ACTO TERCERO


Salen doña LUCRECIA:, con manto, y RICARDO
RICARDO: Ésta, señora, que ves es de don Sancho de Herrera la casa. LUCRECIA: Serlo pudiera de un gran señor. RICARDO: Ésta es la de donde preso salió don Diego, y aquí donde el falso Enrique vi, cando de todo el suceso los lances vine a saber, como mandaste. LUCRECIA: Subid, y que le aguarda decid, para hablarle, una mujer. Mas tened; que en el zaguán prevenciones de camino se me ofrecen. Ya imagino que se ausenta de Milán el traidor. RICARDO: Lo que recelas, señora, se ha confirmado que hablando con su crïado baja con botas y espuelas.
Sale don ENRIQUE, con botas y espuelas, y TRISTÁN
ENRIQUE: Ya sabes lo que has de hacer en esta ausencia, Tristán. Solo te dejo en Milán a velar, y a deshacer los indicios que mi enredo pueden descubrir. TRISTÁN: Señor, pierde seguro el temor. de todo advirtid quedo. Confía de mi lealtad, que mil veces moriría qntes que por culpa mía se supiese la verdad. ENRIQUE: Siempre ha mostrado tu amor en las obras tus deseos. Llega el caballo. LUCRECIA: Teneos. ENRIQUE: ¿Quién es? LUCRECIA: Enrique traidor, sin vergúenza, sin honor, ¿pensábaste, di, ausentar, dementido, sin pagar tan justa deuda? ENRIQUE: (¡Ay de mi!) Aparte No dés voces. TRISTÁN: (Jamás vi Aparte encuentro con tanto azar. LUCRECIA: Enrique falso... ENRIQUE: Habla quedo. TRISTÁN: Calla, diablo. (Voces da Aparte diciendo Enrique, y está bamboleando el enredo.) LUCRECIA: Nunca vió la cara al miedo la verdad, no; y ofendida la razon es mal sufrida. No tienes que reportarme; que el honor has de pagarme con la mano o con la vida. ENRIQUE: Escúchame. LUCRECIA: En vano son las palabras, engañoso, mientras la mano de esposo no cumpla tu obligación. ENRIQUE: Digo que tienes razón. ¿Quieres más? LUCRECIA: Cuando te vas, ¿qué satisfación me das de la deuda en confesarla? ENRIQUE: Presto volveré a pagarla. LUCRECIA: ¿Qué sé yo si volverás, siendo, Enrique, forastero? TRISTÁN: (¡Darle a Enrique!) Aparte
Aparte a su amo
Esta mujer nos ha de echar a perder, Señor. ENRIQUE: (Remediarlo espero.) Aparte Lucrecia, decirte quiero verdades que te podrán asegurar. De Milán soy vecino; ésa que ves es mi casa. Don Sancho es mi padre y yo soy don Juan no don Enrique. Entendiendo poderme ocultar de ti, llamarme Enrique fingí; mas pues en vano pretendo ocultarme ya, en volviendo, de ser tu esposo te doy palabra, como quien soy. LUCRECIA: Eso no. Necia sería en fïar para otro día lo que puedo cobrar hoy; y más cuando haciendo están informacion de que intentas más engaños, los que inventas, diciendo que eres don Juan; que de algunos que en Milán te conocen, de tu estado y nombre me había informado cuando me fié de tí. TRISTÁN: (La máquina acaba aquí, Aparte si don Sancho lo ha escuchado.) Mira que es tarde, señor. Sube.
Sale don SANCHO, observando desde la puerta
SANCHO: (¿Qué voces serán Aparte las que oigo en el zaguán?) ENRIQUE: Adiós, Lucrecia. LUCRECIA: Traidor, sin restaurarme el honor no has de partir. ENRIQUE: ¡Bueno fuera que por tí me detuviera! Suelta. LUCRECIA: En Milán hay justicia que castigue tu malicia.
Sale doña ELENA a la puerta y habla aparte a su padre
ELENA: ¿Qué es esto, señor? SANCHO: Espera. ENRIQUE: Pues tanto me aprietas, digo que ni te debo el honor, ni en ti hay sangre ni valor para casarte conmigo. LUCRECIA: Eso merece, enemigo, la que de tí se ha fïado.
Aparte a TRISTÁN
ENRIQUE: Tristán, si nos ha escuchado don Sancho, sabe enmendar con mentir o con negar el error. TRISTÁN: Pierde cuidado.
Vase don ENRIQUE
LUCRECIA: Traidor, fementido, parte huyendo, discurre el suelo; que el duque, Milán y el cielo me ayudarán a alcanzarte.
Vase doña LUCRECIA, y con ella RICARDO
SANCHO: (La causa de la cuestión Aparte no puedo bien entender; mas con Tristán he de hacer de todo averiguación.) Mancebo... TRISTÁN: Señor... (¡Por Dios, Aparte que pienso que han escuchado todo cuanto aquí ha pasado.) SANCHO: ¿Que esto pasa, y que sois vos cómplice de estos delitos? Llegaos, llegaos. TRISTÁN: Ya me llego. (Visto nos ha todo el juego; Aparte mas tales fueron los gritos de aquel demonio o mujer.) SANCHO: Todo cuanto ha sucedido, traidor, he visto y oído, y lo primero ha de ser que vos, que andáis de por medio en las maldades que veis, la justa pena llevéis. TRISTÁN: (Lo ha oído todo, no hay remedio.) Aparte
Llamando
SANCHO: ¡Inés!
Sale INÉS
INÉS: Señor... SANCHO: Al momento vaya un crïado, y aquí me traiga un verdugo.
Vase INÉs, y vuelve poco después
TRISTÁN: ¿A mí qué castigo, qué tormento quieres darme? ¿En qué he pecado? ¿Puedes con razón culpar en un crïado el callar? SANCHO: En ayudar sois culpado. TRISTÁN: Tampoco en eso lo he sido; porque si loco de amor don Enrique, mi señor, por Elena, se ha fingido don Juan... SANCHO: (¿Qué escucho?) Aparte TRISTÁN: ¿Debiera, si de mí se confió, descubrir el caso yo aunque la vida perdiera? SANCHO: (¡Válgame Dios!) Aparte ELENA: Ya verás, padre, que no te engañé. SANCHO: (Más descubro que intenté. Aparte pero saber lo demás con cautela es conveniente.) Ya yo de todo tenía indicios; pero quería hacer probanza evidente de todo el caso, primero que emprendiese la venganza. TRISTÁN: Fácil era la probanza; que puesto que es forastero, hay alqunos en Milán que a Enrique en España vieron, y en Madrid le conocieron, donde sus padres están. SANCHO: Pues, ¿cómo se prometía de tanto engaño el secreto? TRISTÁN: Con abreviar el efeto; que por eso no salía de casa, por excusar que alguno le conociera y el secreto descubriera; mas, ¿puedes, señor, culpar que le haya servido yo como crïado fïel? SANCHO: No; mas decid. El papel que de la manga sacó a Elena... TRISTÁN: Fué fingimiento; que Elena no le tenía. Don Enrique lo traía escrito para el intento que puedes ya colegir del suceso. Pero ¿quién culpará que sirva bien, el que bien puede servir? SANCHO: Nadie, ni fuera razón. Pero, ¿quién es esta dama con quien riñó? TRISTÁN: Ella se llama Lucrecia, y la posesión de su persona y honor le entregó, como has oído, con palabra de marido que le dió Enrique. ELENA: ¡Ah, traidor! SANCHO: ¿Y dónde vive Lucrecia? TRISTÁN: En palacio, y es hermosa, noble, rica y virtuosa; mas Enrique la desprecia con esperanza de hacer con Elena el casamiento; que a Nápoles lleva intento de casarse con poder desde allá con ella, y luego que en el suyo sin defensa la tenga en Nápoles, piensa dar efeto a su amor ciego. Dios sabe si lo he intentado estorbar; mas ¿quién podrá resistir a quien está con amor determinado? SANCHO: Bien decís, y ya os remito la pena que merecéis; mas porque no le aviséis de que sepa su delito, quiero que estéis encerrado en ese aposento. Entrad. TRISTÁN: Señor... SANCHO: ¿Replicáis? Callad. TRISTÁN: Servir es ser desdichado.
Enciérrale don SANCHO
ELENA: ¿Qué te parece, señor, que esté por falto de seso, triste, maltratado y preso mi hermano por un traidor? ¡Y que pensases que yo te engañaba! SANCHO: Aun tú creyeras que te engañabas si oyeras los enredos que fingió. ELENA: Pues ¿qué aguardas, que no vas a librar de tanta pena a mi hermano? SANCHO: Importa, Elena, pensarlo más. ELENA: ¿Quieres más que una probanza tan clara? SANCHO: Si tantos hay que afirmaron que le vieron y le hablaron, antes que en mi casa entrara, tantas veces en Milán, y que es loco, ¡refirieron los dislates que le oyeron, ¿he de creer que es don Juan? ELENA: Que le vieron es muy cierto; mas Hernando, su crïado, de la ocasión me ha informado que a estar le obligó encubierto. SANCHO: ¿Y fué? ELENA: Que noticia tuvo que el duque me pretendía y averiguarlo quería secreto, y por esto estuvo rondando mi puerta y calle muchos días recatado. El duque está enamorado, y debieron de encontralle sus cuidadosas espías mirando hácia mis balcones, o con algunas acciones atento a saber las mías; y conociéndole aquí aquella noche, informaron de ello al duque, y le obligaron a que celoso de mí, creyendo que es mi galán, por vengarse y estorbarme que con él pueda casarme, fingiese loco a don Juan; y es clara esta presunción, pues el duque y sus crïados, secretos y recatados, maquinaron la intención. SANCHO: Piénsolo así; que si allí verdad sencilla trataran, ni de mí lo recataran, ni se escondieran de ti. ELENA: No es la luz del sol mas clara. Mas véle a ver, y podrás de él, padre, informarte más; que ni yo te aconsejara que te arrojes sin hacello. SANCHO: Bien me aconsejas. ELENA: Espera; que mejor traza pudiera darnos evidencia dello. Hacerle escribir, y ver si es la letra de mi hermano. ......................[ -ano] ..................... [ -er] ..................... [ -itas] SANCHO: Dices bien. ELENA: Pues yo prevengo las cartas suyas que tengo desde las Indias escritas, mientras tú le vas a hacer escribir en tu presencia, para que en esta experiencia engaño no pueda haber. SANCHO: Voy a ejecutarlo luego.
Vase don SANCHO
INÉS: ¡Qué prevenida has andado en hacer que haya copiado de letra suya don Diego las cartas que mi señor de tu hermano ha recebido! ELENA: Fuera de que le han servido para informarse mejor, mi padre, que ya leellas, por su edad, no ha de poder, las ha de dar a leer; y reconociendo en ellas las razones de don Juan, no recelará este engaño. INÉS: El enredo es más extraño que vio en mil siglos Milán. ELENA: Atrevido es el intento; mas,quien supiere de amor, sabrá perdonar mi error y alabar mi entendimiento.
Vanse. Salen el DUQUE y CRIADOS
DUQUE: Abrázame. ¿Que don Juan es cierto que se ausentó? CRIADO 1: Por mis ojos le vi yo, señor, partir de Milán. DUQUE: No puedes haberme dado otra nueva más gustosa; que guarda a su hermana hermosa el necio con tal cuidado, que la paciencia perdía. CRIADO 1: No vi jamas forastero tan reposado y casero, porque no ha salido un día siquiera a ver la ciudad. DUQUE: Pues si puedo, antes que él vuelva he de hacer que se resuelva la endurecida crueldad de Elena a aliviar mi pena; que usando de mi poder, Páris segundo he de ser, pues ella es segunda Elena... Mas su padre viene aquí.
Sale don SANCHO
SANCHO: Dadme los piés. DUQUE: Levantad, don Sancho. ¿Qué novedad pudo tanto, que de mí os acordasteis? SANCHO: Señor, escuchad lo que han podido de un don Enrique atrevido el engaño y el amor.
Hablan los dos CRIADOS aparte
CRIADO 1: Sospecho que ha de emprender el duque algún grande exceso; que amor le priva del seso. CRIADO 2: Desde el decir al hacer muy grande distancia veo. CRIADO 1: Resuelto está. CRIADO 2: Poco importa; que la razón le reporta si le enloquece el deseo. Muchos verás que enojados con los ardores primeros, arrebatados y fieros juran hacerse vengados, y despues mudan intento, porque el mismo amenazar les sirve de mitigar la furia del sentimiento. DUQUE: ¿Hay mayor atrevimiento? (Y más si acaso el traidor Aparte tuvo indicios de mi amor.) Julio... CRIADO 1: Señor... DUQUE: Al momento en postas, en cuyos pies las alas del viento ofendas, has de partir, porque prendas al falso don Juan. SANCHO: No es dificultoso alcanzarlo; que hoy se partió de Milán. CRIADO 1: ¿Y hácia donde va don Juan? SANCHO: En el camino has de hallarlo de Nápoles. DUQUE: Pues ¿no vuelas? ¿Qué te detienes? CRIADO 1: Señor, si volar sabe el Amor, no habré menester espuelas.
Vase
SANCHO: Agora, si sois servido, resta que a don Juan mandéis sacar de prisión, pues veis que sin culpa ha padecido. DUQUE: Advertid que ser podría otro engañoso galán. SANCHO: ¡Jesús, señor! Es don Juan, si es clara la luz del día. con que estas cartas veáis
Mira el DUQUE las cartas
que me escribió de su mano de Lima, veréis que en vano nuevo engaño receláis; y con ellas cotejad esta letra y esta firma, que, si es la misma, confirma claramente esta verdad, pues agora en mi presencia lo escribió. DUQUE: Una misma es la letra y firma. SANCHO: Y después de esta tan clara experiencia, le examiné diligente en cosas de que colijo esta verdad, que mi hijo las supiera solamente. DUQUE: Pues, ¿cómo le vieron antes tantas veces en Milán mis crïados, si es don Juan? SANCHO: Por negocios importantes anduvo en Milán secreto, y aun el nombre se mudó; que don Diego se llamó por dar más seguro efeto a su disfraz; y si allí que era loco os refirieron, no digo que lo fingieron, ni cupo jamas en mí pensamiento que ofendiese la fe de vuestros crïados. Lo que pienso es que engañados de algúno que pareciese a mi hijo, lo afirmaron, o con alguna intención, por ventura en ocasión que ellos presentes se hallaron, loco don Juan se fingió. Y puesto que si es engaño, es para mí solo el daño, y quiero sufrirlo yo. Vos no me podeis negar esta merced. DUQUE: Bien decís, don Sancho, lo que pedís. Parta luego a ejecutar ese crïado con vos. CRIADO 2: Vamos. ¡Sucesos extraños!
Vase
SANCHO: Prospere infinitos años vuestro estado y vida Dios.
Vase
DUQUE: ¿Quédante más invenciones, más novedades, más casos, para impedirles los pasos, Fortuna, a mis pretensiones? ¿o basta la resistencia de Elena, sin aumentarme estorbos para quitarme la esperanza y la paciencia? Ya de esto con causa infiero que en Milán quiso ocultarse don Juan para asegurarse. ...................... [ -ero].
Vanse. Sale HERNANDO, por una puerta, y por otra doña ELENA e INÉS
HERNANDO: ¡Vitoria, vitoria! ¡Inés! ¡Elena! ELENA: ¿Qué es esto, Hernando? HERNANDO: Adelantéme volando, señora, porque me dés albricias de que don Diego viene libre. ELENA: Esta cadena recibe. HERNANDO: Con tal Elena, no cante la suya el griego. ELENA: ¡Que dieron fin nuestros daños! ¡Don Diego, que te he de ver! HERNANDO: Tanto han podido vencer las prevenciones y engaños.
Salen don DIEGO y don SANCHO
DIEGO: ¡Querida hermana! ELENA: Don Juan, ¿posible es que tal deseo he cumplido que te veo en mis brazos? SANCHO: (¡Cómo dan Aparte sus afectos naturales probanza de la verdad! ¡Con qué amorosa piedad se abrazan, dando señales la secreta simpatía de la sangre!) DIEGO: Ya yo olvido la noche que he padecido, viendo tan alegre día.
Doña ELENA habla aparte a don DIEGO
ELENA: No me des tantos abrazos; no demos que sospechar. DIEGO: Bien dices. Volvedme a dar la mano, padre, y los brazos; que no acabo de creer que libre y con vos me veo. SANCHO: De mi amor y mi deseo podéis lo mismo entender. Hoy el contento mayor de mi vida he recibido. Quien ser padre no ha sabido, no ha sabido qué es amor. INÉS: Inés también a tus pies te da del fin de tus penas mil alegres norabuenas. DIEGO: Yo te lo agradezco, Inés. SANCHO: Hijo... DIEGO: Señor... SANCHO: Preveníos para ir a besar la mano al duque luego. ELENA: ¿Mi hermano, cuando descréditos míos y suyos, tan engañoso intenta el Duque, a besarle ha de ir la mano? SANCHO: Obligarle conviene; que es poderoso, y importa disimular, aunque nos quiera ofender; que a quien hemos menester es fuerza lisonjear.
Vase. Sale TRISTÁN a una ventanilla baja de reja
TRISTÁN: (Al fin por lo que he podido Aparte entender de lo que hablan, ha venido el verdadero don Juan ya. Pero, o se engañan mis ojos, o el don Juan es el que la noche pasa, porque dijo que lo era, llevaron de esta a la casa de los locos. ¡Qué bien dicen, que la verdad adelgaza mas no quiebra! ¡Oh, si en albricias de esto me desencerraran! DIEGO: Hernando, ¿fuése don Sancho? HERNANDO: Fuera ha salido. DIEGO: Pues guarda esa puerta porque avises si volviere; que está el alma rebosando los fervores de dicha tan deseada. Bella Elena, dueño mío, ¿es posible que mis ansias salen a puerto seguro de un confusa borrasca? TRISTÁN: ¿Qué es esto? ........ ELENA: ........ Todo lo alcanza La constancia y la porfía de quien tan de veras ama como tú, don Diego mío. TRISTÁN: (¡Vive Dios, que no es su hermana, sino su dueño! Otra es ésta. Entendida está la maula; con la misma flor nos dan. Gran dicha ha sido escucharla pues así me ha dado el cielo torcedor con que les haga que de esta prisión me saquen. DIEGO: Solo una cosa me falta de averiguar, que con dudas me obliga a desconfïanzas. ELENA: Dila pues. DIEGO: ¿Quién pudo a Enrique darle nuestra misma traza sino tú? TRISTÁN: (Agora entro yo.) Aparte Yo lo diré si me sacan de esta prisión. ELENA: (¡Ay de mi, Aparte que Tristán nos escuchaba!) HERNANDO: (¡Perdidos somos!) Aparte DIEGO: Elena, ¿qué es esto? ¿No me avisaras? ELENA: Descuido fue. INÉS: ¡Hay tal desdicha! ELENA: No me acordé de que estaba Tristán donde nos podía escuchar. TRISTÁN: (¡Oh cuáles andan Aparte con el gusano de ver que yo he sabido la chanza!) DIEGO: Podrá ser que todo el caso no haya entendido. TRISTÁN: ¿No acaba, señor don Juan o don Diego? HERNANDO: Acabóse. TRISTÁN: ¿No le agrada el concierto? Por salir de sospechas, ¿no es barata mi soltura? Pues no sé quién saldrá de más pesada prisión de los dos; que celos son dura prisión del alma, siendo del cuerpo la mía. ELENA: ¡Hay semejante desgracia! DIEGO: ¡Qué descuido! ¡Vive Dios! HERNANDO: Aquí dio fin la maraña sin remedio. DIEGO: Claro está que Tristán no ha de callarla, si le damos libertad, a Enrique; y él, con la rabia de mi dicha o mi desdicha, será lengua de la fama con don Sancho y con el duque. Pues si no hacemos que salga de esta prisión, a don Sancho le ha de decir en venganza, y por obligarle así a soltarle, lo que pasa. HERNANDO: Pienso que no fuera malo, pues él dijo que tú estabas loco, darle con la suya, y hacer que goce la plaza que en la casa de los locos dejaste desocupada. DIEGO: Ni tengo el poder del duque, ni para remedio basta acreditarle de loco; que con tales circunstancias, en pudiendo publicar lo que ha oído, es cosa clara que diera fuertes sospechas, ya que no hiciera probanza. Estoy por darle la muerte. ELENA: Lo mismo hará la amenaza que la ejecución en él. DIEGO: ¿Caso de tanta importancia he de fïar al temor? ELENA: ¿Es mejor que a más desgracias nos expongas, dando al duque materia de venganza, pues al fin ha de saberse? HERNANDO: Oye, señor, una traza.
Habla bajo
TRISTÁN: (¿Qué saldrá de esta consulta? Brava confusión les causa ver que su secreto sé. DIEGO: Dices muy bien. ELENA: Extremada industria, mientras el tiempo mejor nos la ofrece. DIEGO: Salga, Tristán, de prisión. TRISTÁN: Valióme entenderles la maraña. HERNANDO: Ven conmigo, Inés. ELENA: Abrevia; no venga mi padre.
Vanse HERNANDO e INÉS. TRISTÁN se quita de la reja
DIEGO: ¿Hay ansias, hay temores, hay cuidados mayores que los que pasa el que tiene de un engaño pendientes sus esperanzas?
Sale TRISTÁN
TRISTÁN: Dejad que mi boca a besos, pues no puedo con palabras, a vuestros pies agradezca tan grande merced. DIEGO: Levanta, y di, pues lo has prometido, quién le dio a Enrique la traza de hacerse hermano de Elena. TRISTÁN: Con una linterna estaba en la calle, y con él yo, una noche en asechanza...
Sigue hablando bajo. Salen HERNANDO e INÉS con un cordel
INÉS: ¿Un cordel ha de bastar para servir de mordaza? HERNANDO: Por qué no? ¿Quiéreslo ver?
Atraviésase el cordel HERNANDO por dentro de la boca y prueba a hablar
No es posible hablar palabra. TRISTÁN: Éste es el caso. ELENA: ¿Estás ya satisfecho? DIEGO: Más probanza no es menester; que el papel que yo llevé lo declara. TRISTÁN: Y porque no espera más, señores, adiós. DIEGO: Aguarda. HERNANDO: Abrid la boca, mancebo. TRISTÁN: ¿Así cumples lo que tratas? ¡Aquí de Dios! DIEGO: ¡Vive el cielo,
Saca la daga
que te dé mil puñaladas si das voces o resistes! TRISTÁN: Pues yo, señor... HERNANDO: Calle y abra la boca. DIEGO: Yo, si resiste, se la abriré con la daga.
Átanlo el cordel atravesado por la boca al celebro, como mordaza, y él da voces
HERNANDO: Hable ahora si pudiere. DIEGO: Quien los secretos no calla de su dueño, de los míos no merece confïanza. HERNANDO: Vengan las manos, y sepa
Átale las manos
el hablador, noramala, que quien por callar no sufre, ha de sufrir porque habla. INÉS: Mi señor viene. DIEGO: A buen tiempo.
Sale don SANCHO
SANCHO: ¿Qué es esto? HERNANDO: Si antes llegaras, te taparas los oídos. SANCHO: ¿Cómo? HERNANDO: Porque no le daban libertad, este Lutero no dejó santo ni santa en toda la letanía a quien no dijese infamias, blasfemando. SANCHO: ¡Oh mal cristiano! INÉS: Y dijo que renegaba. HERNANDO: Si, que renegaba dijo. SANCHO: ¡Jesús! ¡Jesús! DIEGO: Lo que pasa han contado. ELENA: Yo temí que un rayo nos abrasara. SANCHO: Con razón. HERNANDO: Pues con las voces que agora no articuladas está dando, apostaré que reniega con el alma, por no poder con la boca. SANCHO: Hagan luego una mordaza de hierro con su candado; y si esta pena no basta, entradle en ese aposento, y del cabello a la planta dos mil azotes le dad. ¡Jesús, Jesús! ¡Dios me valga!
Vase don SANCHO
HERNANDO: Ya empiezo a desatacarle. DIEGO: Bien se ha hecho, Elena. ELENA: Nada se hace bien mientras con bien de estos peligros no salgas. INÉS: Tristán, paciencia; que así no estuvieras si callaras. HERNANDO: No hay que hacer sino tascar el freno y sufrir la carga.
Vanse. Salen en DUQUE y el CRIADO 2
CRIADO 2: Ya, señor, Julio ha llegado con Enrique a la ciudad, y a saber tu voluntad antes de entrar ha enviado. Ordena lo que ha de hacer. DUQUE: Parte y di que a mi presencia le traiga; que la inocencia o culpa quiero saber de sus labios, que ha tenido en sus engaños Elena, antes que darla la pena resuelva que ha merecido.
Vase el CRIADO 2. Sale doña LUCRECIA, con manto
LUCRECIA: Gran duque de Milán, de cuya espada tiene el mundo el valor jamas vencido; Lucrecia desdichada el rostro a vuestros pies pone ofendido, hasta que el desagravio le conceda honor con que mirar el vuestro pueda en tranquila quietud, en paz segura, muchos bienes gozaba en pocos años, cuando mi suerte dura, que cuidadosa fabricó mis daños, al ciego Amor, de quien estaba ajena, tomó por instrumento de mi pena. Un falso, un alevoso, un fementido, Enrique entonces y don Juan agora, lisonjeó mi oído con dulce voz y lengua encantadora; y con palabra que me dió de esposo, solicitó, alcanzó y huyó engañoso. De suerte se ocurrió que la esperanza perdí de que jamós alcanzarla remedio ni venganza. Halléle al fin que de Milán partía, acusé su traición, oyóme esquivo, hablóme falso y fuése vengativo. Éste es el caso, duque poderoso. Mirad si es bien que cuando el mundo os llama justiciero y piadoso, para que se obscurezca vuestra fama sufráis que una mujer viva ofendida libre el delito y la razón vencida. DUQUE: Alza, Lucrecia, y cobra confïanza de que con la cabeza o con la mano tu honor o tu venganza hoy satisfaga tu ofensor tirano, que preso viene ya; y el cielo creo que la ocasión previno a tu deseo.
Salen el CRIADO 1 y ENRIQUE, de camino
CRIADO 1: Tu mandamiento, señor, cumplí, como ves. LUCRECIA: ¡Ah falso! ENRIQUE: Dame tus pies. DUQUE: Atrevido Enrique, Enrique villano, que no tiene sangre noble quien hace tales engaños, ¿cómo osaste, di, ofender no solamente a don Sancho, sino a mí, diciendo que eras don Juan? ENRIQUE: De amor abrasado. DUQUE: ¿Y cómo a mover te atreves esos fementidos labios? ENRIQUE: En ese papel de Elena
Date un papel y lee el DUQUE
Verás todo mi descargo; que mis enredos han sido por orden suya trazados. Y si has sabido de amor, no solo perdón aguardo de mi error, sino piedad. DUQUE: (¡Ah, enemiga! Estos engaños Aparte ¿Quien sino tú los hiciera? ¡Vive Dios, que he de vengarlos publicandO tu bajeza!) Parte, Julio, y a don Sancho di que traiga a Elena aquí; que averiguar cierto caso en su presencia conviene. (Hoy la opinión y la mano Aparte del que adoras perderás. La Fortuna lo ha ordenado, cansada de tu rigor y ofendida de mi agravio.) Enrique, escucha. Lucrecia... LUCRECIA: Señor... DUQUE: Llega. ENRIQUE: (¡Ay desdichado! Aparte Todo el mal me viene junto. DUQUE: O no me indignes negando la verdad, o morirás. Mira que estoy enojado. ¿Conoces esta mujer? ¿Sabes que á darle la mano te obliga su honor, Enrique? ENRIQUE: Presto estoy para pagarlo. (Tiene Lucrecia testigos. Aparte Ya a Elena perdí. ¿Qué aguardo? El confesar es forzoso.) No puedo, señor, negarlo. DUQUE: Pues con que su esposo seas me verás desenojado. ENRIQUE: Resistir fuera delito.
Vale a dar la mano
DUQUE: Detente; que a Elena aguardo, y quiero saber si estás a ella también obligado, (No quiero sino quebrarle Aparte los ojos.) con que la mano le des en presencia suya a Lucrecia.
Salen doña ELENA, con manto, SANCHO, don DIEGO, HERNANDO e INÉS
SANCHO: A tu mandado venimos, señor, los tres. DUQUE: Esto fue fuerza, don Sancho. Elena, ¿es tuya esta letra? Pero ya lo ha confesado la grana de tus mejillas.
Lee ELENA el papel
ELENA: Yo tengo en Lima un hermano no puedo negar que es mía. DUQUE: Pues a Enrique has disculpado, supuesto que él se fingió por orden tuya tu hermano. SANCHO: ¡Ah enemiga de mi honor! DUQUE: Enrique, dadle la mano a Lucrecia. ENRIQUE: Tuyo soy. LUCRECIA: Yo tu esposa.
Aparte hablan el DUQUE y ELENA
DUQUE: Así mi agravio y tu liviandad castigo, pues te quita un mismo caso el amante y el honor. ELENA: Eso no; que restaurarlo sabré yo, que quiero más que vos quedéis indignado que perdida mi opinión.
A todos
Ese papel de mi mano a las de Enrique llegó, como él dirá, por engaño, puesto que yo le escribí para don Diego de Castro, que es el que tenéis presente, y es mi esposo, y no mi hermano. SANCHO: ¡Otro enredo! HERNANDO: Declaróse. DUQUE: ¡Vive Dios, que estoy rabiando de enojo! DIEGO: No os admiréis, señor, porque a tales casos obliga el amor violento de un príncipe enamorado; y así, pues fue la intención del engaño no indignaros. Y sois justo, a vuestros pies que me perdonéis aguardo.
Aparte al DUQUE
CRIADO 1: Qué has de hacer? Pide justicia, y tú no has de ser tirano. DUQUE: (Cuente el mundo entre mis glorias Aparte esta hazaña, pues alcanzo victoria de mis pasiones.) Gozadla felices años, don Diego. DIEGO: Mostráis al fin que sois príncipe cristiano.
A don SANCHO
Vos, señor, con el perdón me dad la mano. SANCHO: (Casados Aparte están ya, ¿qué puedo hacer?) La mano os doy y los brazos. ENRIQUE: Y yo al auditorio gracias y este ejemplo, en que he mostrado, que aunque el engaño mejor es dar con el mismo engaño, quien más enganare al fin quedará más engañado.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002