ACTO TERCERO


Salen don DIEGO y ENCINAS, de noche
DIEGO: Sólo aquel que tu hidalgo nacimiento, tu fuerte corazón, tu entendimiento y honrado proceder como yo sabe, confïara de ti caso tan grave. ENCINAS: Tu confïanza a mucho más me obliga. DIEGO: ¡Permita amor que mi intención consiga! ENCINAS: Estará puntüal el escudero. ¡Qué gran negociador es el dinero! Cercáronme al partir de los doblones como a la flor la banda de abejones. Con cada escudo que a cualquiera daba, un ojo a los demás se les saltaba; mas éste a quien di parte de tu intento no vi mirón de pintas más atento. Veré si aguarda.
Vase ENCINAS
DIEGO: Ayuda, noche obscura, a quien vengarse de un desdén procura. Pues doña Ana al marqués adora, intento fingiendo serlo, entrar en su aposento, donde, lo que no amor, me dé el engaño. Loco estoy. Remediar quiero mi daño; y a quien le pareciere exceso grave, no me condene si de amor no sabe.
Sale ENCINAS, que vuelve hablando con un ESCUDERO
ENCINAS: Pues sabéis su poder y su privanza, tened de grandes premios confïanza; mas sabedle obligar. ESCUDERO: ¡Cómo! La vida en servirle daré por bien perdida, porque de liberal y agradecido tiene el nombre que nadie ha merecido. ENCINAS: Llegad. ESCUDERO: ¿Es el marqués? ENCINAS: Sí. ESCUDERO: Señor mío, ¿qué me queréis mandar? DIEGO: De vos me fío; y vos fïad de mí. ESCUDERO: Excusad rodeos, y probad en mis obras mis deseos. DIEGO: Doña Ana, ¿está acostada? ESCUDERO: Y recogidos todos en casa ya. DIEGO: Sin ser sentidos los dos hemos de entrar en su aposento. ESCUDERO: ¿Qué pretendéis? DIEGO: Sin preguntar mi intento lo haced, para obligarme de este modo; que mi poder os sacará de todo. ENCINAS: Por él lo hacéis, y él mismo os asegura. No repliquéis; que os busca la ventura. ESCUDERO: Yo temo...
Aparte ENCINAS y don DIEGO
ENCINAS: El carro gruñe, importaría untarlo. DIEGO: Hoy repartí cuanto tenía. ¿Tienes dinero tú? ENCINAS: No tengas pena; suplir puede la falta esta cadena, que me dio un amo a quien serví primero.
Da la cadena a don DIEGO, y éste al ESCUDERO
DIEGO: Pagaros parte de mi deuda quiero. Tomad. ESCUDERO: ¿A quién no venceréis? Callando venid. DIEGO: (Las luces mataré en entrando. Aparte ENCINAS: Dios nos saque con bien. DIEGO: Si los crïados viéredes por ventura alborotados y quisieren entrar, vos en mi nombre los detened y amenazad. ESCUDERO: No hay hombre en esta casa que por vos no muera. ENCINAS: (¡Qué engañado se hallara quien lo hiciera!) Aparte
Vanse todos. Salen el REY y el MARQUÉS
MARQUÉS: No puede en esta ocasión ocupar persona alguna como don Pedro de Luna de general el bastón; que vistos y examinados los demás en quien podéis emplearle, los tenéis donde importan ocupados; y la valerosa espada de don Pedro solamente basta a ceñiros la frente con el laurel de Granada. REY: ¿Las órdenes que yo os doy ejecutáis de esa suerte? MARQUÉS: Dispuesto a darle la muerte, como habéis mandado, estoy; mas por la nueva ocasión os le consulto de nuevo. REY: Marqués, la piedad apruebo; condeno la remisión. MARQUÉS: Vos mandáis que con secreto le mate, y bien podéis ver que no es fácil disponer con brevedad el efcto; y así, en mí la dilación no nace de resistencia, mas de buscar con prudencia el tiempo a la ejecución; fuera de que, bien mirado, alguna vez el rigor de la justicia, señor, cede a la razón de estado. REY: Es así. MARQUÉS: Pues siendo así, ¿dónde podrá la razón derogar la ejecución de la ley mejor que aquí? Con justa causa lo infiero, porque no es más conveniente castigar un delincuente que ganar un reino entero. Demás de que no os priváis así de cumplir con todo; que el castigo de este modo diferís, no perdonáis; y pues que con ausentarle el delinquir cesará, allá aprovecha, y acá no daña el no castigarle. REY: Tiene en mí tanto valor ver en vos esa amistad, que se da a vuestra piedad por vencido mi rigor. Vaya don Pedro a Granada, goce el honroso bastón, más por vuestra intercesión que por su valiente espada. MARQUÉS: Es el más alto favor que de vuestra majestad recebí jamás. REY: Alzad, mi mayordomo mayor MARQUÉS: Hechura soy vuestra. REY: Quiero teneros siempre a mi lado; que pues el mundo me ha dado renombre de justiciero, por merecerle mejor, sin que el exceso me dañe, es bien que en todo acompañe vuestra piedad mi rigor.
Sale don PEDRO
PEDRO: (En estando solo el rey Aparte le daré del caso cuenta; que pues derribarme intenta, la defensa es justa ley.) MARQUÉS: Don Pedro viene. PEDRO: Los pies me dé vuestra majestad. REY: Mi general, levantad. PEDRO: (¡Qué clara muestra el marqués Aparte su envidiosa emulación!) REY: Luego os partid a Granada; que importa alli vuestra espada. PEDRO: (Tomada resolución, Aparte no hay replicar; más cordura es mostrarme agradecido.) De nuevo los pies os pido, donde hallé tanta ventura. UNO: ¡Detente, mujer! ¡Aguarda! Dentro
Sale doña ANA, con manto
ANA: Los oídos y las puertas ha de tener siempre abiertas un rey que justicia guarda. Rey poderoso y sabio, recto, noble, católico y prudente, castigo del agravio, de la virtud amparador valiente, a quien, por ser tan justo y tan severo, proprios y extraños llaman justiciero. Yo soy, señor invito, doña Ana de León, que los blasones de mi estirpe acredito con montañesas bandas y leones: de aquel árbol soy rama; siempre en ellas fulminaron desdichas las estrellas. Don Fernando de Castro, asombro de las huestes otomanas, que a piras de alabastro da presunción con sus cenizas vanas, me dio el ser y la dicha; que importuna mira al merecimiento la fortuna. Su fin arrebatado me dejó sola en orfandad funesta para eligir estado, no la prudencia, si la edad dispuesta. Y así mi juventud poco entendida pasaba en muda confusión la vida, cuando no sé qué sino, qué adversa estrella, qué planeta airado, para mi mal previno que el marqués don Fadrique, ése que al lado vuestro es Atlante de esta monarquía, me fuese a visitar a instancia mía. Para un intento ajeno le llamé, bien lo sabe. ¿Quién creyera que allí el mortal veneno de mi opinión y honestidad bebiera? Bien dicen que la suerte está constante en tablas esculpida de diamante. Despidióse, encubriendo su aleve intento, y ya determinado para el delito horrendo, se encomendó a la industria de un crïado, y por su astuta mano, de los míos con dones conquistó los albedríos. ¿Cómo es posible, cómo cuando ostentáis la rigurosa espada desde la punta al pomo de incesable suplicio ensangrentada, que incurra en más culpable atrevimiento quien más de cerca mira el escarmiento? Las cumbres ya del polo pisaba de traición la negra autora, y yo en mi lecho sólo los rayos aguardaba de la aurora, bañándome las urnas de Morfeo en las dulces corrientes del Leteo, cuando el marqués tirano mis castas puertas abre, poco fuertes a su pródiga mano, que esparce dones y amenaza muertes a la familia vil, mientras al dueño vuestra justicia aseguraba el sueño. Oculto de mi fama el robador en la tiniebla obscura, llegó a mi honesta cama. ¡Ojalá fuera triste sepultura, y publicara la inscripción sangrienta al mundo antes mi fin que yo mi afrenta! De sus brazos apenas sentí el inusitado atrevimiento, cuando con voces llenas de confusión, temor, duda y tormento, pido favor, pregunto quién me ofende. Nadie responde, nadie me defiende. Sólo el marqués aleve, en baja voz, que al fin, como traidora, tímido aliento mueve, "el marqués don Fadrique, soy, señora," dijo; y porque a defensas me apercibo, fuerzas aplica a su furor lascivo. Yo a su apetito ciego culpo humilde, resisto valerosa, enternecida ruego, amenazo crüel, lloro amorosa; vuestro rigor le traigo a la memoria, última apelación de mi vitoria. Ni amenazas ni quejas ni ruegos penetraron solo un grado por las sordas orejas al pecho en sus intentos obstinado; antes daba a su indómita violencia más insano furor mi resistencia. Al fin, su fuerza mucha, débil mi cuerpo, mi defensa poca, en la prolija lucha al pecho aliento y voces a la boca negaron; lo demás, si es bien contarlo, la vergüenza lo dice con callarlo. Luego el traidor Tarquino me dejó en cambio la tiniebla obscura; yo, con el desatino de tan incomparable desventura, a tener al ladrón tiendo los brazos, y a vanas sombras doy vanos abrazos. Así quedé llorando sin mi culpa el ajeno desvarió, la suerte blasfemando que a un tirano poder sujetó el mío; sólo ya el pensamiento en mi venganza, sólo en vuestra justicia la esperanza. ¡Justicia, rey, justicia! ¡Muestre tanto más vivos sus enojos cuanto es más la malicia del que sus aras ofendió a sus ojos, pues vibra Jove el rayo vengativo más ardiente al peñasco más altivo! Pruebe el desnudo acero ¡éste que al cielo se atrevió gigante y el nombre justiciero que en el delito despreció arrogante, ya que no fue bastante a refrenarlo, baste para vengarme y castigarlo! MARQUÉS: Por el sagrado laurel que os ciñe la frente altiva, así coronada viva infinitos años dél, ¡que es engaño y falsedad cuanto ha dicho! ANA: ¿Podrá ser, gran señor, que su poder obscurezca mi verdad? REY: No, doña Ana, mi corona fundo en tener la malicia refrenada. En mi justicia no hay excepción de persona ¡Ah, de mi guarda! MARQUÉS: ¡Creed, gran señor...! REY: ¡Marqués, callad! ¡En jüicio le acusad! ¡En jüicio os defended!
Salen los GUARDAS
GUARDAS: ¿Qué mandáis? REY: ¡Vaya el Marqués preso al cuarto de la torre! PEDRO: (La Fortuna me socorre; Aparte moved, venganza, los pies. La Ocasión tengo en la mano para acumularle agora que él por los celos de Flora hizo matar a su hermano.) MARQUÉS: ¿Cómo, doña Ana, ha cabido tan gran traición en tu pecho? ANA: ¿Cómo a negar lo que has hecho, tirano, te has atrevido? MARQUÉS: Ella está loca. ANA: Él se fía en su poder. MARQUÉS: Brevemente haré mi verdad patente. ANA: Y yo probaré la mía.
Vanse todos. Salen don DIEGO y ENCINAS, de donado francisco, con anteojos
ENCINAS: ¿Voy bueno? DIEGO: Encinas, advierte si es tu deuda conocida, pues cuando puedo mi vida asegurar con tu muerte, tanto de tu pecho fío, que dejo en esta ocasión en tu lengua mi opinión, y mi vida en tu albedrío. ENCINAS: De hidalgos padres nací en Córdoba, tú lo sabes, y que de mil casos graves honrosamente salí. Fuera de que te asegura este disfraz y mi ausencia. Si a tan dura contingencia viniese mi desventura, que me prendiesen, de mí puedes fïar que primero mi pecho al verdugo fiero diera mil almas que un sí. DIEGO: La vida a entrambos nos va. ENCINAS: ¡Gran yerro, por Dios, hiciste! ¿Cómo, di, no preveniste lo que sucediendo está? DIEGO: No pensé que resistiera doña Ana, cuando emprendí el engaño; antes creí que alegre tálamo diera al marqués. Vime en sus brazos, toqué marfiles bruñidos, gusté labios defendidos y gocé esquivos abrazos. Creció el apetito, el fuego, el furor... Lo mismo hiciera si la espada al cuello viera, o el Amor no fuera ciego. ENCINAS: Él fue bocado costoso; mas paciencia, y al reparo; que Adán lo comió más caro, y a la fe menos gustoso. DIEGO: Tú, mi hermana y yo, no más, sabemos que me has servido; con que vivas escondido estoy seguro y lo estás. ENCINAS: Eso importa, y la mancilla caiga en el pobre marqués. DIEGO: Poderoso, Encinas, es, y saldrá al fin a la orilla. ENCINAS: Y la verdad le valdrá. DIEGO: Y a nosotros la prudencia, la industria y la diligencia. ENCINAS: Adiós; que de ésta se va fray Bartolo. Hasta la vuelta me arroja tu bendición. Mas escucha ese pregón; que anda la corte revuelta.
Un PREGONERO, dentro
PREGONERO: "El Rey, nuestro señor, promete dos mil ducados a quien entregare preso a Juan de Encinas, natural de Córdoba, y a él mismo, si se presentare, con perdón de todos sus delitos; y manda que nadie le ampare ni encubra, pena de la vida. Mándese pregonar, porque, etc." ENCINAS: ¿Qué dices del pregoncete y de los dos mil? DIEGO: De prisa debe de andar la pesquisa. Encinas amigo, vete. ENCINAS: (¡Dos mil ducados y verme Aparte seguro de esta aflición! ¡Por Dios, que es gran tentación! Muy cerca está de vencerme.) DIEGO: ¿Qué es lo que dices? ENCINAS: Si puedo pescar esta cantidad y vivir con libertad, ¿quién me mete en tener miedo, andar retirado y solo, fugitivo, alborotado, bandido y sobresaltado, hecho el hermano Bartolo? Señor, perdona. Allá va tu disfraz y tu dinero.
Hace que se desnuda
DIEGO: ¿Estás loco? ¡Tente! ENCINAS: Quiero, pues Dios su mano me da, verme libre de pobreza y justicia. DIEGO: ¿Ésta es lealtad? ¿Ésta es ley? ENCINAS: La caridad, señor, de sí misma empieza. DIEGO: Yo te daré mucho más de mi hacienda. ENCINAS: ¿Y el perdón de mi culpa? DIEGO: ¿Del pregón te fías? ENCINAS: ¡Pues qué! ¿Dirás que es engaño? DIEGO: Sí. ENCINAS: En los reyes la palabra es ley. DIEGO: No hay ley, Encinas, que obligue al rey, porque es autor de las leyes. ENCINAS: Cuando en público se obliga, empeña su autoridad. Resuelto estoy. ¡Libertad, libertad!
Hace que se desnuda
DIEGO: ¡Suerte enemiga! ¡Mirad de quién me he fïado! ¡Muera yo, pues indiscreto quise fïar mi secreto! ENCINAS: Lindamente la has tragado. DIEGO: ¿Qué dices? ENCINAS: Tu confïanza probé con este picón. DIEGO: Muy pesadas burlas son; pero nunca tu mudanza creí del todo. ENCINAS: Señor, tienen los pobres crïados opinión de interesados, de poco peso y valor. ¡Pese a quien lo piensa! ¿Andamos de cabeza los sirvientes? ¿Tienen almas diferentes en especie nuestros amos? Muchos crïados, ¿no han sido tan nobles como sus dueños? El ser grandes o pequeños, el servir o ser servido, en más o menos riqueza consiste sin duda alguna, y es distancia de Fortuna, que no de naturaleza. Por esto me cansa el ver en la comedia afrentados siempre a los pobres crïados... Siempre huír, siempre temer Y por Dios que ha visto Encinas en más de cuatro ocasiones muchos crïados leones y muchos amos gallinas. DIEGO: Bien dices. Vete con Dios, y más peligro no esperes. ENCINAS: Adiós; que donde murieres hemos de morir los dos.
Vase don DIEGO
Hoy han de ser restaurados en su opinión, por mi fe, los que sirven; hoy seré un Pelayo de crïados.
Sale INÉS, con manto, y don FERNANDO
INÉS: Oye, hermano. ENCINAS: (¡Pese a mi! Aparte Inés y Fernando son.) INÉS: ¡Tenga! FERNANDO: ¡Escuche! ¿Qué pregón es el que se ha dado aquí? Que importa saberlo. INÉS: Él es sordo o tonto. ENCINAS: (¡Que haya sido Aparte tan desdichado! Perdido soy si me conoce Inés.) FERNANDO: (El cielo en él retrató Aparte a Encinas.) ENCINAS: (Aquesto es hecho.) Aparte INÉS: (Otra vez, según sospecho, Aparte esta cara he visto yo.) ENCINAS: (¡Acabóse! El mismo diablo Aparte los trajo aqui. De este modo me escaparé; que del todo me han de conocer si hablo.)
Hácese cruces y vase ENCINAS
FERNANDO: ¡Tenga! INÉS: ¡Aguarde! FERNANDO: Tentación debes de darle sin duda pues hace, la lengua muda, cruces en el corazón. INÉS: ¿Yo tentación? FERNANDO: Juraría que era Encinas. INÉS: Yo también. FERNANDO: Mas a serlo, yo sé bien que no se me encubriría. INÉS: Otro nos informará. FERNANDO: Prosigue INÉS: Hanle acumulado a la fuerza, que ha mandado matar su hermano, y está probado que ya escondió él mismo al fiero homicida; y aun dicen más, que la vida al matador le quitó para encubrirlo. FERNANDO: ¡Qué engaño! INÉS: Apretado está el marqués. Don Pedro de Luna es quien le ha hecho todo el daño, por ser su competidor en privanza. FERNANDO: ¿No fue ya a Granada? INÉS: Ya estará dando a los moros temor. FERNANDO: ¡Qué notables extrañezas me cuentas! INÉS: ¿Dónde has estado, que esto ignoras? FERNANDO: Retirado me han tenido mis tristezas. INÉS: Si las ha causado Flor, muda intento por tu vida; que el marqués, aunque la olvida, es quien la abrasa de amor. FERNANDO: Hasta agora pensé yo que era su hermano el amante de Flora. INÉS: Causa bastante su muerte a ese yerro dio. Adiós; que el tiempo no es mío, con las desdichas que ves. FERNANDO: Lo que en mí has tenido, Inés, tendrás siempre. INÉS: Así lo fío.
Vase INÉS
FERNANDO: ¿Qué hemos de hacer, corazón en un tan confuso estado? El que la vida me ha dado, por mi culpa está en prisión. A Flora perdí por él; mas él, ¿en qué me ofendió, si mi afición ignoró? Palabra de amigo fiel le di y me dio, y ha cumplido él la suya; pues mi vida será primero perdida que yo en amistad vencido.
Vase don FERNANDO. Salen el REY y un SECRETARIO
REY: Esto es justicia. SECRETARIO: Señor, ¿por indicios solamente ha de morir un pariente vuestro de tanto valor? REY: No os dé necia confïanza ser sus delitos dudosos; que contra los poderosos los indicios son probanza. Contra el marqués, ¿qué testigo queréis vos que se declare, sin que el temor le repare de tan valiente enemigo? Fuera de que muchos son los indicios y vehementes; y estos dos son accidentes que hacen plena información. Pruébase que el mismo día a doña Ana visitó, que a su gente repartió dineros cuando salía. La cadena que al crïado a abrir obligó la puerta, era suya, cosa es cierta. Tres testigos lo han jurado. Demás de esto, le condena la pública voz y fama; tirano el vulgo le llama, y a voces pide su pena; que por más justo que sea, siempre aborrece al privado, y como ocasión ha hallado, hace ley lo que desea. Juzgad agora si quiero con razón y causa urgente castigar un delincuente y quietar un reino entero. (Para aclarar la verdad Aparte conviene tanto rigor, y hoy la experiencia mayor tengo de hacer.) ¡Escuchad!
Habla al oído al SECRETARIO, y vase éste. Sale don PEDRO y soldados, con banderas moriscas, arrastrando a son de cajas
PEDRO: Vuestra majestad me dé sus pies. REY: Don Pedro de Luna, ¿qué es esto? PEDRO: Que hoy la fortuna africana os besa el pie. Supo el moro de Granada la muerte del general don Miguel; mas por su mal se le encubrió mi llegada al campo, que sin cabeza juzgó engañado. Embistió animoso; mas venció brevemente vuestra alteza. Vuestra es Granada y su tierra; y así yo a serviros vengo en la paz, porque no tengo que hacer agora en la guerra. REY: Servicio tan excesivo con exceso me ha obligado, y así con igual cuidado a premiaros me apercibo; y por justo galardón de la vitoria que gano hoy por vos, os doy la mano de doña Inés de Aragón. PEDRO: Es el premio sin medida. REY: Lo que en dote quiero daros no menos ha de alegraros. PEDRO: Ya lo espero. REY: Es vuestra vida. PEDRO: ¿Mi vida? ¿Cómo, señor? REY: Id al marqués don Fadrique, y decidle que os explique su piedad y vuestro error. PEDRO: Vos, ¿no podéis declararlo? REY: Tanto a castigar me incito, que sé, si nombro el delito, que no podré perdonarlo. PEDRO: El marqués no lo dirá, si fue entre los dos secreto, sin un firmado decreto. REY: Este sello lo será
Dale una sortija
y hoy conoceréis la fe de quien habéis perseguido. PEDRO: (El rey sin duda ha sabido Aparte que el palacio quebranté.)
Vanse los dos. Salen don FERNANDO y doña FLOR
FERNANDO: Yo sé, hermosa doña Flor, que al marqués tu pecho adora. No vengo a quejarme agora de tu mudanza y su amor; que la desesperación ha dado muerte al cuidado. FLOR: Nunca más rayos ha dado de su luz tu discreción. FERNANDO: Sólo vengo a que me des relajación del secreto que te ofreci, y te prometo darte libre a tu marqués. FLOR: Pues cuando puedas librarle de la muerte de su hermano, que le imputan, ¿no está llano que es imposible excusarle la que espera, condenado a ella ya por el exceso de la fuerza? FERNANDO: Flor, en eso deja el cargo a mi cuidado. FLOR: Si la libertad así ha de conseguir, supuesto que nunca al favor honesto cuando te quise excedí, y que sólo te encargué que el amor nuestro callases porque al marqués no estorbases que la mano que esperé me diese, y ya lo ha sabido, no hay en ello qué perder; y así, puedes ya romper el secreto prometido. FERNANDO: Yo aceto la permisión; que hoy pienso al mundo mostrar de qué modo han de pagar los nobles su obligación. FLOR: Bien ves si cumplo la mía, pues que pudiendo librallo con hablar, padezco y callo. Por la que yo te tenía líbrale, y me pagarás lo que me debes en esto. FERNANDO: De agradecido muy presto la prueba mayor verás.
Vase doña FLOR. Sale don DIEGO
DIEGO: (¡Encinas preso! Yo soy Aparte perdido, confesará, sin duda... Mas aquí está don Fernando de Godoy.) FERNANDO: Con diligencia os buscaba, señor don Diego. DIEGO: ¿Hay en qué os sirva? FERNANDO: Oid, y os diré la ocasión que me obligaba. Vos no debéis ignorar del marqués el triste estado. DIEGO: No. FERNANDO: Pues la vida me ha dado, y la vida le he de dar. DIEGO: Es justa correspondencia. Pero yo, ¿qué parte soy en eso? FERNANDO: Informado estoy que el revocar la sentencia que a muerte le ha condenado por la fuerza, está no más de en probarse que jamás Encinas fue su crïado. A mí me consta que el día que el delito sucedió a que Encinas ayudó, a vos, don Diego, os servía, y me consta que habéis sido ciego amante de doña Ana; y así es conjetura llana que vos lo habéis cometido. DIEGO: ¡Quien dijere...! FERNANDO: ¡Detened el arrojado furor! Y para prueba mayor de lo que digo, sabed que yo por mis ojos vi hablar a vuestro crïado en hábito disfrazado con vos mismo; y aunque allí con el disfraz me engañó, porque no estaba advertido del caso, haberlo sabido del engaño me sacó. Mirad lo que habéis de hacer, sin fïaros del secreto, porque el marqués el efeto por vos no ha de padecer; y más cuando ya ocultar no es posible vuestro exceso, pues está ya Encinas preso, y al fin lo ha de confesar. DIEGO: (¿Qué he de hacer? La culpa es grave, Aparte noble y mujer la ofendida, justiciero el rey... Perdida miro esta mísera nave entre fieras tempestades e inevitables bajíos. ¡Oh, terribles desvarios de amorosas ceguedades!) FERNANDO: Don Diego, ¿qué os detenéis en disculsos sin provecho? Disponed el noble pecho que tan sin remedio veis, haciendo en esta ocasión virtud la necesidad, a una bizarra piedad que os dé inmortal opinión. DIEGO: ¿Cómo? FERNANDO: Si os sentís culpado, pues encubrirlo queréis en vano, cuando sabéis que han preso a vuestro crïado, antes que él venga, haced vos lo que yo, y en las historias borraremos las memorias de ajena fama los dos. DIEGO: ¿Que lo que vos haga? FERNANDO: Si. DIEGO: Empezadlo a disponer; que vos, ¿qué podéis hacer que no me esté bien a mi? FERNANDO: Pues venid conmigo. DIEGO: Voy. (La fuerza haré voluntad.) Aparte FERNANDO: De agradecida amistad claro ejemplo al mundo soy.
Vanse los dos. Salen el REY y el SECRETARIO a una ventana o mirador que da a la prisión
SECRETARIO: Don Pedro entró a visitar agora al marqués, señor. REY: De este oculto mirador a los dos quiero escuchar. Vos haced lo que ordené. SECRETARIO: Voy al punto.
Vase el SECRETARIO
REY: La experiencia de la culpa o la inocencia del marqués con esto haré.
Salen el MARQUÉS y don PEDRO. El REY, oculto en el mirador
MARQUÉS: Pues el sello me enseñáis de su alteza, su decreto obedezco, y el secreto os diré que preguntáis. Supo el rey que desleal, don Pedro, en la noche obscura quebrantaste la clausura de su palacio real; y por causas que advirtió... (Éstas no pienso decirle; Aparte que no es justo descubrirle, que su majestad temió) determinó su rigor daros la muerte en secreto; y así, cometió el efeto de su intento a mi valor. Mas yo, vuestro firme amigo, piadoso empecé a trazar medios para dilatar, hasta evitar el castigo. Dios, que ayuda liberal la bien fundada intención, quiso entonces que el bastón vacase de general, porque mi amistad fïel, venciendo la voluntad vuestra y de su majestad, os diese la vida en él. PEDRO: ¡Basta! ¡No queráis que el pecho me rompa el dolor extraño antes que remedie el daño que sin razón os he hecho! ¡Marqués, quitadme la vida, que engañada os ha ofendido, y como víbora ha sido de quien se la da, homicida! ¡Perdonadme, ejemplo raro de valor y de piedad, símbolo de la amistad, de nobleza espejo claro! Gloria del nombre español, perdonadme, que pensando que vuestro pecho, envidiando verme tan cerca del sol gozar de los rayos bellos de su favor y privanza, maquinaba mi mudanza cuando me apartaba de ellos, os he perseguido. ¡Tal es de la envidia el rigor, que de ella aun solo el temor es bastante a tanto mal!
Salen don FERNANDO, don DIEGO y doña FLOR, con manto
FERNANDO: Esperad; que hablando están él y don Pedro de Luna.
Quédanse a la puerta
PEDRO: Mas ni tiempo ni Fortuna, de vos, Marqués, triunfarán, si yo puedo. Condenado estáis a muerte, severo rigor del rey justiciero; vos la vida me habéis dado; a vos os debo el bastón y la alcanzada vitoria, y por vos llego a la gloria de doña Inés de Aragón. La vida y la libertad he de daros. MARQUÉS: Para hacello, ¿que imaginais? PEDRO: Pues el sello tengo de su majestad, sacaros de la prisión quiero con él, y quedar yo en ella para mostrar que es amistad, no traición, por quien cometer ordeno tal error contra su Alteza. REY: (Agradezco la fineza, Aparte si la deslealtad condeno.) PEDRO: ¿Qué decís? MARQUÉS: Que ése ha de ser mayor daño de los dos; que si quedáis preso vos, yo, don Pedro, ¿qué he de hacer sino a la misma prisión volverme para libraros? Pues de otra suerte pagaros no podré esta obligación. Demás que estoy confïado de que al fin ha de librarme mi inocencia, y ausentarme es confesarme culpado. PEDRO: No es, sino el golpe evitar que tan cerca os amenaza. MARQUÉS: Pues decidme vos, ¿qué traza del rey me puede librar? ¿No ha de volver a prenderme, y de esta culpa tendréis la pena, sin que logréis el fin de favorecerme? PEDRO: ¿Pues no hay, marqués don Fadrique, otros reinos? Y está claro que alegre os dará su amparo el infante don Enrique. MARQUÉS: Don Pedro, no quiera el cielo cuando está toda la tierra ardiendo en continua guerra, que vaya yo a dar recelo y duda de mi lealtad, por huír cierto castigo, buscando en reino enemigo de mi rey la libertad. ¡No! Muy mal lo habéis mirado; que menor inconveniente será morir inocente que vivir mal opinado. REY: (¡Gran valor!) Aparte PEDRO: ¿Qué haréis, supuesto que hoy, si el mal no se remedia, vuestra mísera tragedia verá el teatro funesto? MARQUÉS: ¿Qué? Morir, si castigar sufre el cielo la inocencia.
Salen el SECRETARIO y doña ANA, con manto
SECRETARIO: Mostrad, Marqués, la paciencia que el valor suele adornar; que al punto manda su alteza que pues vuestra culpa es llana, le deis la mano a doña Ana, y al verdugo la cabeza. REY: (Si resiste al casamiento Aparte a vista ya de la muerte, de su inocencia me advierte.) MARQUÉS: Morir sin casarme intento. Llegue el verdugo inhumano a ser mi fiero homicida; que al cielo debo la vida, mas no a doña Ana la mano. ANA: ¡Hay tal maldad! SECRETARIO: Del suplicio ya los ministros aguardan. MARQUÉS: Pues, Secretario, ¿qué tardan? Vamos; haced vuestro oficio.
Adelántanse don PEDRO y don FERNANDO
PEDRO: ¡Aguardad! FERNANDO: ¡No quiera Dios que padezca un inocente! DIEGO: Muera solo el delincuente. SECRETARIO: Pues, ¿quién lo ha sido? FERNANDO y DIEGO: Los dos. DIEGO: ¡Yo ciego, loco, abrasado, fui, doña Ana, el robador oculto de vuestro honor! Encinas fue mi crïado, no del marqués; bien lo sabe don Fernando de Godoy y Flora. FERNANDO: Testigo soy. FLOR: Yo también. FERNANDO: Y porque acabe esta ciega confusión, yo a Encinas di la cadena, por quien al marqués condena la vehemente presunción; que el marqués me la dio a mí la noche que yo a su hermano maté; que fue tan humano cuanto yo inhumano fui; pues no sólo perdonó la ofensa, pero piadoso, magnánimo y generoso, del peligro me sacó; y tal su valor ha sido, que el cuchillo ya presente, antes morir inocente que condenarme ha querido. Tanto le debo, y así me acuso yo por pagarle muriendo por él, y darle la vida que él me dio a mí. Yo maté a su hermano, yo, y la malicia ha mentido cuando informar ha querido de que el marqués lo ordenó. Yo le maté, culpa es mía, porque me quiso agraviar echándome del lugar que en la ventana tenía de doña Flor, a quien sigo tres años ha firmemente, si mal pagado. Presente está sólo a ser testigo. Decidlo, Flor. FLOR: Ésta es la verdad. FERNANDO: Pues confesamos los dos culpados muramos, y no sin culpa el marqués. SECRETARIO: (¡Gran valor!) Aparte REY: (¡Notable hazaña!) Aparte PEDRO: Libre estáis, Marqués. MARQUÉS: No estoy. Agora, don Pedro, soy con fineza tan extraña más preso; que antes lo era del cuerpo, y del alma ya, que es noble y antes dará mil vidas que consintiera que den la muerte a los dos que por mí la vida ofrecen. PEDRO: Ellos con razón padecen, y estáis inocente vos. MARQUÉS: Yo, don Pedro, sólo veo que por mí se han ofrecido. Esta deuda he conocido, y ésta pagarles deseo. FERNANDO: Los dos somos los culpados. DIEGO: El que delinquió padezca. REY: (De mi justicia amanezca Aparte el sol entre estos nublados.)
Vase del mírador el REY
FLOR: ¡Qué pena! ANA: ¡Qué confusión! FERNANDO: Señor secretario, dad noticia a su majestad de esta nueva dilación, y él en todo ordenará lo que importe. MARQUÉS: ¡Deteneos! SECRETARIO: Señor marqués, resolveos; que se pasa el plazo ya que para la ejecución señaló su majestad. PEDRO: Yo voy a hablarle.
Sale el REY
REY: Aguardad. SECRETARIO: ¡El rey! PEDRO: Haced relación, Secretario, de este caso. REY: A todo he estado presente. PEDRO: Sol de España, cuyo oriente no teme el obscuro ocaso, vuestra grandeza mostrad. en el público teatro dad la muerte a todos cuatro, o a todos los perdonad. VOCES: ¡Entrad! Dentro REY: ¿Qué es esto?
Salen dos GUARDAS, con ENCINAS, en hábito de donado
UN GUARDA: Éste es Juan de Encinas, el crïado que prender habéis mandado por el caso del marqués. Está loco o finge estallo; que desde que le prendimos Sólo a cuanto le decimos nos da por respuesta, "Callo." DIEGO: Yo estoy de tu lealtad, Encinas, bien satisfecho; mas ya niegas sin provecho. Decir puedes la verdad, supuesto que ya mi error he confesado. ENCINAS: Con eso yo también, señor confieso que es don Diego quien su honor le robó a doña Ana, y yo quien fingiendo ser crïado del Marqués, por su mandado los de su casa engañó. FERNANDO: Di lo que sabes de Flor y de mí. ENCINAS: Su amante has sido tres años, y no ha tenido más que esperanzas tu amor. PEDRO: Así está ya la verdad bien clara. Señor, pues ves las disculpas de los tres, muestra en ellos tu piedad. FLOR: Perdona, amiga, a mi hermano; queda con honra y casada, y no sin ella y vengada. ANA: Señor, dándome la mano don Diego, le doy perdón. MARQUÉS: Yo de la muerte le doy a don Fernando, pues soy parte formal de esta acción. REY: ¡Caballeros valerosos, de España gloria y honor, en cuyos heroicos pechos cuatro espejos mira el sol! De justiciero me precio; no he de serlo menos hoy, Justicia tengo de hacer, y premiar vuestro valor. Al que es único en un arte útil a las gentes, dio la ley de cualquier delito por una vez remisión; que el derecho prevenido más conveniente juzgó conservar el bien de muchos que castigar un error. De vosotros, pues, cualquiera es tan único en valor, que niega a los mismos ojos crédito la admiración. Pues, ¿cuál arte puede dar a un reino fruto mayor que el valor, pues por los cuatro miro ya en mi sujeción las cuatro partes del mundo? Luego bien pruebo que os doy la libertad por derecho, y por justicia el perdón. MARQUÉS: ¡Dilate el cielo tu imperio! FERNANDO: ¡Des a la envidia temor! PEDRO: ¡Celebre el tiempo tu nombre! DIEGO: ¡Y la fama tu opinión! REY: Dad, pues, la mano de esposo, don Diego a doña Ana; y vos escoged esposo, Flora; que la perdida opinión es justicia restauraros. FLOR: El marqués la causa dio a que en mi fama tocase el vulgo murmurador; que a quien con poder pretende, le juzga en la posesión; y así él es solo quien puede y debe ilustrar mi honor. MARQUÉS: Por pagar así a don Diego, vuestro hermano, que ofreció su vida por darme vida, sin eso os la diera, Flor. ENCINAS: ¿Y a mi me alcanza la ley de lo del arte y valor? REY: Por ser único en lealtad perdón merece tu error. ENCINAS: Y pues sólo por serviros se ha desvelado el autor, siendo nobles, por justicia ¿os puede pedir perdón?

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002