EL DIABLO PREDICADOR

Luis de Belmonte Bermúdez

Texto basado en la edición décimononesca de Juan Eugenio Hartzenbusch, en la BIBLIOTECA DE AUTORES ESPAÑOLES, tomo 45. Esta edición fue preparada por Vern G. Williamsen en el año 1996.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Baja LUZBEL, en un dragón
LUZBEL: ¡Ah, del oscuro reino del espanto, estancia del dolor, mansión del llanto, donde ya de otro daño sin recelo la desesperación es el consuelo! Abrid; y tú, de quien mi rabia fía de esa noble y eterna monarquía el gobierno en mi ausencia, ven a mi voz.
Sale ASMODEO, por un escotillón
ASMODEO: Ya estoy en tu presencia; pero, ¿qué te ha obligado a que me llames? LUZBEL: ¿No lo has penetrado? ASMODEO: No, príncipe, si bien creo que es mucha la causa. LUZBEL: La mayor. ASMODEO: Pues, dilo. LUZBEL: Escucha. Sobre este helado vestigio en cuya forma triforme di espanto en su Apocalipsi al más venturoso joven, para saber los que el yugo de mi imperio reconocen, en término de dos días he dado la vuelta al orbe y, de diez partes, las nueve por las justas permisiones del Criador eterno yacen a mi obediencia conformes. Los bárbaros sacrificios me ofrecen, y adoraciones, en las mentidas estatuas de barro, de hierro y bronce. La morisma en su vil secta, y también otras naciones que en una verdad disfrazan mil diferentes errores, sin que a ninguna de tantas sus distantes horizontes la disculpe de que al Dios que todo lo hizo ignore, pues no hubo en toda la tierra clima tan ignoto donde no llegasen, explicadas por alguno de los doce discípulos las verdades de los cuatro historiadores; ni parte donde el cruzado leño, ya en llano o ya en monte, no quedara por testigo de su pertinacia torpe. Solamente algunas partes de la Europa se me oponen, adorando al Uno y Trino, y al Verbo por Dios y Hombre; pero, aunque en ellas hay muchos jardines de religiones cuya agradable fragrancia de sus penitentes flores, penetra el eternos alcázar para que a Dios desenoje de lo mucho que le ofenden los mismos que le conocen. Los que me dan más tormento son--¡ah, mi rabia me ahogue!-- esos hijos--sin nombrarle será fuerza que le nombre-- de aquél por menor más grande, de aquél más rico por pobre, de aquel retrato de Dios humanado tan conforme que, si en un pesebre Cristo nació, Francisco, por orden también divina, un pesebre para oriente suyo escoge. Si tuvo, como maestro, doce discípulos, doce fueron los que de Francisco siguieron también el norte. Si el uno murió suspenso de un árbol, no hay quien ignore que otro de los de Francisco murió pendiente de un roble. Si de Jesús el sagrado culto, la lluvia de azotes le transformó en laberintos de sangrientos tornasoles, de la sangre de Francisco todas las habitaciones que tuvo parecen jaspes salpicadas de sus golpes. Si a Cristo la infame turba le tejieron de cambrones impía y regia diadema que le hierra y le corone, Francisco, en robusta zarza, sólo en los paños menores castigando pensamientos inculpable por veloces, revolcado entre sus puntas logró la zarza verdores de laurel que coronaron penitencias tan feroces. Si cinco puntas abrieron en aquel árbol triforme al cielo en su Autor divino siempre abiertas para el hombre, ¿no fue su retrato en ella Francisco, aunque yo lo llore, sino original traslado, pues en una unión acorde de manos, pies y costado con increíbles favores? De Dios mereció Francisco en una, cinco impresiones de penetrantes heridas, que al recibirlas entonces la dicha de su contacto le lisonjeó los dolores. Hasta otro Tomás curioso tuvo, que incrédulo toque la herida de su costado, a cuyo crüel informe un éxtasis doloroso le dejó a Francisco inmóvil; de suerte que le juzgaron por tránsito sus menores. Los hijos pues de este humilde portento de perfecciones, con el fruto de su ejemplo son mis contrarios mayores. Que el Hacedor soberano castigara oposiciones de quien, siendo su criatura, pretendió de Criador nombre. Vaya, que aun no fue el castigo a mi delito conforme, y no sólo no me ofende pero me añade blasones; que su sacrosanta madre pusiera en mi cuello indócil la planta, cuyo coturno de serafines compone. No me irritó; que si es reina, por infinitas razones de las nueve órdenes bellas tronos y dominaciones, puesto que perder no puedo mi ser angélico noble. Mi reina es y no me ultraja que su pie a mi cerviz dome. Sólo tengo por injuria que a tantas persecuciones estos míseros descalzos tantos vencimientos logren; que el ser tan flacos contrarios los que a mi poder se oponen de mi altivez acrecientan más las desesperaciones. Ellos al cielo conducen más almas que ese salobre piélago produce arenas, más que cuantas plumas torpes de tantos heresiarcas han conducido legiones de espíritus al infierno. Y no, Asmodeo, te asombre que si este mal no se ataja. Muy presto no ha de haber donde los remendados mendigos la bandera no enarbolen de aquél que, por su valiente humildad mereció el nombre de gran alférez de Cristo; Y que aquella silla goce que perdí cuando intentaron mis soberbias presunciones fijarla en el solio trino poniendo en arma su corte. Para esta empresa te llamo. No fácil te la propone mi ciencia porque después de la del celeste monte a ninguna tan difícil se arrojaron mis rencores; porque la regla que guardan, como sabes, estos hombres es la apostólica vida, y no por inspiraciones solamente institüida porque Dios mismo esta orden dictó a boca que Francisco fue su secretario entonces. El cual le dijo, piadoso para con sus posteriores: "¿Quién, Señor, guardará regla tan crüel que se compone de veinte y cinco preceptos sin glosa ni explicaciones con pena de mortal culpa siendo humano?" Y respondióle: "Yo crïaré quien la guarde, Francisco, no te congojes." Mas no le dijo que todos uniformemente acordes la guardarían; que fueran vanos nuestras pretensiones. Parte a España, y en Toledo que es hoy de sus poblaciones la mayor, siembra impiedades en los de mediano porte, y en los gremios, que éstos son los que a estos frailes socorren, estorbando que en sus pechos la devoción fuerzas cobre; que son, en lo que aprenden tenaces los españoles. No en los ricos te embaraces; que más que tus persuasiones hará la ambición en ellos; y, aunque vean dos mil pobres, no harán reparo ninguno; que, como nunca estos hombres ven de la necesidad la cara, no la conocen. Esto en general, que en todas las reglas hay excepciones. Yo en esta ciudad de Luca me quedo, donde disponen mis cautelas que estos frailes la conservación no logren de un convento que han fundado, haciendo en sus moradores que las limosnas conviertan en vergonzosos baldones; que ya casi persuadidos los tengo a que son mejores limosnas las que se hacen a quien con obligaciones lo pasan míseramente que a los que vienen con nombre de religiosos mendigos, sin que a la ciudad importe entre los demás que tengo para que mi engaño apoyen. Hay aquí un rico avariento con quien fuera el que supone la parábola piadoso y liberal, cuyo nombre es Ludovico, y ya llega de Florencia su consorte, tan infeliz como hermosa y cuerda, pues antepone a su pasión la obediencia del padre que, siendo noble, con este ambicioso bruto la casó por verse pobre. Pero es devota de aquella de todos los pecadores abogada, que la libra de estas imaginaciones. Pero ya llega a su casa. Parte a España, que aunque invoquen en su ayuda estos mendigos las divinas protecciones, he de hacer que esta segunda nave de la iglesia choque en los escollos de impíos y rebeldes corazones, negándoles el sustento, o que en los bajíos toque de la natural flaqueza con que, por lo menos, logre que en su poca confïanza sin que el piloto lo estorbe, zozobre, si no se pierde o encalle, si no se rompe. ASMODEO: Príncipe de las tinieblas, a tus preceptos responde obedeciendo Asmodeo. Desde hoy estén a tu orden los espíritus impuros del español horizonte. Presto verás los del tosco sayal con fuerzas menores si Dios mismo en favor suyo su autoridad no interpone.
Sube ASMODEO en el mismo dragón que bajó LUZBEL
LUZBEL: Estos frailes dejarán desamparado el convento por la falta de sustento si hoy limosna no les dan; que con sólo un pan ayer que un pasajero les dio todo el convento comió; mas hoy no le han de tener; que aunque el Guardián ha salido, viendo su necesidad, a pedir por la ciudad ninguno le ha socorrido. Mas ésta la casa es de Ludovico, y por ella va entrando su esposa bella; pero llorará después el haberse reducido de su padre a la obediencia; que su amante, de Florencia desesperado ha venido siguiéndola.
Salen LUDOVICO, de camino, y CRIADOS, y por otra puerta OCTAVIA y JUANA
LUDOVICO: Conoció, sin duda, las ansias mías vuestro padre, pues dos días la dicha me anticipó; aunque también he sentido el que no me haya avisado para que hubiera logrado el haberos recibido con la ostentación forzosa diez millas de la ciudad. OCTAVIA: No quiero más vanidad, señor, que ser vuestra esposa; y así no os quise obligar a una fineza excusada. JUANA: (Es que ya viene informada Aparte de lo que siente el gastar.) LUDOVICO: Muy bien habéis respondido. JUANA: (¡Qué presto se ha conformado!) Aparte OCTAVIA: (Horror el verle me ha dado Aparte ¡Qué desdichada he nacido!)
[Aparte las dos]
JUANA: ¿Qué te parece? OCTAVIA: No sé. Déjame; que estoy sin vida. LUZBEL: (La mujer está afligida Aparte pero bien tiene de qué porque es el hombre peor de todos cuantos encierra el ámbulo de la tierra.) LUDOVICO: Tan ufano está mi amor de poderos llamar mía que aún viéndolo no lo creo. OCTAVIA: Pues creed que mi deseo no esperó ver este día.
Sale un CRIADO
CRIADO: Un florentín caballero que Feliciano se llama te quiere hablar. LUDOVICO: ¿Feliciano en Luca? Mucho me espanta.
Aparte las dos
JUANA: Él te ha venido siguiendo. OCTAVIA: Esto sólo me faltaba. LUDOVICO: Pues, ¿qué espera? CRIADO: Tu licencia. LUDOVICO: ¿Quién es dueño de mi casa y de mí pide licencia?
Sale FELICIANO
FELICIANO: Prevención fuera excusada el pedirle; pero supe que ahora de llegar acaba vuestra esposa, y mi visita juzgué que os embarazara. LUDOVICO: Señor Feliciano, fuera de ser nuestra amistad tanta, caballeros tan ilustres honran siempre, no embarazan, y yo pienso que es mi esposa vuestra deuda. FELICIANO: Y muy cercana; mas, como el padre la tuvo de todos tan recatada, nunca llegué a conocerla; que hasta que la vi casada siempre la tuve por otra. LUDOVICO: Pues es cosa bien extraña. OCTAVIA: La condición de mi padre, como sabéis, fue la causa. FELICIANO: Y vuestra mucha obediencia. Gocéis, Ludovico, a Octavia los años que yo deseo. JUANA: (Pues moriráse mañana.) Aparte LUZBEL: (Tú harás que la goce poco Aparte si María no la ampara.) LUDOVICO: ¿Y a qué ha sido la venida a Luca? Que me alegrara de que fuera muy despacio. FELICIANO: Amigo, Luca es mi patria pero solamente vengo a vender de mi mediana hacienda lo que ha quedado y salir luego de Italia porque mi intento es servir al gran César de Alemania pues ya, de mis pretensiones murieron las esperanzas. De veinte años en Florencia entré, donde pleitaba de por vida un mayorazgo con asistencia del alma. Vióse el pleito sin citarme y, aunque mi abogado estaba presente, en él tenía neciamente confïanza. Nada en mi defensa dijo porque la parte contraria selló con oro sus labios; que con sólo una palabra en que el hecho consistía vieran mi justicia clara, en fin, perdí el pleito. LUDOVICO: Amigo, todo el oro lo contrasta. No hay cosa que lo resista. LUZBEL: (Yo he de hacer, cuando no caiga, Aparte que tropiece en la sospecha.) FELICIANO: Que ésa es verdad asentada. Se ha visto bien, Ludovico, en voz y en mi prima Octavia, pues por hombre poderoso gozáis la fénix de Italia. LUDOVICO: Decís bien. OCTAVIA: Aunque el ser vos parte tan apasionada me aseguren de que son lisonjas vuestras palabras, si en la intención no me ofenden, en lo que suenan me agravian. Yo me casé por poderes sin ver, con quien me casaba. Claro está que no gustosa pero tampoco forzada; que no tienen albedrío mujeres nobles y honradas. Pero, si yo fuera mía, ni todo el oro de Arabia, creed, señor Feliciano, que a casarme me obligara con Ludovico, y decirle que fue su hacienda la causa cuando fuera verdad, fuera verdad poco cortesana. FELICIANO: Yo le he dicho lo que siento con llaneza, en confïanza de la amistad. LUDOVICO: Yo sintiera que de otra suerte me hablaras.
[LUZBEL], acercándose a LUDOVICO [le habla al oído]
LUZBEL: Mas de Octavia la respuesta, si bien se mostró enojada, parece que es disculparse. LUDOVICO: (Sin duda que quiso Octavia disculparse con su deudo por ser su nobleza tanta que se casó con un hombre que en la sangre no la iguala pues le dijo que, a ser suya, conmigo no se casara. Aunque también ser pudiera... Pero es ilusión.)
Salen el GUARDIÁN, y fray ANTOLÍN, que es lego
GUARDIÁN: Deo gratias. ANTOLÍN: Por siempre, pues callan todos. LUDOVICO: ¿Cómo se entran en mi casa sin llamar? (Con estos frailes Aparte tengo oposición extraña.) GUARDIÁN: Abierta estaba la puerta. LUZBEL: (Con éste no hago yo falta. Aparte Voyme adonde más importe.)
Vase [LUZBEL]
JUANA: Buen lance ha echado mi ama. LUDOVICO: Pues, ¿a qué entraron? GUARDIÁN: Entramos... ANTOLÍN: (Por voto mío no entrara.) Aparte GUARDIÁN: ...a darte el parabién... LUDOVICO: Bueno. GUARDIÁN: ...a ti y a tu esposa Octavia, y a pedirle que hoy siquiera, porque el sustento nos falta, mandes que nos den limosna. LUDOVICO: Hoy está muy ocupada toda mi familia, padres. Váyanse, que me embarazan. GUARDIÁN: Pues en el día que tomas posesión tan deseada de ti, sobre ser tan rico como el que más en Italia, ¿no le darás a Dios algo o en hacimiento de gracias, o en albricias, cuando sabes que nuestros hermanos pasan necesidad tan extrema que aún nos ha faltado el agua? LUDOVICO: Yo he menester lo que tengo; y si el sustento les falta, ¿por qué la ciudad no dejan? GUARDIÁN: No es tan poco la constancia de los hijos de Francisco. Dios volverá por su causa moviendo los corazones y serenando borrascas que ha levantado el infierno en ti y en toda tu patria. LUDOVICO: Salgan de mi casa luego o saldrán por las ventanas. ¡Viven los cielos! FELICIANO: Tenéos. ANTOLÍN: Vámonos, padre. LUDOVICO: ¿Qué aguardan? Váyanse presto. JUANA: ¡Ay, señora! ¿Con éste has de vivir? OCTAVIA: Juana, morir será lo más cierto pues nací tan desdichada. LUDOVICO: Trabajen para el sustento, o esperen que se le traiga el que instituyó la regla. GUARDIÁN: El demonio por ti habla. ANTOLÍN: No tal; que él no ha menester al demonio para nada. LUDOVICO: ¿Hay mayor atrevimiento? FELICIANO: Padres, por Dios, que se vayan. LUDOVICO: Matad esos vagamundos. FELICIANO: ¿Qué decís? OCTAVIA: Esposo, basta. ANTOLÍN: ¡Por mi padre San Francisco que le ha de servir de vaina el que llegue a este cuchillo! GUARDIÁN: Hermano... ANTOLÍN: Dios no me manda que me deje matar. GUARDIÁN: Vamos, y tengamos confïanza; que Dios dijo a nuestro padre que jamás a su sagrada religión le faltaría el sustento. ANTOLÍN: Pues ya tarda, padre mío. GUARDIÁN: Tenga, hermano Antolín, fe y esperanza. ANTOLÍN: Fe y esperanza me sobran; la caridad me hace falta.
Vanse los dos
LUDOVICO: No volvieran al convento si presentes no os hallarais vos, por vida de mi esposa. JUANA: Éste no es cristiano. OCTAVIA: Calla. FELICIANO: En lástima se convierte ya de mis celos la rabia.
Sale un CRIADO
CRIADO: Ya las mesas están puestas y los músicos aguardan. LUDOVICO: Entrad, porque honréis mi mesa. FELICIANO: (Por si puedo hablar a Octavia Aparte lo acepto.) Yo soy quien puede honrarse con merced tanta. Vamos. OCTAVIA: (Que se quede siento.) Aparte LUDOVICO: (No creí que lo aceptara.) Aparte OCTAVIA: (¡Ay, Feliciano! ¡Qué presto de mí has tomado venganza!)
Vanse. Salen el GUARDIÁN, y fray ANTOLÍN con piedras en las manos
GUARDIÁN: Deje las piedras. ANTOLÍN: ¿Cómo que las deje? Y si sale un crïado de este hereje tras nosotros, verá con la presteza que un par de ellas le escondo en la cabeza. GUARDIÁN: La crueldad y la ira, fray Antolín, de este hombre no me admira en tan protervo como impío pecho. Sólo me admira el huracán deshecho que el demonio en seis días solamente ha levantado en la piadosa gente que limosna nos daba; que, en fin, aunque no mucha nos bastaba. ANTOLÍN: Padre Guardián, mientras que da el aviso a nuestro general, será preciso los cálices vender. GUARDIÁN: No querrá el cielo que llegue a tan notable desconsuelo nuestra necesidad. ANTOLÍN: ¡Qué gentil flema! Pues, ¿a qué ha de llegar si ya es la extrema? Mas estas piedras que convierta espero en pan un cierto amigo tabernero que hace su fe milagros cada día. GUARDIÁN: (Sin duda, con el hambre desvaría.) Aparte ANTOLÍN: Que hará pan de las piedras imagino quien sabe convertir el agua en vino. GUARDIÁN: Aquí vive Teodora. Llame, hermano, a su puerta.
Llama y sale LUZBEL
LUZBEL: (Esta vez llamará en vano.) Aparte
Dentro como enfadada
TEODORA: ¿Quién es? ANTOLÍN: No tiene traza la Teodora de dar nada. GUARDIÁN: Dos frailes son, señora, Franciscos.
Sale TEODORA [y habla LUZBEL aparte a ella]
LUZBEL: Tienes hijos y estás pobre. TEODORA: Padres, pidan limosna a quien le sobre; que yo tengo en mi casa muchos que sustentar y es muy escasa mi hacienda. GUARDIÁN: Sí, será; mas ni un bocado de pan en toda la ciudad me han dado. Dánosle tú, por Dios, que en Él espero que le pague. TEODORA: Mis hijos son primero. Perdonen. ANTOLÍN: La razón es concluyente. GUARDIÁN: ¡Oh, lo que sabe la infernal serpiente! LUZBEL: (De poco os admiráis; mas ya, inspirado Aparte de mí, el gobernador viene irritado. Hacia esta parte conducirle espero.) ANTOLÍN: De la serpiente querellarme quiero. GUARDIÁN: ¿A quién? ANTOLÍN: A Dios; que es mucho atrevimiento el hacer que nos quiten el sustento. Las demás tentaciones, silicios, disciplinas y oraciones puedo vencer; pero no es para sufrida tentación que nos quite la comida; que el natural derecho es lo primero. Ayer nos dejó un pan de pasajero y antes que le soltara de las manos todos a él nos fuimos como alanos; y el buen hombre, asustado y afligido, viéndose de los frailes embestido, juzgó su muerte cierta; y sacando los pies hacia la puerta decía: "Yo no he hecho mal ninguno, padres, ténganse allá. ¿Tantos a uno?" GUARDIÁN: Padre, pues Dios lo permite, que esto nos conviene crea. ANTOLÍN: Yo lo creo en cuanto al alma; pero una hambre tan fiera, padre Guardián, mucho dudo que a mi cuerpo le convenga. Y si el demonio me embiste, quien no come no pelea. GUARDIÁN: Seráfico padre mío, ¿qué es esto? En tan opulenta ciudad, tan cristiana y noble, ¿permitís vos que convierta contra vos, en vuestros hijos, del demonio la cautela tantos blandos corazones en duras rebeldes piedras? Bárbara gente, mirad que vuestros sentidos ciega el enemigo de toda la humana naturaleza. Dad limosna a San Francisco; que no hay empleo que tenga tan segura la ganancia, pues todo el cielo granjea. Dadle a Dios algo; que el pobre es su semejanza mesma. No le cerréis, ciudadanos, a la piedad las orejas. ANTOLÍN: ¿Mas que en vez de pan volvemos, padre, cargados de leña, si no calla?
Salen el GOBERNADOR y criados, y LUZBEL, detrás de él
LUZBEL: (No permitas Aparte que ciudad que tú gobiernas alboroten estos frailes que ser humildes profesan.) GOBERNADOR: ¿Qué voces son éstas, padres? ¿Por qué la ciudad alteran? GUARDIÁN: Gobernador generoso, doy voces porque nos niegan la acostumbrada limosna con que el perecer es fuerza; que mi religión ni tiene ni pueda tener hacienda. Sólo la piedad cristiana es quien la ampara y sustenta; pero está en segura finca ya que ésta es la vez primera que faltó a frailes franciscos, ni en la villa más pequeña, el sustento. LUZBEL: (Si les falta Aparte ¿por qué la ciudad no dejan?) GOBERNADOR: Pues si esta ciudad es, padre, tan mala que sólo en ella les ha faltado el sustento, el irse donde le tengan será el más prudente medio y el más fácil. GUARDIÁN: Quien gobierna tan ilustre y quien la ley de Cristo profesa, ¿eso responde? ¿Qué más un alarbe respondiera? LUZBEL: (¿Esto sufres?) Aparte GOBERNADOR: Pues, ¿conmigo habla con tal desvergüenza? Bastantes pobres tenemos naturales de esta tierra que ya trabajar no pueden y es la obligación primera de la ciudad sustentarlos, y es limosna más acepta que en ellos. Váyanse luego. Quítense de mi presencia; que, ¡vive Dios...! GUARDIÁN: Los infieles el pobre sayal respetan de mi padre San Francisco; y pues que tú le desprecias, siendo cristiano, sin duda mueve el demonio tu lengua. GOBERNADOR: No mueve sino la tuya porque justamente pueda castigar tu atrevimiento. Pregonad luego que, pena de perdimiento de bienes nadie en la ciudad se atreva a dar limosna a estos hombres.
Vase [el GOBERNADOR] y los criados
ANTOLÍN: Ella es gente tan perversa que está de más pregonarlo. GUARDIÁN: ¡Que tan bárbara fiereza quepa en un pecho cristiano! ¡Qué más Diocleciano hiciera?
Dentro
GOBERNADOR: ¡Echadlos de aquí o matadlos! ANTOLÍN: Buena la hemos hecho.
Dentro
VOCES: ¡Mueran! LUZBEL: (No es eso lo que pretendo.) Aparte ANTOLÍN: ¡Por Dios, que nos apedrean! Huyamos, padre, al convento pues que le tenemos cerca. GUARDIÁN: Gente sin fe, deteneos. ANTOLÍN: Corra; que en la diligencia consiste en salvar las vidas.
Dentro
VOCES: ¡Mueran estos frailes, mueran! ANTOLÍN: Aprisa, padre. GUARDIÁN: Dios mío, ¿qué persecución es ésta?
Vanse los dos
LUZBEL: Logré, a pesar de Francisco, mi intento. Ya será fuerza que el convento desamparen. Pero, ¿qué resplandor ciega mi vista?
Aparecen el NIÑO JESÚS, cubierto el rostro con un velo, y SAN MIGUEL
SAN MIGUEL: Infernal serpiente, yo humillaré tu soberbia. LUZBEL: ¿Miguel? SAN MIGUEL: ¿Cómo imaginaste, no ignorando la promesa que hizo el Criador a Francisco, quitarle el sustento puedan de tu envidia los engaños? LUZBEL: Ninguno, con más certeza que yo, sabe que no puede faltar su palabra inmensa; mas faltar su confïanza puede, y ya su gran fineza, que ya, si aún no les falta, indecisa titubea; pero mi triunfo no estriba en que estos hombres no tengan el alimento preciso sino en los que se le niegan. SAN MIGUEL: Pues tú mismo lo que has hecho deshaz, para que obedezca Ludovico la ley santa. LUZBEL: ¿Yo contra mí mesmo? ¡Pesia mi desdicha! SAN MIGUEL: Y fabricar otro convento en que tenga, a pesar tuyo, Francisco más hijos de su obediencia. LUZBEL: Pues yo, ¿cómo? SAN MIGUEL: No repliques. Lo mismo has de hacer que hiciera Francisco. Ve a su convento, y a sus frailes con prudencia, el querer desampararle reprehende, y por tu cuenta corre desde hoy su alimento, y ha de ser para que puedan sustentar algunos pobres, como lo manda la regla que Dios dictó. Parte luego, y hasta tener orden nueva, lo que te mando ejecuta sin que en nada retrocedas porque otra vez a Francisco en sus frailes no te atrevas.
Va subiendo la apariencia poco a poco mientras LUZBEL dice estos versos
LUZBEL: Preciso es; mas permitidme que de tan crüel sentencia mis sentimientos apelen al alivio de la queja. Vos, ¿no le disteis al hombre porque a lo mejor atienda, dejando aparte los cinco sentidos, las tres potencias? ¿A la voluntad no basta su entendimiento por rienda? También al entendimiento, ¿su memoria no le acuerda la brevedad de la vida, que hay muerte, que hay gloria y pena? Si esto no basta, ¿no tiene celestial inteligencia que le auxilia por instantes? Bien ventajoso pelea que yo no tengo más armas que su natural flaqueza. Si éstas vuestra soberana, absoluta omnipotencia no solamente me quita tantas veces que use de ellas, sino hoy me manda que yo contra mí mismo las vuelva, ¿para qué son permisiones? Sálvense todos, no tenga el hombre voluntad propia. Sólo se cumpla la vuestra; pero, ¿para qué me canso si el ejecutarlo es fuerza? Porque, a mi pesar, los hombres a obedeceros aprendan.
A un tiempo se cubre la apariencia, vase LUZBEL, y salen el GUARDIÁN, fray ANTOLÍN, fray PEDRO, y fray NICOLÁS
ANTOLÍN: A tanto extremo ha llegado. GUARDIÁN: Padre, ¿eso ha sucedido? ANTOLÍN: Milagro patente ha sido el haber vivos llegado. NICOLÁS: Jamás en tan grande aprieto convento nuestro se vio. GUARDIÁN: Limosna tal vez faltó mas perderles el respeto con extremo semejante, tan a cara descubierta, no se ha visto. ANTOLÍN: Hasta la puerta llegó el escuadrón volante de muchachos, disparando piedras, y uno dijo: "Ésta vaya del lego a la testa." Pero no se fue alabando el mancebo, ¡voto a tal!, del intento aunque fue vano; que yo llevaba en la mano como un puño un pedernal, y a darle las gracias fue. GUARDIÁN: Pero, ¿le hizo algún mal? ANTOLÍN: No. Las narices le aplastó. GUARDIÁN: ¿Qué dice, hermano? ANTOLÍN: Sí, a fe. GUARDIÁN: Pero, ¿le hizo sangre? ANTOLÍN: Risa me da; pues, ¿no era forzoso? GUARDIÁN: ¡Jesús! ¡Sangre en un religioso! ANTOLÍN: A bien que no soy de misa. PEDRO: Padre Guardián, ya nos vemos con tan gran necesidad que salir de esta ciudad luego es fuerza. No esperemos a que después no podamos. NICOLÁS: El esperar a mañana, padre, es esperanza vana, y de la suerte que estamos, otro día más pudiera con las vidas acabar. GUARDIÁN: A poderlo remediar con la mía, la perdiera gustoso en esta ocasión por lo que se ha decir y porque lo ha de sentir toda nuestra religión. ANTOLÍN: Sólo por la fe la vida, padre, se debe perder; mas morir de no comer es necedad conocida. Que al derecho natural ningún precepto prefiere; y el primero que yo viere con pan, por bien o por mal, conmigo habrá de partir aunque un obispo le traiga. Y si no, caiga el que caiga. GUARDIÁN: ¿Eso un fraile ha de decir? ANTOLÍN: Y lo haré. NICOLÁS: Padre Guardián, nuestro padre San Francisco manda que, si no quisieren en algún pueblo admitirnos, pasemos donde seamos con caridad recibidos; sin que prevenir pudiera que donde la ley de Cristo profesan nos maltrataran, ni que hubiera tan impío Gobernador que mandara, pena de bienes perdidos, que nadie nos dé limosna. GUARDIÁN: Padres, ya estoy convencido. En su custodia llevemos el Sacramento Divino descubierto hasta salir de la ciudad, que no fío de esta gente. Las reliquias llevar también es preciso repartidas entre todos. ANTOLÍN: Y el hermano jumentillo las casullas y ornamentos llevará si es que está vivo porque ayer le hallé comiendo de su refectorio mismo la mesa. GUARDIÁN: Vamos.
Sale LUZBEL, vestido de fraile
LUZBEL: Deo gratias, hermanos. (¡Fiero castigo!) Aparte GUARDIÁN: ¡Válgame Dios! ¿Quién es, padre? Que de verle aquí me admiro. ANTOLÍN: ¿Por dónde ha entrado este fraile? NICOLÁS: Por la puerta no ha podido que yo la cerré. LUZBEL: No hay puerta cerrada al poder divino. Él es quien, sin que pudiera excusarme, me ha traído desde tan ignoto clima, que el puesto donde yo asisto en mi vocación constante, el sol, general registro o le perdonó por pobre o dejó por escondido. GUARDIÁN: Dígame, ¿qué nombre tiene? LUZBEL: Mi nombre es y mi apellido fray Obediencia Forzado, de antes Querub... ANTOLÍN: Vizcaíno debe de ser el tal fraile. GUARDIÁN: Parece varón divino. ANTOLÍN: Bien su palidez lo muestra. LUZBEL: Pues jamás tan encendido tuve el espíritu. GUARDIÁN: Padre, díganos pues a qué vino; que nos tienen recelosos sus palabras y el prodigio de entrar cerradas las puertas. (Algún engaño imagino Aparte de nuestro común contrario. ¡Temblando estoy!) ANTOLÍN: Yo apercibo hisopo y agua bendita por si acaso es el maligno. LUZBEL: No temen, y esténme atentos. Orden traigo de Dios mismo a boca de reprehenderles la poca fe que han tenido los que siguen la bandera del gran alférez de Cristo. ¿La plaza que les entrega desamparan fugitivos? No ha dos días naturales que puso en contrario el sitio. ¿Cómo desmaya tan presto de vuestra esperanza el brío? Los que debieran ser rocas, de corazones impíos a los embates, ¿qué oponen, siendo culpa lo indeciso, a riesgos amenazados, temores ejecutivos? Sabiendo que a nuestro padre prometió Dios que a sus hijos no faltaría el sustento, ¿incurren en un delito tan grande como el pensar que pueda lo que Dios dijo faltar? (¡Que yo tal pronuncie!) Aparte Crean...(¡Volcanes respiro!) Aparte ...que cuando de todo el orbe cerraran a un tiempo mismo los vivientes racionales a la piedad los oídos, los ángeles les trajeran el sustento prometido de su Criador, o el demonio porque fuese más prodigio. ANTOLÍN: Con el fervor echa llama por los ojos. GUARDIÁN: Padre mío, bien se ve que es envïado de Dios, pues tanto han podido sus palabras que mil vidas diera primero a los filos de la hambre, que dejar de mi padre San Francisco la casa. PEDRO: No habrá ninguno de sus verdaderos hijos que no dé por Dios la vida. NICOLÁS: Y estarán todos corridos, padre, de haber intentado volver al espalda al peligro. LUZBEL: (Lo que fue natural miedo en mérito han convertido. ¡Qué presto a lo mejor vuelven los que de Dios asistidos están!) ANTOLÍN: Padre, ésta es pregunta. Estándome yo quedito, sin buscar algo que coma, ¿será padecer martirio por Dios el morir de hambre? LUZBEL: Juzgo que no; mas le afirmo que coma muy presto. ANTOLÍN: Luego, fuera mejor, padre mío; que ya se cierra el gaznate. LUZBEL: Hermanos, con sacrificios satisfagan la amorosa queja del Autor Divino. De su alimento me encargo desde luego haciendo oficio de limosnero. ANTOLÍN: ¿Limosnas en esta ciudad? Me río. LUZBEL: Presto saldrá de este engaño; que el hermano ha de ir conmigo. ANTOLÍN: Yo no me atrevo. LUZBEL: No tema, fray Antolín. ANTOLÍN: ¿Quien le dijo mi nombre? LUZBEL: Yo le conozco. Padre Guardián. No dé indicio de temor. Abra esas puertas. GUARDIÁN: (Éste es ángel. No replico.) Aparte ANTOLÍN: Alguna sarna se cura el padre; que el olorcillo es de azufre. GUARDIÁN: (Mas ya el cielo Aparte me da de quién es aviso. ¡Válgame Dios!) LUZBEL: A los frailes anime; que están rendidos. GUARDIÁN: (Encubrir este portento Aparte por los frailes es preciso.) LUZBEL: Váyanse al coro y no teman; que mientras yo les asisto, seguro estará de lobos este redil de Francisco. GUARDIÁN: (Sí, pues ya Dios en triaca Aparte el veneno ha convertido.)
Vanse el GUARDIÁN, fray PEDRO y fray NICOLÁS, y quedan solos fray ANTOLÍN y LUZBEL
LUZBEL: Tome las arguenas, padre, porque traiga lo preciso esta noche; que mañana se llevará el jumentillo. ANTOLÍN: Yo creo que volveremos al convento con lo mismo que llevamos. LUZBEL: Tan cargado ha de volver, sin pedirlo, que ha de llegar al convento muy cansado. ANTOLÍN: Y aun molido si me encuentran los muchachos. LUZBEL: No tema, pues va conmigo; que mientras les asistiere no hay que recelar peligros. ANTOLÍN: Pues, ¿por qué? LUZBEL: Porque ya tiene su mayor contrario amigo.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

El diablo predicador, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002