ACTO SEGUNDO


Salen ARNESTO y SANCHO
SANCHO: Pues estás determinado a servir y festejar a Blanca, y a publicar en Sevilla tu cuidado, embiste con osadía, habla en cualquier ocasión. Mira que enemigas son la dicha y la cobardía. Y más cuando pienso yo que con tu ingrata querida irá don Juan de caída con lo que anoche pasó; porque habiéndose logrado la invención, es caso cierto que cuando no se haya muerto el fuego, se habrá aplacado, si ya en amoroso ardor por don Juan Blanca vivía; que nunca en la cobardía halló incentivo el amor. ARNESTO: Bien se hizo. SANCHO: ¡Enredo extraño! Don Juan quedó por cobarde. ARNESTO: Y nuestro silencio tarde dará luz al desengaño. SANCHO: Falta, pues Blanca creyó que don Juan de Luna ha huido, darle a entender que tú has sido quien de la calle le echó. ARNESTO: Dices bien. SANCHO: Pues la ocasión no pierdas con Blanca hermosa; que siempre fue poderosa la primera información. Ella ha de salir agora, que a doña Sol de Guzmán, la parienta de don Juan, va a visitar, y ya es hora. Al bajar de la escalera, llega al encuentro; y así hasta el coche desde allí te escuchará, aunque no quiera, sin que te cause cuidado que su padre te verá; que en ello no se tendrá don Beltrán por desdichado, Pues pretendes para esposa a Blanca, y hoy no hay mujer que no se pueda tener con tu mano por dichosa. ARNESTO: Ella baja. SANCHO: Y según veo, solamente la acompaña Agüero. Con dicha extraña vela a su fin tu deseo, Pues para lograrlo, así Fortuna el lance te ha puesto.
Salen doña BLANCA, con manto y AGÜERO
BLANCA: ¡Vos aquí, señor Arnesto! ARNESTO: ¿Cuándo yo no estoy aquí? ¿Cuándo, señora, ofendí La fe con que el alma os doy? Y yo, mientras vivo soy, Decidme vos, ¿cómo haré que con el cuerpo no esté donde con el alma estoy? Preguntadlo a esos balcones, testigos noches y días, ya de las razones mías, ya de ajenas sinrazones; que en algunas ocasiones han visto que no temí, por no apartarme de aquí, competencia aventajada; si bien le debo a mi espada lo que vos, ingrata, a mí. Yo no fuera tan osado que la cuestión comenzara; que la sombra respetara de esta casa por sagrado. Solo adoraba callado vuestros balcones; y el brío del contrario desvarío fue quien me vino a obligar a quitarle su lugar para defender el mío. Perdonadme, y de Cupido ved la extraña condición, pues os pido a vos perdón, cuando fui yo el ofendido. BLANCA: No os entiendo. ARNESTO: Ni he entendido yo que entenderme podáis, porque vos, Blanca, no estáis en la ventana a deshora; pero dígolo, señora, para cuando lo entendáis. SANCHO: (¡Oh qué bien!) Aparte BLANCA: (¡Que Arnesto fue Aparte más valiente que Don Juan! ¡Cuán diferentes están los afectos de mi fe!) Perdonadme que no esté más de espacio; que el lugar no es decente, y el estar aguardando la visita, de la obligación me quita de responder y escuchar. AGÜERO: El coche. ARNESTO: Mi pensamiento nunca tanto presumíó, que quisiese parar yo el coche al sol un momento; antes, señora, me siento tan lejos de ser altivo, que puesto que solo vivo mientras vuestra luz me dais, yo mismo, para que os vais, he de quitar el estribo. Ésta es la prueba mayor que os puedo dar de obediente; y más cuando al occidente partís, Blanca, de mí amor. Mi paciencia a mi dolor han igualado los cielos, pues ayudan mis recelos a que vaya esa hermosura donde muere mi ventura y donde nacen mis celos. Mas consuélame, señora, que vais donde en vuestro amor, si tengo competidor, tenéis vos competidora. BLANCA: También es enigma agora lo que habláis. ARNESTO: Aun bien que estima de suerte al Sol de una prima cierta Luna en que os miráis, que es fuerza que allá entendáis en sus aspectos mi enima. BLANCA: (¡Todos saben que ha querido Aparte Don Juan a su prima, y yo sola soy quien lo ignoró!) Adiós. ARNESTO: Yo no me despido; que seguir pienso atrevido ese sol, pues mi fortuna se muestra tan importuna, que quiere, señora mía, que me huya el sol de día como de noche la luna.
Vanse doña BLANCA y AGÜERO
SANCHO: ¡Tomaos ésa! Tan discreto Y tan agudo has andado, Señor, que triste he quedado. ARNESTO: ¿Triste? SANCHO: Triste. ARNESTO: ¡Extraño efeto! ¿Por qué? SANCHO: Como en un sujeto nunca se han visto caber la ventura y el saber, viéndote sabio, hago cuenta que es tu riqueza violenta, y vendrás a empobrecer. ARNESTO: Por dar lisonja presente, futuro mal pronosticas. Cuando de sabio te picas, ¡alabas tan neciamente! A su dama un elocuente dijo, "Sabia sois de modo que a creer no me acomodo que sois bella." Y respondió, "Necio, más quisiera yo que lo creyérades todo." Y porque, cuando se ofrezca, hables menos ignorante, oye. Caso es repugnante que el sabio pobre enriquezca; pero también que empobrezca el sabio, sí vez alguna llega a enriquecer, repugna, supuesto que es menester para conservar, saber, si para alcanzar, Fortuna. SANCHO: Don Beltrán es éste. ARNESTO: Quiero Poner en ejecución, pues se me ofrece ocasión, mi intento. SANCHO: Vitoria espero. con dicha, industria y dinero, seguro vas a atreverte. ARNESTO: Prevén el caballo. SANCHO: Advierte que sus mudanzas duplica de suerte, que pronostica la mudanza de tu suerte.
Vanse. Salen don JUAN y JIMENO
JUAN: Jimeno, yo soy perdido. Cierto es mi daño, Jimeno. uanto sucede, me quita la esperanza del remedio. Con la visita que hoy hace Blanca a Sol, del todo siento perdidas mis pretensiones y precitos mis deseos. JIMENO: ¿Por qué, señor? JUAN: Porque Sol, necia de amor v de celos, con Blanca ha de procurar descomponer mis intentos; y si finezas creídas de dos años no pudieron alcanzar de ella un favor, considera cuánto menos lo alcanzaré cuando crea que engañoso la pretendo, poniendo en ella los ojos y en otra los pensamientos. Procurar satisfacerla es en vano; porque si entro a verla estando con Sol, me amenazan sus excesos. Si no gozo esta ocasión, ha de confirmar por cierto que quiero a Sol, y no entré temeroso de sus celos. Pues si Blanca--que es posible-- la visita con intento de hallar ocasión de hablarme, ¡triste de mí si la pierdo! Y más si acaso el buscarla y el humanarse es efeto del valor que anoche vio en mi espada y en mi pecho. Pero no; que no es posible causarle agradecimiento quitarle su gusto a ella y dar disgusto a su dueño. Mil confusiones me anegan. Aconséjame, Jimeno; que yo entre celos y amor imito ya al marinero que, con los fieros combates de las olas y los vientos, sin fuerzas tiene el timón y sin sentido el gobierno. JIMENO: Ya llega Blanca, y será sin duda el mejor acuerdo que en este zaguán le digas, al pasar, tus sentimientos; y en su respuesta, en su acción, en sus ojos, en su aspecto conocerás sus designios, y te regirás por ellos. JUAN: Bien dices. JIMENO: Ella se apea. JUAN: Déjame solo, Jimeno; que ya sabes por mí mal cuán recatado es mi dueño.
Apártase Jimeno
JIMENO: Contigo, a la obscuridad de este rincón me encomiendo.
Salen BLANCA y AGÜERO
JUAN: Aquí os aguarda, señora, el más leal escudero; que, pagándole tan mal, no es poco milagro serlo. BLANCA: Señor don Juan, siempre vi que para subir al cielo del sol, es fuerza encontrar el de la luna primero. JIMENO: (¿Celos?) Aparte BLANCA: Y viendo la noche correr tanto, dije, luego a la conjunción del sol irá a parar como a centro. JUAN: No corriera así la luna, a no ser forzada a ello; que ese cielo, primer móvil, la obligó a cursos violentos. BLANCA: ¿Adónde vais? JUAN: A serviros. BLANCA: Mirad que sois luna, y temo que se ha de eclipsar el sol, don Juan, si delante os llevo. JUAN: Quisiera más una blanca. BLANCA: Quedaos aquí JUAN: Porque pienso que os canso, y que os serviré más en quedarme, me quedo aguardando a que volváis, si bien que os mudéis no espero. BLANCA: Sola esa falta os conozco. JUAN: ¿Cuál? BLANCA: No esperar. JUAN: Antes creo Que os obligo... BLANCA: Don Juan, nadie alcanzó jamás huyendo.
Vanse doña BLANCA y AGÜERO
JIMENO: ¡Bien haya quien te parió, y bien haya el monedero que supo batir a escuras Blanca de tan alto precio! JUAN: ¿Qué te parece? JIMENO: Que indigno de Blanca te considero, si te quejas de tu estado. ¡Con qué estilo tan discreto, con qué cifras tan agudas, con qué equívocos tan nuevos te ha sabido dar favores y de Sol pedirte celos! ¡Con qué términos tan propios, tan breves y verdaderos prosiguió la alegoría de la luna, el sol y el cielo! No como algún presumido, en cuyos humildes versos hay cisma de alegorías y confusión de concetos, retruécano de palabras, tiqui-miquí y embeleco, Patarata del oído y engañifa del ingenio; que bien mirado, señor, es música de instrumentos, que suena y no dice nada. Pero ¿de qué estás suspenso? JUAN: Ponderando las razones y meditando el aspecto de Blanca, temo otras cifras, y sospecho otros misterios de los que hemos entendido, engañados del deseo. Que decir, "Viendo la noche correr tanto, dije luego, a la conjunción del sol irá a parar como a centro;" y esto con un tonecillo a lo falso, no lo entiendo. "¡Correr tanto!" Motejarme de "correr mucho", siguiendo, no viene bien. JIMENO: Antes sí pues te dio quejas en eso, hablando irónicamente de tu engaño y de sus celos. Porque fue decirte claro, ¿cómo es posible que el mesmo que riñe tan animoso y que sigue tan ligero al contrario, fugitivo por mi amor, tenga otro dueño? JUAN: Eso pudiera entenderse, si no me dijera luego, "Sola esa falta os conozco, que es no esperar;" y tras esto, por remate, "Don Juan, nadie alcanzó jamás huyendo." Esto ¿qué tiene que ver con el amor que le muestro, cuidado con que la sigo y ardor con que la deseo? JIMENO: Por Dios que dices bien. "¡Nadie alcanzó jamás huyendo!" ¿ Por qué lo pudo decir? JUAN: Por ella no. JIMENO: Llano es eso. si ha dos años que la sigues. JUAN: Pues en mi vida me acuerdo de haber huido. JIMENO: Señor, tú ¿no me has dicho que Arnesto, cuando al campo de Tablada fuistes a reñir, en viendo a don Beltrán, se mostró muy animoso y soberbio, y que tú te reportaste? JUAN: Sí. JIMENO: Pues ¿sabes lo que entiendo? JUAN: ¿Qué? JIMENO: Que don Beltrán creyó que la arrogancia en Arnesto nació de valor, y en ti la reportación, de miedo, y así lo contó a su hija; si ya tu contrario mesmo no fue el autor de la historia. JUAN: Puede ser; mas el suceso de anoche, ¿no es desengaño? JIMENO: Por ventura a los que huyeron no conoció. JUAN: ¿Cómo no, si estaba hablando con ellos? JIMENO: Sin ser por arte del diablo, puede hablar por pasatiempo una mujer con quien pasa de noche, sin conocerlo; antes con quien no conoce se entretiene, según pienso, con más gusto, porque tiene más licencia y menos riesgo. JUAN: Fuesen o no conocidos, ¿no vio que los dos huyeron de mí? JIMENO: Según es tu dicha, pensará que fue concierto y fingida la cuestión, a la usanza de estos tiempos, que hay pendencia de tramoya y valientes de embeleco. Pero sucedióle mal a un valiente en este intento; que envïando dos amigos para la invención a un puesto, antes que ellos, lo ocuparon dos amantes verdaderos. El valiente de invención, viéndolos allí y creyendo ser los ensayados, hizo el papel de embestimiento. Los dos dieron animosos en él y en su compañero; y como se vio apretado, empezó a decir muy quedo, "Huid, hola; que ya está Fulana al balcón;" mas ellos, como el papel no sabían, contra el ensayo, en efeto, le dieron un tresquilón, y erraron todo el enredo. JUAN: Pocas veces alcanzaron buen fin engañosos Medios. JIMENO: Don Nuño viene.
Sale don NUÑO
JUAN: Don Nuño, ¿Vos en esta casa? NUÑO: Tengo mi hermana acá visitando a vuestra parienta, y quiero pasar con ellas la tarde. JUAN: Porque dos a dos estemos, quiero acompañaros, Nuño. NUÑO: (Perdonaránlo mis celos.) Aparte
Don JUAN y JIMENO hablan aparte
JIMENO: Señor, ¿a entrar te resuelves? JUAN: Tiénenme loco, Jímeno, estas enigmas de Blanca, y en esta ocasión pretendo entendellas, y suceda lo que sucedíere. JIMENO: Temo que te eche Sol a perder. JUAN: Si no es cuerda, y yo me veo apretado, claramente le diré que no la quiero, por satisfacer a Blanca, y a Sol castigar su exceso.
Vanse. Salen doña BLANCA, doña SOL y CELIA; después, don JUAN, NUÑO y JIMENO
SOL: Mañana os pienso pagar la visita. BLANCA: Desde agora Me obligáis a desear Tener mucho que fïar a tan buena pagadora, y así quiero que quedemos tan amigas, Sol hermosa, que jamás nos apartemos. SOL: Soy en eso tan dichosa, que porque principio demos, vos, en tanto que está ausente mi padre de la ciudad, habéis de ser solamente consuelo a mi soledad. .................... (Extraña máquina emprendo.) Aparte
Habla CELIA aparte con doña SOL
CELIA: Don Juan es éste. SOL: Vendrá A doña Blanca siguiendo. CELIA: Disimula. SOL: En eso está conseguir lo que pretendo.
(Salen don JUAN, don NUÑO y JIMENO
NUÑO: No he querido, Sol hermosa, que sola goce mi hermana de esta ocasión venturosa; que tengo el alma envidiosa de dicha tan soberana. SOL: Antes, don Nuño, he creído que por colmar la ventura que hoy alcanzo, habéis venido. sillas, ¡hola! NUÑO: (¡Qué hermosura!) Aparte JUAN: Yo estoy tan agradecido de que la vengáis a honrar, por lo que en sangre me toca Sol, que me quisiera hallar con fuerzas para pagar lo que agradece la boca. SOL: (Esto es dar satisfacción.) Aparte BLANCA: (No se ha podido abstener Aparte de gozar de la ocasión.) JIMENO: (Hoy está Roma que ha de arder, Aparte y yo pienso ser Nerón.)
NUÑO habla aparte con doña BLANCA
NUÑO: Hermana, a don Juan divierte, mentras digo mi dolor a Sol. BLANCA: No pudo la suerte cumplir mi intento mejor.
Siéntase al lado de doña SOL don NUÑO, y al de BLANCA don JUAN. CELIA habla aparte con doña SOL
CELIA: El caso vino a ponerte en la mano la ocasión para conocer del todo si hay reliquias de afición tuya en don Juan. SOL: ¿De qué modo? CELIA: Con la ordinaria invención de dar celos. SOL: Dices bien. CELIA: Pues tienes a Nuño al lado, de tantas partes dotado tan excelentes, ¿con quién le puedes dar más cuidado? SOL: De la ocasión gozaré. CELIA: Finge gran divertimiento con él, y atenta veré si alguna señal se ve en don Juan de sentimiento. SOL: Aunque eso es darle lugar de hablar a la que me ofende, conviene disimular al engaño que pretende mi amor ciego ejecutar.
Doña SOL habla con don NUÑO y BLANCA con don JUAN
JUAN: Perdonad si he quebrantado, Blanca, vuestro mandamiento; que bien estoy disculpado, si advertís que me ha obligado la fuerza del sentimiento. Mandásteme que no entrara, dueño soberano, aquí; mas es tal la pena en mí, que al mismo infierno bajara, como a este cielo subí. Las preñeces misteriosas de vuestras graves razones han sido en mí poderosas a romper obligaciones, en quien ama, tan forzosas. Dos años ha que fïel os sigo sufriendo enojos, y ayer ingrata y crüel me volvistes a los ojos, sin leerlo este papel.
Muéstrale el papel que dio BLANCA a AGÜERO, y vuélvelo a la faltriquera
BLANCA: (¡Cerrado está! ¿Qué estoy viendo? Aparte JUAN: Y tras esto vengo a oiros que ninguno alcanza huyendo. ¿Es huir de vos seguiros? Porque, si no, no os entiendo. Anoche con mi pasión fui a vuestra calle a deshora. Dos hombres hallé al balcón; si acaso hablaban, señora, con vos, vos sabréis quién son. Y aunque ardiente reprimía todo un infierno en mi pecho, callando mi mal sufría, respetando a mi despecho la causa que me ofendía. Embistiéronme; que acaso los animó mi paciencia; mas mi espada a todo paso les hizo ver el ocaso del sol de vuestra presencia. ¡Y tras esto motejáis mi ligereza! No entiendo los misterios que tocáis. ¿Por ventura condenáis el correr mucho siguiendo? BLANCA: (¿Qué escucho?) Aparte JUAN: Cuando sabéis que sigo empresa tan alta dos años ha, ¿respondéis, "Sólo os conozco esa falta, que es no esperar"? ¿Qué queréis con estas cifras, mi bien? Habladme claras razones. Basta que vuestro desdén me mate, sin que también me atormenten confusiones. BLANCA: (Ni mi papel ha leído, Aparte Ni es quien anoche me habló; que agora he desconocido la voz. Sin duda que ha sido Arnesto quien me engañó. Claro está. No pudo ser tan cobarde un caballero.) Don Juan... JUAN: Señora... BLANCA: (No quiero Aparte declararme hasta saber si a Sol tiene amor, primero. pues mi papel no ha leído, en su engaño se ha de estar; que si en amarme es fingido, corrida vendré a quedar si él queda favorecido.) Cuanto os he dicho, nació de haber pensado que fuistes, don Juan, quien anoche huyó; mas siendo vos quien seguisteis, todo lo dicho cesó. En lo demás mi rigor, pues es justo, no os espante, ni vuestro fingido amor pida a una estrella favor, cuando de un sol sois amante. JUAN: ¡De Sol! Sí jamás ha sido sujeto de mi afición.
Doña SOL habla aparte con CELIA
SOL: ¿Mira? CELIA: Ni imaginación de mirar acá ha tenido. SOL: ¡Maldiga Dios tu invención! NUÑO: ¿Qué es esto, Sol de mi vida? Cuando os digo mi cuidado, ¡os mostráis tan divertida! SOL: (Ciego está de enamorado, Aparte y yo loca de ofendída.) NUÑO: (¡Vive el cielo, que es hablalle Aparte hablar a un tronco, a una fiera! Mejor me estará que calle.
Suenan cascabeles dentro
JIMENO: Pasando están la carrera caballeros en la calle. SOL: Blanca, a la ventana a vella salgamos. NUÑO: Si ese arrebol les da sus rayos, Sol bella, serán caballos del sol los que pasaren por ella. BLANCA: (¡Mal haya la fiesta, amén, Aparte que me impide las de amor!) JUAN: ¿Cuándo alcanzaré, mi bien, El fin de tanto desdén? BLANCA: Cuando asegure el favor. JUAN: Dos años ha, Blanca bella, que estoy firme en mi porfía. BLANCA: Siete años de pastor Jacob servía JUAN: Con esperanza al fin de poseella, si mil sirviera y más, muy poco hacía. BLANCA: Al fin llegó, sirviendo, a merecella.
Vanse las mujeres
JUAN: ¡Dichoso yo, pues mi firmeza alcanza a ver el rostro ya de la esperanza! NUÑO: ¿Qué queréis hacer? JUAN: Yo digo que, si os agrada, salgamos a ver la carrera. NUÑO: Vamos. VOCES: ¡Aparta. ¡Dios sea contigo! Dentro
Vanse y salen por otra puerta don JUAN, NUÑO, y JIMENO
VOCES: ¡Ese caballo matad. Dentro JIMENO: El jinete ha dado en tierra. NUÑO: Percances son de esta guerra. JIMENO: Acá nos le traen.
Sacan a ARNESTO entre SANCHO y otro CRIADO
SANCHO: Buscad Un jarro de agua. ARNESTO: No es bien; que la sangre alborotada dicen que se queda helada. SANCHO: ¡Mal haya el caballo, amén! ¿Llamaremos un barbero? ARNESTO: No. JUAN: ¿Es Arnesto el que cayó? NUÑO: Él es. JIMENO: Juráralo yo. no le arma lo caballero. JUAN: (No falte la cortesía Aparte por la enemistad.) ¿Qué es esto? ¿Qué sentís, señor Arnesto? ARNESTO: Señor don Juan... JUAN: A fe mía, que me pesa. ARNESTO: Yo lo creo de vuestro mucho valor. JUAN: ¿Qué sientes? ARNESTO: Algún dolor en esta mano. JUAN: (Deseo Aparte Mostrarle aquí bizarría.) Llegad la mano.
Saca don JUAN un lienzo. Al sacarle, se le cae el papel de BLANCA, y ata el lienzo a ARNESTO
ARNESTO: ¿Qué es esto? ¿Vos me dais remedio? JUAN: Arnesto, es honrosa valentía dar fuerza al competidor para matarlo después; que de un doliente no es hazaña ser vencedor. SANCHO: (Don Juan de Luna sacó Aparte entre el lenzuelo un papel. ¿Sí Blanca es el dueño de él? Pues nadie lo ha visto, yo, si puedo, lo cogeré.) ARNESTO: Señor don Nuño, ¿aquí estáis? NUÑO: A ver si algo me mandáis. ARNESTO: El serviros yo tendré por dichosa presunción. CRIADO: Señor, el coche está aquí, Si en él quieres irte. ARNESTO: Sí. Adiós.
Levanta SANCHO el papel
SANCHO: Ésta es la ocasión.
Vanse ARNESTO, SANCHO, el CRIADO y don NUÑO
JIMENO: ¡Mira el contrario que tienes! Ello es gran cosa ser rico. Al más grande y al más chico mueven sus males y bienes. Hasta don Nuño, que aquí contigo debió quedarse, va con él, sin acordarse de despedirse de ti. Yo sé cierto que si fueras tú, señor, el que caías, aún la tierra no hallarías sobre que muerto cayeras. Pero si justo descuento tiene todo en esta vida --que en Arnesto la caída fue descuento del contento de que gozaba en correr-- tú, que sin caballo estás, el descuento que tendrás es que no puedes caer. JUAN: Que no envidio, te prometo, el poder que Arnesto alcanza, supuesto que a la mudanza de Fortuna está sujeto. JIMENO: Eso, ignorante ha de ser, Señor, el que lo dudare; mas dure lo que durare, es beato el poseer. ¿Hay cosa como aquel coche que con tanta quietud rueda, la tarde por la Alameda, por el Arenal la noche, a la comedia, a Tablada, si es invierno y claro el día, a casa de doña Mencía, si hace la tarde pesada? Pues en Madrid ¿es peor, las mañanas del verano, dar con el fresco temprano vuelta a la calle Mayor? Las tardes, que esto es muy justo, a Atocha, y volverse al Prado, si es posible, acompañado de un amigo de buen gusto. "Anda, para, vuelve, espera. No me muelas; más despacio." Muy bracicaído y lacio, perniabierto en la testera... Soltar la capa, y perdiendo un poco más la vergüenza, quitar al cuello la trenza, irse acá y allá cayendo. "Arrima a mano derecha." Y, arrojándose al estribo, echar con mirar altivo a la ventana una flecha; y en pasando, todavía volver a mirar atrás, quizá no teniendo más que ver allí que en Turquía. Topar la tapada niña... "¿Quereisos entrar aquí? " "¿Os reñirán?" "Para." "A mí no hay quien me cele ni riña." "Entrad, y tendréis las dos coche y dulces, ángel bello." "¿Seréis hombre para ello?" "Si mujer para ello vos." "¿De veras?" "Mi bien, ¿merece que dudéis mi cortesía?" "¿Qué haremos, señora tía? Cortesano me parece." Entra. El estribo quitad. "¡Hay tal vergüenza! ¡Maldito!" "Mire que ha de ir muy quedito." Corre esa cortina. "Andad." "Mostrad la cara." "Señor, mire que es diablo esta vieja." Y lo demás que se deja para el discreto lector. Ni hay más gusto, ni al vivir llamo yo vivir sin ello; y si nunca he de tenello, luego me quiero morir. JUAN: Ya podrá ser que algún día alcance a ver tu esperanza en tu fortuna mudanza pues yo la he visto en la mía. JIMENO: ¿Cómo, señor? JUAN: Grandes cosas hay de nuevo. JIMENO: No me mates. Habla, acaba. No dilates esas nuevas venturosas. JUAN: Blanca me ha favorecido. JIMENO: Luego lo vi. JUAN: ¿En qué lo viste? JIMENO: En que tú me lo dijiste. JUAN: ¡Quién tuviera un buen vestido o una joya para ti! JIMENO: ¿Por qué? JUAN: Por esa frialdad. JIMENO: Recibo la voluntad. Mas don Beltrán viene aquí. JUAN: Vendrá por su hija. JIMENO: Es claro; que es su padre y su galán. JUAN: Lo oscuro de este zaguán será mi secreto amparo. No sospeche mis pasiones y me impida mi fortuna. JIMENO: Siendo pobre, hasta la luna ha de andar por los rincones.
Vanse don JUAN y JIMENO. Salen ARNESTO, que saca en la mano el papel de BLANCA y SANCHO
SANCHO: En el zaguán de su prima, cuando el lenzuelo sacó, salió envuelto en él, y yo puse el pie al descuido encima, y sin que nadie me viera, lo cogí. ARNESTO: Temblando voy a abrirlo; que cierto estoy que es de aquella ingrata fiera.
Abre el papel
SANCHO: Ésta es letra de mujer. ARNESTO: Sin firma, por más secreto. SANCHO: Será su dueño discreto. ARNESTO: Oye. SANCHO: Comienza a leer.
Lee
ARNESTO: "A tan hidalga porfía fuera crueldad la esquiveza. Agradezco la firmeza, justa ocasión de la mía. Al balcón de mediodía a medianoche te espero, Donde hablarte a solas quiero; que en las cosas de opinión livianos testigos son un papel y un escudero." Blanca es sin duda. ¡Ah rigor de inhumano sentimiento! Todo me abrasa el furor. ¿Qué infierno en el alma siento? Éste ¿es efecto de amor? ¡Ah ingrata! ¡Cuán sin provecho tantas finezas he hecho! Pues ya todo se trocó; que es envidia, y amor no, esto que me abrasa el pecho. ¿Qué es del hombre de Madrid, Sancho? SANCHO: No está en el lugar, y esto no se ha de fïar de otro, señor, que de Cid. Mañana viene. ARNESTO: Mil años es un día en mis pasiones. SANCHO: (Engañosas dilaciones Aparte remediarán estos daños.) No te entregues al dolor. Vuelve en ti, cobra quietud; que importa más tu salud que doña Blanca y su amor. Y por dicha no sería ella el dueño del papel. ARNESTO: ¡Ay, Sancho! que dice en él, "A tan hidalga porfía..." Que don Juan dos años ha que, de Blanca enamorado, en seguirla ha porfïado... y es mi mal. Cierto será. "Al balcón de mediodía a medianoche te espero." ¿Qué indicio más verdadero de la desventura mía? Que éste es, Sancho, el balcón solo de su aposento, y los tres de la otra calle, ya ves que al nacer los mira Apolo. "Livianos testigos son un papel y un escudero." Este escudero es Agüero. SANCHO: Infelíce en tu afición. ARNESTO: Y por eso se ha excusado de llevarle mi papel; que por la mano con él don Juan sin duda ha ganado. Todo conforma en mi mal. No busques medio a mi pena, Pues el cielo me condena a infierno tan desigual. SANCHO: ¿Remedias el mal crüel con aflicción tan extraña? Más que el mal suceso, daría afligirse mucho de él. ARNESTO: No puedo más. SANCHO: Oye, aplaca el dolor; que ya yo ordeno cómo del mismo veneno salga, señor, la triaca. ARNESTO: ¿Cómo? SANCHO: Don Juan recibió hoy sin duda este papel. Lo que Blanca ordena en él no sabe, pues no lo abrió. Ve esta noche, y ser don Juan finge como la pasada, pues quedó Blanca engañada. Quizá los cielos querrán que tú en su nombre poseas lo que tu afición no alcanza, y tendrán gusto y venganza gozando el bien que deseas. ARNESTO: Bien dices. SANCHO: Sabrás, señor, al menos con este engaño, hasta donde llega el daño y a qué se extiende el favor. ARNESTO: Digo que has consolado. SANCHO: Impedirás sus efectos, sabiendo así sus secretos; que es buena razón de estado.
Sale un CRIADO
CRIADO: Señor. Agüero está aquí. ARNESTO: ¿Quién? CRIADO: Agüero, el escudero de doña Blanca. ARNESTO: ¡Ah embustero! SANCHO: Disimula. ARNESTO: Harelo así, porque a Blanca no prevenga; mas tú examina su pecho, y si la verdad sospecho, su justo castigo tenga. SANCHO: Sí es tu gusto, ¡triste de él! Déjame que yo lo ordene; que hago voto solene que pueden doblar por él.
Sale AGÜERO
ARNESTO: Sea, Agüero, bien venido. ¿Qué hay por acá [diferente]? AGÜERO: Saber si algún accidente, Señor, ha sobrevenido al daño de la caída. ARNESTO: No fue nada. AGÜERO: ¡Gloria a Dios! Que os deseo el bien a vos, por Dios, como a mí la vida. ARNESTO: Dios le guarde; que no está perdido en mí ese deseo. AGÜERO: (Nunca la ganancia veo.) Aparte ARNESTO: ¿Qué hay de Blanca? ¿Salió ya de la visita? AGÜERO: Ya queda en su aposento encerrada. ARNESTO: ¿Tan fiera y tan recatada como siempre? AGÜERO: No hay quien pueda de su rigor excesivo sufrir la aspereza--tanto, que si es ángel por lo santo, es demonio por lo esquivo. ARNESTO: ¡Válgame Dios! ¿Que amás, en fin, le diste recado ni papel enamorado? AGÜERO: Con el mismo Barrabás tratara de eso primero. ARNESTO: Esto de hablar por ventana, ¿No hay que tratar? AGÜERO: Cosa es llana. ARNESTO: (En los puntos viene Agüero.) Aparte Con todo, habéis de intentar darle un billete. AGÜERO: Por Dios, que es en vano; mas por vos la vida quiero arriesgar. ARNESTO: ¡Hola! a Agüero regalad, mientras escribo.
Vase ARNESTO
SANCHO: Cenemos juntos hoy, porque os queremos mostrar nuestra voluntad. Venga salchicha y solomo, y a falta, mucha tajada de bacallao y pescada. ¿Comeisla, Agüero? AGÜERO: Sí como. A todo, al fin, me acomodo, y en bulla muerdo de un césped. SANCHO: Pues soltad el cinto, huésped; que a fe que ha de haber de todo.
Vanse los dos. Salen don BELTRÁN y BLANCA
BELTRÁN: En algo, Blanca, ha de torcerse el gusto, la ley guardando y la razón siguiendo de lo decente, provechoso y justo. BLANCA: Hacer tu voluntad sólo pretendo; mas piénsalo mejor, y por ventura entenderás lo mismo que yo entiendo. Por ser tan rico Arnesto, me procura merecer la opinión: yo la confieso; mas no hay hacienda en mercader segura. Sin medida es su crédito; mas eso es la misma ocasión de su ruina, pues a gastar le obliga con exceso. Y si la hacienda a su intención te inclina, el cielo ¿no te dio también riqueza? ¿Adónde el ciego desear camina? No trueques a dinero la nobleza; que ésa ha de ser un hidalgo pecho última apelación de la pobreza. BELTRÁN: Dame los brazos, hija; que no ha hecho el cielo padre alguno más dichoso. BLANCA: Yo lo seré, si quedas satisfecho. BELTRÁN: Sí quedo; mas haréte, no imperioso padre, sino amigable consejero, Blanca, un advertimiento provechoso. Algunas casas nobles considero al señoril dosel entronizadas, que de ellas fue el autor solo el dinero. Las edades presentes y pasadas togas, armas y púrpuras sin cuenta han visto con dinero conquistadas. No puedo yo negarte que la renta que me dejaron, hija, mis pasados con honra y con descanso me sustenta; mas pasa de los padres los cuidados el amor de los hijos ambicioso a más que a conservarse en sus estados. Si con mediana hacienda noble esposo te doy, ¿qué te adelanto? ¿Qué acreciento a tu heredado nombre generoso? Si da copioso fruto el casamiento, ¿no es la disminución más evidente, dividida tu hacienda, que el aumento? Así, no ha de admirarte que yo intente, siendo tan rico Arnesto, su esperanza cumplir, porque tu casta se acreciente. Si nobleza a la tuya igual no alcanza, tampoco a su riqueza iguala alguna. Lo que una baja, sube otra balanza. Si dices que es sujeta a la Fortuna, ¿Cuál mira de su imperio exceptüada el ámbito del cielo de la luna? Piénsalo, Blanca, bien; que aunque me agrada tu honrosa presunción, quisiera verte menos resuelta y más considerada. BLANCA: Quiero en pensarlo bien obedecerte... (Mas no en hacello.) Aparte BELTRÁN: Si le das la mano, contento aguardaré, Blanca, la muerte. VOZ: ¡Para! Dentro BLANCA: Coche ha parado. BELTRÁN: ¡Tan temprano! ¿Quién será? BLANCA: Sol, que viene de visita. BELTRÁN: De que te huelgues, hija, estoy ufano. Alégrate, a mis años años quita, y pues discreta y principal doncella es Sol, y ser tu amiga solicita, procura en amistad correspondella, porque tus melancólicas pasiones diviertas alegrándote con ella. BLANCA: Uno es ya de las dos los corazones.
Vase don BELTRÁN. Salen ARNESTO y SANCHO
SANCHO: A su padre hablaste ayer, ¡y hoy por la respuesta vienes! La misma priesa que tienes, temo que te eche a perder. ARNESTO: ¿Por qué, Sancho? SANCHO: Porque veo que es tal nuestra condición, que nos quita estimación el mostrar mucho deseo. ARNESTO: ¿No es Blanca? BLANCA: (¿No es el que veo Aparte Arnesto?) SANCHO: ¡Ocasión dichosa! BLANCA: (No me engaño.) Aparte ARNESTO: Blanca hermosa... BLANCA: (No me pesa; que deseo Aparte Decirle mi parecer.) Muy mal os tratáis, Arnesto, pues cuando estáis indispuesto, merced nos venís a hacer tan temprano. ARNESTO: El alma mía adivina me dictaba que sola aquí me esperaba la gloria que pretendía, y en las alas del amor os vine, volando, a ver. BLANCA: ¿Alas hubo menester quien es tan buen corredor? ARNESTO: (¿Son desprecios o favores?) Aparte A quien os ha de alcanzar, aún no le basta volar. (¿Qué es esto?) Aparte BLANCA: (¿Mudáis colores?) Aparte Bien decís. Para seguir, alas habéis menester; que lo que sabéis correr es bastante para huir. ARNESTO: Es verdad; que a quien no gasta, le sobra cualquier riqueza. Y así cualquier ligereza al que no huye, le basta. BLANCA: Es cosa llana que es esto lo que he querido decir; que vos no podéis huir sin dejar de ser Arnesto. ARNESTO: Por la merced que me hacéis, beso el suelo que pisáis, pues de mostrar os dignais, señora, que ya entendéis los enigmas de que ayer desentendida os hicistes. BLANCA: En cuidado me pusistes; y al fin los vine a entender; que los engaños que había opuesto la oscuridad de la noche a la verdad, deshizo la luz del día; y a entenderos he venido cuando por ventura os fuera; mas gustoso que no os diera a entender que os he entendido. ARNESTO: No os entiendo. BLANCA: Ni creáis que entiendo que me entendéis; pero dicho os lo tendréis para cuando lo entendáis.
Vase doña BLANCA
ARNESTO: ¡Ay, Sancho, yo soy perdido! SANCHO: ¿Cómo, señor? ARNESTO: Del engaño que hicimos, el desengaño ya doña Blanca ha tenido. la suerte que a mí bien se opone. SANCHO: No te aflijas. ARNESTO: ¿Qué he de hacer? SANCHO: Procuremos deshacer lo que la suerte dispone. ARNESTO: Si ella concierta mi muerte, del remedio me despido. SANCHO: Alguna vez ha podido más la industria que la suerte.
Vanse

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La industria y la suerte, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002