EL EXAMEN DE MARIDOS

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE VEINTECUATRO DE LAS COMEDIA DEL FÉNIX DE ESPAÑA LOPE DE VEGA CARPIO (Zaragoza: Diego Dormer, 1633), pero este texto se ha comparado con el encontrado en la PARTE SEGUNDA DE LAS COMEDIA DEL LICENCIADO DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN Y MENDOZA (Barcelona; Sebastián de Cormellas, 1634). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen Doña INÉS, de luto, y MENCÍA
MENCÍA: Ya que tan sola has quedado con la muerte del Marqués tu padre, forzoso es, señora, tomar estado; que en su casa has sucedido, y una mujer principal parece en la corte mal sin padres y sin marido. INÉS: Ni más puedo responderte, ni puedo más resolver, de que a mi padre he de ser tan obediente en la muerte como en la vida lo fui; y con este justo intento aguardo su testamento para disponer de mí.
Sale BELTRÁN de camino
BELTRÁN:: Dame, señora, los pies. INÉS: Vengas muy en hora buena, Beltrán, amigo. BELTRÁN: La pena de la muerte de¡ Marqués, mi señor, que esté en la gloria, me pesa de renovarte, cuando era bien apartarte de tan funesta memoria; mas cumplo lo que ordenó cercano al último aliento: en lugar de testamento este pliego me entregó, sobrescrito para ti.
Dale un pliego
INÉS: A recebirle, del pecho sale, en lágrimas deshecho
Abre el pliego
el corazón. Dice así:
Lee
"Antes que te cases, mira lo que haces." MENCÍA: ¿No dice más? INÉS: No, Mencía. BELTRÁN: Su postrer disposición cifró toda en un renglón. INÉS: ¡Ay, querido padre! Fía que no exceda a lo que escribes mi obediencia un breve punto, y que aun después de difunto presente a mis ojos vives. Y vos, si el haber nacido en mi casa, y si el amor que del Marqués, mi señor, habéis, Beltrán, merecido; si la firme confïanza con que en vuestra fe y lealtad resignó su voluntad aseguran mi esperanza, sed de mi justa intención el favorable instrumento, con que de este testamento disponga la ejecución. Sólo de vuestra verdad he de fïar el efeto; y la elección del sujeto, a quien de mi libertad entregue la posesión, de vos ha de proceder, y obligarme a resolver sola vuestra información. BELTRÁN: No tengo que encarecerte mi obligación y mi fe, pues ellas, según se ve, son las que pueden moverte a hacerme tu consejero. INÉS: Venid conmigo a saber, Beltrán, lo que habéis de hacer; que eligir esposo quiero con tan atentos sentidos y con tan curioso examen de sus partes, que me llamen el "examen de maridos."
Vanse. Salen don FERNANDO y el conde CARLOS
FERNANDO: Pensar que sólo sois vos dueño de su voluntad, y, según vuestra amistad, una alma vive en los dos, de vos me obliga a fïar y pediros una cosa, que, por ser dificultosa, podréis vos sólo alcanzar. CARLOS: Si como habéis entendido, don Fernando, esa amistad, conocéis la voluntad con que siempre os he servido, seguro de mí os fiáis, pues ya, según mi afición, sólo con la dilación puede ser que me ofendáis. FERNANDO: Ya pues, Conde, habréis sabido que el Marqués a Blanca adora. CARLOS: De vos, don Fernando, agora solamente lo he entendido. FERNANDO: Negaréisio como amigo y secretario fïel del Marqués. CARLOS: Jamás con él he llegado, ni él conmigo, a que de tales secretos partícipes nos hagamos; o sea porque adoramos tan soberanos sujetos, que, con darle a la amistad nombre de sacra y divina, aun no la juzgamos digna de atreverse a su deidad; o porque el celo y rigor de esta amistad es tan justo, que niega culpas del gusto y delitos del amor; o porque de ese cuidado vivimos libres los dos, y en lo que os han dicho a vos acaso os han engañado. FERNANDO: No importa para el intento haberlo sabido o no; ser así y saberlo yo es la causa y fundamento que me obligó a resolverme a que de vuestra amistad, nobleza y autoridad en esto venga a valerme. Y así, supuesto, señor, que si el Marqués pretendiese que Blanca su esposa fuese, no me encubriera su amor, pues, si sus méritos son tan notorios, se podría prometer que alcanzaría por concierto su intención; de aquí arguyo que su amor sólo aspira a fin injusto, y quiere alcanzar su gusto con ofensa de mi honor. Vos, pues, de cuya cordura, grandeza y valor confío, remediad el honor mío y corregid su locura; que en los dos evitaréis con esto el lance postrero, pues lo ha de hacer el acero si vos, Conde, no lo hacéis. CARLOS: Fernando, bien sabéis vos que, por no sujeto a ley el amor, le pintan rey, niño, ciego, loco y dios. Y así, en este caso, yo, si he de hablar como discreto, el intentarlo os prometo, pero el conseguirlo no; que por locura condeno que se prometa el valor ni poder más que el Amor, ni asegurar hecho ajeno. Mas esto sólo fïad, pues de mí os queréis valer: que el Marqués ha de perder o su amor o mi amistad. FERNANDO: Esa palabra me anima a pensar que venceréis; que sé lo que vos valéis y sé lo que él os estima. CARLOS: No admite comparación nuestra amistad; mas yo sigo en las finezas de amigo las leyes de la razón: en esto la tenéis vos, y de vuestra parte estoy. FERNANDO: Seguro con eso voy. CARLOS: Dios os guarde. FERNANDO: Guárdeos Dios.
Vase don FERNANDO. Salen el MARQUÉS y OCHAVO
OCHAVO: Él es un capricho extraño. MARQUÉS: ¿Examen hace, curiosa, de pretendientes? OCHAVO: ¡Qué cosa para los mozos de hogaño! MARQUÉS: Conde... CARLOS: Marqués... MARQUÉS: Escuchad el más nuevo pensamiento que en humano entendimiento puso la curiosidad. CARLOS: Decid.
A OCHAVO
MARQUÉS: Vuelve a referirlo con todas sus circunstancias. OCHAVO: Perdonad mis ignorancias, pues de mí queréis oírlo. La sin igual doña INÉS, a cuyas divinas partes se junta ya el ser marquesa por la muerte de su padre, abriendo su testamento, con resolución de darle el cumplimiento debido a postreras voluntades, halló que era un pliego a ella sobrescrito y que no trae más que un renglón todo él, en que le dice su padre, "Antes que te cases, mira lo que haces." Puso en ella este consejo un ánimo tan constante de ejecutarlo, que intenta el capricho más notable que de romanas matronas cuentan las antigüedades. Cuanto a lo primero, a todos, gentileshombres y pajes y crïados de su casa, orden ha dado inviolable de que admitan los recados, los papeles y mensajes de cuantos de su hermosura pretendieran ser galanes. Con esto, en un blanco libro, cuyo título es "Examen de maridos," va poniendo la hacienda, las calidades, las costumbres, los defetos y excelencias personales de todos sus pretendientes, conforme puede informarse de lo que la fama dice y la inquisición que hace. Estas relaciones llama "consultas", y "memoriales" los billetes, y "recuerdos" los paseos y mensajes. Lo primero, notifica a todo admitido amante que sufra la competencia sin que el limpio acero saque; y al que por esto, o por otro defeto, una vez borrare del libro, no hay esperanza de que vuelva a consultarle. Declara que amor con ella no es mérito, y sólo valen, para obligar su albedrío, proprias y adquiridas partes; de manera que ha de ser, quien a su gloria aspirare, por elección venturoso, y eligido por examen. CARLOS: ¡Extraña imaginación! MARQUÉS: ¡Paradójico dislate! OCHAVO: ¡Caprichoso desatino! CARLOS: (¡Ah, ingrata! ¿Qué novedades Aparte inventas para ofenderme, y trazas para matarme? ¿Qué me ha de valer contigo, si tanto amor no me vale? ¿Posible es, crüel, que intentes, contra leyes naturales, que sin amor te merezcan y que sin celos te amen?) MARQUÉS: Ya, con tan alta ocasión, imagino en los galanes de la corte mil mudanzas de costumbres y de trajes. CARLOS: La fingida hipocresía, la industria, el cuidado, el arte a la verdad vencerán. Más valdrá quien más engañe. Ochavo, déjanos solos, que tengo un caso importante que tratar con el Marqués. OCHAVO: Si es importante, bien haces en ocultarlo de mí, que cualquiera que fïare de crïados su secreto, vendrá a arrepentirse tarde.
Vase OCHAVO
MARQUÉS: Cuidadoso espero ya lo que tenéis que tratarme. CARLOS: Retóricas persuasiones y proemios elegantes para pedir, son ofensas de las firmes amistades; y así, es bien que brevemente mi pensamiento os declare. De don Fernando de Herrera la noble y antigua sangre, ni puede nadie ignorarla ni ofenderla debe nadie; y el que es mi amigo, Marqués, no ha de decirse que hace sinrazón, mientras un alma ambos pechos informare. Una de tres escoged: o no amar a Blanca, o darle la mano, o dejar de ser mi amigo por ser su amante. MARQUÉS: Primero que me resuelva en un negocio tan grave, los celos de mi amistad, que al encuentro, Conde, salen, me obligan a que averigüe mis quejas y sus verdades. ¿Cómo, si de ajena boca supistes que soy amante de Blanca, no tenéis celos de que de vos lo ocultase? CARLOS: Porque los cuerdos amigos tienen razón de quejarse de que la verdad les nieguen, mas no de que se la callen; y así, de vuestro silencio no he formado celos, antes os estoy agradecido, que presumo que el callarme vuestra afición fue recelo de que yo la reprobase, porque no consienten culpas las honradas amistades. Y así, Marqués, resolveos a olvidalla o a olvidarme, que la razón siempre a mí me ha de tener de su parte. MARQUÉS: Puesto, Conde, que el más rudo el imperio de Amor sabe, con vos, que prudente sois, no trato de disculparme. Dar la mano a doña Blanca no es posible, sin que pase el mayorazgo que gozo al más cercano en mi sangre; que obliga de su erección un estatuto inviolable a que el sucesor elija esposa de su linaje. Yo, pues, antes de escucharos, viendo estas dificultades, procuraba ya remedios de olvidarla y de mudarme; y ha sido el mandarlo vos el mayor, pues es tan grande mi amistad, que lo imposible por vos me parece fácil. CARLOS: Supuesto que no hay finezas que a la vuestra se aventajen, os las promete a lo menos mi agradecimiento iguales. Y adiós, Marqués, porque quiero dar al cuidadoso padre de Blanca esta feliz nueva. MARQUÉS: Bien podéis asegurarle que no hará la muerte misma que esta palabra os quebrante. CARLOS: Cuando no vuestra amistad, me asegura vuestra sangre.
Vanse. Salen el conde CARLOS y el conde ALBERTO, por una parte, y por otra el conde don JUAN
JUAN: ¡Conde! ALBERTO: ¡Don Juan! JUAN: Con hallaros en esta casa me dais indicios de que intentáis de marido examinaros. ALBERTO: Dado que no tengo amor, por curiosidad deseo de este examen de himeneo ser también competidor. Mas lo que pensáis de mí por el lugar en que estoy, de vos presumiendo voy, pues también os hallo aquí. JUAN: Siendo en tan alta ocasión de méritos la contienda, pienso que quien no pretenda perderá reputación.
Sale don GUILLÉN
GUILLÉN: ¡Copiosa está de guerreros la estacada! ALBERTO: ¡Don Guillén! ¿Sois opositor también? GUILLÉN: Con tan nobles caballeros, si es que aspiráis a eligidos, fuerza es probar mi valor; que si es tal el vencedor, no es deshonra ser vencidos. ALBERTO: ¡Que en novedad tan extraña diese la Marquesa hermosa! GUILLÉN: Por ella será famosa eternamente en España. JUAN: Al fin, quiere voluntades a la usanza de Valencia; que sufran la competencia sin celos ni enemistades. ALBERTO: Nueva Penélope ha sido.
Sale OCHAVO
OCHAVO: (¡Plega a Dios no haya en la corte Aparte algún Ulises que corte en cierne tanto marido!) JUAN: Beltrán sale aquí. ALBERTO: Y él es, según he sido informado, el secretario y privado de la hermosa doña Inés. OCHAVO: Y a fe que es del tiempo vario efecto bien peregrino que, no siendo vizcaíno, llegase a ser secretario.
Sale BELTRÁN
BELTRÁN: (Al cebo de doña Inés Aparte pican todos, que es gran cosa gozar de mujer hermosa y un título de marqués) ALBERTO: Señor Beltrán, la intención de la Marquesa, que ha dado, como a los pechos cuidado, a la fama admiración, causa el concurso que veis;
Quiere darle un papel
mis partes y calidades son éstas, y son verdades que presto probar podréis. JUAN: Éste mis partes refiere.
Quiere darle otro papel
BELTRÁN: La Marquesa mi señora saldrá de su cuarto agora; que veros a todos quiere. A ella dad los memoriales; porque informarse procura de la voz, la compostura, y las partes personales de cada cual por sus ojos. OCHAVO: Es prudencia y discreción no entregar por relación tan soberanos despojos. BELTRÁN: Ella sale.
Compónense todos
OCHAVO: (Gusto es vellos Aparte cuidadosos y afectados, compuestos y mesurados, alzar bigotes y cuellos. Parécenme propriamente, en sus aspectos e indicios, los pretendientes de oficios, cuando ven al Presidente. Mas, por Dios, que es la crïada como un oro.)
Salen Doña INÉS y MENCÍA
¡Oye, doncella! MENCÍA: ¿Qué quiere? OCHAVO: El amor por ella me ha dado una virotada. MENCÍA: Aun bien que hay en el lugar albéitares. OCHAVO: Pues, traidora, ¿tan bestia es el que te adora, que albéitar le ha de curar? ALBERTO: Puesto que el alma confiesa que no hay méritos humanos que a los vuestros soberanos igualen, bella Marquesa, si alguno ha de poseeros, hacer esto es competir con todos, no presumir que he de poder mereceros; y a este fin he reducido mis partes a este papel, humilde como fïel.
Dale un memorial
INÉS: (¡Qué retórico marido!) Aparte Yo atenderé como es justo a vuestros méritos, Conde. OCHAVO: (Como rey, por Dios, responde Aparte ella es loca de buen gusto.) JUAN: Yo soy, señora, don Juan de Guzmán. Aquí veréis
Dale un papel
lo demás, si en mí queréis más partes que ser Guzmán. INÉS: (¡Qué amante tan enflautado!) Aparte Yo lo veré. OCHAVO: (¡Linda cosa Aparte la voz sutil y melosa en un hombre muy barbado!) GUILLÉN: Don Guillén soy de Aragón, que si por amor hubiera de mereceros, ya fuera mi esperanza posesión.
Dale un memorial
Éste os puede referir mis méritos verdaderos, pocos para mereceros, muchos para competir. INÉS: (¡Qué meditada oración!) Aparte Yo veré el papel. OCHAVO: (¡Qué bien Aparte trajo el culto don Guillén la tal contraposición!) INÉS: Con vuestra licencia, quiero retirarme. ALBERTO: Loco estoy.
Vase
JUAN: Libre vine y preso voy.
Vase
GUILLÉN: Por vos vivo y sin vos muero.
Vase
INÉS: Tened esos memoriales.
Dalos a BELTRÁN
Mas, ¿qué busca este mancebo? OCHAVO: Por ver capricho tan nuevo me atreví a vuestros umbrales; y aunque de esta mocedad y paradójico intento os alabe el pensamiento, tengo una dificultad, y es que en vuestros pretensores me han dicho que examináis lo visible, y no tratáis de las partes interiores, en que muchas veces vi disimulados engaños, que causan mayores daños al matrimonio; y así quiero saber qué invención o industria pensáis tener, o qué examen ha de haber para su averiguación. INÉS: ¿No hay remedio? OCHAVO: Uno de dos en dificultad tan nueva: recebir la causa a prueba, o encomendárselo a Dios. INÉS: De buen gusto es la advertencia. ¿Queréis otra cosa aquí? OCHAVO: Un nuevo amante, por mí, Marquesa, os pide licencia para veros e informaros de sus méritos; que puesto que a todos la dais, en esto quiere también obligaros. INÉS: ¿Quién es? OCHAVO: Señora, el Marqués vuestro deudo. INÉS: Ya ha ofendido su valor, pues ha pedido lo que a todos común es. OCHAVO: Tiene el ser desconfïado de discreto; y le parece, Marquesa, que aun no merece ser de vos examinado. INÉS: Pues yo no sólo le doy licencia, pero juzgara por agravio que no honrara el examen. OCHAVO: Pues yo voy con nueva tan venturosa; y tanto vos lo seáis, pues cual sabia examináis, que no elijáis como hermosa.
Vanse doña INÉS y BELTRÁN
Y tú, enemiga, haz también un examen; y si acaso te merezco, pues me abraso, trueca en favor el desdén. MENCÍA: ¿Bebe? OCHAVO: Bebo. MENCÍA: ¿Vino? OCHAVO: Puro. MENCÍA: Pues ya queda reprobado; que yo quiero esposo aguado.
Vase
OCHAVO: ¡Escucha! En vano procuro detenerla. ¡Bueno quedo! ¡Vive Dios, que estoy herido! Pero si mi culpa ha sido beberlo puro, bien puedo no quedar desesperado. Aguado soy, que aunque puro siempre beberlo procuro, siempre al fin lo bebo aguado, pues todo, por nuestro mal, antes de salir del cuero, en el Adán tabernero peca en agua original.
Vase. Salen doña BLANCA Y CLAVELA con mantos
CLAVELA: Pienso que no te está bien mostrar al Marqués amor, porque es la contra mejor, de un desdén, otro desdén. Si su mudanza recelas, tu firmeza te destruye, porque al amante que huye, seguirle es ponerle espuelas. BLANCA: Ya que pierdo la esperanza que tan segura tenía, saber al menos querría la ocasión de su mudanza; y por esto le he citado, sin declararle quién soy, para el sitio donde estoy. CLAVELA: Él vendrá bien descuidado de que eres tú quien le llama.
Salen el MARQUÉS y OCHAVO, por otra parte
OCHAVO: Su hermosura y su intención son tan nuevas, que ya son la fábula de la Fama; y al fin, no sólo te ha dado la licencia que has pedido, pero se hubiera ofendido de que no hubieras honrado el concurso generoso que al examen se le ofrece. MARQUÉS: Locura, por Dios, parece su intento; mas ya es forzoso seguir a todos en eso. OCHAVO: Un aguacero cayó en un lugar, que privó a cuantos mojó, de seso; y un sabio, que por ventura se escapó del aguacero, viendo que al lugar entero era común la locura, mojóse y enloqueció, diciendo, "En esto, ¿qué pierdo? Aquí, donde nadie es cuerdo, ¿para qué he de serio yo?" Así agora no se excusa, supuesto que a todos ves examinarse, que des en seguir lo que se usa. MARQUÉS: Bien dices, que era el no hacerlo dar al mundo qué decir. Pero quiérote advertir de que nadie ha de entenderlo hasta salir vencedor; porque si quedo vencido, no quiero quedar corrido. OCHAVO: Mármol soy. MARQUÉS: Este temor me obliga así a recatar, aunque mi pecho confía que doña Inés será mía si me llego a examinar. BLANCA: ¿Que doña Inés será vuestra, si a examinaros llegáis? MARQUÉS: ¡Oh Blanca! ¿Vos me escucháis? BLANCA: Quien tanta inconstancia muestra como vos, ¿tiene esperanza de que saldrá vencedor, siendo el defecto mayor en un hombre la mudanza? ¿De qué os admiráis? Yo fui, yo fui la que os he llamado, viendo que con tal cuidado andáis huyendo de mí, para saber la ocasión que os he dado, o vos tomáis, para que así me rompáis tan precisa obligación; y de vuestros mismos labios, antes que os la preguntara, quiso el cielo que escuchara la ocasión de mis agravios. MARQUÉS: Blanca, no te desenfrenes; escucha atenta primero mi disculpa, y después quiero que, si es razón, me condenes. Cuando empezó mi deseo a mostrar que en ti vivía, ni aun la esperanza tenía del estado que hoy poseo. Entonces tú, como a pobre, te mostraste siempre dura; que el oro de tu hermosura no se dignaba del cobre. Heredé por suerte; y luego, o fuese ambición o amor, mostraste a mi ciego ardor correspondencias de fuego. Mas la herencia, que la gloria me dio de tu vencimiento, fue también impedimento para gozar la vitoria; porque estoy, Blanca, obligado a dar la mano a mujer de mi linaje, o perder la posesión del estado. Esta ocasión me desvía de ti pues, según arguyo, ni rico puedo ser tuyo, ni pobre quieres ser mía. Perdida, pues, tu esperanza, si otra doy en celebrar, es divertirme, no amar; es remedio, no mudanza. Así que, a no poder más, mudo intento; si pudieres, haz lo mismo; que si quieres, mujer eres, y podrás.
Vase
BLANCA: ¡Oye! CLAVELA: Alas lleva en los pies. OCHAVO: (¡Cielos, haced que algún día Aparte pueda yo hacer con Mencía lo que con Blanca el Marqués!)
Vase
BLANCA: Desesperada esperanza, el loco intento mudad, y de ofendida apelad del amor a la venganza. ¡Por los cielos, inconstante, ya que tu agravio me obliga, que has de llorarme enemiga, pues no me estimas amante! ¡A tus gustos, tus intentos, tus fines, me he de oponer! ¡Seré verdugo al nacer de tus mismos pensamientos! CLAVELA: De cólera estás perdida; loca te tiene el despecho. BLANCA: ¡Sierpes apacienta el pecho de una mujer ofendida!
Vanse. Sale el conde don JUAN
JUAN: De tus ojos salgo ciego y abrasado, Inés hermosa, cual la incauta mariposa busca luz y encuentra fuego.
Sale el conde CARLOS
CARLOS: (¿Aquí está el conde don Juan? Aparte ¡Todo el infierno arde en mí!) Conde, de hallaros aquí ciertas sospechas me dan de que pretendéis entrar en el examen. JUAN: Pues ¿quién no aspira a tan alto bien, sí méritos lo han de dar? CARLOS: Quien supiere que a la bella Inés ha un siglo que quiere Carlos. JUAN: Si quien lo supiere, Conde, no ha de pretendella, de esa obligación me hallo con justa causa exclüido, porque nunca lo he sabido. CARLOS: ¿No basta, pues, escuchallo aquí de mí, si hasta agora la he servido con secreto, justo y forzoso respeto del que estima a la que adora? JUAN: No basta a quien se ha empeñado sin saberlo: a no empezar podéis con eso obligar; mas no a dejar lo empezado. CARLOS: Esta espada sabrá hacer que sobre decirlo yo para dejarlo. JUAN: Y que no ésta sabrá defender; y esto en el campo, no aquí; que es sagrado este lugar. CARLOS: Allá os espero mostrar el valor que vive en mí.
Sale doña INÉS
INÉS: ¿Qué es esto? Conde don Juan, conde Carlos, ¿dónde vais? CARLOS: Solamente a que entendáis los excesos a que dan ocasión vuestros antojos. Venid. JUAN: Vamos. INÉS: ¡Detenéos, que mal logrará deseos quien obliga con enojos! Sabiendo que es lo primero que he advertido en este examen que no ha de entrar en certamen quien por mí saque el acero, ¿cómo aquí con ofenderme, queréis los dos obligarme, pues que pretendéis ganarme con el medio de perderme? El fin de esta pretensión ¿consiste en vuestro albedrío? ¿Es vuestro gusto, o el mío, quien ha de hacer la elección? Sufra, pues, quien alcanzarme procure, la competencia, o confiese en mi presencia que no pretende obligarme. JUAN: No hay más ley que vuestro gusto para mi abrasado pecho. CARLOS: Y yo, Inés, aunque a despecho de un agravio tan injusto como recibo de vos, me dispongo a obedeceros. INÉS: De no sacar los aceros me dad palabra los dos. CARLOS: Yo por serviros la doy. JUAN: Yo la doy por obligaros; que a morir, por no enojaros, dispuesto, señora, estoy.
Vase el conde don JUAN
CARLOS: ¡Ah, Marquesa! ¡A Dios pluguiera, pues os cansa el amor mío, fuese mío mi albedrío para que no os ofendiera! ¡Pluguiera a Dios que pudiera poner freno a mis pasiones el ver vuestras sinrazones! Que cuando el amor es furia, los golpes que da la injuria rematan más las prisiones. Apaga el cierzo violento llama que empieza a nacer; mas en llegando a crecer, le aumenta fuerzas el viento. Ya estaba en mi pensamiento apoderado el furor de vuestro amoroso ardor; y a quien llega a estar tan ciego, cada agravio da más fuego, cada desdén, más amor. INÉS: Basta, Conde; que llenáis de vanas quejas el viento, si de vuestro sentimiento la ocasión no declaráis. ¿De qué agravios me acusáis? CARLOS: El preguntarlo es mayor ofensa y nuevo rigor, pues para que os disculpéis de vuestro error, os hacéis ignorante de mi amor. ¿Podéisme negar acaso que dos veces cubrió el suelo tierna flor y duro hielo después que por vos me abraso? El fiero dolor que paso por vuestros ricos despojos, aunque a encubrir mis enojos el recato me ha obligado, ¿no os lo ha dicho mi cuidado con la lengua de mis ojos? ¿No han sido mi claro oriente vuestros balcones, y han visto que ha dos arios que conquisto su hielo con fuego ardiente? Si os amé tan cautamente, que apenas habéis sabido vos misma que os he querido, ésa es fineza mayor, pues, muriendo, vuestro honor a mi vida he preferido. Pues cuando, tras esto, dais licencia a nuevos cuidados, para ser examinados porque el más digno elijáis, ¿cómo, decid, preguntáis a un despreciado y celoso de qué se muestra quejoso? Cuando por amante no, por mí ¿no merezco yo ser con vos más venturoso? INÉS: Negarlo fuera ofenderos; pero vos me disculpáis, y con lo que me acusáis pienso yo satisfaceros. Si entre tantos caballeros como al examen se ofrecen vuestras partes os parecen dignas de ser preferidas, ellas serán elegidas, si más que todas merecen. Mas si acaso el proprio amor os engaña, y otro amante, aunque menos arrogante, en partes es superior, ni es ofensa ni es error, si en mi provecho me agrada, de vuestro daño olvidada, que el que es más digno me venza; que de sí misma comienza la caridad ordenada. CARLOS: Y de amar vuestra beldad ¿cuáles los méritos son? INÉS: Amar por inclinación es propria comodidad. Si presa la voluntad del deseo, se fatiga porque el deleite consiga, del bien que pretende nace; y quien su negocio hace, a nadie con él obliga. Demás que, si amarme fuera conmigo merecimiento, no sólo vuestro tormento obligada me tuviera; que no tantos en la esfera leves átomos se miran, ni en cuanto los rayos giran del sol claro arenas doran, cuantos más que vos me adoran, que menos que vos suspiran. Pero, supuesto que amarme no me obliga, imaginad que cumplir mi voluntad es el modo de obligarme. El más digno ha de alcanzarme; si vuestros méritos claros esperan aventajaros, en obligación me estáis, pues por una que intentáis, dos vitorias quiero daros. Corta hazaña es por amor conquistar una mujer; ilustre vitoria es ser por méritos vencedor. De mí os ha de hacer señor la elección, no la ventura. Si no os parece cordura el nuevo intento que veis, al menos no negaréis que es de honrada esta locura. CARLOS: En fin, ¿que en vano porfío disuadiros ese intento? INÉS: Antes que mi pensamiento, se mudará el norte frío. CARLOS: Pues yo de todos confío ser por partes vencedor; mas ved que en tan ciego amor mis sentidos abrasáis, que si en la elección erráis, no he de sufrir el error. Mirad cómo os resolvéis, y advertid bien, si a mí no, que merezca más que yo a quien vuestra mano deis; pues como vos proponéis que vencer, para venceros, tantos nobles caballeros, son dos tan altas vitorias, son dos afrentas notorias las que recibo en perderos. Yo entrenaré mi pasión si es más digno el más dichoso, obediente al imperioso dictamen de la razón; pero siendo en la elección vos errada y yo ofendido, ¡vive Dios que al preferido ha de hacer mi furia ardiente teatro de delincuente deL tálamo de marido! INÉS: Pensad que si no vencéis, no habéis de quedar quejoso; que será tal, el dichoso, que vos mismo lo aprobéis. CARLOS: Cumplid lo que prometéis. INÉS: Tal examen he de hacer, que a todos dé, al escoger, qué envidiar, no qué culpar. CARLOS: Pues, Inés, a examinar. INÉS: Pues, Carlos, a merecer.

FIN DEL ACTO PRIMERO

El examen de maridos, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002