LA DAMA DUENDE

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en la edición príncipe de LA DAMA DUENDE en la PRIMERA PARTE DE COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA (Madrid: María de Quiñones, 1636). La edición presente fue preparada por Vern Williamsen para ser presentada aquí en 1996.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don MANUEL y COSME, de camino
MANUEL: Por un hora no llegamos a tiempo de ver las fiestas con que Madrid generosa hoy el bautismo celebra del primero Baltasar. COSME: Como ésas, cosas se aciertan o se yerran por un hora: Por una hora que fuera antes Píramo a la fuente, no hallara a su Tisbe muerta y las moras no mancharan porque dicen los poetas que con arrope de moras se escribió aquella tragedia. Por una hora que tardara Tarquino, hallara a Lucrecia recogida con lo cual los autores no anduvieran, sin ser vicarios, llevando a salas de competencias la causa, sobre saber si hizo fuerza o no hizo fuerza. Por una hora que pensara si era bien hecho o no era echarse Hero de la torre, no se echara, es cosa cierta, con que se hubiera excusado al doctor Mira de Amescua de haber dado a los teatros tan bien escrita comedia, y haberla representado Amarilis tan de veras que volatín del carnal --si otros son de la cuaresma-- sacó más de alguna vez las manos en la cabeza. Y puesto que hemos perdido por una hora tan gran fiesta, no por una hora perdamos la posada, que si llega tarde Abindarraez, es ley que haya de quedarse fuera; y estoy rabiando por ver este amigo que te espera como si fueras galán al uso con cama y mesa, sin saber cómo o por dónde tan grande dicha nos venga. Pues, sin ser los dos torneos, hoy a los dos nos sustenta. MANUEL: Don Juan de Toledo es, Cosme, el hombre que más profesa mi amistad, siendo los dos envidia ya que no afrenta de cuantos la antigüedad por tantos siglos celebra. Los dos estudiamos juntos y, pasando de las letras a las armas, los dos fuimos camaradas en la guerra en las de Piamonte. Cuando el señor duque de Feria con la jineta me honró, le di, Cosme, mi bandera. Fue mi alférez y después, sacando de una refriega una penetrante herida, le curé en mi cama mesma. La vida, después de Dios, me debe. Dejo las deudas de menores intereses; que entre nobles es bajeza referirlas. Pues pos eso pintó la docta academia al galardón una dama rica y las espaldas vueltas, dando a entender que, en haciendo el beneficio, es discreta acción olvidarse de él; que no le hace el que le acuerda. En fin, don Juan, obligado de amistades y finezas, viendo que su majestad con este gobierno premia mis servicios y que vengo de paso a la corte, intenta hoy hospedarme en su casa por pagarme con las mesmas. Y, aunque a Burgos me escribió de casa y calle las señas, no quise andar preguntando a caballo dónde era, y así dejé en la posada las mulas y las maletas. Yendo hacia donde me dice, vi las galas y libreas, e, informado de la causa, quise, aunque de paso, verlas. Llegamos tarde en efecto, porque...
Salen doña ÁNGELA e ISABEL, en corto tapadas
ÁNGELA: Si como lo muestra el traje, sois caballero de obligaciones y prendas, amparad a una mujer, que a valerse de vos llega. Honor y vida me importa que aquel hidalgo no sepa quién soy y que no me siga. Estorbad, por vida vuestra, a una mujer principal, una desdicha, una afrenta, que podrá ser que algún día... ¡Adiós, adiós; que voy muerta!
Vase
COSME: ¿Es dama? ¿O es torbellino? MANUEL: ¿Hay tal suceso? COSME: ¿Qué piensas hacer? MANUEL: ¿Eso preguntas? ¿Cómo puede mi nobleza excusarse de excusar una desdicha, una afrenta? Que según muestra, sin duda, es su marido. COSME: ¿Y qué intentas? MANUEL: Detenerle con alguna industria. Mas si con ella no puedo, será forzoso el valerme de la fuerza sin que él entienda la causa. COSME: Si industria buscas, espera; que a mi fe me ofrece una. Esta carta, que encomienda es de un amigo, me valga.
Salen don LUIS y RODRIGO, su criado
LUIS: Yo tengo de conocerla, no más de por el cuidado con que de mi se recela. RODRIGO: Síguela, y sabrás quién es.
Llega COSME, y retírase don MANUEL
COSME: Señor, aunque con vergüenza llego, vuesarced me haga tan gran merced que me lea a quién esta carta dice. LUIS: No voy agora con flema.
Detiénele
COSME: Pues si flema sólo os falta, yo tengo cantidad de ella, y podré partir con vos. LUIS: Apartad. MANUEL: (¡Oh, qué derecha Aparte es la calle. Aún no se pierde de vista.) COSME: Por vida vuestra. LUIS: Vive Dios, que sois pesado, y os romperé la cabeza si mucho me hacéis. COSME: Por eso os haré poco. LUIS: Paciencia me falta para sufriros. Apartad de aquí.
Rempújale
MANUEL: (Ya es fuerza Aparte llegar. Acabe el valor lo que empezó la cautela.)
Llega
Caballero, ese criado es mío, y no sé qué pueda haberos hoy ofendido para que de esa manera le atropelléis. LUIS: No respondo a la duda o a la queja porque nunca satisfice a nadie. Adiós. MANUEL: Si tuviera necesidad mi valor de satisfacciones, crea vuestra arrogancia de mí que no me fuera sin ella. Preguntar en qué os ofende [.................. -e-a] merece más cortesía y, pues la corte la enseña, no la pongáis en mal nombre aunque un forastero venga a enseñarla a los que tienen obligación de saberla. LUIS: ¡Quién pensare que no puedo enseñarla yo... MANUEL: La lengua suspended y hable el acero.
Sacan las espadas
LUIS: Decís bien. COSME: ¡Oh, quién tuviera gana de reñir! RODRIGO: Sacad la espada vos. COSME: Es doncella y sin cédula o palabra. No puedo sacarla.
Salen doña BEATRIZ, teniendo a don JUAN, y CLARA, criada y gente
JUAN: Suelta, Beatriz. BEATRIZ: No has de ir. JUAN: Mira que es con mi hermano la pendencia. BEATRIZ: ¡Ay de mí, triste! JUAN: A tu lado estoy. LUIS: Don Juan, tente. Espera; que más que a darme valor a hacerme cobarde llegas. Caballero forastero, quien no excusó la pendencia solo, estando acompañado bien se ve, que no la deja de cobarde. Idos con Dios; que no sabe mi nobleza reñir mal, y más con quien tanto brío y valor muestra. Idos con Dios. MANUEL: Yo os estimo bizarría y gentileza; pero si de mí por dicha algún escrúpulo os queda, me hallaréis donde quisiereis. LUIS: Norabuena MANUEL: Norabuena. JUAN: ¿Qué es lo que miro y escucho? ¿Don Manuel? MANUEL: ¿Don Juan? JUAN: Suspensa el alma no determina qué hacer cuando considera un hermano y un amigo, que es lo mismo, en diferencia tal, y hasta saber la causa, dudaré. LUIS: La causa es ésta. Volver por ese crïado este caballero intenta, que necio me ocasionó a hablarle mal. Todo cesa con esto. JUAN: Pues, siendo así cortés, ¿me darás licencia para que llegue a abrazarte? El noble huésped que espera nuestra casa es el señor don Manuel, hermano. Llega; que dos que han reñido iguales, desde aquel instante quedan más amigos pues ya hicieron de su valor experiencia. Daos los brazos. MANUEL: Primero que a vos os los dé, me lleva el valor que he visto en él a que al servicio me ofrezca del señor don Luis. LUIS: Yo soy vuestro amigo, y ya me pesa de no haberos conocido, pues vuestro valor pudiera haberme informado. MANUEL: El vuestro, escarmentado, me deja una herida en esta mano LUIS: [¡Por mi vida!] ¡Más quisiera tenerla mil veces yo! COSME: ¡Qué cortesana pendencia! JUAN: ¿Herida? Vení a curaros. Tú, don Luis, aquí te queda hasta que tome su coche doña Beatriz que me espera, y de esta descortesía me disculparás con ella. Venid, señor, a mi casa --mejor dijera a la vuestra-- donde os curéis. MANUEL: Que no es nada. JUAN: Venid presto. MANUEL: (¡Qué tristeza Aparte me ha dado que me reciba con sangre Madrid!) LUIS: (¡Qué pena Aparte tengo de no haber podido saber qué dama era aquella!) COSME: (¡Qué bien merecido tiene Aparte mi amor lo que se lleva porque no se meta a ser don Quijote de la legua!)
Vanse los tres, y llega don LUIS [a] doña BEATRIZ que está aparte
LUIS: Ya la tormenta pasó. Otra vez, señora, vuelva a restituír las flores que agora marchita y seca de vuestra hermosura el hielo de un desmayo. BEATRIZ: ¿Dónde queda don Juan? LUIS: Que le perdonéis os pide, porque le llevan forzosas obligaciones, y el cuidar con diligencia de la salud de un amigo que va herido. BEATRIZ: ¡Ay de mí! ¡Muerta estoy! ¿Es don Juan? LUIS: Señora, no es don Juan, que no estuviera, estando herido mi hermano, yo con tan grande paciencia. No os asustéis, que no es justo; que sin que él la herida tenga tengamos entre los dos, yo el dolor, y vos la pena... digo dolor, el de veros tan postrada, tan sujeta a un pesar imaginado, que hiere con mayor fuerza. BEATRIZ: Señor don Luis, ya sabéis que estimo vuestras finezas, supuesto que lo merecen por amorosas y vuestras; pero no puedo pagarlas, que eso han de hacer las estrellas, y no hay de lo que no hacen quien las tome residencia. Si lo que menos se halla es hoy lo que más se precia en la corte, agradeced el desengaño, siquiera, por ser cosa que se halla con dificultad en ella. Quedad con Dios.
Vase con su criada
LUIS: Id con Dios. No hay acción que me suceda bien, Rodrigo. Si una dama veo airosa, y conocerla solicito, me detienen un necio y una pendencia que no sé cuál es peor. Si riño y mi hermano llega, es mi enemigo su amigo; si por disculpa me deja de una dama, es una dama que mil pesares me cuesta. De suerte que una tapada me huye, un necio me atormenta, un forastero me mata, y un hermano me le lleva a ser mi huésped a casa y otra dama me desprecia. De mal anda mi fortuna. RODRIGO: Que de todas esas penas que sé la que siente más. LUIS: No sabes. RODRIGO: Que la que llegas a sentir más son los celos de tu hermano y Beatriz bella. LUIS: Engáñaste. RODRIGO: Pues, ¿cuál es? LUIS: Si tengo de hablar de veras --de ti sólo me fïara-- lo que más siento es que sea mi hermano tan poco atento que llevar a casa quiera un hombre mozo, teniendo, Rodrigo, una hermana bella, viuda y moza y, como sabes, tan de secreto que apenas sabe el sol que vive en casa, porque Beatriz, por ser deuda, solamente la visita. RODRIGO: Ya sé que su esposo era administrador en puertos de mar de unas reales rentas, y quedó debiendo al rey grande cantidad de hacienda. Y ella a la corte se vino de secreto donde intenta, escondida y retirada, componer mejor sus deudas. Y esto disculpa a tu hermano pues, si mejor consideras que su estado no le da ni permisión ni licencia de que nadie la visite, y que, aunque su huésped sea don Manuel, no ha de saber que en casa, señor, se encierra tal mujer, ¿qué inconveniente hay en admitirle en ella? Y más, habiendo tenido tal recato y advertencia que para su cuarto ha dado por otra calle la puerta, y la que salía a la casa por desmentir la sospecha de que el cuidado la había cerrado, o porque pudiera con facilidad abrirse otra vez fabricó en ella una alacena de vidrios labrada de tal manera que parece que jamás en tal parte ha habido puerta. LUIS: ¿Ves con lo que me aseguras? Pues con eso mismo intentas darme muerte, pues ya dices que no ha puesto por defensa de su honor más que unos vidrios que al primer golpe se quiebran.
Vanse y salen doña ÁNGELA e ISABEL
ÁNGELA: Vuélveme a dar, Isabel, esas tocas. ¡Pena esquiva! Vuelve a amortajarme viva ya que mi suerte crüel lo quiere así. ISABEL: Toma presto porque, si tu hermano viene y alguna sospecha tiene, no la confirme con esto de hallarte de esta manera que hoy en palacio te vio. ÁNGELA: ¡Válgame el cielo, que yo entre dos paredes muera, donde apenas el sol sabe quien soy! Pues la pena mía en el término del día ni se contiene, ni cabe donde inconstante la luna que aprende influjos de mí, no puede decir "Ya vi que lloraba su fortuna." Donde, en efecto, encerrada, sin libertad he vivido, porque enviudé de un marido, con dos hermanos casada. Y luego delito sea sin que toque en liviandad, depuesta la autoridad ir donde tapada vea un teatro en quien la fama para su aplauso inmortal con acentos de metal a voces de bronce llama. ¡Suerte injusta! ¡Dura estrella! ISABEL: Señora, no tiene duda de que mirándote viuda, tan moza, bizarra y bella, tus hermanos cuidadosos te celen, porque este estado es el más ocasionado a delitos amorosos. Y más en la corte hoy donde se han dado en usar unas viuditas de azahar; que al cielo mil gracias doy cuando en las calles las veo tan honestas, tan fruncidas, tan beatas y aturdidas, y en quedándose en mateo es el mirarlas contento, pues sin toca y devoción faltan más a cualquier son que una pelota de viento. Y este discurso doblado para otro tiempo, señora, como no habemos agora en el forastero hablado a quien tu honor encargaste y tu galán hoy hiciste. ÁNGELA: Parece que me leíste el alma en eso que hablaste. Cuidadosa me ha tenido no por él, sino por mí, porque después cuando oí de las cuchilladas rüido, me puse--mas son quimeras-- Isabel, a imaginar que él había de tomar mi disgusto tan de veras, que había de sacar la espada en mi defensa. Yo fui necia en empeñarle así; mas una mujer turbada, ¿qué mira, o qué considera? ISABEL: Yo no sé si lo estorbó, mas sé que no nos siguió tu hermano más. ÁNGELA: ¡Oye, espera!
Sale don LUIS
LUIS: ¿Ángela? ÁNGELA: Hermano y señor, turbado y confuso vienes. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué tienes? LUIS: Harto tengo, tengo honor. ÁNGELA: (¡Ay de mí! Sin duda es Aparte que don Luis me conoció.) LUIS: Y así siento mucho yo que te estime poco. ÁNGELA: Pues, ¿has tenido algún disgusto? LUIS: Lo peor es, cuando vengo a verte, el disgusto tanto que tuve, Ángela. ISABEL: (¡Otro susto!) Aparte ÁNGELA: Pues yo, ¿n qué te puedo dar, hermano, disgusto? Advierte... LUIS: Tú eres la causa, y el verte... ÁNGELA: (¡Ay de mí!) Aparte LUIS: ...Ángela estimar tan poco, de nuestro hermano. ÁNGELA: (¡Eso sí!) Aparte LUIS: Pues cuando vienes con los disgustos que tienes, cuidados te dé, no en vano. El enojo que tenía, con el huésped me pagó, pues, sin conocerle yo, hoy le [he] herido en profecía. ÁNGELA: Pues, ¿cómo fue? LUIS: Entré en la plaza de palacio, hermano, a pie, hasta el palenque, porque toda la desembaraza de coches, y caballeros la guarda. A un corro me fui de amigos, adonde vi que alegres y lisonjeros los tenía una tapada, a quien todos celebraron lo que dijo, y alabaron de entendida y sazonada. Desde el punto que llegué otra palabra no habló, tanto, que a alguno obligó a preguntarla por qué. ¿Porque yo llegaba había con tanto extremo callado? Todo me puso en cuidado. Miré si la conocía, y no pude, porque ella se puso más en taparse, en esconderse y guardarse. Viendo que no pude vella, seguilla determiné. Ella siempre atrás volvía a ver si yo la seguía cuyo gran cuidado fue espuela de mi cuidado. Yendo de esta suerte, pues, llegó un hidalgo, que es de nuestro huésped crïado a decir que le leyese una carta. Respondí que iba de prisa, y creí que detenerme quisiese con este intento, porque la mujer [le] habló al pasar y tanto dio en porfïar que le dije no sé qué. Llegó en aquella ocasión en defensa del crïado nuestro huésped, muy soldado. Sacamos, en conclusión, las espadas. Todo es esto pero más pudiera ser. ÁNGELA: Miren la mala mujer en qué ocasión te había puesto; que hay mujeres tramoyeras. Pondré que no conocía quién eras, y que lo hacía solo porque la siguieras. Por eso estoy harta yo de decir--si bien te acuerdas-- que mires que no te pierdas por mujercillas que no saben más que aventurar los hombres. LUIS: ¿En qué has pasado la tarde? ÁNGELA: En casa me he estado entretenida en llorar. LUIS: ¿Hate nuestro hermano visto? ÁNGELA: Desde esta mañana, no ha entrado aquí. LUIS: ¡Qué mal yo estos descuidos resisto! ÁNGELA: Pues deja los sentimientos; que al fin sufrirle es mejor; que es nuestro hermano mayor y comemos de alimentos. LUIS: Si tú estás tan consolada, yo también, que yo por ti lo sentía; y porque así veas, no dárseme nada a verle voy, y aún con él haré una galantería.
Vase
ISABEL: ¿Qué dirás, señora mía, después del susto crüel de lo que en casa nos pasa? Pues el que hoy ha defendido tu vida, huésped y herido, le tienes dentro de casa. ÁNGELA: Yo, Isabel, lo sospeché cuando de mi hermano oí la pendencia, y cuando vi que el herido el huésped fue. Pero aun bien no lo he creído porque cosa extraña fuera que un hombre a Madrid viniera y hallase recién venido una dama que rogase que su vida defendiese, un hermano que le hiriese, y otro que le aposentase. Fuera notable suceso y, aunque todo puede ser, no lo tengo de creer sin vello. ISABEL: Y si para eso te dispones, yo bien sé por donde verle podrás y aun más que velle. ÁNGELA: Tú estás loca. ¿Cómo? Si se ve de mi cuarto tan distante el suyo? ISABEL: Parte hay por donde este cuarto corresponde al otro. Esto no te espante. ÁNGELA: No porque verlo deseo sino sólo por saber, dime, ¿cómo puede ser? Que lo escucho y no lo creo. ISABEL: ¿No has oído que labró en la puerta una alacena tu hermano? ÁNGELA: Ya lo que ordena tu ingenio he entendido yo. ¿Dirás que, pues es de tabla, algún agujero hagamos por donde al huésped veamos? ISABEL: Más que eso mi ingenio entabla. ÁNGELA: Di. ISABEL: Por cerrar y encubrir la puerta que se tenía y que a este jardín salía y poder volverla a abrir, hizo tu hermano poner portátil una alacena. Ésta, aunque de vidrios llena, se puede muy bien mover. Yo lo sé bien, porque cuando la alacena aderecé la escalera la arrimé y ella se fue desclavando poco a poco de manera que todo junto cayó, y dimos en tierra yo, alacena y escalera de surte que en falso agora la tal alacena está y, apartándose podrá cualquiera pasar, señora. ÁNGELA: Esto no es determinar sino prevenir primero. Ves aquí, Isabel, que quiero a esotro cuarto pasar; he quitado la alacena, ¿por allá no se podrá quitar también? ISABEL: Claro está, y para hacerla más buena en falso se han de poner dos clavos, para advertir que sólo la sepa abrir el que lo llega a saber. ÁNGELA: Al crïado que viniere por luz y por ropa, di que vuelva a avisarte a ti si acaso el huésped saliere de casa; que según creo, no le obligará la herida a hacer cama. ISABEL: ¿Y, por tu vida, irás? ÁNGELA: Un necio deseo tengo de saber si es él el que mi vida guardó, porque si le cuesto yo sangre y cuidado, Isabel, es bien mirar por su herida, si es que, segura de miedo de ser conocida, puedo ser con él agradecida. Vamos, que tengo de ver la alacena, y si pasar puedo al cuarto, he de cuidar, sin que él lo llegue a entender, desde aquí de su regalo. ISABEL: Notable cuento será [si se da] cuenta. ÁNGELA: No hará; que hombre que su esfuerzo igualo a su gala y discreción, puesto que de todo ha hecho noble experiencia en mi pecho, en la primera ocasión, de valiente en lo restado, de galán en lo lucido, en el modo de entendido, no me ha de causar cuidado que diga suceso igual, que fuera notable mengua que echara una mala lengua tan buenas partes a mal.
Vanse. Salen don JUAN, don MANUEL, y un criado con luz
JUAN: ¡Acostaos, por mi vida! MANUEL: Es tan poca la herida que antes, don Juan, sospecho que parece melindre el haber hecho casi ninguno de ella. JUAN: Harta ventura ha sido de mi estrella; que no me consolara jamás, si este contento me costara el pesar de teneros en mi casa indispuesto, y el de veros herido por la mano --si bien no ha sido culpa--de mi hermano. MANUEL: Él es buen caballero y me tiene envidioso de su acero, de su estilo admirado, y he de ser muy su amigo y su crïado.
Sale don LUIS, y un criado con un azafate cubierto, y en él un aderezo de espada
LUIS: Yo, señor, lo soy vuestro como en la pena que recibo muestro, ofreciéndoos mi vida; y porque el instrumento de la herida en mi poder no quede, pues ya agradarme ni servirme puede, bien como aquel crïado que a su señor algún disgusto ha dado, hoy de mí le despido. Ésta es, señor, la espada que os ha herido. A vuestras plantas viene a pediros perdón si culpa tiene. Tome vuestra querella con ella en mi venganza de mí y de ella. MANUEL: Sois valiente y discreto. En todo me vencéis. La espada aceto porque siempre a mi lado me enseñe a ser valiente. Confïado desde hoy vivir procuro porque, ¿de quién no vivirá seguro quien vuestro acero ciñe generoso? Que él solo me tuviera temeroso. JUAN: Pues don Luis me ha enseñado a lo que estoy por huésped obligado, otro regalo quiero que recibáis de mí. MANUEL: ¡Qué tarde espero pagar tantos favores! Los dos os competís en darme honores.
Sale COSME cargado de maletas y cojines
COSME: Doscientos mil demonios de su furia infernal den testimonios, volviéndose inclementes doscientas mil serpientes que asiéndome de un vuelo den conmigo de patas en el cielo, del mandato oprimidos de Dios, por justos juicios compelidos, si vivir no quisiera, sin injurias en Galicia o Asturias antes que en esta corte. MANUEL: Reporta. COSME: El reportorio se reporte. JUAN: ¿Qué dices? COSME: Lo que digo, que es traidor quien da paso a su enemigo. LUIS: ¿Qué enemigo? Detente. COSME: El agua de una fuente y otra fuente. MANUEL: ¿De aqueso te inquietas? COSME: Venía de cojines y maletas por la calle cargado, y en una zanja de una fuente he dado, y así lo traigo todo --como dice el refrán--puesto de lodo. ¿Quién esto en casa mete? MANUEL: Vete de aquí, que estás borracho. Vete. COSME: Si borracho estuviera menos mi enojo con el agua fuera. Cuando en un libro leo de mil fuentes que vuelven varias cosas sus corrientes, no me espanto si aquí ver determino que nace el agua a convertirse en vino. MANUEL: Si él empieza, en un año no acabará. JUAN: Él tiene humor extraño. LUIS: Solo de ti querría saber... Si sabes leer, como este día en el libro citado muestras, ¿por qué pediste tan pesado que una corta leyese? ¿Qué te apartas? COSME: Porque sé leer en libros y no en cartas. LUIS: Está bien respondido. MANUEL: Que no hagáis caso de él, por Dios, os pido. Ya le iréis conociendo y sabréis que es burlón. COSME: Hacer pretendo de mis burlas alarde. Para alguna os convido. MANUEL: Pues no es tarde, Porque me importa, hoy quiero hacer una visita. JUAN: Yo os espero para cenar. MANUEL: Tú, Cosme, esas maletas abre y saca la ropa. No las metas. JUAN: Si quisieres cerrar, ésta es del cuarto la llave. Que aunque tengo llave maestra por si acaso vengo tarde, más que las dos, otra no tiene, ni otra puerta tampoco. Así conviene y en el cuarto le deja, y cada día vendrán [a] aderezarle.
Vanse y queda COSME
COSME: Hacienda mía, ven acá, que yo quiero visitarte primero porque ver determino cuanto habemos sisado en el camino; que como en las posadas no se hilan las cuentas tan delgadas como en casa, que vive en sus porfías, la cuenta y la razón por lacerías, hay mayor aparejo del provecho para meter la mano, no en mi pecho, sino en la bolsa ajena.
Abre una maleta y saca un bolsón
Topé la propia. Buena está y rebuena pues aquesta jornada subió doncella y se apeó preñada. Contallo quiero. Es tiempo perdido porque yo, que borregos he vendido a mi señor, ¿para qué mire y vea si está cabal? ¡Que ello fuere sea! Su maleta es aquésta. Ropa quiero sacar por si se acuesta tan presto, que el mandó que hiciese esto. Mas porque él lo mandó, ¿se ha de hacer presto? Por haberlo mandado, antes no lo he de hacer, que soy crïado. Salirme un rato es justo a rezar a una ermita. ¿Tendrás gusto de esto, Cosme? Tendré. Pues, Cosme, vamos; que antes son nuestros gustos que los amos.
Vase. Por una alacena que estará hecho con anaqueles y vidrios en ella, quitándose con goznes como que se desencaja, salen doña ÁNGELA e ISABEL
ISABEL: Que está el cuarto solo, dijo Rodrigo, porque el tal huésped y tus hermanos se fueron. ÁNGELA: Por eso pude atreverme a hacer sólo esta experiencia. ISABEL: ¿Ves que no hay inconveniente para pasar hasta aquí? ÁNGELA: Antes, Isabel, parece que todo cuanto previne fue muy impertinente, pues con ninguno topamos; que la puerta fácilmente se abre y se vuelve a cerrar sin ser posible que se eche de ver. ISABEL: ¿Y a qué hemos venido? ÁNGELA: A volvernos solamente, que para hacer sola una travesura dos mujeres basta haberla imaginado, porque al fin esto no tiene más fundamento que haber hablado en ello dos veces y estar yo determinada, siendo verdad que es aqueste caballero el que por mí se empeñó osado y valiente --como te he dicho--a mirar por su regalo. ISABEL: Aquí tiene el que le trujo tu hermano, y una espada en un bufete. ÁNGELA: Ven acá, ¿mi escribanía trujeron aquí? ISABEL: Dio en ese desvarío mi señor. Dijo que aquí la pusiese con recado de escribir y mil libros diferentes. ÁNGELA: En el suelo hay dos maletas. ISABEL: ¡Y abiertas, señora! ¿Quieres que veamos qué hay en ellas? ÁNGELA; Sí, que quiero neciamente mirar qué ropa y alhajas trae. ISABEL: Soldado y pretendiente, vendrá muy mal alhajado.
Sacan todo cuanto van diciendo y todo lo esparcen por la sala
ÁNGELA: ¿Qué es esto? ISABEL: Muchos papeles. ÁNGELA: ¿Son de mujer? ISABEL: No, señora, sino procesos que vienen cosidos, y pesan mucho. ÁNGELA: Pues si fueran de mujeres, ellos fueran más livianos. Mal en eso te detienes. ISABEL: Ropa blanca hay aquí alguna. ÁNGELA: ¿Huele? ISABEL: Sí, a limpia huele. ÁNGELA: Ése es el mejor perfume. ISABEL: Las tres calidades tiene de blanca, blanda y delgada; mas, señora, ¿qué es aqueste pellejo con unos hierros de herramientas diferentes? ÁNGELA: Muestra a ver. Hasta aquí loza de sacamuelas parece. Mas estas son tenacillas y el alzador del copete. Y los bigotes esotras. ISABEL: Iten: escobilla y peine. Oye, que más prevenido no le faltará al tal huésped la horma de su zapato. ÁNGELA: ¿Por qué? ISABEL: Porque aquí la tiene. ÁNGELA: ¿Hay más? ISABEL: Si, señora. Iten: como a forma de billetes legajo segundo. ÁNGELA: Muestra. De mujer son y contienen más que papel. Un retrato está aquí. ISABEL: ¿Qué te suspende? ÁNGELA: El verle, que una hermosura, si está pintada, divierte. ISABEL: Parece que te ha pesado de sacalle. ÁNGELA: ¡Qué necia eres! No mires más. ISABEL: ¿Y qué intentas? ÁNGELA: Dejarle escrito un billete. Toma el retrato.
Pónese a escribir
ISABEL: Entretanto, la malta del sirviente he de ver. Esto es dinero. Cuartazos son insolentes; que en la república donde son los príncipes y reyes los doblones y los reales, ellos son la común plebe. Una burla le he de hacer y ha de ser de aquesta suerte: quitarle de aquí el dinero al tal lacayo, y ponerle unos carbones. Dirán-- "¿Dónde demonios los tiene esta mujer?" No advirtiendo que esto sucedió en noviembre y que hay brasero en el cuarto. ÁNGELA: Yo escribí. ¿Qué te parece a donde deje el papel porque, si mi hermano viene, no le vea? ISABEL: Así, debajo de la toalla que tienen las almohadas; que al quitarle se verá forzosamente y no es parte que hasta entonces se ha de andar. ÁNGELA: Muy bien adviertes. Ponle allí y ve recogiendo todo esto. ISABEL: Mira que tuercen la llave ya. ÁNGELA: Pues dejallo todo. Esté como estuviere y a escondernos, Isabel, ven. ISABEL: Alacena me fecit.
Vanse por el alacena y queda como estaba. Sale COSME
COSME: Ya que me he servido a mí de barato quiero hacerle a mi amo otro servicio... mas, ¿quién nuestra hacienda vende que así hace almoneda de ella? ¡Vive Cristo! ¡Que parece plazuela de la cebada su sala con nuestros bienes! ¿Quién está aquí? No está nadie, por Dios, y si está no quiere responder. No me respondas que me huelgo de que eche de ver que soy enemigo de respondones. Con este humor, sea bueno o sea malo --si he de hablar discretamente-- estoy temblando de miedo, pero como a mí de deje el revoltoso de alhajas libre mi dinero, llegue y revuelva las maletas una y cuatrocientas veces. Mas, ¿qué veo? ¡Vive Dios que en carbones lo convierte! Duendecillo, duendecillo, quienquiera que fuiste y eres, el dinero que tú das en lo que mandares vuelve; mas lo que yo hurto, ¿por qué?
Salen don JUAN, don LUIS y don MANUEL
JUAN: ¿De qué das voces? LUIS: ¿Qué tienes? MANUEL: ¿Qué te ha sucedido? Habla. COSME: Lindo desenfado es ése si tienes por inquilino, señor, en tu casa un duende. ¿Para qué nos recibiste en ella? Un instante breve que falté de aquí, la ropa de tal modo y de tal suerte hallé que toda esparcida una almoneda parece. JUAN: ¿Falta algo? COSME: No falta nada, el dinero solamente que en esta bolsa tenía que era mío, me convierte en carbones. LUIS: Sí, ya entiendo. MANUEL: ¡Qué necia burla previene! ¡Qué fría y qué sin donaire. JUAN: ¡Qué mala y qué impertinente! COSME: ¡No es burla ésta, vive Dios! MANUEL: Calla, que estás como sueles. COSME: Es verdad; mas suelo estar en mi juicio algunas veces. JUAN: Quedaos con Dios y acostaos, don Manuel, sin que os desvele el duende de la posada, y aconsejalde que intente otras burlas al crïado.
Vase
LUIS: No en vano sois tan valiente como sois, si habéis de andar desnuda la espada siempre saliendo de los disgustos en que este loco os pusiere.
Vase
MANUEL: ¿Ves cuál me tratan por ti? Todos por loco me tienen porque te sufro. A cualquiera parte que voy me suceden mil desaires por tu causa. COSME: Ya estás solo y no he de hacerte burla mano a mano yo porque solo en tercio puede tirarse uno con su padre. Dos mil demonios me lleven si no es verdad que salí y esto, fuese quien se fuese, hizo este estrago. MANUEL: ¿Con eso ahora disculparte quieres de la necedad? Recoge esto que esparcido tienes y entra a acostarme. COSME: Señor, en una galera reme... MANUEL: Calla, calla o ¡vive Dios, que la cabeza te quiebre. COSME: Pesaráme con extremo que lo tal me sucediese. Ahora bien, va de envasar otra vez los adherentes de mis maletas. ¡Oh, cielos, quien en la trompeta tuviese del juicio de las alhajas, porque a una voz solamente viniesen todas! MANUEL: Alumbra, Cosme. COSME: ¿Pues qué te sucede, señor? ¿Has hallado acaso allá dentro alguna gente? MANUEL: Descubrí la cama, Cosme, para acostarme, y halléme debajo de la toalla de la cama este billete cerrado. Y ya el sobrescrito me admira más. COSME: ¿A quién viene? MANUEL: A mí, mas el modo extraño. COSME: ¿Cómo dice? MANUEL: Me suspende.
Lee
"Nadie me abra, porque soy de don Manuel solamente." COSME: Plega a Dios que no me creas por fuerza. No le abras...¡tente! ...sin conjurarle primero. MANUEL: Cosme, lo que me suspende es la novedad no el miedo; que quien admira no teme.
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"Con cuidado me tiene vuestra salud, como a quien fue la causa de su riesgo. Y así agradecida y lastimada os suplico me aviséis de ella y os sirváis de mí; que para lo uno y lo otro habrá ocasión, dejando la respuesta donde hallasteis ésta, advertido que el secreto importa porque el día que lo sepa alguno de los amigos, perderé yo el honor y la vida." COSME: ¡Extraño caso! MANUEL: ¿Que extraño? COSME: ¿Eso no te admira? MANUEL: No. Antes con esto llegó a mi vida el desengaño. COSME: ¿Cómo? MANUEL: Bien claro se ve, que aquella dama tapada que tan ciega y tan turbada de don Luis huyendo fue era su dama. Supuesto, Cosme, que no puede ser, si es soltero, su mujer y dado por cierto esto, ¿qué dificultad tendrá que en la casa de su amante tenga ella mano bastante para entrar? COSME: Muy bien está pensado; mas mi temor pasa adelante. Confieso que es su dama y el suceso te doy por bueno, señor, pero ella, ¿cómo podía desde la calle saber lo que había de suceder para tener este día ya prevenido el papel? MANUEL: Después de haberme pasado pudo dárselo a un crïado. COSME: Y, aún que se le diera, él, ¿cómo aquí ha de haberle puesto? Porque ninguno aquí entró desde que aquí quedé yo. MANUEL: Bien pudo ser antes esto. COSME: Sí, mas hallar trabucadas las maletas y la ropa y el papel escrito, topa en más. MANUEL: Mira si cerradas estas ventanas están. COSME: Y con aldabas y rejas. MANUEL: Con mayor duda me dejas y mil sospechas me dan. COSME: ¿De qué? MANUEL: No sabré explicallo. COSME: En efecto, ¿qué has de hacer? MANUEL: Escribir y responder pretendo hasta averiguallo, con estilo que parezca que no ha hallado en mi valor ni admiración ni temor; que no dudo que se ofrezca una ocasión en que demos, viendo que papeles hay, con quien los lleva y los trai. COSME: ¿Y de aquesto no daremos cuenta a los huéspedes? MANUEL: No, porque no tengo de hacer mal alguno a una mujer que así de mí se fïó. COSME: Luego ya ofendes a quien su galán pienses. MANUEL: No tal, pues sin hacerla a ella mal puedo yo proceder bien. COSME: No señor. Más hay aquí de lo que a ti te parece. Con cada discurso crece mi sospecha. MANUEL: ¿Cómo así? COSME: Ves aquí que van y vienen papeles, y que jamás, aunque lo examines más, ciertos desengaños tienen. ¿Qué creerás? MANUEL: Que ingenio y arte hay para entrar y salir para cerrar, para abrir, y que el cuarto tiene parte por dónde. Y en duda tal el juicio podré perder pero no, Cosme, creer cosa sobrenatural. COSME: ¿No hay duendes? MANUEL: Nadie los vio. COSME: ¿Familiares? MANUEL: Son quimeras. COSME: ¿Brujas? MANUEL: Menos. COSME: ¿Hechiceras? MANUEL: ¡Qué error! COSME: ¿Hay sucubos? MANUEL: No. COSME: ¿Encantadoras? MANUEL: Tampoco. COSME: ¿Mágicos? MANUEL: Es necedad. COSME: ¿Nigromantes? MANUEL: Liviandad. COSME: ¿Energúmenos? MANUEL: ¡Qué loco! COSME: ¡Vive Dios, que te cogí! ¿Diablos? MANUEL: Sin poder notorio. COSME: ¿Hay almas de purgatorio? MANUEL: ¿Que me enamoren a mí? ¿Hay más necia bobería? Déjame, que estás cansado. COSME: En fin, ¿qué has determinado? MANUEL: ¡Asistir de noche y día con cuidados singulares! Aquí el desengaño fundo. No creas que hay en el mundo ni duendes ni familiares. COSME: Pues yo en efecto presumo que algún demonio los trai; que esto y más habrá donde hay quien tome tabaco en humo.
Vanse

FIN DEL PRIMER ACTO

La dama duende, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002