ACTO SEGUNDO


Sale INÉS huyendo de CAMPANA
CAMPANA: ¡Inés! INÉS: ¡A Consntanza hablabas, traidor! CAMPANA: Le estaba pidiendo... INÉS: ¿Que? CAMPANA: Que me echase un remiendo. INÉS: ¿Por qué no me lo encargabas? CAMPANA: Porque eres tú mi cuidado, no quise que lo supieras; que por dicha no quisieras un amante remendado. INÉS: No es buen modo de excusarse, supuesto que es tan sabido que un bellacón tan rompido ha menester remendarse.
Vase INÉS
CAMPANA: Ya le da pena mi amor. No hay mejor madurativo para el pecho más esquivo que darle celos.
Sale don DIEGO, sín espada y con muletilla
Señor, ya--¡gloria a Dios!--con salud te ves. DIEGO: ¡Al cielo pluguiera que el piadoso lecho hubiera sido fúnebre ataúd! ¡Ay, Campana, cuál me veo en un proceloso mar de inconvenientes! CAMPANA: Nadar al puerto de tu deseo, mientras durare la vida, con sufrimiento y valor, es lo que importa, señor; que en la empresa más perdida, le resta imperio a la suerte y a la fortuna mudanza. La vida todo lo alcanza, todo lo acaba la muerte, y si te causa impaciencia el vivir, cosa es morir que se puede conseguir con muy poca diligencia; pero vive, aunque no aguardes vencer tu enemiga suerte, que valerse de la muerte es remedio de cobardes. Anímate, y ve diciendo uno y otro inconveniente, y verás qué fácilmente voy a todos respondiendo. DIEGO: Huésped de don Sancho soy, y que a su hermana la mano he de dar tengo por llano, y ya con salud estoy; con que si hasta aquí el efeto por enfermo he suspendido, ya es fuerza ser su marido o descubrir el secreto. Casarme con ella es imposible; que a Teodora pierdo, a quien mi pecho adora, y la fe rompo al Marqués. Declararme y no casarme es darle, con una ofensa y un desaire, recompensa a Leonor, que por librarme, arriesgando condolida vida y honor, me dio allí nombre de esposo, y debí a su fineza la vida, y después a su cuidado; y de que soy su marido, porque en su casa he vivido, la opinión se ha confirmado. Tantos los empeños son en que un engaño me ha puesto; mira si alcanzas con esto remedio a mi confusión. CAMPANA: Vesle aquí. Pues de mil modos te cercan riesgos tan grandes, toma postas, vete a Flandes, y escaparáste de todos. DIEGO: ¡Buen consejo me propones! Pretendo lograr mi amor con Teodora, y con Leonor cumplir mis obligaciones, y del uno y otro extremo dudo en cuál arriesgo más, ¿y por remedio me das los mismos daños que temo? ¿Fuera acción de quien soy, di, que las espaldas volviera, sin que cara a cara diera yo satisfación de mí? CAMPANA: Pues desengaña a Leonor. DIEGO: Bien quisiera; mas, ¿qué labios podrán pronunciar agravios a que mi engaño y mi error dio tan injusta ocasión? CAMPANA: El refrán te lo declara-- más vale vergüenza en cara, que mancilla en corazón. DIEGO: ¡Ay de mí! Pues el tormento no me mata, o yo estoy loco, o es mi sentimiento poco, pues cabe en él sufrimiento.
Salen doña LEONOR e INÉS
LEONOR: ¡Don Diego! ¡Señor! ¿Qué es esto? DIEGO: Éstos son rayos, Leonor, de la nube de un error que en ciega noche me ha puesto. LEONOR: ¿Qué noche o qué error? DIEGO: Supuesto que el desengaño, señora... LEONOR: A entenderos llego ahora; confuso estáis y penoso, viendo que es ya tan forzoso desengañar a Teodora... CAMPANA: (¡Buenas noches nos dé Dios!) Aparte LEONOR: Yo lo haré; no os dé cuidado. CAMPANA: (Con eso queda enmendado.) Aparte DIEGO: Mirad, señora, que vos... LEONOR: No temáis que de los dos querellosa ha de quedar; que yo lo sabré trazar.
CAMPANA habla aparte con su amo
CAMPANA: ¿Qué es de tu valor, señor? ¡Habla! DIEGO: Por tener valor, Campana, no puedo hablar. INÉS: Teodora viene. CAMPANA: (Aquí es ello. Aparte De esta vez, que la tramoya descubre, se abrasa Troya.) DIEGO: (Mil cuchillos, de un cabello Aparte pendientes, mi triste cuello amenazan.)
Sale doña TEODORA
TEODORA: Mi Leonor, mil gracias te da mi amor por mí y mi dueño querido, pues a tu fe hemos debido, él la vida y yo el honor. Tan bueno y galán os veo, que juzgo, bien de mi vida, que os dio más salud la herida, la enfermedad más aseo; mas tal mano y tal deseo en restauraros, ¿qué haría si para que cada día dé la edad pasos atrás, es la hermosura no más la mejor filosofía? ¿Pero qué es esto, don Diego? ¿No me habláis? ¿Tan mesurado, suspenso, triste y callado, nieve sois a tanto fuego? DIEGO: ¡Ay, Teodora, que me anego! ¡Ay, que entre una y otra roca mi confuso pecho toca ya el cielo, ya las arenas, y las olas de mis penas matan la voz en la boca! TEODORA: Dueño de mi pensamiento, si son de esas tempestades causa las dificultades opuestas a nuestro intento, vuestra soy, cobrad aliento. Al puerto anhelad seguro, que si la vida aventuro, rayos dará la verdad, que en clara tranquilidad cambien el nublado obscuro. Ya del peligro el aprieto, y ya el rigor de las penas a quebrantar las cadenas nos obligan del secreto. Don Sancho es noble y discreto, la verdad sepa; y Leonor, pues su amistad y su amor lo aseguran, con su mano, cuando lo sepa mi hermano, mitigará su furor. LEONOR: Teodora, Teodora, advierte que es muy otro estado ya el que a nuestras cosas da la violencia de la suerte. En evitar yo la muerte de don Diego, en honestar la ocasión, en ocultar tu amor, y en haberle hallado solo conmigo encerrado, tú no me puedes culpar. TEODORA: Es verdad que fuerza ha sido, no culpa. LEONOR: Juzga con esto el empeño en que me ha puesto quien después acá ha tenido el nombre de mi marido en mi casa y a mi lado, y si queda restaurado en la opinión popular, mi honor, sólo con quedar mi hermano desengañado. TEODORA: ¿Qué quieres decir en eso? LEONOR: Que mires cómo daré sin que él la mano me dé a mi fama buen suceso. TEODORA: Harásme perder el seso CAMPANA: (Ya ha reventado la mina.) Aparte TEODORA: ¿Tal dice, tal imagina, tan fina amiga, Leonor? LEONOR: No obliga contra el honor la ley de amistad más fina. TEODORA: ¿Esto escucho, y de mis celos no me enloquece la furia? ¿Así la amistad se injuria? ¿Así se ofenden los cielos? ¿Cómo ardientes Mongibelos, cielos, no multiplicáis? ¿A qué delitos guardais de los rayos vengadores las iras, si los traidores amigos no fulmináis? LEONOR: Ni los cielos he ofendido, ni mi amistad es aleve; que quien hace lo que debe, Teodora, no ha delinquido. TEODORA: Bien dices; lo que has debido has hecho; justa venganza tomas, pues mi confïanza funde en tu firmeza mal, sabiendo que es natural en la mujer la mudanza. No des color mentiroso de honor a lo que es amor, pues diera al mundo tu honor desengaño tan forzoso con ser don Diego tu esposo; y pues mi razón adviertes, si me costase mil muertes no has de conseguir tu gusto. CAMPANA: Sobre la mano del justo echan rayos, que no suertes. TEODORA: Pero vos, ¿Cómo tenéis en dura prisión los labios? ¿Vos escucháis mis agravios, don Diego, y enmudecéis? Sin duda a Leonor queréis; mudado habéis pensamiento. DIEGO: Ya se acabó el sufrimiento; que si mi fe desconoces, hará que la diga a voces la violencia del tormento. Tuya es el alma, Teodora, y tuya ha de ser la mano; que Leonor obliga en vano a quien por dueño te adora, LEONOR: ¿Que escucho, cielos? CAMPANA: (Agora Aparte entra el papel de Leonor.) LEONOR: Eso debistes, traidor, decir, cuando vuestros labios dieron causa a estos agravios, solicitando mi amor. TEODORA: ¿Qué dices? CAMPANA: (Vertió el poleo.) Aparte INÉS: (¡Ya escampa la tempestad!) Aparte TEODORA: Díme, Leonor, la verdad. LEONOR: Que engañaba tu deseo dijo... TEODORA: ¡Oh, falso! LEONOR: Y que su empleo era verdadero en mi. Si no merezco de tí credito por mi nobleza, infórmete la fineza con que la vida le di. TEODORA: Dices verdad. DIEGO: Fue fingido mi amor. LEONOR: Si lo fue el amarme, no lo ha sido el obligarme y haberos favorecido. TEODORA: 0 verdadero o mentido haya sido, ya a Leonor obligastes; ya traidor emprendistes mis agravios; que es negarla con los labios delito en la fe de amor. DIEGO: Si me escucháis la ocasion, satisfecha quedaréis. TEODORA: ¿Qué he de escuchar, si me habéis confesado la traición? Cuando haya sido ficción, y no verdad el amarla, ¿cómo podéis disculparla habiéndomela ocultado, pues es de haberme agraviado tan cierto indicio el callarla? DIEGO: Si yo no pude... TEODORA: ¡Callad! DIEGO: ¡Dejadme decir! TEODORA: Ya veo que vuestro falso deseo amó su comodidad. Sangre, riqueza y beldad vistes en Leonor, y así, aunque tanto os merecí, quisistes al mismo paso obligarla, por sí acaso me perdiésedes a mí. Y pues ya con eso habéis merecido su favor, satisfaced a Leonor la opinión que le debéis. Vida por ella tenéis; pagádsela con la mano; que yo, pues ha sido vano el crédito que tenía del amor vuestro, la mía resuelvo dar a su hermano. DIEGO: ¡Tente...
Sale CONSTANZA
CONSTANZA: Tu hermano, señora ha llegado; baja presto.
Vase CONSTANZA
TEODORA: ¡Soltadme, engañoso!
Vase doña TEODORA
DIEGO: (Esto, Aparte --¡cielos!--me faltaba agora. Cuando resolvió Teodora mi muerte, y satisfacella de su engañada querella me importó, don Juan llegó, por que no pudiese yo seguirla ni detenella.) LEONOR: ¡Don Diego, escuchad! DIEGO: ¡Leonor, dejadme!
Vase don DIEGO
LEONOR: ¡Ah, falso! Esta furia ha confirmado mi injuria, que aun esperaba mi amor que era fingido el rigor, por cumplir con los desvelos de Teodora. ¿Cómo, cielos, de un pecho aleve ofendida ni rindo al dolor la vida ni se la quitan mis celos? CAMPANA: (El diablo ha sido el desdén. Aparte Rabiando está.)
Vase CAMPANA
LEONOR: Inés, don Diego está por Teodora ciego, como lo has visto. Prevén a esos criados que estén, sin darlo a entender, alerta para impedille la puerta, si se quisiere ausentar. INÉS: Bien se puede recelar de su traición. LEONOR: ¡Estoy muerta!
Vanse doña LEONOR e INÉS. Salen don JUAN, de camino, y doña TEODORA
JUAN: Muerto vengo, Teodora. TEODORA: ¿De cansado? JUAN: No; que si bien las postas han tomado de mi encendida furia rayos por alas, con que fue una injuria cada bruto del viento, en matarme previno al cansancio y fatiga del camino el filo de un celoso pensamiento, la punta de un escrúpulo, que vivo siempre en el pecho honrado y vengativo por el remedio clama de mis celos, Teodora, y de tu fama. Escucha, pues, el sentimiento mío, si restan voces a un cadáver frío. Apenas de Sevilla los muros saludé, cuando me entrega una carta don Pedro de Castilla, de don Sancho Girón. ¡Qué presto llega con la nueva infeliz el mensajero, pues partiendo después, llegó primero! Ábrola, pues, y en su discurso breve tósigo el alma por los ojos bebe; que el caso, para mí tan desdichado, de don Diego de Luna, sucedido en tu cuarto, Teodora, epilogado en diez renglones solos, mi sentido tiranizó de suerte, que por ya muerto me olvidó la muerte. Quien del rápido rayo divididos los polos vio y del trueno estremecidos, horror tan explicado a los mortales, que aun lo entienden los brutos animales, no quedó tan confuso, tan turbado, inútil tronco, bulto inanimado, como quedé, leyendo la sentencia crüel que me condena a que viva muriendo; pues para mayor pena, en aquel triste punto el sentir sólo me negó difunto. Mas como en la borrasca turbulenta el náufrago infeliz salvar intenta la vida en leño breve, cuando la muerte ya en las ondas bebe; así yo, que en la carta, donde veo mi daño, también leo que en tanto que don Diego no cobraba salud, la ejecución se dilataba del matrimonio. Mi esperanza asida a esta pequeña tabla, di a la vida aliento; y sin quitarme las espuelas, velas los remos son, alas las velas, con que desde Sevilla montañas penetré, y llegué a la orilla donde suele anegarse el desdichado, después que el golfo undoso venció a nado; y yo saber espero si lo mismo, después de haber pasado tanto abismo, me ha sucedido agora con las nuevas, Teodora, que me han de dar tus labios del estado que tienen mis agravios. TEODORA: Hermano, cobra aliento, cobra vida; que entre don Diego y tu Leonor querida aun no a la breve sílaba que en lazo prende inmortal las almas, llegó el plazo. JUAN: ¡Ay, Teodora! No puedo darte albricias mejores, si codicias la vida de tu hermano, que con dármela tomas de tu mano. Dime ya todo el caso, y no receles mi enojo, pues las furias más crüeles aplacas, y benigno me granjeas, cuando con nueva tal me lisonjeas. TEODORA: (Disponga mi venganza Aparte cómo Leonor malogre su esperanza con don Diego, y su mano goce don Juan, mi hermano, aunque prometa agora lo que luego no me deje cumplir el amor ciego.) Ni fuera noble yo, don Juan, ni fuera hermana tuya, si el peligro huyera de la vida con riesgo de la fama. Y si es delito la amorosa llama, por éste no recelo mi castigo, pues eres mi disculpa tú contigo. De todo adorno la verdad desnuda escucha, pues, y la vergüenza muda quebrante las prisiones; que supuesto que tantas opiniones puede, si me refreno o me limito, dañar más el silencio que el delito, bañe púrpura el rostro, y no consienta el corazón la mancha de la afrenta. En la noble ciudad que el Betis baña, oriente donde a España de plata y oro rayos amanecen, que las Indias ofrecen al Jove castellano, por que vibrados de su heroica mano del moro y del hereje a la malicia den pena, dando pasto a su cudicia --que aun a sus mismos fieros enemigos riqueza les dispensa en los castigos-- allí, digo, don Juan, que dio don Diego principio al amor ciego, que sujetó mi pecho en breve instante; que como es dios, su flecha penetrante --no pienso que lo ignoras, pues tu fe lo acredita-- para volar y herir no necesita del favor sucesivo de las horas. Trajísteme a la corte, de nobles centro y de ambiciosos norte; y apenas en la puente de Toledo, mi llanto a la corriente de Manzanares el raudal aumenta, por ver si puedo redimir la afrenta de trocar el caudal del Betis puro por una vena de licor obscuro, cuando en la noche de su amor, ligero, siguiendo el resplandor de su lucero, llegó también don Diego; y el confuso caos de Madrid los medios le dispuso de proseguir tan cauto el galanteo, que escondió a tu cuidado su deseo. Jamás, ni en el silencio más secreto --que esto debes, don Juan, a mi respeto-- mi audiencia mereció; bien que me hablaba mirando, y yo mirando le escuchaba, porque para entender gustos y enojos tiene Amor los oídos en los ojos. Al fin, cuando tu ausencia a mi ciega afición dio más licencia, le permití pisar estos umbrales una vez sola; que mi suerte dura en una sola ocasionó mil males; que en ella sucedió la desventura que no refiero, porque la supiste en la carta, don Juan, que recibiste de don Sancho en Sevilla; y así, paso a contar lo que ignoras de este caso. Cayó don Diego herido, a la ventaja, no al valor, rendido; reservóle la vida el engañoso título que Leonor le dio de esposo que yo juzgué de su amistad fineza, y era--¡ay de mí!--de aleve amor bajeza; que hoy, hoy, el desengaño tuve de su traición y de mi daño. Hoy supe que don Diego me engañaba, y en secreto a Leonor solicitaba, y que esto, junto con haber tenido, huésped suyo, opinión de su marido, es tan forzoso empeño, que de él no saldrá bien, si no es su dueño; que hoy me dijeron, hoy, los mismos labios de Leonor las razones que has oído, si se llaman razones los agravios. ¡Cuál quedó de sentirlos mi sentido! Finge en tu pensamiento, don Juan, un labrador a cuya vista el voraz elemento desata en humo la preñada arista. Imagina en tu idea un capitán famoso, que al pálido temor y muerte fea rendido ve su campo numeroso. Mira en tu fantasia una manchada tigre, que perdidos sus hijos, a tormentos y bramidos las furias del infierno desafía. Piénsate a ti cuando la nueva triste de haber perdido a tu Leonor supiste; y un breve rasgo en todos, una vana sombra apenas verás de la inhumana rabia, furor, congoja y sentimiento que inundó mi abrasado pensamiento, cuando a su lengua oí mi desengaño, y en su resolución miré mi daño. Mas como arroja al navegante incierto tal vez la misma tempestad al puerto, la misma sinrazón, la misma rabia, libró mi amor de quien mi amor agravia, y así, no amante ya, sino enemiga de don Diego, ha resuelto mi venganza quitarle de una y otra la esperanza, y que la suya tu afición consiga, efetüando el trueco deseado que con don Sancho tienes concertado; pues contándole el caso, es fácil cosa impedir a don Diego el casamiento de Leonor, y luego le impedirá su falsedad el mío... (Si a la pasión venciere el albedrío.) Aparte ...y quedará con esto satisfecha tu opinión y mi fama, la sospecha del pueblo desmentída, manifestada la invención fingida, Leonor honrada, tú, don Juan, contento, logrado tu constante pensamiento, de don Sancho la fe galardonada, don Diego castigado, y yo casada. JUAN: Porque en fe de que yo te he asegurado, Teodora, la verdad me has confesado, y porque tus amores no han llegado a más prendas que favores, y porque tu más loco desvarío disculpa y aun piedad halla en el mío, tiempla mi pecho la enojosa llama de que hayas arriesgado nuestra fama; y más cuando el haberlo confesado es por dar fin dichoso a mi cuidado. Mas--¡ay de mí!--¡Qué fácil significas la ejecución! Parece que los fueros olvidas del honor cuando fabricas remedios sólo al gusto lisonjeros. ¿Esposo he de ser yo de quien esposo a otro llamó, con ella tan dichoso, que le ha favorecido, y que en su misma casa le ha tenido? TEODORA: Hemos visto, don Juan, un caballero dar la mano a una dama que, pródiga ella misma de su fama, le confesó primero que a otro galán había dádole, no esperanzas y favores, mas las prendas mayores que el honor al amor rendir podía; y que fue tan bienquista y celebrada esta resolución, por acertada, que el general aplauso de su historia vencerá de los tiempos la memoria. ¿Y, recatado tú y escrupuloso, reparas sólo en que ha llamado esposo a don Diego Leonor, y en que le ha dado, favores, sin mirar que el más pesado agravio que a palabras se refiere, nace en los labios y en oyente muere? JUAN: Sí; que soy desdichado, y el escrupulo en mí será pecado, si es virtud el delito en el dichoso. TEODORA: No siempre dura el tiempo tenebroso. Pues en la corte estás, tu amor no sea hidalgo puntüal de corta aldea, porque si de los ojos y los labios los favores, don Juan, fuesen agravios, ¿de cuál mujer en esto no ha delinquido el pecho mas honesto? 0, ¿cuál varón al tálamo llegara honrado, si esto la opinión manchara? JUAN: Yo, al menos, por agora, mientras los mismos casos muestran lo que he de hacer, quiero, Teodora, al nuevo intento de Leonor los pasos impedir, por que, ya que mi esperanza no logre, logre al menos mi venganza.
Vase don JUAN
TEODORA: Impida yo a don Diego el casamiento de Leonor, y luego podrá mi amor, si tan valiente fuere, que a manos de mis celos no muriere, por lograr gustos, perdonar agravios, aunque don Sancho acuse de mis labios la promesa inconstante; que no obligan palabras a un amante.
Vase doña TEODORA. Sale don DIEGO con banda, sin espada, y CAMPANA
CAMPANA: Señor, mucho va apretando la dificultad. La noche en su tachonado coche el plazo va apresurando de dar a Leonor la mano; que sólo para que tenga efeto aguarda a que venga con la licencia su hermano. ¿Resuelves casarte? DIEGO: No. CAMPANA: De ese modo, si yo fuera don Diego de Luna, huyera. DIEGO: Y también huyera yo, si fuera Campana. CAMPANA: Pues, ¿cuál es desaire mayor? ¿Desconfiar a Leonor huyendo agora, o después, llegado el lance postrero, decir un "no" cara a cara? DIEGO: En la opinión le tocara, y a la ley de caballero faltara yo, si volviera las espaldas. CAMPANA: Pues, señor, ¿qué has de hacer? Que está Leonor resuelta. DIEGO: Si yo supiera, Campana, lo que he de hacer, ¿llamárame desdichado? ¡Que a tan infeliz estado me haya podido traer mi engaño, que viendo el daño, ni puedo huir ni esperar, porque advierta, a mi pesar, los empeños de un engaño!
Sale doña LEONOR, muy bizarra, e INÉS
INÉS: Bizarra y hermosa estás. LEONOR: Don Diego con sus rigores halla espinas en las flores. INÉS: Inútil tributo das al temor; que de tus ojos los rayos le tienen ciego; que claro está, si a don Diego tu amor le causara enojos, que se hubiera ya intentado ausentar, pues él no entiende que tu recelo le prende, y le guarda tu cuidado las puertas con centinelas. LEONOR: Vanos consuelos previenes, cuando en él miro desdenes tan groseros. INÉS: Son cautelas, rigores fingidos son por deslumbrar a Teodora; que así le paga, señora, su primera obligación. El mismo caso lo enseña, pues en punto tan estrecho tu prisión guarda su pecho, si su boca te desdeña. LEONOR: Hablarle quiero. INÉS: Él te adora. Llegar puedes confïada; que es ventaja declarada la que llevas a Teodora.
CAMPANA habla aparte a su amo
CAMPANA: Doña Leonor sale a verte de novia. DIEGO: En luto funesto cambiará las galas presto, si no su agravio, mi muerte. LEONOR: Don Diego, señor, mi esposo... DIEGO: Callad, Leonor, y mirad que es en vuestra calidad arrojamiento afrentoso dar nombre de esposo a quien tan declarado os advierte que lo ha de estorbar mi muerte si no basta mi desdén. LEONOR: De vos lo espero mejor, que ilustre sangre tenéis; y aunque mi amor despreciéis, habéis de estimar mi honor. DIEGO: Puesto que no persuadida, de mí estáis desengañada, no se querelle agraviada quien no se enmienda advertida. Mucho os debo, no lo niego, y pagároslo quisiera; mas no es posible que os quiera; que estoy por Teodora ciego. Y habiendo de ser forzoso, amarla y aborreceros, más que gusto, fuera haceros tiro, ser yo vuestro esposo; y andaréis más prevenida en querer sufrir, señora, ingratitudes agora que penas toda la vida. Y así, mudad parecer; no aguardéis a vuestro hermano; que o no he de daros la mano, o la vida he de perder. LEONOR: En eso habrá de parar; que si os dio vida mi amor engañado, mi vigor os ayudará a matar. CAMPANA: ¿Qué dices de esto? INÉS: Que es hombre don Diego; mas la porfía le vencerá. CAMPANA: ¿Y de la mía? INÉS: Que te responda tu nombre; que campana y porfïada cansa orejas de diamante. CAMPANA: No porfïado y amante se cansa, y no alcanza nada.
Sale un CRIADO de don Diego
CRIADO: Un gentilhombre, señor don Diego, pide licencia de hablaros. DIEGO: Si la presencia lo permite de Leonor, podrá entrar. INÉS: (Su cortesía, Aparte entre el enojo, ha guardado el decoro que al estado de doña Leonor debía.) LEONOR: A que negociéis con él daré lugar.
Retírase doña LEONOR
DIEGO: Entre agora.
Vase el CRIADO
LEONOR: Inés, escucha. INÉS: Señora
Retírase INÉS con doña LEONOR. Sale un GENTILHOMBRE con un papel
GENTILHOMBRE: Ved, señor, ese papel. DIEGO: Aguardad. GENTILHOMBRE: Quien me le dio para vos, que os le entregara a vos mismo y no aguardara la respuesta, me mandó.
Vase el GENTILHOMBRE. Don DIEGO lee para sí
DIEGO: "Faltando a lo prometido habéis amado a Leonor, y no sufre mi valor ni aun sospechas de ofendido. Este intento he dilatado aguardando que cobréis salud; pues ya la tenéis, señor don Diego, en el Prado de San Jerónimo espero solo, y que saldréis confío tambien solo al desafío, como honrado caballero." La firma dice, "El marqués don Fadrique." Él ha creído,
Mete el papel en la faltriquera
con razon, que le he rompido la palabra; cierto es, que la fama ha divulgado que soy de Leonor esposo. Salir al campo es forzoso; que un noble desafïado con razón o sin razón, por ley del duelo asentada, solamente con la espada puede dar satisfación. Sólo faltaba este daño, pues ya es forzoso morir o matar, para advertir los empeños de un engaño.
Vase don DIEGO. Salen doña LEONOR, INÉS y CAMPANA
CAMPANA: (¿De quién el papel será?) Aparte INÉS: Sin hablarte se retira hacia su cuarto. LEONOR: Inés, mira, porque sospecha me da verle tan suspenso y mudo que es el papel de Teodora, si va a escribir. INÉS: ¡Ay, señora!
Mira adentro
Irse quiere, no lo dudo; que la espada ha requerido, y ciñéndosela está. LEONOR: ¡Ah, falso! No logrará intento tan mal nacido. ¡Cierra presto, cierra presto
Cierra INÉS la puerta por donde se retiró don DIEGO
esa puerta; que no quiero que a medir llegue el acero con mis crïados! CAMPANA: ¿Qué es esto? ¿Por qué le encierras? DIEGO: ¡Leonor, Dentro abre aqui! LEONOR: ¡Es intento vano, hasta que venga mi hermano! DIEGO: ¡Mira que me va el honor Aparte en salir! LEONOR: ¡Y a mí me va en impedirlo! (¡Estoy muerta!) Aparte DIEGO: ¡Haré pedazos la puerta! Dentro
Da golpes
CAMPANA: Ella es fuerte, y él está sin fuerzas... Pero, ¿que espera Campana?
Va CAMPANA a abrir y dale doña LEONOR un golpe
LEONOR: ¡Aparta, villano! CAMPANA: Nunca vi tan blanda mano que tan duramente hiera. INÉS: ¿Hay tal maldad? CAMPANA: Mira Inés, si con razón he temido.
Sale doña TEODORA
TEODORA: (Con las voces y el rüido Aparte alas calzaron mis pies para subir a saber la ocasión.) Leonor, ¿qué es esto? INÉS: (Ya no da golpes.) Aparte LEONOR: ¡Qué presto, Teodora, subiste a ver los efetos que ha causado tu billete! TEODORA: ¿Yo billete? ¿Que dices? LEONOR: Teodora, ¡vete, vete, y no te den cuidado mis cosas, ni de ese modo disimules; que valor tengo yo, sin tu favor, para salir bien de todo! TEODORA: Leonor, engañada estás; pero tu hermano y el mío han llegado, y presto fío que mi venganza verás. CAMPANA: (Aquí es ello. Ya han venido Aparte don Juan y don Sancho, y ya escaparse no podrá, que entre puertas le han cogido. Pero ya muestra, callando, que ha mudado parecer.)
Salen don JUAN y don SANCHO
JUAN: Esto pasa; y por saber que andábades negociando para el efeto licencia, os fui a buscar para daros cuenta de ello, y excusaros el desaire que en presencia de más testigos hiciera a la vuestra y mi opinión, si en la postrera ocasión el casamiento impidiera. SANCHO: Bien hicistes. ¡Que Leonor, por defenderle la vida, cautelosa y atrevida arriesgase nuestro honor! ¡Loco estoy, viven los cielos! Mas, don Juan, si de este daño es fin vuestro desengaño, es principio de mis celos. ¿A Teodora he de perder? Antes moriré. JUAN: Mi hermana conoce ya lo que gana, y vuestra esposa ha de ser, y yo he de ser de Leonor. (Si las cosas se disponen Aparte de suerte que no ocasionen afrentas gustos de amor.) SANCHO: Mejorada así mi suerte, ¿qué espero? Desengañemos a don Diego, y evitemos con su ausencia o con su muerte peligros de nuestra fama. JUAN: A todo, como obligado, me hallaréis determinado. SANCHO: Inés, a don Diego llama. INÉS: (Aquí el enredo se acaba.) Aparte
Vase INÉS
SANCHO: ¿Aqui estáis, Teodora mia? TEODORA: Con Leonor me entretenía mientras mi hermano llegaba. SANCHO: Él me ha dicho ya el favor con que pagáis mi firmeza. TEODORA: Toque ha sido mi esquiveza del oro de vuestro amor. (Mas, ¿qué importa?) Aparte JUAN: ¿No me dais, Leonor bella, el bienvenido? LEONOR: No, don Juan; que no ha querido mi suerte que lo seáis.
Sale INÉS
SANCHO: ¿Viene don Diego? INÉS: Excusado es, señor, el aguardalle, porque, sin duda, a la calle por el balcón se ha arrojado. CAMPANA: ¡Por Dios, si no se mató, que es milagro! LEONOR: Quién pensara que tal locura intentara? TEODORA: (¡Ay de mí! ¿Si te costó Aparte esta fineza, don Díego, la vida?) SANCHO: Nuestra intención previno.
A doña TEODORA
CAMPANA: A linda ocasión tomó las de Villadiego si ha escapado con la vida; porque de un balcón tan alto más es vuelo que no salto. TEODORA: Y mas él, que de la herida apenas ha restaurado las fuerzas. CAMPANA: Voy a buscarle; que recelo que he de hallarle, más que la noche estrellado. SANCHO: Ya, don Juan, ¿qué resta agora sino dar a nuestro amor dichoso fin? A Leonor dad la mano y yo a Teodora. LEONOR: (¡Ay de mí!) Aparte TEODORA: (¿Qué puedo hacer? Aparte Mas don Diego ha asegurado con esto ya mi cuidado, y no hay riesgo en suspender el casamiento a mi hermano para dilatar el mío.)
A don JUAN al oído
Advierte que es desvarío darle tan presto la mano a Leonor. JUAN: ¿Por qué ocasión? LEONOR: Porque debes recelar lo que puede resultar de este caso en su opinión. JUAN: ¡Ah, cielos!
Sale CONSTANZA
CONSTANZA: ¡Señor, señor! JUAN: ¿Qué hay, Constanza? CONSTANZA: Que a don Diego han entrado de la calle en el zaguan, si no muerto, expirando ya. TEODORA: (¿Que escucho?) Aparte LEONOR: (Castigo ha sido del cielo.) Aparte CONSTANZA: Ha llegado la justicia al alboroto, y haciendo diligencias, dos testigos han dicho allí que le vieron dar gran golpe, y que sin duda de algún balcón de los vuestros, señor don Sancho, cayó a la calle. SANCHO: ¿Qué no puedo, vil Fortuna, verme libre de este don Diego? JUAN: (Con esto Aparte ha quedado la opinión de Leonor y mi deseo en más peligro.) Don Sancho, a prevenir el remedio del daño que esta desdicha nos amenaza, bajemos.
Vase don JUAN
SANCHO: (No sé lo que hemos de hacer; Aparte en gran confusión me veo; que publicado este caso pues ya no puede ser menos, o la opinión de Leonor corre conocido riesgo, o he de perder a Teodora, y la vida si la pierdo.)
Vase don SANCHO
TEODORA: Constanza, ¿vístele tú? CONSTANZA: Yo le vi, y tal, que no espero que viva.
Vase CONSTANZA
TEODORA: (Bajaré a verle; Aparte que no basta el sufrimiento a decoros ni recatos. ¡Ay, mi bien, cuánto te cuesto! ¡Mal haya, amén, tu fineza! Que ya, conforme te quiero, sufriera de mejor gana, que tus desdichas, mis celos.)
Vase doña TEODORA
INÉS: Señora, ¿qué te parece? ¿Cómo ha pagado don Diego su ingratitud y tu ofensa? LEONOR: Inés, mi culpa confieso; que aunque en duro pedernal su sinrazón y desprecio convirtió la blanda cera de mi enamorado pecho; como en su dureza helada viven semillas del fuego de mi ardiente amor, al golpe de su infelice suceso ha dado el alma centellas de piadosos sentimientos.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Los empeños de un engaño, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002