ACTO TERCERO


Salen RODRIGO, de villano, y JIMENA
RODRIGO: Cuéntame cómo escapaste; que con el rey en los brazos te dejé, y con gran disgusto me ha tenido este cuidado. JIMENA: Si yo non pusiera mientes a que era el rey, ¡malos años para mí, si non podiera como a un pollo espachurrallo! Asaz lo pricié de recio, e dije, "¿Tan mal recado fizo Rodrigo en servir de mandadero a don Sancho con Elvira, que tirarle la vida hayades asmado? Si el rey de Navarra a Elvira quiere endonar la su mano, ¿en qué vos ha escarnecido, que fincades tan amargo?" Entonces me semejó que le falleció un cuidado, e otro le empezó además; que pescudó con espanto si fablábades a Elvira en persona de don Sancho por su amor; e mala vez le repuse que sí, cuando con mayor afincamiento quiso escapar de mis brazos, dijendo, "Suelta, villana." Mas yo, que le vi arrabiado, dije, "Alfonso, non cuidedes que vos largue, fasta en tanto que pongades preitesía de non facer ende daño al mi Rodrigo." A la cima, bien de fuerza o bien de grado, fizo el preito, e yo otrosí tiréle luego el embargo, e homillosamente dije, con los hinojos fincados. "Rey, ama so de Rodrigo; estos pechos le crïaron; en mi amor semejo madre. Si atendiendo como sabio e como nobre que amor torna enfurecido e sandio, vos non prace perdoname, védesme al vueso mandado." ¡Oh divino encrinamiento! ¡Oh pergeño soberano de los reyes, que ofendidos muestran su nobreza en cabo! Rodrigo, la nombradía que enconaron los ancianos de rey de las alimañas al León, non ye por tanto que en la posanza las venza de las sus guarnidas manos, si non por ser además, de corazón tan fidalgo, que non fiere al homildoso, maguer que finque rabiando. Alfonso de sí repuso con talante mesurado, "Por ser fembra, e porque amor vos desculpa, non me ensaño, e vos dono perdonanza." Así me fablaba, cuando volvió a le buscar Ramiro, dijendo que los villanos con el roido bollían soberbiosos e alterados, e que a non le guarir vos, fincara muerto a sus manos. Sin departir ende ál, sobieron en sus caballos amos a dos, e en el bosque a más andar se alongaron. De esta guisa aconteció. Con su preito ha asegurado non vos empecer Alfonso; pero si vos, sin embargo, non tenedes seguranza, idvos con el rey don Sancho, pues vos endonar promete en la su tierra un buen algo; que maguer que la palabra obriga a los reyes tanto, como nin venganza cabe, nin afrenta en ser tan alto, pues non ye cosa que pueda oscurar al sol los rayos, sandio, Rodrigo, seredes en atender confïado, nin la fe de un ofendido nin la piedad de un contrario. RODRIGO: Tus consejos y tu amor me obligan, Jimena, tanto, cuanto me alegra que Alfonso haya tu error perdonado. Mas ¿dijístele que estaba en Valmadrigal don Sancho? JIMENA: Non, Rodrigo; que los cielos más sesuda me guisaron. Non semejo fembra yo, e me mandaste callarlo. RODRIGO: Por conocerte, de ti, Jimena, no me recato. Mas de Leonor, ¿qué me dices? ¿Está triste? ¿Han eclipsado las nubes de mis desgracias de sus dos ojos los rayos? JIMENA: Maguer que el su amor cobija en vuesa presencia tanto, non fallece de plañir su lacería e vuesos daños agora que vos non ve. RODRIGO: ¡Ay mi Leonor! Si los hados se oponen a mis deseos, ¿cómo podré contrastarlos? JIMENA: Escochar quiero otrosí, Villagómez, vuestros casos. RODRIGO, Ya viene el Conde Melendo y también querrá escucharlos.
Sale el CONDE
CONDE: ¡Rodrigo! Bien puede un día de ausencia pedir los brazos. RODRIGO: Sólo por gozar los vuestros a lo que veis me he arriesgado. CONDE: Supuesto que de Jimena he sabido los agravios que intentó haceros el rey, y cómo para libraros ella con él se abrazó atrevida, y vos sacando contra Ramiro la espada os defendistes, aguardo, Rodrigo, que me informéis de lo restante del caso. RODRIGO: Ramiro esgrimió el acero con ánimo tan bizarro y con tan valiente brío, que no suenan de Vulcano los martillos más apriesa que los golpes de su brazo. Es verdad que yo intentaba defenderme, no matarlo; que respetaba en su pecho a Alfonso, cuyo mandato era mano de su espada, como de su vida amparo. Nunca las valientes lanzas de escuadrones africanos el rostro pálido y feo de la muerte me enseñaron, y la vi en la fuerte espada de Ramiro, o por ser tanto su valor, o porque yo en ella miraba un rayo, como es Júpiter el rey, por su mano fulminado. Al fin, como el bosque espeso parece que procurando ponernos en paz, formaba a nuestros golpes reparos, poniendo en medio a las dos espadas troncos y ramos, y nuestros agudos filos, sin advertir en su daño, sus árboles despojaban de los adornos de mayo, querelloso estremecía los montes y valles, dando con cada ramo un gemido, si con cada golpe un árbol. 0 la fama o el estruendo convocó de los villanos un ejército sin orden; y como precipitado con la venida el arroyo a quien la lluvia en verano da con el caudal soberbia, con que presas rompe, campos inunda, troncos arranca, lleva de encuentros peñascos, no de otra suerte la turba de mis furiosos vasallos penetró el bosque, rompiendo los jarales intrincados; y cual la rabiosa tigre en los desiertos hircanos embiste a quien le pretende quitar el pequeño parto, así en favor y en venganza de su dueño se arrojaron a dar la muerte a Ramiro todos juntos los villanos. Mas yo, que sólo atendía a librarme del rey, dando evidencias del respeto y la lealtad que le guardo, en defensa de Ramiro el acero vuelvo, y hago escudo suyo mi pecho, y mi vida su sagrado, y no más fácil serena las tempestades el arco que de cambiantes colores la frente corona al austro, que ya el amor, ya el temor que me tienen mis vasallos, de su embravecida furia reprimió el ardiente brazo. Yo, vuelto a Ramiro entonces, le dije, "Bien he mostrado que ha sido el intento mío defenderme, no mataros. Volved a buscar al rey, y haced, Ramiro, a su lado, el oficio que yo al vuestro hice con vuestros contrarios; que terciar yo en los conciertos de Elvira y el rey don Sancho ni es de su respeto injuria ni de su amor es agravio, pues antes hiciera ofensa a su grandeza, si cuando de olvidar a doña Elvira su real palabra ha dado, gobernase por su amor mis acciones, pues mostrando de su fe desconfïanza le hiciera notorio agravio." Él me respondió, "Rodrigo, su enojo causó un engaño, con equívocas razones que os escuchó, acreditado; que entendió que para vos, y no para el rey Navarro, de la hermosa doña Elvira conquistábades la mano. Mas fïad; que pues a un tiempo en vos, Villagómez, hallo obligación para mí, y para el rey desengaño, han de mostrar mis finezas que no puede hacer ingratos la competencia ambiciosa los corazones hidalgos." Dijo, y partióse Ramiro; pero yo, considerando qué es necia la confïanza, y que es prudente el recato, me determiné a ocultarme, hasta que el tiempo o los casos aplaque del rey la ira. Y para este fin, trocando con un villano el vestido, a las fieras y peñascos de la montaña pedí de mis desdichas amparo; y agora en la oscuridad y en el disfraz confïado atropellé mi deseo los peligros, por hablaros. Conde amigo, aconsejadme, cuando padecen naufragio mis pensamientos confusos de vientos tan encontrados; que si resuelvo pasarme fugitivo a reino extraño, el mostrarme temeroso es confesarme culpado; y ni la amistad permite en esta ocasión dejaros, ni ausentarme de Leonor el deseo de su mano; y si en las tierras de Alfonso su resolución aguardo, es mi rey, tiene poder, es mozo y está enojado. CONDE: Villagómez, yo no puedo por agora aconsejaros; que estoy también de consejo, como vos, necesitado; pues porque esté más confuso, presumo que el rey don Sancho, por los indicios, de Alfonso el amor ha sospechado. Y así, resuelvo, Rodrigo, dejar hoy de ser vasallo de Alfonso, según los fueros en este reino guardados, por poder hacerle, uniendo mi poder al del Navarro, o sin deslealtad la guerra, o la paz con desagravio. Y así, lo más conveniente es que aguardéis retirado a que os dé mejor consejo lo que resulte del caso. Fuera que de estos sucesos el reino murmura tanto que espero que brevemente el rey, para sosegarlo, a su gracia ha de volveros. Y con esto, retiraos, que ya la rosada aurora anuncia del sol los rayos; y para que no arriesguéis vuestra persona, bajando vos al lugar, decid dónde, cuando importe, podré hallaros. RODRIGO: En la parte donde tiene principio en duros peñascos la fuente que entre los olmos baja al valle. JIMENA: Yo he pisado mil vegadas esas peñas. CONDE: Adiós, pues. JIMENA: A acompañaros iré con mandado vueso, hasta vos poner en salvo.
Vanse el CONDE, don RODRIGO y JIMENA. Salen don RAMIRO y CUARESMA
RAMIRO: ¿Cómo siendo tan cobarde has tenido atrevimiento para ponerte a mis ojos? CUARESMA: ¿Engañéte yo? ¿Qué es esto? ¿Dijete que era valiente? ¿Derramé juncia y poleo? ¿Dos mil veces no te he dicho que al lado ciño el acero sólo por bien parecer, y que soy el mismo miedo? ¡Aquí de Dios! ¿En qué engaña quien desengaña con tiempo? Culpa a un bravo bigotudo rostriamargo, hombritüerto, que en sacando la de Juanes toma las de Villadiego; culpa a un viejo avellanado tan verde, que al mismo tiempo que está aforrado de martas anda haciendo Madalenos; culpa al que de sus vecinos se querella, no advirtiendo que nunca los tiene malos el que los merece buenos; culpa a un rüin con oficio, que con el poder soberbio, es un gigantón del Corpus, que lleva un pícaro dentro; culpa al que siempre se queja de que es envidiado, siendo envidioso universal de los aplausos ajenos; culpa a un avariento rico, pobre con mucho dinero, pues es tenerlo y no usarlo lo mismo que no tenerlo; culpa a aquel que, de su alma olvidando los defetos, graceja con apodar los que otro tiene en el cuerpo; culpa, al fin, cuantos engañan; y no a mi, que ni te miento ni te engaño, pues conformo con las palabras los hechos. RAMIRO: Basta: bien te has disculpado; convénceme el argumento; mas admirame que falte valor a quien sobra ingenio. CUARESMA: Dios no lo da todo a uno; que piadoso y justiciero, con divina providencia dispone el repartimiento. Al que le plugo de dar mal cuerpo, dio sufrimiento para llevar cuerdamente los apodos de los necios; al que le dio cuerpo grande, le dio corto entendimiento; hace malquisto al dichoso, hace al rico majadero. Próvida Naturaleza, nubes congela en el viento, y repartiendo sus lluvias, riega el árbol más pequeño. No en sólo un Oriente nace el Sol; que en giros diversos su luz comunica a todos; y según están dispuestos los terrenos, así engendra perlas en Oriente, encienso en Arabia, en Libia, sierpes, en las Canarias camellos; da seda a los granadinos, a los vizcaínos, hierro, a los valencianos, fruta, y nabos a los gallegos; así reparte sus dones por su proporción el Cielo; que a los demás agraviara dándolo todo a uno mesmo. Mostróle a Cristo el demonio del mundo todos los reinos, y dijole, "Si me adoras, todo cuanto ves te ofrezco." ¡Todo a uno! Propio don de diablo, dijo un discreto; que a Dios, porque los reparte, oponerse quiso en esto. Sólo ingenio me dio a mí; pues en las cosas de ingenio te sirve de mí, y de otros en las que piden esfuerzo; pues un caballo se estima no más que por el paseo, porque habla un papagayo y un mono porque hace gestos. RAMIRO: Bien has dicho. Mas el rey es éste. CUARESMA: Escurrirme quiero, que sin valor es indigno de su presencia el ingenio.
Vase. Sale el REY, doblando un papel
REY: Ramiro... RAMIRO: Señor... REY: León contra mí, según he sido informado, da atrevido rienda a la murmuración; que en mi gracia lleva mal de Rodrigo la mudanza, que por sus partes alcanza aplauso tan general. Y puesto que fue engañosa la sospecha vuestra y mía, pues a Elvira pretendía hacer del Navarro esposa, y que en su abono responde que se atrevió, confïado en la palabra que he dado de olvidar mi amor, al Conde, la ocasión quiero evitar que me malquisto, y hacer que el reino le vuelva a ver gozando el mismo lugar a mi lado que solía. Mas no por esto penséis que vos en mi... RAMIRO: No paséis adelante, que sería tan ingrato a la nobleza de Villagómez, señor, cuanto indigno del favor que me hace vuestra alteza, si de esa justa intención, que tanto llega a importaros, procurase yo apartaros por celos de la ambición; fuera de que yo confío de su condición hidalga, que el favor suyo me valga para conservar el mío; que aunque es mi competidor en amor, más ha podido en mi pecho agradecido la obligación que el amor; y así, no me habéis ganado por la mano en ese intento, que si ocultó el pensamiento fue por veros enojado. REY: Agora si sois mi amigo y digno favor os doy que, aunque no del todo, estoy aplacado con Rodrigo. Vuestro buen celo mostráis; y así, de este intento os quiero hacer a vos el tercero; y para que le podáis obligar, si teme en vano mi rigor, a que se parta seguro a verme, esa carta le llevaréis de mi mano; y partid luego a buscarle.
Dale una carta
RAMIRO: Si del reino se ha ausentado temeroso, mi cuidado con alas ha de alcanzarle.
Vase don RAMIRO
REY: Al fin es forzosa ley, por conservar la opinión, vencer de su corazón los sentimientos el rey.
Salen el CONDE, don MENDO y OTRO
CONDE: Aquí está el rey. MENDO: Justo ha sido hasta aquí el acompañaros, y agora lo es el dejaros, que a negocio habréis venido. CONDE: No os vais; que pide testigos lo que tratarle pretendo. MENDO: Pues aquí tenéis, Melendo, para serlo, dos amigos. CONDE: Vuestra alteza, gran señor, me dé los pies. REY: Conde, alzad. CONDE: Hasta alcanzar un favor, si le merece el amor con que a vuestra majestad he servido, no mandéis que del suelo me levante. REY: La confïanza ofendéis que a mi estimación debéis con prevención semejante. CONDE: Sólo quiero suplicaros que del negocio a que vengo me prometáis no indignaros. REY: (¡Ay, Elvira! Ya prevengo Aparte mi desdicha.) Declararos podéis; que sois tan discreto y tan sabio en mi opinión, que seguro lo prometo, pues cosa contra razón no cabe en vuestro sujeto. CONDE: Yo os lo aseguro; y así Alfonso, fïado en eso, por mis hijos y por mí la mano real os beso...
Bésale la mano
Y de vos, rey, desde aquí nos despedimos, y ya no somos vuestros vasallos, según asentado está por los fueros.
Levántase y cúbrese
REY: El guardallos forzoso, Conde, será; pero... CONDE: Promesa habéis hecho de no indignaros. La furia reprima el ardiente pecho, supuesto que a nadie injuria quien usa de su derecho. REY: Melendo, no receléis que no os cumpla la promesa, pues no pierdo en lo que hacéis nada yo, y sólo me pesa de ver que desobliguéis mi amor con tal desvarío, pues ya tengo de trataros como a extraño, y yo confío que algún tiempo ha de pesaros de no ser vasallo mio.
Vase el REY
CONDE: (Defienda yo la opinión Aparte de mi hija, a quien procura infamar vuestra afición, que Navarra me asegura si me amenaza León.)
Vanse el CONDE, don MENDO y el OTRO. Salen doña LEONOR y doña ELVIRA
ELVIRA: Yo no puedo más, Leonor; ya me falta la paciencia. Humana es mi resistencia, divino el poder de amor. Ya que habemos de partir a Navarra, de León, por última citación me pretendo despedir de Alfonso; y ya que su alteza me niegue la mano, el pecho parta al menos satisfecho de que supo mi firmeza. LEONOR: Ni de tu resolución ni de tu pena me admiro; mas aquí viene Ramiro. ELVIRA: Gozar quiero la ocasión.
Sale don RAMIRO
RAMIRO: Elvira y Leonor hermosas, porque sé que han de agradaros las nuevas que vengo a daros, para todos venturosas, no aguardó vuestra licencia. Alfonso, ya de Rodrigo más satisfecho y amigo, sufrir no puede su ausencia, Y con seguro a llamarle de parte suya me envía; y así, de las dos querría saber dónde podré hallarle. LEONOR: Aunque en sangre generosa no puede caber cautela, perdonad si se recela quien aguarda ser su esposa, de que tracéis sus agravios. RAMIRO: (Mostró su amor. Selle el mío, Aparte pues del favor desconfío, en esta ocasión los labios.) Si de mí no os confiáis, con esta firma del rey,
Muestra la carta
que tiene fuerza de ley, es bien que el temor perdáis; y de mí, Leonor, podéis, pues lo ofrezco, aseguraros; que me va en no disgustaros más de lo que vos sabéis. ELVIRA: No hacerlo fuera agraviar tan hidalgo y noble pecho. Jimena, según sospecho, hermana, sabe el lugar donde se oculta Rodrigo. Hazla llamar. LEONOR: La fe mía en la vuestra se confía. RAMIRO: Yo soy noble y soy su amigo.
Vase doña LEONOR
ELVIRA: Ramiro, la brevedad del tiempo y de la ocasión no permite dilación. Decidle a su majestad que pienso que mi partida a Navarra se apresura, y que mi pecho procura mostrarle por despedida las verdades de mi amor, aliviando mis enojos con publicar a sus ojos con mi llanto mi dolor; y así, por favor le pido que venga a verme. RAMIRO: Señora, señaladle puesto y hora; que por veros, persuadido estoy que no ha de enfrenarle el mayor inconveniente. ELVIRA: Mañana junto a la fuente del bosque saldré a esperarle con mi hermana, al declinar del sol, pues nos asegura la soledad, la espesura y distancia del lugar. RAMIRO: Quede así.
Salen doña LEONOR y JIMENA
LEONOR: Jimena os va, Ramiro, a servir de guía. JIMENA: En vuesa mesura fía mi fe; e catad que non ha mi pecho pavor de engaño, nin barata; e non cuidedes que vivo a León tornedes en asmando facer daño a Rodrigo. RAMIRO: Confïada ven de mí... Y dadme las dos licencia. ELVIRA: Yo estoy de vos satisfecha. LEONOR: Yo obligada.
Vase don RAMIRO
JIMENA: ¡Lijosos los fados vuesos si atendedes a engañar! Que yo vos cuido astragar de una puñada los huesos.
Vase JIMENA
ELVIRA: ¿Qué dices de esta mudanza del rey? LEONOR: Que ha echado de ver que a Rodrigo ha menester mucho más que él su privanza. ELVIRA: Mañana mi amor dudoso su verdad ha de probar; que se ha de determinar a perderme o ser mi esposo. LEONOR: Pues ¿dónde piensas hablalle? ELVIRA: Ramiro es el mensajero de que en la fuente le espero que baja del bosque al valle. LEONOR: ¿No temes su ceguedad, si se ve solo contigo? ELVIRA: Tú, Leonor, irás conmigo, y por más seguridad, irá Jimena también. LEONOR: A mucho te obliga amor. ELVIRA: 0 ha de vencerle el favor, o castigarle el desdén.
Vanse doña ELVIRA y doña LEONOR. Salen el REY y CUARESMA
REY: ¿Cómo, Cuaresma, no fuiste con Ramiro a esta jornada? CUARESMA: De aquella ocasión pesada que en Valmadrigal tuviste con Rodrigo, precedió no seguirle en esta ausencia. REY: ¿Cómo? CUARESMA: Anduve en la pendencia como un cristiano debió, porque viéndome apretado de Rodrigo, fui a buscar un clérigo en el lugar para morir confesado, y ha dado en quererme mal. REY: Tu temor lo ha merecido. CUARESMA: Pues ¿qué loco no ha temido viviendo en carne mortal? REY: El noble nunca temió. CUARESMA: Por la experiencia averiguo que es eso hablar a lo antiguo; que noble conozco yo, infante de Carrïón, bravo sólo con mujeres. Mas supuesto que tú eres el más noble de León, te probaré que aun a ti no ha perdonado el temor. ¿Nunca a una vela, señor, quitaste el pabilo? REY: Sí. CUARESMA: Luego es fuerza confesar que a tener miedo has llegado; que nadie ha despabilado que no temiese apagar. REY: ¡Qué desatino! CUARESMA: Pregunto. ¿Nunca medias te pusiste? Y, aunque eres rey, ¿no temiste hallarles suelto algún punto? ¿Nunca la amorosa llama te tocó? REY: Y aun me abrasó. CUARESMA: Pues ¿qué amante no temió hallar con otro su dama? Pero Villagómez es quien con Ramiro ha llegado.
Salen don RAMIRO y don RODRIGO
RAMIRO: A cumplir lo que has mandado, humilde llega a tus pies Rodrigo. REY: La diligencia te agradezco. RODRIGO: Dad, señor, la mano a quien el favor de gozar vuestra presencia ha podido merecer. REY: Puesto que os habrá informado Ramiro de que, engañado, tal exceso pude hacer, os doy los brazos y el pecho. RODRIGO: Previniendo yo que haría el desengaño algún día el efeto que hoy ha hecho, me defendí del violento furor que intentó mi daño, que fue, advirtiendo el engaño, servicio, y no atrevimiento. La obediencia lo ha probado, y humildad con que he rendido a vuestros pies he venido, en viéndoos desengañado. REY: Satisfecho estoy, Rodrigo; y así quiero que a ocupar volváis el alto lugar que habéis gozado conmigo. RODRIGO: Por tu gran merced, señor, los pies os vuelvo a pedir, si bien no puedo admitir en todo vuestro favor. Vuestra gracia es la ventura que estimo haber alcanzado; mas volver escarmentado a la privanza, es locura; que aquel a quien fulminó de Jove la airada mano con las armas que Vulcano en sus fraguas fabricó, tales temores y enojos concibe que, prevenido, al trueno cierra el oído, y al relámpago los ojos. Villamet, Valmadrigal, Santa Cristina y la tierra que en las faldas de la sierra bebe liquido cristal, me dan vasallos, riqueza, poder y antiguos blasones con que honrarme, y los pendones ensalzar de vuestra alteza cuando serviros importe, sin mendigar más aumentos, expuesto a los escarmientos y mudanzas de la corte; y así, con vuestra licencia, me vuelvo a Valmadrigal. REY: Aunque sé que me está mal, Villagómez, vuestra ausencia, la permito, porque entiendo que aún tenéis de mis enojos el sentimiento a los ojos; y así, yo también pretendo que el tiempo vaya entregando vuestras quejas al olvido. Mas en cambio de esto, os pido una cosa, y dos os mando. Que del reino no salgáis, y a veros vengáis conmigo muchas veces, son, Rodrigo, las que os mando; y que impidáis que se ausente de León Melendo, os pido; advirtiendo que no ha de saber Melendo que os he dado esta intención. RODRIGO: Yo, como leal vasallo, en cuanto a mi, os obedezco; en cuanto al conde, os ofrezco intentarlo, no alcanzallo.
Vase don RODRIGO
REY: ¿Qué te parece? RAMIRO: Que está de tu indignación sentido, y por eso ha resistido; mas el tiempo aplacará sus quejas. REY: Porque consigo el fin así que intenté --pues si la corte le ve algunas veces conmigo, cesa la murmuración de mi mudanza y su ausencia-- no hice más resistencia al partirse de León. RAMIRO: Que se partiese de ti deseaba yo, por darte una embajada de parte de Elvira. REY: Ramiro, di, di presto; que no hay paciencia donde hay amor. RAMIRO: Hoy te aguarda para hablarte. REY: Un siglo tarda cada instante de su ausencia. Partir luego determino disfrazado. RAMIRO: Bien harás. Vamos, pues, que lo demás me dirás en el camino. CUARESMA: ¿Tengo yo de acompañar a los dos? REY: Cuaresma, si. CUARESMA: Pues advierto desde aqui que no voy a pelear.
Vanse el REY, don RAMIRO y CUARESMA. Salen doña ELVIRA, doña LEONOR y JIMENA
ELVIRA: Por una parte, esperanzas; por otra, Leonor, temores, me acobardan y me animan con afectos desconformes. LEONOR: Cerca está el plazo si Alfonso, como debe, corresponde a la obligación, Elvira, que en quererle hablar le pones. ELVIRA: Escucha, amiga Jimena.
Hablan bajo. Salen don SANCHO y su criado FORTÚN, desde el paño
SANCHO: Mis celos y mis pasiones me traen siguiendo sus pasos por la espesura del bosque, por ver si alguna ocasión la soledad me dispone en que ver mis desengaños o conquistar sus favores. ELVIRA: Con este fin te he traído conmigo. JIMENA: Alfonso perdone; que facer su barragana a una infanzona tan nobre non ye facienda de rey. ELVIRA: Si intentara algún desorden, en tu defensa confío. JIMENA: Yo faré lo que me toque. Mas a la fe, doña Elvira, rehurtid vos sus amores; que con dueña que reprocha, non ha facimiento el home. SANCHO: Confirmóse mi sospecha; que según estas razones, esperan a Alfonso aquí; y, ¡vive Dios, si nos pone solos a los dos la suerte en el campo de este bosque, que ha de ser nuestra estacada! Parte volando, y al conde llama, Fortún, de mi parte, y dile que a Villagómez traiga consigo, si acaso ha vuelto ya de la corte. FORTÚN: ¿Diréle lo que recelas? SANCHO. Sí, Fortún; dile que corre riesgo su honor. FORTÚN: Hoy se encuentran las barras y los leones.
Vase FORTÚN. Salen el REY, don RAMIRO y CUARESMA, de labradores
REY: Con ellas está Jimena. CUARESMA: A mí me toca. REY: Disponte, si pretendiere impedir de los dos las intenciones, o a detenerla con fuerzas o a engañara con amores. CUARESMA: ¡Triste yo! No sé cuál es más fácil de esas facciones. ¿Un monstruo quieres que venza, o que una vieja enamore? ELVIRA: Éste es el rey. REY: ¡Bella Elvira! ELVIRA: ¡Rey y señor!...
Apártase cada uno con la que le toca
REY: Los temores de tu ausencia me han traído con alas desde la corte. ELVIRA: En la tardanza hay peligro. Escucha las ocasiones de mi pena. RAMIRO: Ya el silencio, Leonor, los candados rompe. Óyeme sin enojarte, si el poder de amor conoces. CUARESMA: Jimena, ¡válgame Dios, qué linda estás! ¿Qué te pones, que al rubio de Dafne amante desafías a esplendores? JIMENA: Callad, juglar, en mal hora; que si un ramo tiro a un robre, de vuesas chocarrerías faredes que enmienda tome. CUARESMA: Sin duda que te ha cansado lo oculto de mis razones; que entendimientos vulgares es forzoso que lo ignoren, e ignorándolo lo culpen y jerigonza lo nombren; mas yo te hablaré en tu lengua. ELVIRA: Y pues don Sancho me escoge para reina de Navarra, es bien que o tu mano estorbe mi ausencia, o tu desengaño dé fin a mis confusiones. Aquí te has de resolver a que te pierda o te cobre, que éste es el útimo plazo. REY: ¡Ay de mí! ELVIRA: ¿Dudas? Responde. REY: ¿Qué he de responderte, Elvira, si las capitulaciones hechas con la castellana quiere mi suerte que estorben darte la mano, y mi amor sentirá menos el golpe de mi muerte que tu ausencia? ELVIRA: Pues la castellana goce vuestra alteza muchos años, y Navarra me corone.
Quiere irse doña ELVIRA
REY: Eso no. Detente. ELVIRA: Suelta. REY: Perdona; que pues conoces que tu amor me tiene ciego, y en esta ocasión me pones, he de llevarte a León y gozar de tus favores; y vengan luego a vengarte el rey don Sancho y el conde. RAMIRO: Perdona, Leonor. CUARESMA: Jimena, perdona.
Cada uno se abraza con la suya para llevarla
SANCHO: Alfonso, este bosque, de tu sangre escrito, al mundo publique tus sinrazones.
Sacan las espadas y acuchíllanse
REY: ¡Al rey de León te atreves! SANCHO: Yo soy tu igual. ¿No conoces al rey de Navarra?
Salen el CONDE, don BERMUDO y RODRIGO, sacando las espadas
CONDE: Alfonso, ya no es tu vasallo el conde. Pues la palabra real tan injustamente rompes, con tu mano o con tu vida mi honor es fuerza que cobre. RODRIGO: Eso no, mientras viviere Rodrigo de Villagómez.
Pónese don RODRIGO al lado del REY
CONDE: ¡Ah, Rodrigo! RODRIGO: No hay ofensas, no hay amistades ni amores que en tocando a la lealtad no olviden los pechos nobles. CUARESMA: Temblando estoy. JIMENA: Endonadme, dueña, esta espada. Vos, Conde,
Quita JIMENA la espada a CUARESMA y pónese delante del REY, defendiéndole de don SANCHO y el CONDE
e vos, don Sancho, arredraos; Porque Jimena non sofre que en contra de su rey cuide orgullecer ningún home. Guardad vuesas nobres vidas. Rey Alfonso e Villagómez; que mi valor sobejano fará tremer estos montes.
Acuchíllanse
CUARESMA: ¡Ah, machorra! ELVIRA: Ten, Jimena. JIMENA: Si son don Sancho e el Conde Porfïosos, perdonad.
Poniéndose en medio doña ELVIRA
ELVIRA: Tened, por Dios; que en los nobles no han de tener más imperio las armas que las razones. ¿Por qué pretendéis, Alfonso, con exceso tan enorme perder el nombre de rey, cobrar de bárbaro el nombre? Si han de coronar la infanta de Castilla tus leones, ¿por qué impides que el Navarro la de Galicia corone? Una para esposa eliges y otra para dama escoges. ¿Eres cristiano? ¿Eres rey? ¿Eres noble... o eres hombre? Por un intento que nunca has de alcanzar, pues conoces que no puede en mí la muerte más que mis obligaciones, ¡el suelo y el cielo ofendes! Vuelve en ti, rey; corresponde a quien eres, y a ti mismo te vence, pues eres noble; o mueve el luciente acero contra mí, si te dispones a impedir que de mi mano el rey de Navarra goce; que yo se la doy. Yo soy quien te ofende; que no el conde mi padre, ni el rey don Sancho. Dadme la mano... CUARESMA: Arrojóse. REY: Tente, Elvira; que mis celos, aunque perdiese del orbe la monarquía, no sufren que a mis ojos te desposes con otro; y porque no pueda quejarse tu padre el conde de mi palabra rompida, dame la mano, y perdone la infanta doña Mayor, y el rey de Navarra logre con ella sus pensamientos. SANCHO: Don Sancho, Alfonso, responde que es admitirlo forzoso. CONDE: Falta que a mí me perdones. REY: Llegad, Melendo, a mis brazos; que disculpados errores son los que causa el honor. ELVIRA: Permitid que a Villagómez le dé la mano mi hermana. RAMIRO: Tu promesa no lo estorbe, señor; que no quiero esposa que ajenas prendas adore. REY: Dadle la mano, Rodrigo; y porque del todo os honre, y quede memoria y fama de Jimena, y de que ponen a los pechos que los crían tal valor los Villagómez, ella y cuantas merecieron dar a los infantes nobles de vuestro linaje el pecho, de hoy en adelante gocen privilegio de nobleza, para que el mundo los nombre "los pechos privilegiados". JIMENA: Nunca los vuesos loores la fama fallecerá. RODRIGO: Aún hoy cuenta en sus blasones, senado, ese privilegio la casa de Villagómez. Y esta verdadera historia dé fin aquí, y sus errores suplica humilde el autor que el auditorio perdone.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002