como jamás a ninguna
          quisiste, y más te acomodas
          a engañar, señor, a todas
          que hacer elección de una;
             como eres (en el abismo      
          de amor jugando a dos manos,
          potente rey de romanos)
          mal vencedor de ti mismo,
             de mí te ríes, que estoy
          de veras enamorado.   
ALONSO:   Pues yo no quiero crïado  
          tan afectüoso.  Hoy
             de casa te has de ir.
MOSCATEL:                        Advierte...
ALONSO:   No hay para qué advertir.
MOSCATEL: Mira...
ALONSO:           ¿Qué querrás decir?      
MOSCATEL: Que se ha trocado la suerte
             al paso, pues siempre dio
          el teatro enamorado
          el amo, libre el crïado.
          No tengo la culpa yo       
             de esta mudanza, y así
          deja que hoy el mundo vea
          esta novedad, y sea
          yo el galán, tú el libre.
ALONSO:                          Aquí
             hoy no has de quedar.   
MOSCATEL:                  ¿Tan presto,   
          que aun de buscar no me das
          otro amo tiempo?
ALONSO:                     No hay más
          de irte al instante.
 
                             Sale don JUAN 
 
JUAN:                     ¿Que es esto?
MOSCATEL:    Es pagarme mi señor
          el tiempo que le he servido     
          con haberme despedido.
JUAN:     ¿Con Moscatel tal rigor?
ALONSO:      Es un pícaro, y ha hecho
          la mayor bellaquería,
          bajeza y alevosía        
          que cupo en humano pecho,
             la más enorme traición
          que haber pudo imaginado.
JUAN:     ¿Qué ha sido?
ALONSO:                  ¡Hase enamorado!
          Mirad si tengo razón     
             de darle tan bajo nombre,
          pues no hace alevosía,
          traición ni bellaquería,
          como enamorarse un hombre.
JUAN:        Antes pienso que por eso     
          le debierais estimar,
          que diz que es dicha alcanzar,
          y yo por tal lo confieso.
             ¿Crïados enamorados?
          Un hombre que se servía       
          de dos mozos, y los veía
          necios y desaliñados,
             nada en su enmienda buscaba
          como es decirlos a ratos:
          "¡Enamoraos, mentecatos!"      
          que estándolo, imaginaba
             que cuerdos fuesen después,
          y aliñados; y, en efecto,
          ¿qué acción, qué pasión, qué afecto,
          decid, si no es amor, es  
             el que al hombre da valor,
          el que le hace liberal,
          cuerdo y galán?
ALONSO:                    ¡Pesia tal!
          De los milagros de amor
             la comedia me habéis hecho,    
          que fue un engaño culpable,
          pues nadie hizo miserable,
          de avaro y cobarde pecho
             al hombre, si no es amor.
JUAN:     ¿Qué es lo que decís?
ALONSO:                      Oíd,      
          y este discurso advertid;
          veréis cuál prueba mejor.
             El hombre que enamorado
          está, todo cuanto adquiere
          para su dama lo quiere,   
          sin que a amigo ni a crïado
             acuda, por acudir
          a su gusto; luego es
          miserable amando, pues
          no es, ni se puede decir  
             virtud, lo que no es igual, 
          y  miserable no ha habido
          mayor, que el que sólo ha sido
          con su gusto liberal.
             Que hace osados es error,   
          pues nadie contra su fama
          entra en casa de su dama
          que no entre con temor.
             ¡Cuántos cobardes han sido
          de miedo de no perdellas;      
          cuántos, mirando por ellas,
          mil desaires han sufrido!
             Luego, si gusto u honor
          hacen sufrir y callar,
          nadie me podrá negar    
          que hace cobardes amor.
             Pues si privan los sentidos
          los favores o desprecios,
          bien claro está que hace necios,
          puesto que hace divertidos;    
             pues que si se llega a ver
          o desdeñado o celoso
          el hombre más cuidadoso
          de lucir y parecer,
             desde aquel punto se deja   
          descaecer, sin acudir
          al parecer y al lucir,
          y sólo aliña su queja.
             Luego amor en sus cuidados
          hace, con causas mudables,     
          cobardes y miserables,
          necios y desaliñados.
             Y en fin, sea así o no sea así,
          no quiero mozo que ama
          y que, por servir su dama,     
          deje de servirme a mí.
JUAN:        A vuestra sofistería
          nada quiero responder,
          don Alonso, por no hacer
          agravio a la pena mía   
             del amor; y si en su historia
          discurro, temo quedar
          vencido, y no quiero dar
          yo contra mí la victoria.
             A buscaros he venido   
          para consultar con vos
          un pesar; mas viendo, ¡ay Dios!,
          que de mi amor ha nacido,
             le callaré, porque quien
          da a un crïado tal castigo,    
          mal escuchará a un amigo.
ALONSO:   No escuchará sino bien;
             que no es todo uno, don Juan,
          ser vos el enamorado,
          o el bergante de un crïado;    
          que vos sois noble, galán,
             rico discreto y, en fin,
          vuestro es amar y querer;
          mas ¿por qué ha de encarecer
          el amor la gente ruín,  
             y a quién no da enojo y risa
          que haya en el mundo (¡qué errores!)
          quien diga con hambre amores,
          y requiebre sin camisa?
             Y porque sepáis de mí   
          que trato de un mismo modo
          burlas y veras, a todo
          me tenéis, don Juan, aquí.
             Salte allá fuera.
JUAN:                       Dejad
          que me escuche Moscatel,  
          porque a vos os busco y a él.
ALONSO:   Pues, proseguid.
JUAN:                       Escuchad:   
             
             Ya, don Alonso, sabéis
          cuán rendido prisionero
          de la coyunda de amor,    
          el carro tiré de Venus,
          tan fácil victoria suya
          que no sé cuál fue primero,
          querer vencer o vencerme,
          que un tiempo sobró a otro tiempo. 
          Ya sabéis que la disculpa
          de tan noble rendimiento
          fue la beldad soberana,
          fue el soberano sujeto
          de doña Leonor Enríquez,   
          hija del noble don Pedro
          Enríquez, de quien mi padre
          amigo fue muy estrecho.
          Este, pues, milagro hermoso,
          este, pues, prodigio bello     
          es la dicha que conquisto,
          es la gloria que deseo.
          No os digo que venturoso
          amante, ¡ay de mí!, merezco
          favores suyos, que fuera  
          descortés atrevimiento
          que los merezco decir;
          que aunque es verdad que los tengo,
          tenerlos es una cosa,
          y otra cosa merecerlos.   
          Y así, que los tengo, digo;
          que los merezco, no puedo;
          que es conseguir lo imposible
          dicha, y no merecimiento.
          Con este engaño, llevado     
          en las alas del deseo,
          lisonjeado de la noche,
          aplaudido del silencio,
          festejado de las sombras,
          a quien más favores debo     
          que al sol, que a luz, que al día,
          vivo de saber que muero,
          hasta que más declarado
          pueda a rostro descubierto
          pedirla a su noble padre,      
          de quien no dudo ni temo
          que me la dé, porque iguales
          haciendas y nacimientos,
          no hay que esperar, donde amor
          tiene hechos los conciertos.   
          La causa de no pedirla
          y casarme desde luego
          con ella, es (aquí entra agora
          la pensión de este contento,
          el subsidio de esta dicha,     
          y el azar de aqueste encuentro)
          tener Leonor una hermana
          mayor, y como no es cuerdo
          discurso querer que case
          a la segunda primero,     
          no me declaro con él,
          porque si a pedirle llego
          alguna de sus dos hijas
          (que claro está que no tengo
          de decir a la que adoro),      
          por ser la mayor, es cierto
          que me ha de dar a Beatriz;
          y si digo que no quiero
          sino a Leonor, es hacer
          sospechoso mi deseo,      
          despertando la malicia
          que hoy yace en profundo sueño,
          y quizá perder la entrada
          que agora en su casa tengo,
          si no es ya que está perdida      
          con el más triste suceso
          de amor, que me pasó anoche,
          pues la pena con que vengo
          buscándoos...  Oídme, que aquí
          os he menester atento.    
          Beatriz, de Leonor hermana,
          es el más raro sujeto
          que vio Madrid, porque en él,
          siendo bellísima, y siendo
          entendida, están echados     
          a perder, por los extremos
          de una extraña condición,
          belleza y entendimiento.
          Es doña Beatriz tan vana
          de su persona, que creo   
          que en su vida a ningún hombre
          miró a la cara, teniendo
          por cierto que allí no hay más
          que verle ella y caerse muerto;
          de su ingenio es tan amante    
          que, por galantear su ingenio,
          estudió latinidad
          e hizo en castellano versos;
          tan afectada en vestirse
          que en todos los usos nuevos   
          entra, y de ninguno sale.
          Cada día por lo menos
          se riza dos o tres veces,
          y ninguna a su contento.
          Los melindres de Belisa,  
          que fingió con tanto acierto
          Lope de Vega, con ella
          son melindres muy pequeños;
          y con ser tan enfadosa
          en estas cosas, no es esto     
          lo peor, sino es hablar
          con tan estudiado afecto
          que critica impertinente
          varios poetas leyendo;
          no habla palabra jamás  
          sin frase y sin rodeos;
          tanto que ninguno puede
          entenderla sin comento.
          La lisonja y el aplauso
          que la dan algunos necios,     
          tan soberbia, tan ufana
          la tienen que, en un desprecio
          de la deidad del amor,
          comunera es de su imperio.
          Este tema a todas horas,  
          este enfado a todos tiempos
          aborrecible la hacen
          tanto, que no hay dos opuestos
          tan contrarios como son
          las dos hermanas, haciendo     
          por instantes el estrado
          la campaña de su duelo.
          Ha dado, pues (yo no sé
          si es necia envidia o si celo),
          en asistir a Leonor,      
          de suerte que no hay momento  
          que no ande al alcance suyo,
          sus acciones inquiriendo
          tanto que al sol de sus ojos
          es la sombra de su cuerpo.     
          Anoche, pues, en su calle
          entré embozado y secreto,
          y, haciendo al balcón la seña
          donde hablar con Leonor suelo,
          la ventana abrió Leonor,     
          y yo a la ocasión atento
          llegué a hablarla; pero apenas
          la voz explicó el concepto
          que estudiado y no sabido
          no me cabía en el pecho,         
          cuando tras ella Beatriz
          salió, y con notable estruendo
          la quitó de la ventana,
          dos mil locuras diciendo,
          que si yo entendí el estilo  
          con que las dijo, sospecho
          que fueron que ella a su padre
          diría el atrevimiento. 
          No sé si me conoció,
          y así cuidadoso temo    
          el saber o no saber
          en qué ha parado el suceso,
          por cuya causa no voy
          a visitarle, temiendo
          su enojo; pero tampoco    
          a dejar de ir me resuelvo,
          porque si acaso ha llegado
          a su noticia mi intento,
          la vida del dueño mío
          no dudo que corra riesgo.      
          Y así, porque en irme o estarme
          hay peligro, elijo un medio,
          que es enviar este papel
          disimulado y secreto,
          que aun no va de letra mía,  
          para cuyo efecto quiero
          a Moscatel que le lleve,
          valiéndose de su ingenio,
          y se la dé a Inés, crïada
          de Leonor, porque no siendo    
          conocido por crïado
          mío, no hay que tener miedo.
          Y así que le deis licencia,
          don Alonso, es lo que os ruego,
          y que conmigo en la calle      
          os halléis, porque si llego
          a saber que está Leonor
          en peligro, estoy resuelto
          a sacarla de su casa
          aunque todo el mundo entero    
          lo estorbe; y para esta acción
          he elegido el valor vuestro.
          Mi amigo sois, don Alonso,
          y bien conocido tengo
          que las burlas del buen gusto  
          son las veras del acero.
          No como amante os obligo,
          no como amigo os pretendo;
          como caballero, sí,
          pues basta ser caballero  
          para que a un hombre valgáis
          que está a vuestras plantas puesto.
ALONSO:   Moscatel, ese papel
          toma; en casa de don Pedro
          Enríquez, con la invención      
          que te ofreciere tu ingenio,
          entra, y dale a esa crïada
          que ha dicho don Juan.
JUAN:                        ¿Tan presto
          lo dispones?
ALONSO:                  Si ha de ser,
          ¿cuánto es mejor que sea luego?   
          Toma el papel; con nosotros
          ven.
MOSCATEL:      (Aunque aquí temer puedo  Aparte
          el peligro, pues Inés
          --que es de mis sentidos dueño--
          es la que voy a buscar,   
          amor me dé atrevimiento.
ALONSO:   Guiad agora hacia la calle.
JUAN:     (¡Qué amigo tan verdadero!)    Aparte
ALONSO:   (¡Qué amores tan enfadosos!)   Aparte
          "Sí me oyeron, no me oyeron."     
          ¡Bien haya yo, que en mi vida
          he enamorado con riesgo,
          sino dama a todo trance,
          sino moza a todo ruedo,
          que a la primera visita   
          llamo recio y hablo recio!
          Y el haber en mí o no haber
          o temor o atrevimiento
          no consiste en más razón
          que haber o no haber dinero.   

 
             Vanse por una puerta y salen por otra 
 
JUAN:     Ésta es la calle.  Porque
          no nos vean, estaremos
          en algún portal mejor.
 
Salen don LUIS y don DIEGO, y pasan quitándose los sombreros
ALONSO: Decís bien; mas ¿quién son éstos que parece que la casa de Leonor miran atentos? JUAN: Éste es un don Luis Osorio, a quien muy continuo veo en la calle aquestos días, y ha dado, ¡viven los cielos!, en cansarme. ALONSO: Pues ¿hay más de que también le cansemos nosotros a él? JUAN: Dejadle, que no es de estas cosas tiempo. Pasemos de largo, y no demos qué decir. ALONSO: Pasemos, aunque con tantas figuras pueda ser hombre. Vanse don LUIS y don DIEGO JUAN: [a MOSCATEL] Tú luego darás la vuelta, y darás el papel a Inés. MOSCATEL: Me temo... JUAN: No hay qué temer, que aquí estamos a la vista. Éntrate presto.
Vanse don JUAN, MOSCATEL, y don ALONSO, y salen don LUIS y don DIEGO por la otra puerta, mirando a las ventanas
LUIS: Ésta es la capaz esfera, éste el abreviado cielo de la más bella deidad y del planeta más bello que vio el sol desde que nace en joven golfo de fuego hasta que abrasado muere en cana hoguera de hielo; y con ser tal su hermosura, en ella ha sido lo menos, porque pudiera ser fea en fe de su entendimiento. DIEGO: Y en fin, ¿mujer tan discreta servís para casamiento? LUIS: Por conveniencia y amor la sirvo y la galanteo, para cuyo efecto ya han de tratarlo mis deudos. DIEGO: Pues no sé si lo acertáis. LUIS: ¿Por qué no, si en ella veo virtud, hacienda y nobleza, gran beldad y gran ingenio? DIEGO: Porque el ingenio la sobra; que yo no quisiera, es cierto, que supiera más que yo mi mujer, sino antes menos. LUIS: Pues ¿cuándo el saber es malo? DIEGO: Cuando fue el saber sin tiempo. Sepa una mujer hilar, coser y echar un remiendo, que no ha menester saber gramática, ni hacer versos. LUIS: No es ejercicio culpable donde es tan noble el exceso que no tiene inconveniente. DIEGO: Ni yo que le tenga pienso, pues antes sé lo contrario del rigor y del desprecio con que os trata. LUIS: Ese desdén adoro. La vuelta demos a la calle; no otra vez pasen esos caballeros que ya miro con cuidado. DIEGO: Vamos, pues. LUIS: ¡Hermoso centro de la ingratitud que adoro! Presto a tus umbrales vuelvo, porque el galán que en la calle de su dama a todos tiempos no vive, violento vive, bien como vive violento el pez fuera de las ondas, el ave fuera del viento, fuera de la tierra el bruto, el rayo fuera del fuego, la flor fuera de la rama, la voz, fuera del aliento, fuera del alma la vida, y el alma fuera del cielo. Vanse, y salen LEONOR e INÉS, criada LEONOR: ¿Está mi hermana vestida? INÉS: Tocándose ahora quedó, y por no pudrirme yo de ver cuán desvanecida pide uno y otro consejo, a su espejo la dejé. LEONOR: ¡Qué necio con ella fue, a todas horas, su espejo! INÉS: ¿Cómo necio? LEONOR: ¿No lo es quien a gusto en un pesar no sabe un consejo dar a quien se le pide, Inés? Pues si Beatriz le ha pedido mil consejos cada día, y a tan continua porfía nunca a gusto ha respondido, muy necio es. INÉS: Ahora reparo la causa. LEONOR: ¿Cuál puede ser? INÉS: No se deben de entender, porque ella habla culto, él claro; y así se están todo el día porfiando los dos. LEONOR: ¡Quién fuera tan feliz que no tuviera más cuidado! ¡Ay, Inés mía, con cuánto temor estoy de que aquestas melindrosa, esta crítica enfadosa, a mi padre cuente hoy lo que anoche me escuchó al balcón hablar! INÉS: Supuesto que haber salido hoy tan presto mi señor de casa, dio lugar para prevenir el lance, y que no ha tenido tiempo de haberlo sabido, procuremos desmentir su malicia con alguna invención. LEONOR: Ya he imaginado y digo que no he hallado a propósito ninguna, porque ¿cómo la he de hallar, si ella misma quién vio, fue, a don Juan? INÉS: Lo que se ve es lo que se ha de negar, con brío y con desenfado, procurando deshacerlo; lo que no llegan a verlo, señor, se está negado. LEONOR: El medio ¡ay de mí! mejor que me ofrece el pensamiento es, Inés, con rendimiento, dueño hacerla de mi amor, de mi empleo y mi esperanza, pues es hacer en efeto puerta de hierro a un secreto el hacer de él confïanza. INÉS: Y eso es lo que sucedió a un galán que enamoraba una dama donde estaba un clérigo que los vio. El clérigo no tenía en materia del callar buena fama en el lugar y viendo el riesgo que había de que a todos lo dijese, haciendo del ladrón fiel, se fue a confesar con él porque hablarlo no pudiese. LEONOR: Eso mismo intento yo. INÉS: Sí, pero esta santa liga a los clérigos obliga pero a las clérigas, no. LEONOR: Pues, ¿qué he de hacer, ¡ay de mí! Inés, si esta industria sola es la que me queda? Sale BEATRIZ con un espejo, mirándose en él BEATRIZ: ¡Hola! ¿No hay una fámula aquí? INÉS: ¿Qué es lo que mandas? BEATRIZ: Que abstraigas de mi diestra liberal este hechizo de cristal y las quirotecas traigas. INÉS: ¿Qué son quirotecas? BEATRIZ: ¿Qué? Los guantes. ¡Que haya de hablar por fuerza en frase vulgar! INÉS: Para otra vez lo sabré. Ya están aquí. BEATRIZ: ¡Cuánto lidio con la ignorancia que hay! ¡Hola Inés! INÉS: ¿Señora? BEATRIZ: Tray de mi biblioteca a Ovidio, no el Metamorfosis, no, ni el Arte amandi, pedí, el Remedio amoris, sí, que ése le investigo yo. INÉS: Pues ¿cómo he de conocer libro, si es que eso has pedido, si aun el cartel no he sabido de una comedia leer? BEATRIZ: Oscura, idiota y lega, ¿no te medra cada día la concomitancia mía? LEONOR: (Agora mi papel llega). Aparte Hermana... BEATRIZ: ¿Quién me habla así? LEONOR: Quien a tus pies obediente viene a arrojarse. BEATRIZ: Deténte; no te apropincues a mí, que empañarás el candor de mi castísimo bulto, y profanarás el culto de las aras de mi honor; porque mujer que fïó del caos de la sombra fría y, en descrédito del día, nocturno amor aceptó, no mirar consiga atento mi semblante a voz profana, pues víbora será humana que con su, inficione, aliento. LEONOR: Beatriz discreta y hermosa, mi hermana eres. BEATRIZ: Eso no, que tener no puedo yo hermana libidinosa. LEONOR: ¿Qué es libidinosa, hermana? BEATRIZ: Una hermana que al farol trémulo, virrey del sol, osa abrir una ventana, y, susurrando por ella a voz media y labio entero, da qué decir a un lucero, da qué callar a una estrella. Pero yo minoraré el escándalo que has hecho, diciendo al paterno pecho sacrilegios de tu fe. Un devoto anoche vi... LEONOR: ¿Y conocístele? BEATRIZ: No, ni pudo ser, porque yo, ¿Qué másculo conocí? LEONOR: Pues yo te quiero decir quién era, y con el intento que me habló. BEATRIZ: ¡Qué atrevimiento! ¿Tal insulto había de oír? LEONOR: Pues aunque oírlo no quieras, lo has de oír, porque también no está a mi decoro bien que tú con locas quimeras te persuadas a que ha sido liviandad lo que honor fue. BEATRIZ: ¿Honor? LEONOR: Oye. BEATRIZ: No daré direto a tu voz mi oído. LEONOR: Pues direto o no direto, todo has de escucharlo ya. BEATRIZ: Oído por fuera, será clandestino tu secreto, y no puedo error tan mucho cometer. LEONOR: Si hablando estoy... BEATRIZ: Aspid al conjuro soy; no lo escucho, no lo escucho. Vase BEATRIZ LEONOR: ¡Oye!... Mas ¿quién ahí ha entrado? INÉS: A mi señor buscar. LEONOR: Mira quién es, mientras va mi desdicha y mi cuidado siguiendo una fiera. Vase LEONOR y sale MOSCATEL MOSCATEL: (Amor, Aparte ¡qué cobarde eres conmigo, pues aun no valen contigo las leyes de embajador!) INÉS: ¿Es posible que has tenido, Moscatel, atrevimiento de entrar hasta este aposento? MOSCATEL: Sin saber qué me ha movido a haber entrado hasta aquí, rigor es anticipado... INÉS: Pues ¿no basta haber entrado? MOSCATEL: Sí y no. INÉS: Pues ¿cómo no y sí? MOSCATEL: No, pues no sabes a qué; sí, pues enojada estás; no, pues presto lo sabrás; sí, pues tarde lo diré; y aunque pude haber venido de tu hermosura llamado, traído de mi cuidado y del tuyo distraído, a darte aqueste papel vengo, que don Juan me envía, ya que a mi cuidado fía lo que a Leonor dice en él; que por no ser conocido por crïado suyo yo, con el papel me envió si ya la causa no ha sido conocer de mi dolor, saber de mi mal severo, que de amor no es buen tercero el que no sabe de amor. INÉS: Pues di que el papel me diste y que a Leonor le daré; y vete presto, porque temerosa, ¡ay de mí triste!, de que Beatriz... MOSCATEL: Yo me iré; que aunque adoro tu presencia, las leyes de tu obediencia tan constante observaré que a precio de su rigor compraré el desprecio mío, y a costa de tu desvío mereceré tu favor. INÉS: Bien pudiera responderte que tan ingrata no he sido como te habré parecido; pero tiéneme de suerte el temor de verte aquí que dejo para después la respuesta. Vete pues, que tiempo... Mas ¡ay de mí!, mi señor por la escalera sube. Aquí no me ha de hallar, viéndote conmigo hablar. Vase corriendo INÉS, y sale don PEDRO, viejo MOSCATEL: Oye, aguarda, escucha, espera. PEDRO: ¿Quién ha de esperar y oír? ¿Quién aguardar y escuchar? MOSCATEL: Quien me tuviere que hablar o yo tenga que decir. PEDRO: ¿Qué hacéis aquí? MOSCATEL: ¿Qué he de hacer? ¿Ya vos no lo estáis mirando? PEDRO: ¿Qué no habláis? MOSCATEL: Estoy pensando lo que os he de responder. PEDRO: ¿Qué buscáis? MOSCATEL: ¡Que aquesto pase! A quien sea mi homicida. PEDRO: ¿Por qué? MOSCATEL: Porque yo en mi vida hallé cosa que buscase. PEDRO: ¿Quién sois? MOSCATEL: Habéis preguntado en propios términos hoy. Un crïado honrado soy, si hay un honrado crïado. PEDRO: ¿A quién servís? MOSCATEL: No serví, aunque crïado me llamo. PEDRO: ¿Cómo no? MOSCATEL: Como mi amo es el que me sirve a mí. PEDRO: Ya es mucha bellaquería hablarme de esa manera, y ya más plazo no espera la justa cólera mía. MOSCATEL: (Malo va esto, ¡vive Dios! Aparte Si me da con algo aquí, ¡miren qué se me da a mí que en la calle estén los dos!) PEDRO: Quién sois me habéis de decir, qué queréis y qué buscáis, y a qué en esta casa entráis, o en ella habéis de morir a mis manos. MOSCATEL: Si firmado habéis la sentencia ciego con "ejecútese luego," yo soy Moscatel, crïado de un don Alonso de Luna. Salen al paño don JUAN y don ALONSO JUAN: Pues está allí Moscatel, y vimos entrar tras él a don Pedro, mi fortuna no espera más. ALONSO: Yo dispuesto a cuanto suceda estoy. A tomar la puerta voy. PEDRO: Proseguid. Llega don JUAN JUAN: Señor, ¿qué es esto? MOSCATEL: Eso sí. PEDRO: (Forzoso es ya Aparte reportarme). Este hombre hallé aquí. Qué busca, no sé. JUAN: ¿No? Pues él nos lo dirá, o a aqueste acero rendido morirá. MOSCATEL: ¡Bueno! [a MOSCATEL] JUAN: (Algo di, Moscatel, que importa así. MOSCATEL: (¡Buen socorro me ha venido!) Aparte Un hombre busco, y no hallando nadie que me respondiera, de escalera en escalera me fui poco a poco entrando, sin ver a quién preguntar; hasta esta parte llegué, donde una doncella hallé (la verdad en su lugar); Aparte pensando que era ladrón, huyó de mí, y a ella era el "escucha, aguarda, espera." JUAN: Bien puede tener razón. PEDRO: (Aunque no estoy satisfecho Aparte de que me diga verdad, fuera necia liviandad de mi espada y de mi pecho saber don Juan que he tenido otra sospecha; y así fingir me conviene aquí que su disculpa he creído, porque menos recatado le pueda después seguir, saber quién es, y salir de una vez de este cuidado). Pues, si venís a buscar un hombre, ¿por qué os turbó el verme a mí? MOSCATEL: Porque yo soy muy fácil de turbar. JUAN: Ea, id con Dios. MOSCATEL: Que a los dos guarde. [a MOSCATEL] JUAN: A don Alonso di que se quite luego de ahí. Vase MOSCATEL PEDRO: Don Juan, luego vuelvo. Adiós. JUAN: ¿Dónde vais? PEDRO: Vuelvo a buscar unas cartas que perdí. JUAN: No habéis de salir de aquí, u os tengo de acompañar. PEDRO: (Algo, sin duda, ha entendido de mi enojo; fuerza es deslumbrarle). Venid pues. JUAN: (Bien hasta aquí ha sucedido, pues sin sospechar en mí, asistirle a todo puedo). Vanse. Salen INÉS, y luego LEONOR INÉS: Confusa de mirar quedo lo que ha sucedido aquí. Informarse tan severo, cobrarse tan recatado, hablar con él tan pesado, y seguirle tan ligero muchos efectos han sido. No sé qué ha de suceder. [Entrando LEONOR dice a BEATRIZ dentro] LEONOR: ¡Válgate Dios por mujer! ¡Qué temeraria has nacido! INÉS: Señora, ¿qué te ha pasado; que tan colérica vienes? LEONOR: Que no me escuchó Beatriz porque ha estado impertinente, con más soberbia que nunca, tan cansada como siempre. Dice que dirá a mi padre el suceso. INÉS: Cuando vienen los pesares, nunca, ¡ay triste!, vienen solos, pues de suerte se eslabonan unos de otros que, enredándose crüeles, es víspera del segundo el primero que sucede. Aquel hombre que dejaste aquí, para que supiese yo quién era, te buscaba a ti, señora, con este papel; que don Juan no quiso, por el riesgo, que viniese crïado suyo. El papel me dio apenas, cuando quiere el cielo que entre tu padre y que con el hombre encuentre. Llegó al empeño don Juan, e hizo que el hombre le diese no sé qué necias disculpas; pero aunque quiso prudente disimular mi señor, no pudo, y tras él se vuelve. LEONOR: ¡Qué bien dicen que los males son, si hay uno, como el fénix, pues es cuna en que uno nace la tumba donde otro muere Dame el papel, porque quiero al instante responderle a don Juan en el peligro que estoy. INéS: No le guardes, léele, que quizá advertirá algo que en tu cuidado aproveche. LEONOR: Dices bien; abrirle quiero, que nada en esto se pierde. Lee "¡Qué mal podré hermoso dueño, decirte ni encarecerte...!" INÉS: Tu hermana viene. LEONOR: ¡Ay de mí! Sale BEATRIZ BEATRIZ: ¿Qué misivo idioma es éste que ajado ocultas? LEONOR: ¿Yo? BEATRIZ: Sí. LEONOR: No entiendo lo que me quieres decir. BEATRIZ: Con vulgar disculpa me has obstinado dos veces. Ese manchado papel en quien cifró líneas breves cálamo ansarino, dando cornerino vaso débil el etíope licor, ver tengo. LEONOR: En vano pretendes ver el papel, porque fuera también ser necia dos veces no querer saber de mí cuando de oírme te ofendes lo que yo quiero decir, y querer saber aleve lo que pretendo callarte. BEATRIZ: Mi fraternidad no atiende a tu lengua, sí a tu acción, porque aquélla mentir puede y ésta ha de decir verdad; y así, en la ocasión urgente, si oír lo que quieres no quiero, saber sí lo que no quieres. LEONOR: ¿De qué suerte, si no quiero, lo has de saber? BEATRIZ: De esta suerte. Ásela el papel y porfían las dos Suelta la epístola. INÉS: (No es Aparte sino evangelio). LEONOR: Aunque intentes por fuerza verle, tirana, poco podré o no has de verle. BEATRIZ: Deja el papel.
Sale don PEDRO y ellas lo rompen y se quedan cada una con su pedazo
PEDRO: ¿Qué papel es? ¿Por qué reñís, aleves? INÉS: (Cayóse la casa, como Aparte dice el fullero que pierde). PEDRO: Suelta este pedazo tú, y tú suelta este otro. LEONOR: (Déme Aparte ingenio, Amor). BEATRIZ: El que abstraes fragmento a mi mano débil te referirá baldones que tu pundonor padece. LEONOR: El papel, señor, que miras, yo no sé lo que contiene; y pues que Beatriz lo sabe, ¿quién duda que suyo fuese? Leyéndole estaba cuando llegué... BEATRIZ: ¿Yo? PEDRO: ¡Calla! LEONOR: Y sin verme, llegando con tal cuidado (que me le puso de verle), quise quitársele, y ella me le defendió. No pienses que fue atrevimiento en mí, que después que sé que tiene Beatriz quien la escriba, y quien la hable de noche por ese balcón, mi virtud me ha dado disculpas para atreverme, aunque soy menor hermana, a tratarla de esta suerte. INÉS: (De mano gana Leonor Aparte cuando un mismo punto tienen...) PEDRO: ¡Por cierto, Beatriz!... BEATRIZ: Ignoro, atónita, responderte, que me construyó su acento estatua de fuego y nieve, porque cuanto me acumula delito es suyo in especie. LEONOR: Pues ¿aquí no estaba Inés, que decir la verdad puede? BEATRIZ: Pues ¿Inés no estaba aquí que dirá lo que sucede? INÉS: Yo soy en fin la presencia de todo el hecho presente. PEDRO: (¡Ay de mí!, que combatido Aparte de uno y otro mal tan fuerte, ambos me están mal, pues ambos armados contra mí vienen; que al averiguar (¡ay triste!) cúya es la culpa evidente, no es excusarme la pena, pues cuando a saberla llegue, tan sitiado mi dolor, tan acosado mi suerte, tan cercado mi desdicha en este lance me tiene, que habiendo (¡cielo!) que habiendo de morir precisamente quién me da muerte sabré, mas no excusaré la muerte). Vete tú, Beatriz, de aquí; y tú, Leonor, de aquí vete. BEATRIZ: Señor, yo... PEDRO: Nada digáis. LEONOR: (Quiera Amor que no confiese Aparte el papel lo que yo niego). BEATRIZ: Tú, mentil hermana tienes la culpa de todo. Vanse LEONOR y BEATRIZ PEDRO: Inés. INÉS: (Aquí entro agora). Aparte PEDRO: Deténte. INÉS: (Honor, con quien vengo, vengo). PEDRO: Pues sola el testigo eres, ¿quién leía el papel? INéS: (Yo ni quito ni pongo leyes, pero hago lo que debo). PEDRO: ¿Qué es lo que dudas? ¿Qué temes? INÉS: (El oficio de críada es ayudar a quien miente). Señor, poco antes que tú llegué yo, sin que pudiese de la acción, ni de las voces saber cúyo el papel fuese. Ésta es la verdad, so cargo del juramento que tiene hecho cualquiera crïada en el pleito que refieres. PEDRO: (¿Aun este pequeño alivio Aparte del desengaño, no quiere darme el dolor?) Vete, Inés. INÉS: (¡Viva a toda ley quien vence!) Aparte Vase INÉS PEDRO: Que el papel confesará cuanto tú y ellas me nieguen. Juntar quiero los pedazos de esta víbora, esta sierpe, que dividido el veneno en dos mitades contiene. Lee "¡Qué mal podré, hermoso dueño, decirte ni encarecerte el cuidado con que estoy de que anoche nos oyese tu hermana! Avisarme al punto que a tu padre se lo cuente, para que te ponga en salvo." A entrambas a dos conviene el papel, para que sea hoy mi desdicha más fuerte, pues si supiera de una que con liviandad procede, supiera también de otra la virtud, y de esta suerte templado estuviera el daño; mas para que no se temple, quiere el cielo que a ninguna crea, y que en las dos sospeche. Hallar un crïado aquí, turbarse (¡ay de mí!) de verme, llegar don Juan, y dejarle, salir tras él, y perderle, volver a casa y hallar la confusión que me vence, cosas son que han menester atenciones más prudentes. Y así, pues sé que el crïado es, si su temor no miente, de don Alonso de Luna, saber quién es me conviene, y atender a sus acciones; y hasta que a mis manos llegue o desengaño o venganza, ¡valedme, cielos, valedme! Vase don PEDRO

FIN DEL PRIMER ACTO

No hay burlas con el amor, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Dec 2002