ACTO TERCERO


Salen don JUAN y BELTRÁN, de noche y con linternas
BELTRÁN: Si así te vas quitando inconvenientes, por hambre vencerás a don Ramiro. JUAN: A ejecutar la inclinación aspiro de que he tenido impulsos tan valientes, que, cuando otros motivos no tuviera, es cierto que lo hiciera sólo por ver cumplido este deseo de que sin rienda fatigarme veo. BELTRÁN: En errar o acertar esta jornada te va a ser César esta noche o nada. JUAN: Siempre ayuda al osado la Fortuna. BELTRÁN: Y en esto pienso yo, sin duda alguna, que los mismos doblones que entramos a robar, con avisarnos a voces donde están, han de ayudarnos por salir de tan lóbregas prisiones; pues, según don Ramiro los encierra, no sirve de moneda agora el oro más que cuando ocupó, inútil tesoro, el centro oscuro en su nativa tierra. JUAN: Comencemos la empresa; que Morfeo sepulta en las corrientes del Leteo los humanos sentidos. BELTRÁN: Envidia tengo a los que están dormidos; que de sueño me tienen alcanzado las noches que nos hemos desvelado buscando a don Domingo inútilmente. JUAN: El cobarde temió. BELTRÁN: ¡Que tan valiente riñendo aquella noche se mostrase, y que después trocase tanto en temor el brío, que no sólo faltase al desafío, pero se haya ocultado de suerte que la industria y el cuidado y el desvelo haya sido en buscarle perdido! JUAN: ¿Qué más venganza quiero? ¿Pude darle, Beltrán, mayor castigo que obligarle a vivir escondido y temeroso? BELTRÁN: Él, pienso yo, que ha sido el victorioso, pues estará, conforme a su costumbre, dondequiera que esté, sin pesadumbre, puesto en acomodarse su cuidado mientras los dos nos hemos desvelado.
Don JUAN alumbra y BELTRÁN va sacando llaves y abriendo
JUAN: Vengan las llaves. BELTRÁN: Pruebo la primera en el postigo; si estampada en cera la original se hubiera fabricado nos sacara más presto de cuidado. JUAN: Lo mismo es ser maestra. BELTRÁN: El efecto lo muestra pues no le han resistido las guardas y la puerta se ha rendido. JUAN: Entremos pues pisando lentamente, porque somos perdidos si la gente de Ramiro despierta. BELTRÁN: Paso para su cuarto es esta puerta. JUAN: Ábrela pues, Beltrán; que es avariento y en los que est n detr s de su aposento, por guardarlo mejor, tendrá en tesoro.
Abre
BELTRÁN: Las llaves pienso que habilita el oro. JUAN: Pasemos adelante porque en el aposento más distante del de Ramiro hemos de entrar primero; que hay menos riesgo y tiene por ventura la distancia mayor por más segura. BELTRÁN: Éste en el corredor es el postrero. Alumbra. Ésta no cabe. La cerraja es pequeña. Menor llave es menester. Entró como en su casa. JUAN: Entra muy quedo. BELTRÁN: Aquí no hay nada. JUAN: Pasa al otro más adentro. BELTRÁN: Mas, ¿qué fuera que Ramiro tuviera debajo de su cama su dinero? JUAN: No está seguro allí. Robarlo espero. BELTRÁN: ¿Y si despierta y defenderlo intenta? JUAN: Será su vida precio de mi afrenta.
Sale don DOMINGO en jubón, sin espada. Sacan las espadas don JUAN y BELTRÁN
DOMINGO: ¿Quién es? JUAN: Sentidos somos. DOMINGO: Don Ramiro, ¿a matarme venís? JUAN: ¿Qué es lo que miro? ¿No es don Domingo? BELTRÁN: ¡Él es, por Dios! JUAN: ­Cobarde! ¿Así a Leonor pusisteis en olvido? ¿Así vuestra palabra habéis cumplido que, porque nada pueda disculparos en el mismo delito vengo a hallaros? DOMINGO: Escuchadme, don Juan. JUAN: ¿Desafïado no salisteis al campo, y por sagrado la misma casa donde aumentáis mis ofensas os esconde? ¿Ésta era la ocasión que os [impedía] salir al campo a fenecer la mía? ¡Para romper la fe que prometisteis, para más agraviarme me pedisteis treguas y dilaciones! Juzgad vos vuestra culpa, y las razones que tengo de mataros y vengarme. DOMINGO: ¡Tened! Nada arriesgáis en escucharme, pues sin armas me veis con que os lo impida. No es, don Juan, en defensa de mi vida lo que deciros quiero. Más importa que yo. Pues caballero sois, no os importa menos. Esto os pido, y tened el acero prevenido porque interrumpa con rigor violento su primer movimiento, para vengar, don Juan, vuestros agravios, los últimos acentos de mis labios. JUAN: Tan encendida furia me provoca a vengar de vuestra injuria, que tengo de escucharos sólo por dilataros la pena de esta suerte; que del castigo es término la muerte, y la venganza, es cierto que la siente el morir, no el haber muerto. DOMINGO: Ved pues, don Juan, primero este papel, que quiero
Dale un papel. Don JUAN lo lee
que me sirva de carta de creencia, porque no pongáis duda en la evidencia de lo que he de contar. JUAN: Yo lo he leído, y la firma conozco de su Alteza. DOMINGO: La noche, pues, que vos de mí ofendido, para satisfacer la injuria vuestra del campo libre a la marcial palestra provocasteis mi acero, en cumplimiento de este que ves preciso mandamiento, al Príncipe aguardaba en aquel puesto y hora. Mirad, don Juan, agora si con razón juzgaba, siendo la suya ley tan poderosa, más que la vuestra ocasión forzosa. Llegó su Alteza, pues, de cuyo intento no sólo no tenía el indicio menor, mas no podría, aunque muchos tuviera, pensar jamás que tan extraño fuera. "Venid," me dijo el Príncipe, "conmigo." Yo obedezco, y le sigo y en llegando a la puerta de Ramiro paró y en un momento, siendo una seña suya el mandamiento, la vi, don Juan, abierta. Entramos y Ramiro, su privado, con paso recatado y silencio confuso, en este sitio en que me halláis nos puso. Solos aquí los tres, rompió su Alteza a los labios el sello, y dijo... No podréis, don Juan, creello, pues yo, aunque reconozco su fiereza, cuando intentos oí tan atrevidos pensé que se engañaban mis oídos y agora al referiros esta historia crédito apenas doy a la memoria. "Ya sabéis," dijo, "que mi padre Alfonso, de este nombre el tercero, Rey de León, el ya cansado acero al ocio rinde y en la vaina olvida, como quien ve el ocaso de su vida, cuando contra las huestes sarracenas el juvenil orgullo basta apenas. También sabéis que su caduca mano del reino intenta gobernar en vano el timón, que de fuerza necesita que con Neptuno y Aquilón compita; y así yo, porque espero sucederle en el reino, y considero que es mejor prevenir inconvenientes que daños remediar ya sucedidos, resuelvo trasladar de la persona de mi padre a mi frente la corona sin aguardar su muerte. Prevenidos tiene ya en mi [favor] sus escuadrones Castilla; facilitan prevenciones de la Reina mi madre mis intentos; y mis vasallos todos, mal contentos de Alfonso, me aseguran; y cuantos ricos, nobles, poderosos esta ciudad conoce, deseosos del bien común, conmigo se conjuran; y éste fue de llamaros el intento, para que, haciendo el mismo juramento que los demás, conmigo quedéis por alïado y por amigo." Nunca, don Juan, pensara que la lealtad dormida en ocios de la vida con tan ardiente furia despertara a una voz halagüeña, que el daño esconde cuando el premio enseña. ¿Veis cómo en sus entrañas el alquitrán oculta disimulan, cuando en las cumbres que al Olimpo emulan ostentan blanca nieve, las montañas que dan tumba a la vida y al deseo del soberbio sacrílego Tifeo; y si es entonces de centella breve concitado el azufre, espesa nube de fuego y humo a las estrellas sube y es ceniza después cuanto fue nieve, dando el asombro tantos escarmientos cuanto el estruendo espantos a los vientos? Pues el incendio veis, y veis la furia con que mi pecho reventó a la injuria de la lealtad que guarda mi nobleza a mi Rey natural; que, aunque es su Alteza primogénito suyo y la corona espera de León, mientras no herede con legítimo título, no puede presumir que no toca a su persona tan bien como a la mía la obligación de súbdito y vasallo. Antes, si la piedad ha de juzgallo, es más culpable en él la alevosía; que, conspirando otro vasallo, sola la fe quebranta que a su rey le debe, y él a su padre y a su rey se atreve. Y si en la edad anciana de Alfonso funda la razón tirana de anticipar la sucesión, en eso fundo yo más la culpa de su exceso; porque si tan vecina la muerte de su padre considera, ¿por qué no espera lo que presto espera? ¿Por qué la ley humana y la divina quiero violar, anticipando el [plazo] que ya limita de la Parca el brazo? Al fin, don Juan, yo respondí, yo hice lo que podéis pensar del que esto os dice, en que ni la amenaza de la muerte me halló menos leal o menos fuerte. O ya fuese piedad, o ya cautela permitirme la vida su Alteza, que recela que mi lealtad le impida, con publicarlo, su atrevido intento, me entregó a la prisión de este aposento que Ramiro visita solo, y el alimento cotidiano él me ministra con su propia mano. Éstos mis casos son, ésta mi historia; y pues el cielo permitió que os vea, el medio y la ocasión cual fuere sea, volved, don Juan, volved a la memoria los timbre heredados de vuestros altos ínclitos pasados. Despierte en el leal heroico pecho el valor, a despecho de los divertimientos que dormido con engañoso halago lo han tenido. [Proponga ejemplo, emulación pretenda al valor vuestro el mío; pues en regalos sepultado y frío, no hay riesgo, no hay trabajo que no emprenda. No hay muerte que me espante cuando fui cera ya siendo diamante en advirtiendo que manchar intenta el cristal puro de mi honor la afrenta de la sangre leal. El fuego ardiente que al nacer informó, don Juan valiente, no apaga jamás; sólo se oculta cuando el vicio en cenizas se sepulta; y en vos, si oculto yace, yace vivo entre los yerros el valor nativo. Produzca, pues, incendios cuando el viento de la traición, con animoso aliento, de vuestra sangre incita la centella, pensando hallar en ella de fuego que vivió muerta ceniza. No la naturaleza en quien principio halló vuestra nobleza, se rinda a la costumbre advenediza; mostrad, librando al Rey, que los errores que han desmentido en vos vuestros mayores, no de la inclinación fueron defectos, sino del ocio vil propios efectos, y que, de la ocasión solicitado sois el mismo que fuisteis. Gozad esta ocasión, pues os la ha dado tan oportuna el cielo, de cobrar la opinión, pues la perdisteis. Ponga un lustroso velo, don Juan, a los borrones que os afean esta hazaña leal, para que vean los émulos en ella restauradas] las glorias adquiridas y heredadas. JUAN: Basta. Callad. Si no queréis que el pecho, que ya a tantos fervores viene estrecho, reviente en vivas voces, cuando requieren casos tan atroces antes, para el castigo que yo ordeno, del rayo el golpe que la voz del trueno. Dadme esos brazos, pero no los brazos, que no merezco tan heroicos lazos. Esas plantas me dad porque mi boca imprima en ellas agradecimientos de los nobles y altivos pensamientos a que vuestra elocuencia me provoca. ¡Ah, ilustre caballero! ¡Oh, en el honor y la lealtad primero! ¿Qué espíritu divino, qué aliento celestial a vuestros labios consejos dicta en mi favor tan sabios que no sólo a mi ciego desatino dan arrepentimiento pero sin el castigo el escarmiento? Por vos gané lo que por mí he perdido. Seré muriendo el que naciendo he sido. En la misma nobleza que he heredado otra vez vuestra lengua me ha engendrado. Y pues con esto no igualarse pruebo lo que de vos me quejo a lo que os debo, ya olvido los agravios que con razón me hicieron vuestros labios; que, si yo fabriqué mi propia mengua, yo, que la causa os di, os moví la lengua. Amigo os llamo ya; que fuera necio si en tal ganancia recatara el precio. Y juro, por lograr vuestra fineza, que he de trazar al punto prevenciones [que impidan los intentos de su Alteza de que me da evidentes presunciones], fuera del justo crédito que os debo, gran copia de soldados castellanos que ocupan ya los muros zamoranos. DOMINGO: Partid, don Juan; que yo, porque a su Alteza no demos ocasiones, faltando yo de aquí, de recelarse, prevenirse y guardarse, preso me he de quedar; que esfuerzo tengo con que a mayores males me prevengo por salir con la empresa. Mas decidme, ¿cómo entrasteis aquí? JUAN: Pasos errados a fines me trujeron acertados. No os puedo decir más, y adiós, amigo; que yo a libraros o a morir me obligo. DOMINGO: Librad al Rey, como de vos se espera, don Juan; que poco importa que yo muera.
Vase [DOMINGO]
JUAN: Ve cerrando las puertas, porque hallarlas abiertas a don Ramiro no le dé recelos. BELTRÁN: ¿Y el hurto queda en cierne? JUAN: Ya los cielos mi inclinación mudaron, que al fuego de lealtad me acrisolaron; de que vengo a entender que, porque hubiese quien de Alfonso los daños impidiese permitieron mi error porque se vea que mal no sufren que por bien no sea. Si tú vas convertido, yo admirado de ver tan valeroso acomodado.
Vanse. Salen el PRÍNCIPE, don RAMIRO, NUÑO y MAURICIO
PRÍNCIPE: ¿Fueron, Ramiro, a llamarle? RAMIRO: No puede [tardar], señor. PRÍNCIPE: Quiero con este color prenderle sin enojarle; que habiendo tanta razón, pues con uno y otro indicio se comprueba el maleficio, para ponerlo en prisión. No podrá don Juan culparme y con esto de su acero, por ser tan valiente, quiero en mi intento asegurarme. Porque llegado al efecto tanto por no haberle dado [noticia de mi cuidado] como por ser tan afecto a mi padre, él solamente a estorbarlo bastará. RAMIRO: Es verdad, y así ser , señor, prevención prudente que, al resolver su prisión, de sentimiento le deis indicios, y le mostréis piedad en la ejecución. PRÍNCIPE: Él viene ya.
Sale don JUAN
JUAN: Gran señor, ¿qué me manda vuestra alteza? PRÍNCIPE: Lo que por vuestra nobleza está sintiendo mi amor. Mas es fuerza que limite la justicia a la piedad. Don Juan, a Nuño escuchad. Tú, lo que has dicho repite. NUÑO: Una tarde, habrá seis días, don Domingo, mi señor, de visitar en su casa a don Ramiro salió; y aquella misma, don Juan, que celoso por Leonor según lo mostró el efecto de esta visita, quedó, después de haber declarado a don Domingo su amor, le pidió de no estorbarle la palabra, y él la dio. Despidiéronse, y la noche siguiente, cuando el reloj una menos de las horas que la dividen contó, un gentilhombre la vez tercera, porque otras dos aquella tarde le había buscado ya, le llevó un papel de desafío sin duda, de que el color todo mudado, y las armas que para salir pidió, el recato y el secreto y decirme que al honor le importaba salir solo, dieron clara información. Partióse al fin, y el cuidado que nos causaba el amor que a nuestro dueño leales tenemos Mauricio y yo, no tuvo en una ventana hechos Argos a los dos, por seguirle con los ojos, ya que con las plantas no. Vimos que, habiendo salido, y debajo de un balcón de don Ramiro parado don Domingo, se llegó uno de dos que en la calle le aguardaban, que, en la voz y en las razones que oír el silencio permitió de la noche, era don Juan; y habiendo hablado los dos un rato, el desnudo acero fin a la plática dio; y acuchillándose entrambos con destreza y con valor, dieron a la calle vuelta; y con esto los perdió de vista nuestro cuidado, sin que de esta confusión nos pudiésemos librar con salir en su favor; porque él, al salir de casa, por de fuera la cerró, recelando que a seguirle nos obligara su amor. Nunca después de este caso le vimos, ni de él halló vivo o muerto un breve indicio la diligencia mayor. Y así, pues tantos convencen a don Juan de que él le dio la muerte, y de que el cadáver oculta con intención de ocultar el homicidio, os suplicamos, señor, que le obliguéis a sacarnos de tan triste confusión. PRÍNCIPE: Con lo que habéis escuchado sólo os puedo decir yo que os pongáis en mi lugar y juzguéis vos mismo a vos. Con indicios tan vehementes que casi evidentes son mal guardará la justicia privilegios al amor; y así, mientras la verdad no se averigüe, en prisión es fuerza, don Juan, que estéis. JUAN: (¿Qué he de hacer? ¡Válgame Dios! Aparte. Si callo y dejo prenderme pongo a riesgo la ocasión de librar al rey Alfonso; si declaro que los dos tienen preso a don Domingo, por entendido me doy de sus aleves intentos y es el peligro mayor; mas de la misma verdad he de vestir la ficción.) Como disteis un oído a la culpa, dad, señor, otro al descargo. PRÍNCIPE: Decid; que nada en esta ocasión, según os estimo, puede hacerme gusto mayor que tenerla de mostraros en mi piedad mi afición. JUAN: Pues, preguntadle a Ramiro por don Domingo, señor; que él en su casa le oculta. RAMIRO: ¿Qué decís? PRÍNCIPE: ¡Válgame Dios!
Hablan a excusa de los criados [el PRÍNCIPE y don RAMIRO]
RAMIRO: ¿Quién de caso tan secreto noticia a don Juan le dio? PRÍNCIPE: ¿Si sabe ya mis intentos? JUAN: (Turbados están los dos.) Aparte. PRÍNCIPE: Don Juan, ¿cómo lo sabéis? JUAN: Lo que el crïado contó es verdad mas remitimos del caso la conclusión para la noche siguiente, porque aquélla lo estorbó gente que a la calle vino. Demás que cierta ocasión que le importaba, me dijo que aguardaba, y me pidió don Domingo que cesase por entonces la cuestión; y más por averiguar la sospecha que me dio de que la ocasión sería verse con doña Leonor que por hacerle ese gusto consentí la dilación. Y así, apartándome de él, tuvo, aunque es ciego el Amor, tantos ojos como celos, y en la oscura confusión de la noche, oculto vi que don Domingo llegó y otro con él a la puerta de don Ramiro, y los dos, después de hacer una seña que la puerta les abrió, entraron dentro; y con esto acrecentando el furor de mis celos, como quien el agravio averiguó, a la venganza resuelto le aguardaba; y de los dos salió el que le acompañaba, pero don Domingo no. Aunque allí me halló esperando del aurora el resplandor, ni en cuantas vueltas al cielo ha dado después el sol, ha vuelto a pisar la calle; que nunca de ella faltó una centinela mía; y así es llana presunción supuesto que tal exceso no es creíble de Leonor, que don Ramiro le oculta, temiendo la ejecución de mi brazo vengativo; que le toca este temor como interesado en ello, porque es más rico que yo don Domingo, y lo querrá para esposo de Leonor. PRÍNCIPE: (Por su engaño y mi ventura Aparte gracias a los cielos doy.) Escuchad, Ramiro. JUAN: (Bien Aparte. disfracé con la invención la Verdad, y el rostro feo les hice ver del Temor.)
Habla aparte a RAMIRO el PRÍNCIPE
PRÍNCIPE: En albricias de que ignora la causa de la prisi¢n de don Domingo don Juan, quiero, Ramiro, que vos con su engaño os conforméis, para evitar la ocasión de apuntar esta materia. RAMIRO: Mucho más caro, señor, hubiera comprado el vernos libres de esta confusión.
En voz alta
Don Juan ha dicho verdad. PRÍNCIPE: Pues, sabiendo lo que yo estimo a don Juan, Ramiro, no habéis tenido razón en no excusarme el disgusto que el que yo le di me dio. De veros libre de culpa, don Juan, tan alegre estoy, que el pesar que recibí agradezco. Idos con Dios, y advertid que son mañana las fiestas. JUAN: Pienso, señor, que no podré entrar en ellas. PRÍNCIPE: No han de hacerse sin vos; no lo dejéis por dinero, don Juan, pues lo tengo yo. JUAN: (En vano obligarme intenta.) Aparte Mil años os guarde Dios. No es ése el impedimento. PRÍNCIPE: ¿Pues cuál? JUAN: Pensar con razón que me culparéis vos mismo si tan poco siento yo, valiendo a Ramiro tanto, haber perdido a Leonor.
Vase [don JUAN]
PRÍNCIPE: Sentido está de perder vuestra hija. RAMIRO: Culpas son de sus costumbres. NUÑO: ([¿Qué es esto?] Aparte ¿Cómo su Alteza dejó ir libre a don Juan?) PRÍNCIPE: Los pechos podéis sosegar los dos, que vuestro dueño está vivo y seguro, y [tomo] yo su vida y seguridad por mi cuenta. NUÑO: ¿Qué temor podrá oponer sus tinieblas a la luz que nos dais vos?
Vanse. Salen don JUAN y BELTRÁN con botas y espuelas
JUAN: Vengas, amigo Beltrán, mil veces en hora buena. BELTRÁN: Hora que es fin de la pena que da el ansioso batán de una posta endemoniada, buena se puede llamar. JUAN: ¿Qué hay del Rey? BELTRÁN: Ya en el lugar estuviera, si la entrada no le impidiera el rüido y el alboroto que oyó, que efecto lo receló del rebelión prevenido; y así vine por espía perdida con un crïado suyo, que volvió, informado de que el estruendo nacía de los toros, a avisarle, y yo a ti, porque ya el sol se esconde al suelo español y podemos ya esperarle. JUAN: Loco me tiene el contento. BELTRÁN: ¡Oh, cómo tu carta obró! Apenas la recibió cuando en juvenil aliento sus años vi renovarse. Postas mandó prevenir, y sólo tardó en partir lo que ellas en ensillarse. Todo el caso le conté, y le dije que el quedarte a prevenir por su parte las cosas, la causa fue de que tú mismo en persona la nueva no hayas llevado; y viene tan obligado que te dará su corona. JUAN: ¡Oh, qué gran gusto me has hecho, y a qué buen tiempo ha venido! Pero ya siento rüido en el zaguán. BELTRÁN: Yo sospecho que llegó Su Majestad.
Salen el REY, con botas y espuelas, y dos criados
REY: ¡Don Juan, amigo! JUAN: Señor, dadme esos pies. REY: Al amor que debo a vuestra lealtad los brazos, don Juan, prevengo. JUAN: Como rey, señor, me honráis. REY: Las órdenes que me dais he guardado, y así vengo a apearme con secreto en vuestra casa. JUAN: Ha importado no despertar el cuidado, para impedir el efeto, al príncipe, don García; y del remedio dudara si solamente tardara vuestra Majestad un día. REY: ¿Cómo? JUAN: Sin número son los castellanos que esconde Zamora; que ayuda el Conde en esta conspiración a su Alteza, que hoy ha hecho estas fiestas por ganar el aplauso popular; y así con razón sospecho que, porque la dilación no mitigue esta alegría, ha de querer don García abreviar la ejecución. REY: ¡El mismo que yo engendré es mi mayor enemigo! Matarlo será el castigo si culpa engendrarlo fue. JUAN: Vamos; que ya de la oscura noche el silencio, señor, nos llama. REY: Vuestro valor el remedio me asegura. JUAN: En casa de su privado, Ramiro, le prenderéis sin riesgo; que le hallaréis sin defensa y descuidado; que nunca el alba repite lisonjas de su belleza al mundo sin que su Alteza en su casa le visite. Y yo sin dificultad os la haré franca, señor; que los medios de mi amor sirven hoy a mi lealtad. REY: Tanto, don Juan, me obligáis, que está mi poder cobarde al premiaros. JUAN: Dios os guarde. Sólo os pido que advirtáis que, adorando yo a Leonor, puede vuestra Majestad hacer que por mi lealtad haga esta ofensa a su amor, pues que de la alevosía que a su padre ha de infamar, la mancha la ha de alcanzar. REY: Eso está por cuenta mía, como lo demás, don Juan, que os tocare. BELTRÁN: Yo entro ahí. REY: No me olvidaré de ti. BELTRÁN: Mil siglos vivas. JUAN: Beltrán, advierte que has de llevar una espada que le des a don Domingo. BELTRÁN: No es su valor para olvidar. JUAN: No temo, juntos los dos, todo el resto de Zamora.
Hablando aparte con su amo
BELTRÁN: Contempla, señor, agora la providencia de Dios. ¿Quién pensara que las llaves que hicimos para robar nos vinieran a importar para negocios tan graves, y que hubieran remediado peligros de tanto peso un hombre que es tan travieso y otro tan acomodado? JUAN: No hay suceso que no tenga prevención en Dios, Beltrán. BELTRÁN: Por eso dijo el refrán: "No hay mal que por bien no venga."
Vanse. Salen el PRÍNCIPE, RAMIRO, LEONOR y CONSTANZA con luces.
PRÍNCIPE: Esto habéis de hacer por mí. Ya sabéis que la persona de don Domingo merece, por su sangre generosa, por su valor y sus partes, pues como veis, las abona vuestro padre, que le deis, Leonor, la mano de esposa, y advertid que es lo que os pido lo que a todos nos importa puesto que no conocemos otro más rico en Zamora en quien poder emplearos; y porque a los dos nos consta que os tiene amor, pretendemos que tal prenda le disponga a conformarse conmigo en cierto intento que agora sabréis, pues de publicarse ya el peligro no lo estorba, pues la ejecución aguarda sólo la primera aurora. LEONOR: Yo lo hiciera, mas Constanza es con él más poderosa. PRÍNCIPE: ¿Cómo? LEONOR: Después que la vio, a mí me olvida, y la adora. Dilo, prima. CONSTANZA: Si un papel suyo verdades informa, yo soy dueño de su amor. PRÍNCIPE: Si es así, Constanza, goza la ocasión, y nuestro intento tu blanca mano disponga. CONSTANZA: Si ha de obedecer el pecho, no ha de responder la boca. PRÍNCIPE: Llamadle, pues, don Ramiro.
Vase don RAMIRO
LEONOR: No pienso que es fácil cosa hallarle; que ha algunos días que su familia le llora ausente o muerto. PRÍNCIPE: Mi imperio es, Leonor, quien le aprisiona en tu casa.
Salen RAMIRO y don DOMINGO
DOMINGO: ¿Qué me manda vuestra Alteza? PRÍNCIPE: El alba hermosa en mis sienes ha de hallar de este reino la corona. Para nada os puede ser la obstinación provechosa. En una balanza os pongo la mano de la que adora vuestro pecho y mi amistad, y os pongo la muerte en otra. Escoged y resolveos. DOMINGO: No es la vez primera agora que a mi lealtad amenazas despreciadas acrisolan. Constanza es premio que estimo, y por la propuesta sola obligado cuanto puedo, pongo en vuestros pies la boca; pero con tal condición, ni me importó ni me importa; que no vivirá con gusto quien ha de vivir sin honra. Ésta es mi resolución. PRÍNCIPE: Y la mía que proponga vuestra cabeza mañana escarmientos a Zamora. DOMINGO: Muriendo ha de sustentar la voz de Alfonso mi boca.
Salen el REY y criados
REY: Y yo la vida de quien con lealtad tan generosa defiende a su rey. RAMIRO: ¿Qué es esto? PRÍNCIPE: ¡Perdido soy!
Salen don JUAN y BELTRÁN
BELTRÁN: ¡Aquí es Troya! REY: Dadme esa espada, García. PRÍNCIPE: Señor, yo... REY: [Si me provoca] vuestra obstinación, seré, aunque sois mi sangre propia, enemigo que se venga y no padre que perdona. JUAN: Don Domingo... DOMINGO: Amigo mío. JUAN: Tomad esta espada. DOMINGO: Agora llueva el cielo conjurados. RAMIRO: (De una vez la vida y honra Aparte. he perdido.) PRÍNCIPE: ¿Qué he de hacer sin defensa?
Da la espada el PRÍNCIPE
REY: No se logran, Príncipe, intentos impíos que el cielo y la tierra enojan. Al castillo de Gauzón llevad presa la persona del Príncipe. PRÍNCIPE: Si a morir me lleváis, vuelen las horas; que, a quien desdichado vive, da la vida la muerte sola. Llévanlo. CONSTANZA: Temblando estoy. LEONOR: Yo estoy muerta. RAMIRO: Si a la mano poderosa de un príncipe... REY: Don Ramiro, callad. No dañe la boca con disculpas a quien sé que no han culpado las obras; que don Juan de la lealtad de vuestro pecho me informa, y que vos le descubristeis del Príncipe la alevosa intención, por él a mí me avisara; y así agora, porque dar premio a los dos de este servicio me toca, el de don Juan ha de ser darle a Leonor por esposa, y dos villas, las que él mismo en todo mi reino escoja; y el vuestro, daros por hijo a quien mi privanza goza, y a quien debéis mi amistad, y a quien, como veis, os honra. JUAN: (¡Qué prudencia!) Aparte BELTRÁN: (¡Qué cordura!) Aparte DOMINGO: (¡Con qué buen medio la nota Aparte de la infamia le ha excusado porque no toque a la esposa de don Juan la mancha misma!) RAMIRO: Con ganancia tan notoria, en vuestras plantas, señor, humilde pongo la boca, y a don Juan los brazos doy. JUAN: ¿Habéis conocido agora si soy bueno para amigo? RAMIRO: Fuerza es ya que me conozca obligado, y a Leonor en ser vuestra venturosa. Dadle la mano. LEONOR: Segura os la doy pues os mejora Su Majestad la fortuna que mejoraréis las obras. JUAN: Por ganarte me perdí; ya te he ganado, señora; con que es fuerza que a quien soy y a quien eres corresponda. REY: Don Domingo, ¿qué aguardáis cuando hazaña tan heroica tan obligado me tiene? DOMINGO: Señor, vuestras plantas solas piden por merced mis labios y a Constanza por esposa. REY: Si basto, Constanza, yo a alcanzarlo, de ambas bodas seré padrino. CONSTANZA: Señor, yo me confieso dichosa. Ésta es mi mano. BELTRÁN: ¿Qué hacéis? Mirad que no se acomoda don Domingo, quien se casa. DOMINGO: Quien alcanza el bien que adora, pues cumple ardientes deseos, comodidades negocia. BELTRÁN: Agora faltan las mías, si tenéis en la memoria, gran señor, vuestra promesa. REY: Piensa tú lo que te importa según tu estado; que a mí me importa pedir agora perdón, porque tenga fin esta verdadera historia.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002