¿QUIÉN ENGAÑA MÁS A QUIÉN?

Juan Ruiz de Alarcón

El texto presentado aquí, en general atribuido a Juan Ruiz de Alarcón por su similaridad a LA INDUSTRIA Y LA SUERTE, está basado en la edición príncipe en PARTE CUARENTA Y CINCO (1679). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1999.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don DIEGO y doña ELENA
DIEGO: Yo vine, Elena querida, a Milán a pretender; no a competir, no a perder por temerario la vida. El duque sé que conquista con poder y amor tus prendas. No sé cómo te defiendas ni cómo yo le resista; que en la gran desigualdad de su estado y mi ventura, la confïanza es locura y el valor temeridad. ELENA: A quien de véras desea, y a quien estima el favor, no deja vista el Amor con que los peligros vea; y si acusan la osadía pensamientos castigados, atrevimientos logrados condenan la cobardía. Giges, humilde villano, pretendió y gozó atrevido la corona del rey lido, y de la reina la mano; Viriato fue un pastor, Tolomeo fue un soldado, y uno y otro por osado se coronó emperador. Venció animoso Teseo la voraz biforme fiera, para que Arïadna fuera de su vitoria trofeo. El tracio músico amante con el canto lisonjero candados rómpió de acero, puertas abrió de diamante; y su Eurídice perdida, contra el estatuto eterno, rescatada del infierno, vio la luz, volvió a la vida. Tú pues, ¿porqué desconfías, y con frívolas excusas temeridades acusas en lícitas osadías? DIEGO: Porque en esos el intento no dejó de ser locura, aunque tuviesen ventura en lograr su atrevimiento; y yo para merecerte intentar tal desvarío, si en mis fuerzas no me fío, no he de fïarme en mi suerte. ELENA: En las empresas de amor toda la felicidad consiste en la voluntad, y es la fortuna el favor; y no siendo yo mudable, tu desconfïanza es loca mientras gozas de mi boca el céfiro tavorable. DIEGO: Mal lo entiendes, pues si aliento tu céfiro en mi favor, su tranquilidad mayor causa mi mayor tormento; que es el duque poderoso, yo pobre, aunque soy honrado; y cuanto yo más amado, ha de estar él más celoso; y tu más cierta esperanza es mi peligro mayor, pues ha de ser tu favor la espuela de su venganza. Y así, pues de cualquier modo ha de ser fuerza perderte, yo quiero evitar la muerte, para no perderlo todo. ELENA: No soy tan necia, ni es justo, que quiera tener segura con su rigor mi ventura, y con su pena mi gusto; y así, quiero que te impida esos temores mi amor, aventurando mi honor para asegurar tu vida. DIEGO: ¿ Cómo? ELENA: Invencion se me ofrece, cuanto atrevida, segura. Pero ya la noche obscura luces del sol desvanece, y a mi padre estoy temiendo. Vuélveme a ver a deshora; que no tengo espacio agora de decirte lo que emprendo. DIEGO: Cuando la noche ligera en su carro tachonado de estrellas haya pasado la mitad de su carrera, en tus balcones veré anticipada la aurora. ELENA: Yo el sol que mi pecho adora en ellos aguardaré.
Vanse. Salen don ENRIQUE y TRISTÁN, de noche con linterna encendida
TRISTÁN: ¿Hoy la viste, y ya la adoras? ENRIQUE: Sí, Tristan; que es Dios Amor, y su poder el favor no ha menester de las horas. Con razon la solicito; que es, según me han informado, noble y rica. TRISTÁN: ¡Buen bocado! Pero costará buen grito. ¡Plegue a Dios no dés venganza a la ofendida Lucrecia, a quien tu rigor desprecia, y enloquece tu mudanza; y cuando vuelvas amante como primero a querella, no te suceda con ella lo que al otro caminante! ENRIQUE: Y ¿qué fue el caso? TRISTÁN: Pasaba por la quinta de un su amigo, cuando el cielo, ya mendigo de luces, amenazaba con negros preñados senos de las nubes, tempestades, negadas de obscuridades y acreditadas de truenos. Rogóle que se quedara; mas resistió el caminante, y pasó al fin adelante; y en partiéndose, dispara el austro su artillería, y sacudiendo las alas, lluvias de líquidas balas airado a la tierra envía. El caminante afligido a la quinta volvió huyendo; cerrada la halló, y diciendo, "Abridme; que arrepentido vuelvo ya," le respondió el otro, "En vano os volvistes, porque si os arrepentistes, también me arrepiento yo." Yo temo el mismo desdén en Lucrecia; que ofendida, la has de hallar arrepentida cuando tú lo estés también. ENRIQUE: Si consiste su venganza en llegar a arrepentirme, mi nuevo amor es tan firme, que no es sujeto a mudanza; más ya han abierto un balcón de Elena. TRISTÁN: ¿Quieres hablar? ENRIQUE: Primero me he de informar del estilo y condición y las costumbres de Elena; que el doctor, si cuerdo es, antes se informa, y después las medicinas ordena. TRISTÁN: Yo fui a llamar cierto día para un enfermo un doctor, y él, sin saber el dolor o enfermedad que tenía me dijo, "Miéntras se ensilla mi mula, mancebo, id, y que le sangren decid; que yo voy luego." ENRIQUE: La silla de su mula merecía tan sabio físico.
Salen doña ELENA e INÉS, a la ventana
ELENA: Inés, esto es amor, ésta es su violencia y tiranía. INÉS: No culpo su atrevimiento en quien como tú le adora; mas dificulto, señora que consigas el intento. ELENA: Bien sé que es dificultoso; mas cuando entiendan mi engañp vendrá a ser el mayor daño publicarse que es mi esposo, y ésta es mi mayor ventura. INÉS: Del duque temo el rigor. ELENA: Pues sabe tanto de amor, disculpará mi locura.
Don ENRIQUE y TRISTÁN hablan aparte
TRISTÁN: Gente viene. ENRIQUE: Cubre bien esa linterna. TRISTÁN: Por Dios, que o yo me engaño, o son dos. ENRIQUE: Pues¿ no somos dos tambien? TRISTÁN: Pocos somos. ENRIQUE: Pues, Tristán, el temor puedes vencer; que yo he de reconocer cualquiera que de galán de Elena indicios me dé; que a este fin apercebido de esa linterna he venido. TRISTÁN: Si estás resuelto, yo haré lo que suelo.
Salen don DIEGO Y HERNANDO, de noche
DIEGO: Centinela en esta esquina has de ser; que el duque tiene poder y rondando se desvela. En viendo gente, al instante me avisa. HERNANDO: Advertido quedo; Que si no el cuidado, el miedo Me hiciera ser vigilante.
Retírase HERNANDO
TRISTÁN: De los dos se queda el uno y el otro, según parece e sin duda quien merece ser Júpiter de esta Juno. ENRIQUE: Señas hace a la ventana. ELENA: ¿Es don Diego? DIEGO: Soy, señora, el que tu belleza adora como a deidad soberana. ELENA: Logremos pues los instantes. Oye, mi bien, la invención con que aspiro en mi afición a ser ejemplo de amantes. DIEGO: Ya te escucho.
Bajan la voz, y hablan aparte TRISTÁN y don ENRIQUE
TRISTÁN: Pues ¿qué esperas con esto que viendo estás? ENRIQUE: Con esto, me alientan más esperanzas lisonjeras. TRISTÁN: ¿Por qué? ENRIQUE: Porque he visto agora que es humana esta mujer, y yo quiero pretender, más que a Penelope, a Flora. TRISTÁN: Concluyóme tu argumento, don Enrique; que no en vano Dijo el refran castellano, "Quien hace un cesto hará ciento." ENRIQUE: Con todo, me viene a dar esta experiencia cuidado; porque el celar ha empezado donde empezó el esperar; y así, para prevenir los casos, quiero, Tristán, conocer este galán, con quien he de competir. TRISTÁN: ¿Cómo? ENRIQUE: Fingirme quisiera justicia. TRISTÁN: Delito es grave; mas culpa que no se sabe, es como si no lo fuera. ENRIQUE: Con esta traza imagino que aseguro tu temor.
Don DIEGO a doña ELENA
DIEGO: Los quilates de tu amor muestra tu ingenio divino, y me dispongo al efeto. ELENA: Pues recibe este papel,
Deja caer un papel y don Diego no le halla
para que suplas con él de la memoria el defeto, si algun punto se te olvida. INÉS: Gente viene. ELENA: Adiós. DIEGO: Elena, mañana acaba mi pena. ELENA: Mañana empieza mi vida.
Retíranse doña ELENA e INÉS
HERNANDO: ¡Pese a tal, señor! ¿No ves Que viene gente? ¿Qué esperas? DIEGO: Avisármelo pudieras a mejor tiempo.
Recata el rostro
ENRIQUE: ¿Quién es? DIEGO: ¿Quién me lo pregunta así? ENRIQUE: La justicia. DIEGO: Un caballero. Soy español. ENRIQUE: Saber quiero qué aguarda parado aquí. HERNANDO: (Aquí nos coge.) Aparte DIEGO: Sacando un lenzuelo, salió en él acaso envuelto un papel, y le estábamos buscando; que puede ser que me importe. TRISTÁN: (Buena la trazó.) Aparte DIEGO: Y querría que, pues es la cortesía tan natural de la corte, Y a sazón habeis llegado con esa luz, permitáis, para que os satisfagáis y yo salga de cuidado, que le busquemos. ENRIQUE: (De Elena Aparte debe de ser el papel. Lleve uno mío por él.)
Saca un papel de la faltriquera y arrójale en el teatro, y luego lo levanta él mismo, y se lo da a don DIEGO
Más me obliga vuestra pena que el buscar satisfación; que en vuestro modo se ve que excede a la mayor fe sola vuestra información. DIEGO: Merced me haceis. ENRIQUE: Yo sospecho que le he hallado. Véislo aquí. DIEGO: Dios os guarde; que de mí podéis estar satisfecho que de vuestra cortesía no olvide la obligación. ENRIQUE: Vuestra hidalga condición ha dado ejemplo a la mía.
Vanse don DIEGO y HERNANDO
TRISTÁN: Felizmente ha sucedido. Si te hubieras informado Del nombre, casa y estado... ENRIQUE: El temor no es advertido y el delito es temeroso. Aun de su rostro no puedo dar señas. TRISTÁN: Ni yo; que el miedo me cegó, y él receloso lo encubrió. Pero, señor, ¿qué buscas?
Alza don ENRIQUE el papel de ELENA
ENRIQUE: Este papel; Que uno mío di por él a este amante. TRISTÁN: ¡Lo que Amor sabe de engaños! ENRIQUE: Yo leo. Ten y alumbra. TRISTÁN: ¿Pues aquí? ¿Tanta priesa tienes? ENRIQUE: Sí; que es mal sufrido el deseo. Mi sospecha confirmó; que dice la firma "Elena." TRISTÁN: Por su mano se condena quién firma lo que escribió.
Lee
ENRIQUE: "Yo tengo en Lima un hermano llamado don Juan de Herrera, que salió de aquí con don Estéban de Herrera, hermano de mi padre, veinte años ha, siendo él de siete. Nadie en Milan le conoce; y esto, y el estar mi viejo padre casi ciego, me asegura para que finjas ser este hermano mío, y que te vienes por haber muerto nuestro tío; y así, viviendo conmigo, perderás los recelos que te atormentan --Elena." TRISTÁN: ¿Hay enredo más extraño? ENRIQUE: ¿No fuera bueno, Tristán, A Elena y a su galán darles con su mismo engaño? TRISTÁN: Heroica hazaña sería, si la alcanzases, señor; que dar con la misma flor es flor de la fullería. Y digo, si esta invención consiguieses, que no fueras don Enrique de Contréras, sino otro griego Sinón. ENRIQUE: Si de la edad la mudanza y el transcurso de los años para tan nuevos engaños a Elena dan confïanza segura de que su hermano no puede ser conocido; siendo yo recién venido, y teniendo de la mano de la misma Elena escrito este papel, que ha de ser, si se viniere a saber, disculpa de mi delito, ¿quién puede mejor que yo fingir que es don Juan? TRISTÁN: Bien dices. Los osados son felices; que los temerosos no. ENRIQUE: ¡Qué bien sabes obligar animando y concediendo! TRISTÁN: Yo soy crïado, y pretendo servir, y no aconsejar. ENRIQUE: Ánimo pues; que a lo menos, cuando no alcance mi amor así de Elena el favor, Impediré los ajenos. TRISTÁN: Con eso vendrás a ser el perro del hortelano, y con el nombre de hermano la podrás hablar y ver, y gozar de los regalos y su hacienda, aunque después, como villano entremés, acabe la historia en palos. ENRIQUE: Mi seguridad, Tristan, consiste en este papel. TRISTÁN: ¿Cuál fue el que diste por él al engañado galán? ENRIQUE: Verélo. TRISTÁN: Que puede ser que en este fingido intento te dañe, siendo instrumento de venirte a conocer. ENRIQUE: El romance en que la historia de doña Lucrecia y mía a don Alonso escribía, era, si tengo memoria. TRISTÁN: ¡Pese a mí! ENRIQUE: Pues ¿qué recelas? TRISTÁN: Ver que te nombras en él. ENRIQUE: Poco freno es un papel a quien pone amor espuelas. Yo he de emprender--¡vive Dios!-- esta hazaña. TRISTÁN: Y yo ayudarte. ENRIQUE: Todo con ingenio y arte se alcanza. Mueran los dos a manos de su invención. TRISTÁN: Legado a determinar, lo que importa es madrugar y hurtarles la bendición.
Vanse. Salen don DIEGO, doña LUCRECIA y HERNANDO, con una luz
DIEGO: Lucrecia, la obligación del que a pagar se condena la más constante afición, no es para el cuerpo cadena, si es para el alma prisión. Agradecer tu favor es razón; mas es rigor que pongas con duro imperio pensiones de cautiverio en los contentos de Amor. LUCRECIA: ¡Ay don Diego! mi cuidado no recela injustamente; que un constante enamorado solo de su prenda ausente suele hallarse violentado. Vuestra excusa da ocasión a más celosa pasión, porque presumir es justo que falta en mi casa el gusto a quien la llama prisión. DIEGO: ¿No es prision la que gozar de la libertad me impide? Y ¿no es rigor obligar a un pretendiente a que olvide sus aumentos por amar? Viniendo yo a pretender oficios que me han de hacer honrado y rico, es error atender solo al Amor, pudiendo a todo atender. LUCRECIA: En vano queréis valeros de excusas; que nadie ignora que por cortesanos fueros se visitan a deshora damas, y no consejeros. DIEGO: Pues ¿solo con los oidores se pretende? ¿No hay señores que conviene granjear? ¿Terceros no he de obligar? ¿No he de conquistar favores? Y hasta agora tú, en efeto, solo esperanzas me das; y no es intento discreto querer por ellas no más que viva yo tan sujeto, LUCRECIA: Si a la posesión, te opones con fingidas dilaciones, diciendo que el casamiento puede ser impedimento de alcanzar tus pretensiones. ¿por qué te quejas aquí de que solas esperanzas has alcanzado de mí, si en lo demás que no alcanzas, te debes quejar de ti? DIEGO: No me quejo; mas te advierto que aunque tuvieras por cierto que a otros gustos atendía mientras tú no fueras mía, no hiciera gran desacierto cuanto más cuando el cuidado de tu pecho receloso debe estar asegurado con la palabra de esposo que mi firmeza te ha dado y, al fin, mientras mi afición no llega a la posesión que en ti pretende y adora no es el venir a deshora exceso que dé ocasión a un incendio tan violento. A tu cuarto te retira, moderando el sentimiento con que me culpas; y mira que apuras mi sufrimiento con celos tan mal fundados, que parecen afectados; y pensaré--por los cielos-- que finges como los celos los amorosos cuidados. LUCRECIA: Solo falta que me arguyas, con causas mal presumidas, de engañosa, y que atribuyas a mi fe culpas mentidas, para desmentir las tuyas; mas pues mi vista te enfada, del mal voy desengañada que en ser tu esposa pretendo; que si deseada ofendo, ¿qué he de esperar alcanzada?
Vase
HERNANDO: Señor, no la dejes ir, pues te da ocasión tan buena para acabar de reñir, y con tu adorada Elena has de ir mañana a vivir. DIEGO: Déjala con su pasión; que la tengo obligación, y no puedo serle ingrato, pues con tan hidalgo trato sustenta mi pretensión, remediando con largueza, como sabes, mi pobreza. HERNANDO: ¿Luego mudas parecer y determinas perder la ventura y la belleza que te ofrece la afición de Elena, con la invencion que esta noche habeis trazado? DIEGO: ¿Cómo puede enamorado perder tan alta ocasion? HERNANDO: Pues ¿qué has de hacer? DIEGO: Ocultar de Lucrecia mi mudanza, mientras pueda sustentar, desmentir y dilatar mi invención y su esperanza hasta que habiendo logrado con Elena mi cuidado, ni tema su sentimiento, ni pueda impedir mi intento la palabra que la he dado. HERNANDO: Dices bien; que es de temer, si airada se desenfrena, la furia de una mujer. DIEGO: Llega la luz; que de Elena el papel quiero leer.
Llega la luz HERNANDO, y abre el papel de don ENRIQUE don DIEGO
HERNANDO: Señor, ¿no es de la invención memoria? DIEGO: Sí. HERNANDO: Las dos son, y pues la lición sabemos, mañana la pasaremos. DIEGO: ¿Quieres tú que un corazón loco, de amor, que ha alcanzado letras de su dulce dueño, sin haberlas trasladado al almia , le rinda al sueño, tranquilamente el cuidado? La letra no es de mujer, y son versos. HERNANDO: Con leer saldrá tu imaginación presto de esta confusión. No te quieras parecer al necio que cuando da el reloj, pregunta la hora. Lee pues; que él lo dirá, y no discurras, agora que dando el reloj está.
Lee
DIEGO: "La ocupación cortesana, don Alonso, no me deja escribiros tantas veces cuantas mi amistad quisiera..."
Sale doña LUCRECIA, al paño
LUCRECIA: (Mal se sosiega un agravio. Aparte Ved si en vano se recela mi pecho. Leyendo está un billete.) HERNANDO: Las tinieblas de la noche te engañaron, y en vez del papel de Elena hallamos este romance, descuido de algún poeta. DIEGO: Eso es lo cierto. A buscarle al punto importa que vuelvas. HERNANDO: ¿Al punto? DIEGO: Al punto. HERNANDO: ¿No basta buscalle cuando amanezca? LUCRECIA: (¡Quién los pudiera entender! Aparte ¿Qué consultas serán éstas? Mas, pues hablan con recato, cierto es que son en mi ofensa.) DIEGO: ¿No echas de ver cuánto importa? HERNANDO: ¿Qué importa cuando se pierda, si de memoria sabemos cuanto contienen sus letras? ...................... LUCRECIA: (Ya me falta la paciencia.) Aparte
Adelántase
Enemigo, ¿qué secretos y qué pláticas son éstas? Suelta el papel.
Coge el papel
DIEGO: Necia estás de celosa. LUCRECIA: Acaba, suelta. DIEGO: Si con eso has de dejarme, Tómale, para que veas tu locura en mi verdad, y en tu engaño mi paciencia. LUCRECIA: Yo lo veré. HERNANDO: Mal conoces de mi señor la fineza. LUCRECIA: Pues vos, ¿qué habeis de decir, alcahuete? HERNANDO: Tomáos ésa.
Lee
LUCRECIA: "La ocupacion cortesana, don Alonso, no me deja escribiros tantas veces cuantas mi amistad quisiera; demás, que para encantar hay aquí tantas sirenas, que el mas prevenido Ulíses en este golfo se anega." ¿Tantas sirenas, don Diego, hay en Milán que os diviertan? ¿luego no soy sola yo, ni son sin causa mis quejas? DIEGO: Prosigue el papel, verás cuán sin razón me condenas.
Lee
LUCRECIA: "Y porque me habeis pedido que os dé siempre larga cuenta de mis cosas, atended; que aquí mi historia comienza. Libre de amor paseaba, cuando en Dios y en hora buena di en una Circe en hechizos..." Don Diego, ¿qué Circe es ésta? DIEGO: El papel lo dirá. lee.
Lee
LUCRECIA: "...como Venus en belleza; al fin toda me agradó." Y tú ¿agradástela a ella? DIEGO: El papel lo dirá. Lee.
Lee
LUCRECIA: "Seguíla y supe quien era." Claro está que no te había de quedar por diligencia.
Lee
"Y en buen hora sea mentado, la tal dama era doncella." ¿Qué importa? Dale palabra, como a mí, cuando lo sea; mas ya no debe de serlo, pues que dices que lo era. DIEGO: Pesada, Lucrecia estás. ¿De qué indicios argumentas qe soy quien escribe yo, si no es aquésa mi letra, ni en mi vida hice una copla? LUCRECIA: El papel lo dirá. Espera.
Lee
"Era, aunque huérfana, rica, en nombre y beldad Lucrecia." DIEGO: ¿Cómo? LUCRECIA: ¿Vés cómo el papel atestigua lo que niegas? ¿En coplas anda mi nombre, y mi fama en estafeta? DIEGO: ¿No hay más Lucrecias que tú? LUCRECIA: Para ti no hay más Lucrecias donde tantas cosas juntas te culpan y te condenan.
Aparte a su amo
HERNANDO: Señor, ¿qué puede ser esto? DIEGO: Un confuso mar me anega.
Lee
LUCRECIA: "Admiréme, entré en su casa honestamente compuesta, donde una Aldonza, su tia, era el dragón de Medea." ¿Hay más Lucrecias que yo? ¿Al fin, ni es túya esa letra, ni has hecho verso en tu vida? DIEGO: Prosigue el papel, Lucrecia sin glosarle hasta acabarle; qe me apuras la paciencia.
Lee
LUCRECIA: "Era una vieja Creusa aquello, y Dios nos defienda, que llamo estantigua yo, y que llaman otros dueña. Doña Claudia y doña Julia eran de labor doncellas; que ya son tambien donadas las familias escuderas. Su poco de gentilhombre ea jayán de la puerta, de la silla precursor y Judas de la despensa. Un perro braco de falda con collar y con guedejas era delicia del dueño y tormento de la dueña." ¿También de estas niñerías importaba darle cuenta? HERNANDO: ¡Qué bien informado estaba el socarron del poeta!
Lee
LUCRECIA: "Los pasos acostumbrados de un pobre que galantea anduvo mi amor siguiendo, ya en visitas y ya en fiestas. Paró al fin en concertar que me casase con ella; que el tramposo y codicioso fácilmente se conciertan." ¿Cómo es esto del tramposo? Don Diego, saber quisiera de cuál de los dos se entiende. DIEGO: De mí, si tanto me aprietas y a preguntar te anticipas lo que es más fácil que sepas, Prosiguiendo, sin matarme con tus comentos, la letra.
Lee
LUCRECIA: "Hícele promesa, al fin, de esposo; que las promesas para engañar deseosos son poderosas terceras." Acabóse. La celada, don Diego, está descubierta. ¿Al fin habéis de engañarme? ¡Buena quedara de necia si a crédito de palabras la posesion os vendiera! ¿Así paga obligaciones, así beneficios premia, así a finezas se obliga quien de tan noble se precia? DIEGO: Dame, Lucrecia, el romance, deja que todo lo lea. Entendamos esta enigma. .....................
Toma a doña LUCRECIA el papel y lee
"La promesa pudo tanto, o tanto el amor en ella, que por no ser yo Tarquino, Lucrecia no fue Lucrecia, y antes de ser desposada la hermosa infanta fue dueña. LUCRECIA: ¿Cómo? HERNANDO: (¡Malo!) Aparte DIEGO: Pues ¿qué dices, Lucrecia? Agora comienzan mis descargos y tus culpas, porque yo hasta agora apenas alcancé de tí una mano; yesto es fuerza, pues confiesa que alcanzó la posesión, que de otro amante se entienda. LUCRECIA: ¿Fundar quieres tus disculpas en lo que fundo mis quejas? Si antes de alcanzar te jactas después de alcanzar, ¿qué hicieras? ¿Quién te fïara su honor? DIEGO: Oye el papel. No pretendas rebatir mis argumentos con sofísticas respuestas.
Lee
"La posesion conseguida me enseñó la diferencia de alcanzar a desear, pues en rozando sus prendas, como otras veces solía, aborrecíla y dejéla." ¿Yo, por dicha, hete dejado, Lucrecía? HERNANDO: (Por Dios, que aprieta Aparte el argumento.) LUCRECIA: ¡Ah, traidor! Díceslo así porque piensas ejecutarlo tan presto, que ya por hecho lo cuentas. HERNANDO: (Sola una mujer podía Aparte responder tal sutileza.)
Lee
DIEGO: "Con salud, y en este estado, don Alonso amigo, queda en Milán para serviros don Enrique de Contreras." LUCRECIA: (¡Ay de mí!) Aparte HERNANDO: (¡Ah, en hora mala!) Aparte DIEGO: ¿Qué don Enrique, Lucrecia, es éste? LUCRECIA: Si estos enredos por desobligarte inventas... DIEGO: ¿Que aun a tan claras probanzas buscas frívolas respuestas? LUCRECIA: ¿Pues, don Diego, cuando fuese esta historia verdadera, ¿no hay más Lucrecias que yo? HERNANDO: (Darnos quiere con la nuestra. Aparte DIEGO: No, con estas circunstancias no hay en Milán más Lucrecias, fuera de que yo, engañosa, no es esta la vez primera que tuve nuevas confusas, que agora son evidencias, de este amor de don Enrique; y de aquí, porque lo sepas, nació el dilatar mis bodas y el no cumplir mis promesas. LUCRECIA: (¡Ah, Enrique vil! ¿No bastaba Aparte hacerme sola una ofensa?) DIEGO: Quien de sí misma sabía este delito, esta afrenta, reñía tan rigurosa y hablaba tan satisfecha? Quédate, falsa, liviana; quédate, y ya ni tu lengua me nombre, ni en tu memoria viva esperanza tan muerta; que convencida tu culpa y averiguada mi ofensa, pues sin honor pretendías qe yo la mano te diera, no podrás negar al menos que es tan limitada pena dejarte, que a mi piedad debes gracias, y no quejas. LUCRECIA: Aguarda, señor.
Aparte a su amo
HERNANDO: Por Dios, que te ha venido de perlas la ocasion para dejarla.
Vanse amo y criado
LUCRECIA: Escucha, don Diego, espera... Mas ¿qué detengo con ruegos a quien huye con ofensas? ¡Ah, villano don Enrique! ¡Plega a Dios que, pues me cuesta tu engaño el honor, te cueste a ti la vida mi afrenta!
Vase. Salen don ENRIQUE y TRISTÁN, de camino, y don SANCHO
SANCHO: En tan buen hora volváis, hijo querido, a mis ojos. Cuantas lágrimas y enojos con la ausencia me costais. Volvedme a abrazar. La muerte de don Esteban de Herrera mi hermano, solo pudiera con la venturosa suerte de veros tener consuelo; que a tantos años de ausencia faltaba ya la paciencia. ENRIQUE: Bien sabe, señor, el cielo que quisiera el corazón, para evitar tus enojos, que me volviese a tus ojos menos funesta ocasión. SANCHO: Cosas son que Dios ordena. TRISTÁN: (Hasta agora bueno va.) Aparte
Sale ELENA
ELENA: ¡Que vino mi hermano ya! TRISTÁN: (Aquí es Troya.) Aparte ENRIQUE: ¡Amada Elena! ELENA: (Pero ¿qué es esto? ¡Ay de mí!) Aparte ENRIQUE: ¿Es posible que te veo? ELENA: Yo te abrazo, y aun no creo, que tal dicha merecí. TRISTÁN: (Eso a los bobos; que ha dado Aparte vuestra invencion en vacío, y ésta es la hora en que fío que hubiérades vos tomado por mas dichoso partido que una mina reventara y los huéspedes volara.)
Sale INÉS
INÉS: Aunque esta dicha he sabido la postrera, no lo soy en el gusto. Dale a Inés don Juan, mi señor, los piés... (Mas ¡ay!) Aparte ENRIQUE: Los brazos te doy. TRISTÁN: (Ya tengo mi quebradero Aparte de cabeza también yo.)
Aparte a ella
INÉS: ¿Qué es esto, Elena? ELENA: Llegó el hermano verdadero cuando aguardaba el fingido. TRISTÁN: (A nublo tocan. Su pena Aparte publican Inés y Elena.) SANCHO: Fatigado habréis venido. Entrad, hijo, a descansar. ENRIQUE: Con veros he descansado.
Vase don SANCHO. Hablan aparte TRISTÁN y su amo
TRISTÁN: ¡Vive Dios, que la han tragado! ENRIQUE: Ninguno puede alcanzar, Tristán si no se aventura. Ya logré el atrevimiento, Fortuna. Logre el intento de lograr esta hermosura. TRISTÁN: Ya con su engaño, señor, se engañó Elena. Confía, que la mayor fullería es dar con la misma flor.
Vase don ENRIQUE y hablan aparte doña ELENA e INÉS
ELENA: ¿Cómo harémos, Ines, di, para avisar a don Diego de este caso? INÉS: Tu amor ciego solo confíe de mi tu secreto. ELENA: Pues tomar puedes luego, Inés, el manto; que por lo que importa tanto todo se ha de atropellar.
Vase
TRISTÁN: Inés... INÉS: ¿Qué quieres? TRISTÁN: Espera. Yo sea muy bien venido. INÉS: ¿Y qué se hubiera perdido cuando mal venido fuera? TRISTÁN: ¿Con tan necia sequedad respondes a mis cuidados? Mas siempre en los desposados la primera es necedad. INÉS: ¡Qué espacio para mi prisa! Suelta. TRISTÁN: Irás a calentar agua de piernas y dar un perfume a la camisa para el huésped, por cumplir con uso tan excusado. INÉS: Ése es mi mayor cuidado. Iré a lo ménos a huír de un huésped tan deseoso en todo de parecerlo, que aun no ha dejado de serlo en la parte de enfadoso.
Vase
TRISTÁN: ¡Ah, Inés, cómo estais cerril! Pues, ¡ay de vos si os abrasa amor ajeno; que en casa se os ha entrado el alguacil!

FIN DEL PRIMER ACTO

Quién engaña más a quién, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002