LA CRUELDAD POR EL HONOR

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE SEGUNDA DE LAS COMEDIA DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Barcelona, 1634). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:


ACTO PRIMERO


Sale ZARATÁN de caza, cojeando
ZARATÁN: ¡Ay! ¡Doy al diablo la caza; que él sin duda la inventó! ¡Ay! ¿Que pudiéndola yo cómodamente en la plaza de Zaragoza escoger, sin arriesgar por seguilla un cabello, una rodilla me venga al campo a romper? ¿Que tan a costa y despecho de su descanso, a la sierra se parta un hombre a dar guerra a un gazapo? ¿Qué me han hecho las liebres y los conejos? Como mujer es quien da en cazar, que a misa va siempre a la iglesia más lejos. Pues si la caza se estima por ser viva imitación de la guerra, esa razón la condena; que la esgrima a las pendencias imita, y se ve ordinariamente que en la blanca no es valiente quien más la negra ejercita; y quien más use en la sierra seguir el bruto cobarde, confío menos que aguarde a un enemigo en la guerra; que enseñarse a la conquista de quien no sabe aguardar, es enseñarse a extrañar enemigo que le embista. Dirá alguno, "Esa razón cesa en la caza del oso, que aguarda y es animoso, y mata de un pescozón." Yo digo que es loco error, por sólo gusto, arrojarse donde puede ser ahogarse el más diestro nadador; que si me arriesgo en la sierra a morir por enseñarme, ¿pueden a más condenarme, si voy bisoño a la guerra?
Sale NUÑO, de peregríno, bíen tratado
NUÑO: Dadle por Dios, caballero, a este peregrino... ZARATÁN: Bien manifiesta serlo quien no ve que soy escudero. Mas, decidme, ¿en el olor a un pobre no conocéis? ¿Qué me pedís? Si queréis que con vos parta el dolor de esta pierna, que en el choque de una peña me mostró cuánto con Dios mereció la rodilla de San Roque, tánto de él os puedo dar, que claudicante quedéis; y hacerme merced podéis, pues que no os ha de estorbar, aunque al patrón galiciano os destinéis, peregrino, puesto que anda en su camino tanto el cojo como el sano. NUÑO: ¡Ojalá posible os fuera partir conmigo el dolor, pues fuera en ambos menor, si en los dos se dividiera! Si no tenéis con qué hacer la limosna que he pedido, no importa; que no la pido por haberla menester, sino porque mendigar prometí. ZARATÁN: ¡Gracias a Dios, que he visto un mendigo en vos, que pida sin porfïar! NUÑO: No sólo no os he de ser importuno; mas me atrevo a partir de lo que llevo, si de ello os queréis valer. ZARATÁN: ¿De dónde vino a Aragón tan liberal peregrino? NUÑO: De la Tierra Santa vino a visitar al patrón de España. ZARATÁN: ¿Sois español? NUÑO: En el reino donde el pie estampo agora, gocé la luz primera del sol; y despierta esta ocasión en mí un natural cuidado de escucharos el estado de las cosas de Aragón. ZARATÁN: Todo en discordias se abrasa... Pero mi dueño es aquél, y podréis saberlo de él, porque por sus manos pasa. NUÑO: ¿Y quién es? ZARATÁN: Es quien consagra a la fama en las historias con su valor mil vitorias; es Pedro Ruiz de Aragón, señor de Estela, y señor, si méritos dan justicia, del mundo. NUÑO: Larga noticia tengo de su gran valor. Mas mientras llega, decid, ¿quién florece en la opinión de las armas de Aragón? ZARATÁN: Sancho Aulaga es nuevo Cid. NUÑO: (¡Ay, hijo de mis entrañas!) Aparte ZARATÁN: Y es de suerte, que "el valiente" le llaman públicamente las gentes proprias y extrañas; y a ser por su nacimiento más alto, fuera el mayor de Aragón. NUÑO: (Vuestro valor Aparte anima, Sancho, mi intento. Nuño Aulaga, vuestro padre, hijo, os viene a levantar hoy al cielo, y a vengar la afrenta de vuestra madre.) ¿No es hijo ese Sancho Aulaga de un Nuño Aulaga, a quien muerte, al lado de Alfonso el fuerte, dieron los moros en Fraga? ZARATÁN: Ése mismo. NUÑO: Y, ¿qué se ha hecho su madre? ZARATÁN: Doña Teodora, madre de Sancho, hasta agora, por no haberse satisfecho si su esposo es muerto o no, seglar vive en un convento, en cuyo recogimiento Nuño Aulaga la dejó cuando a la guerra partía. NUÑO: (¿Que aún vives, mujer infame? Aparte Querrá el cielo que derrame tu sangre en venganza mía.)
Sale PEDRO Ruiz, de caza
PEDRO: (El divertirme atormenta Aparte más el alma enamorada, como la cuerda apartada vuelve al arco más violenta.) Zaratán. ZARATÁN: Señor. PEDRO: Rendido de correr dejo el caballo. ZARATÁN: Mientras voy a paseallo, quedarás entretenido con este honrado romero, que desde la Tierra Santa mueve la devota planta a ver al patrón lucero de Galicia; y yo me obligo a que te ha de entretener, porque es viejo sin toser, y sin porfïar mendigo. PEDRO: Su aspecto da a su persona clara recomendación.
Vase ZARATÁN
PEDRO: ¿De dónde sois? NUÑO: De Aragón el reino ilustre corona la ciudad que es patria mía. PEDRO: ¿Cuánto ha que a Jerusalén pasastes? NUÑO: Canas se ven donde juventud lucía cuando de aquí me ausenté. veintiocho inviernos han dado hielo al río y nieve al prado después que al Asia pasé. PEDRO: ¿Luego bien sabréis lo cierto de una dudosa opinión, que divulga en Aragón que está en el Asia encubierto el rey don Alonso, aquél que habrá esos años sitió a Fraga, y que se perdió en la batalla crüel que tuvo allí con el moro? Pues como no pareciese vivo, ni muerto pudiese hallarse, aunque un gran tesoro por él su reino ofreció, se dijo que despechado, corrido y avergonzado, ocultándose, pasó a Jerusalén; y es cierto si esto es verdad, pues ha tanto que estáis en el suelo santo, que no se os habrá encubierto. NUÑO: Yo, señor Pedro Ruiz, sé del caso la verdad, porque con su majestad me hallé en la guerra infeliz de Fraga; y si de sabella os solicita el cuidado, de esta corona el estado me decid, en cambio de ella. Y no os canséis de que intente alcanzar este favor, que de la patria el amor provoca naturalmente. PEDRO: Daros ese gusto quiero; que puesto que me cansara, a mayor precio comprara lo que escucharos espero. Perdido el rey don Alonso, después de estar desconformes los grandes, se coronó su hermano, Ramiro el monje, que a la sazón era obispo de Barbastro; y por que estorbe las discordias de Aragón con dichosos sucesores, dispensó, a instancia del reino, el Pontífice, y casóse con la hermosa doña Inés, hermana de Guillén, conde de Potiers, viéndose junto en solo un sujeto entonces ser sacerdote y ser rey, obispo, casado y monje. Tuvo una hija heredera, Petronilla, cuyas dotes, siendo gloria de Aragón, son admiración del orbe. Diola, entre mil pretendientes, por esposa a Ramón, conde de Barcelona, y cansado del tumulto de la corte, de las armas y los años, el monje rey, retiróse a la iglesia de San Pedro que en Huesca ilustró, con orden de que a su yerno obedezcan, sabio, si valiente joven. Murió Ramiro; y agora, cuando esperanzas mayores daba que Alejandro al mundo Ramón, al pie de los montes Alpes, pasando a Turín, de la muerte el fiero golpe dio, con el fin de su vida, principio a mil disensiones; que aunque a su hijo, el mayor de tres que dejó varones, la sucesión por derecho de la corona le toque, el ser niño y ser su madre moza y hermosa, corrompe los ánimos más leales con diversas pretensiones; que unos de ambición vencidos, otros heridos de amores de la reina, otros leales a su heredero, se oponen entre sí, y el reino todo, partido en bandos discordes, corre a su fatal rüina si el cielo no le socorre. Éste es, en suma, el estado de Aragón; éste el desorden que ya ambición y ya amor engendra en los pechos nobles; y, ojalá quisiera el cielo que las nuevas que disponen darme vuestros labios, diesen fin a casos tan atroces, viviendo el anciano Alfonso; pues aunque su edad estorbe del brazo los fuertes bríos, trajera a la obscura noche de Aragón sol su prudencia, su valor freno a los nobles, sus canas respeto, y paz su amor a estas disensiones. NUÑO: (La Ocasión me da el cabello. Aparte Comiencen mis invenciones; que si sólo por reinar hay disculpa en ser traidores, no es mucho que una corona y una venganza os provoquen, Nuño, a mayores engaños, si los puede haber mayores. La noticia de secretos de Alfonso, y de sus facciones la semejanza, que a muchos ha engañado, y de los nobles la división, y de Alfonso la memoria, ya en los hombres borrada del tiempo largo, el efeto me disponen. Ánimo, pues; que Fortuna a los osados socorre.) Gran Pedro Ruiz de Azagra, si viviera y a la corte de Aragón volviera Alfonso, cuando divididos rompen, a varios fines atentos, la ley de lealtad los nobles, no solamente recelo que no hallara quien apoye su parte, pero causara más graves alteraciones. PEDRO: Engañáisos; que yo solo, cuando en su defensa tome las armas, basto a enfrenar los ánimos más feroces; y de mi padre heredé de servirle obligaciones, que sus mercedes publican y mi pecho reconoce. NUÑO: Pues, Azagra, Alfonso vive. PEDRO: ¿Qué decís? NUÑO:, Que España esconde su persona; y si ese brazo en su favor se dispone, y me hacéis pleito homenaje de cumplirlo, os diré dónde. PEDRO: Veis aquí mis manos. Hago,
Pone las manos juntas PEDRO Ruíz entre las de NUÑO
como caballero noble, pleito homenaje de ser, si todo el mundo se opone, vasallo leal de Alfonso, y hacer que su reino cobre. NUÑO: Pues, Pedro, yo soy Alfonso. PEDRO: ¿Vos? NUÑO: Yo soy. Si mis facciones no reconocéis, por ser vos, Pedro Ruiz, tan joven, que érades pequeño infante cuando de estos horizontes me ausenté, clara probanza podéis hacer cuando importe; que ancianos hombres tendrá el reino que me conocen; y por agora este sello
Muéstralo
y esta sortija os informen, testigos que he reservado para tales ocasiones; demás que el atrevimiento de aspirar al regio nombre es testimonio a quien ceden las demás informaciones; pues sólo puede emprender, con peligro tan enorme, la locura o la verdad tan altivas pretensiones. PEDRO: Ésa es la mayor probanza, fuera de que los pintores, que a las injurias del tiempo y del olvido le oponen en casi vivos retratos, casi animados colores me han informado de vos; y aunque las canas lo estorben, en lo demás son las señas de vuestro rostro conformes; y no me engañan del alma los afectos y pasiones, que alegres naturalmente, por su rey os reconocen. Dadme la mano.
Arrodíllase. Sale ZARATÁN, al paño
ZARATÁN: ¿Qué miro? NUÑO: Mis brazos es bien que os honren, pues de los vuestros espero que en mi trono me coloquen. ZARATÁN: (¡Con qué respeto lo abraza!) Aparte NUÑO: Agora resta dar orden de vencer dificultades e impedir alteraciones. PEDRO: En mi tierra habéis de estar en un castillo, de donde las voluntades probéis, conozcáis las intenciones de los poderosos, antes que entréis, señor, en la corte; y dejad a cargo mío lo demás. NUÑO: De vuestro nombre ha de sonar la grandeza desde el sur a los Triones. Vos habéis de ser el rey. PEDRO: Permitidme, pues, que goce de esta liberalidad; y pues a quien se dispone a perder por vos la vida la podéis dar, no os enoje que os pida aquí la palabra de una merced, con que borre de cuanto espero serviros las justas obligaciones. NUÑO: Pedid, pedid, si podéis pedir a quien reconoce que debe lo que ha de daros a esos brazos vencedores. PEDRO: Vuestra sobrina, señor, Petronilla, cuyos soles, cuanto con rayos abrasan, ilustran con resplandores, es un adorado Argel, donde entre mil corazones soy más que todos cautivo. Bien sabéis que los señores de Estela en España toda superior no reconocen; porque el servir a los reyes de Aragón no los depone de esta honrosa dignidad, pues el seguir sus pendones es voluntad, y no fuerza; y siempre que la revoquen y que su fuero renuncien, gozarán sus exenciones. Hacedme, pues, venturoso con tan dichosa consorte, pues con premiar mis servicios remediaréis mis pasiones. NUÑO: Si con mi sobrina os diera la Europa toda por dote, hiciera acertado empleo en vos de prendas mayores. Por mi parte os doy palabra de que haré cuanto me toque para que la mano os dé. PEDRO: Y yo de que vuestro nombre dilataré con mis armas a los confines del orbe.
Sale ZARATÁN
ZARATÁN: Ya el caballo ha descansado, y presurosa la noche, corona de negras sombras las cabezas de los montes. PEDRO: Tomad, señor, mi caballo; partamos a Estela. ZARATÁN: ¿Adónde? PEDRO: Y en el camino sabré vuestra historia. NUÑO: (Pues dispones, Aparte Fortuna, con los osados ser pródiga de favores, la más alta hazaña emprendo que oyeron jamás los hombres. De vasallo subo a rey; favorece mis ficciones.
Vase NUÑO
ZARATÁN: ¡Oyan, oyan! ¿Sin hacer un cumplimiento, se pone en tu caballo, señor? Éste, ¿es santo? ¿Es sacerdote? PEDRO: Zaratán, no es sino el rey don Alonso; no te asombres. ZARATÁN: Por Dios, que lo dije luego. Por adivino me azoten. ¿Mas que don Alonso es éste? PEDRO: Pues, ¿cómo no le conoces, si al momento lo dijiste? ZARATÁN: Porque en su rostro y acciones, entre el sayal descubría los reales resplandores. PEDRO: Dame tu caballo. ZARATÁN: Y yo, ¿qué haré, señor, que de un golpe estoy como grulla en vela? PEDRO: Al fin de este espeso bosque está un lugar. Allí haré, Zaratán, que te acomoden. ZARATÁN: ¿Y de aquí allá cojear? Con las ancas me socorre
Vase PEDRO Ruíz
del caballo. A esotra puerta. Ya caminan. ¡Ah, inventores de la caza! ¿Esto es holgarse? ¿Por qué condenan los hombres a galeras, si los pueden condenar a cazadores?
Vase. Salen la REINA Petronilla y don RAMÓN
REINA: Por más, conde don Ramón, que pretendiendo mi mano, disculpe el amor tirano vuestra justa pretensión, con causa me maravilla el ver vuestra poca fe. Si doña Rica, que fue emperatriz de Castilla, y por muerte de su esposo don Alonso, a Zaragoza vino viuda, hermosa y moza, espera haceros dichoso dando efeto al casamiento que con vos tiene tratado, ¿en qué razón ha fundado la mudanza vuestro intento? ¿Qué dirá el reino de vos? ¿Qué dirá el mundo de mí, si a Rica hacemos así tan clara ofensa los dos? RAMÓN: Petronilla, más hermosa que el alba entre nieve y grana, cuando siembra la mañana de clavel, jazmin y rosa, no condenéis rigurosa a quien vive de amor preso. Mi disculpa está en mi exceso, y mi mérito en mi error; que no es verdadero amor el que no priva de seso. Si por las partes hermosas que en vos mi pecho venera, animoso no emprendiera hazañas dificultosas, ¿qué obligaciones forzosas, qué méritos alegara? Si en lo que dirán repara vuestro rigor, no mi amor; que prenda de tal valor nunca puede costar cara. REINA: Esos fundamentos son en vos, porque amáis, bastantes; que da ley a los amantes el amor, no la razón; pero yo, que sin pasión lo miro, es bien que resista a tan injusta conquista, pues no puede disculparse el que deja despeñarse de un ciego, teniendo vista. Hoy el reino y majestad renunciar, Conde, pretendo en mi hijo; y porque entiendo que causa su tierna edad discordias, acreditad vuestro amoroso tormento, dando favor a mi intento; o pensaré que nació de ambición del cetro, y no de amor, vuestro pensamiento. RAMÓN: Yo lo haré, si se mejora con vos así mi partido; mas no, si habiéndoos servido, os he de perder, señora; que mal puede el que os adora en eso favoreceros, si por sólo retraeros del reino queréis privaros, y ha de ser el ayudaros instrumento de perderos. REINA: Basta; que no he menester vuestro favor, don Ramón; que a mí sola la razón me basta para vencer. RAMÓN: Tal vez suele no valer sin las armas la justicia. REINA: Advierta vuestra codicia que, pues la razón me ayuda, podrá más ella desnuda que armada vuestra malicia.
Vase
RAMÓN: Mucho puede la ambición apoderada en mi pecho; pero mucho, a su despecho, puede también la razón. Si no hallo nueva ocasión que mis intentos abone, lo que la reina dispone es forzoso consentir; que solo no he de impedir que el príncipe se corone.
Sale el CONDE de Urgel
CONDE: ¡Valeroso don Ramón! RAMÓN: ¡Famoso conde de Urgel! CONDE: En la tempestad crüel que hoy amenaza a Aragón, admira mi pensamiento lo que de vos se publica, y es que de la hermosa Rica despreciáis el casamiento, pretendiendo que la mano os dé la reina. Ambición contraria a vuestra opinión, digna sólo de un tirano. Don Ramón, su esposo, fue vuestro tío; y es injusto que a la razón venza el gusto, y la ambición a la fe. Mejor será que, cumpliendo lo concertado, os caséis con la emperatriz, y deis favor a lo que pretendo; pues con mi hijo casada Petronilla, quedaría, junta a su fuerza la mía, la discordia refreriada. RAMÓN: De lo que decís colijo que no tanto a esa intención os obliga mi opinión como el bien de vuestro hijo. Mas, ¿cómo, conde de Urgel, habiendo solicitado, tan público enamorado, vuestro hijo Berenguel a doña Teresa, hermana del señor de Mompeller, se muda, y quiere ofender belleza tan soberana? CONDE: Ésta es sólo intención mía, no suya; que es cosa clara que él por Teresa trocara del mundo la monarquía. RAMÓN: Con esa razón no cesa la culpa; que yo he sabido que Berenguel ha servido con gusto vuestro a Teresa. CONDE: Aunque yo estimé hasta aquí también sus prendas hermosas, la mudanza de las cosas muda parecer en mí. RAMÓN: Pues si os hace la mudanza de las cosas que os mudéis, y si a Teresa ofendéis por mejorar la esperanza, ¿por qué os causa admiración que yo, que a la reina adoro y mi grandeza mejoro, mude también intención? CONDE: La diferencia colijo fácilmente que os advierto; que vos faltáis a un concierto, y a una pretensión mi hijo. Vos ofendéis a Ramón, vuestro tío; y Berenguel no puede llamarse infiel por tan justa pretensión. RAMÓN: Antes de eso mismo arguyo mi justicia, porque, ¿quién puede suceder más bien a Ramón que un deudo suyo? Si mi fe no corresponde a lo que tratado había, eso está por cuenta mía, que no por la vuestra, conde. Y en resolución, ya veo mi pretensión declarada, y ha de conseguir la espada lo que ha emprendido el deseo. CONDE: Pienso que estáis satisfecho de lo que puede la mía, y que está esta nieve fría en mi rostro, y no en mi pecho. RAMÓN: Yo os lo confieso y os digo que no me pesa; que quiero, ya que desnude el acero, vencer valiente enemigo. CONDE: Pues juntad los escuadrones que os puede dar la Proenza; que el conde de Urgel comienza hoy a tremolar pendones. RAMÓN: Urgel y Aragón empiece, y el mundo, a armarse también; que la guerra dirá quién de Petronilla merece la soberana beldad. CONDE: Sí dirá; y a Dios pluguiera que en venceros estuviera el vencer su voluntad.
Vanse. Salen TERESA e INÉS
TERESA: Dejadme de combatir, olas de mis pensamientos; que a tormentas de tormentos, ¿qué fuerza ha de resistir? Pretende don Berenguel ser mi esposo; no le quiero. Estáme bien; que heredero es del condado de Urgel. En mi amor vive abrasado Sancho Aulaga; no es mi igual. Yo le adoro; estáme mal; que aunque el ser tan gran soldado le da justa estimación, le falta la calidad. ¿Qué habéis de hacer, voluntad, entre amor y obligación? INÉS: Señora, los nobles pechos a quien obliga el honor, han de mostrar su valor en los difíciles hechos. De Berenguel la afición sola merece tu mano. Vence ese antojo liviano, que ha de dañar tu opinión. TERESA: No me atormentes. INÉS: Teresa, lo que te importa te digo. (Por tus dádivas me obligo Aparte a tan difícil empresa, don Berenguel; y a tu intento la has de ver al fin rendida, aunque me cueste la vida tan justo agradecimiento.)
Sale SANCHO Aulaga
SANCHO: Dulce enemiga mía, más que crüel, hermosa, emulación dichosa del claro autor del día, en cuya gran belleza a sí misma venció naturaleza. ¿Es el ser inhumana condición de divina? ¿Qué espíritu encamina un alma tan tirana, que igualmente procura ser monstro de crueldad y de hermosura? Adorar tu belleza, ¿es delito contigo? Teresa, ¿qué castigo previene tu dureza a quien te aborreciere, si le da tan crüel a quien te quiere? De tus amantes quiero, no los de ti contados, mas de los olvidados, contarme yo el postrero. No te pese que sobre entre el oro bermejo el pardo cobre. TERESA: Sancho, las ocasiones y causas diferentes, según los accidentes producen las acciones. No siempre la esquiveza nace de ingratitud y de dureza; no siempre rinde fruto el árbol cultivado, ni siempre al mar hinchado la fuente igual tributo, por varios accidentes, sin ser ingratos árboles ni fuentes. ¿Por qué me consideras de tu amor ofendida, si no arroja, perdida, en las fieras más fieras una flecha el dios ciego, si el más duro metal ablanda el fuego? De mi rigor aplica a otra causa el efeto, puesto que en un sujeto contradición no implica tener correspondencia y hacer a los intentos resistencia. SANCHO: Si méritos procura iguales tu persona, Teresa, no hay corona digna de tu hermosura; si amarte ha de vencerte, no tira flecha Amor que no me acierte. Mas pues que ya te he oído que a agradecer te obligas, favor es que lo digas; y aunque lo hayas fingido, agradezco el engaño; que es señal de desprecio el desengaño. Con esto, ángel que adoro, queda mi amor pagado. TERESA: ¡Qué humilde enamorado! SANCHO: ¡Qué debido decoro a tu merecimiento! Sólo con que me engañes me contento. TERESA: ¡Qué cuerdamente obligas! SANCHO: ¡Qué dulcemente matas! TERESA: ¿De engañosa me tratas? Bien mi rigor castigas. SANCHO: Tan alta te imagino, que pienso que aun de engaños no soy dino. TERESA: Bien dices lo que sientes. SANCHO: Bien siento lo que digo. TERESA: (¡Ay, que luchan conmigo Aparte impulsos diferentes y en poner se desvela freno el honor, donde el amor espuela!) Mas ya, Sancho, pregona en palacio el rüido que el reino, prevenido a darle la corona al príncipe, se altera; y yo soy de la reina camarera. Adiós; que acompañalla es fuerza. SANCHO: Y lo es seguiros con ansias y suspiros. TERESA: (¡Triste de quien se halla Aparte puesto al cuello el cuchillo, y ni puede quejarse ni sufrillo!)
Vanse TERESA e INÉS
SANCHO: Mi sangre, no tan clara como la tuya, creo que enfrena tu deseo. Hidalgo soy. Repara que aunque soy escudero, tengo valor con que ilustrarme espero. Sancho Aulaga el valiente me apellida la fama; mi madre es noble rama, de Laras descendiente; mi padre, Nuño Aulaga, murió al lado de Alfonso en lo de Fraga. ¿Quién, pues, fueron autores de las casas que hoy mira el sol en cuanto gira llenas de resplandores, sino los claros hechos de sus primeros valerosos pechos?
Salen la REINA, BERENGUEL, el CONDE de Urgel, BERMUDO, don RAMÓN, el señor de MOMPELLER, el PRÍNCIPE niño, TERESA, teniendo la falda a la REINA, INÉS, y ACOMPAÑAMIENTO. Síéntanse en el trono la REINA a la derecha, y el PRÍNCIPE a la izquierda. Habla BERENGUEL aparte INÉS
BERENGUEL: Inés, en tu confïanza vive sólo mi afición. INÉS: Cumpliré mi obligación, y lograrás tu esperanza, aunque me cueste la vida. BERENGUEL: A mí me la das con eso. INÉS: Obligada me confieso, y he de ser agradecida. REINA: Caballeros de Aragón, gloria y honor de la Europa, cuya fama atemoriza las regiones más remotas; hoy la majestad renuncio, porque a la quietud importa del reino, en mi hijo Alfonso, sucesor de esta corona. Pues que la sangre os obliga y la lealtad os exhorta, mostradlo en ser de mi parte en una acción tan heroica. Por ser Alfonso tan niño, nadie a mi intento se oponga; que al fin es varón, y rige mejor el cetro la sombra de un varón que una mujer; cuanto más, que el reino goza de consejeros prudentes que asistan a su persona. CONDE: La corona sí y el reino podéis renunciar, señora; mas no el gobierno, que a mí por tantas causas me toca. RAMÓN: Si alguno ha de gobernar, ¿quién habrá que se me oponga, pues el ser quien soy y el ser primo de Alfonso me abona? BERMUDO: ¿Qué litigáis, si en Bermudo el gobierno se mejora, pues del difunto Ramón, fui yo la privanza toda, y los negocios traté del reino, a quien más importa quien sepa ya las materias, que quien las aprenda agora? MOMPELLER: Lo que propone mi padre defenderá mi persona. Señor soy de Mompeller, y harán mis armas notoria su justicia. RAMÓN: Ya las mías sus estandartes arbolan. BERMUDO: El valor dará el derecho, y el gobierno la vitoria. REINA: ¿Qué gastáis en disensiones el tiempo, si a mí me toca el gobierno, pues de Alfonso soy legítima tutora? PRÍNCIPE: Esto es justicia. Ninguno se atreva a mover discordias por ser mi madre mujer y por ser mi edad tan poca; que soy el rey, y por vida de la reina, mi señora, que la cabeza a los pies a quien replique le ponga. CONDE: Sois niño, Alfonso. RAMÓN: Las fuerzas vuestras son, príncipe, cortas para cortar mi cabeza. BERENGUEL: Vos ignoráis, mas no ignora las hazañas de Bermudo la fama que las pregona. SANCHO: (¡Ah! ¡No fuera igual mi estado Aparte con el valor que me informa, para poder responder a tanta arrogancia loca!) PRÍNCIPE: Niño soy; mas de mi padre soy una animada copia, y para empresas mayores valor y fuerzas me sobran. SANCHO: (Eso si. Mostrad, Alfonso, Aparte la majestad española; poned las palabras vos, y remitidme las obras.)
Sale PEDRO Ruíz
PEDRO: Reina, príncipe, damas, caballeros, soldados, cortesanos, ciudad, plebe, la nueva más feliz vengo a traeros de cuantas Aragón al tiempo debe. Sosegad los espíritus guerreros; que el cielo ya, que a compasión se mueve de la discordia que de paz os priva, por mí os presenta el ramo de la oliva. El rey Alfonso el bueno, el sabio, el fuerte, de quien en Fraga el reino agradecido triste lloró la mentirosa muerte --pues no fue muerto allí, si fue perdido-- es hoy por la piedad de nuestra suerte al suelo de Aragón restitüido; sol, que a la noche de discordias tales, de paz induce rayos celestiales. Yo le vi por mis ojos, yo la mano le besé; y aunque a mí no me he creído, por ser tan mozo, de uno y otro anciano de nuestra patria es ya reconocido. Oculto tanto tiempo en el asiano imperio estuvo, sin razón corrido de lo de Fraga, sin mirar que parte con la Fortuna las vitorias Marte. Pero de haber por sí determinado contra el voto del reino aquella empresa y ser vencido, estando acostumbrado a veinte y seis vitorias, se confiesa corrido tanto el rey, que despechado, hasta el imperio cuyas plantas besa el undoso Jordán corrió tan solo, que aun a los ojos se negó de Apolo. Él, pues, ha vuelto, si decirse puede que ha vuelto aquél que Dios nos ha traído; aquél por quien el cielo le concede concordia al reino, en bandos dividido. Y, pues él vivo no es razón que herede su alteza el cetro, no ha de ser ungido rey; a besar de Alfonso las reales manos venid los que le sois leales. REINA: ¿Qué nueva disensión, qué nueva guerra, con máscara de paz y justo celo, movéis, Azagra, y alteráis la tierra, para irritar la indignación del cielo? ¿Alfonso vive? ¿Alfonso, a quien encierra, muerto a lanzadas, el morisco suelo? ¿No lo dijeron lenguas, cuyos ojos vieron triunfar la muerte en sus despojos? Si no se halló el cadáver, ¿no fue cierto que lo causó la copia inumerable del escuadrón en la batalla muerto, tragedia por mil siglos miserable? ¿Por qué, pues, en favor del vulgo incierto acreditáis engaño tan culpable, y por vengar un sentimiento vano, a un traidor no dudáis besar la mano?
Vase PEDRO Ruíz
Pero no importa, no; el príncipe tiene nobles amigos, deudos y alïados, cuyo poder, cuyo valor enfrene soberbios pechos, cuellos no domados. ¡Ea, conde don Ramón, no os enajene de imitar vuestros inclitos pasados de una venganza vil la ciega furia! ¡De Alfonso primo sois, vuestra es la injuria! RAMÓN: Petronilla, viviendo vuestro tío, que, pues lo afirma Azagra, es caso llano, suyo es el reino, y no es agravio mío besar a un rey legítimo la mano.
Vase
REINA: Noble conde de Urgel, de vos confío, y de don Berenguel, que al vil tirano castiguéis este engaño con la muerte. CONDE: De esta corona es dueño Alfonso el fuerte; yo soy su amigo, y tiene averiguado que vive, Azagra, principal testigo; y vos no me tenéis tan obligado, que me oponga por vos a tal amigo.
Vase
BERENGUEL: A hacer lo que mi padre soy forzado. Perdonadme, señora, si le sigo.
Vase
REINA: En vos, Bermudo, pongo mi esperanza. BERMUDO: Y fui del fuerte Alfonso la privanza; si, como afirma Azagra, y yo no dudo, no es muerto, ya veréis a qué me obliga.
Vase
REINA: ¡Señor de Mompeller! MOMPELLER: A don Bermudo, que el ser me dio, señora, es ley que siga.
Vase, y síguele el acompañamiento
TERESA: ¡Padre, hermano, escuchadme! REINA: ¿Tanto pudo tan clara falsedad, suerte enemiga, que quieran más los nobles a un tirano que a un legítimo rey besar la mano? Vos solo, Sancho Aulaga, habéis quedado; ya sólo en vos se funda mi esperanza, y bien me puede dar tan gran soldado del vitorioso efeto confïanza. SANCHO: Si los nobles del reino os han faltado, si os aflige, señora, su mudanza, a mí me alegra; que mostrarles quiero que os basta sin los suyos este acero. Nombradme general, y suene Marte el ronco parche y el clarín bastardo; que presto adorará vuestro estandarte el contrario más fuerte y más gallardo. REINA: Un bastón me traed. TERESA: Yo quiero darte, si vuelves vitorioso, como aguardo, de que tuya seré palabra y mano, aunque pese a mi padre y a mi hermano. SANCHO: Con dicha igual, del alba al occidente, es la conquista fácil a mi acero. REINA: El bastón recebid, Juntad mi gente,
Dásele
y partid; que triunfante ya os espero.
Vase
PRÍNCIPE: Abrazadme y partid, Sancho el valiente. SANCHO: Besar humilde vuestras plantas quiero. Prospere el cielo esa real persona. PRÍNCIPE: De vuestra mano espero la corona.
Vase
TERESA: Sancho, el vencerme está en esta vitoria. SANCHO: Y el vencer en vencer vuestra esquiveza. TERESA: Adiós. SANCHO: Dadme una prenda, cuya gloria me dé valor y aumente fortaleza. TERESA: De mi palabra os doy esta memoria.
Dale una banda
SANCHO: Con tal favor traeros la cabeza prometo del fingido rey tirano,
Señala la mano ízquíerda y la derecha
en ésta, antes de daros esta mano.

FIN DEL PRIMER ACTO

La crueldad por el honor, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002