ACTO SEGUNDO


Salen el PRÍNCIPE, don GARCÍA, don JUAN, GERARDO y HERNANDO, de noche
PRÍNCIPE: De lo que el rey os ha honrado, que me deis gracias no es bien, Alarcón, mas parabién, pues tanto gusto me ha dado. GARCÍA: Vuestro soy. PRÍNCIPE: Decid amigo; mostrarlo puede el efeto, pues mi más alto secreto a declararos me obligo. No me tengáis por liviano por mostraros presto el pecho, porque estoy muy satisfecho que con vos nunca es temprano. Y así justamente digo que os puedo dar parte de él; que ha mucho que sois fïel, si ha poco que sois amigo. Mas pues quiero daros hoy la llave del alma mía de mi cámara , García, también con ella os la doy. GARCÍA: No sólo no he de poder serviros merced tan alta, mas aun a la lengua falta el modo de agradecer. PRÍNCIPE: Alzad. JUAN: Los brazos os doy, alegre de que su alteza honre así vuestra nobleza. GARCÍA: Sois mi amigo, y vuestro soy. JUAN: A vuestra alteza, señor, los pies beso agradecido, pues honra tanto al vencido cuanto honrare al vencedor. PRÍNCIPE: Bien, don Juan, sabéis mostrar vuestro hidalgo corazón, pues no os causa emulación la competencia en privar. Y con eso ganáis tanto, que en mi gracia os levantáis al paso que os alegráis de lo que a Alarcón levanto. No por su privanza viene mi amor a menos con vos, porque es el rey como Dios, que muchos privados tiene. Y así cuanto estas acciones muestran en vos más valor tanto a vuestro vencedor tengo más obligaciones. Que cuando no le pagara la vida que en vos me dio, porque a tal hombre venció, con justa razón le honrara. GARCÍA: A la esperanza, señor, vuestros favores exceden. PRÍNCIPE: Esos crïados se queden. JUAN: El príncipe, mi señor, manda que os quedéis.
Vase GERARDO. Don GARCÍA habla aparte con HERNANDO
GARCIA: Hernando, en nuestra calle me aguarda, y mientras no voy, a Anarda te encargo. HERNANDO: ¿Estaré velando? GARCÍA: Nunca tan necio has estado. HERNANDO: ¿Y dormir? GARCÍA: Dormir de día.
Vanse el PRÍNCIPE, don GARCÍA y don JUAN
HERNANDO: Temprano, por vida mía, en el uso hemos entrado alto. ¡Somos de palacio! Trasnochar, ir a dormir al amanecer, vivir de priesa, y morir de espacio, si el cielo no lo remedia. La sátira encaja aquí, mas no ha de haber cosa en mi de lacayo de comedia. ¡Cuál a la corte pusiera algún poeta, si el caso y el lacayo en este paso de la comedia tuviera! ¡Cuál pusiera yo a su alteza! ¡Qué libremente le hablara; y qué poco respetara su poder y su grandeza! Luego me apartara de ellos, cuando a graves cosas van él y mi amo y don Juan. ¡Mal año! Por los cabellos de otra parte me trajera, y en todo el caso me hallara, que el príncipe aun no fïara quizá a los dos, si pudiera. Y estando en lo más famoso, grave, fuerte y apretado, saliera el señor crïado con un cuento muy mohoso, o una fábula pueril de la zorra y el león, y la más alta cuestión concluyera un hombre vil. No, no. El crïado, servir; con el rey, la gente grave; aconsejar, el que sabe, y el que predica, reñir.
Vase HERNANDO. Salen el PRÍNCIPE, don GARCÍA y don JUAN
PRÍNCIPE: Pensé que un pecho tan fuerte como el vuestro, triunfaría del amor tierno, Garcia. GARCÍA: Iguala amor a la muerte. PRÍNCIPE: Militares embarazos a muchos de él defendieron. GARCÍA: Al dios Marte no valieron contra los venéreos lazos. PRÍNCIPE: ¿No os admirará en efeto deciros que amo, García? GARCÍA: No, porque ya lo sabía. PRÍNCIPE: ¿Cómo? GARCÍA: Sé que sois discreto. PRÍNCIPE: ¡Qué bien sabéis consolar! JUAN: Es su consecuencia clara, puesto que amor se compara a la piedra de amolar, en que el más agudo acero da a sus filos perfeción. PRÍNCIPE: Ésta es la calle, Alarcón, en que vive por quien muero. GARCÍA: (¿Qué es esto? Ya el niño Amor Aparte de estas sombras se acobarda, y la hermosura de Anarda hace, cierto mi temor.) PRÍNCIPE: Ésta es la casa. GARCÍA: (¡Ay de mí!) Aparte PRÍNCIPE: ¡Haz la seña! Mas detente; que el recato es conveniente, y pienso que hay gente allí. JUAN: La calle despejaré. PRÍNCIPE: Tú no; que presumirán, si eres la flecha, don Juan, que soy soy quien la tiré. Vaya Alarcón. GARCÍA: Voy, señor. PRÍNCIPE: En esta esquina os espero.
Vanse el PRÍNCIPE y don JUAN
GARCÍA: ¿Para qué, Fortuna, quiero con tal pensión tu favor? ¿De qué sirve la privanza? Mercedes y honras, ¿de qué? Todas te las trocaré a esta perdida esperanza. ¡Cuál iba yo, viento en popa! Fortuna, ya te entendí; que con más ímpetu así la nave en la peña topa. El fin traidor has mostrado con que en levantarme das; que para que sienta más, me has hecho más delicado. Dándome honrosos despojos llegas con rostro de paz, por arrojarme el agraz en las niñas de los ojos. ¿Qué es privanza, qué es honor, qué es la vitoriosa palma, si en lo más vivo del alma ejecutas tu rigor? Hoy la mayor alegría y el mayor pesar me has dado. De dichoso y desdichado soy ejemplo en solo un día. Pero quizá Anarda bella no tiene al príncipe amor. ¿Qué importa? Él es mi señor, y tiene su amor en ella. No tocan a la lealtad las ofensas de quien ama; mas ya su amigo me llama y me obliga la amistad. ¿De qué sutiles razones, deseo, os queréis valer? ¿Alarcón ha de poner la lealtad en opiniones? Deseo, o morid en mí, o matad conmigo a vos, porque o vos o ambos a dos hemos de morir aquí. Llegad, corazón fïel; venza al Amor la lealtad; el paso al cielo allanad a quien os derriba de él.
Sale HERNANDO, huyendo, y tras él el CONDE y LEONARDO
HERNANDO: A no ser tantos, yo sé si me causaran temor. GARCÍA: ¿Es Hernando? HERNANDO: ¿Es mi señor? GARCÍA: ¿Qué ha sido? HERNANDO: Desde que entré en aquesta calle a hacer lo que me has encomendado, los de esa cuadrilla han dado en que me han de conocer. Porque no me descubrí, dieron tras mi a cuchilladas, y mil montantes y espadas llovió el cielo sobre mí. GARCÍA: Dos solos diviso yo. HERNANDO: ¿Dos? GARCÍA: No más. HERNANDO: ¿Pues no habrá más? GARCIA: ¡Qué trocado, Hernando, estás! ¿Ya tu valor se acabó? HERNANDO: Tantos son dos como mil contra aquel que solo está. GARCÍA: ¿Y quién será? HERNANDO: ¿Quién será sino quien hecho alguacil nos reconoció, señor? GARCÍA: ¿El conde Mauricio? HERNANDO: El conde. GARCÍA: Aquí, si mal me responde, me conocerá mejor.
Llégase al CONDE
Si acaso algunas mercedes alcanza la cortesía, por ella, hidalgos, querría poder con vuesas mercedes que den lugar por un rato a cierto amante secreto, que debe al alto sujeto de su amor este recato, que él les dejará después toda la noche la calle.
El CONDE habla aparte con LEONARDO
CONDE: Éste, en la voz y en el talle es García-Ruiz. LEONARDO: Él es. CONDE: (¡Pues a buen puerto ha llegado!) Aparte Vos pedis bien justa cosa, pero muy dificultosa; que soy ministro, y mandado de un superior en mi oficio, que de aquí no haga ausencia, para cierta diligencia que importa al real servicio. A mí me pesa por cierto de no poderos servir, pero que no he de impedir vuestros amores advierto, porque callar os prometo; demás de que es caso llano que de la justicia es vano querer encubrir secreto; que al sol nada se le esconde.
HERNANDO habla aparte con don GARCÍA
HERNANDO: Él prosigue su artificio. GARCÍA: ¿Estás cierto en que es Mauricio? HERNANDO: Digo, señor, que es el Conde. GARCÍA: Hidalgo, o seáis justicia y aquí negocios tengáis, o ser ministro finjáis con cautelosa malicia, lo que pido haced, que es justo. CONDE: Que no puedo he dicho va. GARCÍA: Ya en conseguirlo me va más reputación que gusto; porque quien llega a pedir lo que no es justo negar, no deja elección al dar, y se obliga a conseguir. CONDE: ¿Qué queréis decir con eso? GARCÍA: ¿Aun no lo habéis entendido? Que habéis de hacer lo que os pido, o obligarme a algún exceso. CONDE: No os arresguéis a un gran daño, por la que, según entiendo, no os quiere. GARCÍA: Yo estoy pidiendo lugar, y no desengaño. Esto haced, y no os metáis en consejos, ni mostréis que conocido me habéis, porque a mucho me obligáis. CONDE: Que os conozca o no, os prometo que es imposible dejaros la calle sola. GARCÍA: ¿En estaros os resolvéis en efeto? CONDE: Aquí me ha de hallar el día. GARCÍA: Pues procedéis tan grosero, podrá con vos el acero lo que no la cortesía.
Sacan todos las espadas y riñen
HERNANDO: ¡Pese a tal! Agora sí me entenderé yo con vos, que nos vemos dos a dos. ¡Broquelicos para mí! CONDE: Herido estoy. GARCÍA: Yo me holgara, sin heriros, de obligaros; mas a vos podéis culparos. CONDE: La fuerza me desampara. Sin duda es mortal la herida. GARCÍA: Que me pesa, sabe Dios.
A HERNANDO, que riñe con LEONARDO
¡Tente!
Al CONDE
Yo fuera con vos cuidando de vuestra vida, a poder faltar de aquí. CONDE: Indicios de noble dais. GARCÍA: Por mucho que lo seáis, con igual pecho os herí. LEONARDO: ¡Ah! ¡Pese a quien me parió!
Vanse LEONARDO y el CONDE. Salen el PRÍNCIPE y don JUAN, alborotados
PRÍNCIPE: En la vida de García se arriesga, don Juan, la mía. JUAN: ¿No basta que vaya yo? PRÍNCIPE: No basta, que no sabemos cuántos los contrarios son. JUAN: Yo soy Luna, él Alarcón, que por un millón valemos. Mas pienso que viene aquí. PRÍNCIPE: García. GARCÍA: Señor. PRÍNCIPE: ¿Qué ha sido...? GARCÍA: ¿Qué, señor? PRÍNCIPE: ¿Ese rüido de cuchilladas que oí? GARCÍA: Lo que fue, que no fue nada, después, señor, lo diré. Agora, pues que se ve la calle desocupada, logre el tiempo vuestra alteza.
Don GARCÍA habla aparte con HERNANDO
En casa me espera, Hernando. HERNANDO: ¡Vive Dios que estov temblando GARCÍA: Nunca has mostrado flaqueza sino en la corte. HERNANDO: Señor, tú dices que nada ha sido haber a Mauricio herido, y puedes; que en el amor del príncipe estás fïado; mas a mí el pesar me ahoga; que sé que siempre la soga quiebra por lo más delgado. GARCÍA: De tu temor me avergüenzo. HERNANDO: Hay alcalde que de balde, por sólo hacer del alcalde, me pondrá de San Lorenzo. GARCÍA: Antes a mí me mataran; que a los ingratos no imito, que animan para el delito, y en la pena desamparan. Vete, y duerme descuidado.
Entre tanto hace la seña don JUAN
HERNANDO: ¿A qué no obliga tu amor? Bien dicen que el buen señor es quien hace buen crïado.
Vase HERNANDO
PRÍNCIPE: ¿Si habrán oído?
Sale INÉS, a la ventana
JUAN: Ya están a la ventana. INÉS: ¿Quién es? PRÍNCIPE: Inés, parece. JUAN: ¿Es Inés? INÉS: ¿Quién lo pregunta? JUAN: Don Juan. A Anarda le di que está su alteza aguardando aquí. PRÍNCIPE: Sin esperanza, le di.
Quítase INÉS de la ventana
¡Válgame Dios! ¿Si saldrá? Decidme que sí, y con eso no me matará el temor. JUAN: Yo tuviera por mejor prometerte el mal suceso, y así tendrás más colmado, si Anarda sale, el contento; y si no, será el tormento mucho menor, esperado. GARCÍA: (¡Ah, Dios! ¡Qué dulce esperanza Aparte gané y perdi en solo un día! ¡Qué propia ventura mía en la ligera mudanza! Pero quizá... ¡No hay quizá! "Haced", el príncipe dijo, "la seña", de que colijo que es dueño de Anarda ya; que amistad hay asentada donde hay seña conocida, y pues tan presto fue oída, bien se ve que fue esperada.
Salen doña ANARDA y doña JULIA, a la ventana. Las dos hablan aparte
ANARDA: Yo salgo, ésta es la verdad, por el forastero, prima; que su prisión me lastima, si temo su libertad. JULIA: ¡Qué perdida estás! ANARDA: De amor hasta agora no he sabido. JULIA: Tarde, mas bien, te ha cogido. (Sabe Dios que estoy peor.) Aparte ANARDA: ¡Ah, caballero! PRÍNCIPE: Señora, ¿Sois Anarda? ANARDA: Anarda soy. PRÍNCIPE: Perdonad, mi bien, si os doy aqueste disgusto ahora, impidiendo el venturoso sueño, que ocupando estaba, por el descanso que os daba en cambio, ese cuerpo hermoso; que tanto el susto he sentido, que hoy en el río tuvistes, que hasta ver cómo volvistes, volver en mí no he podido. ¿Cómo estáis? ¿Quitóse ya aquel alboroto? ANARDA: En mí nunca, príncipe, sentí lo que de entonces acá; que hizo en mí tal impresión el forastero atrevido, que presente lo he tenido siempre en la imaginación. GARCIA: (¡Ah, Dios! ¡Si fuese de amor!) Aparte ANARDA: Mas lo que me ha sosegado es pensar que aprisionado, como os supliqué, señor, lo tenéis, para que así no se vaya sin pagarme. GARCÍA: (No es este efecto de amarme. Aparte Ya de mi engaño salí. Cuanto de mí se informó, fue por trazar su venganza, y mi engañosa esperanza a favor lo atribuyó.) PRÍNCIPE: De un yerro que cometi contra vos, hermosa Anarda, mi amor el perdón aguarda. ANARDA: ¿Cómo? PRÍNCIPE: No os obedecí. ANARDA: ¿Luego sin pena quedó el forastero atrevido? PRÍNCIPE: Y aun con premio bien debido las nuevas que me dio. ANARDA: (¡Ay de mi!) Aparte JULIA: (¡Perdida soy!) Aparte ANARDA: ¿Ésa es la fe y la fineza que le debí a vuestra alteza? Bien desengañada estoy. ¡La primer cosa que pido, en que estribaba mi gusto, y más cuando era tan justo castigar a un atrevido, no he podido merecer! PRÍNCIPE: Vos lo causastes, por Dios, porque a vos sólo por vos dejara de obedecer; que como ser entendí vos causa de aquel exceso, con que tan fuera de seso de pena y celos me vi, quedé de gusto tan loco con saber que me engañé, que para albricias juzgué ser todo mi reino poco. ANARDA: Obedecer es fineza. (Muerta soy, si se ausentó.) Aparte Señor, mi tío tosió. Perdóneme vuestra alteza, que su recato y rigor me prohibe este lugar. PRÍNCIPE: Primero habéis de escuchar el descargo de mi error; que para que no culpéis del todo mi inobediencia, lo traigo a vuestra presencia a que vos lo castiguéis. ANARDA: ¿Qué decís? PRÍNCIPE: Que traigo aquí al forastero conmigo, sujeto a vuestro castigo. ANARDA: Aun podré pensar así que habéis mi gusto estimado. GARCÍA: (En fin, ¿que perdón no espero Aparte de un error de forastero y de un furor de agraviado? PRÍNCIPE: Perdonad, por vida mía, pues lo conoce, su error. ANARDA: Cuando no al intercesor, a su humildad se debía. PRÍNCIPE: Pues con eso, dueño mío, os obedezco en dejaros. ANARDA: Bien podéis, señor, estaros; que ya no tose mi tío. PRÍNCIPE: ¿Cómo es posible que tanto favor haya yo alcanzado? ANARDA: (La fiesta habéis celebrado; Aparte mas habéis errado el santo.) GARCÍA: (Que tiene al príncipe amor, Aparte bien claramente se ve. ¡Más necio yo! ¿Qué esperé, si es tal el competidor?) PRÍNCIPE: ¿Cómo, Julia, no me dais el parabién del favor? JULIA: Por no impediros, señor, cuando de Anarda gozáis. JUAN: A lo menos, por no dar con su voz gloria a mi oído. JULIA: Siempre, don Juan, habéis sido desconfïado en amar. JUAN: Eso tengo de discreto; y adiós, ingrata. Pluguiera que otra causa no tuviera un tan desdichado efeto. GARCÍA: (Los dos aman a las dos. Aparte con tal liga y artificio seguro va el edificio.) ANARDA: ¿Cómo trajistes con vos al forastero, señor? A quien mañana se irá, ¿tan fácilmente se da noticia de nuestro amor?
Doña ANARDA habla aparte con doña JULIA
Así le pregunto, prima, del forastero el estado. JULIA: ¡Qué bien tu intento has guïado! PRÍNCIPE: No os tengo en tan poca estima, que lo que os ama mi pecho tan fácil le haya fïado. En mi servicio ha quedado. De mi cámara lo he hecho. ANARDA: ¡Ah, Julia! ¡Dichosa soy! JULIA: Déjame, no me diviertas de don Juan. (Sin que me adviertas, Aparte atenta a mi dicha estoy.) GARCÍA: Gente viene. PRÍNCIPE: Anarda, adiós, que miro por vuestra fama. ANARDA: Así obliga quien bien ama. JUAN: Adiós. JULIA: Él vaya con vos. ANARDA: Caballero forastero, de que os quedéis en palacio con el príncipe, de espacio el parabién daros quiero. GARCÍA: Ya con eso lo recibo.
Vanse las damas
PRINCIPE: Sin duda ha estado, García, en vuestra dicha la mía; que nunca en el pecho esquivo de Anarda, señal de amor, como aquesta noche, vi. GARCÍA: (¿Mas si fuese para mí, Aparte sobrescrito a ti el favor?) PRÍNCIPE: "Bien podéis, señor, estaros," dijo, queriendo partirme. JUAN: De que paga tu amor firme ha dado indicios bien claros. GARCÍA: (Cuando el príncipe le dijo Aparte que estaba presente yo, gusto de estarse mostró. Con justa razón colijo, pues antes irse quería, que yo su rémora he sido. Nueva esperanza ha nacido de la ya ceniza fría.) PRÍNCIPE: Agora podéis contar, García Ruiz, lo que fue aquel rüido. GARCÍA: Llegué, pedi que diesen lugar a un amante; no quisieron, por más que rogué importuno; saqué la espada, herí al uno, y con aquello se fueron. PRÍNCIPE: Mal hiciste. Cuando envio, Alarcón, a despejar, es por bien; no ha de costar sangre de vasallo mio. GARCÍA: No quiso por bien. PRÍNCIPE: Dejallo. GARCÍA: El gusto vuestro estorbaba. PRÍNCIPE: Menos mi gusto importaba que la salud de un vasallo. GARCÍA: Yo erré por ser obediente. PRÍNCIPE: Cerca estaba yo; volver y tomar mi parecer. Quien sirve ha de ser prudente.
Vanse el PRÍNCIPE y don JUAN
GARCÍA: ¿En servir hay esta vida? ¿Esta gloria en la privanza? ¿En tan ligera mudanza hay tan pesada caída? ¡Que haya sido error en mí lo que fineza juzgué! ¡Cuando la vida arriesgué por agradar, ofendí! ¡Fuerte caso, dura ley, que haya de ser el privado un astrólogo, colgado de los aspectos del rey! Hoy benévolo le vi, y hoy contrario vuelve a estar. Ganélo con no matar, y con matar lo perdí. ¿Qué es esto? ¿Pruebas conmigo tus variedades, Fortuna? Hoy era don Juan de Luna mi más odioso enemigo; hoy es ya mi amigo, y hoy yo mismo vida le di; hoy al conde conocí, y ya su homicida soy. Hoy vi a Anarda, y hoy la amé; hoy creí que era querido, hoy la esperanza he perdido, y hoy a cobrarla torné. Hoy me vio el príncipe, y hoy me vi al más sublime estado de su favor levantado, y ya derribado estoy en un infierno profundo de temor y de ansia fiera. ¡Paciencia! De esta manera son Los favores del mundo.
Vase don GARCÍA. Salen don DIEGO, doña ANARDA y doña JULIA
DIEGO: Enemigas, ¿es razón que así la fama perdáis, y la heredada opinión de Pacheco y de Girón en tal vil precio tengáis? ¿Es bien que el conde atrevido me diga en mis propias canas, cuando voy a verle herido, que mis sobrinas livianas la causa del daño han sido? ANARDA: ¿Nosotras? DIEGO: Vosotras, pues. ANARDA: De desangrado, delira. DIEGO: Pues si la causa es mentira, por lo menos verdad es el efeto de su ira. Dice que él no conoció ni ha dado ocasión a quien en nuestra calle le hirió; mas al menos sabe bien que de esta causa nació. Y así sus deudos conjura, y en nuestra sangre agraviado vengar su herida procura, si tu mano no le cura la que en el alma le has dado. Bien sabes tú que en nobleza nadie le excede en España. De su estado la riqueza es notoria, que acompaña con gala y con gentileza. Ablanda, sobrina, el pecho, sin razón duro y extraño; busca el gusto en el provecho; remedie la mano el daño que el hermoso rostro ha hecho. ANARDA: Ya no puedo, noble tío, a un intento tan injusto dejar de oponer el mío; que es castigar en mi gusto el ajeno desvarío. Si él de mí se enamoró, y yo lo he desengañado, ¿qué ley me obliga al pecado, que no sólo no hice yo, mas antes lo he repugnado? DIEGO: Nunca, sobrina, he creído que al daño diste ocasión; mas tu hermosura lo ha sido, y a mil sin culpa han traído sus gracias su perdición. Que no tienes culpa digo; mas si casarte procuro, no tu inocencia castigo; a estorbar el mal futuro, es sólo a lo que te obligo. ANARDA: Señor don Diego, ¿mi tío da tan cobarde consejo? Bien se ve que el pecho frío al brazo cansado Y viejo niega el heredado brío. ¿Morir no será mejor, que no que Mauricio diga, en mengua de vuestro honor, que a sus gustos nos obliga de sus armas el temor? ¿Somos Girones, o no? ¿Hanos el valor faltado? ¿Estoy sin parientes yo? ¿Quién en Castilla a un crïado de mi casa se atrevió? Y si en tan justa ocasión no quisieran defender nuestros deudos su opinión, yo basto; que aunque mujer, soy en efeto Glrón. DIEGO: ¿Estás loca? ¿Qué es aquesto? ¿Piensas que es valor tener ese brío descompuesto? Sólo el proceder honesto es valor en la mujer. Deja ya vanos antojos, y admite este pensamiento, o para acabar enojos, metiéndote en un convento, te quitaré de los ojos. ANARDA: Vos no sois más que mi tío, y ni aun un padre en razón puede forzar mí albedrío. Casamiento y religión han de ser a gusto mío.
Vase doña ANARDA
JULIA: Lo que dice Anarda es justo; que sólo en tomar estado es tirano fuero injusto dar a la razón de estado jurisdicción sobre el gusto.
Aquí baja la voz y habla a don DIEGO, como temiendo que ANARDA escuche
No es sino mucha razón remediar el mal que viene; mas de la ciega afición que Anarda al príncipe tiene, nace su resolución. Que como Mauricio ya de este amor viene advertido, temerosa Anarda está de que siendo su marido, de Madrid la sacará; y como liviana intenta, del príncipe enamorada, hacer a su sangre afrenta, procura verse casada con quien lo ignore o consienta. Otros remedios habrá;
Alza la voz
que casarse de este modo deshonor nuestro será.
Baja la voz
Dale cuenta al rey de todo, que él el casamiento hará. Calla y remedia discreto, pues yo con esta invención te descubro su secreto, sin ponerla en ocasión de que me pierda el respeto. Y ella imaginando así que ayudo sus pensamientos, no se guardará de mí, y de todos sus intentos seré espía para ti. Agora riñe conmigo, para ayudarme a engañarla. DIEGO: Si no hiciere lo que digo Anarda, será ausentarla de Madrid justo castigo. JULIA: Si la razón excedieres, justicia nos hará el rey. DIEGO: ¿Tú también mi afrenta quieres? JULIA: Quiero lo que es justa ley. DIEGO: ¡Ay de honor puesto en mujeres! Pues lo que quiero ha de ser o morir quien lo estorbara. Un monte querrá mover el que por fuerza intentara reducir una mujer.
Vase don DIEGO
JULIA Con esto, Alarcón, procura mi amor de Anarda apartarte, que en alguna coyuntura alcanza el ingenio y arte lo que no amor y ventura. Callando el dolor que siento, disponer mi dicha quiero; que es prudente pensamiento quitar estorbos primero que descubrir el intento.
Sale ANARDA
ANARDA: ¿En qué paró, prima mía? JULIA: ¡Pues qué! ¿No nos escuchabas? Que bien a gritos reñía. ANARDA: Tal vez la voz moderabas, y entonces no te entendía. JULIA: Entonces con falso pecho, porque se fíe de mí, de mi lealtad satisfecho don Diego Glrón, de ti murmuraba en tu provecho. Mil defetos le decía de tu extraña condición, y modos le proponía con que reducir podría a la suya tu intención ANARDA: Un ejemplo de amistad miro en ti. JULIA: (El mejor engaño Aparte es con la misma verdad.) ANARDA: Ya el remedio de este daño resuelve mi voluntad. JULIA: ¿Cómo? ANARDA: A llamar he envïado el valiente forastero, y de que a tomar estado me resuelvo, darle quiero para el príncipe un recado. Que con aquesta ocasión darle mi amor solicita a mi querido Alarcón los indicios que permita mi honesta reputación. Y tú, quedándote aquí sola con él, le dirás, como que sale de ti y que de su parte estás, el amor que reina en mí. Que pues la ocasión convida, goce de ella, y a su alteza en casamiento me pida; y dile tú la firmeza con que tengo defendida del príncipe y de Mauricio mi honestidad, pues lo sabes; porque a un celoso jüicio le ha de obligar el indicio de pretendientes tan graves. JULIA: Yo del príncipe imagino que tu intento ha de estorbar. ANARDA: Diréle que determino casarme, por allanar a sus gustos el camino; porque, de otra suerte, intenta los cielos atrás volver; y así es fuerza que consienta en mi intento, por tener fin del mal que le atormenta. Que aunque él es tan poderoso, si a un hombre de tal valor tengo, prima, por esposo, no será dificultoso el defenderle mi honor. JULIA: Tu agudo ingenio bendigo. ANARDA: Todo es cautelas amor. JULIA: (Y asi las uso contigo. Aparte No hay enemigo peor que el que trae rostro de amigo.)
Sale INÉS
INÉS: El amo de Hernando quiere licencia de verte. ANARDA: Inés, mientras conmígo estuviere, es bien que al balcón estés, por si mi tío viniere.
Vase INÉS
JULIA: ¿Iréme? ANARDA: Ponte en lugar donde la plática entiendas; que habiéndome de ayudar, es bien que sepas las sendas por donde has de caminar. JULIA: (A ejecutar mi intención.) Aparte ANARDA: Y advierte en el artificio con que en aquesta ocasión, sin ofender mi opinión, le doy de mi amor indicio.
Apártase JULIA y espía desde un lado. Salen don GARCÍA y HERNANDO, de camino
GARCÍA: Dadme, Anarda, los pies. ANARDA: Poco es la mano a tan valiente y noble caballero. ¡De camino venís! GARCÍA: Búscase en vano firmeza en bien del mundo lisonjero, y el que en la voluntad de un hombre humano libra sus dichas, ha de estar primero apercebido para la mudanza que del favor admita la esperanza. Ayer, ya vos sabéis por qué camino, hallé fácil al cielo la subida. ¡Mentirosa amistad de mi destino! ¡Traidora prevención de la caída! La humilde vara en levantado pino fue con súbito aumento convertida, porque del viento airado a la violencia diese efecto mi propia resistencia. Aquel alto lugar que ayer tenia, perdí, señora, anoche. Sabe el cielo, que por fineza más que culpa mía, que tengo en mi conciencia mi consuelo. Cuando pensé que al mismo sol subía, con todo el edificio di en el suelo. Erré, mas no pequé. Soy castigado; que es con el rey un yerro gran pecado. Miróme disgustado, reprendióme severo, y las espaldas volvió esquivo, y entrándose en su cámara, dejóme fuera de ella y de mí, sin alma y vivo. No sé cuál medio en tal extremo tome: a entrar o a estarme en vano me apercibo, como al que sueña toros, hace el miedo que ni pueda correr ni estarse quedo. Al fin, sin verle a mi posada vuelvo; que es, aunque sin razón, príncipe airado. La noche toda en confusión me envuelvo, sin atreverse el sueño al gran cuidado; y, al fin, en ausentarme me resuelvo, y el cuerpo huyendo al peligroso estado y a la inquietud de la ambición sedienta, vivir con mis vasallos y mi renta. Y hoy, cuando a visitaros ya partía, por despedirme, Anarda, y disculparme, llegó un recado vuestro que podría, a ser sol fugitivo, repararme. Viene obediente el que cortés venía. Mandadme liberal para obligarme, que da pidiendo vuestra gran belleza, y es dejaros servir vuestra largueza. ANARDA: Señor García Ruiz, desdicha grave siempre tocó al mayor merecimiento. Si rodó la Fortuna, ¿quién no sabe que sólo en ser mudable tiene asiento? Lo que yo admiro, y en razón no cabe, es sólo vuestro poco sufrimiento; que ¿quién pensara que faltar podía gran fortaleza a grande valentía? A suerte desigual, igual semblante. Es propia acción de pechos valerosos animoso emprender; sufrir constante consigue los laureles vitoriosos. No al primero desdén huya el amante; grandes los bienes son dificultosos. Poco al príncipe amáis, oso decirlo, pues pretendéis servirle sin sufrirlo. GARCÍA: ¿Poco es perder la vida por su gusto? ANARDA: Sufrirlo es menos, y impaciente os hallo. GARCÍA: Un injusto rigor sufrir no es justo. ANARDA: A ser íusto, ¿qué hicierais en llevallo? Y debéis advertir que si es injusto, ausentaros será justificallo. Ponerse del jüez en la presencia es el mejor testigo de inocencia. No os vais, García Ruiz, o por lo menos pensadlo bien primero; que seguirse prueban mil libros de sentencias llenos, presto arrojarse y presto arrepentirse. Ved a su alteza; que los hombres buenos no se ausentan del rey sin despedirse. GARCÍA: A despedirme de él por vos venia. ANARDA: ¿Yo qué poder del príncipe tenía? GARCÍA: ¡Feliz quien tal ingenio y beldad ama! ANARDA: No, no, lisonjas no, que no os las creo; que yo supe que ayer a cierta dama centellas envió vuestro deseo; y hoy de la ardiente repentina llama, pues queréis ausentaras, libre os veo. ¿Múdase tal varón en un instante, y culpa a la Fortuna de inconstante? GARCÍA: Al que muda con causa de consejo, no puede darse nombre de liviano. ANARDA: No me satisfagáis, que no me quejo. GARCÍA: ¿Tiráis la piedra y escondéis la mano? Dios sabe, si tan alta empresa dejo, que un poder me ha oprimido soberano. ANARDA: Contra amor firme no hay poder bastante. GARCÍA: Préciome de leal, si de constante. Si a quien debo lealtad, esa persona quiere, ¿será razón que yo prosiga? ANARDA: En el amor es yerro, y se perdona lo que sin él, traición que se castiga, y el diferente fin la acción abona del vasallo a quien más la ley obliga; que si casarse intenta, nada ofende al señor que gozar sólo pretende. No digo que lo hagáis; que es causa ajena. Allá con vos las haya la ofendida; sólo probaros quiero que la pena tenéis, que os da Fortuna, merecida. Pecáis mudable, y por castigo ordena otra mudanza, mal de vos sufrida. Firmeza aprended en vuestro intento, o en ajenas mudanzas sufrimiento. GARCÍA: ¿Si como firme os amo? ANARDA: Si pensara que yo de vuestro amor era el objeto, ofendida de vos no os escuchara, que la mudanza es falta de respeto. Quien una vez conmigo se declara, tal debe estar del amoroso efeto, que por lealtad, honor, premio o castigo, ha de romper hasta casar conmigo. ¡No! Bien sé que otra amáis, o lo he creído; que a pensar que era yo, disimulara, por no dar ocasión a que, atrevido, vuestro pecho su amor me declarara; mas siempre cortesana ley ha sido decir lisonjas y alabar la cara. Si por eso lo hacéis, yo más querría tosca verdad, que falsa cortesía. GARCÍA: Si es la verdad grosera, soy grosero. ANARDA: ¡Basta! Mirad que el príncipe me ama. GARCÍA: Peco si intento, pero no si os quiero. ANARDA: Amor da intentos como el fuego llama. Decir amo es intento verdadero; que a recíproco amor el amor llama. GARCÍA: El fin diverso abona mis acciones. ANARDA: No son para conmigo mis licíones; para con la qtie amáis os las he dado. Bien sé que otra os ocupa el pensamiento, que a ser yo vuestro amor, dichoso estado le daba la ocasión a vuestro intento; pues para lo que ahora os he llamado, es para que tratéis mi casamiento con el príncipe vos. Si habéis de verlo, direos la causa que me obliga a hacerlo. GARCÍA: Por fuerza os he de obedecer, señora. ANARDA: Sabed que está Mauricio, el conde, herido y dice que si bien la mano ignora, sabe que yo la causa de ello he sido, y puesto que me iguala y que me adora, me resuelva a admitirle por marido, o que contra mi sangre verá España salir todos sus deudos a campaña. Yo aborrezco a Mauricio, y si le amara esta amenaza que a mi sangre ha hecho, a no darle la mano me obligara; que no se rinde el gusto a su despecho. En favor de Mauricio se declara mi tío, que procura su provecho. el príncipe, que tanto amarme jura, muéstrelo en remediar mi desventura. Que pues su alteza no ha de ser mi esposo y querer mi deshonra es no quererme, es en esta ocasión lance forzoso buscar quien pueda honrarme y defenderme. Por si resiste el príncipe amoroso, de vuestra autoridad quise valerme. Vos persuadidle, y advertid, García, que en vuestra voluntad dejo la mía.
Hace que se va doña ANARDA, y al entrarse se encuentra y queda hablando con doña JULIA
GARCÍA: (¡Con cuán honestas señales Aparte Anarda en esta ocasión me ha mostrado su afición!) ANARDA: Dile tú agora mis males.
Vase doña ANARDA. Sale doña JULIA
GARCÍA: (¡Dichoso mil veces yo!) Aparte HERNANDO: ¿Ya se pasó la tristeza del enojo de su alteza? GARCÍA: Con tal trueque, ¿por qué no? Cuando en tal privanza estoy, ¿qué importa la que he perdido? Haz cuenta que ya marido de la hermosa Anarda soy. HERNANDO: ¿Tan presto? GARCÍA: Ella misma ha abierto a mis intentos lugar. HERNANDO: ¿Quién creyera en tanto mar que estaba tan cerca el puerto? JULIA: Caballero forastero... GARCÍA: Bella cortesana... JULIA: Oíd. Por forastero en Madrid, un consejo daros quiero. No tengáis a poco seso que sin pedirlo os le doy, porque disculpada estoy con lo que en darle intereso. Anarda, según he oído, poder de casarla os dio, y a Mauricio os declaró que no quiere por marido. La causa os diré, y así vos de ella coligiréis lo que en esto hacer debéis, y lo que me mueve a mí. Soy su prima, y de su amor, secretaria; mas agora soy a su amistad traidora por ser leal a mi honor. Por su alteza Anarda muere, y como ya el conde herido de este amor está advertido, por esposo no lo quiere; que a impedir es poderoso la infamia que Anarda intenta, y a quien lo ignore o consienta quiere tener por esposo. De aquí podéis entender lo que me va en no callar, si vos debéis mirar a quién la dais por mujer.
Vase doña JULIA
GARCÍA: ¿Qué es aquesto, cielo eterno? ¿Soy yo aquél que agora fui? ¿De un paso al cielo subí, y de otro bajé al infierno? Agora tuve delante la gloria por quien suspiro, y en medio en un punto miro mil montañas de diamante. El que a tal nació sujeto, ¿qué perdiera en no nacer? HERNANDO: ¿Qué te ha dicho esta mujer? GARCÍA: ¿No te lo ha dicho el efeto? Un desengaño. HERNANDO: Fortuna nos da su retrato en ti. Agora pisar te vi con los mismos pies la luna, y ya en el centro profundo de dolor y rabia fiera. GARCÍA: ¡Paciencia! De esta manera son los favores del mundo.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Los favores del mundo, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002