ACTO TERCERO


Salen don DIEGO, el MARQUÉS y ZAMUDIO
DIEGO: Señor Marqués, no querría que diese todo el rigor del jüez pesquisidor en el preso don García; y ya que por vos soltarlo el corregidor no quiso, o no pudo, es cuerdo aviso por bien o por mal librarlo, y venga lo que viniere. ZAMUDIO: Todo saldrá en la colada. MARQUÉS: De ese brazo y esa espada no hay hazaña que no espere. DIEGO: En vuestro valor me fío. MARQUÉS: Pues ya en mandarme tardáis; que si un amigo ayudáis, yo un amigo y deudo mío. DIEGO: Por arte mágica intento que rompamos la prisión. MARQUÉS: Presta determinación da presto arrepentimiento. Recelo del rey la ira. DIEGO: Grandes hazañas, entiende que nunca bien las emprende el que los peligros mira. Y el rey, llegado a rigor, ¿qué tanto se ha de enojar? ¿Tan gran delito es librar a un deudo suyo un señor? ¿Tanta culpa deshacer el agravio que le ha hecho el corregidor? Sospecho que antes os da a merecer. ¿Qué delito ha cometido contra su rey don García, qué traición o que herejía? ¿Qué monasterio ha rompido? De una resistencia, ¿puede hacer el rey tanto caso? ¿No es cosa que a cada paso en todo el mundo sucede? Y cuando fuera mayor su delito y vuestro exceso --¡cuerpo de Dios!--para eso os hizo Dios gran señor. MARQUÉS: Sí, mas los señores son de la república espejos. DIEGO: ¡Qué intempestivos consejos! ¡Qué cordura sin sazón! ¿Llegar a viejo pensáis sin ser mozo, por ventura? ¿0 para la edad madura las mocedades guardáis? Pero no sois menester, que yo, aunque pobre escudero, basto solo, y solo quiero tan justa hazaña emprender. No de vuestro encantamento pendiente el remedio está; que el francés me ayudará para tan honrado intento; y cuando no pueda tanto yo con el arte encantada, tengo un brazo y una espada que pueden más que el encanto. MARQUÉS: Para darle libertad, más cuerdo medio apercibo, que será cierto, si escribo sobre ello a su majestad; no de otra suerte, que son en los más grandes señores más culpables los errores. Ésta es mi resolución.
Vase el MARQUÉS
DIEGO: ¡Que así se me haya excusado don Enrique! ZAMUDIO: Cuerdo es. ¿Qué dice de él el francés? DIEGO: Largamente ha disputado de arte mágica con él; admirado el viejo está, y después de Merlín, da a don Enrique el laurel. ZAMUDIO: ¡Ay de mí, que lo he probado y vi una cabeza hablar! Mas acaba de contar lo que habías comenzado. DIEGO: ¿En qué estábamos? ZAMUDIO: Decías de doña Clara el valor, cuando por fuerza o amor sujetarla pretendías. DIEGO: Yo, pues, con su resistencia más abrasado me vi, como a la palma oprimida el peso ayuda a subir. Crece en la discorde lucha el venéreo ardor en mí y en ella el marcial esfuerzo, si no tema mujeril. Entre ruegos y amenazas, con estar tan ciego, vi pintar los afectos varios en su rostro un vario abril; ya el temor en las mejillas esparce blanco jazmín; ya la virginal vergüenza vierte clavel carmesí; llora sudor de congoja el animado marfil, que es todo el cuerpo a llorar, si es toda la alma a sentir; las lágrimas perlas son, que entre el diamante y rubí coge el cabello esparcido en hilos de oro sutil; éstos imitan los rayos que el sol derrama al salir sobre la escarcha de enero o la floresta de abril. Cuando con mis fuertes brazos ciño su cuerpo gentil, enlazados considero a Venus y Marte así, mas con afectos trocados, porque Venus está en mí de amoroso, y Marte en ella de esforzada y varonil. ¿Quién vio la amorosa yedra a un muro de nieve asir, o por árbol de diamante trepar la halagüeña vid? Su honor opone a mi ruego, a mi fuerza el resistir, a mi terneza un demonio, a mi enojo un serafín. No sé qué haga perdido; medios pruebo más de mil; doyle palabra de esposo, juro que la he de cumplir... ¿Quién pensara que mujer que jura morir por mi, en tal ocasión, con esto no diera a mis ansias fin? "No precio palabras," dijo, "que nunca, don Diego, vi al que deseoso ofrece, arrepentido cumplir. Si ser mí esposo pensaras, no hubieras venido así, que no busca malos medios el que camina a buen fin. Sí has de casarte, no quieras que haya yo sido rüin; y si me engañas, no quiero quedar sin honra y sin ti. Y para acabar porfías, yo me determino aquí, a no cumplir tu deseo, o entre tus manos morir." Con esto, yo en tema el gusto, y en furia el amor volví, y determiné forzar, pues no pude persuadir. Cogí mi Dafne en los brazos. Menos la pude rendir, que hecha un globo de diamante, tuvo sus fuerzas en sí. En esto nos halló el alba, y como la vi reír, avergonzado y vencido de la estacada salí. ZAMUDIO: ¿Qué llamas, señor, vencido ¿Qué dices avergonzado? ¿Quién tan gran honra ha ganado? ¿Quién tal vicario ha tenido? Si casándote pudiste gozarla, y no te casaste, la mayor palma alcanzaste; que a ti mismo te venciste. Si el no poderla vencer por fuerza, te avergonzó, cosa es que nadie alcanzó el forzar una mujer. Propuso un hombre el agravio de otro que forzado había una hija que tenía; mas el jüez, como sabio, su espada desenvainada al querellante le dio, y él con la vaina quedó, y dijo, "Envaina esa espada." El jüez aquí y allí la vaina apriesa movía; él, que acertar no podía con la vaina, dijo así, "¿Cómo he de envainar la espada, si la vaina no está queda?" É1 dijo, "Con eso queda vuestra causa sentenciada." Así que, si no pudiste este imposible alcanzar, consuélate con pensar que el de vencerte venciste. ¿Y piensas volverla a ver? DIEGO: Entre el agravio y la pena, hallo que es mujer tan buena buena para mi mujer. ZAMUDIO: No hará poco si te quiere para marido, señor, cuando da el pesquisidor premio a quien te descubriere, y a quien te encubra, castigo. DIEGO: ¿Quién esa nueva te ha dado? ZAMUDIO: Hoy así se ha pregonado; y está de suerte contigo airado el corregidor, que por poderse vengar jura que ha de aventurar hacienda, vida y honor. DIEGO: Pues guárdese de don Diego, que estoy restado. ZAMUDIO: Señor, pienso que fuera mejor tomar las de Villadiego.
Vanse don DIEGO y ZAMUDIO. Sale don GARCÍA, con prisiones
GARCÍA: Cuando la noche a su amador Morfeo tiende lasciva el amoroso brazo, y en su dulce regazo pierde el cuidado y logra su deseo, de sus urnas vertiendo celestiales descanso igual a todos los mortales; a mí de su licor parte no alcanza, todo de mis pesares ocupado, el cuerpo aprisionado, cautiva el alma, ajena de esperanza, pues nunca a Clara condolida veo, ni alivio en mi prisión ni en mi deseo. Mas, ¿qué súbita luz tan a deshora de esta prisión la obscuridad desvía? ¿Si ya amanece el día? Mas ni aquí llega el sol, ni entra la aurora. Con modo por jamás usado, abiertas de la cárcel están las duras puertas.
Salen don DIEGO y ZAMUDIO, con una hacha encendida
GARCÍA: ¿Don Diego de Guzmán no es el que veo? ¡Cielos! É1 es. ¿Qué dudo? Amigo caro decidme, ¿quién tan raro milagro obró? ¿Es engaño del deseo? ¿Cómo solos abrís en horas tales los dos tan libremente estos umbrales? DIEGO: Ya que de vuestro deudo don Enrique obra el favor ha hecho tan extraña, no hay imposible hazaña a que el ánimo yo por vos no aplique; que no he de estar yo libre, don García, y preso vos, mitad del alma mía.
Quítale las prisiones
Sacad los nobles pies del hierro duro, y gozaréis del cielo la pureza; que no a vuestra nobleza, Girón, conforma el calabozo obscuro. GARCÍA: ¡Oh, raro ejemplo! ¡Eternamente cante la fama al mundo amigo tan constante! Como la cera al sol, en vuestra mano el hierro desconoce su costumbre. No a bramadora lumbre, no a golpe fuerte del feroz Vulcano el metal pertinaz así obedece. DIEGO: ¡Tanto la humana ciencia resplandece!
Sale un PRESO y luego otros dos PRESOS
PRESO 1: ¿Qué es aquesto, santo cielo? ¡Don Diego es! Por Dios, señor, yo también a tu valor, del corregidor apelo. DIEGO: ¿Por qué causa preso estás? PRESO 1: Don Sancho se ha querellado de que en su casa me ha hallado con una hija suya. DIEGO: ¿Hay más? PRESO 1: No más. DIEGO: Injusta querella don Sancho de ti formó, porque si ella te admitió, la que le ha ofendido es ella. Libre vas.
Vase el PRESO 1; sale el PRESO 2
DIEGO: Tú, ¿por que estás preso? Dílo brevemente. PRESO 2: Porque maté un maldiciente. DIEGO: ¡Que buen gusto! Libre vas.
Vase el PRESO 2; sale el PRESO 3
DIEGO: Y tu, ¿por que? PRESO 3: Di a un cochero exento una cuchillada. DIEGO: Cosa tan bien empleada, la premiara yo primero. Libre vas.
Vase el PRESO 3. Sale el ALCAIDE, con llaves y bastón
ALCAIDE: ¿Qué es lo que estoy mirando, cielos? ¡Abiertas tan de par en par las puertas! DIEGO: ¿Quién sois? ALCAIDE: El alcaide soy. DIEGO: Callad, si queréis vivir. Dadme de entradas el libro. ALCAIDE: (Si de ésta con vida libro, Aparte religioso he de morir.)
Vase el ALCAIDE
GARCÍA: Don Diego, ¿que es lo que hacéis? ¿Todos los presos echáis? ¿Estáis loco? ¿No miráis el riesgo a que nos ponéis? DIEGO: En esto que veis he dado, y más, si pudiese, haría, por que quedéis, don García, del corregidor vengado. ZAMUDIO: Pague así las obras malas, y sepa con quién las ha; que el cuervo no puede ya ser más negro que las alas.
El ALCAIDE saca un libro lleno de pólvora; pónelo sobre un agujero pequeño del teatro
ALCAIDE: Éste es el libro, señor, que todo mi cargo encierra. DIEGO: Poneldo, alcaide, en la tierra. Decid al corregidor que don Diego de Guzmán le quiere dar a entender cuánto le excede en poder, que estas obras lo dirán que haya paz entre los dos, y pida a su majestad mi perdón y libertad, porque si no--¡vive Dios-- que del modo que se abrasa ese libro, y con querer solamente, lo hago arder, lo he de abrasar en su casa!
Dan fuego al libro por debajo del teatro
ALCAIDE: Así lo haré. (Tan extraños Aparte portentos ¿quién los creerá? 0 se acaba el mundo ya, o sueño tales engaños.)
Vase el ALCAIDE. Sale ANDRÉS
ANDRÉS: Gran don Diego, el favor vuestro pide ya quien os le dio, que el corregidor prendió a Enrico, vuestro maestro. DIEGO: ¿Qué dices? ANDRÉS: Que preso va. DIEGO: Hoy verá si grato soy. Libertad le he de dar hoy, o sin vida me verá. GARCÍA: Pues, don Diego, ¿qué intentáis? DIEGO: Juntar mis amigos luego, y librarlo a sangre y fuego. GARCÍA: De un abismo en otro dais.
Vase don DIEGO
ZAMUDIO: Pues no es el menor abismo ver que no se libre a sí Enrico. Bien entra aquí, "Médico, cura a ti mismo." ANDRÉS: Misterios divinos son. Yo estoy temblando, Zamudio. ZAMUDIO: No hay sino "Aquí del estudio", y ande el palo y coscorrón.
Vanse TODOS. Salen doña CLARA y LUCÍA
LUCÍA: ¿Adónde va tu padre tan apriesa? CLARA: A remediar locuras de don Diego, que anoche, dicen que por un encanto las cárceles rompió, y a don García libró con los demás presos que había. LUCÍA: ¡Jesús! CLARA: Pues oye más. Que esta mañana, en lugar de los reos que ha soltado, presos los querellantes se han hallado. LUCÍA: Será por arte mágica. CLARA: Tras esto, porque prendió el corregidor a Enrico, tiene la escuela toda amotinada, y a quitársele va de mano armada. Y así partió mi padre, cuidadoso de dar con el jüez alguna traza de remediar el daño que amenaza.
Salen don PEDRO y ENRICO
PEDRO: En esta corta casa--¡oh sabio Enrico!-- no el preso habéis de ser, sino el alcaide. ENRICO: Vuestra nobleza mi pesar alivia. PEDRO: Clara... CLARA: Señor... PEDRO: Regala al noble Enríco, que es nuestro huésped. ENRICO: Vuestro humilde preso. PEDRO: Y porque al punto ha de partir el propio que se despacha al rey sobre estos casos, y el regimiento me encargó su carta, para entrar a escribir me dad licencia. ENRICO: Vuestro es el mando, mía la obediencia.
Vase don PEDRO
CLARA: ¿Cual, Enrico famoso, fue el suceso que os ha traído a nuestra casa preso? ENRICO: Como el pesquisidor, hermosa Clara, me prendió, y el estudio amotinado resuelto a darme libertad marchaba, salió al encuentro vuestro noble padre, y para asegurarlos, ofrecióles de parte del jüez que me tendría en vuestra casa preso, más seguro de su rigor, en tanto que a su alteza se consulte el remedio de estos daños. Don Diego de Guzmán, que era el caudillo, en viendo a vuestro padre, respetóle y el partido acetó, poniendo luego en el estudio universal sosiego. CLARA: Gracias doy a la suerte, que ha querido honrar mi casa. ENRICO: Mi ventura ha sido. CLARA: Y ya que en ella por mi dicha os veo, espero ver cumplido mi deseo. ENRICO: Hablad, pues, bella Clara, que no hay cosa, como vos la queráis, dificultosa. CLARA: El gran poder que vuestra ciencia alcanza, según la fama, anima mi esperanza. ENRICO: Segura de mi fe, podéis mandarme, que serviros de mi sera obligarme. CLARA: Qué estado he de tener, saber querría. ENRICO: Un número escoged. CLARA: Escojo veinte. ENRICO: Las seis son. Casaréis dichosamente, según la judiciaria astrología. CLARA: ¿Sabré con quién? Que sólo el que desea el alma, hará que venturosa sea. ENRICO: ¿Queréislo ver? CLARA: Mi pecho se holgaría. ENRICO: Venga un espejo. CLARA: Sácale, Lucía.
Vase LUCÍA
(Si no es don Diego, cielo soberano,Aparte no quiero vida, no, para otra mano.)
LUCÍA saca un espejo de dos tapas. En la una está la luna sola, y tras ésta hay otra que tiene debajo un retrato de don DIEGO, y entrambas salen y entran
LUCÍA: El espejo está aquí. ENRICO: Mostralde. Clara, ¿Qué veis agora en él?
Quita la tapa
CLARA: Mi misma cara. ENRICO: Echalde vos la tapa. CLARA: Ya la he echado.
Ciérrale
ENRICO: Mirad hacia el oriente. CLARA: Ya he mirado. ENRICO: Formad una B encima con el dedo. CLARA: Ya la formé. ENRICO: ¿A quién veis en él agora?
Corre la tapa y la luna primera, y queda la del retrato
CLARA: Miro a don Diego, a quien el alma adora, LUCÍA.: ¿Qué dices? CLARA: Que a don Diego mismo veo. LUCÍA: ¡Oh, si viera también lo que deseo! ENRICO: ¿A quién quisieras ver? LUCÍA: Sólo querría ver a Zamudio.
Sale ZAMUDIO
ZAMUDIO: Mi señor me envía a saber cómo estás. LUCÍA: ¡Cielo! ¿Qué es esto? ¿Cómo el encanto lo formó tan presto? CLARA: Mi padre ha escrito ya. ENRICO: Al señor don Diego decid que con tan bella prisionera con gusto siglos mil preso estuviera.
Vase ENRICO
ZAMUDIO: Un recado te traigo a ti, señora. CLARA: Mi padre sale; es imposible agora.
Vase doña CLARA
ZAMUDIO: Óyeme tú. LUCÍA: ¡Jesús! ZAMUDIO: ¿Con qué te espanto? LUCÍA: Con que no eres Zamudio, sino encanto. ZAMUDIO: Loca estás. LUCÍA: ¡Suelta! ZAMUDIO: ¿Estos favores medro? LUCÍA: Encantada figura, vade redro.
Vase LUCÍA
ZAMUDIO: ¡Otra es ésta! Sin duda, mi Lucía, que me persigue Enrico todavía. Mas en esto me deja consolado, que si figura soy, soy encantado; y hay más de veinte mil, si bien lo apuras, que sin ser encantados, son figuras.
Vase ZAMUDIO. Salen el MARQUÉS y don GARCÍA
GARCÍA: ¿Qué tenemos? MARQUÉS: Don García, malas nuevas. Doña Clara en su rigor se declara; y tanta fue mi porfía, que siendo honesta doncella, a confesar la obligué que tiene puesta su fe en don Diego, y él en ella. A este punto vi cerrado el puerto a vuestra intención que a don Diego no es razón, cuando así os tiene obligado, ofender. GARCÍA: ¡Ah, ingrata fiera! MARQUÉS: ¿Qué decís? GARCÍA: Que según siento no poder seguir mi intento, de mejor gana estuviera con mi esperanza en prisión, que libre y desesperado, si la libertad me ha echado en tan dura obligación. MARQUÉS: Al fin palabra le di, tierno a su belleza y ruego, de efectuar con don Díego el casamiento. GARCÍA: ¡Ay de mí! ¿Qué decís? MARQUÉS: Tomó ocasión de habérseme declarado, y vime al fin obligado. Ya sabéis cuán fuertes son con un mozo caballero ruegos de hermosa mujer. GARCÍA: Vos, señor, sabéis hacer famosamente un tercero. MARQUÉS: Es oficio de discretos, y sabéis que no lo soy. GARCÍA: ¿Qué hay de nuestros pleitos? MARQUÉS: Hoy esperamos los efetos de lo que al rey escribió en lo que toca al motín. GARCÍA: ¿Prométenos triste fin vuestra ciencia, Marqués? MARQUÉS: No. Mas decidme, ¿cómo os va en esta iglesia? GARCÍA: Aunque soy cristiano, palabra os doy que me va cansando ya. MARQUÉS: Paciencia, que brevemente ver el fin dichoso entiendo. GARCÍA: ¿Quién lo dudará, teniendo tal amigo y tal pariente?
Sale un CORREO, con un pliego
CORREO: Dame a besar esos pies, gran don Enrique. MARQUÉS: Mancebo, bien venido. ¿Qué hay de nuevo? CORREO: Suplicarte que me des de don Diego de Guzmán noticia, que lo he buscado, y a cuantos he preguntado por el, en decirme dan que a ti venga a preguntarlo. MARQUÉS: ¿Para qué lo buscas? CORREO: Quiero darle una nueva, que espero que no poco ha de alegrarlo. MARQUÉS: Dímela. CORREO: Desde la corte por las albricias volando he venido. MARQUÉS: Yo las mando, como la nueva le importe. Éstas gana, que después don Diego te las dará. CORREO: Con ese partido va. Don Diego de Guzmán es marqués de Ayamonte. MARQUÉS: ¿Queda muerto su tío? CORREO: Murió. MARQUÉS: Pésame del que faltó, mas alégrame el que hereda. Dame el pliego, y no le des, hasta avisarte, la nueva. CORREO: ¿Y si las albricias lleva otro? MARQUÉS: Yo por el marqués en su casa te prometo el oficio más honrado. Por mi ya las he mandado. CORREO: Digo que tendré secreto.
Salen ZAMUDIO y don JUAN
ZAMUDIO: Llegó anoche la respuesta, y hoy el jüez ha mandado que en esta iglesia mayor se junten los catedráticos de la santa teología, y que la lección cesando, toda la universidad se halle presente al acto. El intento no se sabe; mas presto a saberlo aguardo, pues que ya a coger lugar corre el pueblo alborotado. JUAN: Ya viene el pesquisidor, y ya los doctores sabios, luz del mundo, honor de España. A esta capilla me aparto.
Salen don DIEGO, don PEDRO, doña CLARA y LUCÍA, tapadas. Tocan trompetas y atabales; salen ENRICO con capirotes y borla azul; el PESQUISIDOR con capirote y borla verde o colorada; un FRAILE domínico o clérigo con capirote y borla blanca; siéntase el PESQUISIDOR en una silla en medio, a su lado derecho el FRAILE en otra, y al izquierdo ENRICO en un banco
DIEGO: Bien estaremos aquí. MARQUÉS: A esta parte retirados para no ser conocidos. PEDRO: ¿Estáis bien? CLARA: A gusto estamos. PESQUISIDOR: Sabiendo su majestad que por la mágica ciencia se causan tantos excesos, por su provisión ordena que en esta junta de sabios se dispute y se confiera si es lícita o no la magia, y qué fundamentos tenga; y esto en presencia de todos, queriendo que todos vean la verdad, para que aprueben su rigor o su clemencia. Proponed, pues, sabio Enrico, argumentos. en defensa de esta ciencia que enseñáis. ZAMUDIO: Famosa ocasión es ésta para los hombres que saben. ENRICO: Propongo de esta manera: toda ciencia natural es lícita, y usar de ella es permitido; la magia es natural; luego es buena. Pruebo la menor. La magia conforme a Naturaleza obra; luego es natural. La mayor así se prueba. De virtudes y instrumentos naturales se aprovecha para sus obras luego obra conforme a naturaleza. Probatur. Obra en virtud de palabras y de yerbas, de caracteres, figuras, números, nombres y piedras; todas estas cosas tienen natural virtud y fuerza; luego quien por ellas obra, obra por naturaleza. Virtud tienen las palabras; que bien lo prueba la Iglesia que tantos milagros hace y sacramentos con ellas. Tienen con sus mismas cosas natural correspondencia los nombres que puso Adán; luego virtudes encierran. No volver suele un dormido a un tiro que el aire atruena, y al sonido de su nombre, dicho muy quedo, despierta. A los signos celestiales los caracteres semejan, y ellos por la simpatía les comunican su fuerza, como si en dos instrumentos de una consonancia mesma el uno tocan, el otro, sin tocarle, también suena; como el sol en los espejos hiere y su luz reverbera, y como el eco nos vuelve las voces de entre las peñas. Los números, ¿quién no sabe que tienen virtudes ciertas? En la música, la octava, la sexta, quinta y tercera y sus compuestos dan gusto; todos los demás disuenan, y la consonancia puede hasta en los brutos y peñas. El número septenario honró Dios, virtud encierra; y tiene en contados días su crisis cualquier dolencia. ¿Quién no sabe que hay virtudes en las piedras y en las yerbas? Esto dejo por notorio; con que bien probado queda que la magia es natural, pues lo son los medios de ella; y con esto, de que es justa se prueba la consecuencia. Añado más; si a los brutos dio el cielo virtudes ciertas, al lobo, de enronquecer al que mira, si antes llega; que el basilisco mirando mate; al gallo que le tema el león, y al elefante un ratoncillo amedrenta, ¿qué mucho que estas virtudes por arte o naturaleza tenga el hombre, rey de todos, y criatura más perfeta? Demás de esto, al primer padre le dio Dios aquesta ciencia, y a Salomón la infundió, como mil santos lo prueban. Pues, cosa mala por sí, no es posible que la diera Dios, fuente de sumo bien; luego la mágica es buena. Dije. UNO: ¡Enrico, vítor! Dentro OTRO: ¡Vítor! Dentro OTRO: ¡Cola! Dentro OTRO: ¡Mientes! Dentro MARQUÉS: Agudeza tienen. sus proposiciones. DIEGO: Es luz de nuestras escuelas. PESQUISIDOR: Responda el señor doctor. FRAILE: ¡El cielo adiestre mi lengua! Toda regla general es peligrosa y incierta, y usando de divisiones se declaran las materias. La mágica se divide en tres especies diversas: natural, artificiosa y diabólica. De aquéstas es la natural la que obra con las naturales fuerzas y virtudes de las plantas, de animales y de piedras. La artificiosa consiste en la industria o ligereza del ingenio o de las manos, obrando cosas con ellas que engañen algún sentido, y que imposibles parezcan. Éstas dos lícitas son, con que este modo no excedan; mas con capa de las dos disimulada y cubierta, el demonio entre los hombres introdujo la tercera; que el mal que quiere engañar, con mascara de bien entra; que no pudiera viniendo con la cara descubierta. La diabólica se funda en el pacto y convenencia que con el demonio hizo el primer inventor de ella. Pruébolo así: por virtud de palabras esta ciencia obra prodigios, que admira la misma Naturaleza; luego los obra en virtud del pacto implícito en ellas, contraído del demonio. Pruébase la consecuencia; ninguna cosa corrompe, engendra, muda ni altera, si no tiene acción real para hacer en quien padezca; las palabras no la tienen, ni puede de cuerpos y ellas darse contacto real; luego ni cuerpos ni esencias alteran naturalmente; luego es forzoso que tengan fuerza sobrenatural. No les ha dado Dios ésta; luego dársela el demonio es fuerza que se conceda. Más; si en las mismas palabras esta virtud estuviera, dichas por cualquiera, obraran, sin el arte, por sí mesmas, como el hielo siempre enfría, el fuego siempre calienta, tal vez a nuestro pesar, por ser su naturaleza; es así que las palabras que el arte mágica enseña no obran sin la intención del que obrar quiere con ellas, o sin mirar a tal parte, bajar o alzar la cabeza; luego si obran, no es por si, sino por virtud ajena. El argumento traído de lo que en la santa iglesia pueden las palabras, hace mi opinión mas verdadera, pues obran por la virtud que la Majestad eterna les dio cuando instituyó sus sacramentos en ella; luego no obraran por sí si esta ley no les pusiera; y en requerir la intención del que las dice, se muestra que ellas no tienen por sí natural virtud ni fuerza en caracteres, figuras, líneas, señales y letras. ¿Quien duda que sus efectos de aqueste pacto procedan? Pruébolo. Decís, Enrico, que por lo que se semejan a los signos celestiales, reciben de ellos su fuerza; luego los signos mejor esos efectos hicieran obrando inmediatamente en las humanas materias; no los hacen, sin que en ellos tal carácter intervenga; luego el carácter no obra por celestial inflüencia. Demás de que aquesos signos que figuramos estrellas son un ente de razón, no figuras verdaderas; que ni hay Escorpión, ni hay Osas, y no habrá quien no conceda que lo que no es no puede en lo que es tener agencia. Fuera de esto, al caracter añade palabras ciertas el mágico para obrar; luego no está en él la fuerza. Añado más. ¿Qué virtud, qué actividad, qué potencia tiene un caracter inútil, corta línea o breve letra, para formar de repente nubes, truenos, valles, sierras, cosas que sin mucho espacio no puede naturaleza? Luego si su modo exceden, los obran algunas fuerzas sobrenaturales; luego diabólica inteligencia. Los argumentos que Enrico ha propuesto en su defensa son falsos, que en los espejos, el eco y cónsonas cuerdas, por percusiones reales obra la Naturaleza. Que entre otras ciencias tuviesen Salomón y Adán aquésta, es verdad; pero tuvieron las dos especies primeras, natural y artificiosa; mas la tercera se niega. Que tengan los animales ciertas virtudes secretas, concedo; pero también el hombre muchas encierra, y la virtud natural de las cosas no se niega. Los números y los nombres son una cosa discreta, ni sustancia ni accidente; luego para obrar sin fuerzas en la música las voces, en tal número consuenan, mas no del número nace esta consonancia en ellas; y así es forzoso afirmar lo que muchos santos prueban, que es ilícita, pues obra por el demonio esta ciencia. VOCES: ¡Víctor, víctor, víctor, victor! Dentro OTRO: Concluyóle. No hay respuesta. Dentro PESQUISIDOR: ¿Qué dice Enrico? ENRICO: Yo digo que tienen tanta agudeza los contrarios argumentos, que convencido me dejan. PESQUISIDOR: Según eso, ¿confesáis que es arte mala y perversa la magia? ENRICO: Así lo confieso. PESQUSIDOR: Oíd, ilustre nobleza, estudiosa juventud de esta celebrada Atenas, cómo ser la magia mala su dogmatista confiesa. Esto que veis ha ordenado su majestad por que vea esta escuela la justicia con que estas artes condena, porque así no habrá ya alguno que la estudie ni defienda; lo cual en todos sus reinos prohibe con graves penas con eso su majestad, teniendo esperanza cierta de que en pechos tan leales habrá la debida enmienda. Por mostrar el grande amor que tiene a aquestas escuelas, todas las culpas pasadas del motín y resistencia, del rompimiento de cárcel y el echar los presos de ella, perdona a los delincuentes, y encarga que en recompensa de esta merced, sus justicias le respeten y obedezcan. DIEGO: Su majestad, que Dios guarde, y el cetro mil siglos tenga, de vasallos hace esclavos con tan humana clemencia. GARCÍA: La hacienda, la sangre y vida le ofrezco yo en recompensa. JUAN: A un rey tan amable y santo, ¿quién habrá que no obedezca? ZAMUDIO: Bailo, danzo, brinco y salto. ENRICO: ¡Viva el Rey edad eterna, que obedecerle protesto! PEDRO: Obra es de sus manos ésta. MARQUÉS: Nunca menos prometió su santidad y prudencia. CLARA: Parabién, don Diego, os doy de la libertad. MARQUÉS: Y de ella el sí de este casamiento yo por albricias merezca. DIEGO: Ya yo os he dicho, Marqués, que lo impide mi pobreza, y esto es amor que le tengo. MARQUÉS: Si solo topa en la hacienda, aquesa palabra tomo. Ved esa carta, que en ella vereis que ya no podéis negar lo que Clara intenta. Marqués de Ayamonte sois. CLARA: ¡Por muchos años lo seas! DIEGO: A ti toca el parabién. Tú eres, mi bien, la que heredas, pues siendo marqués, soy tuyo, si tu padre da licencia. PEDRO: Yo soy en ello dichoso. ZAMUDIO: Vusía, pues, le conceda a Zamudio que le dé la mano a su camarera; que pues casable se ha hecho, no es mucho que yo lo sea. LUCÍA: Yo soy tuya. MARQUÉS: Y porque es justo que el noble auditorio sepa por qué dicen que engañó el gran Marques de Villena al demonio con su sombra, oíd, la razón es ésta. Como el marques estudió esta diabólica ciencia, tuvo el infierno esperanza de su perdición eterna; mas murió tan santamente, que engañó al demonio, y ésa es la causa porque dicen que con la sombra le deja. Dicen que entregó su cuerpo a una redoma pequeña porque en un sepulcro breve incluyó tanta grandeza. Que quiso hacerse inmortal, dicen, porque su nobleza, su saber y cristiandad alcanzaron fama eterna. Y con esto demos fin a la historia verdadera del principio y fin que tuvo en Salamanca la cueva, conforme a las tradiciones más comunes y más ciertas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002