ACTO TERCERO


Salen el REY, [don PEDRO y FARFÁN,] los alcaldes mayores y don ARIAS
PEDRO: Confiesa que le mató, mas no confiesa por qué. REY: ¿No dice qué le obligó? FARFÁN: Sólo responde, "No sé," y es gran confusión un no. REY: ¿Dice si le dió ocasión? PEDRO: Señor, de ninguna suerte. ARIAS ¡Temeraria confusión! PEDRO: Dice que le dió la muerte; no sabe si es con razón. FARFÁN: Sólo confiesa matarle porque matalle juró. ARIAS: Ocasión debió de darle. PEDRO: Dice que no se la dió. REY: Volved de mi parte a hablarle; y decilde que yo digo que luego el descargo dé; y decid que soy su amigo, y su enemigo seré en el rigor y castigo. Declare por qué ocasión dió muerte a Busto Tavera, y en sumaria información, antes que de necio muera, dé del delito razón. Diga quién se lo mandó, y por quién le dió la muerte, o qué ocasión le movió a hacerlo; que, de esta suerte, oiré su descargo yo; o que a morir se aperciba. PEDRO: Eso es lo que más desea; el sentimiento le priva, viendo una hazaña tan fea, tan avara, y tan esquiva, del jüicio. REY: ¿Y no se queja de ninguno? FARFÁN: No, señor; con su pesar se aconseja. REY: ¡Notable y raro valor! FARFÁN: Los cargos ajenos deja, y a sí se culpa, no más. REY: No se habrá visto en el mundo tales dos hombres jamás; cuando su valor confundo, me van apurando más. Id, y haced, Alcaldes, luego, que haga la declaración, y habrá en la Corte sosiego. Id, vos, con esta ocasión, don Arias, a ese hombre ciego. De mi parte le decid que diga por quién le dió la muerte; y le persuadid que declare, aunque sea yo, el culpado; y prevenid, si no confiesa, al momento el teatro en que mañana le dé a Sevilla escarmiento. ARIAS: Ya voy.
Vanse los alcaldes, y don ARIAS, sale don MANUEL
MANUEL: La gallarda hermana, con grande acompañamiento, de Busto Tavera, pide para besaros las manos licencia. REY: ¿Quién se lo impide? MANUEL: Gran señor, los ciudadanos. REY: Bien con la razón se mide! Dadme una silla, y dejad que entre ahora. MANUEL: Voy por ella.
Vase
REY: Vendrá vertiendo beldad, como en el cielo la estrella sale tras la tempestad.
Sale don MANUEL, ESTRELLA, y gente
MANUEL: Ya está aquí. REY: No por abril parece así su arrebol el sol gallardo y gentil, aunque por verano el sol vierte rayos de marfil. ESTRELLA: Cristianísimo don Sancho, de Castilla rey ilustre, por las hazañas notable, heroico por las virtudes, una desdichada Estrella, que sus claros rayos cubre de este luto, que mi llanto lo ha sacado en negras nubes, justicia a pedirte vengo, mas no que tú la ejecutes, sino que en mi arbitrio dejes que mi venganza se funde. Estrella de mayo fui, cuando más flores produce; y agora en estraño llanto ya soy Estrella de otubre. No doy lugar a mis ojos que mis lágrimas enjuguen, porque anegándose en ellas mi sentimiento no culpen. Quise a Tavera mi hermano, que sus sacras pesadumbres ocupa pisando estrellas en pavimentos azules; como hermano me amparó, y como a padre le tuve la obediencia, y el respeto en sus mandamientos puse. Vivía con él contenta, sin dejar que el sol injurie; que aun rayos del sol no eran a mis ventanas comunes. Nuestra hermandad envidiaba Sevilla, y todos presumen que éramos los dos hermanos que a una estrella se reducen. Un tirano cazador hace que el arco ejecute el fiero golpe en mi hermano, y nuestras glorias confunde. Perdí hermano, perdí esposo; sola he quedado, y no acudes a la obligación de rey, sin que nadie te disculpe. Hazme justicia, señor. Dame el homicida; cumple con tu obligación en esto; déjame que yo le juzgue. Entrégamele, ansí reines mil edades, ansí triunfes de las lunas que te ocupan los términos andaluces, porque Sevilla te alabe, sin que su gente te adule, en los bronces inmortales que ya los tiempos te bruñen. REY: Sosegaos, y enjugad las luces bellas si no queréis que se arda mi palacio; que, en lágrimas, del sol son las estrellas, si cada rayo suyo es un topacio; recoja el alba su tesoro en ellas, si el sol recién nacido le da espacio; y dejad que los cielos las codicien; que no es razón que aquí se desperdicien. Tomad esta sortija, y en Trïana allanad el castillo con sus señas; pónganlo en vuestras manos, sed tirana fiera con él de las hircanas peñas, aunque a piedad, y compasión villana, nos enseñan volando las cigüeñas; que es bien que sean, porque más asombre, aves, y fieras, confusión del hombre. Vuestro hermano murió; quien le dió muerte dicen que es Sancho Ortiz; vengaos vos della; y aunque él muriese así de aquesa suerte, vos la culpa tenéis por ser tan bella. Si es la mujer el animal más fuerte, mujer, Estrella, sois, y sois Estrella; vos vencéis, que inclináis, y con venceros competencia tendréis con dos luceros. ESTRELLA: ¿Qué ocasión dió, gran señor, mi hermosura en la inocente muerte de mi hermano? ¿He dado yo la causa, por ventura o con deseo, a propósito liviano? ¿Ha visto alguno en mí desenvoltura, algún inútil pensamiento vano? REY: Es ser hermosa, en la mujer, tan fuerte, que, sin dar ocasión, da al mundo muerte. Vos quedáis sin matar, porque en vos mata la parte que os dió el cielo, la belleza; se ofende mucho con vos cuando, ingrata y emulación mortal naturaleza, no avarientas las perlas, ni la plata, y un oro que hace un mar vuestra cabeza, para vos reservéis; que no es justicia. ESTRELLA: Aquí, señor, virtud es avaricia; que, si en mí plata hubiera y oro hubiera, de mi cabeza luego le arrancara, y el rostro con fealdad obscureciera, aunque en brasas ardientes le abrasara. Si un Tavera murió, quedó un Tavera; y si su deshonor está en mi cara, yo le pondré de suerte con mis manos, que espanto sea entre los más tiranos.
Vase
REY: (Si a Sancho Ortiz le entregan, imagino Aparte que con su misma mano ha de matalle. ¿Que en vaso tan perfecto y peregrino permite Dios que la fiereza se halle? ¡Ved lo que intenta un necio desatino! Yo incité a Sancho Ortiz. Voy a libralle; que amor que pisa púrpura de reyes, a su gusto, no más, promulga leyes.)
Vanse y salen SANCHO, CLARINDO, y MÚSICOS
SANCHO: ¿Algunos versos, Clarindo, no has escrito a mi suceso ? CLARINDO: ¿Quién, señor, ha de escribir, teniendo tan poco premio? A las fiestas de la Plaza muchos me pidieron versos, y, viéndome por las calles, como si fuera maestro de cortar o de coser, me decían, "¿No está hecho aquel recado?" y me daban más priesa que un rompimiento. Y cuando escritas llevaba las instancias, muy compuestos decían, "Buenas están; yo, Clarindo, lo agradezco." Y, sin pagarme la hechura me enviaban boquiseco. No quiero escribir a nadie, ni ser tercero de necios; que los versos son cansados cuando no tienen provecho. Tomen la pluma los cultos, después de cuarenta huevos sorbidos, y versos pollos saquen a luz de otros dueños; que yo por comer escribo, si escriben comidos ellos. Y si qué comer tuviera, excediera en el silencio a Anajágoras, y burla de los latinos y griegos ingenios hiciera.
Salen [don PEDRO y FARFÁN.] los alcaldes mayores, y don ARIAS
PEDRO: Entrad. CLARINDO: Que vienen, señor, sospecho, éstos a notificarte la sentencia.
A los músicos
SANCHO: Pues de presto decid vosotros un tono. (Agora sí que deseo Aparte morir, y quiero cantando dar muestras de mi contento; fuera de que quiero darles a entender mi heroico pecho, y que aun la muerte no puede en él obligarme a menos.) CLARINDO: ¡Notable gentilidad! ¿Qué más hiciera un tudesco, llena el alma de lagañas de pipotes de lo añejo, de Monturque y de Lucena, santos y benditos pueblos?
Cantan
MÚSICOS: "Si consiste en el vivir mi triste y confusa suerte, lo que se alarga la muerte eso se alarga el morir." CLARINDO: ¡Gallardo mote han cantado! SANCHO: A propósito discreto.
Cantan
MÚSICOS: "No hay vida como la muerte, para el que vive muriendo." PEDRO: ¿Agora es tiempo, señor, de música? SANCHO: Pues ¿qué tiempo de mayor descanso pueden tener en su mal los presos? FARFÁN: Cuando la muerte por horas le amenaza, y por momentos la sentencia está aguardando del fulminado proceso, ¿con música se entretiene? SANCHO: Soy cisne, y la muerte espero cantando. FARFÁN: Ha llegado el plazo. SANCHO: Las manos y pies os beso por las nuevas que me dais. ¡Dulce día!
A los MÚSICOS
Sólo tengo, amigos, esta sortija, pobre prisión de mis dedos. Repartilda; que en albricias os la doy; y mis contentos publicad con la canción que a mi propósito han hecho.
Cantan
MÚSICOS: "Si consiste en el vivir mi triste y confusa suerte, lo que se alarga la muerte, eso se alarga el morir." SANCHO: Pues si la muerte se alarga lo que la vida entretengo, y está en la muerte la vida, con justicia la celebro. PEDRO: Sancho Ortiz de las Roelas, ¿vos confesáis que habéis muerto a Busto Tavera? SANCHO: Sí, y aquí a voces lo confieso. Yo le di muerte, señores, al más noble caballero que trujo arnés, ciñó espada, lanza empuñó, enlazó yelmo. Las leyes del amistad, guardadas con lazo eterno, rompí, cuando él me ofreció sus estrellados luceros. Buscad bárbaros castigos, inventad nuevos tormentos, porque en España se olviden de Fálaris y Magencio. FARFÁN: Pues ¿sin daros ocasión le matasteis? SANCHO: Yo le he muerto; esto confieso, y la causa no la sé, y causa tengo, y es de callaros la causa; pues tan callada la tengo, si hay alguno que lo sepa, dígalo; que yo no entiendo por qué murió; sólo sé que le maté sin saberlo. PEDRO: Pues parece alevosía matarle sin causa. SANCHO: Es cierto que la dió, pues que murió. PEDRO: ¿A quién la dió? SANCHO: A quien me ha puesto en el estado en que estoy, que es en el último estremo. PEDRO: ¿Quién es? SANCHO: No puedo decirlo, porque me encargó el secreto; que, como rey en las obras, he de serlo en el silencio. Y para matarme a mí, basta saber que le he muerto, sin preguntarme el porqué. ARIAS: Señor Sancho Ortiz, yo vengo aquí en nombre de Su Alteza a pediros que a su ruego confeséis quién es la causa de este loco desconcierto. Si lo hicisteis por amigos, por mujeres, o por deudos, o por algún poderoso y grande de aqueste reino; y si tenéis de su mano papel, resguardo, o concierto, escrito o firmado, al punto lo manifestéis, haciendo lo que debéis. SANCHO: Si lo hago, no haré, señor, lo que debo. Decilde a Su Alteza, amigo, que cumplo lo que prometo; y si él es don Sancho el Bravo, yo ese mismo nombre tengo. Decilde que bien pudiera tener papel; mas me afrento de que papeles me pida, habiendo visto romperlos. Yo maté a Busto Tavera; y, aunque aquí librarme puedo, no quiero, por entender que alguna palabra ofendo. Rey soy en cumplir la mía, y lo prometido he hecho; y quien promete, también es razón haga lo mesmo. Haga quien se obliga hablando, pues yo me he obligado haciendo; que, si al callar llaman Sancho, yo soy Sancho, y callar quiero. Esto a Su Alteza decid; y decilde que es mi intento que conozca que en Sevilla también ser reyes sabemos. ARIAS: Si en vuestra boca tenéis el descargo, es desconcierto negarlo. SANCHO: Yo soy quien soy, y siendo quien soy, me venzo a mí mismo con callar, y a alguno que calla afrento; quien es quien es, haga obrando como quien es, y con esto, de aquesta suerte, los dos como quien somos haremos. ARIAS: Eso le diré a Su Alteza. PEDRO: Vos, Sancho Ortiz, habéis hecho un caso muy mal pensado, y anduvistis poco cuerdo. FARFÁN: Al Cabildo de Sevilla habéis ofendido, y puesto a su rigor vuestra vida, y en su furor vuestro cuello.
Vase
PEDRO: Matasteis a un Regidor sin culpa, al cielo ofendiendo. Sevilla castigará tan locos atrevimientos.
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ARIAS: Y al rey, que es justo, y es santo. ¡Raro valor! ¡Bravo esfuerzo!
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CLARINDO: ¿Es posible que consientas tantas injurias? SANCHO: Consiento que me castiguen los hombres, y que me confunda el cielo; y ya, Clarindo, comienza. ¿No oyes un confuso estruendo? Braman los aires, armados de relámpagos y truenos. Uno baja sobre mí como culebra, esparciendo círculos de fuego apriesa. CLARINDO: (Pienso que ha perdido el seso; Aparte quiero seguirle el humor.) SANCHO: ¡Que me abraso! CLARINDO: ¡Que me quemo! SANCHO: ¿Cogióte el rayo también? CLARINDO: ¿No me ves cenizas hecho? SANCHO: ¡Válgame Dios! CLARINDO: Sí, señor, ceniza soy de sarmientos. SANCHO: Dame una poca, Clarindo, para que diga "memento." CLARINDO: Y ¿a ti no te ha herido el rayo? SANCHO: ¿No me ves, Clarindo, vuelto, como la mujer de Lot, en piedra sal? CLARINDO: Quiero verlo. SANCHO: Tócame. CLARINDO: Duro y salado estás. SANCHO: ¿No lo he de estar, necio, si soy piedra sal aquí? CLARINDO: Así te gastarás menos; mas si eres ya piedra sal, di, ¿cómo hablas? SANCHO: Porque tengo el alma ya encarcelada en el infierno del cuerpo. Y tú, si eres ya ceniza, ¿cómo hablas? CLARINDO: Soy un brasero, donde entre cenizas pardas el alma es tizón cubierto. SANCHO: ¿Alma tizón tienes? Malo. CLARINDO: Antes, señor, no es muy bueno. SANCHO: Ya estamos en la otra vida. CLARINDO: Y pienso que en el infierno. SANCHO: ¿En el infierno, Clarindo? ¿En qué lo ves? CLARINDO: En que veo, señor, en aquel castillo más de mil sastres mintiendo. SANCHO: Bien dices que en él estamos; que la Soberbia está ardiendo sobre esa torre, formada de arrogantes y soberbios. Allí veo a la Ambición tragando abismos de fuego. CLARINDO: Y más adelante está una legión de cocheros. SANCHO: Si andan coches por acá, ya destruirán al infierno; pero si el infierno es, ¿cómo escribanos no vemos? CLARINDO: No los quieren recibir, porque acá no inventen pleitos, SANCHO: Pues si en él pleitos no hay, bueno es el infierno. CLARINDO: Bueno. SANCHO: ¿Qué son aquéllos? CLARINDO: Tahures sobre una mesa de fuego. SANCHO: Y aquéllos ¿qué son? CLARINDO: Demonios, que los llevan, señor, presos. SANCHO: ¿No les basta ser demonios, sino soplones? ¿Qué es esto? CLARINDO: Voces de dos mal casados que se están pidiendo celos. SANCHO: Infierno es ése dos veces, acá y allá padeciendo. ¡Bravo penar, fuerte yugo! Lástima, por Dios, les tengo. ¿De qué te ríes? CLARINDO: De ver a un espantado hacer gestos, señor, a aquellos demonios, porque le han ajado el cuello y cortado las melenas. SANCHO: Ése es notable tormento; sentirálo mucho. CLARINDO: Allí la Necesidad, haciendo cara de hereje, da voces. SANCHO: Acá y allá padeciendo, pobre mujer, disculpados habían de estar sus yerros, porque la Necesidad tiene disculpa en hacerlos, y no te espantes, Clarindo. CLARINDO: ¡Válgame Dios! Saber quiero quién es aquél de la pluma. SANCHO: Aquél, Clarindo, es Homero, y aquél, Virgilio, a quien Dido la lengua le cortó, en premio del testimonio y mentira que le levantó. Aquel viejo es Horacio, aquél, Lucano y aquél, Ovidio. CLARINDO: No veo, señor, entre estos poetas ninguno de nuestros tiempos: no veo ahora ninguno de los sevillanos nuestros. SANCHO: Si son los mismos demonios, dime, ¿cómo puedes verlos? que allá en forma de poetas andan dándonos tormentos. CLARINDO: ¿Demonios poetas son? Por Dios, señor, que lo creo; que aquel demonio de allí, arrogante y corninegro, a un poeta amigo mío se parece, pero es lego; que los demonios son sabios, mas éste será mostrenco. Allí está el tirano Honor, cargado de muchos necios que por la honra padecen. SANCHO: Quiérome juntar con ellos. Honor, un necio y honrado viene a ser crïado vuestro, por no exceder vuestras leyes. Mal, amigo, lo habéis hecho, porque el verdadero honor consiste ya en no tenerlo. ¡A mí me buscáis allá, y ha mil siglos que estoy muerto! Dinero, amigo, buscad; que el honor es el dinero. ¿Qué hicisteis? Quise cumplir una palabra. Rïendo me estoy; ¿palabras cumplís? Parecéisme majadero; que es ya el no cumplir palabras bizarría en este tiempo. Prometí matar a un hombre, y le maté airado, siendo mi mayor amigo. Malo. CLARINDO: ¿No es muy bueno? SANCHO. No es muy bueno. Metelde en un calabozo, y condénese por necio. Honor, su hermana perdí, y ya en su hacienda padezco. No importa. CLARINDO: (¡Válgame Dios! Aparte Si más proseguir le dejo, ha de perder el jüicio; inventar quiero un enredo.
Da voces
SANCHO: ¿Quién da voces? ¿Quién da voces? CLARINDO: Da voces el Cancerbero, portero de este palacio. ¿No me conocéis? SANCHO: Sospecho que sí. CLARINDO: Y vos ¿quién sois? SANCHO: ¿Yo? Un honrado. CLARINDO: ¿Y acá dentro estáis? Salid, noramala. SANCHO: ¿Qué decís? CLARINDO: Salid de presto; que este lugar no es de honrado. Asilde, llevalde preso al otro mundo, a la cárcel de Sevilla por el viento. ¿Cómo? Tapados los ojos, para que vuele sin miedo. Ya está tapado. En sus hombros al punto el Diablo Cojuelo allá le ponga de un salto. ¿De un salto? Yo estoy contento. Camina, y lleva también de la mano al compañero.
Da una vuelta, y déjale
Ya estáis en el mundo, amigo. Quedaos a Dios. Con Dios quedo. SANCHO: ¿A Dios dijo? CLARINDO: Sí, señor; que este demonio, primero que lo fuese, fué cristiano, y bautizado, y Gallego en Cal de Francos. SANCHO: Parece que de un éxtasis recuerdo. (¡Válgame Dios! ¡Ay, Estrella, Aparte qué desdichada la tengo sin vos! Mas si yo os perdí, este castigo merezco.)
Salen el ALCALDE, y ESTRELLA, con manto
ESTRELLA: Luego el preso me entregad. ALCALDE: Aquí está, señora, el preso; y, como lo manda el rey, en vuestras manos le entrego. Señor Sancho Ortiz, Su Alteza nos manda que le entreguemos a esta señora.
Vase
ESTRELLA: Señor, venid conmigo. SANCHO: Agradezco la piedad si es a matarme, porque la muerte deseo. ESTRELLA: Dadme la mano, y venid. CLARINDO: ¿No parece encantamento? ESTRELLA: Nadie nos sigue. CLARINDO: Está bien. (¡Por Dios, que andamos muy buenos, Aparte desde el infierno a Sevilla, y de Sevilla al infierno! Plegue a Dios que aquesta Estrella se nos vuelva ya un lucero.
Vase
ESTRELLA: Ya os he puesto en libertad. Idos, Sancho Ortiz, con Dios, y advertid que uso con vos de clemencia y de piedad; Idos con Dios, acabad. Libre estáis. ¿Qué os detenéis? ¿Qué miráis? ¿Qué os suspendéis? Tiempo pierde el que se tarda. Id; que el caballo os aguarda en que escaparos podéis. Dineros tiene el crïado para el camino. SANCHO: Señora, dadme esos pies. ESTRELLA: Id; que ahora no es tiempo. SANCHO: Voy con cuidado. Sepa yo quién me ha librado, porque sepa agradecer tal merced. ESTRELLA: Una mujer, vuestra aficionada, soy, que la libertad os doy, teniéndola en mi poder. Id con Dios. SANCHO: No he de pasar de aquí, si no me decís quién sois o no os descubrís. ESTRELLA: No me da el tiempo lugar. SANCHO: La vida os quiero pagar, y la libertad también: yo he de conocer a quién tanta obligación le debo, para pagar lo que debo, reconociendo este bien. ESTRELLA: Una mujer principal soy, y, si más lo pondero, la mujer que más os quiero, y a quien vos queréis más mal. Id con Dios. SANCHO: Yo no haré tal, si no os descubrís ahora. ESTRELLA: Porque os vais, yo soy.
Descúbrese
SANCHO: ¡Señora! ¡Estrella del alma mía! ESTRELLA: Estrella soy que te guía, de tu vida, precursora. Véte; que amor atropella la fuerza así del rigor, que, como te tengo amor, te soy favorable Estrella. SANCHO: ¡Tú, resplandeciente y bella con el mayor enemigo! ¡Tú, tanta piedad conmigo! Trátame con más crueldad; que aquí es rigor la piedad, porque es piedad el castigo. Haz que la muerte me den; no quieras, tan liberal, con el bien hacerme mal, cuando está en mi mal el bien. ¡Darle libertad a quien muerte a su hermano le dió! No es justo que viva yo, pues él padeció por mí; que es bien que te pierda así quien tal amigo perdió. En libertad de esta suerte, me entrego a la muerte fiera, porque si preso estuviera, ¿qué hacía en pedir la muerte? ESTRELLA: Mi amor es más firme y fuerte, y así la vida te doy. SANCHO: Pues yo a la muerte me voy, puesto que librarme quieres; que, si haces como quien eres, yo he de hacer como quien soy. ESTRELLA: ¿Por qué mueres? SANCHO: Por vengarte. ESTRELLA: ¿De qué? SANCHO: De mi alevosía. ESTRELLA: Es crueldad. SANCHO: Es valentía. ESTRELLA: Ya no hay parte. SANCHO: Amor es parte. ESTRELLA: Es ofenderme. SANCHO: Es amarte. ESTRELLA: ¿Cómo me amas? SANCHO: Muriendo. ESTRELLA: Antes me ofendes. SANCHO: Viviendo. ESTRELLA: Óyeme. SANCHO: No hay qué decir. ESTRELLA: ¿Dónde vas? SANCHO: Voy a morir, pues con la vida te ofendo. ESTRELLA: Vete, y déjame. SANCHO: No es bien. ESTRELLA: Vive, y líbrate. SANCHO: No es justo. ESTRELLA: ¿Por quién mueres? SANCHO: Por mi gusto. ESTRELLA: Es crueldad. SANCHO: Honor también. ESTRELLA: ¿Quién te acusa? SANCHO: Tu desdén. ESTRELLA: No lo tengo. SANCHO: Piedra soy. ESTRELLA: ¿Estás en ti? SANCHO: En mi honra estoy, y te ofendo con vivir. ESTRELLA: Pues vete, loco, a morir; que a morir también me voy.
Vanse cada uno por su puerta. Salen el REY y don ARIAS
REY: ¿Que no quiera confesar que yo mandé darle muerte? ARIAS: No he visto bronce más fuerte; todo su intento es negar. Dijo al fin que él ha cumplido su obligación, y que es bien que cumpla la suya quien le obligó con prometido. REY: Callando quiere vencerme. ARIAS: Y aun te tiene convencido. REY: él cumplió lo prometido; en confusión vengo a verme por no poderle cumplir la palabra que enojado le dí. ARIAS: Palabra que has dado no se puede resistir, porque, si debe cumplilla un hombre ordinario, un rey la hace entre sus labios ley, y a la ley todo se humilla. REY: Es verdad, cuando se mide con la natural razón la ley. ARIAS: Es obligación. El vasallo no la pide al rey. Sólo ejecutar, sin verlo y averiguallo, debe la ley el vasallo, y el rey debe consultar. Tú esta vez la promulgaste en un papel, y, pues él la ejecutó sin papel, a cumplilla te obligaste la ley que hiciste en mandarle matar a Busto Tavera; que, si por tu ley no fuera, él no viniera a matarle. REY: Pues ¿he de decir que yo darle la muerte mandé, y que tal crueldad usé con quien jamás me ofendió? El Cabildo de Sevilla, viendo que la causa fuí, Arias, ¿qué dirá de mí? Y ¿qué se dirá en Castilla, cuando don Alonso en ella me está llamando tirano, y el Pontífice romano con censuras me atropella? La parte de mi sobrino vendrá a esforzar por ventura, y su amparo la asegura. Falso mi intento imagino también, si dejo morir a Sancho Ortiz. Es bajeza. ¿Qué he de hacer? ARIAS: Puede Tu Alteza con halagos persuadir a los Alcaldes Mayores, y pedilles con destierro castiguen su culpa y yerro, atropellando rigores. Pague Sancho Ortiz; así vuelves, gran señor, por él, y, ceñido de laurel, premiado queda de ti. puedes hacerle, señor, general de una frontera. REY: Bien dices; pero si hubiera ejecutado el rigor con él doña Estrella ya, a quien mi anillo le di, ¿cómo lo haremos aquí? ARIAS: Todo se remediará, y en tu nombre iré a prendella por causa que te ha movido; y, sin gente y sin rüido, traeré yo al Alcázar a Estrella. Aquí la persuadirás a tu intento, y, porque importe, con un grande de la Corte casarla, señor, podrás; que su virtud y nobleza merece un alto marido. REY: ¡Cómo estoy arrepentido, don Arias, de mi flaqueza! Bien dice un sabio, que aquél era sabio solamente que era en la ocasión prudente, como en la ocasión crüel. Ve luego a prender a Estrella, pues de tanta confusión me sacas con su prisión; que pienso casar con ella, para venirla a aplacar, un ricohome de Castilla; y a poderla dar mi silla, la pusiera en mi lugar; que tal hermano y hermana piden inmortalidad. ARIAS: La gente de esta ciudad obscurecen la romana.
Vase don ARIAS y Sale el ALCALDE
ALCALDE: Déme los pies Vuestra Alteza. REY: Pedro de Cáus, ¿qué causa os trae a mis pies? ALCAIDE: Señor, este anillo con sus armas ¿no es de Vuestra Alteza? REY: Sí. éste es privilegio y salva de cualquier crimen que hayáis cometido. ALCALDE: Fué a Trïana, invicto señor, con él una mujer muy tapada, diciendo que Vuestra Alteza, que le entregara, mandaba a Sancho Ortiz. Consultéle tu mandato con las guardas, y el anillo juntamente, y todos que le entregara me dijeron; dile luego, pero, en muy poca distancia, Sancho Ortiz, dando mil voces, pide que las puertas abra del castillo, como loco. "No he de hacer lo que el rey manda" decía, y "Quiero morir; que es bien que muera quien mata." La entrada le resistí, pero, como voces tantas daba, fué el abrirle fuerza: entró, donde alegre aguarda la muerte. REY: No he visto gente más gentil ni más cristiana que la de esta ciudad: callen bronces, mármoles, y estatuas. ALCALDE: La mujer dice, señor, que la libertad le daba y que él no quiso admitirla por saber que era la hermana de Busto Tavera, a quien dió la muerte. REY: Más me espanta lo que me decís agora. En sus grandezas agravian la mesma naturaleza: ella, cuando más ingrata había de ser, le perdona, le libra; y él, por pagarla el ánimo generoso, se volvió a morir. Si pasan más adelante sus hechos, dé la vida a eternas planchas. Vos, Pedro de Caus, traedme con gran secreto al Alcázar a Sancho Ortiz en mi coche, escusando estruendo y guardas. ALCALDE: Yo voy a servirte.
Vase y sale en CRIADO
CRIADO: Aquí ver a Vuestra Alteza aguardan sus dos Alcaldes Mayores. REY: Decid que entren con sus varas.
Vase el CRIADO
Yo, si puedo, a Sancho Ortiz he de cumplir la palabra, sin que mi rigor se entienda.
Salen [don PEDRO y FARFÁN,] los dos alcaldes mayores
PEDRO: Ya, gran señor, sustanciada la culpa, pide el proceso la sentencia. REY: Sustanciadla; sólo os pido que miréis, pues sois padres de la patria, su justicia; y la clemencia muchas veces la aventaja. Regidor es de Sevilla Sancho Ortiz, si es el que falta Regidor; uno piedad pide, si el otro venganza. FARFÁN: Alcaldes Mayores somos de Sevilla, y hoy nos cargan en nuestros hombros, señor, su honor y su confïanza. Estas varas representan a Vuestra Alteza; y, si tratan mal vuestra planta divina, ofenden a vuestra estampa. Derechas miran a Dios; y, si se doblan y bajan, miran al hombre, y del cielo, en torciéndose, se apartan. REY: No digo que las torzáis, sino que equidad se haga en la justicia. PEDRO: Señor, la causa de nuestras causas es Vuestra Alteza. En su fïat penden nuestras esperanzas. Dalde la vida, y no muera, pues nadie en los reyes manda; Dios manda en los reyes; Dios de los Saúles traslada en los humildes Davides las coronas soberanas. REY: Entrad, y ved la sentencia, qué da por disculpa, y salga al suplicio Sancho Ortiz como las leyes lo tratan. Vos, don Pedro de Guzmán, escuchadme una palabra aquí aparte.
Vase FARFÁN
PEDRO: Pues, ¿qué es lo que Vuestra Alteza manda? REY: Dando muerte a Sancho Ortiz, don Pedro, no se restaura la vida al muerto; y querría, evitando la desgracia mayor, que le desterremos a Gibraltar, o a Granada, donde en mi servicio tenga una muerte voluntaria. ¿Qué decís? PEDRO: Que soy don Pedro de Guzmán, y a vuestras plantas me tenéis; vuestra es mi vida, vuestra es mi hacienda, y espada, y ansí serviros prometo como el menor de mi casa. REY: Dadme esos brazos, don Pedro de Guzmán; que no esperaba yo menos de un pecho noble. Id con Dios: haced que salga luego Farfán de Ribera.
Vase don PEDRO
(Montes la lisonja allana.) Aparte
Sale FARFÁN
FARFÁN: Aquí a vuestros pies estoy. REY: Farfán de Ribera, estaba con pena de que muriera Sancho Ortiz; mas ya se trata de que en destierro se trueque la muerte; y será más larga, porque será mientras viva. Vuestro parecer me falta, para que así se pronuncie cosa de más importancia. FARFÁN: Mande a Farfán de Ribera Vuestra Alteza, sin que en nada repare; que mi lealtad en servirle no repara en cosa alguna. REY: Al fin, sois Ribera en quien vierte el alba flores de virtudes bellas, que os guarnecen y acompañan. Id con Dios.
Vase FARFÁN
REY: Bien negocié. Hoy de la muerte se escapa Sancho Ortiz, y mi promesa sin que se entienda se salva. Haré que por general de alguna frontera vaya, con que le destierro y premio.
Vuelven los alcaldes
PEDRO: Ya está, gran señor, firmada la sentencia, y que la vea Vuestra Alteza sólo falta.
Dale al REY un papel
REY: Habrá la sentencia sido como yo la deseaba de tan nobles caballeros. FARFÁN: Nuestra lealtad nos ensalza.
Lee
REY: "Fallamos y pronunciamos que le corten en la plaza la cabeza." ¿Esta sentencia es la que traéis firmada? ¿Ansí, villanos, cumplís a vuestro rey la palabra? ¡Vive Dios! FARFÁN: Lo prometido con las vidas y las armas cumplirá el menor de todos, como ves, como arrimada la vara tenga; con ella, ¡por las potencias humanas, por la tierra, y por el cielo, que ninguno de ellos haga cosa mal hecha, o mal dicha! PEDRO: Como a vasallos nos manda, mas como a Alcaldes Mayores, no pidas injustas causas; que aquello es estar sin ellas, y aquesto es estar con varas; y el Cabildo de Sevilla es quien es. REY: Bueno está. Basta; que todos me avergonzáis.
Salen Don ARIAS, y ESTRELLA
ARIAS: Ya está aquí Estrella. REY: Don Arias, ¿qué he de hacer? ¿Qué me aconseja entre confusiones tantas?
Salen el ALCALDE, y don SANCHO Ortiz, y CLARINDO
ALCALDE: Ya Sancho Ortiz está aquí. SANCHO: Gran señor, ¿por qué no acabas con la muerte mis desdichas, con tu rigor mis desgracias? Yo maté a Busto Tavera. Mátame, muera quien mata. Haz, señor, misericordia, haciendo justicia. REY: Aguarda. ¿Quién te mandó dar la muerte? SANCHO: Un papel. REY: ¿De quién? SANCHO: Si hablara el papel, él lo dijera; que es cosa evidente y clara; mas los papeles rompidos dan confusas las palabras. Sólo sé que di la muerte al hombre que más amaba, por haberlo prometido. Mas aquí a tus pies aguarda Estrella mi heroica muerte, y aun no es bastante venganza. REY: Estrella, yo os he casado con un grande de mi casa, mozo, galán, y en Castilla príncipe, y señor de salva. Y en premio de esto os pedimos con su perdón vuestra gracia, que no es justo que se niegue. ESTRELLA: Ya, señor, que estoy casada, vaya libre Sancho Ortiz. No ejecutes mi venganza. SANCHO: Al fin, ¿me das el perdón porque Su Alteza te casa? ESTRELLA: Sí, por eso te perdono. SANCHO: Y ¿quedas ansí vengada de mi agravio? ESTRELLA: Y satisfecha. SANCHO: Pues, porque tus esperanzas se logren, la vida aceto, aunque morir deseaba. REY: Id con Dios. FARFÁN: Mirad, señor, que así Sevilla se agravia, y debe morir. REY: ¿Qué haré? que me apuran y acobardan esta gente. ARIAS: Hablad. REY: Sevilla, matadme a mí; que fuí causa de esta muerte. Yo mandé matarle, y aquesto basta para su descargo. SANCHO; Sólo ese descargo aguardaba mi honor; que el rey me mandó matarle; que yo una hazaña tan fiera no cometiera, si el rey no me lo mandara. REY: Digo que es verdad. FARFÁN: Así Sevilla se desagravia; que, pues mandasteis matarle, sin duda os daría causa. REY: Admirado me ha dejado la nobleza sevillana. SANCHO: Yo a cumplir salgo el destierro, cumpliéndome otra palabra que me disteis. REY: Yo la ofrezco. SANCHO: Yo dije que aquella dama por mujer habías de darme que yo quisiera. REY: Ansí pasa. SANCHO: Pues a doña Estrella pido, y aquí, a sus divinas plantas, el perdón de mis errores. ESTRELLA: Sancho Ortiz, yo estoy casada. SANCHO: ¿Casada? ESTRELLA: Sí. SANCHO: Yo estoy muerto. REY: Estrella, ésta es mi palabra; rey soy, y debo cumplirla. ¿Qué me respondéis? ESTRELLA: Que se haga vuestro gusto. Suya soy. SANCHO: Yo soy suyo. REY: Ya ¿qué os falta? SANCHO: La conformidad. ESTRELLA: Pues ésa jamás podremos hallarla viviendo juntos. SANCHO: Lo mismo digo yo, y por esta causa de la palabra te absuelvo. ESTRELLA: Yo te absuelvo la palabra; que ver siempre al homicida de mi hermano en mesa y cama me ha de dar pena. SANCHO: Y a mí, estar siempre con la hermana del que maté injustamente, queriéndole como al alma. ESTRELLA: Pues ¿libres quedamos? SANCHO: Sí. ESTRELLA: Pues adiós. SANCHO: Adiós. REY: Aguarda. ESTRELLA: Señor, no ha de ser mi esposo hombre que a mi hermano mata, aunque le quiero y adoro.
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SANCHO: Y yo, señor, por amarla, no es justicia que lo sea.
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REY: ¡Brava fe! ARIAS: ¡Brava constancia! CLARINDO: Más me parece locura. REY: Toda esta gente me espanta. PEDRO: Tiene esta gente Sevilla. REY: Casarla pienso, y casarla como merece. CLARINDO: Y aquí esta tragedia os consagra Cardenio, dando a la Estrella de Sevilla eterna fama, cuyo prodigioso caso inmortales bronces guardan.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002